Estados Unidos

 

Peligro persa - I Parte

¿Va a cometer la administración Bush el fatal error imperial en Irán?

Por Stan Goff
CounterPunch, 17/08/04
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Los neoconservadores asustan al resto de la elite de EE.UU. con su ruido de sables

[Después que la administración Bush parecía haberse dado cuenta que la invasión de Irak fue un error, nos dice que esperemos el próximo acto de su Show Ambulante del Eje del Mal. Irán es el tema de las últimas andanadas no-diplomáticas, y los medios ya compran asientos de primera fila. ¿Así que, qué es esa cosa que se llama “Irán”? ¿Qué corporación lo fabricó? ¿O es uno de esos sitios pre-estadounidenses donde la gente lleva vestidos raros? Esas y otras preguntas podrán o no ser exploradas en las salas de conferencia de la Casa-tan-Extraordinariamente-Blanca. Para el resto de los seres, un examen más detenido de la historia de esa potencia regional antigua y culturalmente singular podrá ayuda a explicar la próxima ola de beligerancia imperial. El especialista militar de FTW, Stan Goff, presenta un relato muy útil del sitio que ocupa Irán en la geopolítica moderna y pregunta: ¿Va la administración Bush a cometer el fatal error imperial en Irán? JAH]

Estados Unidos confirmó el lunes que ha otorgado estatus protegido a casi 4.000 miembros de loa Muyahidín del Pueblo, el principal grupo armado de oposición de Irán, que ahora está confinado a un campo dirigido por militares en Irak.

Sin embargo, el Departamento de Estado subrayó que la acción, que ha provocado una advertencia de Teherán, no tuvo efecto sobre la designación del grupo por EE.UU. – también conocido como Muyahidín e Khalq (MEK) o Consejo Nacional de Resistencia de Irán – como “organización terrorista extranjera”. (Agence France Presse, 26 de julio de 2004)

Contrariamente a una creencia cada vez más propagada, el imperialismo no es nuevo, y no está siendo producido por la camarilla derechista que controla a la actual administración. Es fácil de creer por el carácter ligeramente demencial de los neoconservadores, pero es engañosa precisamente porque es tan fácil llegar a esa conclusión.

En las últimas tres semanas, el antiguo consejero de seguridad nacional de Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, se ha estado moviendo por el circuito de las entrevistas para inaugurar una resistencia a alto nivel contra la aparente intención de la administración de escalar - tal vez hasta llegar a la agresión armada – su manifiesta hostilidad contra Irán.

La emergente confrontación entre los “realistas” y los neoconservadores sólo servirá para enmarañar aún más las cosas sobre lo que persiguen los neoconservadores... y también lo que buscan los realistas.

El así llamado informe de la Comisión del 11-S, que tuvo el descaro de identificar a los culpables equivocados (las agencias de inteligencia) por los ataques del 11 de septiembre (puesto que ya son los chivos expiatorios por las “fallas” de la inteligencia sobre Irak), es un perfecto espejo de la ofuscación que es generada ahora por el debate entre realistas y neoconservadores. En todo caso, estos intercambios públicos apuntan a camuflar a las verdaderas fuerzas detrás de la política de EE.UU.

EE.UU. ya tiene antecedentes históricos respecto al cambio de régimen en Irán, donde la CIA orquestó un golpe de estado contra Mohammed Mossadegh. La mayoría de los aficionados a la historia conocen los sucesos, y la Izquierda estadounidense la cita rápidamente como una especie de misterio de la Pasión para demostrar la hipocresía oficial en lo que se refiere a la democracia. Pero como muchos relatos anecdóticos de la historia, ignora un proceso más amplio y oscurece la relación de las fuerzas de clase que fueron los actores primordiales en muchos de estos dramas.

Esta ensayo intentará detallar no sólo el desarrollo del imperialismo de EE.UU. en especial y el peligro que ese sistema confronta en la actual coyuntura, amplificado y acelerado por su enfrentamiento en el Sudoeste Asiático, sino la interacción de las relaciones anglo-estadounidenses durante el Siglo XX que conduce a la relación Bush-Blair que vemos actualmente.

Irán es la antigua Persia y es habitado sobre todo por personas que se consideran persas. Este grupo étnico-cultural tiene que ser contrastado específicamente con los árabes, como explicaré más adelante. La civilización persa, como todas las sociedades del “Viejo Mundo”, pasó por una serie de violentas transformaciones que terminaron por llegar a una comunidad bastante estable que comparte una lengua y una cultura. El zoroastrismo, perduró como religión del estado hasta mediados del Siglo VII, cuando los ejércitos árabes entraron en Persia e impusieron la conversión al Islam. Sin embargo, los persas amalgamaron sus propias creencias con el Islam, creando una forma heterodoxa de la religión como arma cultural contra los opresores gobernantes árabes. Esa forma se convirtió en el chiísmo. Y aunque los persas adoptaron la escritura árabe, reivindicaron su propio idioma, una lengua indoeuropea (relacionada con una vasta gama de idiomas de India a Irlanda – incluyendo el inglés) que ahora llamamos persa (farsi).

En el Siglo XIX, Gran Bretaña se estableció en Irán, cuando la venal monarquía Qajar repartió Irán entre concesionarios extranjeros a precios de liquidación. La primera empresa británica que se estableció fue British Tobacco Company. La otra gran nación que codiciaba el Irán era Rusia, e invadió Irán en 1826 buscando un puerto de aguas cálidas para su sur. En 1856, Gran Bretaña atacó Irán y lo obligó a entregar lo que ahora es Afganistán. Durante toda la segunda mitad del Siglo XIX, Gran Bretaña y Rusia compartieron Irán.

Al llegar el nuevo siglo, en 1900, una compañía británica reivindicó su derecho a una materia prima relativamente menor, el petróleo del Sudoeste de Irán, que pronto se convertiría en la materia prima más importante del mundo. Esa compañía fue la Anglo-Persian Oil Company. Los rusos habían comenzado a sacar petróleo del norte, en los alrededores de Bakú.

Con la introducción del automóvil, el aeroplano y la guerra mecanizada, al estallar la I Guerra Mundial, Irán había atraído el interés de todos los Grandes Jugadores. Los intereses rusos y británicos convergieron en una lucha combinada contra los turcos otomanos, que también compartían una frontera con Irán y que igualmente codiciaban el petróleo iraní.

En 1920, un oficial iraní de caballería, Reza Shah, dirigió una rebelión contra la dinastía Qajar, y se coronó cinco años más tarde. Esto fue molesto pero no crítico para británicos y rusos... todavía no.

Entre las dos guerras mundiales, sin embargo, Reza inició varias nuevas asociaciones comerciales. Una fue con Alemania. Cuando estalló la II Guerra Mundial, más de la mitad del comercio iraní se desarrollaba con Alemania, controlada por el Partido Nazi de Hitler. Reza se había lanzado a un programa de industrialización para explotar con más eficacia el petróleo de Irán, y la mayor parte de su nueva maquinaria era alemana.

Irán se declaró neutral en la II Guerra Mundial, pero la realidad era que los británicos necesitaban el petróleo, y lo que ya era la Unión Soviética necesitaba el puerto de aguas cálidas y una línea de ferrocarril para recibir suministros de los estadounidenses y los ingleses, y tanto Stalin como Churchill tenían fuertes razones para dudar de la neutralidad de Reza, así que los británicos y los soviéticos realizaron una ocupación militar simultánea de Irán en 1941, que duró durante toda la II Guerra Mundial.

Esto provocó profunda consternación en Estados Unidos, que, aunque estaba aliado con los soviéticos y los británicos, tenía sus propios objetivos – y el propio Imperio Británico no era uno de los menos importantes. EE.UU., como socio financiero dominante en la empresa aliada, se impuso sobre Gran Bretaña y la URSS para aceptar al hijo de Reza (al que los británicos y los soviéticos habían nombrado ellos mismos como una figura decorativa) como legítimo gobernante de Irán en la posguerra, y obtuvieron la promesa de ambos ocupantes de que desmantelarían su presencia militar una vez terminadas las hostilidades.

