Feb - 9 - 2012

La canción kirchnerista sigue siendo la misma… o peor

Por Luis Mankid

La intención de este texto es hacer un breve repaso de algunos de los ejes con los cuales el espectro de la por así llamarla intelectualidad K describe al kirchnerismo, su génesis y su momento actual. Ejes que, como veremos, convergen en uno mayor que los engloba y les da una significación… vacía.
The song remains the same, cantaba Robert Plant hace un tiempo ya (perdón por la referencia cipaya, pero confieso que fue adrede). La misma, o peor.
Digamos para comenzar que en la que el oficialismo denomina batalla cultural no se han escatimado esfuerzos. Desde la creación de Carta Abierta en pleno conflicto con las patronales gorilas del campo, la creación de programas televisivos varios, la avalancha de reediciones de textos de Arturo Jauretche, José Hernández Arregui, Rodolfo Puiggrós y Jorge Abelardo Ramos, hasta culminar en la recientísima creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano “Manuel Dorrego”, con Pacho O’Donnell a la cabeza. Esta institución que cuenta entre sus filas a los historiadores Araceli Bellota, Luis Launay, Juan Marcelo Gullo, Enzo Regalli, Hugo Chumbita, Felipe Pigna, entre otros, más algunos funcionarios como Aníbal Fernández Jorge Coscia y Ernesto Jauretche (sobre este tema, ver “La creación del Instituto Histórico Manuel Dorrego: una discusión entre ranas y sapos”, en periódico SoB 214, 8-12-11).
Señalemos a modo de ejemplo que el instituto entregará dos premios: el denominado José María Rosa, que recibirá “el historiador, ensayista o pensador argentino que más se haya destacado en la investigación, elaboración y divulgación de la historia revisionista nacional”, y el premio Jorge Abelardo Ramos, que distinguirá “a quien se haya destacado, dentro del territorio iberoamericano, en la historia revisionista continental”
Pensamos que este último galardón es altamente merecido. No fue otro que el colorado Ramos, quien proveyó todos los insumos teóricos (?) de la matriz del revisionismo populista vernáculo. Lo que, paradójicamente, vuelve a poner en el tapete las polémicas que el ex embajador menemista tuvo con Milcíades Peña a fines de los años 50 y principios de los 60. Polémicas que entonces recobran hoy inusitada actualidad, como lo recuerda Marcelo Yunes en el capítulo “Actualidad de las polémicas de Milcíades Peña” de su Revolución o dependencia. Imperialismo y teoría marxista en Latinomérica, Buenos Aires, Antídoto-Gallo Rojo, 2010.
Pedimos disculpas al lector por usar y acaso abusar de citas de tres de los más claros exponentes de la corriente populista actual: Ernesto Laclau, Ricardo Forster y Hernán Brienza. Esta tarea es necesaria para que no se nos acuse de tergiversación alguna y porque nos permitirán ser lo más explícitos posibles. También mencionaremos a José Pablo Feinmann y Horacio González, y asimismo nos permitiremos una pequeña digresión en relación con un debate que éste último tuvo con Christian Castillo, compañero del PTS, que pensamos sirve también para la reflexión de todo el trotskismo. Para finalizar, plantearemos unas breves conclusiones.

Dos tipos audaces: la línea general

Gran parte de la intelectualidad K no dudaría en señalar a Ernesto Laclau y, un poco más abajo, a José Pablo Feinmann como las dos cabezas filosóficas del “modelo”. Son los que, de alguna manera, “tiran la línea general”. Del segundo nos hemos ocupado ya en otros ocasiones (ver “Populismo, izquierda ‘teórica’ e izquierda revolucionaria” y “Los amores –siempre fieles– de José Pablo Feinmann” en SoB digital, marzo y noviembre de 2010, respectivamente).
Sólo señalaremos aquí una reflexión en relación con una verdadera “perla” de su última producción teórica. Al menos admite y reconoce que sus análisis no toman la matriz marxista de la lucha de clases sino la más “deslucida” (Feinmann dixit) de “amigo/enemigo”, perteneciente al hoy tan de moda Carl Schmitt, reivindicado por “post marxistas” como Toni Negri y el mismo Laclau. Pero no es eso lo que pretendemos resaltar ahora sino su interpretación del estado argentino actual. Citamos:
“Se entiende que ese Estado no es el Estado burgués en tanto aparato de dominación que conceptualiza el marxismo. Nos referimos a experiencias estatales que puedan ponerse al servicio de proyectos nacional-populares, cosa que el marxismo raramente aprobó, una discusión sigue caliente en nuestros días (…) Hoy, en la mayoría de los países de América Latina, las clases dominantes han perdido el aparato del Estado. La situación es peligrosa. Las clases dominantes no se sienten cómodas si no están en el gobierno. De ahí el ataque a los gobiernos de Chávez, Correo, Evo y Cristina… pero conservan su poder mediático” (J. P. Feinmann, “La filosofía y el poder mediático”, Página 12, 20-2-11).
Sabemos que la conceptualización del Estado ya en el propio Marx es compleja. Y fue producto de una construcción, además. Eso no impide señalar algunas determinaciones esenciales que Feinmann desestima. El estado –cualquiera– es un aparato de dominación. No sólo para Marx, sino también para Weber y para gran parte de la sociología contemporánea. Su “secreto” se halla en la sociedad civil. Eso no significa reducirlo a una definición sociologicista o economicista. Marx comprendió mejor que nadie su especificidad y cierta autonomía relativa que guarda con la sociedad civil. Tiene un anclaje social claro. En la casi totalidad del planeta hoy, lo que tenemos son estados capitalistas. Están al servicio de garantizar y reproducir las relaciones sociales capitalistas que contienen la explotación del trabajo “libre”. Hasta aquí, lo que parece el abecé.
Sólo que Feinmann desconoce esto y habla de “experiencias estatales nacionales y populares”. Definición “politicista” y extremadamente laxa. Ya volveremos a hablar de ello en referencia a Laclau. No es la primera vez que las clases dominantes en América Latina (y el mundo) no controlan directamente el aparato estatal. Es más, la mayoría de las veces se trata de diversos elencos gobernantes que expresan deformadamente la relación de fuerzas entre las clases que tienen el control político. Pero el estado conserva su carácter. Y sus instituciones: fuerzas armadas, poder ejecutivo y legislativo, la superestructura jurídica, etc. Por eso, entre otras cosas no puede existir un “ejército distinto y bueno”, pues es en última instancia el brazo armado del estado burgués al cual defiende.
Nuestro criticado también entona una canción muy de moda últimamente: la del poder mediático. Aclaremos lo obvio: no existe periodismo “independiente” en la sociedad burguesa. De todas maneras, podríamos decir que el “estado nacional y popular” también ha construido un poder mediático importante. En él, la inmensa mayoría de los trabajadores de prensa y periodistas son convidados de piedra. El santo y seña parece ser la obsecuencia más rabiosa al “modelo”. Ejemplos sobran; dejo la enumeración al estimado lector.
Ernesto Laclau fue integrante del Partido Socialista de la Izquierda Nacional cuando presidía el Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras a fines de los 50, cuando era consecuente discípulo de Jorge Abelardo Ramos. Ya recibido, viaja a Europa en 1969 y se vincula con Chantal Mouffe, lo que le permite insertarse en la academia británica. Un collage de lecturas lo apasiona: Gramsci, Lacan, Derrida y el “giro lingüístico” tan en boga en esos tiempos. De todas maneras, “no se pueden desconocer las lejanas pero perceptibles huellas de Ramos, porque en el particular énfasis que Laclau le otorga posteriormente a la autonomía de la política frente a la determinación de la esfera económica se deja oír el eco diluido pero nunca apagado de la importancia con la que Ramos defendía entre sus filas la autonomía bonapartista del Estado frente a sus rígidas determinaciones económicas clasistas, reclamadas estas últimas en sus polémicas por Nahuel Moreno o más sutilmente por Milcíades Peña” (en N. Kohan, De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano. Buenos Aires, Biblos, pp. 232-3).
Precisamente parado desde esa matriz, Laclau enunciará y resignificará un término que tomó fuerza en el siglo pasado: populismo. Oigámoslo en una reciente entrevista:
“–Usted ha trabajado mucho el concepto del populismo. ¿Cree que el populismo está necesariamente ligado a lo nacional?
“–No, el populismo puede estar ligado a muchas cosas diferentes.
“–¿A cuáles, por ejemplo?
“–Por ejemplo, los populismos étnicos de Europa del Este no son en absoluto nacionalistas. Puede haber populismos de tipo racista como los que se dan en la derecha americana. El Tea Party y otras formas por el estilo no son en absoluto nacionalistas y, sin embargo, son típicamente populistas. Apelan al hombre de abajo frente al poder.
“–¿Qué sería entonces lo característico del populismo?
“–Lo único que es una variable permanente de cualquier forma de populismo –sea de izquierda o sea de derecha– es apelar a los de abajo frente al poder. Es un discurso confrontativo que tiende a dividir a la sociedad en dos campos. Eso se puede hacer desde ideologías diversas, no hay ningún motivo por el cual el populismo tenga una caracterización ideológica intrínseca.
“–¿El populismo entonces sería como una matriz vacía que puede llenarse con diversas ideologías?
“–Exactamente. Después de la Primera Guerra Mundial en Italia la gente se daba cuenta de que el Estado que había emergido del Risorgimento era un Estado ya perimido; entonces, se necesitaba una ideología de cambio, y eso lo llenaban a través de la categoría de “revolución”. La revolución podía ser fascista o podía ser una revolución comunista. Cuando la gente se siente muy afectada por un proceso de desintegración social, finalmente lo que necesita es algún tipo de orden. Qué orden prevalecerá es una consideración secundaria. Allí predominó el fascismo, como prevaleció el comunismo después de 1944 en la Guerra de Liberación, y los contenidos ideológicos eran contenidos ideológicos puramente fluctuantes” (E. Laclau, “El kirchnerismo realizó un milagro histórico”, Tiempo Argentino, 1-10-11. Para una crítica más detallada a los postulados laclaunianos y los nacionalismos burgueses en general, ver José Luis Rojo: “Tras las huellas del ‘socialismo nacional’”, Socialismo o Barbarie 21, noviembre 2007).
Allí está todo el entramado teórico: los populismos son una “matriz vacía”, un “significante vacío” como dirá en más de una ocasión. Se lo puede llenar con el contenido ideológico, político, que se quiera. Afortunadamente, no es avaro en ejemplos: el Tea Party y el fascismo integran dicho corpus. La sociedad se divide en “campos”. Teoría que tiene su génesis aun dentro del marxismo del siglo pasado, aunque en Laclau la categoría deriva más bien de Carl Schmitt (amigo/enemigo). “Los de abajo contra el poder”. La imprecisión tiene que ser una constante, de lo contrario la premisa mayor (matriz vacía) perdería razonabilidad laclauniana.
Hay algo interesante entre lo que señala. Según su análisis, los populismos parecerían aflorar luego de situaciones de crisis orgánicas más o menos importantes: Italia en los 20, las rebeliones populares de algunos países latinoamericanos a comienzos de este siglo. El tema es cerrar esa crisis e instaurar un orden. No importa cuál para nuestro filósofo. Eso es secundario y de “contenidos fluctuantes”. Como Erdosain, el personaje de Los siete locos de Arlt, que quería una revolución, no importaba si la comandaba Mussolini o Lenin ni adónde conducía.
El populismo, entonces (recordemos que nuestro análisis es fundamentalmente ideológico/teórico: sus rasgos económicos, por tomar por caso el llamado “modelo K”, están desarrollados en otro texto de esta revista), al ser un “significante vacío”, tiene el contenido que cada uno quiera darle. Claro está que esa policromía de significados entra en colapso cuando las determinaciones de lo real las hacen estallar por los aires. Algo de eso hubo en el segundo peronismo (1952-55) y fundamentalmente en el tercero (1973-76).
