Palestina / Israel: sigue el debate sobre partición o estado único democrático

 

El Apartheid de Israel

Por Uri Avnery (*)
Sin Permiso, 28/01/07
CounterPunch, 23/01/07
Traducción de Sebastián Porrúa

A Mahatma Gandhi le habría encantado. Nelson Mandela se habría congratulado. Martin Luther King se habría mostrado totalmente entusiasmado: le habría recordado los viejos tiempos.

Ayer (22-01-07), un decreto del jefe del comando central, el general Fair Naveh, estaba a punto de ser puesto por obra. Prohibía a los conductores israelíes tomar pasajeros palestinos en las zonas ocupadas. El general con kippah, amigo de los colonos, lo justificaba como una necesidad vital para la seguridad. Anteriormente, habitantes de Cisjordania habían llegado a territorio israelí en coches israelíes.

Activistas israelíes por la paz decidieron que se tenía que protestar contra esta orden nauseabunda. Varias organizaciones planearon una acción de protesta el mismo día en que se iba a imponer. Organizaron una “vuelta en coche por la libertad” donde israelíes con coche propio iban a entrar en Cisjordania (un delito en sí mismo) para llevar en sus coches a palestinos locales, que se habían ofrecido voluntarios para la acción.

Un acontecimiento impresionante en preparación. Conductores israelíes y pasajeros palestinos infringiendo la ley descaradamente, afrontando arresto y juicio en un tribunal militar.

En el ultimo momento el general “congeló” la orden. La manifestación fue suspendida.

La orden que fue anulada (aunque no rescindida oficialmente) apestaba a apartheid. Forma parte de un gran número de acciones de las autoridades ocupantes que recuerdan al régimen racista de Sudáfrica, como la construcción sistemática de carreteras en Cisjordania únicamente para israelíes y en las que se prohíbe circular a los palestinos. O la ley “temporal” que prohíbe a los palestinos de los territorios ocupados, que estén casados con ciudadanos israelíes, a vivir con sus esposos o esposas en Israel. Y la más importante, el muro, que es oficialmente llamado “el obstáculo de separación”. En Afrikáans “apartheid” significa separación.

La “visión” de Ariel Sharon y de Ehud Olmert se reduce al establecimiento de un “estado palestino” que no sería más que un hilo de islas palestinas en un mar israelí. Es fácil detectar una similitud entre los enclaves planeados y los “bantustanes” que fueron organizados por el régimen blanco en Sudáfrica – las llamadas “patrias”, donde se suponía que los negros gozarían de “auto-gobierno”, pero que realmente no eran más que campos de concentración racistas.

Por estos motivos, tenemos razón cuando utilizamos el término “apartheid” en nuestra lucha diaria contra la ocupación. Hablamos del “muro del apartheid” y de “los métodos del apartheid”. La orden del general Naveh casi ha proporcionado legitimidad oficial a la utilización de este término. Incluso instituciones que están muy lejos del campo de paz radical lo relacionaron con el sistema apartheidista.

Por lo tanto, el titulo del libro del ex-presidente Jimmy Carter está plenamente justificado: “Palestina - Paz, no Apartheid”. El título encendió la ira de los “amigos de Israel”, incluso más que el propio contenido. ¿Cómo se atreve a comparar a Israel con el detestable régimen racista? ¿Cómo se atreve a afirmar que el gobierno de Israel tiene motivaciones racistas, cuando todas sus acciones responden únicamente a la necesidad de defender a sus ciudadanos de los terroristas árabes? (Por cierto, en la portada del libro hay una fotografía de la manifestación contra el muro organizada por Gush Shalom y Ta’ayush. La nariz de Carter apunta a uno de nuestros carteles que reza: “El muro: prisión para palestinos, gueto para israelíes”.)

