Palestina no
se rinde

 

Reordenando el siglo XX

Allegro, non Troppo

Por Gilad Atzmon
Rebelión, 29/03/06
Traducido por Sinfo Fernández y Ulises Juárez Polanco. Revisado por Caty R.

“Digo esto como hijo de un padre alemán nacido judío que escapó a tiempo. Mi madre no pudo. Lo digo como niño alemán medio judío a quien perseguían en un patio de recreo británico y de quien se mofaban con la frase ‘no es sólo alemán, es judío’. Un insulto doble. Pero digo esto también como sacerdote cristiano que comparte la culpa histórica de todas las iglesias. Todos los cristianos comparten una herencia sangrienta.” Paul Ostreicher – The Guardian, 20/02/06 (Paul Ostreicher es capellán en la Universidad de Sussex).

“¿Qué sucede con la libertad de expresión cuando se mete por medio el anti–semitismo? Que entonces no es libertad de expresión. Entonces es un crimen. Hasta ahora, cuando se insulta al Islam, determinados poderes sacan a colación el tema de la libertad de expresión.” Amr Mussa, Secretario General de la Liga Arabe.

“Hay un mito acerca de que nosotros amamos la libertad y otros no: que nuestro apego a la libertad es producto de nuestra cultura; que la libertad, la democracia, los derechos humanos, el imperio de la ley son valores usamericanos, o valores occidentales… Nuestros valores no son valores occidentales, son los valores universales del espíritu humano.” Tony Blair, discurso enunciado en una sesión conjunta del Congreso de EEUU, verano de 2003.

Quizá Tony Blair se haya pasado un tanto; es posible que la libertad, la democracia y los derechos humanos sean ‘los valores universales del espíritu humano’. Pero tienen muy poco que ver con la filosofía y prácticas reinantes anglo–usamericanas y occidentales.

En la Bahía de Guantánamo hay personas detenidas desde hace ya tres años sin haber sido acusadas de crimen alguno. Si se descendiera hasta el Primer Ministro Blair y su infame proyecto de ley antiterrorista, se extendería también a los supuestos enemigos del pueblo británico pasar hasta tres meses tras las rejas sin ser acusados de nada. Si la libertad es en efecto un gran valor ‘universal’ del espíritu humano, Blair y Bush deben de tener unos conocimientos muy limitados acerca de ese espíritu.

De todas formas, el artículo que expongo a continuación no trata en realidad sobre Blair o Bush; es acerca del, en gran manera, decepcionante discurso occidental. Es sobre la gente que pretende saber lo que son, sobre todo, el espíritu humano y la universalidad. Es sobre una visión del mundo que se dedica a silenciar a los otros, por no decir que a asesinar en nombre de la ‘libertad’, de la ‘universalidad’ y del ‘humanismo’. Es una búsqueda dentro de la genealogía del pomposo y emergente discurso liberal ‘judeo–cristiano’. Es una reconstrucción de la ideología política occidental y su engañosa noción del pasado.

Lo personal es político

De manera bastante ostensible, el argumento político anglo–usamericano va tomando gradualmente la forma de un llamamiento pornográfico a la empatía de uno. Se sustenta en una distribución de historias esporádicas de sufrimiento personal. Una vez que Blair o Bush sienten la urgencia de arrasar un país árabe, todo lo que tienen que hacer es proporcionar a sus compasivos medios de comunicación una serie de dolorosos relatos personales que una voz disidente exiliada expone, de forma voluntaria y entusiasta, compartiendo con nosotros horribles detalles gráficos acerca de sus problemas en su patria. En la mayoría de los casos, estamos predispuestos de forma instantánea a que se produzca una intervención militar y corremos a alinearnos detrás de nuestros gobiernos elegidos democráticamente, facilitándoles el mandato, a nivel colectivo, para matar en nombre de la libertad y la democracia.

Como suele suceder, un determinado relato personal que no ha sido siquiera verificado o validado, puede convertirse fácilmente en un sumario legal sobre un país, sus dirigentes, una cultura, un pueblo e incluso un género entero. Aparentemente, la frase ‘lo personal es político’ sirve de eficaz y polémico aparato político. Mientras que los políticos occidentales anteriores a la II Guerra Mundial trataban hacernos creer que la política debía trascender más allá de lo personal y verse como algo contingente, dentro del discurso político occidental posterior a la Segunda Guerra Mundial, con tal de que sirva a los objetivos de la hegemonía occidental, lo personal no es nada más que político.

Como sabemos, fueron las diferentes redes feministas usamericanas las primeras en pedir la guerra contra los talibanes, extendiendo los relatos personales de algunas mujeres afganas maltratadas. Conscientemente o no, estaban haciendo el trabajo preliminar de la guerra de Clinton y Bush contra el Islam. De forma similar, fueron los relatos personales de los gaseados kurdos de Halabya los que sirvieron para preparar a la ‘comunidad internacional’ para la guerra contra Saddam. Fueron los relatos personales de los supervivientes judíos tras la Segunda Guerra Mundial los que justificaron retrospectivamente los brutales bombardeos por saturación anglo–usamericanos de ciudades alemanas hacia el final de aquella guerra.

En el pasado, sugerí una toma de postura filosófica escéptica sobre las narrativas personales a la luz de la crítica hermenéutica de Heidegger de la Fenomenología de Husserl [1]. Sin embargo, en el documento presente me comprometeré a mí mismo con cuestiones referentes a la política del cambio mismo de lo personal a lo político.

Actualmente, nuestro compromiso político viene en gran parte determinado por nuestra reacción ante la narrativa personal. Ya sea la historia personal de una víctima femenina de violación o el relato gráfico detallado de un residente exiliado de Halabya, el sujeto occidental está ahora adecuadamente adiestrado para reaccionar política y correctamente ante cualquier relato personal determinado. En términos metafísicos, el ciudadano occidental se las ha arreglado para sobreponerse y resolver el viejo problema de la iniciación; ahora es un experto y deduce fácilmente una regla política general de un cuento muy singular. No es extraño, los seres humanos tendemos a generalizar. En términos metafísicos, hemos aprendido a evitar las dudas que tienen que ver con nuestras tendencias generales.

Pero en realidad es algo ligeramente más profundo: el cambio de lo personal a lo político permite al sujeto occidental considerarse a sí mismo como parte integral de un orden cósmico ‘universal’, ‘liberal’ y ‘humanista’; colectivamente reacciona ‘humanamente’ como una ‘sola voz’. Efectivamente, la sensación de empatía que detectamos dentro de nosotros mismos cuando nos enfrentamos a un traumático relato personal supone una eficaz herramienta manipuladora utilizada bastante a menudo por nuestros dirigentes democráticamente elegidos.

Auschwitz, el Mensaje

Al menos históricamente, fue dentro del discurso judío posterior a la Segunda Guerra Mundial, tanto de sionistas como de anti–sionistas, donde se pudo detectar con facilidad una clara tendencia a presentar lo personal como político. Por extraño que pueda parecer, el discurso judío tanto de la derecha como de la izquierda corrobora su argumento al politizar las historias personales de Auschwitz. [2]

Después de todo, no es tan sorprendente. Auschwitz efectivamente es una historia de muchos seres humanos singulares que son explotados y reducidos a la condición de animales debido a sus preferencias sexuales, creencias políticas y, por supuesto, orígenes étnicos o raciales. Sí, fueron los relatos personales contados por los prisioneros liberados de los campos quienes transformaron la II GM del capítulo histórico y la visión ideológica que suponía en una mera ‘narrativa política’, sin llegar a conformarse como sólido argumento político.

