Autor:
Mar - 31 - 2017

Una actualización sobre el ciclo de las rebeliones populares: 2013-2017, un gran laboratorio de experiencias políticas

Ale Kur, marzo 2017. Publicado como prólogo del artículo: «Las Rebeliones Populares – Las tareas estratégicas y los debates en la izquierda«, por Víctor Artavia.

El artículo de Víctor Artavia “Las rebeliones populares, las tareas estratégicas y los debates en la izquierda” fue publicado original­mente en febrero de 2013, en la revista internacional Socialismo o Barbarie n° 27. Al momento de esta reedición, se cumplen ya cuatro años desde aquel momento. Este periodo transcurrido fue muy intenso en cuanto al desarrollo de los acontecimientos polí­ticos internacionales. El solo hecho del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos es suficiente para identificar un poderoso cambio en las coordenadas más generales de la coyuntura. Sin embargo, este fue precedido por una amplia cadena de sucesos que merecen ser analizados. En esta nota esbozaremos algunos elementos de dicho análisis, para luego ingresar en la coyuntura actual del ciclo de las rebeliones populares y tratar de identificar algunos de sus rasgos más destacados.

Las definiciones centrales que sostenemos desde la corriente Socialismo o Barbarie en cuanto al “ciclo de rebeliones popula­res” abierto en 2008 –con la crisis económica mundial-, y que son desarrolladas en el artículo de Víctor Artavia, se vieron ple­namente verificadas en estos cuatro años transcurridos. Desde nuestra corriente señalamos que estábamos ante el recomienzo histórico de las experiencias de los explotados y oprimidos, ini­ciando un nuevo ciclo de acumulación en el terreno de la con­ciencia y organización de los de abajo. Este recomienzo tiene un enorme valor, y señala la posibilidad de relanzar la batalla por el socialismo como salida estratégica en la subjetividad obrera y popular. Más aún, cuando implica un punto de inflexión con res­pecto al periodo anterior, signado por la caída de los así llamados “socialismos reales” y la restauración capitalista en una impor­tante parte del globo –un periodo caracterizado por la des-acu­mulación y las derrotas de los trabajadores.

Sin embargo, la categoría “recomienzo histórico” señala también los límites de este proceso: en primer lugar, el muy bajo pun­to de partida del mismo en cuanto a la conciencia de las masas e inclusive de la propia vanguardia activista. Identificamos que la irrupción de grandes movimientos contestatarios en amplias regiones del planeta tiene un carácter enormemente progresivo, pero que se encuentra a la vez con una gran dificultad: la práctica ruptura de todo hilo de continuidad con la experiencia histórica anterior, y especialmente con la tradición política del socialismo revolucionario. La tragedia histórica del estalinismo y la poste­rior caída de sus regímenes burocráticos derivados se tradujo en una “crisis de alternativa”: en la mente de amplísimos sectores el capitalismo puede ser odioso, pero no se vislumbra todavía que otra cosa pueda reemplazarlo. Priman entonces las perspectivas de tipo reformista, que dificultan fuertemente la construcción de alternativas políticas de independencia de clase. Esto a la vez fa­cilita mucho la reabsorción o derrota de las rebeliones –con o sin concesiones parciales de por medio por parte del sistema- ante su dificultad para convertirse en revoluciones en toda la regla.

Estas definiciones generales marcaron el devenir posterior de los procesos a los que refiere el artículo de Víctor Artavia. Entre ellos podemos señalar dos que tuvieron una enorme importancia: el caso de Grecia y el de la “Primavera Árabe”. Desarrollaremos a vuelo de pájaro la evolución de estos procesos para luego regresar a la coyuntura actual, situando el momento actual del ciclo de las rebeliones populares y sus características.

