Palestina no
se rinde

 

El gueto

Por Adrián Mac Liman (*)
AIS (Agencia de Información Solidaria), 15/07/04

A nadie le ha sorprendido el fallo del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, que declara ilegal la construcción del muro (valla de seguridad, para algunos) que separa Cisjordania del territorio del Estado de Israel. A nadie le ha sorprendido el hecho de que los jueces de la capital holandesa hayan decidido censurar la actuación del Gobierno liderado por Ariel Sharon, recordando que la gigantesca obra “defensiva” – unos 700 kilómetros de cemento y alambradas – constituye una violación flagrante de las normas del derecho internacional. En efecto, el muro, ideado por expertos adscritos a los servicios de seguridad de Tel Aviv, debería… acabar con el peligro terrorista. Señalan los portavoces del ejército hebreo que, desde la separación física de los territorios palestinos de Israel, se ha registrado una importante disminución del número de atentados suicidas perpetrados por “hombres bomba” procedentes de los campamentos de refugiados de Jenín, Nablus o Belén. Una consideración ésta que los juristas de La Haya no parecer tener en cuenta a la hora de proclamar la ilegalidad del muro, de este inusual y poco imaginativo operativo de autodefensa, que tiene una longitud de 700 kilómetros y cuyo coste aproximado asciende a alrededor de 1.200 millones de euros.

El muro, señalan los militares hebreos, sirve ante todo para proteger al 80 por ciento de los asentamientos de Cisjordania. El muro, recuerdan los palestinos, representa un insalvable obstáculo para 230.000 pobladores de Cisjordania, separados de sus familias, sus puestos de trabajo, sus explotaciones agrícolas. El muro, reconoce a su vez la sentencia del Tribunal de La Haya, fue construido merced a la expropiación del 5 por ciento del territorio cisjordano. Pero las autoridades israelíes prefieren hacer oídos sordos a las exigencias del foro internacional; el Gabinete Sharon había advertido de antemano que no tomará en consideración el fallo de los ilustres juristas. Aún así, pocas horas después de la publicación de la sentencia no vinculante emitida por los miembros del Tribunal, las autoridades de Tel Aviv lanzaron las primeras señales de emergencia dirigidas al “gran hermano” estadounidense, cuya diplomacia debería impedir la celebración de un debate político y/o la adopción de una resolución condenatoria en el seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Pero, ¿qué teme Israel? A finales de la década de los 80, durante el período más sangriento de la primera Intifada, el jurista palestino Fayez Abu Rahme contempló seriamente la posibilidad de dirigirse a la ONU para solicitar la condena meramente moral del Estado judío. Sin embargo, al analizar con detenimiento el sino de las decenas de resoluciones sobre el conflicto palestino-israelí aprobadas tanto por el Consejo de Seguridad como la Asamblea General de la ONU, Abu Rahme abandonó su propósito primitivo, confesando que no deseaba presentar “una queja más”, que se sumara a las pilas de papel mojado onusiano.

Conviene señalar que la innegable victoria moral (¿pírrica?) de los palestinos hace pasar en un segundo plano el contundente rechazo del fallo del Tribunal de La Haya por parte de la opinión pública hebrea, que apoya mayoritariamente el proyecto de separación. Curiosamente, vuelven a mi mente los recuerdos de la primera mitad de los años 80, del dramático episodio de Sabra y Chatila. En aquel entonces, los observadores percibían a Israel como un enorme gueto, separado del mundo exterior por un muro de incomprensión y de odio; de un muro edificado por una serie de circunstancias históricas, desfavorables al diálogo y la convivencia. Sin embargo, el aquellas fechas, los habitantes del gueto se conmovieron al descubrir la responsabilidad moral del entonces Ministro de Defensa, Ariel Sharon, en la matanza perpetrada en los campamentos de refugiados beirutíes por las milicias cristianas aliadas de Israel. Los pobladores del gueto se rebelaron contra un gobierno cómplice de asesinatos masivos. Sharon tuvo que abandonar la política e iniciar una larga travesía del desierto. Sin embargo, esta vez, el fallo de la máxima instancia jurídica del planeta fue acogido con la mayor frialdad por la opinión pública israelí. El muro (o valla se separación) se ha convertido también en… un peligroso estado de ánimo. Malos presagios para el cada vez más titubeante e hipotético “proceso de paz”. 

(*) Escritor, periodista y miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Sorbona, París.

 

Volver