Irán - EEUU

 

Deseos imaginarios de neoconservador

Análisis de Gareth Porter (*)
Inter Press Service (IPS), noviembre de 2007

Washington.- El vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, y sus aliados neoconservadores sólo comenzaron a reclamar el uso de la fuerza militar contra Irán cuando llegaron a la conclusión de que no habría un cambio de régimen en Teherán sin recurrir a ella.

No perdieron la ilusión de lograr su objetivo sin desatar una guerra hasta fines de 2005, según una ex alta funcionaria del servicio exterior estadounidense que tomó parte en las negociaciones con Irán desde 2001 hasta esa fecha.

Hillary Mann fue directora para el Golfo Pérsico o Arábigo y Afganistán en el Consejo Nacional de Seguridad en 2003 y luego se desempeñó en el área de planificación de políticas del Departamento de Estado (cancillería).

La clave de la visión sobre Irán de los neoconservadores, observó Mann, era su firme convicción de que una exitosa demostración de fuerza de Estados Unidos en Iraq sacudiría hasta sus cimientos al régimen de Teherán.

Esta certeza fue transmitida por prominentes funcionarios del gobierno del presidente estadounidense George W. Bush, en abril de 2002, a Arnaud de Borchgrave, columnista conservador del diario The Washington Times, a quien le dijeron que "habían decidido volver a dibujar el mapa geopolítico de Medio Oriente".

La doctrina de Bush sobre la acción preventiva, sostenían, "se ha convertido en el vehículo para desplazar del poder a las figuras emblemáticas del eje del mal".

En el escenario imaginado por los neoconservadores, el derrocamiento de Saddam Hussein daría paso a un Iraq democrático, cuya influencia se expandiría por toda la región, "llevando la democracia desde Egipto y Siria hasta los emiratos y monarquías del Golfo Pérsico".

Luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, y bajo la influencia de esa visión, algunos de los aliados de Cheney en el Departamento (ministerio) de Defensa concibieron el objetivo de remover a todos los regímenes de Medio Oriente hostiles hacia Estados Unidos e Israel.

En noviembre de 2001, el general Wesley Clark, quien se había retirado hacía poco de su puesto de jefe del Comando Sur --una de las 10 áreas geográficas en las que el Pentágono divide al mundo, en este caso con sede en Panamá y "jurisdicción" sobre América Latina y el Caribe-- se enteró por otro general sobre el contenido de un memorando del secretario (ministro) de Defensa.

El texto delineaba el objetivo de derrocar siete gobiernos de África y Medio Oriente en un plazo de cinco años.

El plan comenzaba con la invasión de Iraq, a las que seguirían las de Siria, Líbano, Libia, Somalía y Sudán, según relató Clark en su libro "Winning Modern Wars" (Ganando Guerras Modernas), publicado en 2003. El memorando señalaba que la idea era "volver en cinco años y tomar Irán".

Los neoconservadores hablaban en serio acerca de "ir por Siria". Según la revista derechista Insight, en las semanas que siguieron al primer mandoble contra Saddam Hussein, Paul Wolfowitz, arquitecto de la invasión a Iraq --luego presidente del Banco Mundial caído en desgracia-- argumentó sin éxito a favor de aprovechar el supuesto triunfo militar para derrocar al presidente sirio Bashar Assad.

Sin embargo, a pesar de la creencia popular de que los neoconservadores pensaban que "los verdaderos hombres van a Teherán", nadie estaba planteando seriamente en ese momento que Irán debía ser el próximo blanco militar.

En septiembre de 2003, Cheney nombró como su asesor para Medio Oriente a David Wurmser, uno de los arquitectos del plan para derrocar a Saddam Hussein como prólogo de la desestabilización del régimen de Teherán.

Era, además, íntimo amigo y protegido de Richard Perle, quien como funcionario del gobierno de Ronald Reagan (1981-1989) hizo lo imposible para sabotear los acuerdos de desarme entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética, según relata Bob Woodward en su libro "Veil: Las Guerras Secretas de la CIA".

