Afganistán

 

Problemas para la alianza

OTAN, corrupción, violencia y talibanes

Por M. de L.
Diagonal, Madrid, 15/03/07

Tras seis años de invasión, el presidente títere Karzai no controla mucho más de la capital, Kabul. El narcotráfico bate récords y los ataques de la insurgencia se disparan en un país desengañado de las promesas internacionales.

El 21 de febrero, la explosión de una mina causaba la muerte de la militar española Idoia Rodríguez. No es la primera baja del Ejército español, que está resultando uno de los más castigados con la aventura afgana. De tener en cuenta el accidente del Yakovlev en el que viajaban 62 militares, la caída de otro helicóptero en 2005 con 17 ocupantes y el fallecimiento de un militar peruano del destacamento español, el coste en vidas alcanza las 82 personas. Nada, eso sí, comparable a los fallecidos en el lado afgano, donde sólo el último año se registraron 4.000 muertes.

Semejante sacrificio no se ha visto traducido en avances para la paz o la seguridad del pueblo afgano. Al contrario, a la luz de los datos, la situación actual en el país asiático ha empeorado con creces durante los últimos meses. Como indica Nuria del Viso, analista de cuestiones internacionales especializada en Afganistán, “las que se dibujaban como amenazas situadas en un futuro indefinido se hicieron realidad: escalada de la insurgencia, aumento del narcotráfico, escasos avances en la rehabilitación del país y un creciente desencanto de la población. Los acontecimientos se han deslizado hacia un punto de difícil retorno, creando uno de los peores escenarios posibles”.

En el lado económico, Afganistán, líder exportador de la adormidera de la que se obtiene la heroína, volvió a batir un récord en la producción de opio. En 2006 generó el 92% de la producción mundial. En las antípodas de su erradicación, actualmente cerca del 40% de la economía se vincula al narcotráfico, que beneficia a buena parte del Gobierno.

En el plano político, la autoridad del presidente designado por EE UU, Hamid Karzai, únicamente es efectiva en la capital del país, Kabul, y ciertas áreas controladas por las fuerzas internacionales. Los territorios controlados por los ‘señores de la guerra’ escapan al control del Gobierno. Los talibanes han recobrado fuerzas, con una influencia que alcanza la tercera parte del país. Y los ataques de la insurgencia se multiplican a medida que aumenta el desencanto.

En la política española, la llegada de ataúdes ha reabierto el debate sobre la presencia en Afganistán. BNG e IU han pedido la retirada. El Estado Mayor de la Defensa en cambio pide más tropas. El Centro Nacional de Inteligencia (CNI) advierte del riesgo del deterioro de la seguridad. En teoría, según declaró el 24 de febrero el ministro de Defensa, José Antonio Alonso, las tropas están dedicadas a la “paz, seguridad y reconstrucción civil”. Pero la práctica es otra. Desde 2003, la misión de la OTAN, destinada a ‘la seguridad’ y donde se integra el contingente español (ISAF), convive de forma simultánea con la ‘Operación Libertad Duradera’, encabezada por EE UU y dirigida al combate con los talibanes. Pero los límites entre ambas han ido confundiéndose. Las complicaciones en Iraq llevaron a EE UU a trasladar parte de sus funciones a la OTAN, que ha pasado a mantener combates abiertos con la insurgencia.

A seis años de la invasión, las causas humanitarias quedan en un segundo plano. Más allá de una tímida presencia en el Parlamento, la situación de la mujer apenas ha cambiado. Y de Bin Laden, cuya captura sirvió para justificar la aventura afgana, hace tiempo que no se tiene rastro.


Afganistán fuera de control

Por Roberto Aguirre
APM, 06/03/07

La OTAN anunció el movimiento de tropas más grande desde la invasión en 2001 y continúa alimentado la violencia. Mientras tanto, siguen aumentado los civiles asesinados y la presencia de las milicias talibanes.

A más de cinco años de la invasión, la situación en Afganistán se encuentra cada vez más complicada para Estados Unidos y sus aliados. A contramarcha de cualquier proyecto “pacificador” impulsado por el presidente George W. Bush, la situación en el sur del país árabe se encuentra totalmente fuera de control, y los Talibanes han recuperado posiciones en numerosas partes del país.

Por este motivo, la Organización del Atlántico Norte (OTAN) anunció una espectacular ofensiva, que representa el mayor movimiento de tropas desde que comenzara la invasión en 2001. Según informó el general holandés Ton van Loon, responsable del mando sur de la ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad, bajo órdenes de la OTAN), las acciones se enfocarán en mejorar la seguridad en áreas “donde extremistas del (movimiento) Talibán, narcotraficantes y otros elementos están tratando de desestabilizar al gobierno afgano”.

La denominada “Operación Aquiles”, que involucrará a 4500 soldados de la ISAF y mil efectivos del ejército afgano, será de duración indefinida, y concentrará fuerzas en la provincia de Helmand, uno de los principales centros de cultivo de opio del país árabe.