Cuando nuestro politólogo pasa a encomiar al gobierno de los Kirchner, no trepida en utilizar categorías teológicas. Veamos: “Creo que el kirchnerismo de alguna manera realizó una especie de milagro histórico (…). Es una trascendencia del peronismo. Usted sabe que yo me califico a mí mismo como post marxista, pero no en el sentido de que simplemente he roto con el marxismo, sino en el sentido de que estamos en una etapa que va más allá de lo que el marxismo histórico pensaba. De alguna manera, con el kirchnerismo pasa lo mismo respecto del peronismo (…). El kirchnerismo es la izquierda real, la que representa la posibilidad de un proyecto de cambio. (…) una izquierda nacional. Fue una desilusión ver la trayectoria política de Pino Solanas: como cineasta ha producido una obra muy importante (La hora de los hornos, Sur, El exilio de Gardel). Había ahí un pensamiento nacional. Después se empezó a transformar a través de la creación de esta tercera fuerza, que es un delirio, porque no puede llevar a nada. Lo que debió haber hecho Solanas es entrar a la corriente del kirchnerismo y desde dentro del kirchnerismo empujar una posición de izquierda más radical. Ésa hubiera sido la posición real, como la que tomó Martín Sabbatella, que de alguna manera también representa una alternativa de izquierda, pero trata de crearla a partir de la matriz dada por el kirchnerismo, la única alternativa de izquierda en el país” (cit.).
Aun cuando intenta ser más concreto, bajando a la terrenalidad de los hechos políticos, el “vacío” sigue siendo fuerte (ya veremos cómo otros intelectuales K intentarán llenar de contenido esos enunciados): el kirchnerismo como la única alternativa de izquierda, real, del país. Suponemos que en ayuda de esa teoría debe ir la ley de proscripción electoral que se puso en vigencia en 2011. A nuestra izquierda no hay nada, se repite machaconamente. Sabbatella lo comprendió. E incluso algunos que se decían trotskistas aquí y en otros lugares de Latinoamérica a lo largo del siglo pasado también postulan “entrar al movimiento y empujarlo más hacia la izquierda”. Para quien sepa leer lo sucedido, la experiencia está allí para sacar las debidas conclusiones.
Si el más preclaro de los think tank K teoriza de esta manera, ¿qué queda para el resto?. Hagamos un esfuerzo e intentemos develarlo.

Un unicornio azul ayer se me perdió

Ahora pasemos a la gama de pensadores kirchneristas que intentan ser más concretos y construyen relatos y proposiciones con la pretensión de dotar de carnadura viviente al significante vacío.
Comprobaremos qué lejos se hallan éstos de aquellos compañeros de la juventud peronista, su izquierda, que al menos esbozaban significados como “patria socialista”, aun cuando su precisión conceptual era muy discutible. La gramática también es importante en política, decía Trotsky. “Liberación o dependencia” se vociferaba. Tenían bien en claro que la burocracia sindical existía y que era un obstáculo evidente para la realización de las dos tareas anteriores.
Todo eso pasó a ser música del pasado. La canción es la misma… pero desafinada. Ricardo Forster llegó a escribir un largo artículo luego del acto del titular de la CGT, Hugo Moyano, en la avenida 9 de Julio, cuando pedía más lugares en las listas oficialistas. Allí Forster identificaba al líder camionero con lo más granado del movimiento obrero. ¿Burocracia? ¿Qué es eso?
Digamos de paso que leer a Forster es una tarea ímproba. Sus párrafos proustianos (pero sólo en la extensión), sus paréntesis infinitos y su incapacidad de resistir la tentación de exhibir supuestos conocimientos son equivalentes a comer algodón en rama, como decía Trotsky de Rádek. Nos recuerda el comentario de Borges (otro cipayismo deliberado) en “Las alarmas de Américo Castro” cuando le espetaba: “A la errónea y mínima erudición, añade el infatigable ejercicio de la zalamería, de la prosa rimada y del terrorismo”. A excepción de la rima, todas las demás cualidades le calzan como anillo al dedo al académico. Que lo compruebe el soberano, si no:
“El kirchnerismo, porque de él se trata, ha logrado, remando contracorriente, torcer el rumbo de un país que no podía salir de su eterna frustración y que no acababa de reponerse de la peor crisis social de su historia. Y lo hizo, en primer lugar, gracias a la voluntad inquebrantable y a la potencia política de Néstor Kirchner, que llegó inesperadamente y en condiciones de extrema fragilidad a un lugar que quemaba a todo aquel que se le acercaba. Tomó un país incendiado, sin brújula y corroído económica, política e institucionalmente y lo hizo sabiendo de las dificultades y de los escollos con los que no dejaría de toparse, en especial los que vendrían, como casi siempre en nuestra historia, del poder económico. Supo, Kirchner, entrelazar, como no se hacía desde tiempos lejanos, convicciones con acción de gobierno; comprendió que era indispensable reconstruir tanto vida económica y social en conjunto con una reconstrucción de la memoria y la justicia.(…) Un año de intensidades extremas, de alegría y tristeza que mostró hasta dónde había desplegado el kirchnerismo una profunda ofensiva contracultural que, a caballo de un proyecto capaz de ir generando cambios estructurales en la vida de los argentinos, le había logrado torcer el brazo a la hegemonía cultural ejercida por la corporación mediática. Cristina, en un sentido incluso más radical que Néstor, jugó a fondo la carta de la disputa por el relato. (…). Ahora se abre una nueva y compleja etapa cuyo eje, así lo ha dicho con elocuencia Cristina, será avanzar en la construcción de una sociedad más igualitaria. Ése es el desafío”.
Pasemos por alto el infierno de la sintaxis y las formas, y concentrémonos en el contenido de esta larga parafernalia, que estimamos muy jugoso. Sin querer, nuestro escriba enuncia una verdad incontrastable: el Argentinazo del 2001 fue un punto culminante de la crisis político social que vivió el país. Kirchner se acercó (como antes Rodríguez Saá y Duhalde) a ese lugar que “quemaba”: la institución presidencial de la democracia burguesa “se acercó” a ella para recomponerla y evitar su entierro.
Falla Forster cuando señala que eso se iba a lograr frente al escollo del difusamente definido poder económico. Desde Héctor Méndez de la UIA a la Asociación de Bancos, las patronales del campo y hasta el propio Magnetto, el dueño del emporio mediático Clarín, todos le reconocían a Kirchner haber sacado a la democracia burguesa del infierno y buscar llevar al país nuevamente a la categoría de “serio”.