El punto de inflexión: la experiencia en Grecia

El más estratégico de estos procesos (en cuanto a su impacto po­lítico internacional) fue sin dudas el caso de Grecia, en el que un enorme proceso de luchas populares (que incluyó gran cantidad de huelgas generales y sectoriales, movilizaciones masivas, en­frentamientos en las calles, etc.) tuvo un gran desarrollo, luego llegó a un impasse, y luego se canalizó por la vía electoral. La coalición de “izquierda radical” (reformista en su contenido) de Syriza llegó al gobierno en enero de 2015 capitalizando el enor­me descontento de masas contra las políticas de austeridad im­pulsadas por la “Troika” de la Unión Europea y el FMI. Este he­cho produjo un enorme impacto, porque era una bofetada a las políticas de ajuste neoliberal alrededor de las cuales se unificó prácticamente toda la burguesía mundial. Aparecía ante los ojos de millones como que era posible derrotar al “austericidio” vo­tando en las urnas a proyectos reformistas de izquierda. Sin em­bargo, el gobierno surgido de esa elección -en manos de Alexis Tsipras- se encontró rápidamente ante un callejón sin salida: los dictados de la “Troika” no podían ser desafiados sino a través de una ruptura completa y radical con el capitalismo europeo, sus deudas agobiantes y sus instituciones imperialistas. Pero su pro­pia naturaleza reformista le impedía llevar adelante ese giro, que implicaba necesariamente la movilización de masas, una fuerte polarización político-social y una lucha de clases muy agudizada.

La vía elegida por Tsipras-Syriza fue entonces la de “conciliar” con la Troika, un camino que llevó a una dinámica de conce­sión permanente por parte del gobierno griego. Cada capitu­lación de este último llevaba necesariamente a una capitulación siguiente y más profunda, desmoralizando cada vez más a las masas combativas que pelearon contra la austeridad y apoyaron a Syriza. El salto en calidad de esta orientación fue la brutal trai­ción al “NO” en el referéndum griego de julio de 2015, en el que el 62 por ciento de la población se había manifestado contra los brutales “Memorándums” de la Troika. Al día siguiente de este espectacular triunfo, que había electrizado a todo el pueblo, el gobierno de la supuesta “izquierda radical” salió a anunciar que se retomaban las negociaciones con los acreedores, en las cuales entregaron todas y cada una de las demandas populares.

La resultante de esta traición fue el completo fracaso de la expe­riencia de Syriza como gobierno reformista. Desde su asunción no sólo no mejoró un milímetro la situación de los de abajo, sino que no dejó de empeorar en ningún momento. Peor aún, no se vislum­bra ninguna esperanza de que esto vaya a cambiar en un futuro. Esto provocó una enorme caída en la popularidad de Syriza, plan­teando (al momento de escribir esta nota) la posibilidad del re­greso de los viejos partidos austericidas al gobierno (centralmen­te el neoliberal-conservador Nueva Democracia). La catástrofe de Syriza señaló un punto de inflexión coyuntural en el ciclo de las re­beliones populares. Se extendió la desmoralización entre amplios sectores de la nueva vanguardia combativa a nivel internacional, y abrió paso a que la deslegitimación del sistema y su crisis econó­mica y política comiencen a ser interpeladas masivamente desde la derecha. La siguiente gran impugnación al “statu quo” euro­peo vendría de la mano del Brexit en junio de 2016, pero esta vez teñido de un fuerte carácter conservador-nacionalista contra los inmigrantes. Las alternativas “por izquierda” como la reformista Podemos en España, por su parte, no lograron nunca romper un techo de votos y de presencia política que los proyecte como al­ternativa de gobierno en el marco del régimen electoral existente.

Alcances y límites de la “Primavera Árabe”

El otro proceso a señalar es el devenir de la llamada “Primavera Árabe”. Esta tuvo un comienzo enormemente promisorio con las rebeliones populares en Túnez y Egipto, y sus correlatos en Libia, Siria, Yemen, Bahréin y otros países. La caída del dictador egipcio Mubarak generó ondas expansivas a toda la región e in­clusive al mundo entero. El fantasma de la intervención directa de las masas en la vida política, el ingreso a escena (aunque sea parcial) de sectores de la clase obrera, la crisis y ruptura de las Fuerzas Armadas, significaron un punto muy alto para el proceso de acumulación de experiencias de la nueva generación en todo el globo. Sin embargo, pese a la continuidad de las oleadas de movilización popular, a serios enfrentamientos en las calles, y en algunos países inclusive en la transformación en guerras civiles, el combustible de este proceso se fue agotando en la medida en que alcanzó sus límites políticos. En el centro de la cuestión se encontraba el famoso problema de la alternativa política.

