Palestina no
se rinde

 

Después de Arafat, ¿Arafat II?

Por Immanuel Wallerstein
La Jornada, México, 09/02/05
Traducción de Ramón Vera Herrera

Mahmoud Abbas fue elegido presidente de la Autoridad Palestina para suceder a Yasser Arafat. ¿Hará esto alguna diferencia? ¿Está más cercana la creación de un Estado palestino? ¿Hay más posibilidades de un acuerdo Israel-Palestina? Muchos esperan eso, pero hay pocas probabilidades.

Desde 2001, cuando hubo nuevos gobiernos en Israel y Estados Unidos, tanto Ariel Sharon como George W. Bush se negaron a entablar contacto alguno con Yasser Arafat. Argumentaron que representaba un obstáculo insuperable para la paz. En efecto, Sharon lo confinó a un virtual arresto domiciliario e intentó evitar que cualquiera de los representantes de otros gobiernos lo visitara (y en gran medida lo logró). Sin embargo, cuando Abbas fue elegido sucesor de Arafat, recibió llamadas telefónicas de Bush y Sharon, felicitándolo. Se levantó entonces la prohibición total de hacer contacto con el líder de la Autoridad Palestina. Ahora, ¿qué? El conflicto Israel/Palestina es uno de esos prolongados conflictos donde cada bando representa un grupo con intereses profundamente opuestos, a tal punto que no hay forma de que ambos puedan lograr sus máximos objetivos. Esto significa que, a menos de eliminar totalmente al otro bando, la única solución es un arreglo político en extremo doloroso. Es por eso que estos conflictos duran tanto.

Hace 20 años, estuve en una reunión en la que se comparaban los conflictos de Israel/Palestina y de Sudáfrica. Dije ser medianamente optimista acerca del primero, pero que en Sudáfrica no había posibilidad alguna de arribar a un arreglo político. Obviamente mi visión era incorrecta. Ocurrió exactamente lo opuesto. Entre principios de 1990 y finales de 1994 se consiguió, de hecho, un arreglo en Sudáfrica. Durante este mismo periodo, el conflicto Israel/Palestina resultó ser mucho más empecinado.

En situaciones así, siempre es útil revisar cuáles son los máximos miedos de cada parte. En el bando israelí, el miedo es que el Estado de Israel sea abolido en su carácter de Estado judío. En el bando palestino, el miedo es que un Estado Palestino viable nunca llegue a crearse. Así, la cuestión es: ¿puede haber una solución que implique dos Estados, donde ambos sean viables y estén dispuestos a vivir en verdadera paz con el otro? En los intentos de los últimos 20 años por arribar a una solución, hay tres aspectos que producen la mayor dificultad: las fronteras entre ambos Estados, Jerusalén y el derecho de retorno de los refugiados palestinos.

El rostro continuo de la violencia no ha sido el obstáculo para una solución; es la consecuencia de la falta de soluciones. Los israelíes han insistido en que debe terminarse totalmente con la intifada antes de negociar, y que la Autoridad Palestina suprima directamente a quienes la continúen. Los palestinos insisten en que el Estado israelí cese su ocupación de las áreas que en teoría están ya bajo la jurisdicción de la Autoridad Palestina, cese la expansión de los asentamientos y libere a los prisioneros. Ningún bando ha cedido en sus demandas, que en efecto están encaminadas a dar pasos hacia negociaciones reales.

No es nada realista que en los conflictos prolongados ambos bandos exijan que el otro se desarme significativamente. Nunca harán esto antes de llegar a una conciliación. Pero un arreglo requiere que los líderes de cada bando sean lo suficientemente fuertes como para atraer a la vasta mayoría de sus simpatizantes en el momento de hacer compromisos dolorosos. Esto fue lo que hizo posible el arreglo en Sudáfrica. Mandela y el Congreso Nacional Africano pudieron asegurar que la gente que representaban aceptara los acuerdos a los que arribaron. Y De Klerk y el Partido Nacional realmente aseguraron que la población blanca y las fuerzas armadas aceptaran tales medidas. Quienes se opusieron fueron marginales.

Esto es exactamente lo que falta en el conflicto Israel/Palestina. Aun si Mahmoud Abbas y Ariel Sharon llegaran a discutir con total buena fe, es bastante dudoso que alguno de ellos pudiera garantizar que sus poblaciones aceptaran algún arreglo por compromiso. La prensa ensalza a Abbas diciendo que es alguien cuyo estilo y perspectiva es diferente de la de Arafat. Estilo, sí; perspectiva probablemente no. Si Abbas, que no era alguien particularmente popular en las encuestas palestinas hace seis meses, ganó con tal facilidad, es porque Fatah -la organización más grande de la lucha palestina- quiso presentar un frente unificado y minimizar cualquier excusa para que Sharon (y Bush) no negociaran. Hamas entró en la jugada, absteniéndose de la elección, por las mismas razones.

Pero Abbas tiene corta la traílla. Debe producir resultados serios, y con prontitud. Para los palestinos, eso significa que debe lograr la creación de un Estado en la Franja de Cisjordiana, en Gaza y en Jerusalén oriental (o casi en todas esas zonas). Debe ser un Estado con plena soberanía. Y debe obtener alguna concesión sobre el derecho de retorno de los refugiados, aunque sea mínima. Por supuesto, esto es exactamente lo que Arafat intentaba. No pudo lograrlo, pero continuó teniendo el crédito de ser el líder histórico del movimiento palestino, de ser alguien que siempre lo intentó. Abbas, pese a ser militante de Fatah desde el principio, y ser desde hace mucho un líder importante, no es Arafat y no puede depender de su gloria.

Sharon construyó su carrera oponiéndose a entregar a los palestinos la mayor parte de la Franja de Cisjordania y Jerusalén oriental, y nunca jugó con la idea de reubicar a los refugiados, ni siquiera simbólicamente. Es evidente que su traílla es todavía más corta que la de Abbas. Aunque desde el punto de vista palestino, su plan de una retirada unilateral de Gaza sea, a lo sumo, una concesión menor, en Israel este plan enfrenta una fiera resistencia. Y no parece factible que pueda conseguirlo. La idea de que pueda llegar acceder a unas fronteras de un Estado Palestino que incluyan toda la Franja de Cisjordania y el Jerusalén oriental, desafía la lógica política del momento.

Así que, ¿dónde estamos? Tal vez ocurran algunas vagas negociaciones que no llegarán a ningún lado. Sharon continuará insistiendo en que Abbas arreste a todos aquellos que se involucren en actos de violencia. Abbas se negará a hacerlo, y limitará sus esfuerzos a intentar persuadir a Al Aqsa, Hamas y a otros a que se comprometan a un tregua indefinida. Cuando esto no se logre, y no es probable lograrlo, Sharon comenzará a acusar a Abbas de ser Arafat II. O si Abbas no hace lo que quiere Sharon, en vez de conseguir un Estado para los palestinos, cuyas fronteras sean aceptables, perderá la legitimidad perentoria con que cuenta y se quedará aislado de su pueblo.

Una intervención externa es una quimera. La única potencia que puede intervenir es Estados Unidos, y el gobierno de Bush no quiere un rompimiento de tal magnitud con Sharon. Y esto se debe a muchas razones, entre las cuales -y no es la menor- está la fuerza al sionismo cristiano entre los simpatizantes de la derecha cristiana del gobierno de Bush.

Por supuesto, los milagros ocurren de vez en vez. Y se supone que la Tierra Santa es el locus de los milagros. Pero un análisis político secular de la situación no da pie a grandes esperanzas por el momento. Después de Arafat, casi es seguro que llegue Arafat II.

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