Parece que Carter tampoco estaba totalmente convencido del uso de este término. Ha insinuado que fue añadido por petición de los editores, que pensaron que un título provocativo estimularía la publicidad. Si fue así, el ardid fue un éxito. El famoso lobby judío se movilizó completamente. Carter fue acusado de antisemita y mentiroso. La tormenta alrededor del título desplazó cualquier debate sobre los hechos citados en el libro, que no han sido seriamente debatidos. El libro todavía no ha aparecido en hebreo.

Pero cuando utilizamos el término “apartheid” para describir la situación, debemos tener en cuenta el hecho de que la similitud entre la ocupación israelí y el régimen blanco en Sudáfrica se refiere únicamente a los métodos, no a la sustancia. Esto debe quedar muy claro, para evitar graves errores en el análisis de la situación y en las conclusiones resultantes.

Siempre es peligroso establecer analogías con otros países y otros momentos históricos. No hay dos países o dos situaciones que sean exactamente iguales. Cada conflicto tiene sus propias raíces históricas. Incluso cuando los síntomas son los mismos, la enfermedad puede ser distinta.

Estas reservas se aplican a las comparaciones entre el conflicto Israelí-palestino y el conflicto histórico entre los blancos y los negros en Sudáfrica. Basta con señalar varias diferencias fundamentales:

(a) En Sudáfrica había un conflicto entre negros y blancos, pero ambos estaban de acuerdo en que el estado de Sudáfrica tenía que permanecer intacto- la cuestión se limitaba a quien lo gobernaría. Casi nadie propuso separar el país entre negros y blancos.

Nuestro conflicto es entre dos naciones distintas con identidades nacionales distintas, cada una de las cuales valora por encima de todo el estado nacional propio.

(b) En Sudáfrica la idea de “segregación” fue un instrumento de la minoría blanca para oprimir a la mayoría negra, y la población negra lo rechazó de forma unánime. Aquí, la gran mayoría de los palestinos quiere estar separado de Israel para poder formar un estado propio. La gran mayoría de israelíes, también, quiere estar separado de los palestinos. La separación es la aspiración de la mayoría de ambos bandos, y la verdadera cuestión es dónde debería estar la frontera entre ambos. En el lado israelí, sólo los colonos y sus aliados exigen que se mantenga unida toda la zona histórica y sólo ellos se oponen a la separación, con el fin de robar la tierra de los palestinos y agrandar sus asentamientos. En el lado palestino, los fundamentalistas islámicos también creen que todo el país es un “waqf” (fideicomiso religioso) y pertenece a Alá, y por lo tanto no puede ser partido.

(c) En Sudáfrica una minoría blanca (sobre un 10 por ciento) gobernaba sobre una inmensa mayoría negra (78 por ciento) y asiática (3 por ciento). Aquí, entre el mediterráneo y el río Jordán, hay 5.5 millones de judío-israelíes y el mismo número de árabe-palestinos (si incluimos  a los 1.4 millones de palestinos que son ciudadanos de Israel).

 (d) La economía de Sudáfrica estaba basada en el trabajo de los negros y no podría haber existido sin él. Aquí el gobierno Israelí ha conseguido excluir a los palestinos no israelíes casi completamente del mercado laboral israelí, y reemplazarlos con trabajadores extranjeros.

Es importante señalar estas diferencias fundamentales para prevenir errores graves en la estrategia de la lucha para acabar con la ocupación.

En Israel y el extranjero hay personas que citan esta analogía sin prestar suficiente atención a las diferencias esenciales entre ambos conflictos. Su conclusión: los métodos que tuvieron tanto éxito contra el régimen sudafricano pueden ser utilizados de nuevo en la lucha contra la ocupación—concretamente, la movilización de la opinión pública mundial, un boicot internacional y el aislamiento.

Esto recuerda una falacia clásica, que antes se enseñaba en las clases de lógica: un esquimal conoce el hielo. El hielo es transparente. El hielo puede ser masticado. Cuando se le da un vaso de agua, que también es transparente, cree que también puede masticarlo.