En el caso egipcio, que fue el epicentro regional de la “Primavera Árabe” (por su importancia histórica, demográfica, económica, política y cultural), este problema se manifestó en un primer momento cuando la rebelión popular se reabsorbió a través del mecanismo democrático-burgués electoral. Al enfrentarse a las urnas, los trabajadores y jóvenes egipcios se encontraron con el dilema de tener que elegir entre la recuperación del viejo sta­tu quo (con el militarismo nacionalista-laico), o con el estable­cimiento de una nueva tiranía de base religiosa (los Hermanos Musulmanes), no menos neoliberal y reaccionaria que la ante­rior. A través del mecanismo de “elegir al mal menor”, esto per­mitió por primera vez en la historia el acceso al gobierno de los islamistas (en junio de 2012), que comenzaron a desarrollar su propia agenda de ataques contra los explotados y oprimidos.

Se abrió entonces un nuevo periodo de la experiencia popular, que al cabo de varios meses llevó al desarrollo de enormes mo­vilizaciones opositoras contra el gobierno de Mohamed Morsi. Pero cuando estas movilizaciones llegaron a su “punto de ebulli­ción” y el gobierno se encontraba contra las cuerdas, las Fuerzas Armadas egipcias intervinieron para erigirse como “árbitro” de la situación y garantizar una salida en sus propios términos. Las FFAA, el viejo aparato que durante décadas estuvo en el centro del poder político egipcio, destituyeron a Morsi en julio de 2013, erigieron un gobierno títere y establecieron en los hechos su pro­pia dominación. El nuevo periodo político se expresó con toda su brutalidad en la masacre de Rabaa al-’Adawiyya (agosto de 2013), donde el aparato represivo del Estado masacró a más de 800 manifestantes en las protestas organizadas por los Hermanos Musulmanes. Este fue el “punto de inflexión” que marcó el regre­so de la tiranía de las botas militares y la muerte de las conquistas democráticas de 2011. A partir de allí, todo el andamiaje políti­co-institucional de la dictadura se iría reconstruyendo paulatina­mente, en especial tras el acceso “formal” al poder de Abdelfatah Al Sisi en junio de 2014. Ya con el ejército en el centro de la es­cena, las elecciones volvieron a convertirse en una farsa, en un ritual de legitimación del orden existente, tal como eran durante el mubarakismo.

En Egipto, entonces, operó una combinación de elementos para enterrar (por lo menos momentáneamente) la rebelión popular. En primer lugar, fue la trampa democrático-burguesa, pero luego fue el regreso de los militares y la liquidación de toda concesión democrática. En ambos momentos, jugó un rol fundamental la polarización política entre el viejo nacionalismo militar y el isla­mismo, que copó el centro de la escena y sirvió como justificación para el desarrollo de los acontecimientos. El problema de fondo de la rebelión popular fue su incapacidad para romper con esta polarización y hacer aparecer una tercera alternativa, que refleje los intereses de los de abajo. Ligado a lo anterior, el apoyo de sec­tores de la juventud combativa a uno u otro bando reaccionario (sea a los militares como “defensores del laicismo” o a los isla­mistas como “luchadores contra la dictadura”) contribuyó a de­bilitar fuertemente la fuerza social de la rebelión. La cooptación estatal llegó a inclusive a poner en crisis el valiosísimo proceso de reorganización sindical que tenía su expresión en la “Federación Egipcia de Sindicatos Independientes”. Uno de sus principales dirigentes (Kamal Abu Eita) ingresó como Ministro de Trabajo bajo el gobierno títere de los militares golpistas (en julio de 2013), asestando un durísimo golpe al potencial del movimiento.

El desarrollo del proceso no tuvo mejores perspectivas en los otros países de la región. El único caso presentado como “exi­toso” fue el de Túnez, donde la salida del dictador Ben Ali dio lugar a un régimen democrático-burgués. Allí no fue soluciona­do ninguno de los problemas que generaron la rebelión (altísimo desempleo, hambre extendida, etc.), manteniéndose el gobierno en manos de partidos neoliberales. Sin embargo, es el único de los países afectados donde persisten todavía algunas conquistas democráticas.

