Medio Oriente

 

Cuenta atrás para la guerra de Irán

Por Alain Gresh (*)
El Periódico, 20/05/07
Traducción de Toni Tobella

En silencio, como a hurtadillas y alejada de las cámaras, la guerra con Irán ya ha empezado. Hay muchas fuentes que confirman que Estados Unidos, empeñado en la desestabilización de la República Islámica, ha aumentado sus ayudas a una serie de movimientos armados entre las minorías étnicas azerí, baluchi, árabe y kurda, que conforman casi el 40% de la población iraní.

ABC News informaba el mes de abril de que Estados Unidos había ayudado en secreto al grupo baluchi Jund al-Islam (Soldados del Islam), responsable de un reciente atentado en el que murieron unos 20 miembros de la Guardia Revolucionaria. Según un informe de la American Foundation, comandos norteamericanos están operando dentro de Irán desde el 2004.

El presidente George Bush calificó a Irán, junto con Corea del Norte e Irak, de eje del mal en su discurso sobre el estado de la Unión de enero del 2002. Después, en junio del 2003, dijo que Estados Unidos y sus aliados deberían dejar claro que "no tolerarían" la construcción de un arma nuclear en Irán.

Puede ser interesante recuperar el contexto en que dichas afirmaciones fueron hechas. El presidente Mohamed Jatami había invocado insistentemente un "diálogo entre civilizaciones". Teherán apoyó activamente a EEUU en Afganistán, ofreciendo muchos contactos que Washington utilizó para facilitar la defenestración del régimen talibán.

Durante una reunión celebrada en Ginebra el 2 de mayo del 2003 entre Javad Zaraf, embajador iraní, y Zalmay Khalilzad, enviado especial de Bush a Afganistán, el Gobierno de Teherán presentó una propuesta a la Casa Blanca acerca de negociaciones generales sobre armas de destrucción masiva, terrorismo y seguridad y cooperación económica.

La República Islámica dijo estar dispuesta a apoyar la iniciativa de paz árabe elaborada en la cumbre de Beirut del 2002 y ayudar a transformar el Hizbulá libanés en un partido político. Teherán firmó el Protocolo Adicional al Tratado de No Proliferación de 18 de diciembre del 2003, que refuerza considerablemente los poderes de supervisión de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), pero que solo unos pocos países han ratificado.

La Administración norteamericana ha dejado a un lado todas esas propuestas, ya que su único objetivo ahora es derrocar a los ayatolás. Con el fin de crear las condiciones para una intervención militar, esgrime constantemente la carta de "la amenaza nuclear". Año tras año, las administraciones de EEUU han generado informes alarmistas, que siempre han resultado ser falsos. En enero de 1995 el director de la Agencia Norteamericana de Control Armamentístico y Desarme dijo que Irán podría tener la bomba en el 2003, mientras que el secretario de Defensa, William Perry, predijo que ya tendría la bomba en el 2000. Unas previsiones que fueron repetidas por el israelí Shimon Peres un año después. En cambio, el mes pasado, a pesar de los avances de Irán en el enriquecimiento de uranio, la AIEA consideró que faltan entre cuatro y seis años para que Teherán tenga la capacidad de producir la bomba.

¿Cuál es la verdad? Ya en la década de los 60, mucho antes de la revolución islámica, Irán había intentado desarrollar energía nuclear como preparación para la era pospetróleo. Los progresos tecnológicos han facilitado el paso de aplicaciones civiles a militares, una vez dominados los procesos. ¿Han decidido hacerlo así los líderes de Teherán? No hay indicios que apunten a ello.

¿Existe el riesgo de que puedan hacerlo? Evidentemente, existe por razones obvias.

Durante la guerra Irán-Irak de 1980-1988, el régimen de Sadam Husein, violando todos los tratados internacionales, utilizó armas químicas contra Irán, pero no hubo protestas por parte de EEUU contra esas armas de destrucción masiva, que tuvieron un efecto traumático sobre el pueblo iraní. Hay tropas norteamericanas en Irak y Afganistán, e Irán está rodeado por una red de bases militares extranjeras. Dos de sus países vecinos, Pakistán e Israel, tienen armas nucleares. Ningún líder político iraní podría dejar de darse cuenta de esta situación.

Por lo tanto, ¿cómo debe prevenirse que Teherán adquiera armas nucleares, un paso que desencadenaría una nueva carrera armamentista en una región en situación ya altamente volátil, y asestaría un golpe mortal al Tratado de No Proliferación?

Contrariamente a lo que se suele suponer, el principal obstáculo no es el propósito de Teherán de enriquecer uranio. Irán tiene todo el derecho a hacer eso, según el Tratado de Proliferación Nuclear, pero siempre ha afirmado que estaba dispuesto a imponer restricciones voluntarias a ese derecho y aceptar el aumento de las inspecciones de la AIEA para prevenir cualquier posible utilización del uranio enriquecido para usos militares.

La gran preocupación de la República Islámica está en otra parte. Lo prueba el acuerdo firmado el 14 noviembre del 2004 entre Francia, Gran Bretaña y Alemania, por el que Irán aceptaba suspender temporalmente el enriquecimiento de uranio, al entender que un acuerdo a largo plazo "garantizaba compromisos firmes en temas de seguridad". Washington se negó a esos compromisos e Irán volvió a su programa de enriquecimiento.

La UE decidió no seguir una lí- nea independiente, sino seguir la iniciativa de Washington. Las nuevas propuestas elaboradas por los cinco miembros del Consejo de Seguridad y Alemania en junio del 2006 no contenían ninguna garantía de no intervención en asuntos iranís. En la respuesta de Teherán a las propuestas, entregada en agosto, una vez más "se sugería que las partes occidentales dispuestas a participar en el equipo de negociación anunciaran, en nombre propio y en el de otros países europeos, que aparcaban cualquier política de intimidación, presión y sanciones contra Irán". Solo si se adoptaba este compromiso, se reanudarían las negociaciones.

Y si ese compromiso no se adopta, la escalada será inevitable. La elección de Mahmud Ahmadineyad como presidente en junio del 2005 no ha facilitado el diálogo, visto su gusto por las declaraciones provocativas, sobre todo acerca del Holocausto e Israel. Pero Irán es un país grande, rico en historia y mucho más grande que su presidente. Hay mucha tensión dentro del Gobierno, y Ahmadineyad ha soportado serios reveses tanto en las elecciones locales como en las de la Asamblea de Expertos, en diciembre del 2006. Hay retos de mucha entidad, económicos y sociales, y enérgicas demandas de más libertad, sobre todo de mujeres y gente joven. Los iranís no aceptan ser controlados, y la única carta del régimen para ganar su lealtad es la del nacionalismo, negándose a aceptar el tipo de interferencia militar sufrida en el siglo XX.

A pesar del desastre en Irak, no existen indicios de que Bush haya abandonado la idea de atacar Irán. Forma parte de su visión de una "tercera guerra mundial" contra el "fascismo islámico", una guerra ideológica cuyo final solo puede ser una victoria total. La demonización de Irán, agravada por la actitud de su presidente, forma parte de esta estrategia y puede culminar en una nueva aventura militar, lo que sería un desastre no solo para Irán y el mundo árabe, sino también para las relaciones occidentales, especialmente europeas, con Oriente Próximo.

* Editor de Le Monde Diplomatique.