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Nov - 9 - 2017

Revolución Rusa

Octubre de 1917, un gobierno de otra clase

Por Ale Kur

El título de esta nota es deliberadamente un juego de palabras. Lo que aquí se quiere poner de relieve es que la Revolución rusa de octubre de 1917 permitió poner en pie un nuevo tipo de gobierno, diferente a todos los anteriores que existieron tanto en Rusia como en el resto del mundo hasta ese entonces[1].

La novedad del gobierno surgido de la revolución es que respondía de manera directa a los explotados y oprimidos del país, y especialmente a los trabajadores industriales de las grandes ciudades. Por esto se trató de un gobierno de «otra clase»: porque por primera vez, no era un gobierno de los ricos y privilegiados para los ricos y privilegiados.

Por el contrario, en octubre de 1917 la insurrección de las masas obreras y populares permitió que por primera vez sus propios organismos de representación directa, los “soviets”, tomaran el poder en sus manos. Esto a su vez les permitió comenzar a intentar resolver una larga serie de problemas que afectaban a las grandes mayorías de la población, los trabajadores y los campesinos.

Ya en febrero del ’17 las masas populares se habían levantado contra la monarquía absoluta rusa, el zarismo. Con una poderosa huelga general y movilizaciones revolucionarias, consiguieron la abdicación del Zar. Se formaron allí los sóviets: asambleas de delegados de los trabajadores, elegidos en cada fábrica y empresa del país, que coordinaban la lucha a escala de ciudades enteras, y que a su vez estaban coordinados entre sí a escala nacional. Se establecieron también los comités de fábrica y todo tipo de organismos que materializaban el poder de la clase trabajadora, los campesinos y los sectores populares en general.

Estos organismos expresaban las aspiraciones, intereses y demandas del movimiento popular. Estas eran, en primer lugar, la finalización de la carnicería humana que significaba la gran guerra imperialista (la Primera Guerra Mundial).  El reparto de las tierras a los campesinos (más del 90% de la población del país y la enorme mayoría de los soldados que combatían en el frente), el fin del hambre y del desempleo, la jornada laboral de 8 horas, acabar con los malos tratos de los patrones a los obreros, la conformación de un régimen basado en el voto popular (a través de una Asamblea Constituyente), el derecho de las naciones oprimidas por el Imperio Ruso a su autodeterminación, etc.

Sin embargo, la revolución de Febrero no llevó al poder a los Soviets sino a un “Gobierno Provisional” formado por corrientes políticas que se subordinaban a la burguesía liberal. Por su naturaleza de clase, este gobierno fue incapaz de resolver ni una sola de las demandas de los soviets y las masas populares. La presión de la burguesía lo llevaba a subordinarse a las potencias imperialistas que deseaban continuar la Guerra Mundial –razón por la cual, en vez de buscar la paz, el Gobierno Provisional lanzó una nueva ofensiva militar en junio, ampliamente repudiada por las masas. El gobierno estaba también atado al mantenimiento de régimen en el campo
-por la comunidad de intereses entre la burguesía y los terratenientes,  y para no desordenar al ejército conformado mayormente por campesinos sedientos de tierras. Por estas mismas razones, el Gobierno Provisional hizo todo lo posible por posponer de manera indefinida la convocatoria a una Asamblea Constituyente surgida del voto popular: su realización en ese contexto hubiera servido de vehículo a las masas populares para quebrar su política.

Todo esto es resumido didácticamente por Victor Serge en su obra El año 1 de la revolución rusa: «La paz, que anhelan millones de campesinos y de proletarios que se hallan sirviendo en el ejército, no puede proporcionársela la burguesía, porque está haciendo su guerra. La tierra, que reclaman cien millones de campesinos, no quiere darla la burguesía, porque se solidariza con los terratenientes y porque se niega a cuanto signifique un atentado contra la propiedad privada, base en que se apoya su dominio. El pan, que pide el proletariado de las ciudades, no puede proporcionárselo la burguesía, porque la penuria es el resultado de su guerra y de su política… La caída de la autocracia no ha resuelto ningún problema. Hace falta otra revolución.»

Durante los ocho meses que transcurrieron desde la revolución de febrero hasta la de octubre, Rusia se desangró por la brutal guerra imperialista en la que morían millones de personas (y en la que, por demás, iba perdiendo como consecuencia del profundo atraso del país). A esto se sumaba la “guerra de clases” que la burguesía desataba contra los obreros, y que tomaba la forma de cierre de empresas, de desorganización productiva, etc. Los trabajadores y el pueblo debieron inclusive enfrentar y derrotar un intento de golpe de estado contrarrevolucionario llevado adelante por el general Kornilov, que quería aplastar a los Soviets y todas las conquistas obtenidas hasta entonces.

Por otro lado, esos ocho meses fueron un reguero de enormes movilizaciones obreras y populares, de rebeliones campesinas, de grandes huelgas, de estallidos pre-insurreccionales, de experiencias de control de la producción por parte de los trabajadores. En esos ocho meses, las masas terminaron por perder la confianza en las fuerzas que hasta ese momento dirigían los soviets: corrientes reformistas como los mencheviques y los llamados “socialistas revolucionarios”, que se negaban a romper con el Gobierno Provisional y a asumir el poder en manos de los soviets. En su lugar, ganaron un enorme prestigio los bolcheviques, que durante el mes de septiembre lograron hacerse con la mayoría de los delegados en los soviets y encaminarlos hacia la toma del poder. Así es como el Soviet de Petrogrado (capital del Imperio y ciudad industrial más importante, así como principal bastión del proletariado revolucionario) conformó su Comité Militar Revolucionario, que organizó y ejecutó la insurrección de Octubre al servicio de poder soviético. Victor Serge describe este proceso de enorme efervescencia popular con estas palabras: «Por todo aquel país inmenso, las masas de las clases trabajadoras, labradores, obreros y soldados, van a la revolución. Es una crecida elemental, irresistible, de una potencia comparable a la del océano.».

