Turquía

 

Conflictos tras la supuesta división entre laicos e islamistas

Falsas dicotomías en Turquía

Por Antonio Cuesta
Diagonal, 21/06/07

Antonio Cuesta, corresponsal de Prensa Latina en Turquía, desgrana para Diagonal algunas de las claves para comprender la realidad política del país.

Los últimos acontecimientos sucedidos en Turquía han levantado una intensa campaña en los medios occidentales desde la que al actual partido en el Gobierno (Partido de la Justicia y el Desarrollo –AKP–) le están lloviendo todas las culpas de los males que se viven en el país. La elite laica no ha permitido la candidatura para la presidencia ni del actual primer ministro, Recep Tayip Erdogan, ni de su canciller de Asuntos Exteriores, Abdullah Gül. La actuación del principal partido de la oposición (Partido Republicano del Pueblo –CHP–), la connivencia del Tribunal Constitucional y las amenazas del Ejército han impedido momentáneamente que el AKP consiga la jefatura del Estado, en vísperas de unos comicios legislativos que avalarán, casi con seguridad, su reelección.

Sin embargo, la respuesta de Erdogan a ese envite ha sido la modificación constitucional para que la elección del presidente se realice mediante sufragio universal en lugar de por el parlamento, confiando con ello en que sean los votantes, y no los militares, quienes le permitan acceder a la jefatura del Estado. En este sentido, el veto del aún presidente de la República, Ahmet Necdet Sezer, no ha hecho sino alargar un trámite que ahora deberá ser ratificado en referéndum.

En medio de esa lucha por el poder se esconde –bajo la apariencia de un duelo entre laicos e islamistas– una dura pugna sobre qué modelo se impondrá en los próximos años y quién liderará el mismo. Durante décadas la elite del Ejército, de las instituciones del Estado y los partidos políticos del régimen, al amparo del ideario kemalista, han actuado en beneficio propio coartando cualquier atisbo de disidencia o de participación popular. El secularismo en Turquía no propugna la separación entre el Estado y la religión, sino el control del primero sobre la segunda, lo que se ha traducido en la persecución y represión de cualquier supuesta amenaza contra el sistema establecido.

Las tensiones centro-periferia –una burocracia urbana frente a la sociedad rural– se han presentado hasta hoy como la lucha entre modernizadores y conservadores o de laicos contra islamistas. Sin embargo, la sociedad turca, mayoritariamente musulmana, presenta una imagen de sí misma menos polarizada de lo que dan a entender estos análisis. Según un estudio de la Fundación de Estudios Económicos y Sociales de Turquía, una amplia mayoría de los ciudadanos rechaza la idea de que la religión deba desempeñar algún papel en la vida política.

El amigo americano

Desde el 11–S, el país ha vuelto a tomar un destacado papel geoestratégico como fiel aliado de los EE UU y de Israel. La guerra contra Iraq provocó algunas discrepancias con el Gobierno de Ankara, pero en lo fundamental éste ha aceptado las políticas diseñadas por Washington para la región, tanto en lo que hace referencia a la colaboración con el Estado sionista, como su participación en el denominado “diálogo de seguridad energética”, un acuerdo con el que se dará una salida al Mediterráneo de los hidrocarburos procedentes del Caúcaso para obstaculizar las exportaciones de gas y petróleo de Irán y Rusia.

Pero la apuesta más importante del Gobierno de Erdogan sigue siendo el ingreso de Turquía en la UE. El AKP cuenta con un amplio y heterogéneo apoyo social, entre los que se encuentran tanto empresarios musulmanes como descontentos por la corrupción y el desprestigio de la clase política en general. Hasta ahora ha efectuado cuantas reformas le ha permitido el sector laico, pero su alto grado de pragmatismo y su compromiso con el neoliberalismo auguran mayores y más profundas transformaciones que enervarán el ánimo de la elite laica.

El denominado sector kemalista, vertebrado en torno al Ejército, es una amalgama que integra tanto a la corrupta clase política como a importantes sectores de las instituciones del Estado, pasando por un sector de la patronal agrupada en la muy influyente Asociación de Industriales y Empresarios de Turquía. Todos ellos son beneficiarios y socios en el negocio de mantener las actuales reglas del juego en Turquía, y en el provechoso reparto que de ello se deriva. Y son plenamente conscientes de que el camino hacia la UE traerá privatizaciones, recortes de gastos y empleos en el sector público, y una seria transformación en las fuerzas armadas, que afectará tanto a su organización e influencia política como a su papel de actor empresarial de primer orden en la economía.

Lo que hoy se vive en Turquía es un desafío entre dos tendencias burguesas. Si como parece el AKP realmente aspira a cambiar las bases del modelo actual, en pos de una homologación “democrática” por parte de la UE, la oposición utilizará cuantos resortes tenga a su alcance para intentar frenar las reformas y salvaguardar los privilegios que le otorga el actual sistema. El revés momentáneo que ha supuesto la congelación de las conversaciones entre Bruselas y Ankara, lejos de frenar a Erdogan, le ha llevado a redoblar su apuesta, y para ello necesita no sólo una nueva mayoría parlamentaria sino también la presidencia de la República.

Las elecciones de julio desvelarán el camino del país para su futuro cercano. A la sempiterna represión, la dureza de las condiciones laborales y la ausencia de derechos y coberturas sociales ahora habrá que añadir, si gana el AKP, un descomunal programa de privatizaciones que el Gobierno ha decidido aparcar hasta garantizarse una nueva victoria electoral.