Los británicos partieron inmediatamente después de la guerra, y los desconfiados rusos (por buenos motivos, como se vio más adelante) se quedaron hasta 1946, fecha en la que también se fueron.

La administración Roosevelt, que supervisó el ingreso a la II Guerra Mundial, era un nuevo gobierno imbuido de una nueva filosofía de gobierno capitalista imperial. Es importante hacer una digresión por un instante para describir esa filosofía, porque se encuentra en el núcleo de la tensión actual entre neoconservadores y realistas.

De 1860 hasta 1933, el Partido Republicano dominó la política de EE.UU. Fue un período de rápida expansión del capitalismo nacional. La Guerra Civil no sólo rompió el poder político predominante del sur esclavista, también generó un período de rápida innovación tecnológica junto con la concentración de capital en las primeras grandes corporaciones de EE.UU. Su ideología era el laissez faire, y su práctica era la expansión, económica y territorial.

Esto condujo a una rápida industrialización, que trajo inevitables conflictos entre capitalistas y mano de obra. No fue por accidente, por ejemplo, que la ocupación militar del sur que fue la Reconstrucción, fuera oficialmente terminada el mismo año, 1877, en el que EE.UU. vio su primera ola de huelgas nacionales. Este abierto antagonismo de clases duró hasta el primer año de la administración de Franklin Delano Roosevelt.

El Partido Republicano era el partido de la represión sindical, pero también el partido identificado con la manumisión y la Reconstrucción; eran centralizadores, se identificaban con el federalismo hamiltoniano y tendían a apoyar un gobierno central fuerte y activo. El Partido Demócrata era abiertamente supremacista blanco y se identificaba con el sur, más descentralizador, que había asociado la lucha por preservar la esclavitud con los “derechos de los estados”, la tradición política más jeffersoniana.

Un desafío para ambos partidos vino en los años 90 del Siglo XIX con el movimiento populista, que en el sur incluso forjó alianzas políticas entre republicanos negros y populistas blancos, los fusionistas. Este movimiento fue violentamente reprimido en el sur por los demócratas, incluyendo un virtual golpe de estado contra un gobierno de fusión en Carolina del Norte en 1898.

Esto llevó al desarrollo de un movimiento político elitista de federalistas “progresistas” que trataban de contener la turbulencia de la política de base, y de cooptar a los movimientos sociales. Estos “reformadores” incluyeron a Franklin Roosevelt. Su filosofía era, según Loren Goldner, “transformar la política en el gerenciamiento por expertos”. Se lanzaron a denunciar una serie de males sociales que afligían a los diversos sectores de su base emergente – los blancos pobres del sur, los agricultores del oeste, y los trabajadores industriales del norte – y ofrecieron soluciones federales. Ésta fue la esencia política del New Deal [Nuevo Trato]. Su esencia política fue la burocratización controladora del Partido Democrático para protegerse de una indebida presión de las bases.

En la política exterior, estos tecnócratas prefirieron también el jiujitsu al karate de la cañonera. Esto no significaba que fueran reacios a la proyección del poder militar, pero eran sensibles al flujo y reflujo de la política del poder internacional y comprendieron que a veces hay que doblarse para no quebrarse.

En el mundo de hoy, inevitablemente internacional, interdependiente, el aislacionismo ya no constituye una opción. Pero la predisposición de los tecnócratas federalistas – como Brzezinski – es moverse por la habitación sin romper la porcelana. Existe todavía una conciencia importante del peligro que amenaza en la base. Es el peligro que creen que ignoran los neoconservadores – que han adoptado el descentralismo jeffersoniano para sus programas racistas en el interior. En este punto, puede que tengan razón.

En todo caso, la tradición tecnócrata fue heredada por Harry Truman después de la guerra y fue combinada con la emergente Guerra Fría en Irán.

El Shah Pahlavi se convirtió en el autócrata incuestionable en Irán después del retiro de los soviéticos en 1946. Presidió dos naciones. Una fue el campo semi-feudal, en el que los majlis – los grandes terratenientes – sometían a millones de campesinos. El otro fue el creciente Irán urbano, donde el negocio petrolero articulaba su propio proletariado industrial.