Al menos políticamente, es ‘el mensaje de Auschwitz’ el que proporciona (falsa) legitimidad al gobierno israelí para arrojar bombas sobre atestadas áreas urbanas palestinas. Al fin y al cabo, después de Auschwitz, los judíos están ahora “autorizados a defenderse”. Es el mensaje de Auschwitz el que autoriza también a Norman Finkelstein, un hijo de padres supervivientes del Holocausto, a decir que tiene que emitir y recibir comentarios basados en este hecho. Con mucha frecuencia, Finkelstein utiliza su experiencia muy personal como núcleo de legitimidad. Pero entonces, pensando sobre ello, si Finkelstein es efectivamente un erudito académico que presenta un sólido argumento, y estoy totalmente convencido de que lo hace, entonces debemos poder abordar sus argumentos sin hacer ninguna referencia a sus antecedentes familiares. Deberíamos poder tratar académicamente sus ideas a pesar de su especial biografía. De forma similar, es algo bastante sospechoso adoptar una motivación moral, en nombre de Auschwitz, para matar inocentes. Como todos sabemos, no fueron los palestinos quienes enviaron a los judíos europeos a los campos de concentración en Polonia. Dentro de la espesa neblina invocada por el trauma personal, no hay muchos que sugieran a los judíos que se rediman a sí mismos del personal discurso traumático de la justificación. Tal sugerencia es considerada en ocasiones como una forma de negación del Holocausto que supone graves implicaciones legales.

Pero en realidad, no son sólo los judíos quienes están capitalizando ‘el mensaje de Auschwitz’. A la sombra de ese mismo mensaje los usamericanos se justifican a sí mismos por matar millones de civiles inocentes en nombre de la democracia y la libertad. Como veremos a continuación, ‘el mensaje de Auschwitz’ está ahora profundamente enraizado en el corazón de la noción anglo–usamericana sobre democracia y pensamiento liberal.

A primera vista, parece como si el sujeto occidental liberal estuviera entrenado para creer que es la lección de Auschwitz la que nos autoriza a todos a cimentar lo político en lo personal. De esta forma, realmente no es una coincidencia que la narrativa oficial del Holocausto se haya convertido en la tarjeta de acceso en el discurso anglo–usamericano o incluso en el discurso occidental. Por consiguiente, no es realmente una coincidencia que los santuarios del Holocausto estén ahora brotando como champiñones por todas partes en cada capital importante de occidente. Por ejemplo, en el Reino Unido, una exposición permanente del Holocausto ocupa gran parte del Museo de Guerra del Imperio. Está claro que el Holocausto judío tiene muy poco que ver con la percepción general de la Historia del Imperio Británico. En realidad el Imperio tiene muchos otros Shoahs (Holocaustos) no judíos por los que rendir cuentas. En efecto, el absurdo es aún mayor, no hay que olvidar que fue precisamente el Imperio Británico quien fue totalmente reacio a ayudar a escapar a los judíos europeos de su destino maldito. Fue Lord Bevin en el Documento Blanco de 1939 quien impidió que los judíos emigraran a Palestina cuando el peligro se hacía evidente para sus vidas. Fue la Real Fuerza Aérea la que repetidamente desestimó la necesidad de bombardear Auschwitz. Tenemos buenas razones para asumir que la decisión británica de capitalizar Auschwitz y la narrativa del Holocausto judío es más bien un movimiento político perfectamente calculado.

Hace unos cuantos años, un memorial del Holocausto abrió sus puertas en Washington, sin embargo es muy difícil tapar el hecho probado de que Roosevelt hizo muy poco por ayudar a los judíos europeos durante la guerra. La administración usamericana no cambió sus leyes sobre inmigración durante 1933–45 para impedir una llegada masiva de judíos europeos hacia EEUU. De nuevo, tenemos una muy buena razón para sospechar que la decisión usamericana de capitalizar Auschwitz y la narrativa judía sobre el Holocausto están ahí para servir a una causa muy específica. Dejadme decirlo, esa causa no es per se una causa histórica, de hecho está ahí para socavar el pensamiento histórico y tapar algunos hechos decisivos perfectamente probados.

Auschwitz es indudablemente una historia espantosa de abuso total de los derechos humanos por parte de un Estado soberano. Es verdaderamente un relato funesto sobre la violación de la libertad humana. Auschwitz es la historia de la violación absoluta de los derechos más fundamentales, Auschwitz es, desde luego, una historia de terrorismo estatal, y considerando el hecho de que los anglo–usamericanos se presentan a sí mismos como los guardianes de la libertad humana, no es sorprendente que Auschwitz se estableciera con facilidad dentro del núcleo del pensamiento político y cultural de habla inglesa. Quizá esto explica también por qué más que ser un suceso histórico, Auschwitz se ha convertido en un argumento político asentado sobre una colección de relatos personales gráficos y biográficos. En algunos países europeos, Auschwitz ha devenido en la actualidad en una lista legalmente precintada de prohibiciones y leyes que han sido establecidas para impedir cualquier posible escrutinio histórico. Desgraciadamente, el Holocausto y la II Guerra Mundial están ahora cubiertos con una densa nube de humo cuasi moral que bloquea cualquier tratamiento serio de los hechos, bien sea de forma académica o artística.

Auschwitz y el Holocausto se consideran ahora fundamentalmente en términos políticos. Auschwitz está determinando la visión occidental de la historia, así como la visión de cualquier futuro posible. Además, ‘el mensaje de Auschwitz’ se mantiene como un mediador perspicaz y un guardián de cualquier posible ideología política occidental. A menos que reconozcas y apruebes la forma en que se considera Auschwitz, no serás aceptado. En caso de que no sepas de lo que estoy hablando, puedes preguntarle al presidente iraní, seguramente él te puede contar algunas cosas más sobre el tema.

Ni que decir tiene que la visión del ‘suceso histórico de Auschwitz’ está totalmente determinada por ‘el mensaje de Auschwitz’. Es decir, en la actualidad se deniega totalmente cualquier acceso académico a los aspectos judaizantes de la II Guerra Mundial. Además, a menos que uno apruebe y repita la narrativa oficial del Holocausto, uno puede encontrarse a sí mismo encerrado tras las rejas. Eso fue lo que les sucedió últimamente a tres revisionistas –de derechas– de la historia, que se atrevieron a sospechar de la narrativa oficial de Auschwitz. Sin hacer caso a lo que ellos tengan que decir, aceptes o no sus puntos de vista, es bastante alarmante la idea de encerrar a la gente sólo por intentar plantearse nuestra visión del pasado. En realidad, parece que hemos fracasado totalmente al interiorizar la lección más esencial de la guerra contra el Nazismo. Utilizar un control policial para el pensamiento es exactamente lo que hace el totalitarismo. Bloquear un revisionismo histórico supone convertirse en un nazi y la razón es sencilla: si Auschwitz es efectivamente una historia de abusos personales totales, entonces negar la libertad de expresión no es más que una rendición ante los métodos nazis de malos tratos personales [3].