El contrapunto más claro es el caso de Siria, donde una represión brutal y una larga y sangrienta guerra civil sepultaron por com­pleto el movimiento masivo y democrático de 2011. Las masas fueron quitadas del centro de la escena y reemplazadas por una polarización de aparato entre la dictadura asesina de Al Assad y un universo de grupos armados mayormente islamistas, jihadis­tas, etc. La única excepción a esta dinámica en Siria son las zonas del norte del país en las que se encuentran las fuerzas kurdas de las YPG-YPJ y sus aliados, que levantan un programa democráti­co-radical de contenido comunalista.

En Libia, donde se consiguió derrocar al dictador Gadafi, su lugar fue ocupado por una miríada de milicias armadas que responden a distintas fracciones burguesas. Se cruzan allí elementos regio­nalistas, tribales y étnicos con tendencias políticas tales como el islamismo, el liberalismo, etc. Inclusive en la “capital de la re­volución”, Benghazi, se reconstruyó un poder semidictatorial en manos del ¿ex? agente de la CIA Khalifa Heftar.

En síntesis, en Medio Oriente en su conjunto, la incapaci­dad de construir un campo político de independencia de cla­se (con partidos, sindicatos y organizaciones de izquierda) llevó a la liquidación (o por lo menos a la salida provisoria de escena) de las rebeliones populares. En su lugar se levantó un nuevo “statu quo” con elementos del anterior y otros nue­vos, tales como el peso de los aparatos islamistas y jihadis­tas (con el Estado Islámico como el caso más emblemático).

El ciclo de rebeliones populares ingresa en una nueva coyuntura

Con el reflujo de los procesos en Europa y en Medio Oriente, el ci­clo de las rebeliones populares ingresó en una coyuntura diferen­te. Su aspecto más “explosivo” fue contenido. Sin embargo, esto no quiere decir (ni remotamente) que el ciclo se haya agotado.

Por el contrario, hasta cierto punto, el ciclo se volvió una parte inte­gral, más estructural de la correlación de fuerzas entre las clases a nivel mundial. Las movilizaciones multitudinarias se hicieron parte de la vida cotidiana en gran cantidad de países y regiones a lo largo y ancho del globo.

Así, por ejemplo, estallaron grandes protestas juveniles en Brasil en junio de 2013, con un contenido progresivo (aunque con ca­racterísticas contradictorias que luego fueron explotadas desde la derecha). En la India ocurrieron importantes huelgas generales en las que participaron cientos de millones de personas, lo cual marca una importante novedad histórica. En China, el proleta­riado más grande del mundo, se siguen sucediendo anualmente una gran cantidad de huelgas y protestas obreras y populares de todo tipo. Al momento de escribir este artículo, la presidenta de Corea del Sur fue destituida por la justicia tras un largo proceso de movilizaciones masivas en su contra.

Junto a lo anterior, en este apartado es necesario señalar dos ele­mentos de una enorme importancia.

1) El primero de ellos, es la internacionalización y multiplicación del movimiento de mujeres, un elemento que parece haber “venido para quedarse” (y hacer historia). Ocurre una importan­tísima acumulación de experiencias en este rubro, con hechos multitudinarios como el “Ni Una Menos” en Argentina, la huelga de mujeres en Polonia, las protestas masivas en EEUU, Europa, muchos países de América Latina, etc. Existe una enorme sen­sibilidad en todo el planeta alrededor de las problemáticas de la opresión de género. Una nueva generación entera de mujeres tomó en su mano la lucha contra las lacras del patriarcado y el ma­chismo. Este movimiento presenta unos rasgos enormemente progresivos: no solo por sus demandas, por su masividad, por su capacidad de interpelar a todas las capas de los explotados y oprimidos. Inclusive también porque retoma en sus manos los mejores elementos de la tradición internacionalista y socialista, llegando a convocar a paros internacionales de mujeres, esbozando aspectos de coordinación internacional, planteando el problema de la importancia de afectar la producción capita­lista, etc. Este movimiento se muestra además enormemente permeable al desarrollo de tendencias feministas socialistas, como demuestra la experiencia de la agrupación de mujeres Las Rojas en Argentina y en Costa Rica. Desde este perfil la figu­ra de Manuela Castañeira (nuevo MAS – Socialismo o Barbarie) consiguió cosechar un importante impacto mediático y grandes simpatías entre las mujeres, la juventud y los trabajadores.