En 1949, Mao Zedong sorprendió al mundo cuando su Guerra Popular logró tomar el poder estatal en la nación más populosa del mundo, incluso a pesar de la masiva ayuda de EE.UU. al enemigo de Mao, Chiang Kai-shek. Los consejeros de Truman señalaron que el sistema y las condiciones que engendraron la Revolución China eran similares en muchos aspectos a la situación en Irán, y que los trabajadores industriales iraníes estaban repletando las filas del Tudeh, el nuevo partido comunista iraní. Recomendaron – por ser veteranos federalistas tecnocráticos – que se ayudara a modernizar y que se realizara una reforma agraria. Pero Truman estaba tan cautivado por el fenómeno en China que se lanzó a una guerra por encargo contra los chinos en la península coreana sólo un año más tarde.

Los iraníes estaban en realidad observando a China, y la resistencia al Shah se aceleró. Había dos poderosos sectores que se le oponían: los majdis, que controlaban el parlamento, y que no gustaban del programa de reforma agraria que era sugerido por Estados Unidos, y los trabajadores industriales, que también veían a Pahlavi como un títere anglo-estadounidense. Fue este tema, que Pahlavi era un títere de EE.UU., el que resonó en ambos sectores, y así se desarrolló la resistencia – igual que en la Revolución China – como una lucha por la independencia nacional.

El Frente Nacional que se desarrolló era dirigido por el majdi, Mohammed Mossadegh. Mossadegh fue una buena elección también desde la perspectiva de los campesinos, porque como el resto de los xenófobos majdis se oponía a la influencia de EE.UU. y apoyaba la reforma agraria, que dijo que podía ser financiada con los ingresos del petróleo, gran parte de los cuales serían utilizados para compensar a los majdis por la tierra que cederían.

Para estadounidenses y británicos, esto invocó el fantasma de la nacionalización de la Compañía Anglo-Iraní de Petróleo. (Anglo-Iranian Oil Company). Tenían razón: Mossadegh firmó la orden de expropiación en marzo de 1951. Esta acción – muy popular en Irán – encendió un río de fuego de actividad de masas que amenazaba con llegar a ser revolucionaria.

Cuando el siguiente presidente de EE.UU., Dwight Eisenhower, logró desembarazarse del ancla coreana que colgaba del cuello de EE.UU., era 1953, y su director de la CIA, el infame Allen Dulles, le dijo: “Si Irán sucumbe al comunismo, quedarán pocas dudas de que en poco tiempo las otras áreas del Medio Oriente, con cerca de un 60% de las reservas mundiales de petróleo, caerán bajo control comunista”.

Este temor acarreó su propio cumplimiento, cuando EE.UU. impuso un embargo comercial contra Irán, obligando a Mossadegh a firmar un acuerdo comercial ese mismo año con la única nación que estaba inclinada o era capaz de violar el embargo – la Unión Soviética.

Un mes más tarde, el Shah abdicó.

En agosto, con sustancial ayuda y dirección de la CIA, los monárquicos en el ejército iraní realizaron un golpe y restauraron al Shah en su puesto.

Dulles – que también era un hábil tecnócrata – ya manejaba la política en Irán en ese momento, y presionó a Eisenhower para que impulsara a Pahlavi a realizar reformas sociales lo más rápidamente posible para prevenir otra formación de resistencia masiva. Pero Eisenhower titubeó mediante estudios y pronunciamientos políticos, mantuvo el flujo de dinero a Pahlavi, y luego pasó todo el lío a John F. Kennedy.

Kennedy fue agresivo hasta llegar a enfurecer a Pahlavi, pero en 1963 se impuso a Pahlavi para que iniciara un proceso de modernización y reforma. Este fue un programa de reforma de arriba-abajo llamada la Revolución Blanca (a diferencia de Revolución Roja). Se implementó una reforma agraria, y hubo masivas mejoras en la salud y en la educación universal (laica, mixta). Esto condujo a diez años de relativa estabilidad, que debilitaron las acusaciones nacionalistas de “títere de EE.UU.” que seguían viniendo del Tudeh en la izquierda, y de los clérigos contrarios a la modernización en la derecha, uno de los cuales era el ayatolá Ruhollah Jomeini.

