A un siglo del
¿Qué hacer? de
Lenin
Una defensa crítica a la luz del
Argentinazo
Por Roberto Sáenz
Socialismo
o Barbarie, revista, 18/11/03
Han pasado 101 años desde que V. I. Lenin escribiera el Qué
hacer. La obra estaba referida específicamente a las tareas planteadas
para la Socialdemocracia rusa a comienzos del siglo XX, relacionadas en
primer lugar con las
dificultades para establecer al marxismo revolucionario ruso propiamente
como partido. Estos problemas eran producto de la tendencia a la dispersión
en la vasta superficie de ese país, del factor desorganizador que
significaba la continua represión del Estado zarista y de las presiones
“anti-políticas” que le imprimía a la actividad socialista el carácter
puramente “económico” de la lucha de la emergente clase trabajadora.
El siglo transcurrido ha dado lugar a un sinnúmero de
discusiones y debates acerca de la pertinencia del trabajo de Lenin
para nuestra época. Por ejemplo, en un libro recientemente editado se
insiste en que “La teoría y la práctica de la revolución deben ser
emancipadas de su herencia leninista, y la pregunta ¿qué hacer?
suplantada por (...) ¿qué evitar? y ¿qué se tiene que hacer
diferente?” (1). Más aún, llegan a afirmar que: “se podría decir
que el centenario del ¿Qué Hacer? de Lenin no merece ser
celebrado” (2).
Aquí sostendremos la tesis contraria. Entendemos que
si bien en el trabajo de Lenin existen aspectos unilaterales, equivocados
y / o que remiten a cuestiones específicas del tiempo y lugar en el que
le tocó actuar, también contiene elementos de universalidad y
actualidad, que cobran renovada importancia vistos desde la
experiencia del Argentinazo. Incluso podríamos decir que el proceso
en curso necesita un “giro leninista”.
No se nos escapa que la obra de Lenin excede la mera discusión
del ¿Qué hacer? Sin embargo, nos interesa circunscribirnos a los
problemas de organización precisamente por la enorme actualidad de estos
problemas en el Argentinazo y el “déficit de partido” que ha
expresado hasta el momento (3). Porque opinamos que los problemas de
construcción de la organización revolucionaria se deben poner a la
orden del día para que se puedan superar los agudos límites de
politización y de alternativa socialista, y que no podrán ser
resueltos sin afrontar esta cuestión acuciante.
Filosofía y conciencia de clase en Lenin
El punto de partida más general del debate es la adquisición
de la conciencia de clase de los trabajadores. Esta misma problemática
remite, a su vez, a las concepciones en juego acerca de la teoría del
conocimiento. Aquí se impone hacer referencia a la obra filosófica de
Lenin: los textos Materialismo y Empirocriticismo (1908) y los Cuadernos
Filosóficos sobre la Lógica de Hegel (1914).
Obviamente, el problema es demasiado vasto como para tratarlo
exhaustivamente aquí (4). Sin embargo, no se puede no partir de un somero
repaso de esta problemática, dada su importancia para la cuestión de los
presupuestos teóricos de la concepción de Lenin sobre la adquisición de
la conciencia socialista, junto con la polémica que estas posiciones
desataron.
En el primer trabajo, Lenin era todavía parte de la tradición
filosófica de la II Internacional, si bien su criterio activista,
militante, lo delimitaría desde el principio –aun no del todo
conscientemente– con el conjunto de esta tradición. El segundo, en
cambio, es el texto de ruptura filosófica con esta tradición de
materialismo mecánico y evolucionista.
La evaluación de los fundamentos filosóficos del
pensamiento de Lenin ha dado lugar a agrias disputas. Hay una serie
de autores que centran los problemas de la revolución rusa en los
“defectos filosóficos” de la obra de Lenin. Este ha sido el caso de,
por ejemplo, Karl Korsch (en la “Anticrítica” de Marxismo y
Filosofía) o de Anton Pannekoek en Lenin filósofo.
Esta crítica ha sido recogida recientemente por John
Holloway en Cómo cambiar el mundo sin tomar el poder y por la ya
citada compilación A 100 años del ¿Qué hacer?. Allí, Mike
Rooke dice: “Korsch y Pannekoek identificaron exactamente el mismo tipo
de pensamiento en Lenin (que el de la II Internacional. RS). Sostuvieron
que el materialismo de Lenin (expuesto en Materialismo y
Empirocriticismo, que apareció en 1908) era dualista, que se
apoyaba en la aceptación del ser objetivo (materia) como independiente de
la conciencia (mente). En este materialismo contemplativo, se le otorga a
la materia primacía epistemológica por sobre la conciencia,
contradiciendo de manera directa la consideración de Marx (...) Por lo
tanto, la teoría del conocimiento de Lenin milita en contra de la unidad
entre teoría y práctica que encontramos en Marx (...) Su concepción de
la teoría es tal que esta se mantiene en una relación contemplativa
con el objeto, al cual se le aplica desde afuera, y la práctica se
convierte en un resultado de esta aplicación. Esto se ejemplifica en el ¿Qué
hacer? de Lenin, obra de 1902. La tesis del libro es una elaboración
de la perspectiva de Plejánov de que los intelectuales marxistas aportan
a los trabajadores la teoría (la ‘conciencia socialdemócrata’) desde
‘afuera’(...) ¡Aquí se encuentra el germen del sustituismo posterior
del partido bolchevique en el poder” (5).
Sostenemos que esta es una lectura completamente superficial,
mecánica y antidialéctica de cómo fue el proceso de Lenin y de la
riqueza (no exenta de contradicciones) de su pensamiento. Porque en
la medida en que su obra fue –como toda obra genuinamente
revolucionaria- una obra en curso, en permanente progreso y reelaboración,
fue dando cuenta de los problemas de su época de una manera aproximativa
(Lenin se reconocía, en el terreno de la filosofía, como un simple
“indagador”). De allí el costado a veces defectuoso o
fragmentario de su pensamiento filosófico. En efecto, Materialismo
y Empirocriticismo parece corresponder con algunas de las
formulaciones más importantes del ¿Qué hacer?, aunque sólo formalmente.
Sin embargo, de ninguna manera se puede perder de vista que
estos límites y unilateralidades fueron superados no sólo por la
práctica política dialéctica del propio Lenin, sino –de manera
consciente y explícita- en sus Cuadenos filosóficos
sobre la Lógica de Hegel. No casualmente, varios de estos
críticos se “olvidan” de los Cuadernos y la emprenden sólo
contra Materialismo y empirocriticismo. Al mismo tiempo esta crítica
pierde el elemento correcto de esta obra, su fundamentación materialista
del punto de vista de la filosofía. No podía ser de otra manera: cifrar
en Lenin toda la suerte de la Revolución Rusa y en el solo texto de Materialismo
y empirocriticismo todas las desgracias, no deja de ser una cruda
recaída en el más puro idealismo y la más pura abstracción. O, más
precisamente, la carencia de una verdadera comprensión dialéctica,
capaz de dar cuenta de desarrollos desiguales, discordancias,
combinaciones y paradojas.