La verdad es que Auschwitz se ha convertido actualmente en la esencia misma del argumento democrático liberal. Es un suceso eterno, una ojeada grosera y banal sobre la maldad. A menudo adopta nuevas formas y nuevas caras. Sin embargo, algunos parámetros son siempre los mismos. Dentro del aparato ideológico de Auschwitz hay siempre una clara oposición binaria en juego. Auschwitz sugiere una clara dicotomía entre el ‘bien’ y el ‘mal’, entre la ‘sociedad abierta’ y sus ‘enemigos’, entre ‘Occidente’ y ‘los otros’, entre el ‘hombre democrático’ y el ‘salvaje’, entre Israel e Irán, entre lo ‘judeo–cristiano’ y el ‘islam’ y, lo más importante, entre el ‘liberador humanista universal’ y el ‘oscuro opresor’ [4].

De un modo u otro, siempre es Occidente quien se adjudica a sí mismo, y sólo a sí, mismo la capacidad legal de imponer la moral de Auschwitz. Asombra comprobar que la mayoría de los occidentales todavía no ven que, dentro del denominado emergente ‘choque cultural’, son los palestinos quienes están encerrados en un campo de concentración llamado Gaza, estrechamente rodeados por la Wermacht (infantería de elite en Alemania) israelí y bombardeados por bombas fabricadas en EEUU arrojadas desde aviones usamericanos pilotados por la Luftwaffe (nombre de la fuerza aérea en Alemania) israelí dotada de armas de fuego de alta precisión.

La mayoría de los occidentales no alcanza a comprender que es Occidente quien está librando una guerra expansionista energética Lebensraum en los desiertos de Oriente Próximo. ¿Por qué no alcanzan a comprenderlo? Porque estamos sumergidos en una jerga moral sospechosa que está ahí para imponernos una grave ceguera intelectual. Más que pensar de forma ética y en términos categóricos, estamos sucumbiendo ante la avalancha de retórica narrativa personal superficial a la Blair y a la Bush. Cuando esos dos se vieron abandonados sin pruebas forenses para justificar su guerra ilegal en Iraq, sencillamente cambiaron su forma retórica de razonamiento comparando a Saddam Hussein con Hitler. Se justificó retrospectivamente la invasión de las reservas petrolíferas iraquíes por la necesidad de eliminar al tirano asesino. Por extraño que pueda parecer, nadie nos proporciona actualmente ninguna prueba forense real sólida que apoye el alegato de violaciones colosales de derechos humanos. Sí, ocasionalmente vimos algunas fosas comunes devastadoras expuestas en el desierto pero, unos cuantos días después, supimos por un experto que aquellas tumbas eran una consecuencia de la sangrienta guerra entre Irán e Iraq. Es preocupante que nunca hayamos pedido pruebas reales de los crímenes de Saddam. Parecía que estábamos bastante satisfechos con algunos esporádicos relatos personales televisados. Al parecer, nos encanta contemplar imágenes televisadas de sufrimiento. Como mencioné antes, nos sentimos entusiasmados de reaccionar de forma colectiva ante un llamamiento moral.

En el mundo democrático liberal, el dirigente elegido está perdido a la hora de justificar sus guerras, de respaldarlas con sólidos o al menos convincentes argumentos morales. Como sucedió, Tony Blair tenía que enfrentarse al Parlamento y justificar su última guerra ilegal. En la época en que tuvieron lugar los hechos, el gobierno británico tuvo que justificar la forma en que se asoló Dresde. De forma similar, la administración usamericana tuvo que proporcionar un razonamiento sólido por el ignominioso uso de bombas atómicas contra civiles.

Efectivamente, los gobiernos occidentales se inclinan a proporcionarnos algunos superficiales argumentos ad hoc políticos y morales que tienden a acabar madurando en narrativas históricas. No tenemos que aceptar esos relatos. Tenemos más que derecho a revisar esos ‘argumentos oficiales’ y narrativas históricas. Entender la retórica política contemporánea supone poder estudiarla y criticarla. Es decir, para revisar el presente hay que volver a visitar el pasado. Categóricamente al menos, no hay mucha diferencia entre haber arrasado Dresde, Hiroshima, Caen, Faluya o Nayaf.

Quizá yo añada en este momento que estoy totalmente convencido de que negar Auschwitz no debería ser nunca un tema legal. La cuestión de si hubo un homicidio masivo con gas o ‘sólo’ un número de víctimas mortales masivo a causa de los graves malos tratos en condiciones espantosas es sin duda una cuestión histórica fundamental. Socava todo el esfuerzo histórico el hecho de que un capítulo histórico tan importante, de hace menos de siete décadas, sea académicamente inaccesible. Si no podemos hablar sobre la generación de nuestros abuelos, ¿cómo vamos a atrevernos a decir algo sobre Napoleón o incluso los romanos? Hablando desde mi punto de vista personal, puedo admitir que no estoy interesado en la cuestión anterior. No soy un historiador, no estoy cualificado como tal. Al haberme formado como filósofo, más bien pregunto ‘¿Sobre qué trata toda esa historia?’ ‘¿Qué podemos decir sobre el pasado?’.

Para mí, todo el tema es puramente ético: desafiar la sospechosa moralidad de la preocupación occidental sobre Auschwitz es fundamental para la tarea de enfrentarnos a aquellos que asesinan a diario en nombre del ‘mensaje de Auschwitz’. Me estoy refiriendo aquí, obviamente, a Israel, EEUU y Gran Bretaña. De forma ostensible, esos que mantienen ‘el mensaje de Auschwitz’ están infligiendo mucho más dolor que quienes se atreven a desafiar la validez histórica de su narrativa oficial.

¿Es político lo personal?

Aunque en nombre de la libertad y del humanismo hallamos que en ciertas instituciones occidentales importantes hay una tendencia clara a imponer lo personal como mensaje político, resulta bastante decisivo mencionar que ese mismo aparato político consigue exactamente el efecto contrario. Lo que silencia políticamente es, precisamente, lo personal.

Una vez que lo personal se convierte en político, la voz singular pierde su importancia y la autenticidad desaparece. Una vez que una sociedad, de forma voluntaria, aprueba el discurso basado en una ‘correcta’ empatía colectiva, en primer lugar, la denominada ‘empatía’ se reduce a un mero ‘llamamiento’ más que a una sensación intensa, pero, más importante aún, la voz de la persona real que sufre se desvanece en el vacío.

Es decir, dentro del aparato liberal occidental, a menudo se pierde la voz singular. Si el humanismo fuera en verdad un valor universal, entonces lo particular y lo singular se convertirían en un activo público, la víctima cumpliría un papel instrumental, transmitiendo un mensaje universal. Una vez que lo personal se convierte en político, la moralidad deviene una especie de discurso privado sobre la rectitud. Más que una norma ética abstracta general basada en una reflexión auténtica, empezaríamos a oír algunos egocéntricos y mal articulados argumentos morales ad hoc [5]. Esto puede explicar por qué muy a menudo las víctimas de ayer se convierten en los opresores de hoy. Por ejemplo, puede explicar por qué el Estado judío no tardó más de tres años, tras la liberación de Auschwitz, en llevar a cabo la limpieza étnica del 85% de la población indígena palestina. Al parecer, el Estado judío no ha llegado nunca a madurar lo suficiente como para asumir éticamente la lección del Holocausto. La razón es sencilla: por lo que concierne a Israel, no se ha abordado nunca el Holocausto con una visión ética abstracta general. En lugar de hacerlo, se ha tratado de entenderlo únicamente desde una perspectiva judeocéntrica colectiva. El dolor personal era adecuadamente politizado. Un humanista confiaría en que los jóvenes estudiantes de un instituto israelí que visiten Auschwitz y se enfrenten al sufrimiento de sus antepasados, deberían tender a sentir empatía con las graves situaciones de los oprimidos, identificándose con los palestinos que están enjaulados tras los muros y se mueren de inanición en manos de un régimen racista nacionalista que busca el Lebensraum (espacio vital). La realidad es espantosa, menos de un año después de su visita a Auschwitz esos mismos jovencitos israelíes se incorporarán a las Fuerzas Armadas; aparentemente, aprendieron su lección política en Auschwitz. Más que ponerse al lado de los oprimidos, es decir, de los palestinos, asumirán gustosamente algunas de las tácticas de los Einsatzgruppen de las SS (unidades paramilitares que operaban en la retaguardia del frente nazi oriental).

Pero no sólo son los palestinos quienes tienen que sufrir a causa de la politización e industrialización de la narrativa personal del Holocausto. Una vez que el Holocausto se convirtió en ‘la nueva religión judía’, a la víctima real, a la víctima genuina , fue a quien se le robó su propia biografía íntima personal. Al superviviente auténtico y singular del Holocausto, al que vivió el horror, se le ha robado su propia experiencia vital personal. De forma similar, dentro de la visión feminista extremista militante, que achaca cualidades de violadores a todo el género masculino, la víctima femenina genuina de violación está perdiendo su voz. Se está desvaneciendo dentro de la masa. En el discurso político feminista radical, la víctima de violación no tiene nada de especial: si todos los hombres son violadores, todas las mujeres son víctimas.

En la ‘Industria del Holocausto’ de Finkelstein se nos enseña que una vez que la judería mundial adoptó el Holocausto como su nuevo vínculo comunal institucional, el Holocausto se transformó con rapidez en un asunto industrial. La víctima real fue dejada atrás. De una forma u otra, los fondos y dinero de reparación que se dedicaron a la recuperación y rehabilitación de su propia dignidad humana encontraron el camino para ir a parar a manos de algunas organizaciones judías y sionistas. De alguna manera, esto tiene mucho sentido. Una vez que la narrativa personal del Holocausto se ha convertido en una fe política colectiva, casi todo el mundo está autorizado para ser un discípulo corriente o incluso un sacerdote. Consecuentemente, estamos ahora autorizados para deducir que dentro de la politización de la narrativa personal, a nadie se le permite tener una biografía. Somos abandonados dentro de un pensamiento de éxtasis colectivo que obtiene su poder de una serie de borrosos relatos personales compartidos.

Siguiendo la línea hermenéutica de pensamiento, podemos concluir que lo político se convierte en personal.

Lo Político es Personal, el Papel Decisivo de la Neurosis Judía

La insólita aparición de la denominada ‘tercera generación’ israelí, jóvenes israelíes que han nacido después del traumático Holocausto, es exactamente eso: una forma de nuevo culto religioso colectivo. Ser la tercera generación supone entrar en un sistema de creencias. Al estar personalmente traumatizado por el pasado, uno nunca tiene que divertirse. Supone asimilar un precepto político muy orquestado. En realidad, la tercera generación se halla encerrada dentro de un círculo vicioso que conduce a la alienación total: cuanto más proclamen estar traumatizados por los nazis esos jóvenes israelíes que nacieron unas cuantas décadas después de la última Gran Guerra, menos va a considerarlos seriamente el resto de la humanidad. Cuanto menos seriamente considerados sean, más privados van a sentirse esos jóvenes israelíes de un mínimo respeto y dignidad humana. Cuando más privados se sientan, más se van a agarrar a su políticamente impuesta nueva noción del trauma.

En cierto modo, ese es exactamente el camino hacia el aislamiento religioso. La denominada ‘tercera generación’ se ve enredada en una narrativa que conduce a una forma de alienación total, a un claro desprendimiento de cualquier entorno o realidad cultural humana reconocida. Es el celo religioso, es decir, el trauma, el que configura esa realidad. Uno esperaría que esa forma de neurosis colectiva madurase en un muro cultural de separación entre los judíos y el resto. Sorprendentemente no sólo no ha ocurrido así sino que se ha producido todo lo contrario. El discurso judío se ha integrado como parte principal de la conciencia occidental. Mientras que algunos judíos insistirían en liberarse ellos mismos de la carga del Holocausto que inundó claramente de impotencia desesperada su identidad colectiva, el sistema político occidental necesita del Holocausto y de los judíos para que sean los porteadores de su narrativa. Además, Occidente necesita de la neurosis judía. Es la narrativa configurada como mito que facilita la hegemonía política y comercial en un mundo que pierde contacto con cualquier pensamiento genuinamente ético categórico abstracto. El Holocausto está adoptando la forma de un sistema de creencias y los traumatizados judíos están sirviendo de altar.

Desde una perspectiva occidental, los judíos tienen un papel instrumental al mantener los fundamentos liberales llenándolos de un vívido expresionismo poético arrollador. Esto puede explicar por qué se han impuesto leyes negando el Holocausto en varios países, especialmente en países donde la influencia de los lobbys judíos y sionistas es relativamente menor. El académico israelí Yeshayahu Leibovitch, él mismo judío practicante, se dio cuenta hace muchos años de que la religión judía está muerta y de que el Holocausto es la nueva religión que une a los judíos alrededor del mundo. Está ahí para sustituir un pensamiento ético antropocéntrico. La religión del Holocausto está ahí para robarle al ser occidental el genuino pensamiento ético humanista.

La aparición y evolución del sistema de creencias del Holocausto es el tema que trataré de explorar próximamente.

Lo Científico, lo Tecnológico y lo Religioso

Me gustaría considerar ahora la evolución de los tres discursos occidentales más importantes del siglo XX: el científico, el tecnológico y el religioso.

El discurso científico puede definirse como una forma muy estructurada de ‘búsqueda del conocimiento’. Dentro de la visión científica del mundo, el hombre se enfrenta a la naturaleza y trata de llegar hasta el fondo de la misma. El discurso tecnológico, por otra parte, está menos preocupado de reunir conocimientos y más orientado hacia la transformación del conocimiento en poder. El tecnólogo diría: ‘No me preocupa si estás aplicando los mecanismos newtonianos o la teoría de la relatividad de Einstein, sólo me interesa asegurar que me vas a llevar a la luna (puedes estar también seguro de que eso no cuesta demasiado)’. A primera vista, tanto el discurso tecnológico como el científico sitúan al hombre fuera de la naturaleza. Ambos discursos implican una separación humana de la naturaleza. La razón es muy simple, si el hombre puede llegar al fondo de la naturaleza, entonces el hombre debe ser de alguna forma mejor o, al menos, de una calidad diferente a la naturaleza. Desde un punto de vista tecnológico, si la naturaleza y el conocimiento de la misma están ahí para servir al hombre, entonces el hombre debe ser de algún modo superior a la naturaleza.