2) El segundo elemento a señalar es el surgimiento de un enor­me proceso de movilizaciones contra el gobierno de Donald Trump en Estados Unidos. Se trata de un proceso de impac­to estratégico por ocurrir en la principal potencia imperialista del planeta, con todo su peso político, económico y cultural. Todo lo que ocurre en EEUU es una vidriera para el mundo entero, como se demostró a pequeña escala con el movimiento Occupy Wall Street en 2011.

Este caso tiene además otro ingrediente fundamental. Lo que de­termina objetivamente al movimiento es el hecho de tener en­frente a un gobierno nítidamente derechista, reaccionario. Un gobierno que viene a intentar pasar por arriba a los explo­tados y oprimidos de EEUU y del mundo entero. Un gobierno monstruoso, que destila odio contra los latinos, contra los mu­sulmanes, contra las mujeres. Un gobierno así, tan provocador, genera el efecto de poner a todo el mundo en su contra, de inflamar los ánimos al extremo. Cualquier persona con sensibili­dades progresistas se ve obligada a reaccionar contra el dere­chismo de Trump: es en sí mismo un factor de movilización, de indignación y rebelión de amplísimos sectores.

De esta manera, si el triunfo de Trump marca un elemento de giro a la derecha en los asuntos mundiales, la rebelión de la juventud contra Trump en EEUU se ubica como vanguardia a nivel internacional de todos los movimientos de resistencia. No puede dejar de impactar en la mentalidad de toda la nueva generación. Este choque recién comienza y tiene enormes pers­pectivas de desarrollarse.

En América Latina debe señalarse también otro aspecto. Allí la experiencia de los “gobiernos de mediación” progresistas (el cha­vismo, el kirchnerismo, el lulismo, etc.) llegó a su agotamiento y dio lugar en casi todos lados a nuevos gobiernos neoliberales, agentes directos de la burguesía y lacayos del imperialismo. Pero estos nuevos gobiernos, como el de Macri en Argentina y el de Temer en Brasil, también comienzan a ser cuestionados. Cientos de miles de personas se movilizaron en ambos países en el último año contra las políticas reaccionarias que implementaron. Al mo­mento de escribir este artículo, en Argentina está ocurriendo un importante proceso de movilización por abajo, con tres enormes manifestaciones (docentes, trabajadores y mujeres) desarrollán­dose en tres días seguidos contra el gobierno de Macri.

En síntesis, el ciclo de las rebeliones populares está muy lejos de haberse cerrado. Por el contrario, ingresó en una nueva co­yuntura, que pone en el centro de la escena a los movimientos de resistencia contra los gobiernos derechistas y neoliberales, empezando por Estados Unidos y siguiendo por América Latina y el resto del mundo. En este nuevo momento, el movimiento de mujeres también adquiere un enorme protagonismo, con un grado de internacionalización y de fortaleza que resulta sorprendente.

La nueva generación

La protagonista de estos procesos sigue siendo la nueva genera­ción mundial. Entre ellos juegan un rol destacado los llamados “millenials”, nacidos a fines de los ’80 y durante la década de los ’90. Es la primera generación que no vivió en su vida cons­ciente la caída de la URSS, las derrotas neoliberales, etc. Esa ge­neración está llegando plenamente a su vida adulta, habiendo ingresado masivamente al mercado de trabajo, conformando la columna vertebral del movimiento estudiantil, etc.

Esta generación “millenial” tiene un rasgo enormemente progre­sivo: posee una fuente inagotable de sensibilidad frente a los problemas de la realidad. Sensibilidad frente a las enormes injusticias del mundo: la opresión a las mujeres, el racismo, la exclusión de los inmigrantes, la homofobia, la represión, la des­trucción del medio ambiente y el calentamiento global, las gue­rras y el terrorismo, etc. Una generación que percibe también una enorme injusticia en la distribución global del ingreso, con un 1% percibiendo una altísima proporción de la riqueza mien­tras cientos de millones en el mundo sufren de hambre, mientras miles de millones de trabajadores son súper-explotados por muy poco.