La versión que creemos más correcta es que Lenin recorrió
un camino de progresión de su propia base filosófica, que sin
abandonar el materialismo, le permitió afinarlo y concebirlo como algo
activo, vivo, que da pleno rol a la actividad del sujeto.
Teoría del conocimiento
Partamos entonces de abordar los elementos de la teoría del
conocimiento presentes en el verdadero Lenin. Digamos que la teoría
del conocimiento se mueve entre dos límites generales. Por un
lado, el conocimiento debe remitir a una cierta realidad que es
independiente del sujeto del conocimiento, esto es, al que conoce. El
conocimiento no es ni puede ser una mera disquisición en el vacío, en
abstracto o puramente subjetiva. Porque se establece una relación dialéctica
entre el que conoce y la realidad, una cierta relación entre sujeto y
objeto.
Sin embargo, no se trata de una versión pasiva o de mero
reflejo o copia de la realidad como tal (este es el aspecto más flojo
de Materialismo y empiriocriticismo). El proceso del conocimiento
significa una cierta elaboración, una cierta construcción por
parte del que conoce. Esto es, una acción por la cual la adquisición
del conocimiento exige una práctica activa, de elaboración y reflexión
sobre lo que se conoce. La actividad del sujeto es efectivamente la mediación
entre el objeto y el sujeto, y es esta mediación, esta praxis, el momento
de unidad entre sujeto y objeto.
Estos dos planos tienen su importancia cuando se intenta
establecer la relación con las teorías del conocimiento en boga en época
de Lenin. Por un lado, en Materialismo y Empirocriticismo la
polémica se centró en Bogdánov, que sostenía una concepción que
combinaba un materialismo crudo con un subjetivismo idealista. Contra Bogdánov,
Lenin correctamente afirmaba el punto de vista materialista de que el
conocimiento es algo referido a una realidad “independiente” del
sujeto que conoce. Es esta realidad la que los mentores filosóficos de
Bogdánov (Mach y Averanius) tendían lisa y llanamente a abolir.
Para
Lenin, por el contrario, existe una realidad
“externa” que sin embargo es dado al pensamiento conocer. Afirma que no
hay barrera insuperable entre nuestras sensaciones y el mundo real.
Que existe algún tipo de “correspondencia” entre los dos, una
relación entre el proceso del pensamiento y el mundo real. Bogdánov (a
la manera de Kant) no dejaba ningún lugar a cualquier concepción de la
verdad que estuviera basada en la conformidad entre nuestros
juicios y esa realidad independiente. Pero, en su idealismo vulgar, todo
esto se les escapa a nuestros críticos.
El problema del enfoque de Lenin comenzaba cuando se movía más
allá de la defensa del materialismo para dar una formulación positiva
de la filosofía marxista. Aquí sí impactaba negativamente el
mundo del marxismo de la II Internacional. Porque Lenin asumía con armas
y bagajes una concepción reduccionista y pasiva del conocimiento: la
teoría del conocimiento como copia o reflejo de la realidad. Lenin
insistía en que las representaciones teóricas en nuestra cabeza eran
simples copias del mundo real.
Y efectivamente esto era claramente opuesto a la concepción
del conocimiento en Marx. Es el caso bien conocido de las Tesis sobre
Feuerbach, donde se insiste en el aspecto crítico práctico activo
del conocimiento como proceso de construcción donde el sujeto
tiene un rol decisivo en su interacción con el mundo real.
En cambio, Lenin caía en una cruda teoría materialista
mecánica del conocimiento, apoyándose en los materialistas burgueses
del siglo XVIII y retrocediendo respecto de la dialéctica de Hegel y de
su asimilación por Marx. Lenin parecía creer que el conocimiento del
mundo se alcanzaba simplemente por una reproducción mental de su
apariencia inmediata, perdiendo de vista que lo que está en juego en
el conocimiento no son las formas de manifestarse de las cosas, sino sus conexiones
internas. Esta concepción epistemológica terminaba siendo, paradójicamente,
contradictoria con su propia concepción de la adquisición de la
conciencia manifestada en el ¿Qué hacer?, con lo más profundo de
esta obra Porque allí Lenin muestra cómo lo espontáneo aparece como la
forma embrionaria, no elaborada, de la conciencia, que para elevarse al
nivel de conciencia política socialista requiere un momento de elaboración
más complejo. Allí es donde se hace imprescindible el metabolismo de
la clase trabajadora con el partido.
Porque una teoría del conocimiento por “correspondencia”
–alguna versión de la cual es esencial para cualquier materialismo–
debe dar espacio para un esfuerzo específico de interpretación,
para un elemento teórico que intervenga entre la percepción y la
conciencia, superando el carácter fetichizado de la realidad. En la
“teoría del reflejo”, en cambio, la conciencia es reducida a la
mera percepción, y este proceso de elaboración activo, este
metabolismo, desaparece.
Lo que los críticos de Lenin prefieren pasar por alto, en un
acto que habla mal de su honestidad intelectual, es que años después, en
medio de la crisis que le produjo el hundimiento de la II Internacional y
tras una revisión de la Lógica de Hegel, Lenin redescubre el
lado activo del pensamiento, el lado activo del conocimiento, el lado
activo del sujeto. Aquí opera una superación del materialismo mecánico
de la II Internacional. Tal como citan Raya Dunayevskaya y el propio Karl
Korch, Lenin llega a decir que “la conciencia del hombre no sólo
refleja el mundo objetivo sino que lo crea” (Cuadernos Filosóficos)
(6).
Lenin redescubre la crítica al materialismo vulgar e
insiste ahora en el hecho de que Plejánov desconocía los textos más
importantes de Hegel, sobre todo los referidos a la teoría del
conocimiento. Ahora afirma: “la dialéctica es la teoría del
conocimiento de Hegel y el marxismo” (7).
En los Cuadernos, Lenin señala:
“1. Plejanov critica al kantismo (...) más desde el punto
de vista materialista vulgar que desde un punto de vista dialéctico
materialista (...) 2. Los marxistas criticaron (a principios del siglo XX)
a los kantianos y a los discípulos de Hume, más bien a la manera de
Feuerbach (...) que de Hegel. Es completamente imposible entender El
Capital de Marx, y en especial su primer capítulo, sin haber
estudiado y entendido a fondo toda la Lógica de Hegel ¡Por
consiguiente, desde hace medio siglo, ningún marxista ha entendido a Marx!”
(8).
Como ya señalamos más arriba, esto remonta a las Tesis
sobre Feuerbach. Porque Marx había señalado allí con toda claridad que
el problema del materialismo de Feuerbach es que perdía el lado
activo del conocimiento, presente en Hegel. Al mismo tiempo, al afirmar
que “el educador debe ser educado”, rompía con toda posible externalidad
a la hora de la adquisición del conocimiento y la conciencia. Pero
es un hecho que Lenin no llegó a conocer este texto, publicado años
después. Esto no hace más que resaltar el mérito de sus Cuadernos
Filosóficos, donde llega a plantear que “el cambio como resultado
de la pelea entre opuestos (...) no es externo, sino que apunta a
la contradicción interna, al automovimiento” (9).
Esta nueva comprensión de las relaciones entre esencia y
apariencia fue fundamental para la nueva concepción acerca de la relación
entre pensamiento y realidad. Su epistemología ganaba así en dos
aspectos decisivos a la hora de la comprensión del problema de la
adquisición de la conciencia política de clase: por un lado, ganaba en
la explicación de la distinción entre la conciencia
inmediata (sindicalista) y la conciencia mediata (política). Porque el
conocimiento requiere un proceso activo de abstracción (o sea, una
elaboración) capaz de discriminar entre esencia y apariencia. Esto arroja
nueva luz sobre algunas de las más importantes tesis del Qué hacer.
Y por el otro, porque ayudaba a superar el carácter pasivo y “desde
afuera” de la adquisición de la conciencia, que era un límite muy
importante del ¿Qué hacer?
Reiteramos, entonces, que partiendo de este renovado punto de
vista Lenin desarrolló un rol más activo e independiente para la
conciencia que el que aportaba el esquema de Materialismo y
empirocriticismo. Y es esta suerte de ruptura o superación crítica
de su marco anterior marco filosófico el que la crítica consejista,
autonomista y “antipartido” tiende a desconocer (10).
Conciencia de clase y partido
Como decíamos, estas cuestiones filosóficas y epistemológicas
generales están emparentadas con los problemas de la adquisición
de la conciencia socialista por parte de las masas trabajadoras.
Emparentadas, no iguales, porque el problema del conocimiento, si bien
remite al conocimiento científico, requiere un grado de
complejidad y especificidad que es distinto al problema de la adquisición
de la conciencia política. Ciencia y política tienen herramientas
y medios distintos, independientemente de que también la adquisición
de la conciencia de clase y socialista exige también un cierto nivel de comprensión
acerca de las determinaciones de la realidad.
La adquisición de la conciencia política alude, en
una importante medida, al problema del conocimiento político-práctico,
guiado por la actividad, de la totalidad de las relaciones de clase
en la sociedad.
Pero surge una dificultad. Como sintetiza Alan Shandro, “el
relato de Lenin de la historia del movimiento obrero ruso describe una
dialéctica de resistencia, conciencia, lucha y organización. Esta dialéctica
espontánea se identifica como una conciencia embrionaria que se enfrenta
con una limitación que no puede sobrepasar por sí misma. Lenin
define esta limitación de dos formas: primero por la negativa, en términos
de conciencia socialista: los huelguistas de los noventa ‘no eran, y
no podían ser conscientes del antagonismo irreconciliable de sus
intereses con el conjunto del sistema político y social
moderno’. Y luego por la positiva, en términos de la propia conciencia
de los trabajadores: ‘la historia de todos los países atestigua que la
clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en
condiciones de elaborar una conciencia sindicalista’ (...) la
restricción al desarrollo de la conciencia socialista de la clase obrera
se entiende no como un problema especifico de la situación de los obreros
rusos, sino como un límite general a la dialéctica espontánea
de la lucha de la clase obrera” (11).
¿En qué consiste esta dificultad a la hora de la adquisición
de la conciencia del todo? Lenin nos da una pista:
“Con frecuencia se oye decir: la clase obrera tiende espontáneamente
hacia el socialismo. Esto es muy justo en el sentido de que la teoría
socialista revela, con más profundidad y precisión que ninguna otra, las
causas de las calamidades que sufre la clase obrera, y por eso lo obreros
la asimilan con tanta facilidad (...) La clase obrera tiende de modo
espontáneo al socialismo, pero la ideología burguesa, la más
difundida (y que siempre vuelve a surgir de las formas más diversas), se
impone, no obstante, espontáneamente al obrero más que a nadie” (12).
Este obstáculo refiere al carácter fetichizado,
“invertido”, deformado de las relaciones sociales en la sociedad. Si
esto es así, no está dado a los trabajadores adquirir una conciencia
clara y profunda acerca de las circunstancias de su explotación y opresión
más que mediante una elaboración, un proceso en el que
intervienen las tradiciones de lucha heredadas de generaciones anteriores,
su propia acción “espontánea”, los elementos de aprendizaje que
vienen o se acumulan como experiencia (13) y –en el límite– el
absolutamente necesario metabolismo con la organización revolucionaria,
sin el cual no se puede obtener del todo esta conciencia política
socialista.
Esto está muy bien desarrollado por Georg Lukács en Historia
y Conciencia de Clase, donde plantea que “las tesis tácticas del
III Congreso (de la Internacional Comunista) subrayan (...) que ‘toda
gran huelga tiende a convertirse en una guerra civil y en una lucha
inmediata por el poder’. Pero sólo tiende. Y la crisis ideológica
del proletariado consiste precisamente en que esa tendencia no haya
llegado a realidad, a pesar de que en varios casos estaban dados los
presupuestos económicos y sociales de su realización. Esta crisis ideológica
se manifiesta, por una parte, en el hecho de que la situación de la
sociedad burguesa, sumamente precaria objetivamente, sigue reflejándose
en las cabezas de los proletarios como si tuviera su vieja solidez, en el
hecho de que el proletariado sigue intensamente preso en las formas
intelectuales y emocionales del capitalismo” (14).
Análogamente, podríamos decir que el Argentinazo vive
hoy su propia “crisis ideológica”, expresada en las
enormes dificultades de las masas trabajadoras para sacar conclusiones
radicales de su acción a partir del 19 y 20 de diciembre. Y, más en
general, en el “déficit de partido” que venimos señalando,
reflejo de este mismo problema: las masas trabajadoras pueden espontáneamente,
por sí mismas (y el Argentinazo lo demuestra una vez más) crear y
desarrollar organismos de autodeterminación o democracia de base –sean
asambleas populares, movimientos de trabajadores desocupados u ocupaciones
de fábricas–, pero no pueden llegar por sí solas al nivel de la
conciencia de clase socialista, de la necesidad de la transformación
completa de la sociedad. En esto es absolutamente imprescindible el
metabolismo de las masas y la vanguardia con el partido.
Pero volvamos a nuestros críticos de Lenin. John Holloway,
en su último libro, diferencia correctamente el “fetichismo” como
cuestión cerrada, de una concepción del desarrollo continuo en la
sociedad de un proceso de fetichización. Sin embargo, esto se
utiliza para intentar demostrar que sería posible dejar afuera al
partido en este necesario metabolismo con la clase a la hora de la
adquisición de la conciencia y de la transformación social (15).
Efectivamente, si el fetichismo fuera un círculo completamente
cerrado, no habría forma de escapar de él, ni siquiera con el mejor
partido. Pero la muy correcta comprensión de que lo que existe es un
continuo proceso de fetichización –que por definición es abierto– no
significa que se pueda superar o romper sin el metabolismo complejo
de la conciencia socialista que implica necesariamente la relación
del partido con la vanguardia y las masas.
Para Cajo Brendel, “Si la división del trabajo entre
partido y sindicato tuviese su sentido en tiempos apacibles, se
transformaría en una ideología en períodos revolucionarios, ya que
realmente se constituiría la unidad de la lucha económica y la
lucha política. En este período la separación entre lo económico y lo
político se disolvería y ambos se fusionarían en uno. Esta
unidad autocreada también daría por resultado otra forma de organización”
(16) Pero la experiencia del Argentinazo muestra un camino mucho más
complejo. Las tremendas presiones reivindicativas y económico-corporativas
que se viven en la vanguardia y en sus diversos movimientos dificultan
esta progresión de la conciencia, aunque se trata de un proceso dialéctico
donde hay dificultad, pero también aprendizaje y superación parcial
del fetichismo.
No casualmente Lenin señalaba en 1903 que “cuanto más
poderoso es el ascenso espontáneo de las masas y más se amplía el
movimiento, mayor es la rapidez con que aumenta la necesidad de una
elevada conciencia”. En el mismo sentido, incluso durante 1905 señalaba
que “desde ya que las masas y el partido aprenderemos de la revolución.
El problema es si seremos capaces de enseñarle algo”.
Lenin no es Kautsky
Los críticos que estamos citando se toman del aspecto más superficial
y formal de la definición de Lenin de que la conciencia socialista
debía provenir “desde afuera” de la clase trabajadora, para
argumentar que si se tiene una concepción de “auto emancipación” no
se puede tener a la vez una firme y sistemática concepción acerca de la necesidad
del partido.
Como está claro, opinamos con Lenin lo
contrario.
Siguiendo en este punto el sugerente análisis de Daniel
Bensaïd, digamos que en la concepción de Lenin aparecen dos planos. Por
un lado, está la clásica alusión a que la conciencia socialista debía
provenir “desde afuera” de la relación entre patronos y obreros. Aquí
había –efectivamente– un malentendido respecto de la lectura
de Kautsky, para quien la conciencia no sólo debía provenir desde afuera
de la actividad más inmediata de la clase trabajadora, sino que
lisa y llanamente era aportada por otra clase o fracción de clase:
los intelectuales pequeño burgueses como tales, como un deus ex
machina colocado por encima de la propia clase.
Dice
Bensaïd: “Lenin tantea y no siempre mide el
alcance de sus propias innovaciones. Así, creyendo parafrasear un
texto canónico de Kautsky, lo modifica de forma esencial. Donde
Kautsky escribe que ‘la ciencia’ llega a los proletarios ‘del
exterior de la lucha de clases’ introducida por los ‘intelectuales
burgueses’, Lenin traduce que ‘la conciencia política (no la ciencia)
viene del exterior de la lucha económica’ (y no de la lucha de clases
que es tanto política como social), llevada no por los intelectuales en
tanto categoría sociológica, sino por el partido en tanto actor
específico” (17).
El texto del propio Lenin en el ¿Qué hacer? es contradictorio.
Citando textualmente a Kautsky, dice: “Pero no es el proletariado el
portador de la ciencia, sino la intelectualidad burguesa (...) de modo que
la conciencia socialista es algo introducido desde afuera en la lucha de
clases del proletariado” (18). Sin embargo, más adelante se dice algo muy
distinto: “la convicción de que se puede desarrollar la conciencia
política de clase de los obreros desde adentro, por así decirlo,
de su lucha económica, o sea, tomando sólo (o por lo menos,
principalmente) esa lucha como punto de partida, y basándose sólo (o por
lo menos, principalmente) en esa lucha (...) es falsa de raíz (...). La
conciencia política de clase sólo puede llegar al obrero desde
el exterior, es decir, desde un campo ubicado fuera de la lucha económica,
al margen de la esfera de las relaciones entre obreros y patronos.
La única esfera de la que se puede extraer estos conocimientos es la de
las relaciones de todas las clases y capas con el Estado y el
gobierno, la esfera de las relaciones de todas las clase entre sí (...).
Para dotar de conocimientos políticos a los obreros, los socialdemócratas
deben ir a todas las capas de la población, deben enviar a todas partes
los destacamentos de su ejército” (19).
La preocupación de Lenin (aun defectuosamente formulada)
apuntaba a un problema real, en la medida en que la adquisición de
la conciencia requiere una cierta elaboración de la experiencia,
que no se puede ser procesada de manera simple y directa por el
conjunto de la clase (ni siquiera por el conjunto de la vanguardia) sino
que exige la mediación de algún elemento que tenga acumuladas o
incorporadas las herramientas para esa adquisición de la conciencia: esto
es, el partido como una síntesis específica de la teoría y la práctica
de la lucha de clases.
Porque en este terreno, la pertinencia de Lenin tiene que ver
con la comprensión de que la conciencia plena acerca de la propia
acción y las condiciones de la acción, requiere –insistimos– una elaboración.
Y esta elaboración, que alude a una imposibilidad de explicar la
conciencia como mero reflejo o copia de la realidad, precisamente señala
el rol del partido en su relación metabólica con la clase y la lucha de
clases.
Esta concepción concentraba implícitamente una doble crítica
a la base filosófica del Lenin de Materialismo y empirocriticismo.
Porque la adquisición de la conciencia es un proceso que tiene que ver
con las relaciones sociales “objetivas” que lo determinan, pero es a
la vez una elaboración activa (no una mera copia), por intermedio
de una acción (no un mero reflejo pasivo) lo que da lugar al rol del
partido, así como también a la propia acción o experiencia en la
realidad, que a su vez transforma subjetivamente esas relaciones
“objetivas”.
La adquisición de la conciencia requiere del “método
de la abstracción” para ver más claramente. Al mismo tiempo, la
conciencia se debe basar en la actividad práctica, que dará la
prueba de hasta qué punto nuestras concepciones del mundo son ajustadas.
El “patrón” del proceso dialéctico del conocimiento va
desde la percepción vivida al pensamiento abstracto y de ahí a la práctica
consciente, donde opera una fusión del entendimiento intelectual y
la existencia objetiva. Porque en la actividad humana se supera la
abstracción del pensamiento. Porque hay un punto donde la teoría y
la conciencia de clase se encuentran: en la práctica. Es el punto donde
lo objetivo y lo subjetivo se fusionan a la hora de la transformación
de la realidad, y de ese mismo sujeto en el acto mismo de transformarla.
Por lo tanto, el propio método marxista, la propia dialéctica
materialista, implica la actividad política. Porque sólo se puede
realmente conocer en el curso de esa actividad.
Y por esto Lukács era hostil a la teoría pasiva del
conocimiento “fotográfico”, al peligro del reduccionismo fatalista de
los pensamientos a la realidad. Porque si el pensamiento simplemente
refleja la realidad ¿qué rol puede tener la conciencia en la
transformación de la realidad? La realidad no es, sino que deviene
tal cosa. Y, en el devenir, la participación del pensamiento es
necesaria. La propia conciencia es una parte activa de la realidad.
Para el Lenin de los Cuadernos filosóficos, la práctica
sobrepasa la distinción entre “subjetividad” y
“objetividad”, la distancia entre esencia y apariencia. Y el terreno
para este descubrimiento fue establecido por la teoría del partido
de Lenin, siempre el elemento más dialéctico y más importante de su
marxismo.
Porque la necesidad de “ser parte” y al mismo tiempo de
“ser específico” respecto del total de las masas exige una dialéctica
que permita entender la unidad de los opuestos. Y esto es,
precisamente, lo que surge de las determinaciones más concretas de la
concepción de Lenin sobre partido.
La política socialista como práctica de la totalidad
“La socialdemocracia revolucionaria siempre incluyó (...)
en sus actividades las luchas por las reformas. Pero utiliza la agitación
“económica” no sólo para reclamar al gobierno toda clase de medidas,
sino también (y en primer término) para exigir que deje de ser un
gobierno autocrático. Además, considera su deber presentar al gobierno
esta exigencia, no sólo en el terreno de la lucha económica, sino también
el de todas las manifestaciones de la vida social y política. En
una palabra, como la parte al todo, subordina la lucha por las reformas a
la lucha revolucionaria por la libertad y el socialismo” (20).
Esto parece escrito para el Argentinazo mismo, aunque a
nuestros críticos no les guste porque, de hecho, se inscriben en la
tradición del “economicismo” (21).
Porque, efectivamente, uno de los problemas del actual
proceso es el carácter fragmentario, “corporativo”, de las luchas y
los movimientos sociales. Es el problema de que en vez de subordinarse la
parte al todo, las “conquistas” se obtienen muchas veces a expensas
del proceso mismo (ver el caso de la nulidad de las leyes de impunidad en
el Congreso y la política de IU respecto de esto, o de los acuerdos
firmados con el gobierno para realizar “emprendimientos productivos”
por parte de distintos movimientos de trabajadores desocupados).
Este proceso de atomización y fragmentación es una presión
que viene desde abajo, de las propias necesidades y reivindicaciones de
los sectores que salen a la lucha, y se combina con la incapacidad de
pararse desde una perspectiva más de conjunto, la de acabar con el orden
social si se pretende resolver incluso cuestiones “elementales” como
el problema del trabajo.
En su polémica con los “economicistas”, Lenin diferencia
tajantemente política sindicalista (reducida a puras
reivindicaciones económicas en el terreno político, como ser leyes,
etc.) de política socialdemócrata, que se refiere a la elevación
de la clase al todo, a proponerse respuestas de conjunto para toda
la sociedad.
Esto tenía un objetivo profundamente práctico y material:
“obligar” a la clase y su vanguardia a salirse de su propia estrechez.
“Obligar” a la clase al aprendizaje práctico que significa tomar
contacto con las otras clases sociales, ampliando así su horizonte.
Esto es, Lenin planteaba como orientación práctica la educación de la
clase trabajadora en interesarse por todos los problemas de todas
las clases, por todos los problemas de la sociedad. Y al ubicarse desde un
punto de vista social total, plantearse verdaderamente el problema
del poder político. Lo que implica –para los proletarios, desde el
proletariado– ir a todas las capas de la sociedad.
Se trata de una orientación práctica, material, no
simplemente de “ideas” o “conceptos” que “vienen desde afuera”
de la clase, porque la adquisición de la conciencia política por parte
de los trabajadores (que no es lo mismo que la formación marxista), no
puede ser algo puramente “ideal” o “intelectual” asimilado mecánicamente
“desde afuera”. Es un hacerse material de la conciencia mediada por la
propia experiencia política.
Entonces, la cuestión central es cómo los trabajadores se
mueven desde la conciencia de todos los días hacia la conciencia de que
es posible cambiar las condiciones tremendas en las que viven. Pero
¿cómo superar en la conciencia el fetichismo y la alineación? ¿Cómo
superar el sentido común? (22)
Aquí es donde entra la relación metabólica del partido con
la clase, porque el “límite general” al desarrollo de la conciencia no
se puede superar mediante la mera actividad espontánea de la propia
clase trabajadora. Aquí entra la política socialista revolucionaria como
totalidad y como práctica de la totalidad.
Porque, como decía Lenin, “En realidad, se puede ‘elevar
la actividad de la masa obrera’ sólo si no nos limitamos a la
‘agitación política en el terreno económico’. Y una de las
condiciones esenciales para lograr esa extensión indispensable de
la agitación política es organizar denuncias políticas que abarquen
todos los aspectos. Las masas sólo pueden ser educadas en su conciencia
política y en su actividad revolucionaria sobre la base de esas denuncias
(...) La conciencia de la clase obrera no puede ser una auténtica
conciencia política si los obreros no están acostumbrados a hacerse eco
de todos los casos de arbitrariedad y opresión, de violencias y
abusos de todo tipo, cualesquiera sean las clases afectadas (...) La
conciencia de las masas obreras no puede ser una auténtica conciencia de
clase si los obreros no aprenden, sobre la base de los hechos y
acontecimientos políticos concretos y además de actualidad, a
observar a cada una de las otras clases sociales en todas las
manifestaciones de la vida intelectual, moral y política, si no aprenden
a aplicar en la práctica el análisis y la apreciación materialistas de
todos los aspectos de la actividad y de la vida de todas la clases,
capas y grupos de la población. Quien concentra la atención de la
clase obrera, su capacidad de observación y su conciencia exclusivamente
o aunque sólo sea una forma preferente en ella misma, no es un socialdemócrata,
pues el conocimiento de sí misma por parte de la clase obrera está
vinculado, en forma inseparable, no sólo a una compresión teórica
absolutamente clara –o mejor dicho, no tanto teórica como práctica–
de las relaciones entre todas las clases de la sociedad actual, comprensión
adquirida a través de la experiencia de la vida política (...). Para
llegar a ser un socialdemócrata, el obrero debe formarse una idea clara
de la naturaleza económica y la fisonomía social y política del
terrateniente y del cura, del dignatario y del campesino, del estudiante y
el vagabundo (...) Pero esta idea clara no puede obtenerse en los libros:
sólo puede surgir de la realidad” (23).
Clase y partido
Los elementos que venimos desarrollando respecto de la teoría
del conocimiento y la adquisición de la conciencia) están ligados
a una determinada concepción acerca de la relación entre el
partido y las masas, en un doble sentido. Porque si los problemas del
conocimiento y de la adquisición de la conciencia tienen esta complejidad,
es evidente que hace falta alguna organización específica que facilite,
que tome como parte de sus tareas prácticas y teóricas, esa adquisición
de la conciencia por parte de las masas trabajadoras.
De esta realidad teórica y política (y no de una supuesta
vocación “jacobina” o “blanquista” de Lenin) surgen las cuestiones
de organización. Porque si la realidad es que las masas trabajadoras
por su sola actividad espontánea no pueden llegar al nivel de la
conciencia socialista, hace falta un factor que sea activo
en este sentido y que se mueva desde la perspectiva del todo, de la
totalidad del cambio social que es necesario para acabar con la condición
de clase explotada y oprimida. Un factor específico que no es
“externo” sino parte de la propia clase trabajadora.
Lenin señala:
“Si el concepto de ‘lucha económica contra los patronos
y el gobierno’ coincide para un socialdemócrata con el de ‘lucha política’,
es natural esperar que el de ‘organización de revolucionarios’ coincida
más o menos con el de
‘organización de los obreros’” (24).
