Palestina no
se rinde

 

La “likudización” del mundo

Por Naomi Klein (*)
Mundo Árabe, 13/09/04

El presidente ruso, Vladimir Putin, harto de que le asaetearan a preguntas sobre su manera de manejar la catástrofe de Beslan, arremetió contra los periodistas extranjeros el lunes día 6: “¿Por qué no se reúnen con Ossama Bin Laden y le invitan a Bruselas o a la Casa Blanca para iniciar conversaciones?”, les preguntó, añadiendo: “Nadie posee el derecho moral de decirnos que hemos de hablar con asesinos de niños”.

Resta, no obstante, un lugar donde puede hallarse al abrigo de toda crítica: Israel. El mismo lunes, el primer ministro israelí, Ariel Sharon, celebró una reunión con el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, para reforzar los lazos en la lucha contra el terrorismo. Sharon declaró: “Es hora de que el mundo libre, cabal y respetuoso con el ser humano se una para luchar contra esta terrible epidemia”.

Poco puede oponerse a tales razonamientos. La esencia del terrorismo es cebarse en inocentes para promover objetivos políticos. Toda pretensión de quienes perpetran actos de terror en el sentido de que combaten por la justicia no hace más que revelar su absoluta carencia de hipotético fundamento, y conduce de hecho a las atrocidades de Beslan: un plan cuidadosamente trazado para matar brutalmente a cientos de niños en su primer día de colegio.

No obstante, la sintonía y afinidad no dan por sí solos exhaustiva cuenta de la efusión de solidaridad con Rusia que han mostrado esta semana los políticos israelíes. Associated Press citó la declaración de un funcionario israelí, sin decir su nombre, que afirmó que “los rusos comprenden ahora que lo que tienen en su casa no constituye un problema de terrorismo local, sino algo que forma parte de la amenaza terrorista islámica global”.

El mensaje subyacente es inequívoco: Rusia e Israel se hallan enzarzados en la misma guerra. E Israel, como estadista veterano, se arroga el derecho de fijar las reglas de la guerra.

 No es nada raro que las normas sean idénticas a las que Sharon emplea contra la intifada. Su punto de partida es que los palestinos, aunque pueden plantear demandas de tipo político, en realidad sólo persiguen la aniquilación de Israel.

Y, a partir de este convencimiento fundamental, se derivan otros varios. En primer lugar, toda violencia israelí contra los palestinos es un acto de autodefensa, factor necesario para la propia supervivencia del país. En segundo lugar, todo aquel que cuestiona el derecho absoluto de Israel de aniquilar al enemigo es él mismo un enemigo. Y ello es válido en el caso de las Naciones Unidas, de otros dirigentes mundiales y de los periodistas.

No es la primera vez que Israel ha desempeñado este papel de guía y preceptor. El 12 de septiembre del 2001 le preguntaron al ministro de Economía israelí, Beniamin Netanyahu, cómo afectarían los ataques terroristas del día anterior en Nueva York y Washington a las relaciones entre Israel y Estados Unidos. “Es algo muy positivo. Bueno, no quiero decir eso exactamente; lo que quiero decir es que revertirá en una sintonía y comprensión inmediatas”.

Parece comúnmente aceptado que tras el 11-S dio comienzo una nueva era en la geopolítica mundial, caracterizada por lo que se suele denominar la doctrina Bush: guerras preventivas, ataques contra “infraestructuras y bases terroristas” (léase, países enteros) e insistencia en que lo que el enemigo entiende es el empleo de la fuerza. Resultaría más apropiado llamarlo doctrina Likud.

Lo sucedido el 11 de septiembre del 2001 fue que el país más poderoso de la Tierra hizo suya la doctrina Likud, empleada previamente sólo contra los palestinos, para aplicarla a escala planetaria. Llámese a eso likudización del mundo.

Permítanme expresarme con entera claridad: por likudización no quiero dar a entender que las figuras clave de la Administración Bush trabajen en favor de los intereses de Israel a costa de los intereses de Estados Unidos. Lo que quiero decir es que el 11-S George W. Bush buscaba una filosofía política que le orientara en su nuevo papel de presidente en tiempos de guerra. Y se la facilitaron, oportunamente, los apasionados y vehementes likudniks ya cómodamente instalados en la Casa Blanca.

En los tres años posteriores, la Casa Blanca de Bush ha aplicado esta lógica, que cabe calificar de importación, a su guerra global contra el terrorismo. Tal fue la filosofía directriz en los casos de Afganistán e Irak, y es perfectamente susceptible de aplicarse en Irán y Siria.

Lo cierto es que Bush ha concedido a Estados Unidos idéntico papel que Israel se ha atribuido a sí mismo. Según este discurso, Estados Unidos libra una batalla sin fin por su propia supervivencia contra fuerzas profundamente irracionales que persiguen ni más ni menos que su exterminio total.

Y ahora el discurso de la likudización se ha propagado a Rusia. En la misma reunión con la prensa extranjera en Rusia, The Guardian informó de que “Putin afirmó claramente que, desde su punto de vista, la campaña por la independencia chechena constituye la punta de lanza de una estrategia encabezada por islamistas chechenos con ayuda de elementos fundamentalistas extranjeros a fin de socavar los cimientos del sudeste ruso e incluso agitar a las comunidades musulmanas en otras partes del país. ‘Hay musulmanes en el curso del Volga, en Tatarstán y en Bashkortostán. Se halla en juego la integridad territorial de Rusia’, dijo Putin”.

De hecho, se ha producido un auge espectacular de fundamentalismo religioso en el mundo musulmán. El problema es que, según la doctrina Likud, no se nos permite afirmar que el fundamentalismo se genera en países fracasados y sumidos en el desastre, donde la guerra ha destruido sistemáticamente el tejido civil y social, de modo que se ha permitido que las instancias religiosas de las mezquitas hayan empezado a hacerse cargo de todo, desde la educación a la recogida de basuras. Así ha sucedido en Gaza, en Grozny, en Sadr City.

Sharon dice que el terrorismo es una epidemia que no conoce “fronteras ni vallas”, pero la cuestión esencial no es ésa. El terrorismo prospera y florece en el interior de las fronteras ilegítimas de la ocupación y la dictadura; cruza esas fronteras para estallar en el seno de los países responsables de la ocupación y la dominación.

Si queremos ver adónde conduce la doctrina Likud, no tenemos más que mirar en dirección a Israel: un país paralizado por el miedo, un país que adopta políticas desechadas por la comunidad internacional y que niega con furia y frenesí la brutalidad que perpetra a diario. Es un país rodeado de enemigos, en desesperada y patética búsqueda de amigos, una especie que tan sólo cabe caracterizar como el que no pregunta.

Este esfuerzo por vislumbrar nuestro futuro común es la única lección que el mundo necesita aprender de Ariel Sharon.

(*) Periodista y autora de ‘No logo’. Conferenciante en Harvard, Yale y la London School of Economics.

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