Richard Nixon asumió en 1968 y heredó el espeluznante colapso de las reservas de oro del Departamento del Tesoro de EE.UU. y la no-ganable guerra en Vietnam que lo había causado.

En 1969, la administración Nixon comenzó a sugerir a los principales aliados que la producción de petróleo de EE.UU. iba a llegar a un pico y que luego entraría en una disminución irreversible. Esto y la destrucción de la reserva de oro llevaron a todos a pensar, y la única arma que EE.UU. poseía en su arsenal económico era el dólar como divisa internacional.

Existe considerable evidencia circunstancial que sugiere que la administración Nixon actuó entonces en colusión con Arabia Saudí e Irán en el así llamado Embargo Árabe de Petróleo de 1973.

La administración Nixon había completado su abandono del oro y de tasas de cambio fijas, permitiendo una devaluación de un 20% del dólar que significó un golpe para los acreedores europeos y japoneses. También confrontaba la creciente amenaza de movimientos autárquicos de liberación nacional en América Latina (el gobierno chileno fue derrocado ese mismo año por la administración Nixon) y África. Ya que los pagos por petróleo estaban denominados en dólares, el salto en el precio del petróleo como resultado del embargo representó un salto desestabilizador en los precios para Europa, África y América Latina. EE.UU., por otra parte, tenía su imprenta de dólares. Al reciclar la crisis del petróleo, a través de los petrodólares, en estas regiones, EE.UU. liquidó efectivamente varios pájaros de un solo tiro.

Desde todo punto de vista, la relación de Nixon con Pahlavi fue muy cálida. Habían sido amigos personales desde que Nixon era vicepresidente de Eisenhower. William Safire, el ex escritor de discursos para Nixon, dijo una vez que Pahlavi era el jefe de estado preferido de Nixon. Nixon ofreció vender al régimen de Pahlavi cualquier arma que necesitara, fuera de las nucleares. Esa oferta no fue retirada durante el embargo de petróleo, en apariencia hostil, de 1973-4, e Irán continuó haciendo extravagantes compras de armas de EE.UU.

Esas compras coincidieron con el aumento de los precios del petróleo, y la combinación desestabilizó por completo al Irán de Pahlavi. Vino una inflación relámpago y con ella la migración masiva hacia las ciudades, seguida por una escasez de viviendas (empeorada por la inadecuada infraestructura urbana) y un abismo resurgente entre los más ricos y los más pobres. La agitación en la base, en casi todos los sectores, se reinició.

Luego, en 1978, en el vecino Afganistán, el hombre fuerte aprobado por Washington, Mohammed Daoud Khan comenzó a arrestar a los dirigentes del influyente Partido Democrático Popular, una formación política pro-soviética que gozaba de un apoyo sustancial en el ejército afgano. Posteriormente se estableció que ésta fue una acción que Washington fomentó para provocar una reacción soviética – en la esperanza de atrapar a los rusos en una guerra de guerrillas en Afganistán. El autor de este complot no fue otro que el tecnócrata archi-realista Zbigniew Brzezinski, asesor de Jimmy Carter para seguridad nacional. Dio resultado.

Los oficiales izquierdistas organizaron un golpe contra Daoud, lo fusilaron y establecieron un gobierno socialista laico. La CIA comenzó a canalizar apoyo a los oponentes clericales derechistas al régimen dentro y afuera de Afganistán, y los soviéticos fueron llevados a una prolongada y destructiva ocupación militar de Afganistán.

Como parte de esta lucha contra la izquierda, el Shah en el vecino Irak aumentó su represión contra las fuerzas laicas de izquierda dentro del país, forzándolas a una alianza táctica con la propia derecha clerical de Irán, y esta alianza salió a las calles en 1978. Esa crisis de la seguridad exacerbó la crisis económica y política existente que destruyó el poder de Pahlavi. El embajador de Carter en Teherán, William Sullivan, trató de advertir a la administración de la inminente revolución. Un plan de contingencia fue incluso organizado para la toma del poder en Irán por las fuerzas armadas de EE.UU. pero fue posteriormente rechazado por sus pocas probabilidades de éxito.