Pero:
“La lucha política de la socialdemocracia es más
amplia y compleja que la lucha económica de los obreros contra los
patronos y el gobierno. Del mismo modo (y como consecuencia de ello), es
inevitable que la organización de un partido socialdemócrata
revolucionario sea de distinto tipo que la organización de los
obreros para la lucha económica. La organización de los obreros (...)
debe ser lo más amplia posible. Por el contrario, la organización de los
revolucionarios debe incluir ante todo y sobre todo a personas cuya
profesión sea la actividad revolucionaria (por eso hablo de una
organización de revolucionarios, y me refiero a los revolucionarios
socialdemócratas) (...) Imaginemos a personas absorbidas en un 99%
por ‘la lucha económica contra los patronos y el gobierno’. Durante
todo el período de su actividad (...) algunos de ellos jamás pensarán
en la necesidad de una organización más compleja de
revolucionarios” (25).
Es alrededor de esto que tuvo lugar el debate con Martov
acerca de quién debía ser considerado militante del partido. Porque de
esta comprensión teórica y política de la relación entre la actividad
de los trabajadores y su conciencia se desprendían consecuencias organizativas.
Esto es, para colaborar a la adquisición de la conciencia socialista de
los trabajadores hacía falta una organización política de los
revolucionarios distinta a la organización de la lucha cotidiana
de los trabajadores, esto es, distinta de los sindicatos y expresamente separada
de ellos.
Esta era la conclusión práctica que se desprendía
de este análisis de la adquisición de la conciencia y de la necesidad de
llevar a cabo no una política sindicalista, sino una verdadera política
socialista.
Martov tendía a confundir la propia organización de
los trabajadores por sus necesidades más inmediatas con la organización
de un sector específico de ellos que se planteara la perspectiva
de una transformación de conjunto de la sociedad. Se perdía de vista que
el partido debía operar por selección y diferenciación, donde la
vanguardia no fuera diluida en la retaguardia (como ocurre en los
sindicatos y / o los movimientos de masas). Porque se debía establecer
una separación de principios entre partido y movimiento, diferenciándose
el militante político del militante sindical. Esto es, debía operarse un
proceso de seleccionar, jerarquizar y promover a aquellos
trabajadores y estudiantes que se destacaran del resto para
“profesionalizarlos”, para hacer del centro de su vida y actividad la
actividad socialista. Porque sólo de esta manera, “dividiendo”
primero, se podría unir más firmemente después los lazos entre
el partido y las organizaciones de lucha de los trabajadores.
Por tanto, la concepción de partido de Lenin tenia dos
polos unidos dialécticamente:
1)La estricta selección de los miembros del partido
sobre la base de su conciencia de clase.
2)La total solidaridad con y el apoyo a todos los oprimidos y
explotados, en el seno de la sociedad capitalista.
Porque insistía en que no había que mezclar cosas
distintas: era militante de la organización el que efectivamente asumía
un compromiso político organizado.
“¿En virtud de qué causa, de qué lógica, se puede
deducir, por el hecho de que seamos un partido de clase, la conclusión de
que no hace falta distinguir entre quienes forman parte del partido
y quienes se hallan vinculados a él ? Muy al contrario: precisamente por
existir una diferencia en cuanto al grado de conciencia y de actividad,
es necesario establecer también una diferencia en cuanto al grado de
proximidad al partido. Somos un partido de clase, razón por la cual, casi
toda la clase (...) debe actuar bajo la dirección de nuestro partido
(...) pero sería incurrir en ‘manilovismo’ y en ‘seguidismo’
pensar que toda la clase o casi toda la clase pueda, bajo el capitalismo,
elevarse hasta el grado de conciencia y de actividad de su destacamento de
vanguardia, de su partido socialdemócrata. Ningún socialdemócrata
sensato duda que, bajo el capitalismo, ni siquiera las organizaciones
sindicales (que son más elementales y más asequibles al grado de
conciencia de las capas no desarrolladas) pueden abarcar a toda la
clase obrera o a casi toda. Olvidar la diferencia que existe
entre el destacamento de vanguardia y el conjunto de las masas que
gravitan hacia él, olvidar el deber constante del destacamento de
vanguardia de elevar a grupos cada vez más amplios a su propio
nivel de vanguardia, sólo significa (...) cerrar los ojos ante la
inmensidad de las tareas” (26).
Este es el contenido político (y no meramente
organizativo) que estaba detrás de la discusión sobre el criterio
militante en el congreso de 1903. No por bastante conocido el debate deja
de tener enorme actualidad, como lo muestra la experiencia del Argentinazo
y del desarrollo de movimientos politizados y su relación con los
partidos.
Lenin se plantaba contra la mezcla sin principios: el
“movimiento” se define por su carácter reivindicativo parcial,
mientras que el partido se define por su programa total y de conjunto. Y
esto engendra –insistimos– a tipos distintos de militante y de
actividad.
Porque pararse desde la perspectiva del todo no es algo que
se desprenda “automáticamente” de la lucha económica o
reivindicativa, sino que, por el contrario, esa lucha opera de manera contradictoria:
al mismo tiempo que libera el ingreso a la vida política de millones,
genera determinadas presiones, vinculadas a las necesidades materiales
inmediatas y a la clase o fracción de clase de que se trate. Y no es tan
sencillo, entonces, pararse desde la perspectiva de la transformación
social, es decir, de manera no inmediatamente reivindicativa, desde
las necesidades del conjunto de la clase trabajadora y los sectores
populares y no simplemente de la propia “corporación”. De este
problema hemos tenido también ejemplos de sobra en el Argentinazo.
En
Lenin, lo “político” alude a un ámbito global,
de las relaciones del conjunto de todas las clases de la sociedad,
que no se desprenden mecánicamente de las relaciones económicas.
Esto mismo subraya Daniel Bensaïd cuando señala que el
partido no se debe reducir al ámbito de la representación de los
intereses simplemente económicos de la clase, sino a sus intereses más
de conjunto, históricos. Es necesario evitar todo reduccionismo económico
y / o social de la política revolucionaria.
Dice
Bensaïd: “Más que una forma de disciplina o de
centralización, la idea rectora de Lenin alerta acerca de la ‘confusión
entre el partido y la clase’, confusión calificada de ‘desorganizadora’.
La distinción introducida de esta forma entre clase y partido, se
inscribe en las grandes polémicas del movimiento socialista de la época.
Y, más específicamente en Rusia, se vuelve contra las corrientes
populistas, ‘economistas’ y mencheviques (...) Lenin se opone de forma
bastante original para la época a esta reducción de lo político
a lo social (...) Entiende que las contradicciones económicas y sociales
no se expresan directamente, sino bajo una forma específica,
deformada y transformada, la política (que) condensa y revela una crisis
latente global de las relaciones sociales (...) Esta cuestión es lo que
está en el corazón del famoso debate sobre los estatutos del partido
(...) La definición del miembro del partido (...) es la delimitación
del partido frente a la clase. Es precisamente la forma partido la que
permite intervenir sobre el campo de la política (...) no sufrir pasivamente
los flujos y los reflujos de la lucha de clases (...) A la luz de la
experiencia de 1905, Lenin insiste (...) en el hecho de que el partido,
por más delimitado que sea, vive en un intercambio y diálogo
permanente con las experiencias de la clase (...) Lo que permanece, más
allá de estos matices y variaciones, es que el partido no es una forma de
organización entre otras, sindicales o asociativas, sino una forma
específica bajo la cual la lucha de clases se inscribe en el campo
político” (27).
O, en palabras de
Lenin:
“Rab. Misl no repudia por completo la lucha política: en
los estatutos de las cajas, publicados en su primer número, se habla de
la lucha contra el gobierno. Sin embargo cree que ‘la política sigue
siempre dócilmente a la economía’ (...) Estas tesis (...) son
totalmente falsas, si entendemos por política la de los socialdemócratas
(...) (se) renuncia por completo a elaborar independientemente una política
socialdemócrata específica, que corresponda a los objetivos
generales del socialismo y a las condiciones actuales de Rusia” (28).
Es el partido socialista el que está llamado a presentar
estos intereses de conjunto, a la vez que hace parte –y no puede
dejar de hacerlo, so pena de convertirse en una secta o un aparato– de
un sistema más amplio de organizaciones obreras y populares.
Por otra parte, el desarrollo de la conciencia de clase
siempre es desigual; la emergencia de una clara conciencia nunca
ocurre de un solo golpe y de una manera coherente. Es tarea de la
organización revolucionaria colaborar a la superación de esta
desigualdad.
Marx y Lenin
Esta discusión ha tenido otra vuelta de tuerca en los críticos
de la obra de Lenin en materia de organización, que han querido
establecer un contraste con los señalamientos y experiencia de Marx (y
Rosa Luxemburgo) (29) en el terreno de la organización.
Algunos argumentos convincentes señalan que Marx
estuvo relacionado (en períodos distintos) con cuatro tipos de
partido distintos: la Liga de los Comunistas (una pequeña “secta”
alemana durante la década del ‘40); los inicios de la Socialdemocracia
en Alemania (décadas del ’60, ’70 y comienzos de los ‘80); la
experiencia de la I Internacional y los primeros esbozos de Partido
Laborista en Inglaterra.
Al mismo tiempo, es ampliamente conocida su definición del
Manifiesto Comunista: “Los comunistas no forman un partido aparte,
opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses algunos que no
sean los intereses del conjunto del proletariado. No proclaman principios
especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario. Los
comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que
(...) en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y
hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado (...) en que, en
las diferentes fases de desarrollo porque pasa la lucha entre el
proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del
movimiento en su conjunto”.
Sin embargo, una supuesta contraposición entre Marx y Lenin
sobre esta base no logra sostenerse. Es verdad que Marx tendía a
sostenerse en una idea de partido más cercana a una organización surgida
de la propia experiencia directa de los trabajadores. Pero
en Lenin la idea de partido es más elaborada, expresando un período
histórico distinto al que le tocó vivir a Marx. En un contexto
que había cambiado, Lenin rompe con la tradición dominante del
movimiento socialista de la época, aun sin darse cuenta.
Con la entrada en escena de un movimiento obrero socialista de
masas a fines del siglo XIX, el “partido socialista de masas” aparecía
como una especie de encarnación política de la clase. La idea se
inspiraba en ciertas fórmulas de Marx, que insinúan que la organización
progresiva del proletariado en partido político y en clase serían sinónimos:
su ser social y su ser político se unían en el partido.
Lenin subraya lo contrario: la ruptura de la
continuidad entre el conflicto económico inmediato y el conflicto político
mediato. Buscaba evitar confundir el problema de las clases y los
partidos, esto es, el contenido social y su expresión política.
Porque la lucha de clases no se debía reducir a la pelea del obrero
contra el patrón, sino que debía abarcar la pelea contra la clase
capitalista entera y su Estado. De esta forma, el socialismo
revolucionario –en cuanto partido político– debe buscar representar a
la clase trabajadora en sus relaciones no solamente con un grupo dado de
empleadores, sino con todas las clases de la sociedad contemporánea
y con el Estado.
Al mismo tiempo, la insistencia tan continua de Lenin en diferenciar
partido y clase conduce lógicamente al pensamiento de una pluralidad
de representación. Si el partido no es la clase, se entiende
que una misma clase puede representarse políticamente a través de varios
partidos políticos. Y se desprende que la representación de lo social en
lo político implica asimismo la existencia de una serie de reglas e
instituciones, entre las cuales están los propios organismos de lucha
y autoorganización de los trabajadores, tan esenciales para la lucha
revolucionaria. Esto es claro en el debate de 1905 con los propios
miembros de su partido: ante la disyuntiva sectaria de “Soviet o
partido”, Lenin replicaba afirmando la perspectiva de “Soviet y partido”.
Lenin y el Argentinazo
Lo mismo cabe hoy cuando algunas corrientes plantean como
opción excluyente “movimientos o partidos”. Nosotros decimos, con
Lenin: movimientos y partido. Aunque a condición de que al mismo
tiempo afirmemos y reafirmemos con claridad que en el actual momento
del proceso hay que fortalecer el polo del partido, porque
manifiestamente lo que se vive es un “déficit de partido” y
de politización.
La síntesis efectuada por Lenin subraya lo falso de esta
contraposición entre organizaciones de naturaleza distinta. Tanto
las organizaciones de masas como el partido son imprescindibles, pero en ningún
caso los “movimientos” pueden reemplazar o cumplir el rol de los
partidos. Porque como la experiencia del Argentinazo está demostrando, el
hecho es que son los partidos los únicos que se baten desde una
perspectiva general, por encima de cualquier demanda reivindicativa
parcial.
Las reivindicaciones parciales sólo
pueden ser eje de organizaciones de masas como los sindicatos o los
diversos movimientos de trabajadores. Pero cuando se trata del partido
revolucionario, lo que manda es el punto de vista de la totalidad,
el conjunto de los intereses inmediatos e históricos de la clase. Y estos
intereses sólo pueden ser resueltos mediante la revolución social.
Notas:
“A cien años
del ¿Qué hacer?. Leninismo, critica marxista y la cuestión de la
revolución hoy,.
Werner Bonefeld y Sergio Tischler, p. 11. Ediciones Herramienta, 2003.
Idem, p. 9.
Consideramos este artículo como parte de una elaboración
integral junto con los dos anteriores publicados en los últimos dos números
(12 y 13) de SoB: “Reforma, revolución y socialismo a comienzos del
siglo XXI” y “Frente único, movimientos y partido”. El primero,
referido a algunos aspectos de la teoría de la revolución en la
experiencia viva de la primer fase del Argentinazo, y el segundo, a las
relaciones entre las distintas organizaciones que actúan en y/o
representan a las masas o sectores de ellas. Aquí nos concentramos la
problemática de partido como tal. Esta insistencia requiere una explicación.
Creemos que el proceso en curso está demostrando categóricamente que los
problemas de la construcción de la organización revolucionaria deben
ser puestos a la orden del día para que se puedan superar los límites
de politización que muestra el Argentinazo mismo. Más aún en el
caso de nuestra propia experiencia de construcción, donde importantes
fuerzas han sido invertidas en la construcción de una de las principales
expresiones del movimiento de trabajadores desocupados, el Frente de
Trabajadores Combativos, lo que en ningún caso puede ser
confundido con la construcción del partido como tal.