No hay duda de que es esencial suscitar a la opinión pública internacional contra el tratamiento criminal de las autoridades ocupantes hacia el pueblo palestino. Hacemos esto cada día, igual que Jimmy Carter lo hace ahora. Sin embargo, debemos tener claro que esto es infinitamente más difícil que la campaña que llevó al derrocamiento del régimen sudafricano. Una de las razones: durante la segunda guerra mundial, las personas que después se erigieron como los gobernantes de Sudáfrica intentaron sabotear el esfuerzo antinazi y fueron encarcelados, y por lo tanto suscitaron el desprecio del mundo entero. Israel es considerado por el mundo como el “estado de los supervivientes del holocausto”, y por lo tanto despierta una simpatía abrumadora.

Es un craso error pensar que la opinión pública internacional pondrá fin a la ocupación. Esto ocurrirá cuando la población israelí esté convencida de la necesidad de hacerlo.

Hay otra diferencia importante entre ambos conflictos, y ésta puede ser la más peligrosa: en Sudáfrica a ningún blanco se le hubiera pasado por la cabeza la limpieza étnica. Incluso los racistas comprendían que el país no podía funcionar sin la población negra. Pero en Israel, este fin está siendo considerado, tanto pública como secretamente. Uno de sus defensores principales, Avigdor Lieberman, es un miembro del gobierno y la semana pasada Condoleezza Rice tuvo un encuentro oficial con él. El Apartheid no es el mayor peligro que se cierne sobre las cabezas de los palestinos. Están amenazados de algo infinitamente peor: “transferencia”, que significa expulsión total.

Algunas personas en Israel y en el mundo entero siguen la analogía con el apartheid hasta su consecuencia lógica: la solución aquí será la misma que en Sudáfrica. Allí los blancos se rindieron y la mayoría negra asumió el poder. El país permaneció unido. Gracias a líderes inteligentes, encabezados por Nelson Mandela y Frederick Willem de Klerk esto ocurrió sin baño de sangre.

En Israel esto es un hermoso sueño para el fin de los días. Debido a las personas involucradas y a sus ansiedades, inevitablemente se convertiría en una pesadilla. En este país hay dos pueblos con una conciencia nacional muy fuerte. Después de 125 años de conflicto, no hay la más remota posibilidad de que vivan juntos en un estado, compartan el mismo gobierno, sirvan en el mismo ejército y paguen los mismos impuestos. Económica, tecnológica y educacionalmente, la separación entre ambas poblaciones es inmensa. En esta situación, aparecerían sin duda relaciones de poder similares a las de Sudáfrica.

En Israel el demonio demográfico está acechando. Hay una angustia existencial entre los judíos de que el equilibrio demográfico cambiará incluso en la Línea Verde. Cada mañana se cuentan los bebés – cuántos bebés judíos nacieron durante la noche y cuántos árabes. En un estado conjunto, la discriminación aumentaría cien veces. El impulso para expropiar y expulsar no conocería límites, aparecería una desenfrenada actividad colonizadora judía, junto con el intento de poner a los árabes en desventaja con todos los medios posibles. En pocas palabras: el infierno.

Se puede tener la esperanza de que esta situación cambiará dentro de 50 años. No tengo ninguna duda de que al final habrá una federación entre los dos estados, quizá incluyendo también a Jordania. Yasser Arafat me habló de esto bastantes veces. Pero ni los palestinos ni los israelíes pueden permitirse 50 años más de matanzas, ocupación y creciente limpieza étnica.

El final de la ocupación vendrá en el marco de paz entre ambos pueblos, que vivirán en dos estados vecinos –Israel y Palestina- con una frontera entre ellos basada en la Línea Verde. Espero que ésta sea una frontera abierta.

Entonces –inshallah— los palestinos viajarán libremente en coches israelíes, y los israelíes viajarán libremente en coches palestinos. Cuando ese día llegue, nadie se acordará del general Yair Naveh, ni siquiera de su jefe, el General Dan Halutz. Amén.


(*) Uri Avnery es un escritor, activista por la paz y analista político israelí. Su último libro es “The Politics of Anti-Semitism”.