Venezuela

 

Ni expropiación de la clase capitalista, ni liquidación del Estado burgués

¿En qué consiste el “socialismo” de Chávez?

Por José L. Rojo
Socialismo o Barbarie, periódico, 25/01/07

El 8 enero, Hugo Chávez reasumió por tercera vez como presidente de la “República Bolivariana de Venezuela”, con numerosos e impactantes anuncios. Los diarios y cadenas de televisión del mundo destacaron su juramentación por la “Patria, el Socialismo o Muerte”, además de las medidas enmarcadas en una supuesta “vía venezolana al socialismo”.

Sin duda, el hecho de que un presidente jure por el “socialismo” no puede dejar de tener un inmenso impacto e, incluso, de expresar como símbolo un intenso cambio de clima político respecto de la década del 90, marcada por la ofensiva neoliberal pura y dura y la supuesta muerte del socialismo. Desde este punto de vista, Chávez no deja de cumplir un cierto rol “progresivo”, incluso a pesar de sí mismo, al volver a instalar y reinstalar regional e incluso mundialmente el debate sobre el “socialismo”.

Sin embargo, de lo que se trata es de descifrar el sentido real de las medidas tomadas, más allá de la retórica. Aquí el “progresismo” chavista se convierte en su contrario: manutención estratégica de la clase capitalista y su Estado, si bien de una manera “reformada”. Porque, como lo pide el verdadero método científico, las personas (y más aún los presidentes, por “izquierdistas” que se presenten) no se miden por lo que de sí mismos dicen, sino por lo que hacen de manera efectiva: este es el único criterio de evaluación materialista posible.

Las medidas

En su asunción Chávez anunció una serie de medidas: la más impactante, las nacionalizaciones de la Compañía Anónima Nacional de Teléfonos de Venezuela (CANTV, controlada hasta ahora por la norteamericana Versión) [1] y de la Empresa de Electricidad de Caracas (ELECAR, controlada por otra empresa yanqui, la AES), así como pasar al sistema de empresas “mixtas” (mayoría estatal accionaría del 51% y participación de multinacionales como Total, Exxon Mobil, Statoil y ConocoPhilips entre otras) en la explotación de las reservas de la Faja del Orinoco (inmenso reservorio de petróleo pesado).

Pero hubo más: la no renovación del contrato del canal RCTV, hasta ahora en manos de Cisneros (uno de los dos más grandes empresarios de Venezuela), que desató un escándalo internacional con el jefe de la OEA (Insulza); el anuncio de los “cinco motores” para el desarrollo del “proceso revolucionario” (“Ley de Leyes”, “Reforma Constitucional”, “Nueva geometría del poder”, “Moral y Luces” y “Poder Comunal) [2] y el planteo de reelección indefinida. En lo que sigue, intentaremos dar cuenta del verdadero significado de este paquete de medidas.

Reforzamiento de los elementos de capitalismo de Estado

Comenzaremos el análisis por la medida más impactante: las nacionalizaciones. Arranquemos señalando que la expropiación (según la entiende el auténtico socialismo) significa la liquidación de una clase social. Es decir, no se trata sólo de una medida “económica” (aunque también lo es); se trata de una medida social, que apunta a la liquidación de la clase burguesa; es decir, de aquella que vive de la explotación de la clase obrera. ¿Se orienta Chávez hacia la expropiación de la burguesía (como creen muchos izquierdistas con brillo en los ojos)? Para nada: no es hacia ese lado para donde va, más allá de sus justas diatribas contra el “capitalismo”.

La estatización de la principal empresa telefónica de Venezuela [3], de la empresa de electricidad de Caracas y la búsqueda de la mayoría accionaría para la explotación de la Faja del Orinoco significan pasos de tipo “nacionalista” (o incluso, si se quiere, “antiimperialista”), que estrechan los márgenes de maniobra de sectores del imperialismo en el país (sobre todo, el yanqui) y amplían los del Estado venezolano. Pero nada tienen que ver con acabar con el capitalismo o con dar el poder a los trabajadores: lo que buscan es ampliar las bases de sustentación del capitalismo de Estado en el que se apoya el gobierno chavista, que pretende ser reforzado como parte fundamental de esta inauguración de su tercer mandato.[4]

¿De qué hablamos cuando nos referimos al capitalismo de Estado? En el fondo, algo muy simple: no se trata de ninguna forma de “socialismo”, sino del paso de empresas privadas a manos del Estado burgués; es decir, de empresas que seguirán funcionando según criterios capitalistas de explotación del trabajo y ganancia (más allá de que hagan algunas concesiones a sus trabajadores).