Al parecer, estos dos discursos dominaron el discurso intelectual anglo–usamericano en el siglo XX. Y ya que son los anglo–usamericanos quienes dominan nuestro universo, al menos desde el final de la II Guerra Mundial, estamos facultados para discutir que esas dos formas de pensamiento han estado dominando todo el discurso occidental durante algo más que un rato. Es decir, ser occidental en el siglo XX significa pensar científicamente y actuar tecnológicamente. Por consiguiente, crecer en Occidente significaría, primero, aprender a admirar lo científico y venerar a la ciencia, después, de forma gradual aprender a aplaudir y a consumir las innovaciones tecnológicas. Hablando académicamente, fue la escuela positivista la que insistió en que deberíamos ser más científicos y bastante menos filosóficos. Al menos históricamente, fue el Círculo de Viena, un grupo de filósofos y de científicos que tenían como objetivo erradicar cualquier huella metafísica del conocimiento científico. Para los positivistas lógicos, ‘las reglas lógicas y datos empíricos son las únicas fuentes de conocimiento’.

No es necesario decir que el positivismo lógico fue un intento de actuar en contra de la diversidad de la realidad humana. Con un poco de suerte, algunos de los lectores de este ensayo estarán de acuerdo en que emociones, sentimientos y placer estético pueden ser igualmente importantes como fuentes de conocimiento e incluso de comprensión científica, por no decir intuición. Sin embargo, los positivistas lógicos no estarían conformes, estaban llenos de desprecio hacia el conocimiento cuasi científico. El psicoanálisis, por ejemplo, era para ellos como poner un trapo rojo delante de un toro, lo consideraban totalmente inaceptable. El positivismo lógico no sólo fue un ataque contra la expresión emocional y espiritual, fue también una ofensiva clara contra la filosofía alemana. Fue un asalto inequívoco contra la metafísica alemana, el idealismo y el primer romanticismo.

En 1936, tras la incursión nazi en Austria, ya no quedaron positivistas en Viena, debido a que habían tenido que huir a causa de orígenes étnicos. La mayoría encontró refugio en universidades anglo–usamericanas. Creo que la abrumadora tendencia positivista dentro del mundo académico de habla inglesa tras la guerra tiene mucho que ver con la inmigración forzosa de aquellos positivistas alemanes–judíos. Y, en efecto, EEUU no ha sido nunca una nación orientada científicamente. Ni se han producido ‘muchas’ revoluciones científicas al otro lado del Atlántico. EEUU es la tierra de las oportunidades abiertas y la ciencia era sin duda una gran oportunidad. Más que interiorizar el espíritu de la ciencia, EEUU fue muy eficiente a la hora de transformar la ciencia en poder político y económico. Permitieron rápidamente que un grupo de científicos europeos exiliados, la mayor parte de ellos judíos alemanes (así como un italiano casado con una mujer judía), construyeran la primera de sus bombas atómicas. Adoptaron también con rapidez a científicos espaciales alemanes que fueron lo suficientemente entusiastas como para enviar vuelos con monos al espacio exterior. El mundo intelectual usamericano nunca ha sido demasiado entusiasta de las cuestiones teóricas abstractas, y no digamos filosóficas. La muy alemana pregunta ‘Was ist?’ no se adaptaba bien al mundo académico anglo–usamericano.

Por el contrario, EEUU se ha preocupado siempre por los desafíos tecnológicos. Es decir, se siente muy interesado por los diferentes modos de transformación del conocimiento en poder. EEUU es sobre todo tecnología, está orientado de forma pragmática. Incluso dentro del mundo del arte, donde EEUU ha contribuido con algunas importantes obras de arte y música modernas, no tardaron mucho en identificar el valor de mercado. Al fin y al cabo, no importa realmente que puedas conocer el origen del conocimiento mientras bebas Coca Cola, comas en McDonalds, compres un álbum de Charlie Parker y sueñes con poseer un original de Kandinsky. Es en el interior de este muy pragmático enfoque donde se produce la aparición de una nueva forma de discurso religioso único contemporáneo. Aunque los enfoques tecnológico y científico colocan al hombre aparte de la naturaleza, la nueva religión occidental recoloca al hombre profundamente en el interior de la naturaleza. El nuevo sujeto occidental, al igual que la roca y el árbol, carece de cualquier sentido sustancial de conocimiento de uno mismo o de tendencias críticas. Voluntaria y entusiastamente, el ser occidental recién formado tiende a aceptar algunas percepciones de la realidad elaboradas con anterioridad. Dentro de esta fe mitológica de reciente aparición, la Democracia es un Dios, el Holocausto es otro. Estos dos Dioses se apoyan el uno en el otro. La Democracia es la alabanza ciega a la libertad humana a la Natan Sharansky, a quien George W. Bush y Condoleezza Rice citan una y otra vez.

Por otra parte, el Holocausto es la historia de la persecución máxima y de la venganza eterna a la Simon Weisenthal. La Democracia es la materia, lo perceptible y la gloria manifiesta mediante casas blancas y rascacielos de cristal. El Holocausto es el espíritu, el Arco Sagrado, ese algo que sigues en el desierto pero en el que nunca puedes entrar, cuestionar o desafiar. El Dios del Holocausto se alza en el mismo corazón del argumento de la democracia, que permite que los anglo–usamericanos se empeñen en ‘liberar’ a los pocos países que aún tienen algunos recursos energéticos o se encuentran situados estratégicamente muy cerca de esos recursos. Como podemos ver, los dos Dioses, Holocausto y Democracia, están ingeniosamente colocados en una relación complementaria. El mensaje está claro: a menos que la Democracia esté en su lugar, es inevitable un Holocausto. En apariencia, los anglo–usamericanos están utilizando la democracia como argumento político para extender su hegemonía económica global. Cuanto menos convencidos estemos por la diosa Democracia, cuanto menos creamos en nuestros políticos elegidos y en sus guerras ilegales, más dependientes somos de un paradigma sobrenatural externo. Auschwitz es exactamente ese paradigma. Es la narrativa sobrenatural máxima por la cual los seres humanos corrientes se convierten en una máquina de matar. Es la narrativa de Auschwitz en cuyo nombre la nación más avanzada culturalmente se convierte en un verdugo servicial a la Daniel Goldenhagen. El Dios Holocausto está ahí para esbozar la alternativa ante la realidad perdida. Pero por extraño que pueda sonar, son los democráticos EEUU quienes han estado aplicando la ciencia de forma letal contra civiles inocentes durante alrededor de seis décadas. Ya sea en Hamburgo, Dresde, Hiroshima, ya sea Vietnam o Iraq, entre otros muchos más lugares, la misma historia se repite: los anglo–usamericanos están matando en masa en nombre de la Democracia. Siempre aparece claramente una causa moral válida detrás de sus matanzas. Al parecer, últimamente liberaron al pueblo iraquí de la tiranía de Saddam, el asesino de masas ‘estilo Hitler’.