En 1979, el Shah fue derrocado, las fuerzas clericales reprimieron a la izquierda laica, y cincuenta y dos estadounidenses fueron tomados como rehenes dentro de la Embajada de EE.UU. en Teherán. Para EE.UU. esto fue un terrible desastre y llevó a la derrota de Jimmy Carter en las elecciones de 1980.

Cuando la gente de Reagan tomó el poder, se volvió al único líder de la región que podía confrontar al Irán de los clérigos persas: el nacionalista árabe laico de Irak, Sadam Husein, a pesar de que la administración se confabuló entre bastidores con Irán para financiar su guerra ilegal en Nicaragua.

Con el apoyo masivo de EE.UU., el Irak de Sadam inició una dura guerra fronteriza de alto desgaste que duró ocho años contra Irán que costó cerca de un millón de vidas humanas. Del otro lado de Irán, en Afganistán, EE.UU. suministró masivo apoyo material y entrenamiento a los yihadíes sunníes que posteriormente constituyeron el gobierno talibán de Afganistán y la red asociada con Osama bin Laden. Estos elementos operaron desde Pakistán durante más de una década, y llegaron a ejercer una tremenda influencia social y política sobre grandes sectores de Pakistán, incluyendo su servicio de inteligencia y el ejército.

Esta política exterior mantuvo por lo menos un socio estable dentro de la región, que viraba en uno y otro sentido entre mareas y corrientes. Desarrolló una asociación con Israel sionista como sucedáneo militar de EE.UU. en la región, y el resultado ha sido una hegemonía estadounidense relativamente estable sobre el área durante los últimos sesenta años. Pero una tal política causa una violencia bajo presión en la periferia imperial, del tipo que terminó por estallar en el centro imperial el 11de septiembre de 2001. Provino, no de Irán, no de Irak, sino de Arabia Saudí y tangencialmente de Pakistán, en respuesta a las bases militares en Arabia Saudí, sede de los sitios más sagrados del Islam.

La protesta generalizada por el 11-S pedía represalias, y mostraba muy poca comprensión de las provocaciones y maquinaciones que condujeron a los ataques, y menos atención todavía al hecho de que EE.UU. efectivamente retiró sus tropas de Arabia Saudí poco después del 11-S, reconociendo claramente la queja wahabí, de que esas bases fueron la provocación para el 11-S, no como algunos generalizaron “el odio hacia la libertad y la democracia”.

Fue esta constatación – que existía una auténtica amenaza que crecía en las calles de sitios como Riad, cuando el Islam político llegó a expresar las quejas de las masas en lugar del nacionalismo para cuyo aplastamiento se había alentado el islamismo – lo que dio a toda la clase gobernante de EE.UU. el sentimiento de urgencia de restablecer su control sobre esta crucial región estratégica. La única discusión se atiene al método, lo que no se refiere de si era o si es posible contener la crisis social en el Sudoeste Asiático.

La doctrina Bush en la región es evidentemente impulsada por una inmensa arrogancia imperial y por la evidente creencia en que EE.UU. puede simplemente imponer directamente su voluntad, y así reestructurar la economía global por la fuerza de las armas.

Esto es, para los realistas-tecnócratas, un grave error de cálculo. Queda por ver si los tecnócratas tienen una solución alternativa para la crisis subyacente que impulsa el ataque de los neoconservadores contra el Sudoeste Asiático. Pero sus temores pueden ser muy fundados.

Ante el mayor déficit comercial de la historia del mundo, el dólar es sostenido por un lado por las ventas de petróleo saudíes denominadas en dólares y por las balas estadounidenses por el otro. Ese sistema de imperialismo monetario-militar se tambalea por sus contradicciones, y la única pregunta es de dónde y cuándo llegará el catalizador que lo haga caer. Si el fracaso militar en Irak causó consternación, la mención de un ataque contra Irán está haciendo sonar las alarmas... para algunos.

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