Expresiones como “ofensiva contracultural” o “hegemonía cultural de la corporación mediática” ya forman parte del folclore K. “Cambios estructurales en la vida de los argentinos” es otro latiguillo del relato, poco demostrable además, aunque reconoce que ahora es cuestión de avanzar en “una sociedad más igualitaria”. ¿Cómo? Profundizando el modelo. Aquí también volvemos a encontrar un significante vacío. ¿Cómo se profundiza el modelo? ¿Coincide Forster que una medida, por ejemplo, para llevar esto a cabo sería la nacionalización de la banca y el comercio exterior, bajo el control de los trabajadores? ¿Está de acuerdo? ¿Dónde se hallan, cómo se agrupan, qué peso tienen en el gobierno K los que levantan esta postura, en el caso de que existan?
Lo paradójico es que en el mismo diario donde Forster postula esta rosada utopía cumplida se informaba de algunos pasos que no iban precisamente en esa dirección: quita de subsidios a la mayoría del pueblo trabajador, encajonamiento de la tímida ley de reparto de ganancias a los trabajadores, descarte de cualquier intento en poner un freno a la salida de capitales extranjeros vía remesa de utilidades, etc.
Precisamente cuando de economía se trata, nuestro múltiple escriba sigue a pie juntillas lo que sostiene la escuela heterodoxa keynesiana, que en nuestro país cuenta con una usina de pensamiento que incluye, entre otros, los académicos que crearon hace una década el llamado Plan Fénix, luego institucionalizado a través de la graN maKro, el colectivo creado por el tándem Boudou/Feletti. Continúa Forster:
“Lo que se agotó, al menos en ciertas regiones del mundo, es la continuidad de un modelo económico sustentado en la valorización financiera, una de cuyas consecuencias ha sido el endeudamiento generalizado de aquellos países que, siendo parte de la comunidad europea o productores de hidrocarburos y otros productos primarios, se dejaron capturar por las mieles, supuestas, de un mercado global en el que cada país debería contribuir a un orden mundial arrasador de esa vieja entelequia llamada Estado-nación en nombre de fuerzas abstractas capaces de desplegarse por geografías exclusivamente diseñadas por los nuevos lenguajes de las finanzas, la especulación, los commodities y la gendarmería internacional representada, en lo central, por el ejército estadounidense y sus aliados de la OTAN”.
Efectivamente aquí encontramos uno de los nudos conceptuales de la heterodoxia: la sobrevaloración de lo que ellos denominan “financiarización” (la hipertrofia del sector financiero) de la actual etapa mundial. Toman este rasgo constitutivo del capitalismo senil y lo utilizan como alfa y omega de todas sus explicaciones. Como ya explicara Marx, caen bajo la ilusión de que el dinero se “reproduce solo” y olvidan que la valorización de aquél se realiza mediante una “punción” en la esfera de la producción, mediante la explotación del trabajo asalariado. Pero en la visión “keynesiano-populista”, el peso de las finanzas y la primarización de la economía sólo podrán enmendarse mediante un desarrollo industrial conducido por el empresariado fabril y el estado nación, repiten doctoralmente. Vieja canción, como ya sabemos: el capital malo (financiero), junto a los poseedores de la renta agraria (que no sabrían ser “buenos” capitalistas), “esquilman” al capital productivo en donde se asienta la economía real y, por interpósitas personas, “esquilman” también al pueblo.1
Como se podrá imaginar, fueron para Forster un manantial de sabiduría las palabras pronunciadas por Cristina en la reunión del G-20. Entre otras ventajas, permite a ambos construir su relato de los capitalismos antagónicos: el neoliberal y el desarrollista. La teoría de los campos queda así pergeñada. Como muy bien señaló en más de una ocasión el empresario textil y presidente de la UIA, José de Mendiguren: “Moyano y los trabajadores están también comprendidos en el campo del desarrollo nacional”. Sigamos un poco más:
“La famosa burbuja inmobiliaria, apenas la punta del iceberg de un sistema atrapado en las telarañas de la especulación del anarcocapitalismo financiero, como lo ha denominado con precisión quirúrgica (!!) Cristina Kirchner, ha dejado al descubierto el funcionamiento arbitrario y corrupto de un orden económico sustentado en el debilitamiento del Estado y de los actores sociales capaces de enfrentar su lógico expansiva (…) En nuestro país se dio, desde la llegada de Néstor Kirchner al gobierno en 2003, un proceso inverso al de la mayor parte de las economías del mundo (tanto centrales como periféricas), proceso caracterizado por la recuperación del mercado interno, de la masa salarial y del consumo, junto con una estratégica decisión de avanzar hacia el desendeudamiento, desacoplando a la Argentina de un circuito financiero internacional profundamente corrompido. Argentina, al borde del nuevo mandato del kirchnerismo, seguramente continuará los caminos de la heterodoxia, esos mismos que le permitieron escapar del abrazo de oso de los organismos internacionales” (R. Forster, “La anticipación y su consumación” y “Crisis mundial, rebeliones y anarco capitalismo financiero” en. BAE, 25-10-11 y 29-11-11 respectivamente).
Lo del “anarcocapitalismo” ya forma parte de las joyas conceptuales del pensamiento K (término con “fuerza y brillo conceptual”, agregará nuestro adulador incondicional, no conforme con la “precisión quirúrgica). Nuevamente aquí se observa la apoyatura en unos de los pilares teóricos del populismo: no la lucha de clases, sino la dicotomía amigo/enemigo, que se corporiza la más de las veces en una sola figura, heroica y mítica. No fueron entonces los embates de los trabajadores y demás sectores subordinados los que obligaron (muy a su pesar) a las distintas clases dominantes del mundo (que habían probado con el garrote más audaz su disciplinamiento) diversas concesiones ante el peligro real que aquellas luchas habían expresado, sino la visión y la acción clarividente en pos de la justicia social de hombres como Néstor Kirchner o Rafael Correa, entre otros.
Pero además, Forster necesita maquillar la realidad: la vuelta a un estado (burgués) empresario, el aumento de la masa salarial y el desacople (luego de haber pagado hasta el último peso de una deuda ilegítima al FMI) de los organismos internacionales, pertenecen sólo a la fantasía de nuestro académico. De hecho, ni los propios funcionarios del gobierno se atreven ya a hablar de desacople, palabra que han archivado prudentemente.
Porque, como ironía cruel, en la misma semana que Forster despliega sus enjundiosos postulados, se reconocía por los medios oficiales, las distintas vías que el gobierno nacional tramaba para intentar cerrar un acuerdo con el Club de París y de ese modo, retornar a la confiabilidad de los dadores de crédito externos, proponiéndole al oso mismo que abrace a la Argentina. En el marco de la crisis mundial, los ditirambos populistas pueden quedar fuera de juego en menos que canta un gallo.
Si no le hemos quitado las ganas al lector, podemos continuar. Como vinimos haciendo hasta aquí, lo mejor es dejarlos hablar y citarlos literalmente. Ahora es el turno de uno de los principales editorialistas de Tiempo Argentino, diario oficialista si los hay. Hernán Brienza, de él se trata, periodista “aficionado a la historia” como gusta definirse, da una vuelta de tuerca a lo ya señalado por Forster y se anima a entonar la canción ya conocida en tonos más clásicos. Del ámbito más abstracto y difuso de la supuesta “filosofía” (vacía) del modelo, se aboca a la estrategia política. Veamos cómo:
“El pensamiento del movimiento nacional y popular reconoce como un problema principal del ‘capitalismo social’ que intenta imponer la falta de conciencia sectorial y nacional de la burguesía criolla.(…) Sospecho –por la historia y la cultura de muchos hombres de empresa– que la “burguesía nacional” es sólo un unicornio azul y que cuando se presente la oportunidad defeccionará a su rol histórico como ya lo hizo. Sólo tengo la esperanza de que se produzca el surgimiento de una nueva organización industrial que pueda repetir la experiencia de Gelbard, pero que tenga el poder suficiente como para construir cierta hegemonía política, económica y cultural. De quien no tengo la menor duda de su lealtad, más allá de los hombres y mujeres que lo integran y lo dirigen, es del Movimiento Obrero Organizado” (H. Brienza, “Burguesía nacional y unicornio azul”, Tiempo Argentino, 12-6-11).
No sólo de esperanzas vive el hombre, dice cierto adagio popular invirtiendo el que se refiere al pan. Esa esperanza –ilusión, en verdad– merodeó siempre el pensamiento “nacional y popular” a la hora de intentar plasmar una estrategia política. Señalando correctamente, incluso contra algunos marxismos de trocha angosta como el justismo y otros, que en países como el nuestro existe la cuestión nacional (en cierto grado y en cierta manera), deducían erróneamente de ello las virtudes de la burguesía “nacional” para acaudillar el proceso de independencia pendiente.
Brienza al menos reconoce que la burguesía nativa (local, para definirla mejor) defeccionó siempre cuando los “ideólogos” peronistas la convocaron a dicha tarea. Es la historia no sólo de la Argentina, sino de todos los países periféricos en el siglo XX. Lo que no quita que haya tenido esa burguesía roces y disputas con el imperialismo de turno por el reparto del botín, en determinadas y precisas coyunturas históricas. Milcíades Peña demostró esto con su acostumbrada claridad a todos los Brienza de su época. Hoy la cosa es más evidente aún: esa burguesía ni siquiera tuvo el coraje de mantener sus empresas y las vendió al mejor postor. El grado de extranjerización de la economía, iniciado en los 90 y mantenido hoy es palpable muestra de ello.
Entonces, en ese supuesto “frente nacional” (bloque histórico, si se quiere) el único sector leal y consecuente es la clase trabajadora, como Brienza reconoce, aunque en su texto no distingue –a sabiendas– entre ésta y gran parte de sus direcciones. Hacerlo sería reconocer la existencia de la burocracia sindical (hoy igual pero distinta a la de la época de Peña, con sus dirigentes devenidos empresarios y socios del estado capitalista), que también defeccionó en esa lucha. ¿Quién queda entonces? El Estado. Brienza no repite el brulote de Ramos que hablaba del Ejército Nacional como gran protagonista de la transformación. Pero por más autonomía que tenga un elenco gobernante, por más rasgos bonapartistas que posea, debe obligadamente apoyarse en un sujeto social. La historia, aun los “capitalismos sociales” (¿serios?) que pregona nuestro escriba, necesitan de algún sujeto que los pueda llevar a cabo.
Si aún conservamos paciencia, observemos otra categoría que emplea Brienza, también añeja y que retomó Cristina Fernández en estos días: la de “unidad nacional”. Veamos:
“La Unidad Nacional funciona no como síntesis sino como superación de los antagonismos por el acuerdo de las diferencias circunstanciales. La experiencia más cercana fue el abrazo de Perón con Ricardo Balbín en la década de 1970 y la truncada fórmula presidencial entre ambos líderes. Perón comprendía la unidad nacional como la única forma de contener las fuerzas en disputa por contradicciones menores para enfrentar al capitalismo concentrado, al partido militar y a los –según él– intereses extranjeros, ya sean de derecha como los Estados Unidos, ya sean de izquierda, como el comunismo. Pero la unión nacional no es sólo un recurso de coincidencias programáticas positivas; es por sobre todo un último recurso ante el espanto. La presidenta Cristina Fernández ha hablado mucho de unidad nacional en los últimos meses” ((H. Brienza, “¿Síntesis o unidad nacional?”, Tiempo Argentino, 3-7-11).
Qué bueno es escribir claro. Con Laclau esto es más difícil. Brienza pone blanco sobre negro su pensamiento y su estrategia política, que como él mismo señala es la que parece representar más fielmente este momento del “cristinismo”. La reivindicación del abrazo Perón/Balbín nos exime de pruebas. Dicho grosso modo, ante la crisis abierta en 1969 por el Cordobazo y otros “azos”, ante la emergencia de un clasismo acotado pero real y una división por arriba de la clase dominante, los representantes de los dos partidos burgueses mayoritarios de la Argentina acuerdan cerrar filas e intentan reabsorber dicha crisis.
Perón combatirá a toda expresión de izquierda, aun la de su propio movimiento, creando la Triple A (algo que el propio Feinmann reconoce: ¿será por eso que recién ahora, luego del triunfo electoral, le han editado el segundo volumen de su Historia del peronismo donde expresa esto con claridad?), y el líder radical acuñará la tristemente célebre expresión “guerrilla fabril” contra el activismo de fábrica. Brienza opina que en los albores del tercer mandato kirchnerista, es momento de volver a poner en pie dicha tarea. Como se comprueba en estos días, un arco más que importante de la clase dominante argentina ha aceptado el convite: desde Biolcati, de la Sociedad Rural, pasando por toda la cúpula industrial, la Iglesia y la banca privada hacen suyas estas palabras. Brienza dice que la “unidad nacional es el último recurso ante el espanto”. ¿Qué forma tendrá ese espanto para él? ¿Que los trabajadores y la mayoría del pueblo rompan con esa estrategia y se resistan a cantar esa misma y vieja canción? Si esto ocurre, ¿procederán los intelectuales K como lo hicieron en su momento sus admirados Perón y Balbín, cerrando filas contra la clase obrera?

Rajá, turrito, rajá

Por último, unas breves referencias a otra de las “espadas” intelectuales K: Horacio González, con ocasión de un debate organizado por el PTS donde participaron además María Pía López y Eduardo Grüner, entre otros. Fue en la presentación del libro de Christian Castillo La izquierda frente a la Argentina kirchnerista, Buenos Aires, Planeta, 2011 (las citas de González (salvo aclaración en contrario) y las del propio Castillo están tomadas de allí).
El marxismo es totalmente ajeno al “antiintelectualismo”. Por el contrario, no es ocioso recordar que esa postura es propia de los diversos populismos, que reniegan de la razón como arma de comprensión del marco social, económico y político, y creen ser bien guiados por el sentimiento, la intuición o apelaciones al Volk (espíritu del pueblo) y lo telúrico. Conceptos todos ellos que paradójicamente nacieron en corrientes “foráneas” como la de Herder en Alemania, y aquí, entre otros, fueron adoptados por Murena, Martínez Estrada y Scalabrini Ortiz. Cuando aún no se había convertido en un liberal de derecha, Juan José Sebreli supo desentrañar bien esta influencia externa en los nacionalismos nativos en varios de sus libros, incluido el primero, Martínez Estrada, una rebelión inútil, publicado en 1960.
Dicho esto, señalemos que la erudición “vacía” del actual director de la Biblioteca Nacional en dicho debate es inconmensurable. Tratando de ubicar (mal) la relación de los diversos marxismos con la mencionada cuestión nacional, evita toda discusión concreta y puntual sobre su defendido gobierno K. O insiste –machacón lugar común– con la admonición de que “la oposición destituyente es mucho peor; hay que combatir al neoliberalismo, el pueblo es peronista” y cosas por el estilo. En párrafo sugestivo, se refiere a “las izquierdas que voy a llamar estrictas. Lo digo sin ningún tipo de ironía. Son las izquierdas que tienen hipótesis sobre la historia más estrictas en relación con los movimientos nacionales, y por algo dije que ejercen cierta fascinación sobre altas mentes políticas de Europa (Otto Bauer). También sobre Manuel Ugarte, que era un socialista de escritura y de gran reflexión sobre la historia también”.
En la florida verba del actual director de la Biblioteca Nacional, estricta, en el contexto de la frase y de toda su trayectoria nacional y popular; significa dogmática, sectaria, que no ha logrado entender la identidad propia de los movimientos nacionales y se ha mantenido al margen de los mismos o directamente se ha colocado en la vereda de enfrente como en 1945. Por el contrario, entendemos lo estricto no como una categoría metafísica sino como la observancia de determinados principios que no tienen que ver con lo ético (aunque la ética forma parte de ellos) sino con la política. Y con la seriedad teórica.
El esfuerzo por caracterizar los fenómenos reales, insertarlos en una totalidad mayor que les permita una significación más plena y entrever los posibles desarrollos de los mismos, es algo estrictamente necesario; todo ello junto a una premisa fundante de la izquierda marxista: la de luchar por la plena independencia de la clase trabajadora de todo sector, corriente o movimiento comandado por toda o parte de la clase burguesa. Por supuesto que aquellos “marxistas” que no hagan suya estrictamente esta política sucumbirán a los encantos de los líderes carismáticos y encantadores de serpientes, cuanto más exóticos, mejor, que suelen “fascinar” a las “altas mentes europeas”.
Este apego a lo estricto nos lleva entonces a seguir sosteniendo que el sujeto de la transformación social continúa siendo la clase obrera como caudillo de una alianza más vasta que incluye a los demás sectores subalternos. No es esto un acto de fe. Se desprende de las propias condiciones objetivas (y subjetivas) de por lo menos los últimos 120 años. Que dicho sujeto no sea todo lo necesariamente conciente sobre su potencialidad transformadora, obliga aun más, a la estricta tarea política de recordárselo y alentarla en esa dirección. ¿Qué dice Gonzalez en relación con esto? Veamos:
“Me parece que en ese sentido la idea de que no hay una clase ontológicamente inclinada hacia la revolución es absolutamente correcta. Pero de ahí yo extraería otro tipo de conclusiones: de lo que es capaz uno de tolerar en su propio discurso. Hemos hecho discursos muy diferentes, con palabras diferentes, tonos diferentes, melancolías diferentes, misticismos diferentes, escepticismos diferentes (…) No sólo por escuchar a la izquierda, sino porque la escucha de izquierdas, de los momentos que tiene la leyenda nacional (…) Hay un conjunto de simbologías, de compromisos, de adhesiones, de memoria, entre las cuales hay adentro de lo que respetamos un conjunto de vidas… La de John William Cooke, por ejemplo, que tuvo una extrema tolerancia a la ambigüedad, una extrema tolerancia a la configuración complejísima: decir ‘peronistas y comunistas deberían ser lo mismo’, es una tolerancia a la paradoja extrema, y son figuras retóricas de gran penetración”.
Hagamos el esfuerzo de desentrañar la frondosa (pero no por eso profunda) prosa de nuestro criticado. El rechazo a lo estricto lleva a la tolerancia amplia (tanto que termina en una paradoja), donde no se trazan límites entre peronismo y comunismo. El discurso navega en la ambigüedad extrema, mientras es atado a los mástiles incólumes de la leyenda nacional. Lo que lo convierte entonces en un significante vacío. Tanto que termina siendo nada, parafraseando muy escolarmente la lógica hegeliana.