La nueva ofensiva es motivo suficiente para argumentar que la situación en Afganistán se le escapó de las manos a Estados Unidos. Contrariamente a lo que reflejan muchos medios de comunicación, engranajes fundamentales en la política exterior de Bush, no logró consolidarse un gobierno central serio, y tanto las tropas de la OTAN como la coalición internacional que tienen presencia en el país, nunca pudieron garantizar la seguridad ni menguar la amenaza Talibán. Muy por el contrario, han colaborado a recrudecer la violencia.

Así lo demostraron dos ataques que se cobraron la vida de 19 civiles: esta vez no se trató de atentados efectuados por extremistas, sino por las propias tropas OTAN.

El domingo, diez civiles perdieron la vida al quedar atrapados en una balacera entre las tropas invasoras y supuestas milicias rebeldes. Los altos mandos de la ISAF negaron su responsabilidad y acusaron a las fuerzas internacionales encabezadas por Estados Unidos. Mientras tanto, decenas de testigos afirmaron que los soldados abrieron fuego indiscriminadamente contra la multitud, al tiempo que varios periodistas denunciaron que efectivos estadounidenses obligaron a los cronistas presentes a borrar cintas y fotografías en las que se podían ver víctimas civiles.

Al día siguiente, nueve personas, incluidos tres niños, murieron en un ataque aéreo de las tropas de la OTAN contra presuntos combatientes talibanes al norte de Kabul.

Sólo el año pasado, murieron en Afganistán al menos cuatro mil personas, de los cuales mil eran civiles. Sin embargo, la única respuesta de Estados Unidos, no sólo para este país, sino para todo Medio Oriente, es recrudecer los ataques militares y aumentar de esa forma los focos de violencia.

Asimismo, el narcotráfico se ha convertido en un argumento central para esta operación. La OTAN pretende eliminar los sectores donde se cultiva adormidera, planta de la que proviene el opio, y partir de la cual se fabrica heroína.

Los comandantes que anunciaron este movimiento de tropas, ni los funcionarios de la Casa Blanca quieren reconocer, que el cultivo de opio creció de manera considerable desde la invasión en Afganistán, convirtiéndolo en el primer proveedor de heroína de Estados Unidos. Estadísticas de la propia Fuerza Administrativa de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés), publicadas en diciembre pasado por el diario Sunday Times afirman que el ingreso de narcóticos afganos creció un 50 por ciento desde 2001.

Según el informe, esto se debe a que los campesinos se han visto enormemente afectados por la guerra y la desestabilizad económica, y han recurrido al cultivo de adormidera como medio de subsistencia. Además, es el narcotráfico el que financia a las milicias talibanes, con dinero proveniente directamente de los consumidores estadounidenses, al tiempo que desde Washington, se manejas las rutas del dinero asistemático y la enorme cantidad de droga que ingresa en ese país.

Esto deja en evidencia la enorme hipocresía de la OTAN, que pone como excusa el narcotráfico, cuando son los propios países que la integran sus orquestadores y los mayores consumidores.

Otra de las excusas para la nueva operación de las fuerzas del ISAF en Afganistán es acabar con los intentos de desestabilización del gobierno por parte de las milicias talibanes. Sin embargo, a pesar de la evidente intención de los grupos radicales de derrocar a una autoridad que consideran impuesta, son los propios civiles afganos quienes descreen de su autoridad central.

La creciente corrupción así como la sumisión del presidente afgano, Hamid Karzai a los dictados de la Casa Blanca, cansaron a gran parte de los habitantes del país árabe, que no ven los cambios prometidos luego de la invasión.

A modo de ejemplo, un informe de CorpWatch, ONG que se encarga de vigilar las acciones de las grandes compañías que actúan en la reconstrucción de Afganistán, afirmó el año pasado que las empresas “están embolsando millones de dólares y están dejando a la población cada vez más frustrada y enojada con el resultados". Esto, según el documento, se debe a que la calidad de las construcciones es pésima, mientras las corporaciones que adquieren las concesiones (en su mayoría ex empresas en bancarrota y con probados vínculos con la familia Bush) facturan sumas exorbitantes.

Para corroborar esta situación, un informe de la ONU, publicado en 2006, admite que los avances en la reconstrucción de Afganistán en ese año "no fueron tan rápidos como se esperaba", y agrega que "la confianza del público afgano en sus instituciones y procesos nuevos está siendo puesta a prueba”.

La ofensiva impulsada por la OTAN es él último intento por controlar la caótica situación en Afganistán, al tiempo que la violencia recrudece en gran medida. Esto no es nada extraño si se considera que la depredación es una constante en la política exterior de Bush. Las próximas noticias sobre el país árabe no serán en absoluto alentadoras y, al contrario, contarán las muertes por decenas.