Palestina

 

El gran experimento

Gaza como laboratorio

Por Uri Avnery
Counterpunch, 14/10/06
Rebelión, 19/10/06
Traducido por LB

¿Es posible obligar mediante el hambre a todo un pueblo a someterse a una ocupación extranjera? Una interesante cuestión, sin duda. Tan interesante, de hecho, que los gobiernos de Israel y de USA, en estrecha colaboración con Europa, se encuentran en estos momentos realizando un riguroso experimento científico destinado a obtener una respuesta definitiva al respecto.

El laboratorio elegido para el experimento es la Franja de Gaza, y los conejillos de indias son el millón y cuarto de palestinos que allí viven.

A fin de satisfacer los adecuados estándares científicos, fue preciso en primer lugar preparar el laboratorio.

Para hacerlo se procedió de dos maneras: primero, Ariel Sharon retiró los asentamientos israelíes instalados en la Franja. Al fin y al cabo, no se puede realizar un experimento como Dios manda si tienes a tus mascotas correteando por el laboratorio. La retirada se realizó con “determinación y sensibilidad”, manaron lágrimas a raudales, los soldados besaron y abrazaron a los colonos desalojados y una vez más quedó demostrado que el ejército israelí es de lo más guay que hay en el mundo.

Una vez limpiado el laboratorio, se pudo acometer la segunda fase: todas las entradas y salidas fueron cerradas a cal y canto a fin de eliminar influencias perturbadoras procedentes del mundo exterior. No fue muy difícil conseguirlo. Los sucesivos gobiernos israelíes han impedido la construcción de un puerto en Gaza, y la marina israelí vigila para que ningún navío se acerque a la costa. Los israelíes bombardearon y clausuraron el espléndido aeropuerto internacional construido durante los días de Oslo. Cerraron toda la Franja de Gaza mediante una valla muy eficaz y sólo mantuvieron unos cuantos puntos de acceso, controlados todos menos uno por el ejército israelí.

Sólo quedó un punto de conexión con el mundo exterior: el paso fronterizo de Rafah, en la frontera con Egipto. Ésta no se podía sellar, pues de haberlo hecho Egipto habría aparecido como colaborador de Israel. Así pues, se encontró una solución sofisticada: según las apariencias el ejército israelí se retiró del paso fronterizo y lo entregó a un equipo de supervisores internacionales. Los miembros de este equipo son gente maja llena de buenas intenciones, pero en la práctica dependen completamente del ejército israelí, que supervisa el tránsito desde una sala de control anexa. Los supervisores internacionales viven en un kibbutz israelí y sólo pueden llegar hasta el paso fronterizo con el consentimiento israelí. De esta forma todo quedó dispuesto para comenzar con el experimento.

La señal de inicio se dio después de que los palestinos hubieran celebrado unas elecciones impecablemente democráticas bajo la supervisión del ex presidente usamericano Jimmy Carter. George Bush estaba entusiasmado: su idea de llevar la democracia a Oriente Próximo se estaba realizando.

Pero los palestinos suspendieron el test. En lugar de elegir a “árabes buenos”, devotos de los USA, votaron por unos árabes muy malos que eran devotos de Alá. Bush se sintió insultado. Pero el Gobierno israelí estaba eufórico: tras la victoria de Hamas, USA y Europa anunciaron el cese de todas las donaciones a la Autoridad Palestina, por estar “controlada por terroristas”. Simultáneamente, el Gobierno israelí cortó el flujo del dinero.

Una pequeña aclaración para comprender la anterior frase: según el “Protocolo de París” (el anexo económico del acuerdo de Oslo), la economía palestina forma parte del sistema aduanero israelí. Eso significa que Israel cobra las tasas de aduana que se aplican sobre todos los productos que entran a Palestina a través de Israel –en realidad, Israel es la única ruta de entrada. Tras deducir una suculenta comisión Israel tiene la obligación de entregar a la Autoridad Palestina el importe de la recaudación de las tasas aduaneras.