Este alzamiento se llevó a cabo el 25 de octubre (según el calendario ruso de la época), y permitió que en pocas horas el Gobierno Provisional fuera destituido. Al día siguiente se reunió el Segundo Congreso de los Soviets de toda Rusia, que asumió formalmente en sus manos el poder y conformó el Consejo de Comisarios del Pueblo, el poder ejecutivo del gobierno de los Soviets. Dicho gobierno estaba dominado por los bolcheviques y contaba también con la participación minoritaria de los miembros del ala izquierda del Partido Socialista Revolucionario.

Los decretos soviéticos

Este nuevo gobierno inauguró inmediatamente sus funciones con una serie de decretos, discutidos y aprobados por el Congreso de los Soviets, que mostraban la intención de solucionar de manera inmediata las demandas de las masas populares expresadas desde Febrero (popularizadas bajo el lema «paz, tierra y pan»), los grandes problemas eternamente postergados por el Gobierno Provisional. La lógica de estos decretos demostraba que se trataba de un gobierno que respondía a otra clase social, que daba vuelta la tortilla: esta vez “los de abajo” eran los primeros, cuando bajo el zarismo y los liberales burgueses eran los últimos.

El primero de ellos era el “decreto sobre la paz”, cuyo objetivo era acabar inmediatamente con la guerra imperialista. Este decreto llamaba a las naciones beligerantes a abrir negociaciones para una “paz justa y democrática (…) para la sedienta mayoría de trabajadores cansados, atormentados y agotados por la guerra y de todas las clases trabajadoras de todos los países beligerantes (…) paz que el gobierno considera una paz inmediata sin anexiones (es decir, sin la toma de territorio extranjero y la anexión forzosa de nacionalidades extranjeras) y sin indemnizaciones». Sus términos debían ser ratificados por asambleas de representantes populares de todos los países. El decreto llamaba también al fin de la diplomacia secreta: todas las negociaciones debían ser realizadas de cara al pueblo, y se publicarían también los acuerdos secretos previamente tomados por el anterior gobierno ruso. Por último, el decreto hacía un llamamiento a los obreros de Gran Bretaña, Francia y Alemania a una “acción vigorosa y determinada” para ayudar a concluir la paz en esos términos. De esta manera, el decreto estaba dirigido al mismo tiempo tanto a los gobiernos como a los pueblos de los países beligerantes.

El segundo gran decreto fue el relativo a la cuestión de la tierra, inspirado en las propuestas de los delegados de los soviets campesinos: a través de aquel se abolía la propiedad inmobiliaria de las tierras: «Los bienes de los terratenientes, los dominios de los monasterios, de las iglesias, etc., con todo su inventario vivo y muerto, pasan a los Soviets campesinos». Estos soviets iban a resolver cómo aplicar esas medidas, hasta que una Asamblea Constituyente tomara decisiones definitivas al respecto. De esta manera, al repartir las tierras a los campesinos, el gobierno soviético resolvió de un plumazo el problema que hace más de un siglo atrás ya había resuelto la revolución francesa, pero que en Rusia siguió plenamente vigente por la subsistencia de la autocracia zarista: la liquidación de los grandes terratenientes.

A estos decretos le siguieron otros abarcando una gran cantidad de rubros, siempre en el mismo sentido de priorizar los intereses de los de abajo: se estableció el control obrero sobre la producción (y desde mediados del ’18, la nacionalización de las grandes empresas), lo que permitió quebrar la resistencia que la patronal ejercía bajo la forma de sabotaje económico y cierre de empresas. Las municipalidades adquirían el derecho a requisar inmuebles para solucionar los problemas de vivienda de las masas populares. Los funcionarios pasarían a ganar un salario equivalente al de los obreros calificados. Se estableció el matrimonio civil, el divorcio y el derecho al aborto. Se desarrolló también la educación pública en manos del Estado y un sistema de seguridad social general. Se anunció la jornada laboral de ocho horas y aumentos salariales. Se concedió el derecho a la autodeterminación a las naciones oprimidas.

La aprobación de estos decretos, de cualquier manera, estuvo muy lejos de significar su implementación completa. Se llegó tan lejos en su aplicación como fue permitido por las condiciones materiales (el estado de la economía, la relación de fuerzas con los Estados Imperialistas, la relación entre las diferentes clases al interior de la propia Rusia, etc.). Sin embargo, los decretos marcaban una “guía maestra”, una orientación política de clase para resolver esos problemas según los intereses de los de abajo. Más allá del derrotero posterior de la Unión Soviética, de las enormes dificultades, de la Guerra Civil y la posterior degeneración burocrática, el gobierno soviético pasó a la historia como la primera gran experiencia de poder de la clase obrera y los sectores populares, como el primer gran gobierno de “otra clase”.

[1] El único antecedente histórico previo a la Revolución Rusa de un gobierno obrero y popular había sido la breve experiencia de la Comuna de Paris de 1871, que duró tres meses y fue aplastada por la represión.

Por Ale Kur, 5/11/17

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