Por las dudas, aclaramos: no estamos sosteniendo una postura rígida desde una supuesta verdad revelada. Saludamos la idea de tener la cabeza bien abierta y recoger todo lo que sea válido y significativo; pero como sostenía Chesterton, alguien que sabía de paradojas, “el mero hecho de tener una mente abierta no significa nada; el objetivo de abrir la mente, así como el de abrir la boca, es volver a cerrarla sobre algo sólido”. González por el contrario, bucea en la superficie y nos invita a acompañarlo en esa tarea. Lo lamentamos, pero no aceptamos el convite y alertamos a “la clase que no está inclinada ontológicamente a la revolución” a que haga otro tanto.
Tras las últimas medidas y discursos de Cristina Fernández que anuncian un giro a una variante de ajuste económico más ortodoxo y elementos menos “progresistas” y más derechistas, todos los medios levantaron declaraciones de González como las que siguen:
“No es fructífera la interpretación de que las decisiones de la Presidenta constituyen un giro o un cambio. Las líneas fundamentales no varían (…) En el ámbito intelectual siempre hay matices o miradas particulares. Pero existe un fuerte consenso frente al discurso de la Presidenta, por el peso moral de su lenguaje (…) Aparecen en la mesa de discusión temas que antes estaban en forma menos explícita en la agenda, como los subsidios y la inflación. Eso revela una fuerte capacidad de escucha (…) Anhelo que el traspaso del control del tránsito aéreo a la Fuerza Aérea sea una medida transitoria y, pasadas las turbulencias, la operatoria pueda ser devuelta al sector civil” (La Nación, 27-11-11).
Como se puede observar, el significante vacío da para cualquier interpretación, por más que Cristina haya intentado ser clara. Pero la lealtad de un soldado no conoce límites. Nos permitimos con el respeto debido espetarle al bueno de González una muletilla de un personaje arltiano (caro al populismo, aunque la buena literatura deber ser cara a todo buen lector): Rajá, turrito, rajá.
Para finalizar, una apreciación respecto de un comentario vertido por el anfitrión del encuentro citado, el compañero Christian Castillo.
Digamos de paso que en su libro (que no es más que una selección de artículos ya publicados desde 2002, maquillado como elaboración “reciente” para uso de la campaña electoral) volvemos a hallar esa manía del PTS de referirse a expresiones de la vanguardia luchadora o la izquierda en general siempre con ejemplos de vertientes o colaterales de ese partido. Pareciera que las demás no existiesen o no merecen la mención del que aparece recurrentemente como el único partido revolucionario existente. Más que una violación de la regla de las debidas proporciones, ya se trata sencillamente de ombliguismo, o pedantería.
Pero no es a eso a lo que nos queremos referir, sino a dos cuestiones que nos parecen pertinentes pues atañen no sólo al trotskismo latinoamericano, sino también a las corrientes que se reivindican trotskistas a nivel mundial. Son las que siguen:
“Quien en el movimiento trotskista argentino introdujo esta problemática (la cuestión nacional) fue Liborio Justo, Quebracho, que en los debates internos de la década del 30 y 40 dice que la cuestión nacional es una cuestión central, que no puede haber emancipación de la clase obrera en los países oprimidos sin resolver la cuestión nacional”.
Ya que la intención –correcta– era enmendarle la plana a Horacio González sobre el tema del marxismo (trotskismo) y la cuestión nacional, no es precisamente en Liborio Justo en quien deberíamos apoyarnos. Será Antonio Gallo quien, antes que Justo, intente un análisis de la estructura social del capitalismo argentino y las tareas nacionales que de allí se desprenden. Para el segundo, la “patria vasalla” debía ser emancipada, pero no quedaba bien en claro quién acaudillará dicho proceso, lo que lo llevaba a un planteo etapista en donde la burguesía argentina tenía un rol importante –y dirigente– que cumplir.
Gallo, por el contrario (acusado de “ultraizquierdista” por Liborio Justo, como luego ocurrirá con más de un trotskista de parte de stalinistas y populistas varios), en base a su caracterización de la Argentina como país relativamente atrasado y dependiente del imperialismo, llega a la conclusión de que la burguesía nativa no es capaz de resolver las cuestiones nacionales pendientes y menos aún de liderar proceso revolucionario alguno. Matriz que Milcíades Peña continuará y desarrollará.
Antonio Gallo, discípulo de Héctor Raurich, había viajado con éste a la España Republicana, donde conocieron a Andrés Nin y la Izquierda Comunista Española. Pese a su juventud (había nacido en 1913), en la década del 30 y ya en la Argentina, bajo el seudónimo de A. Ontiveros, mientras se vinculaba con la incipiente LOS (Liga Obrera Socialista) escribirá algunos trabajos muy sugerentes como Sobre el movimiento de Septiembre. Ensayo de interpretación marxista y ¿A dónde va la Argentina?2
Allí advirtió: “El proletariado erigido en poder no se detendrá en una etapa o gobierno intermedio, sino que, después de resolver esos problemas, continuará hacia delante, hacia la socialización de los medios de producción y de cambio, la colectivización de la tierra, etc. Esta revolución sólo puede hacerla el proletariado, conquistando o neutralizando, para sus propios fines, a las clases medias urbanas y rurales, no en alianza con la burguesía, sino contra ésta. (…) En nuestro país las etapas, diremos, formales de la república democrática burguesa se hallan de prolongado tiempo atrás en ejercicio (régimen parlamentario desde 1853, sufragio universal, ‘libertad’ de reunión, de prensa y asociación). Naturalmente, no puede ser motivo de sorpresa para nosotros el carácter limitadísimo y más frecuentemente negativo de tales conquistas en el régimen capitalista (…) Están, naturalmente, también incumplidas las etapas fundamentales de la revolución democrático-burguesa: expropiación y división del latifundismo, la anulación de las deudas exteriores, expropiación de las propiedades y la riqueza eclesiástica, etc.” (en H. Tarcus, El marxismo olvidado en la Argentina. Silvio Frondizi y Milciades Peña, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1996, p. 96).