La estatización de determinadas empresas en países semicoloniales puede expresar una acción “soberana” de determinados gobiernos y, como tal, la defendemos frente al imperialismo. Pero, al mismo tiempo, no se puede dejar de subrayar esta estatización chavista es una nacionalización burguesa, donde se va a indemnizar a sus dueños capitalistas con dólares constantes y sonantes. Al mismo tiempo, esto ocurrirá sin abrir la puerta para nada al control de los trabajadores sobre las empresas. Chávez lo ha repetido una y otra vez: “en las empresas estratégicas manda el Estado”. Pero en el socialismo auténtico es al revés: en las empresas “estratégicas” debe mandar el poder democrático y autodeterminado de los trabajadores.

Todo esto conlleva problemas de contenido social: además de que no se trata de una expropiación de la clase burguesa como tal y ni siquiera de todo lo que fue “privatizado” (y era antes estatal) [5], es evidente que el control de la producción y, sobre todo, el manejo de la renta y las ganancias quedarán en manos de los funcionarios del Estado, y NO de los trabajadores. Funcionarios que están unidos por uno y mil hilos a los propios burgueses y que se manejan con los mismos criterios capitalistas que ellos.

De ahí que no sea casual que Venezuela viva reiteradamente cruzada por el flagelo de la “corrupción”, uno de los elementos de crítica más fuertes de las masas al propio chavismo. Por otra parte, destinar la friolera de casi 3.000 millones de dólares a indemnizar a los mismos empresarios que vienen hace años chupando la sangre del esfuerzo obrero y de los recursos naturales del país, y que ya se han pagado 100 veces sus propias inversiones iniciales de capital, otorga a la estatización un carácter enteramente burgués. En el mercado capitalista, las mercancías, como las empresas, se compran y se venden: eso es parte de las leyes del propio capitalismo. Para no hablar del escándalo de destinar los recursos del Estado de una manera improductiva que no agrega un centavo de inversión real ni sirve para mejorar el nivel de vida y salarios de los trabajadores.

“Democracia” plebiscitaria y bonapartismo “caribeño”

Chávez no busca expropiar a la clase capitalista. Tampoco acabar con el Estado y el régimen que hoy le es propio: la democracia burguesa. Sin embargo, sí ha encarado verdaderas reformas del Estado para poder capear el temporal de la dislocación total de la llamada IV República y hacer un régimen más legitimado y ajustado a sus necesidades de utilización y control de las masas populares. Control que ahora se va a buscar reforzar.

Así, en el discurso de asunción señalaba que su gobierno debía: “profundizar la democracia revolucionaria, que eso es socialismo. El socialismo no está reñido (...) con la democracia. No, no. Uno de los planteamientos de Carlos Marx es precisamente el de dictadura del proletariado: eso no es viable para Venezuela en esta época; no, democracia, democracia popular, democracia participativa, democracia protagónica” (Hugo Chávez, “Discurso sobre el partido único”, www.aporrea.org).

Pero aquí hay –deliberadamente– un tramposo juego de palabras: porque la “dictadura del proletariado” de la que hablaba Marx (y Chávez lo sabe), era precisamente la Comuna de París: nada que ver con las caricaturas burocráticas del estalinismo, sino la más amplia democracia de los trabajadores basada en sus organizaciones propias a partir de la destrucción del Estado burgués. Pero Chávez, obviamente, no quiere saber nada de esto; por esto se apoya en el desprestigio de esa formulación.

El instrumento que ha encontrado para poner en pie un régimen político a su medida es la apelación constante al mecanismo plebiscitario. Es decir: dirigirse a las masas casi sin mediaciones para hacerse ratificar una y otra vez. Y por esta vía, erigirse en árbitro “benigno e ilustrado” de los intereses sociales desde arriba (en última instancia, en beneficio de la clase burguesa como un todo). De ahí también que pretenda la reelección indefinida. En el marxismo, esto se llama “bonapartismo”; en todo caso, estamos frente al ejemplo de un “simpático” bonapartismo caribeño.

