Jul - 19 - 2018

Pan y Rosas: “abolicionistas en última instancia”, regulacionistas en los hechos

Por Noelia Reisner

El pasado viernes, La Izquierda Diario, portal de noticias del PTS y Pan y Rosas, sacó una nota en la cual según la autora se intenta hacer una crítica a las imposiciones de belleza patriarcal que recaen sobre las mujeres; pero el verdadero contenido de la nota es una defensa de la prostitución como trabajo de manera encubierta. Analicémosla, ya que exceptuando los dichos de Nicolás Del Caño sobre el tema (a favor de regular la prostitución), es en extremo complicado encontrar una declaración de las compañeras sobre el tema.

Ahora bien, empecemos por el principio. La nota comienza haciendo un análisis respecto de los estándares de belleza como supuesta causa de la figura de la “mala victima” (la excusa de la nota es el debate en torno a las fotos sin Photoshop de Wanda Nara): “El problema en todo caso no es que se ataque puntualmente a estas famosas, que tienen recursos suficientes para defenderse solas, sino que esos ataques promovidos por los medios de comunicación terminan por derramarse sobre el conjunto de las mujeres. Entonces llegan los argumentos de que una chica asesinada “se expuso mucho”, “llevaba minifalda”, “estaba provocando” o que era “fanática de los boliches y había dejado la escuela”, como tituló el inefable diario Clarín sobre el caso de Melina Romero, sugiriendo que la propia chica “se la buscó” y que ella y no el femicida, es responsable de todo el asunto.”[i]

El párrafo citado contiene varios equivocados. Para empezar, ninguna mujer, tenga los recursos que tenga, debe ser atacada en tanto su condición de mujer. Esto es así no por una cuestión de supuesta “sororidad” con mujeres burguesas o lo que fuere, de quienes despegarse parece ser la preocupación de la autora. El problema tampoco es que estos ataques se “derraman” sobre el conjunto de las mujeres: si se ataca la imagen de las figuras públicas y celebridades es como reflejo de la brutal opresión que las mujeres sufrimos a diario en todo el país. Si a Melina Romero la trataron como la trataron, no fue por culpa de los estándares de belleza a los cuales estaba sujeta Wanda Nara. En todo caso, ambas cosas, y con sus respectivas diferencias en magnitud, son producto de la opresión del patriarcado y reflejan distintas aristas del mismo.

Sigamos con la nota, que un poco más abajo se empieza a poner interesante. La autora cita un argumento de los misóginos de las redes, según los cuales estas mujeres deben sufrir sus comentarios ya que “venden su cuerpo”. Y sigue: “Está instalada la idea de que de que solo determinadas mujeres en determinadas profesiones u oficios (modelos, vedettes, actrices porno, etc.) “venden el cuerpo” como forma de subsistencia.”

Detengámonos sobre el paréntesis, en el cual se iguala a una modelo con una actriz porno (esta última actividad, íntimamente vinculada con la trata y la prostitución). Resaltemos a su vez el etcétera, en la lista de las profesiones en las cuales –según la idea instalada, e intuimos para la autora no en la realidad solamente- se “vende el cuerpo” como parte de la tarea. Ese etcétera que tan inocente parece a primera vista, apesta a prostitución por todos lados. También apesta a cobardía, porque si van a defender que caminar en una pasarela, filmar toma tras toma de penetraciones múltiples y ser violada en una esquina, son todos trabajos y que además estas tareas son del mismo orden, mínimamente podrían tener la cortesía de dejar las cosas claras.

Ahora bien, la autora nos plantea que todos los que trabajan venden su cuerpo de una manera u otra: “En realidad, todos los que trabajan venden su cuerpo de algún modo. Quienes no tienen capital ni ninguna otra cosa para vender, no tienen otra opción que vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario, y la fuerza de trabajo no puede venderse sin el cuerpo.”

Empecemos por recomendarle fuertemente a la autora que repase los escritos de Marx, particularmente todo lo referido al rol de la fuerza de trabajo en el proceso productivo así como su composición. Si bien solo un imbécil podría plantear que la fuerza de trabajo no es realizada por un cuerpo, lo que vende el proletariado es su capacidad de trabajar, no su cuerpo mismo. Es la energía abstracta empleada durante determinada cantidad de tiempo para producir mercancía, no el cuerpo mismo del trabajador el que es vendido. Entendemos que la autora podría argüir que Las Rojas, incansables defensoras del abolicionismo, estamos leyendo de manera unilateral a Marx, así que vamos a utilizar una cita de sus mismos compañeros como parte de la argumentación. “Una vez que el capitalista contrata a un trabajador, es decir, compra su capacidad de poner en movimiento sus músculos, nervios y cerebro (su fuerza de trabajo) (…)”[ii]. Es decir, este capitalista compra la capacidad de un trabajador de mover su brazo pero no compra ni alquila el brazo mismo. Si quisiese quebrarlo de una patada probablemente la fábrica se pararía, toda la planta haría huelga y el empresario se viese envuelto en una causa judicial. Cuando a una mujer explotada sexualmente le rompen el brazo de una patada (el cambio en tiempo verbal no es accidental, aquí pasamos del condicional a una realidad que estas mujeres viven cotidianamente), no hay demasiado que hacer al respecto. Si intentan escapar, el proxeneta está en la puerta para meterla de vuelta o romper el brazo sano por no aguantar.

“El cuerpo de cualquier asalariado es igual de enajenado que el de la actriz porno que se saca la ropa frente a la cámara. La enajenación no deja de existir por el hecho de que no haya un contenido de sexualidad o sensualidad involucrado”. Una vez más, agradeceríamos a Pan y Rosas que llame las cosas por su nombre y hable de lo que está verdaderamente hablando: de mujeres en situación de prostitución. Como primer punto, no hay nada de sensualidad en la explotación sexual. La transacción que se realiza entre cliente/prostituyente y proxeneta es el alquiler de un cuerpo para ser dominado durante determinada cantidad de tiempo. Todo trabajo es enajenante. El problema es que la prostitución no es un trabajo, es esclavitud del siglo XXI, es violencia y brutalidad, es la deformación y mercantilización de las relaciones sexuales, es un negocio fabuloso para todos menos para las mujeres vendidas. Es todo eso, pero no es un trabajo. Si acaso hubiese que asemejar a las mujeres en situación de explotación sexual a algo en el proceso productivo, se asemejarían más a la mercancía que al trabajador, y cualquier tipo de resquemor respecto de su integridad física se asocia más a “que no se arruine la mercadería” que a condiciones dignas de empleo.

Toda esta gran argumentación finaliza con la siguiente conclusión: “Detrás de estos “grandes debates” sobre la celulitis de las famosas se esconde un sistema que nos vende gato por liebre. Nos señala la superficie de las cosas. Los pozos sobre la piel en una playa de Ibiza que no vamos a ver ni en figuritas. Y nos hacen creer que solo ciertas mujeres “venden su cuerpo” para que nos olvidemos que nos obligan a vender el nuestro por chirolas, todos los días.”

Proponemos con las mejores intenciones a las compañeras de Pan y Rosas la siguiente reformulación: Detrás de estos “grandes debates” sobre la celulitis de las famosas se esconde un sistema que nos vende gato por liebre. Nos señala la superficie de las cosas. Mientras que los medios se encargan de estigmatizar a las mujeres que salen del rol preconfigurado de maternidad y sumisión, millones de mujeres sufren el flagelo de la explotación sexual todos los días. Y nos hacen creer que estas mujeres (y que todas las mujeres) “venden su cuerpo” y “trabajan” para que nos olvidemos que sus cuerpos son comprados, vendidos y alquilados por terceros como si fuesen una manzana en la verdulería del supermercado.

Por Noelia Reisner, SoB 478, 19/7/18

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