Wurmser estaba convencido de que el régimen del partido Bath en Siria era un obstáculo para un cambio en Irán. Había que deshacerse primero de Saddam Hussein y luego de Assad. Ya había expresado esa idea en 1996, en un memorando al recién elegido primer ministro derechista de Israel, Benjamin Netanyahu, que escribió junto con Perle y Douglas Feith.

En septiembre de este año, cuando ya no era asesor de Cheney, Wurmser declaró al diario británico más conservador, The Daily Telegraph, que seguía creyendo que un cambio político en Siria --por la fuerza, de ser necesario-- desestabilizaría al régimen de Teherán. Su prestigio interno, señaló, sufriría un duro golpe si se demostraba impotente para evitar el derrocamiento del gobierno sirio.

Según Mann, entre 2003 y 2005 Wurmser y los neoconservadores se negaban a aceptar que la ocupación de Iraq por parte de Estados Unidos estaba aumentando la influencia de Irán en lugar de desestabilizarlo.

La ex funcionaria conocía de primera mano su pensamiento, por su contacto en los años 90 con el centro de estudios Instituto sobre Políticas del Cercano Oriente, con sede en Washington.

Mann declaró a IPS que la asombraba escuchar a los neoconservadores decir, incluso en 2005, que la guerra en Iraq iba a desestabilizar a Irán.

En cambio, veían a los reformistas en Irán, liderados por el presidente Mohammed Khatami, como el principal obstáculo para la revolución popular contra los líderes religiosos fundamentalistas.

El experto francés Frédéric Tellier señaló en un ensayo escrito a principios de 2006 que creían que las derrotas en las urnas de los reformistas, en 2003 y 2004, habrían la puerta para un levantamiento popular en Teherán.

En enero de 2005, Cheney dijo que los israelíes podrían atacar las instalaciones nucleares iraníes si llegaban a la conclusión de que Irán contaba con un "significativo poder nuclear". El comentario reveló que no estaba pensando seriamente acerca de una intervención militar de Estados Unidos.

Pero hacia fines de 2005, según Mann, los neoconservadores aceptaron finalmente el fracaso de la guerra en Iraq. Destacó, asimismo, que la victoria en junio de 2005 en las elecciones presidenciales iraníes de Mahmoud Ahmadinejad --representante de un nuevo tipo de nacionalista conservador, con apoyo popular-- significó el canto del cisne para el optimismo neoconservador sobre un cambio político en Teherán.

Mann señaló que aunque nunca descartaron el uso de la fuerza en Irán, los neoconservadores argumentaban que se requería un despliegue menor que en Iraq. A principios de 2006, esta idea ya había sido descartada.

Mientras tanto, Wurmser estaba buscando la oportunidad para proponer un ataque contra Irán. En su entrevista con el Daily Telegraph, insistió en que Estados Unidos debería estar dispuesto a embarcarse en una escalada "que nos lleve tan lejos como sea necesario para derrocar al régimen iraní".

Esa oportunidad pareció aparecer en 2006, luego de la guerra entre Israel y la milicia islámica libanesa Hezbolá, cuando Tel Aviv no logró asestarle un golpe definitivo.

Los neoconservadores alineados tras Cheney argumentaron que Irán amenazaba la posición de Estados Unidos como potencia dominante en la región, a través de sus asociados en la Autoridad Nacional Palestina, Líbano, Iraq y el programa nuclear de Teherán.

Insistieron en que Washington debía tomar como blanco a los comandos de la Guardia Republicana iraní --la fuerza Quds-- en Iraq, incrementar su presencia naval en el Golfo Pérsico o Arábigo y acusar a Irán de colaborar en la muerte de soldados estadounidenses.

Aunque el argumento estaba centrado en la idea de presionar a Irán para que abandonara su programa nuclear, a la luz de los antecedentes parecería que estaban dispuestos a usar el poder militar de Estados Unidos para alcanzar su objetivo inicial de derrocar al régimen de Teherán.


(*) Gareth Porter es historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. "Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam", su último libro, fue publicado en junio de 2005.