Esta sensibilidad, sin embargo, tiene una traducción política más compleja, con sus alcances y límites. Hay una conciencia difu­sa de que lo que funciona mal es estructural, que es el propio sistema el que produce todas estas problemáticas. Esto lleva in­clusive en algunos casos a cierto matiz anti-capitalista. Como parte de esto, un fenómeno muy interesante empezó a ocurrir en Estados Unidos a partir de la campaña electoral de Bernie Sanders: un sector muy considerable de esta generación “mille­nial” simpatizó abiertamente con su definición de “so­cialista” (toda una novedad en el país que fue epicentro mundial del Macartismo durante la guerra fría). Algo muy similar ocurre también en el Reino Unido con la figura de Jeremy Corbyn.

Pero esta conciencia no deja de ser “difusa”, ya que se enmarca todavía dentro de los límites de las concepciones reformistas. No se visualiza todavía la necesidad de una transformación completa de la sociedad sobre nuevas bases. No se cues­tiona la gran propiedad privada de los medios de producción, ni el régimen político y el aparato estatal que va asociada ella. Se llega por lo tanto en la conciencia (en el mejor de los casos) has­ta los límites de una concepción democrática-radical, pero no se avanza más allá de ella en un sentido realmente socialista.

Es sobre esta mentalidad que se apoyan los nuevos movimien­tos reformistas como los ya mencionados de Sanders y Corbyn, como Podemos en España, etc. Sin embargo, no se trata de una conciencia estancada, rígida, que no pueda avanzar. Por el contrario, parece más bien fluida y dinámica, íntimamente re­lacionada al nivel de desarrollo de la lucha de clases y de la acu­mulación de experiencias. Así es como algunos sectores, todavía minoritarios pero nada despreciables, se inclinan también hacia el apoyo a corrientes de izquierda socialistas revolucio­narias. En el caso argentino, esto se puede ver claramente con el gran crecimiento que tuvieron los partidos de la “izquierda roja” en los últimos 6 años, del cual el Nuevo MAS es un claro ex­ponente. La experiencia de nuestro partido en la juventud y el movimiento de mujeres muestra un enorme dinamismo, con una gran cantidad de nuevas incorporaciones.

Sigue existiendo, sin embargo, un gran límite objetivo al de­sarrollo de este proceso. Se trata del estado de conciencia de la clase obrera en la mayor parte del mundo. Al contrario de lo que ocurre con los movimientos juveniles y de mujeres, el pro­letariado se orienta más bien hacia opciones conservadoras: es en primer lugar el caso de Estados Unidos, donde los obreros blancos votaron mayormente a Donald Trump. Lo mismo ocurre en Europa, donde los trabajadores industriales parecen haberse inclinado por el “Brexit” en Inglaterra, donde hay una altísima intención de voto para el “Front National” derechista en Francia, etc. En Argentina el voto obrero fue un componente nada despre­ciable de la elección del neoliberal Mauricio Macri.

Esta situación provoca una especie de “tijeras” entre la clase obrera y los movimientos progresivos de la juventud. Mientras los segundos giran tendencialmente hacia la izquierda, se alejan cada vez más de la primera, que sigue anclada en el conservadu­rismo. Esto es un gran problema estratégico: sin la clase obrera, no es posible ningún giro real en la situación, ni mucho menos una salida socialista. Una verdadera radi­calización política exigiría la intervención activa de sectores del proletariado, incorporándose al ciclo de rebeliones populares. Si esto ocurriera, no solo estaríamos en una nueva coyuntura, sino que todo el proceso pegaría un salto cualitativo.

Esta es la perspectiva que impulsamos con todo desde la Corriente internacional Socialismo o Barbarie. La radicalización de la nue­va generación hacia posiciones socialistas revolucionarias (a tra­vés del desarrollo de su propia experiencia), el ingreso a la lucha del movimiento obrero, la unión en las calles de los trabajado­res, las mujeres y la juventud. Para abrirle el camino a un mundo nuevo, a un mundo socialista sin explotados ni oprimidos.

Por Ale Kur, marzo 2017

Categoría: Situación mundial Etiquetas: