Afganistán

 

La falta de progresos marca el 5° aniversario de la caída de Kabul

Primer lustro sin los talibanes en el poder

Por Marc Marginedas
Enviado especial a Afganistán
El Periódico, 13//11/06

Desde las cimas montañosas de la provincia afgana de Nuristán, junto a la frontera con Pakistán, un puesto de observación de la 10ª División de Montaña del Ejército de EEUU, pertrechado con un mortero de gran precisión, vigila y protege la ruta hacia la provincia de Kunar, más al sur. La carretera, que en realidad es una pista pedregosa bordeada por un precipicio, es el lugar donde la insurgencia ataca los convoyes de aprovisionamiento de las tropas estadounidenses. La ruta discurre casi paralela a la porosa frontera con Pakistán, desde donde, a decir de los mandos militares de la Fuerza Internacional de Ayuda a la Seguridad (ISAF), proceden las armas y el dinero que alimentan la guerra en Afganistán. Más alla del límite fronterizo, según la opinión generalizada entre el mando de EEUU, está la plana mayor de Al Qaeda, incluyendo al número uno, Osama bin Laden, y el número dos, Aymán al Zauahiri.

Impopularidad del Ejecutivo

Cuando se cumplen cinco años de la caída de Kabul a manos de la Alianza del Norte, apoyada por Washington –un acontecimiento que puso fecha a la desintegración del régimen talibán–, EEUU no puede aún vanagloriarse de haber puesto fuera de circulación al artífice de los atentados del 11–S, el argumento con el cual desencadenó una guerra que, a la postre, conduciría al derrocamiento de los talibanes afganos.

Sin poder mostrar aún como trofeo la cabeza de su enemigo público número uno, EEUU y sus aliados de la OTAN, arropados ahora bajo el paraguas de la ISAF, deben afrontar la reactivación de la rebelión talibán e islamista en el sur y en el este del país, que crece de forma paralela a la desilusión por las promesas incumplidas de ayuda y a la creciente impopularidad entre los afganos del Gobierno de Kabul y de su presidente, Hamid Karzai. El 2006 está siendo el año más sangriento en el país centroasiático tras la expulsión de los estudiantes del Corán del poder: más de 3.100 personas han perdido la vida en atentados y ataques insurgentes, un tercio de ellas civiles.

Pakistán, con sus madrasas (escuelas coránicas) que alimentan el espíritu de guerra santa y sus regiones fronterizas en las que el Estado está casi ausente, es el centro de las iras de Washington y Kabul. Fuentes del espionaje afgano aseguran haber presentado a EEUU pruebas concluyentes de que Islamabad continúa apoyando a los talibanes –cuyo régimen auspició en sus orígenes con la aspiración de tener un país amigo en la frontera oeste– con dinero y campos de entrenamiento. Las autoridades de EEUU, en cambio, limitan el alcance de las acusaciones y descartan, por ahora, que haya alguna forma de apoyo oficial del Ejecutivo paquistaní a la rebelión afgana. "Hacemos frente a un enemigo compuesto por gente local pagada desde el extranjero", dice el capitán estadounidense Matt Goodman, miembro del Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT) de Kamdesh, cerca de la frontera paquistaní, en una cautelosa mención del país vecino.

Una reconstrucción que no se ve

La credibilidad del Ejecutivo de Karzai entre los afganos se deteriora de forma acelerada, y las sospechas de corrupción están dando fuelle a los talibanes y a otros grupos que se oponen a Karzai en un país en el que los avances de la reconstrucción apenas si han podido palparse.

"Me tuve que buscar un trabajo como intérprete de inglés porque no podía soportar el ambiente de corrupción que me rodeaba", reconoce Alí, que oculta su apellido por ser hermano de un alto cargo afgano. Los observadores también ponen en entredicho la verdadera voluntad del Ejecutivo de Kabul de poner fin al narcotráfico, habida cuenta de que muchos antiguos señores de la guerra –algunos de los cuales incluso son cercanos al presidente Karzai– están vinculados al cultivo del opio, acusa Human Rights Watch.

La labor de las oenegés

Los secuestros, los atentados y el recrudecimiento de las hostilidades en el sur y el este de Afganistán están imposibilitando la labor de las oenegés internacionales en una parte importante del país. "La frontera que separa a las zonas del país que están fuera del alcance de las oenegés se desplaza cada vez más hacia el norte y se acerca a Kabul", señala Christian Dennys, consejero de Política y Logística de Intermón–Oxfam en Afganistán. El vacío que dejan estas organizaciones lo llenan las tropas de la ISAF, que abren escuelas y reparan clínicas en las zonas más remotas de Afganistán, en una labor humanitaria que ya ha levantado críticas. "Sin un Estado capaz de asumir estas infraestructuras, esto carece de sentido", puntualiza Joanna Nathan, analista de International Crisis Group.

Una reciente encuesta publicada por la oenegé Asia Foundation reveló que los problemas del país están haciendo mella en el estado de ánimo de los ciudadanos, y que el alivio con que fue acogida la caída de los talibanes está siendo sustituido por la desazón. Un 22% considera que la inseguridad es el principal problema del país, mientras que el 12% cita respectivamente el paro y la situación económica. Los encuestados mencionan también la corrupción como uno de los factores que impide al país progresar.