Palestina no
se rinde

 

Refugiados palestinos en Líbano

Por Pepa Suárez
Correo de Andalucia, 28/11/04
Reproducido por Mundoarabe.org, 10/02/05

Unos 400.000 palestinos viven refugiados en Líbano. Fueron expulsados de su tierra por los israelíes en 1948. Sufrieron la guerra civil de Líbano donde fueron perseguidos por los israelíes, las milicias libanesas y el movimiento Amal. Hacinados en 12 campos distribuidos por todo el país, estos palestinos viven por debajo del nivel de pobreza. A diferencia de sus compatriotas refugiados en Siria o Jordania, no disfrutan de los derechos sociales del país que los acoge. Su único objetivo es volver a su tierra.

Sanaa Elhusein tiene 36 años. Vive en el campo de refugiados de Chatila situado en el distrito Al Gubairi de Beirut bastión del partido chii Hezbollah. Sus padres llegaron a Líbano en 1948. Tuvieron que huir cuando los israelíes los echaron de su casa situada en Majd Alkumm cerca de Acca al norte de Palestina, coincidiendo con la creación del estado de Israel por parte de NNUU. Todos los antepasados de su padre vivieron siempre en esa zona. Allí se quedó su tío, que desde entonces sufre la represión israelí. Las tierras de la familia fueron confiscadas mediante la Ley de los ausentes, un instrumento que permite a los israelíes quedarse con las tierras que están “abandonadas” después de expulsar a los palestinos. Su padre tenía 10 años cuando llegó a Líbano como refugiado y Sanaa nació en Chatila, campo al que afirma sentirse muy apegada a pesar de todos los sufrimientos porque es donde ha vivido toda su vida. Pero tiene un sueño: poder vivir en la tierra de sus antepasados.

Es mediodía en Chatila y el ajetreo en la pequeña calle principal, lleno de minúsculos y precarios comercios, es frenético. Un hervidero de gente intenta cruzar la calle sorteando los desvencijados automóviles. El ruido del claxon de los autocares se mezcla con los gritos de los niños jugando y con la música árabe de moda que se baila en las discotecas de los barrios ricos de Beirut. El penetrante olor producto de la contaminación, comida con especias y aguas fecales se hace insoportable bajo un sol de justicia. En contraposición, el interior del campo es un laberinto de angostos y oscuros callejones, donde apenas pueden cruzarse dos personas. Los pequeños y abigarrados bloques de pisos, construidos por sus propios habitantes, no dejan pasar ni un solo rayo de luz solar, tapándose las ventanas unos a otros. Las viviendas son pequeños habitáculos insalubres sin ventilación y sin luz donde se hacinan familias de hasta 15 miembros. Disponen de electricidad dos horas al día y no tienen agua corriente. Así viven más de 12.000 palestinos en Chatila.

Si Sanaa, que es licenciada en Ciencias Sociales y Políticas gracias a la ayuda de la cooperación internacional, quisiera mejorar su situación personal lo tendría muy difícil. No puede trabajar ni comprarse una casa fuera de Chatila porque no es libanesa. Ella, como los 400.000 palestinos que viven en Líbano, reivindica su nacionalidad palestina. Y los sucesivos gobiernos de Líbano se han escudado en esta exigencia para privarlos de todos los derechos sociales y civiles, como afirma Talal Salman, director del periódico progresista libanés As-Safir.

Las razones más profundas por las que Líbano deniega sistemáticamente cualquier derecho a los refugiados, a diferencia de los países vecinos, como Siria y Jordania, son tan variadas como complejas. Una de ellas tiene que ver con el delicado mosaico de sectas que componen la sociedad libanesa, donde predominan, por un pequeño margen, los musulmanes suníes, sobre los cristianos. La nacionalización de los palestinos, que son casi el 12% del total de la población libanesa, supondría desnivelar la balanza en detrimento del sector cristiano, en un país donde los partidos representan a sectas confesionales. Otras tienen que ver con los procesos de Paz en Oriente Medio que se han llevado a cabo, y que el gobierno libanés ha tomado como excusa, para no dar una respuesta a la calamitosa situación que sufren los palestinos, justificando razones de no interferir en los acuerdos. Pero todo son pretextos, como afirma Wafa Elyassir, portavoz del Foro de Coordinación de ONGs palestinas que trabaja para los refugiados.

Lo cierto es que, privados del acceso al trabajo, sanidad y educación, los refugiados palestinos viven sumidos en la pobreza, dependiendo de la ayuda internacional. La UNRWA (organismo de NNUU para las obras y el auxilio de los refugiados palestinos), estimó en 1992 que el 60% de los refugiados vivían por debajo de la línea de pobreza. Y sin embargo, este organismo presenta desde hace algún tiempo una reducción drástica de sus servicios y proyectos. Las restricciones llegaron también desde la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) organismo del que dependen políticamente los refugiados palestinos y que cortó sus ayudas económicas a la mayoría de los campos. En esta situación, las ONGs palestinas, subvencionadas por la ayuda europea y árabe intentan como pueden cubrir algunos servicios de educación y salud.

