Venezuela

 

Derrotar a los golpistas en las calles y en las urnas

Por Olmedo Beluche
Coordinador de la Revista Movimiento y miembro del MPU de Panamá
Correspondencia de Prensa Nº 557, 10/06/04

Luego de meses de presión norteamericana, de la Organización de Estados Americanos (OEA) y de sectores empresariales, el Consejo Nacional Electoral (CNE) ha validado las firmas que permiten a la oposición venezolana convocar un referéndum revocatorio contra el presidente Hugo Chávez. En apoyo del Presidente, más de un millón de personas han marchado por Caracas el domingo 6 de junio. Pese a ello, la situación no deja de ser preocupante para quienes aspiramos a cambios reales en una Latinoamérica sumida en la miseria por el neoliberalismo y la expoliación imperialista. Por eso, la tarea desde dentro y desde fuera de Venezuela es una: contribuir a derrotar nuevamente a los golpistas en el referéndum.

El dictamen del CNE ha legitimado las aspiraciones de una oposición oligárquica, apoyada descaradamente por Washington, la cual ha probado todas las estrategias posibles para derrocar al presidente Chávez, desde un frustrado y sangriento golpe de estado, hasta el sabotaje económico, la manipulación abierta de los medios de comunicación, la coacción y la falsificación de firmas y reiteradas huelgas patronales.

La oposición venezolana ha pasado por encima de los más elementales principios democráticos, intentando desconocer que Chávez es el presidente más legitimado del continente, no sólo por la abrumadora mayoría obtenida con los votos, sino por dos elecciones presidenciales y un referéndum constitucional, y el apoyo de millones de venezolanos que frustraron el golpe de estado del 11 de abril saliendo a las calles y rodeando el Palacio de Miraflores para exigir su regreso. Ante la amenaza real de la guerra civil, los golpistas pusieron pies en polvorosa y restituyeron al presidente.

El objetivo de esa oposición ha sido, desde el primer momento, paralizar y hacer retroceder el proceso de cambios abiertos con la llegada al poder de Chávez. La simpatía que Chávez tiene entre los sectores más pobres de la sociedad venezolana se debe, más que a sus capacidades oratorias, a que simboliza un proceso de ruptura popular con un régimen bipartidista corrupto, neoliberal y títere de los Estados Unidos. Ruptura que empezó con la sangrienta insurrección popular (“el Caracazo”) de 1989 en contra las reformas neoliberales de Carlos A. Pérez, y siguió con una sublevación militar liderizada por el propio Chávez en 1992. Ruptura que se materializó con la aplastante victoria electoral del chavismo y con la Asamblea Constituyente bolivariana (1999-2000).

Venezuela ha experimentado por adelantado y más profundamente el mismo proceso que aflora por todos los países latinoamericanos: la explosión de la furia popular contra la miseria generalizada que deja el neoliberalismo; la ruptura con un tipo de régimen político que sólo tiene de democrático el nombre y con los partidos políticos burgueses  tradicionales que son instrumentos dóciles de Estados Unidos. Venezuela anticipó una crisis que luego se generalizó por Ecuador, Bolivia, Perú y Argentina.

Chávez simboliza para el pueblo venezolano la búsqueda de una nueva alternativa que rompa con la herencia política y económica de la globalización neoliberal. En cierta forma, Gutiérrez en Ecuador, Lula en Brasil, Kirchner en Argentina, hasta Martín Torrijos en Panamá, reflejan un sentimiento similar. Pero como el proceso venezolano es más profundo y las masas han ocupado un papel más protagónico, alcanzando la lucha de clases niveles álgidos, el gobierno de Chávez expresa, pese a no ser socialista, un conflicto más agudo con los intereses imperialistas y con los dictados que Washington impone a su “patio trasero”.