Precisamente hace un siglo y medio, el propio Marx había criticado el carácter plebiscitario de Luis Bonaparte en Francia, que buscaba apoyarse en los campesinos para imponerle condiciones a la propia burguesía al tiempo que, en el fondo, gobernaba para ésta y no para los propios campesinos, aunque les hiciera concesiones.

Pero el régimen del plebiscito permanente no significa auténtica democracia de los trabajadores y popular. Es decir, no significa que éstos gobiernan mediante organismos u organizaciones que le son propias y que constituyen sus propios órganos del poder. Significa, mucho más simplemente, que apoyándose en una institución burguesa, el voto secreto y universal (sin olvidar a las fuerzas armadas, el otro gran punto de apoyo, a las que Chávez acaba de bautizar como “bolivarianas”), se busca que el electorado ratifique lo que ya ha sido previamente resuelto en las alturas del poder.

De ahí el pedido de “Ley Habilitante” y el impulso de nuevas reformas constitucionales, incluso sin la convocatoria a una nueva Asamblea Constituyente, así como el llamado a un nuevo Referéndum en la segunda mitad del año para ratificar la reforma constitucional y las convocatorias a elecciones que vendrán, en las cuales el anunciado PSUV (“Partido Socialista Unido de Venezuela”) esta llamado a cumplir un papel esencial.[6]

Es en este marco que se deben considerar las medidas llamadas “explosión del Poder Popular”. No casualmente, estos planteos tienen una base exclusivamente territorial: de los lugares de trabajo y la clase obrera como tal no se ha escuchado ni palabra. Al mismo tiempo, se trata NO de una generalización de una experiencia surgida desde abajo por propia libre creación de las masas populares, sino de una ilustrada “invención” desde arriba hecha por el “soberano” y “pedagogo” Chávez. Estas medidas se presentan, además, no como la base de un nuevo estado o un nuevo poder estatal, sino, de manera reformista, como un poder entre otros: junto con los tradicionales “poderes” de la democracia burguesa (ejecutivo, legislativo y judicial), el poder electoral y el ciudadano (agregados por la reforma constitucional del ’99) aparece un “sexto” poder: “el Poder Comunal”. En síntesis: un estado y un régimen evidentemente reformados, pero que se apoyan en mecanismos plebiscitarios y no de auténtico poder obrero y popular.

Romanticismo y cristianismo “socialista”

Las medidas de Chávez, entonces, tienen por objetivo el reforzamiento de sus bases de sustentación material y de control de las masas populares. Pero este reforzamiento no contiene sólo medidas “económicas” (la ampliación del capitalismo de Estado) o “políticas” (Ley Habilitante, Reforma Constitucional, etc), sino también ha incorporado otras de tipo “romántico” o “utópico”: en esta categoría entran las anunciadas como “Geometría del Poder”, “Moral y Luces” y otras.

Este giro romántico “socialista” y hasta “cristiano” [7] (no casualmente, los recientemente asumidos Ortega y Correa andan por la misma senda...) se entiende: si no se apunta a la real expropiación de los capitalistas y a la liquidación de la ley del valor; si lo que se pretende no es acabar con el Estado burgués sino reformar la democracia burguesa, no queda otra alternativa (para dar un “barniz” socialista) que impulsar medidas de tipo “romántico” que dan un “rodeo” respecto de las bases del poder material burgués (que son, en ultima instancia, las del propio Chávez). Esto se traduce en anuncios altisonantes pero que quedan “en el aire”, sin bases materiales sólidas.[8]