Sin embargo, es esencial mencionar que aunque los usamericanos y sus legisladores–títere iraquíes tuvieron tiempo suficiente para recoger más que pruebas forenses suficientes que incriminaran al Sr. Saddam Hussein, han sido incapaces de hacerlo. A primera vista, las acusaciones contra el Sr. Hussein formuladas en el tribunal son insignificantes comparadas con las acusaciones que pueden establecerse ya contra Bush o Blair. De forma obvia, lo que es verdad sobre Saddam es aplicable al otro ‘especie de Hitler’: Milosevic. Por ahora, como sabemos, se han llegado a establecer muy pocas pruebas para acusar al anterior dirigente serbio, un hombre que nos fue presentado repetidamente como un asesino masivo. De nuevo, estoy muy lejos de ser crítico aquí, sólo sigo los procedimientos legales contra estos dos ex tiranos ‘al estilo de Hitler’.

Aquí nos encontramos con la belleza y la fuerza de la creencia religiosa. Siempre florece en las regiones de la ceguera. Efectivamente, puedes amar a Dios mientras no puedas verle. Puedes unirte a la fiesta y odiar a Saddam mientras sepas muy poco sobre él y sobre Iraq. Adorar y odiar son por igual tendencias ciegas. De forma parecida, la fuerza de Auschwitz se debe a su impenetrabilidad. Auschwitz es viable en cuanto es inviable. Auschwitz es el arbusto en llamas contemporáneo, es una contradicción. Puedes creerlo mientras no puedas comprenderlo, mientras no tenga sentido, mientras se escape a la contemplación. Como un Arco Sagrado, lo seguirías en el desierto sólo porque no puedes entenderlo. Auschwitz es el secreto sagrado sellado de la emergente religión anglo–usamericana. Es la cara nunca vista de Dios, entregada bajo la forma de relatos personales. Una vez que lo cuestionas, desafías el futuro de la vida anglo–usamericana sobre el planeta. Una vez que cuestionas Auschwitz, te conviertes en un Anticristo contemporáneo. En lugar de hacer eso, se te recomienda especialmente que te arrodilles y apruebes la recién surgida mitología del arbusto ardiendo.

Historia

Dentro del aparato ortodoxo judío, la historia en general y la historia judía en particular son totalmente redundantes. Simplificando, no hay necesidad de tanto esfuerzo intelectual, la Biblia está ahí para especificar los parámetros del pensamiento judaico. Hablando judaicamente, Saddam, Chmelnisky, Hitler e incluso Arafat no son más que una simple repetición del horrendo Amalek Bíblico. Usando la Biblia, no hay necesidad de cuestionar la validez forense y empírica de zarzas ardientes y el Arca de la Alianza. La creencia judía se basa en la aceptación ciega. Amar a Dios es obedecer sus mandatos. Ser judío es no cuestionar jamás los fundamentos. Aparentemente, no hay Teología Judía. En cambio, los judíos tienen su Talmud: una colección de leyes y reglas. Esta percepción no es nada estúpida. Es lógica y consistente. Si Dios es una suprema identidad trascendental que excede cualquier noción de espacio y tiempo, entonces el ser humano está condenado a no comprenderlo de todos modos. De esta manera, más que filosofar sobre fundamentos, los Rabinos están más enfocados en regulaciones. Están ahí para decir qué es Kosher y quién es un pecador. Asimismo, dentro de la recién emergente religión angloamericana, nadie debe formular preguntas referidas al Holocausto o a la Segunda Guerra Mundial. Además, nadie debe preguntar qué significan en realidad la libertad, los derechos humanos y la democracia. La pregunta de si somos o no libres es demasiado filosófica. Mejor que sugerir una respuesta, nos enfrentamos con los iconos rabínicos de Blair y Bush que restringen nuestra libertad, siempre en nombre de esa sacrosanta libertad.

Dejemos fuera a los iraquíes. ¿Estamos nosotros, los llamados Occidentales, liberados? Dentro de la nueva religión occidental israelita, la ceguera es avanzar. A primera vista, la complejidad de la literatura sobre la II Guerra Mundial con sus contradicciones y discrepancias sólo ayuda a sus cualidades mágicas, fantásticas y sobrenaturales. Es mejor que aprendamos la versión hollywoodense de la II Guerra Mundial, y no adoptar alguna interpretación ridícula. Así, son estas contradicciones y discrepancias las que convierten al Holocausto en una historia humana vívida y moldeada como una religión. Son las inconsistencias quienes convierten al Holocausto en una ardiente zarza moderna. Seamos claros, no podemos ver a Dios pero podemos oír de forma clara la voz de la democracia y la libertad haciendo eco dentro de la nube de humo. Y así, lo político es lo que queda de lo que, en algún momento, fue personal.

Apéndice 1

Con sus pantalones en las rodillas se puede ver a estos tres forajidos: Irving, Zundel y Rudolf, los tres revisionistas históricos derechistas que están detrás de las rejas. Están rodeando nuestro sepulcro precioso, toscamente están orinando en nuestro emergente milagro democrático. Vulgarmente, cuestionan la validez de la literatura personal; tontamente, buscan establecer una literatura racional, dinámica y con lucidez empírica basada en evidencias forenses. Los tres criminales aplican métodos lógico–positivistas. Patéticamente, siguen la tradición de Carnap, Popper y el Círculo de Viena. Me pregunto si se dan cuenta que siguen una tradición académica creada por una germánica escuela secular judía. Estos revisionistas horribles apuntan a valores de verdad, reglas de correspondencia, empirismo. ¡Qué vergüenza!, que se pudran en el infierno. No logran ver que el Occidente ha avanzado. Escuchen, ustedes revisionistas, perdieron el tren, ya no somos científicos, no somos siquiera tecnológicos. Ahora somos profundamente religiosos y no somos ni siquiera teológicos al respecto. Somos evangélicos, tomamos las cosas a primera vista y no me pregunten por qué. Ahora somos religiosos y queremos asegurarnos que ustedes no interfieran.