Mientras George W. Bush coquetea con Lula o Kirchner, los cuales siguen acatando los dictados del FMI y están colaborando con tropas a la ocupación de Haití, legitimando un régimen golpista, a Chávez le aplican la medicina contraria intentando derrocarlo por cualquier vía. La diferencia estriba en que en Venezuela, los socialdemócratas, pata izquierda del régimen neoliberal, ya fracasaron y fueron barridos por el pueblo cuando pulverizaron electoralmente a los “adecos”, y cuando lucharon contra el gobierno de su líder histórico, Carlos A. Pérez.

La preocupación de quienes desde el exterior simpatizamos con el proceso de cambios protagonizado por el pueblo venezolano es cómo hacer frente a los peligros que ciernen sobre el horizonte. No es fácil opinar desde lejos. Pero como, querámoslo o no, se trata de un proceso que nos envuelve y afecta, porque en Caracas se juega el futuro de Hispanomérica, estamos obligados no sólo a apoyar con la solidaridad, sino a participar del debate sobre el qué hacer.

La situación venezolana pegó un salto con las reformas (49 leyes) aprobadas en noviembre de 2001, como la expropiación de tierras baldías a los terratenientes, lo cual motivó el sangriento golpe de estado del 11 de abril de 2002. Golpe que fue derrotado por la salida a las calles de millones de venezolanos, los días 12 y 13 de abril, exigiendo el retorno de su presidente. La derrota del golpe del 11 de abril constituyó una especie de revolución democrática que profundizó el proceso de autoorganización de las masas (Círculos Bolivarianos), y permitió posteriormente la liquidación de la burocracia corrupta de PDVSA y la fijación controles sobre la fuga de divisas.

La institucionalidad burguesa (CNE, Corte Suprema, alcaldes y policías municipales, etc.), actúa como correa de transmisión de los intereses norteamericanos y oligárquicos, permitiendo la impunidad de los golpistas y saboteadores, mientras pone trabas por doquier al proceso de cambios. Pese a los miles de millones de dólares de ganancia petrolera, la crisis política que se mantiene por dos años consecutivos y el sabotaje económico del sector empresarial coaligado con Estados Unidos, exacerban el estancamiento económico y la existencia de altos niveles de pobreza y desempleo, que la oposición pretende explotar a su favor.

Con toda seguridad, la oposición va a vender la idea de que, mientras Chávez siga en el poder, no habrá estabilidad política ni solución a las penurias económicas. Y no es descartable que este argumento logre calar sobre un sector de las capas medias, bastión de la oposición, e incluso sobre algunos sectores populares. Para revocar el mandato de Chávez, la oposición debe ganar el referéndum con 3.7 millones de votos, lo cual no es mucho, ya que representa apenas 1/3 de los 12 millones de personas habilitadas para votar.

Pero la oposición burguesa no las tiene todas consigo, y las cifras demuestran que es posible derrotarla electoralmente si el pueblo venezolano se moviliza masivamente a las urnas a ratificar a su presidente. La tarea del momento es derrotar a los golpistas, primero en las calles, para luego derrotarlos en las urnas. La única forma de lograr esto es con medidas concretas que demuestren a los sectores más empobrecidos que el “Proceso Bolivariano” puede garantizarles una mejora real de sus niveles de vida.

Por ello, al interior de Venezuela, se requieren medidas concretas y urgentes, como el aumento inmediato de los salarios, el fomento de la autoorganización de los sectores populares, promoviendo los Círculos Bolivarianos y la creación de milicias populares, incluso el control obrero de las industrias cuyos dueños se prestan para el sabotaje económico.

Desde el exterior, los latinoamericanos que aspiramos a un mundo sin la expoliación neoliberal, debemos rodear al proceso venezolano con la mayor solidaridad posible y manifestar nuestra disposición de contribuir directamente mediante la organización de Brigadas de Voluntarios dispuestos a marchar a Caracas a derrotar a la derecha conspiradora y a los nefastos planes de dominación del imperialismo norteamericano.

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