De este romanticismo y utopismo [9] da cuenta, por ejemplo, lo que se dice sobre la “Geometría del Poder”: “Creo que es una buena idea, va a requerir inventiva. Se me ha ocurrido para acelerar el tiempo (Toni Negri lo dice) y quiere decir que el Poder Constituyente le pasa por encima al espacio y al tiempo y lo convierte en multitud [sic]. Tenemos que crear un nuevo sistema de territorio, de ciudades federales o territorios federales. Es posible en algunos lugares, en ciudades que ya existen (…) revisar las condiciones. No pensar en los antiguos territorios federales. No se trata de un capricho. Se trata de marchar hacia el modelo socialista. En un territorio federal X, la ciudad X. Por ejemplo, de a 10 kilómetros cada 10 kilómetros. Sobre ese territorio federal, concentremos esfuerzos políticos y sociales hacia la Ciudad Comunal, donde no haga falta Alcaldía, sino el Poder Comunal. ¡Sembrémoslo en la Constitución, en el Reglamento! Volando en helicóptero uno se inspira mucho, tenemos grandes espacios deshabitados donde no hay Estado. Tenemos que seguir hablando de esto con la esperanza de que a esto no le ocurra como al Poder Moral de Bolívar (...). Ciudades completamente nuevas, como esas que he planteado a la orilla del Orinoco. ¡Vamos a hacer ciudades y territorios federales! Ciudad Federal, más adelante Ciudad Comunal, más adelante Ciudad Socialista!” (Discurso de asunción de Hugo Chávez, en www.aporrea.org, resaltado nuestro).

Este largo párrafo del discurso de asunción presidencial, escapa con mucho a un racional ensayo de planificación urbana o rural y se aproxima demasiado al costado erróneo de los utópicos que pretendían construir “islas socialistas” en el aire de las determinaciones reales, al estilo de los falansterios de Charles Fourier de la primera mitad del siglo XIX.

En este contexto, no es de extrañar que en el discurso presidencial (y también el que se refiere a la creación del PSUV, de mediados de diciembre del 2006) del sujeto social del que NUNCA se habla es de la clase trabajadora. Resulta sintomático que se hable una y otra vez de la población indígena (extremadamente minoritaria en Venezuela), del “socialismo indígena”, del “socialismo bolivariano”, hasta del “socialismo cristiano auténtico en la línea de Jesús de Nazaret”, y que quede prácticamente ausente del discurso presidencial la clase obrera (sujeto social por excelencia de la tradición auténtica del socialismo). Por supuesto: se trata de una clase social con un peso material evidente en la vida del país, a la que tratará de encuadrar burocráticamente con la cooptación de la UNT y la creación del propio Partido Socialista Unificado de Venezuela.

La vía venezolana al “socialismo”

Chávez hace un juego de palabras respecto de las experiencias “socialistas” pasadas y los desafíos del proceso venezolano. En las experiencias anticapitalistas del siglo XX se presentaron una serie de enseñanzas, así como graves problemas y deformaciones. También es un hecho que, al mismo tiempo que hay lecciones de las experiencias de lucha y ruptura con el sistema capitalista, ninguna experiencia podría ser una “imitación” o “copia fiel” de las del pasado, negando la especificidad de las condiciones concretas en las cuales se desarrolla.

Sin embargo, a partir de estos elementos de ubicación metodologica elemental, Chávez hace un galimatías, una lisa y llana maniobra donde lo que queda ausente son las lecciones universales que se desprenden de esa misma experiencia del siglo XX (sintetizadas sobre todo por el bolchevismo, por el socialismo revolucionario y el trotskismo): que no hay vía “reformista” al socialismo por intermedio de la democracia burguesa que valga (como Allende y su “vía chilena al socialismo”) y que no hay presidente, comandante o burócrata que desde las alturas de su palco, hablándole las 24 horas del día “a la plebe”, pueda reemplazar la acción autodeterminada y autoorganizada de la clase obrera con sus organismos y partidos. Es precisamente ese criterio “pedagógico” del socialismo “desde arriba” el que ya fracasó.

En estas condiciones, el “socialismo” de Chávez (con todo lo pintoresco que se presenta), termina siendo un fiasco liso y llano: no es más que la suma del capitalismo de Estado, los mecanismos de plebiscitación permanentes y un “socialismo” romántico que no liquida el capitalismo ni le da realmente el poder a los trabajadores.

Para lograr este último objetivo, habrá que comprender que la resolución consecuente de las tareas que ha colocado el ciclo de las rebeliones populares latinoamericanas, no puede venir de la mano de este nacionalismo burgués del siglo XXI, sino de la auténtica independencia política y el poder de la clase obrera.


Notas:

1. No está de más recordar que el principal negocio telefónico en la actualidad, la telefonía celular, permanecerá en manos privadas.