Cuando el Gobierno israelí se niega a entregar a los palestinos ese dinero lo que está haciendo es, por decirlo claramente, un atraco a la luz del día. Ahora bien, cuando uno roba a “terroristas”, ¿quién se va a quejar?

La Autoridad Palestina —tanto en la Franja de Gaza como en Cisjordania— necesita ese dinero como el aire que respira. Este hecho requiere a su vez de otra explicación: en los 19 años en los que Jordania ocupó Cisjordania y Egipto la Franja de Gaza, es decir, entre 1948 y 1967, no se construyó en esos territorios ni una sola fábrica importante. Los jordanos querían que toda la actividad económica se desarrollara en Jordania, al este del río Jordán, mientras que los egipcios desatendieron la Franja completamente.

Entonces se produjo la ocupación israelí y la situación empeoró aún más. Los territorios ocupados se convirtieron en un mercado cautivo para la industria israelí, y el Gobierno militar impidió que se creara ninguna empresa que pudiera competir de algún modo con una empresa israelí.

Los trabajadores palestinos se vieron obligados a trabajar en Israel por salarios de miseria (según los estándares israelíes). El Gobierno israelí deducía del salario de esos trabajadores palestinos todos los impuestos sociales que cobraba a los trabajadores israelíes, pero los trabajadores palestinos no disfrutaban de ningún beneficio social. De esta forma el gobierno israelí robó a esos trabajadores explotados decenas de millares de dólares, que desaparecieron como por arte de magia en las arcas sin fondo del Gobierno.

Cuando estalló la Intifada, los jefes de la industria y agricultura israelí descubrieron que era posible pasarse sin los trabajadores palestinos. De hecho, resultó que era incluso más lucrativo. Trabajadores traídos desde Tailandia, Rumania y otros países pobres estaban dispuestos a trabajar a cambio de salarios incluso más bajos y en condiciones rayanas en la esclavitud. Los trabajadores palestinos perdieron sus trabajos.

Ésa era la situación al comienzo del experimento: la infraestructura palestina destruida, prácticamente ningún medio de producción y ningún empleo para los trabajadores. En resumidas cuentas, el escenario ideal para iniciar el gran “experimento del hambre”.

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Como ya dijimos, el experimento se puso en marcha con la interrupción de los pagos.

El paso entre Gaza y Egipto quedó en la práctica cerrado. Una vez cada pocos días o semanas se abría durante algunas horas, para cubrir las apariencias, de forma que algunos enfermos y muertos o moribundos pudieran regresar a casa o llegar hasta hospitales egipcios.

Los israelíes cerraron los pasos fronterizos entre la Franja de Gaza e Israel “por urgentes razones de seguridad”. Ocurría que siempre surgían en el momento oportuno “avisos de un inminente ataque terrorista”. Las mercancías agrícolas palestinas destinadas a la exportación se pudrían en los puestos fronterizos. Las medicinas y alimentos no podían entrar, salvo esporádicamente durante breves y períodos —también para cubrir las apariencias— cada vez que alguna personalidad extranjera expresaba alguna protesta. Luego surgía otra “urgente alerta de seguridad” y la situación volvía a la normalidad.

Para completar el cuadro, la aviación israelí bombardeó la única central eléctrica de la Franja, de modo que durante parte del día no hay electricidad y el suministro de agua potable (dependiente de bombas eléctricas) también se interrumpe. Incluso en los días más tórridos, con temperaturas que superan los 30 grados centígrados a la sombra, no hay electricidad para hacer funcionar los frigoríficos, el aire acondicionado, la red de agua y otros servicios necesarios.

En Cisjordania, un territorio mucho más grande que la Franja de Gaza (que representa en extensión solamente el 6% del territorio pero donde viven el 40% de los palestinos [bajo ocupación israelí]), la situación no es exactamente tan desesperada. Pero en la Franja, más de la mitad de la población vive por debajo de la “línea de pobreza” palestina, que a su vez se sitúa muy, pero que muy, por debajo de la “línea de pobreza” israelí. Para muchos habitantes de Gaza sería un sueño ser considerados pobres [con el poder adquisitivo y las prestaciones sociales de que disfrutan los pobres] de la vecina ciudad israelí de Sderot.