Apéndice 2

Más que sugerir una literatura histórica prefiero concentrarme en la historia. ¿Cuáles son las condiciones de las posibilidades de cualquier conocimiento del pasado? No soy un historiador y no pretendo serlo. Me interesan las condiciones que moldean la literatura histórica. En lo referido a la historia del Siglo XX estamos atados a un cuento estricto impuesto por los ganadores. Es cierto, la historia es el cuento de los ganadores, pero los ganadores eran y siguen siendo los capitalistas, colonialistas e imperialistas. Lo que se debe preguntar es ¿por qué la izquierda europea, que tradicionalmente se opuso a estos ganadores, se inclina a comprar inocentemente los cuentos retorcidos de estos ganadores “colonialistas”, “capitalistas? Asumo que el hecho de que Stalin estuviera entre los ganadores tuvo algo que ver. El hecho de que la izquierda fuera perseguida por Hitler es otra razón. Pero la URSS ya es parte de nuestro pasado; Stalin se ha ido y los izquierdistas ya no son perseguidos por Hitler. La izquierda europea ahora tiene derecho a razonar con libertad. Supuestamente ahora estamos en libertad de re–visar nuestro conocimiento del pasado, tenemos derecho de re–hacer preguntar y de tratar de re–resolver algunas discrepancias mayores relacionadas con la II Guerra Mundial. No hablo aquí de una preocupación de la verdad histórica, porque a diferencia de David Irving y su amargado oponente académico Richard J. Evans, yo no sé qué es la verdad histórica. Pero sí entiendo qué es literatura y conozco lo que significa consistencia. Argumento que no sólo tenemos derecho a revisar la historia sino que debemos hacerlo. Y daré dos razones: A) Si la izquierda, o lo que queda de ella, no salta en este pantano hirviente, la historia de la II Guerra Mundial y la erudición del Holocausto quedarán en manos de la derecha radical europea (política y académicamente). Creo que en perspectiva, esto ya está sucediendo. Mientras los académicos de izquierda se preocupan más en señalar a aquellos que niegan el Holocausto, diciéndonos qué es correcto y quién está errado, son los revisionistas quienes se adentran en un trabajado archivista detallado, así como en un escrutinio forense. B) Aquellos que soltaron las bombas sobre Dresde e Hiroshima nunca han parado de matar en nombre de la democracia. Ahora están enfocados en la ocupación asesina de Iraq y planean expandirse a Siria e Irán. Si queremos detenerlos, será mejor que re–visitemos nuestro pasado y revisemos nuestra imagen de la democracia angloamericana. Debemos reordenar el siglo XX. Por un mejor futuro, debemos revisar el pasado.

Apendicitis

Está claro que, al menos desde la perspectiva angloamericana, Hitler no era el enemigo. Stalin, el tirano comunista, era el verdadero adversario. Hitler tenía una misión muy precisa. Estaba ahí para destruir a los comunistas del este en nombre de Occidente, estaba ahí para aplastar a los Rojos y así lo hizo por un tiempo. Esto podría explicar porqué nadie en Occidente trató de detener a Hitler en la década de los 30. Desde la perspectiva angloamericana, el hombre bigotudo era más que bien, tranquilo. Esto podría explicar por qué Hitler mismo no erradicó un tercio del ejército británico en Dunkirk. ¿Por qué debería hacerlo? Estos soldados británicos eran sus próximos aliados. Puedo plantear que el hecho de que Hitler estuviera efectivamente sirviendo intereses occidentales, explica por qué los usamericanos que se unieron a la guerra en 1942 no se enfrascaron en una guerra sobre Europa Central hasta junio de 1944. En vez de luchar contra Hitler en el centro, combatieron en África del Norte y en el sur de Italia. La razón es simple: querían que Hitler agotara a Stalin. No querían poner en peligro su misión sagrada. Una vez que Hitler perdió su 6º Ejército en Stalingrado, la percepción occidental del papel de Hitler cambió dramáticamente.

Cuando ya estaba claro que Hitler iba a perder frente a Stalin, era necesario mantener a los Rojos tan lejos del canal británico como fuese posible. Aunque los Aliados se presentaron como liberadores de Francia, estaban en realidad haciendo incursiones con rapidez en las playas de Normandía para detener a Stalin en Europa central. Esto explica la devastación que los Aliados dejaron en Normandía. Los liberadores no masacran a los liberados, aunque los angloamericanos parecen ser diferentes.

Desde mediados de 1943, los Aliados disfrutaron de una superioridad aérea sobre Alemania, pero más que desmantelar al ejército alemán y sus objetivos logísticos, se concentraron en bombardear pueblos alemanes, matando a centenares de miles de civiles inocentes con bombas de fósforo. Después de la guerra, se ha citado a Albert Speer afirmando que, considerando la superioridad aérea de los Aliados, un bombardeo sobre la infraestructura industrial alemana y objetivos logísticos hubiera desembocado en un colapso militar alemán en menos de dos meses. Asumo que la razón militar detrás de estos bombardeos es devastadoramente simple. Los Aliados no querían interrumpir al ejército alemán que luchaba contra Stalin. Mientras tanto, los Aliados tenían muchas bombas y tenían que lanzarlas en algún lugar. Alrededor de 850 000 civiles alemanes murieron en esas operaciones militares exterminadoras.

Los angloamericanos sí creen en atacar los estómagos débiles de sus enemigos. Por eso los británico y los usamericanos llegaron a la guerra con bombardeos tácticos (Lancaster, B–17 y B24). En la filosofía táctica angloamericana, una gran presión sobre la población civil beneficia al agresor. Esto explica que Churchill fuese el primero en usar tácticas de Blitz (ataques intensos), bombardeando con fuerza Berlín en agosto de 1940. Este movimiento llevó a Hitler a tomar represalias y desviar esfuerzos Luftwaffe de los campos sureños de Gran Bretaña hacia Londres y otras ciudades británicas altamente pobladas (septiembre 7, 1940). Efectivamente, fue la fría decisión de Churchill la que salvó a Gran Bretaña de una invasión nazi (Operación León Marino). Pero no debemos olvidar que fue Churchill quien llevó la venganza alemana a las calles londinenses. Este dato difícilmente lo encontraremos en los textos de historia ingleses.

Dentro de la literatura victoriosa, el uso de bombas atómicas fue necesario para acortar la guerra. En la literatura angloamericana, destruir con armas nucleares Hiroshima y Nagasaki suena casi como un esfuerzo humanitario. De forma aparente, hay un dato cronológico histórico que no logra abrirse camino en la historia de habla inglesa. Dos días después de la bomba de Hiroshima (Agosto 6, 1945) los soviéticos entraron en guerra contra Japón. Fue ese evento el que llevó a los usamericanos a bombardear Nagasaki al día siguiente. Está claro, la liquidación masiva de miles de civiles inocentes era necesaria para garantizar una rápida e incondicional capitulación japonesa hacia los usamericanos, y dejarlos solos.

Me inclino a creer que la literatura del Holocausto que está impuesta con fuerza sobre todos nosotros, está ahí para silenciar algunas interpretaciones alternativas de los sucesos de la II Guerra Mundial. Sí, creo que si realmente queremos detener a los angloamericanos de matar en nombre de la democracia, deberemos re–abrir un debate genuino.

Detener a Bush y Blair en Iraq. Detener a esos amantes de la guerra que pretenden extenderse a Irán y Siria es una obligación. Si la historia moldea el futuro, necesito liberar nuestra perspectiva del pasado, y no arrestar a los revisionistas, necesitamos muchos más de ellos. Necesitamos saber seguir; debemos reordenar el siglo XX.

Notas:

(*) Gilad Atzmon nació en Israel y creció en una casa judía seglar. Hizo su servicio militar durante la guerra del Líbano de 1982, la cual se convirtió en el punto crucial que lo volvió escéptico del sionismo y de la política de Israel. Diez años después emigró a Londres.

(**) Sinfo Fernández, Caty R. y Ulises Juárez Polanco son miembros del colectivo de traductores de Rebelión; Ulises Juárez Polanco es asimismo miembro de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.

[1] (Zionism and other Marginal Thoughts, disponible en Counter Punch). Husserl sugiere que es posible referirse a ‘ Evidenz ’, una forma de conciencia directa. Según esto, es posible experimentar una conciencia pura de uno mismo. Husserl enfatiza que una autoconciencia individual puede transmitir una forma auténtica de conocimiento.