2. La llamada “Ley de Leyes” no es más que el pedido de una “Ley Habilitante” para poder imponer estas medidas por decreto en los próximos 18 meses, así como la Reforma Constitucional (que NO es una nueva Constituyente) busca, entre otras cosas, declarar el gas propiedad del Estado venezolano.

3. En honor a la verdad, hay que decir que su controladora Versión estaba en una muy avanzada negociación para vender su participación accionaría al empresario mexicano Slim. En todo caso, ahora este pingüe negocio lo hará con el propio Estado, que se anticipó a decir por boca del ministro de Economía chavista que la empresa será “convenientemente” indemnizada (se habla de 2.000 millones de dólares).

4. Parte de esto es también la proyectada medida de acabar con la autonomía del Banco Central.

5. Chávez dijo “lo privado, estatícese”... pero ya se ha comprometido ante Kirchner a que no se tocará un pelo de la acería SIDOR (donde trabajan nada menos que 14.000 trabajadores), que fue privatizada en 1998 bajo el gobierno de Caldera al 20% de valor real al grupo argentino Techint.

6. Esta convocatoria chavista ya ha abierto un intenso debate en la filas de la izquierda en Venezuela e internacionalmente. Lamentablemente, los dirigentes obreros de la C-CURA y del PRS se han apresurado a manifestarse por la “integración al PSVU”. Nos parece un gravísimo error e, incluso una capitulación. Significa a ojos vista la liquidación total del camino que habían comenzado a recorrer –muy inconsecuentemente; no hay que olvidar el reciente voto acrítico a Chávez– de independencia organizativa y política del chavismo.

7. Dijo Chávez en su discurso del 8 de enero: “Cristo es la imagen suprema del revolucionario, de aquel que da la vida por amor a los demás, el que va a la cruz por los más humildes, por los más pobres, por los más desamparados. Cristo el redentor, el atormentado, el vilipendiado. Cristo crucificado y resucitado. A Cristo como símbolo revolucionario dedico siempre mis palabras, inspiración del pueblo profundo”.

8. A modo de ejemplo en lo que hace a este mecanismo idealista de “rodeo” en el terreno de la economía, veamos las afirmaciones del intelectual chavista Heinz Dieterich: “¿Cuál sería entonces el paso decisivo del presidente Chávez? No es la estatización generalizada de la propiedad privada [¡Válganos Dios! JLR], porque no resuelve el problema cibernético [sic] del mercado. No lo hizo en el pasado y no lo haría hoy. El socialismo hoy día es esencialmente un problema de complejidad informática [sic]. De ahí que el paso trascendental consiste en establecer una contabilidad socialista (valor) al lado de la contabilidad capitalista (precio) en el Estado, en PDVSA y en las cooperativas, a fin de construir un sistema económico productivo y de circulación paralelo al de la economía de mercado capitalista. La economía de las entidades estatales y sociales puede desplazarse paso a paso hacia la economía de valor y ganarle terreno al circuito de reproducción capitalista, hasta desplazarlo en el futuro” (Rebelión, Cristina Marcano, www.aporrea.org, 02-01-07). Más allá de que el socialismo no consiste en el problema de resolver “informáticamente” la asignación de los recursos, sino que se trata del problema social de poner el desarrollo de las fuerzas productivas al servicio de la superación de las imposiciones (ley del valor) que tienen como fuente el terreno de la necesidad (y no el organizar una contabilidad “socialista” sobre la base de este mismo miserable rasero del capitalismo), el problema esencial no puede consistir en montar un sistema económico paralelo al del capitalismo sino, ineludiblemente, partir de la expropiación de los capitalistas. De no hacerse esto, se cae justamente en lo que estamos criticando: la “utopía reaccionaria” de pretender “rodear” la propiedad privada capitalista sin liquidarla.

9. Dejemos sentado que en la tradición de Marx y Engels (como ha señalado Hal Draper) se rescataba de los antecesores utópicos su negativa a adaptarse a las condiciones del capitalismo. Es decir, su elemento crítico al sistema que estaba emergiendo, al tiempo que con claridad se criticaban sus planes en el aire, sin bases materiales y completamente desde arriba. Para ellos, la clase trabajadora era una mera “víctima”, y no un sujeto social vitalmente revolucionario.