¿Qué tratan de decir a los palestinos los gobiernos de Israel y USA? El mensaje es claro: si no os rendís vais a llegar al límite de la hambruna, e incluso vais a rebasarlo. Debéis destituir el Gobierno de Hamas y elegir a candidatos que cuenten con la aprobación de Israel y USA. Y, más importante aún: debes darte por satisfecho con un Estado palestino consistente en varios enclaves separados y cada uno de ellos absolutamente dependiente de las tiernas atenciones de Israel.

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Al presente los directores del experimento científico reflexionan sobre una cuestión desconcertante: ¿cómo diablos los palestinos siguen resistiendo a pesar de todo? ¡Según todas las reglas hace tiempo que deberían haberse rendido!

De hecho, existen algunos signos esperanzadores. La atmósfera generalizada de frustración y desesperación ha creado tensiones entre Hamas y Fatah. Aquí y allá han estallado enfrentamientos, se han producido muertos y heridos, pero en cada ocasión el deterioro de la situación se ha detenido antes de que degenerara en guerra civil. Los millares de colaboradores ocultos de Israel también están ayudando a revolver las aguas. Sin embargo, contrariamente a lo que se esperaba, la resistencia no se ha evaporado. Ni siquiera se ha conseguido liberar al soldado israelí capturado.

Una de las explicaciones de esa situación tiene que ver con la estructura de la sociedad palestina. La Hamulah (familia extensa) juega en palestina un papel central. Basta con que un miembro de la familia trabaje para que sus familiares no se mueran de hambre, aunque la malnutrición esté generalizada. Toda persona que dispone de algún ingreso lo comparte con hermanos y hermanas, padres, abuelos, primos e hijos. Es un sistema primitivo pero muy eficaz en esas circunstancias. Parece ser que los planificadores del experimento no tuvieron en cuenta este detalle.

A fin de acelerar el proceso, desde esta misma semana todo el poderío del ejército israelí está siendo utilizado de nuevo. Durante tres meses el ejército israelí ha estado ocupado con la Segunda Guerra del Líbano. En ella quedó probado que el ejército israelí, que durante los últimos 39 años ha sido utilizado principalmente como fuerza de policía colonial, no funciona muy bien cuando de pronto se enfrenta con un adversario bien entrenado y armado con capacidad de respuesta. Hizbullah empleó armas antitanque letales contra los blindados israelíes y sus cohetes llovieron sobre el norte de Israel. Hace mucho tiempo que el ejército israelí olvidó cómo luchar contra un enemigo así. Y la campaña no acabó bien.

Ahora el ejército israelí regresa al tipo de guerra que conoce. Los palestinos de la Franja no poseen (todavía) armas antitanque eficaces, y los cohetes Kassam sólo producen un daño limitado. El ejército israelí puede volver a utilizar sin restricciones tanques contra la población civil. La fuerza aérea israelí, que en el Líbano tenía miedo de enviar helicópteros para evacuar a los heridos, puede ahora disparar a placer misiles contra las casas de “personas fugitivas”, sus familias y sus vecinos. Si en los últimos tres meses los israelíes “sólo” mataron a 100 palestinos al mes, ahora estamos presenciando un dramático incremento del número de palestinos muertos y heridos.

¿Cómo es posible que resista una población acosada por el hambre, carente de medicinas y equipos para sus primitivos hospitales y atacada militarmente por tierra, mar y aire? ¿Doblará el espinazo? ¿Se arrodillará y suplicará piedad? ¿O hallará una fuerza sobrehumana y resistirá el test?

Resumiendo: ¿Qué y cuánto hace falta para obligar a una población a rendirse?

Todos los científicos que participan en el experimento —Ehud Olmert y Condoleezza Rice, Amir Peretz y Angela Merkel, Dan Halutz y George Bush, por no hablar del premio Nóbel de la Paz Shimon Peres— están inclinados sobre los microscopios a la espera de obtener una respuesta, que sin duda constituirá una importante contribución a la ciencia política.

Confiemos en que el Comité del Nobel permanezca atento.