Aunque sin nombrarlo directamente, su “oponente” no era otro que Liborio Justo y los que pensaban como él. Las correctas apreciaciones en relación con la cuestión nacional y tareas que en Latinoamérica quedan aún pendientes no llevan a Gallo a sacar la conclusión de que el proletariado debe anudar una alianza con la burguesía nativa (local) en una primera etapa, para luego sí, cobrar vuelo propio y avanzar (¿con qué ritmos, cómo?) hacia la etapa socialista. Incluso un historiador como Carr, en su documentada obra sobre la revolución rusa, llama a esta última postura “posición menchevique”. Por el contrario, Gallo sostiene que dicha transformación será contra la burguesía, y la revolución entonces tendrá un carácter permanente.
Como ya señalamos, creemos que sobre esa matriz comenzó a trabajar Milcíades Peña años después. Ahora que tanto se habla de la historia (y el periodismo) “militante”, digamos que la de Peña realmente lo fue. Una historia que huyó de los reduccionismos y fue estricta en la comprensión de aquello de que lo “verdadero es el todo”, puesta en función de un objetivo y una estrategia política clara. Peña supera dialécticamente a Gallo y a la vez es tarea acuciante hoy, superar también a aquél. Pero pensamos que no es en los escritos de Quebracho donde hallaremos los mejores elementos para acometer esa superación.
La otra cita, recurrente en la corriente a la que pertenece Castillo, es de alguna manera patrimonio de todo el llamado trotskismo de Yalta: “Que los obreros y los campesinos pueden conquistar el poder es una realidad: en Cuba, en Vietnam, en China, en Rusia, se volteó a la burguesía, se la expropió por medios revolucionarios”.
Nuevamente, de la correcta crítica a todos los Horacios González que en el mundo han sido, que sostienen la incapacidad de que la clase trabajadora luche y conquiste el poder, se intenta validarlo con la experiencia de lo acontecido en el siglo pasado. Señalar que en Vietnam, China y Cuba fue una realidad que la clase obrera conquistó el poder no resiste la menor comprobación empírica. Que hayan sido revoluciones anticapitalistas y merezcan la obligada defensa de todo revolucionario ante ataques del imperialismo, de acuerdo. Pero, precisamente, en la carencia de organismos de la clase obrera, en la no participación y control efectivo y real en la toma de decisiones por ésta, se halla parte de la clave de los inmensos problemas sufridos por esos estados burocráticos, que culminaron con la restauración del capitalismo en los dos primeros, y un tránsito cada vez más acelerado hacia él en la isla caribeña. Y esto no tiene nada de discusión histórica o académica. Es de candente actualidad, pues plantea el perfil del tipo de socialismo por el cual los trotskistas luchamos aquí y en todo el mundo.

Es hora de escuchar otra melodía

Hemos llegado al final. Los intelectuales K ya han cantado su vieja y conocida canción.
Los más “eruditos” cubren su impotencia política, su comodidad de funcionarios o académicos bien rentados, bajo el paraguas del significante vacío donde –como a la noche– todos los gatos son pardos. Cada cual lo llena con el contenido que quiere. Posmodernismo puro. Y de baja calidad, si se nos permite agregar.
Aquellos que bajan un poco más al mundo de lo real, a la política diaria, toman aliento, desempolvan a sus viejos maestros y se disponen a ejecutar la misma música. Claro está que ya ha envejecido lo suficiente: capitalismo social, unidad nacional, rogarle a la burguesía que se sume al bloque histórico, el estado nacional popular y todos sus estribillos gastados. Y lo que es más importante, desmentidos por la historia del siglo que terminó.
Para la clase trabajadora y el pueblo, para los intelectuales críticos y no vacíos, para la juventud toda, es hora de escuchar otra melodía.
Que al igual que aquéllas, no es reciente, pero conserva toda su afinación, pues el mundo para el cual fue escrita, el mundo capitalista (el productivo y el financiero, que no son otra cosa que partes de un todo inescindible), todavía sigue presente. Mucho más senil, es cierto, y con inocultables insuficiencias cardíacas. Pero no morirá de muerte natural. Tengámoslo presente. Requiere de un sujeto, una dirección y una estrategia política para que ello ocurra.
Y ahí radica la vitalidad de la vieja melodía.
La liberación de los trabajadores será obra de los mismos trabajadores. Desde abajo. Con sus propios organismos como embriones del nuevo poder a construir. Será entonces que al fin podremos hablar con propiedad de la existencia del socialismo. De una sociedad realmente igualitaria. Y, que nos perdone Forster, este camino no tiene nada de común con el “cristinismo”.

 

1 Una vez más, fue Milcíades Peña quien supo desarmar brillantemente algunos de los presupuestos de los desarrollistas argentinos. Advirtió: “No está de más señalar que Aldo Ferrer, en su libro La economía argentina de 1963, dedica un par de páginas específicamente a criticar a los grandes propietarios territoriales cuyo comportamiento parece no estar regulado por las normas habituales de conducta del empresario en el sistema capitalista. Nada tiene que decir, en cambio, del similar comportamiento de los grandes propietarios industriales. En verdad, tanto la conducta de los terratenientes como la conducta de los industriales está regulada por y se ajusta a las normas habituales de conducta del empresario en el sistema capitalista de los países atrasados y semicoloniales. Por supuesto, estas normas de conducta son distintas a las normas habituales de conducta del empresario en el sistema capitalista de los países avanzados. Pero esa diferencia no es sino la manifestación de la unidad esencial en que ambas conductas se originan, es decir, la obtención de la máxima tasa de ganancia para el capital invertido. Sólo que, para obtener la máxima tasa de ganancia, lo que es racional en la Argentina (por ejemplo producir pocas unidades) suele ser irracional en Estados Unidos y viceversa” (Milcíades. Peña, Industrialización y clases sociales en la Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, p. 59).
2 La figura de Gallo se presenta como fascinante y es casi ignorada por los trotskistas argentinos. Queda pues como tarea exhumar sus breves trabajos. Quien le dio importancia al tema fue Horacio Tarcus en su El marxismo olvidado en la Argentina. Silvio Frondizi y Milciades Peña. Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1996. La polémica entre Gallo y Justo sólo merece brevísimas reflexiones en Osvaldo Coggiola, Historia del trotskismo argentino. Buenos Aires, RyR, 2004, y apenas una referencia en Omar Acha, Historia crítica de la historiografía argentina. Vol 1: Las izquierdas en el siglo XX. Buenos Aires, Prometeo, 2009.

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