Martin Heidegger refutó la percepción de Husserl; exponiendo una gran falla en el pensamiento de Husserl. Según Heidegger, una conciencia directa es difícil de alcanzar. Los seres humanos, argumentó correctamente, sí operan dentro del lenguaje. El lenguaje está ahí antes de que el ser humano venga al mundo. Una vez que entramos en el reino del lenguaje, un muro aislante hecho de ladrillos lingüísticos simbólicos y de morteros culturales, desbarata el acceso a cualquier “conciencia directa”. ¿Podemos pensar sin hacer uso del lenguaje? ¿Podemos experimentar todo sin ayuda del lenguaje? Tan pronto como nombramos o decimos algo –dentro del lenguaje– ya no podemos ser nunca más auténticos. Parece que una conciencia auténtica comprensiva es imposible. Así, la literatura personal, aunque plausible, no puede nunca guiar a una “realidad auténtica”, pues está moldeada por un lenguaje anterior a ella e incluso condiciones culturales.

[2] El izquierdista dirá, “por ser el hijo de un superviviente, tengo más derecho a criticar al Estado de Israel, al Sionismo e incluso la explotación excesiva del Holocausto por organizaciones judías. Al contrario, los halcones judíos mantendrían que es justamente por el cuento de Auschwitz, contado por sus padres, lo que les da el derecho del proyecto Sionista, hecho para prevenir que se repita Auschwitz.

[3] A primera vista es muy alentador aprender que Deborah Lipstadt, la guerrera líder en la lucha contra la negación del Holocausto, estaba urgiendo a las autoridades austríacas para que liberaran al Revisionista Histórico David Irving. “Dejen que el hombre vaya a casa. Ya ha estado suficiente tiempo en prisión”, dijo ella. No pasó mucho tiempo para descubrir que lo que sonó como tolerancia y perdón es una manipulación fría de la literatura oficial de Auschwitz. “Me incomoda encarcelar personas por lo que dicen”, dice Lipstadt, y hace énfasis en, “Dejen que se vaya y se desvanezca de la atención de la opinión pública”. Estamos autorizados a asumir que la preocupación de Lipstadt sobre la reaparición de Irving tiene relación con la voluntad de Irving así como a la capacidad de retar a la literatura oficial del Holocausto. Aparentemente, los académicos rabínicos usamericanos apoyan con entusiasmo la “libertad de expresión” sólo para sosegar a sus adversarios.

Parece que Lipstadt no está sola. “Si Austria quiere experimentar una democracia moderna”, dice Christian Fleck, un sociólogo de la Universidad de Graz, “es necesario usar argumentos, y no la ley contra los negadores del Holocausto”. ( Artículo de la BBC: http://newsvote.bbc.co.uk/mpapps/pagetools/print/news.bbc.co.uk/1/hi/world/europe/4710508.stm ). Esto suena como la justificación correcta que uno espera escuchar de un erudito europeo. Pero el sociólogo austríaco no se detuvo ahí; sin darse cuenta, presenta lo que imagina es un argumento académico correcto: “Irving es un tonto y la mejor forma de lidiar con tontos es ignorarlos… ¿Le tenemos miedo a alguien cuya opinión sobre el pasado son tonterías evidentes, en un tiempo en que cada niño conoce los horrores del Holocausto? ¿Estamos diciendo que sus ideas son tan fuertes que no podemos debatir con él?” (Ibíd.). Creo advertir que Fleck no es completamente familiar con la formulación lógica básica. “Usar un argumento” no es presentar una conclusión como premisa. La tarea académica de Fleck es demostrar más allá de la duda razonable que Irving es, de hecho, un tonto. Esto se traduciría en algo más sustancial que el “conocimiento común de un niño”. Una vez más, sin referirse a la credibilidad de Irving, sin referirse a la validez de sus argumentos, nos encontramos ante la intolerancia occidental. Estoy de acuerdo que tanto Fleck como Lipstadt están interesados únicamente en proyectar una imagen de tolerancia. Algo que parezca a libertad pero que en realidad se mantenga como hegemonía.

[4] Es importante mencionar a estas alturas que eso está dentro de la ya mencionada dicotomía donde el presidente iraní es acusado y dejado sin más opción que apoyar lo que es visto, por algunos, como una literatura de negación al Holocausto. Es crucial mencionar que el presidente iraní no está solo, muchos musulmanes y árabes sienten lo mismo. Una vez que Auschwitz se convirtió en el símbolo de reconciliación entre judíos y cristianos, el Islam en general y los árabes en particular son vistos como la amenaza global universal. Son desahuciados del discurso occidental. Como si esto no fuese suficiente, se les arrebata su dignidad humana más elemental. Hasta cierto punto, la única forma que tienen para evitar esto es descartar juntos al Holocausto.

“ Si se preocupan tanto por los judíos”, se pregunta el presidente iraní Ahmadinejad, “¿por qué no los llevan a su país?”. Aunque la sugerencia suena extraña en principio, lleva de hecho una reconstrucción lógica y consistente del aparato ideológico de Auschwitz, al menos desde el sentir del oprimido de hoy. A fin de cuentas, el Holocausto es un asunto de Occidente. Nada tienen que ver los árabes y los musulmanes con él. El judionicidio ocurrió en el corazón de Europa. Si los europeos, y especialmente los alemanes, están inquietos con su pasado colectivo, podrían considerar dar pasaportes alemanes a los ciudadanos judíos israelíes, y no dar al Ejército Israelí tres nuevos submarinos, equipados con instalaciones nucleares. Curiosamente Alemania prefiere la última opción. Dejaré al lector imaginar porqué.

También es crucial mencionar que los palestinos son las “últimas víctimas de Hitler”. Nadie puede negar lo evidente, que fue el Holocausto lo que transformó al Sionismo de ser una ideología con aspiraciones marginales, en el motor y justificación de un Estado nacionalista racista. Además, nuevamente, si los alemanes se sienten incómodos con su pasado, ¿acaso son los palestinos los que deben sufrir las consecuencias? No nos detengamos aquí: si los palestinos son efectivamente las últimas víctimas de Hitler, ¿por qué no tienen derecho a desarrollar su propia narrativa Shoah?

Si estoy en lo correcto, el movimiento único de solidaridad izquierdista, que sugiere alinearse en una postura propalestina junto a la adoración religiosa de Auschwitz, está destinado al fracaso. ( comentario en el Al Ahram Weekly: http://weekly.ahram.org.eg/2006/780/op3.htm ). Las dos están en conflicto, por no decir en contradicción. Mientras Auschwitz no se convierta en una comprensión ética categórica, así como en un capítulo histórico, será Auschwitz mismo el que estará en el centro de la opresión sionista hacia los pueblos árabe y palestino.

[5] Recomendaría en este punto re–introducir la ética kantiana. Según Kant, los requerimientos morales se basan en una racionalidad estándar que definió como el “Imperativo categórico”: “actúa siempre de tal manera que tu acción pueda ser mirada como Ley Universal aplicable a todos los casos semejantes”. El juicio moral es dependiente del procedimiento de autorreflexión, más que de la aceptación de una regla. http://www.gilad.co.uk/html%20files/rearrangepaper.html