Palestina no
se rinde

 

EEUU e Israel deben hablar con un partido islamista que rechaza el consenso internacional como ellos

La “promoción” de Hamás

Por Noam Chomsky (*)
El Periódico, 11/02/06

La victoria electoral de Hamás es ominosa, pero lamentablemente comprensible a la luz de acontecimientos recientes. Es enteramente justo describir a Hamás como fundamentalista, extremista y violenta, y como una seria amenaza a la paz y a un acuerdo políticamente justo. Pero es útil recordar que, en aspectos importantes, Hamás no es tan extremista como otras organizaciones. Por ejemplo, Hamás declara que estará de acuerdo con una tregua sobre la base de la frontera internacional reconocida antes de junio de 1967. La idea es totalmente ajena a Estados Unidos e Israel, que insisten en que cualquier salida política debe incluir la ocupación israelí de partes substanciales de Cisjordania y de las colinas del Golán.

Hamás ganó combinando una fuerte resistencia contra la ocupación militar con la creación de organizaciones sociales para servir a los pobres, una plataforma y una práctica que probablemente haría ganar votos en cualquier lugar. Sin embargo, para la Administración de Bush, la victoria presenta otro obstáculo para el programa de difusión de la democracia, denominado oficialmente Promoción de la democracia.

La posición de Washington en las elecciones en Palestina ha sido coherente. Éstas estuvieron suspendidas hasta la muerte de Yasir Arafat, que fue recibida como una oportunidad para hacer realidad la visión de Bush de un Estado palestino democrático, un pálido y vago reflejo del consenso internacional en favor de dos estados –israelí y palestino–, que Estados Unidos bloquea hace 30 años.

En un análisis publicado en The New York Times poco antes de la muerte de Arafat, A la espera de que la democracia reemplace a un icono palestino, Steven Erlanger escribió: "La era posterior a Arafat será la última prueba de un artículo de fe norteamericano por antonomasia: que las elecciones proveen de legitimidad incluso a las más frágiles de las instituciones". En el párrafo final leemos: "Sin embargo, la paradoja para los palestinos es rica. En el pasado, la Administración de Bush se resistió a nuevas elecciones legislativas en Palestina. La idea en aquel momento fue que las elecciones mejorarían la imagen de Arafat, le darían un mandato renovado y podrían ayudar a dar credibilidad y autoridad a Hamás". Un inciso: el "artículo de fe por antonomasia" es que las elecciones son buenas en la medida en que los resultados son adecuados.

El problema tiene un equivalente reciente. En Irak, la reivindicación masiva no violenta obligó a Washington y Londres a permitir las elecciones que habían tratado de bloquear con una serie de planes. El esfuerzo posterior para subvertir unas elecciones no deseadas, otorgando ventajas substanciales al candidato favorito de la Administración y expulsando a los medios de comunicación independientes, también fracasó.

En Palestina, Washington recurrió también a formas típicas de subversión. El mes pasado, The Washington Post informó que la Agencia para el Desarrollo Internacional, dependiente del Gobierno de Estados Unidos, se transformó en un "conducto invisible" para "incrementar la popularidad de la Autoridad Palestina ante unas elecciones cruciales en las cuales el partido gobernante enfrenta un serio desafío por parte del grupo islámico fundamentalista Hamás". Y The New York Times informó: "Estados Unidos gastó alrededor de 1,9 millones de dólares, de los 400 millones anuales en ayuda a los palestinos, en docenas de proyectos urgentes, antes de las elecciones de esta semana para reforzar la imagen de la facción gobernante de Al Fatá ante los votantes, y fortalecerla ante su rival Hamás".

Como es normal, el Consulado de Estados Unidos en Jerusalén oriental le aseguró a la prensa que los ocultos esfuerzos sólo intentaban "mejorar las instituciones democráticas y apoyar a los participantes demócratas, no sólo a Al Fatá". En Estados Unidos o en cualquier otro país occidental, una insinuación sobre este tipo de interferencia destruiría a un candidato, pero la arraigada mentalidad imperial hace legítimas en cualquier otra parte estas medidas de subversión de las elecciones.

Sin embargo, el intento falló rotundamente. Los gobiernos de Estados Unidos y de Israel tienen ahora que acomodarse a negociar de algún modo con un partido islámico fundamentalista, que coincide con ellos en su tradicional rechazo del consenso internacional. El compromiso formal de Hamás de "destruir Israel" empareja a la organización con Estados Unidos e Israel, que prometieron que no habría ningún Estado palestino (aparte de Jordania), hasta que ambas naciones suavizaron parcialmente en los últimos años su posición de rechazo total, y aceptaron un miniestado formado por fragmentos de lo que quede sin ocupar después de que Israel se apropie de la parte de Palestina que desea.

Simplemente, como conjetura, imagine el lector por un momento una inversión de las circunstancias que se dan ahora: que Hamás permitiese a los israelís vivir en cantones desparramados, inviables, en la práctica separados unos de otros, y en alguna pequeña parte de Jerusalén, mientras que los palestinos construyeran enormes asentamientos y proyectos de infraestructura para apoderarse de las tierras y los recursos valiosos. Y que, al mismo tiempo, Hamás aceptara llamar a los fragmentos Estado. Si se hicieran propuestas para esta empobrecida forma de Estado, los norteamericanos nos sentiríamos horrorizados. Pero con ese tipo de propuesta, la posición de Hamás sería esencialmente igual a la de EEUU e Israel con Palestina.


(*) Profesor de Lingüística del Instituto Tecnológico de Massachusetts y autor de “Hegemonía o supervivencia. La estrategia imperialista de EEUU” (Ediciones B).