En todo este punto hemos seguido principalmente el capítulo
4, “Lenin y la filosofía”, del libro de John Rees El álgebra de
la revolución, que nos parece un aporte sólido a la comprensión de
la dialéctica marxista (en nuestra edición anterior publicamos parte de
la introducción). Próximamente publicaremos en nuestra revista una
traducción del capítulo completo.
Mike Rooke, “La dialéctica del trabajo y la emancipación
humana”, en A 100 años del ¿Qué Hacer?, p. 127.
Raya
Dunayevskaya, Filosofía y revolución, Siglo
XXI, p. 104.
Dunayevskaya, op cit. Hay que recordar que desde el comienzo
León Trotsky tuvo otra base filosófica, superior a la de
Lenin. Estando en prisión, tuvo la oportunidad de estudiar a Antonio
Labriola, un filósofo marxista italiano de fines de siglo XIX, que tenía
el valor de actuar a contramano del tronco principal de la tradición
filosófica materialista pasiva y mecánica de la mayoría de la II
Internacional. Labriola reivindicaba una filosofía marxista mucho más
tributaria respecto del pensamiento de Hegel.
Filosofía y revolución, p. 101.
Lenin, Cuadernos Filosóficos.
Significativamente, en ninguna de las 300 páginas de A
100 años... se hace una referencia a los Cuadernos Filosóficos.
Alan
Shandro,
“La conciencia desde afuera: Marxismo, Lenin y el proletariado”, en Construir
otro futuro, p. 67.
V.
I. Lenin, ¿Qué hacer?, Obras Completas, Tomo 5,
Buenos Aires, Cartago, 1971, p. 441.
Véase R Sáenz,
“Tradiciones, espontaneidad, experiencias y conciencia”, en Socialismo
o Barbarie Nº 4.
G.
Lukács,
“Observaciones de método acerca del problema de la organización”, en“Historia
y conciencia de clase”, México, Grijalbo, 1985, p. 222.
“Si dentro del
capitalismo el fetichismo es algo estable y fijo, entonces volvemos al
enfrentarnos a la problemática leninista de cómo conducimos a las masas
fetichizadas hacia la revolución. El concepto duro de fetichismo nos
lleva hacia el dilema obvio: si bajo el capitalismo las personas existen
como objetos, entonces ¿cómo puede concebirse la revolución? ¿Cómo es
posible la critica?”, dice John Holloway en Cambiar el mundo sin
tomar el poder, p. 127. Holloway rechaza el esquema del “fetichismo
duro” como forma de justificar el repudio a la idea de partido, según
él “una problemática históricamente cerrada (...) ya no es una figura
significativa y no puede cumplir el papel que tuvo en la discusión de Lukács”.
Habría que cifrar la esperanza, en cambio, en una cuestión clásica y
cara a los “consejistas”: “La Comuna de Paris analizada por Marx,
los consejos obreros teorizados por Pannekoek, los consejos comunales de
los zapatistas (...) todos son experimentos en el movimiento contra el
fetichismo, en la lucha por el flujo colectivo del hacer, por la
autodeterminación” op cit., p. 159). Esta teorización pierde de vista
la especificidad de la lucha política de “partido” (esto es, organizada)
incluso dentro de las instituciones que se mencionan y no da ninguna
cuenta del hecho de que esta lucha política (o, en sentido más amplio,
de “concepciones del mundo”) es completamente inevitable,
y así lo muestra también, de múltiples maneras, la experiencia del
Argentinazo.
D.
Behrens,
“Perspectivas políticas de la izquierda”, en A 100 años del ¿Qué
Hacer?, p. 54.
D.
Bensaid, “Lenin y la política del tiempo partido”, en
Marxismo, Modernidad y Utopía,
Xama, 2000, p. 181.
¿Qué hacer?, p. 439.
Idem,
p. 476.
Idem,
p. 460-1.
El “economicismo” fue una corriente del movimiento obrero
ruso que Lenin combatió a comienzos del siglo XX. Esta corriente, en
palabras de Lenin, “ensalzaba las formas más bajas de actividad del
proletariado”. Por este planteamiento, fueron de los primeros en acusar
a Lenin de “sustituista”, de estar en contra de la “autoemancipación
del trabajo”. Pero la perspectiva de “liberación de los trabajadores
por los trabajadores mismos” no implica un camino simplista donde se
pierde de vista la necesaria articulación de organizaciones de esta misma
clase, las desigualdades entre sectores de vanguardia y retaguardia, las
tensiones entre “el reino de la necesidad” y los objetivos
socialistas, etc. Y este metabolismo no puede prescindir del partido ni,
mucho menos, de la lucha directamente política.
A su manera, también Gramsci cuestionaba la concepción “cósica”,
cerrada, de la conciencia. En este marco, es muy útil y esclarecedor
respecto de los elementos integrantes de la conciencia concreta de
los sectores populares (y, en particular, de los movimientos de
trabajadores desocupados en el Argentinazo), el análisis de Gramsci
respecto de los elementos de “sentido común” y “buen sentido” en
la conciencia de las masas: “El hombre activo en las masas tiene una
actividad práctica, pero no tiene una clara conciencia teórica de su
actividad práctica. Tiene dos conciencias teóricas (o una
conciencia contradictoria). Una implícita en su actividad, que lo une con
sus compañeros en la transformación del mundo real. Y otra superficial y
verbal, heredada del pasado y absorbida acríticamente (...) El populismo,
el bandidaje social, el milenarismo y el misticismo en el campo; el
insurreccionalismo urbano, el socialismo utópico (...) estas espontáneas
e impuras formas de conciencia mezclan elementos de ‘sentido común’
y de ‘buen sentido’ ”. Hay siempre una combinación de los elementos
de conciencia progresiva ganada en la experiencia de la lucha cotidiana
con elementos que vienen del pasado, asimilados acríticamente. La
conciencia populista (dominante en la mayoría de los miembros de
los movimientos de trabajadores desocupados) es una mezcla
informe de todo esto. Ahí es donde intervienen los marxistas para
ayudar a la formación de una conciencia de clase más coherente.
¿Qué hacer?, p. 467-8.
Idem, p. 505.
Idem, p. 506 y 507.
V.
I. Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, Obras
Completas, Tomo 7, Buenos Aires, Cartago, 1971, p. 288.
Daniel
Bensaid, op cit., pp. 178-180 (subrayado RS).
¿Qué hacer?, p. 442.
Las relaciones particulares entre Lenin y Rosa Luxemburgo las
hemos tratado en “Actualidad de los problemas de organización”,
Socialismo o Barbarie Nº4. Allí planteábamos la necesidad del
establecimiento de un diálogo fecundo entre ambos revolucionarios en
materia de organización. Creemos que esto sigue siendo válido cuando se
toma en cuenta el área más amplia de la concepción acerca del conjunto
de organizaciones e instituciones que hacen parte de la democracia de
los trabajadores y del problema de las justas relaciones del partido
con la clase (crítica del aparatismo, el sustituismo y la externalidad).
Sin embargo, aquí tratamos específicamente los problemas de la
organización revolucionaria como tal. En este terreno, y en particular en
las condiciones actuales del Argentinazo, creemos necesario
inclinar la balanza hacia una recuperación del pensamiento de Lenin en
esta materia.
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