ABu Yaman, de 66 años de edad, vive en Chatila con sus 15 hijos y su mujer que es siria. Su casa tiene dos habitaciones y trabaja en un taller reparando viejos automóviles. Padece una dolencia ocular que le impide ver por su ojo derecho. Necesita una operación y la UNRWA no puede financiársela porque sólo atiende los casos más graves. “Una operación de corazón cuesta 6000 dólares, de los cuales la mitad los paga la agencia humanitaria, pero no hay un palestino en los campos que pueda pagar la otra mitad”, añade Abu.

A la casa de Abu también llegó la tragedia que sufrieron los palestinos durante la guerra civil libanesa que duró 15 años, en el período comprendido entre 1975 y 1990. En 1986 los guerrilleros de Amal, grupo libanés chií que por aquella época estaban enfrentados a los palestinos, prendieron fuego a una pequeña fábrica donde trabajaban sus dos hijos mayores. Yaman y Alí murieron carbonizados. Sus fotos cuelgan en la pared más visible del comedor de la casa. Esta familia es una superviviente de la tristemente célebre matanza de Chatila de 1982 que perpetraron las milicias libanesas en connivencia con el ejército israelí. En aquella ocasión, Abu y su familia pudieron esconderse en un pasadizo subterráneo que habían construido los guerrilleros palestinos. Sólo hirieron a una de sus hijas que pudo recuperarse con el tiempo.

El campo de Badawwi está situado a orillas del mediterráneo, al norte del país, cerca de la ciudad de Trípoli. Fue creado en 1950 para albergar a la avalancha de refugiados que llegaban de la diáspora. Comenzaron a vivir en tiendas de campaña y a medida que pasaban los años la población fue aumentando. Algunos de sus habitantes emigraron a los países del Golfo y las remesas de divisas que enviaban fueron aprovechadas por los refugiados, junto con las ayudas de la UNRWA, para construir pequeños habitáculos que los protegiera del frío y del intenso calor. Hoy día Badawwi, es una pequeña localidad donde se apiñan 16.200 habitantes que ya no dispone de espacio para construir para las nuevas generaciones, y donde el cementerio musulmán llega a las puertas de las casas.

Nizar Abdel Haleem tiene 22 años y nació en Badawwi, en el seno de una familia de 10 miembros. Su padre, que está enfermo, se gana la vida haciendo trabajos esporádicos de enfermería. Y Nizar trabaja para la ONG NISCVT (Institución Nacional para Actividades Sociales y Formación Profesional) organizando actividades culturales para los jóvenes del campo. Son los únicos dos miembros de la familia que aportan ingresos. Nizar explica que cuando se case construirá un apartamento encima de la casa de sus padres.

Pero a la privación de los derechos civiles, se le une la prohibición de edificar nuevas viviendas. Por ello, cuando llegue el momento de construir su propio hogar, Nizar tendrá que introducir en el campo, de forma clandestina, los materiales necesarios y construir de noche. Y para ello tendrá que burlar la vigilancia del ejército libanés que rodea el campo.

Abu Hisham, secretario general del comité popular de Badawwi se pregunta a sí mismo por el futuro de las nuevas generaciones. “La UNRWA gestiona una escuela de primaria, pero no es suficiente y hay que hacer turnos de mañana y tarde. Tampoco hay espacio para actividades extraescolares. Pero ¿qué va a ser del futuro de nuestros hijos si no pueden trabajar aunque estudien?”. Y continúa en su reflexión, “Las personas que tienen cáncer no pueden tratarse con quimioterapia porque es muy caro y la UNRWA no cubre todo el tratamiento, y los pacientes que necesitan tratamiento de diálisis les cuesta 1200 dólares al mes que no pueden pagar, ¿cómo puede ocurrir esto en pleno siglo XXI?”.

La ONG palestina NISCVT tiene presencia en 9 campos de refugiados y una oficina general con un centro médico en Beirut. Su coordinador Kassem Aina explica que en el centro de Badawwi atienden a 85 familias con problemas sociales y sanitarios y a 184 niños. La red asistencial de esta ONG abarca actuaciones culturales, sociales, educativas y sanitarias. Trabajan todos los días de la semana, incluidos los meses de verano. También atienden a niños que repiten curso y no pueden seguir en las escuelas de la UNRWA. Y así unas catorce ONGs palestinas, además de otras extranjeras intentan paliar las carencias de todo tipo.

A pesar de las dificultades la vida sigue en los campos palestinos y, generación tras generación, corre la memoria histórica de una tierra a la que se aferran y que está presente en las escuelas y en los ratos ociosos de cada familia. Mientras oscurece en Beirut y la orilla del Mediterráneo se ilumina, una anciana musita desde Chatila: “Palestina es nuestra”. Y después de una pausa prosigue: “Palestina es de todos”.

Algunos datos de interés

-Desde 1991 los refugiados están excluidos de los acuerdos de paz entre la OLP (Organización para la liberación de Palestina) e Israel.

-Entre 1974 y 1987 las dos terceras partes de la población palestina había sido desplazada a la fuerza de los campos de refugiados por ataques israelíes. Y más de 35.000 personas se quedaron sin hogar permanente.

-Según la OMS (Organización Mundial de la salud) el saneamiento y la eliminación de los excrementos en los campos representa una amenaza para la salud pública.

-Los vertidos de residuos sólidos causan infecciones debido a la presencia de insectos y roedores.

-El 50% de los niños asisten a la escuela primaria. Y el 17% de niños asisten a la secundaria.

-La tasa de mortalidad es de 30 a 40 niños por cada 1000 nacidos.

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