Ago - 23 - 2018

Marx, la crisis y los Grundrisse (Parte II)

Marcello Musto

Traducción: José Mª Fdez. Criado

Equipo de traducción de Red Roja

En lucha contra la sociedad burguesa

De vuelta en Londres, tiene que redactar el texto para la prensa. Sin embargo, aunque ya está en retraso con el editor, demora aún más la redacción. Su exigencia crítica se impone, incluso en esta ocasión, a las exigencias prácticas. Cuenta, efectivamente, a Engels: “Durante mi ausencia, apareció en Londres un libro de Maclaren sobre la historia del dinero circulante que, según los resúmenes del Economist, es de suma importancia. El libro aún no está en la Biblioteca […] Evidentemente tengo que leerlo antes de escribir el mío. Por eso envié a mi mujer a la City, a la editorial, y constatamos con horror que costaba 9 chelines y 6 peniques, es decir, más de lo que había en nuestra cartera. Me harías un gran favor si pudieras enviarme un giro para completar esa suma. Es probable que no haya nada nuevo para mí en ese libro, pero vista la importancia que le da el Economist, y según los comentarios que yo mismo he leído, mi conciencia teórica no me permite continuar sin haber tenido conocimiento de él”1.

La “peligrosidad” de los comentarios del Economist sobre la tranquilidad tan puesta a prueba en su familia, Jenny enviada al centro de la ciudad para procurarse el origen de las nuevas dudas teóricas, las economías que no llegan ni para poder comprar un libro y las continuas demandas de ayuda al amigo de Manchester regularmente atendidas: ¿cómo describir mejor la vida de Marx durante estos años y, particularmente, cómo mostrar mejor de qué era capaz su “conciencia teórica”?

Además de su delicada naturaleza, los dos “enemigos” de siempre, la enfermedad y la miseria, contribuyen a retrasar aún más el cumplimiento de su trabajo. Las condiciones de su salud, como atestiguan los relatos que le hace a Engels, empeoran de nuevo: “Los males que he sufrido antes de irme a Manchester fueron, durante todo el verano, crónicos, de tal manera que escribir un poco me costaba un esfuerzo enorme”2. Por si fuera poco, estos meses estuvieron marcados por insoportables inestabilidades económicas que obligan a los Marx a vivir, constantemente, ante el “espectro inevitable de la catástrofe final”3. De nuevo presa de la desesperación, Marx envía en julio una carta a Engels en la que le informa con crudeza de la realidad en que vive: “Tendríamos que ver juntos si, de alguna manera, podemos salir de la actual situación, porque es ya absolutamente insostenible. El primer resultado es ya mi incapacidad para trabajar; mientras que por una parte pierdo la mayoría de mi tiempo en ir de acá para allá haciendo inútiles esfuerzos para pillar algo de dinero, por otra parte mi fuerza de concentración, sin duda a causa de mi gran descalabro físico, no aguanta más los suplicios de la casa. Mi mujer con los nervios a punto de estallar por culpa de esta miseria […] Toda la historia se resumen en esto: Las entradas no se destinan ya al mes siguiente, sólo sirven para pagar las deudas […] así que esta miseria se va dilatando otras cuatro semanas, durante las cuales, sea como sea, hay que seguir adelante […] incluso vendiendo en la subasta mis muebles no sería suficiente para apaciguar a mis acreedores de aquí y para asegurarme un retiro sin obstáculos en un rincón cualquiera. El espectáculo de respetabilidad mantenido hasta aquí ha sido el único medio de evitar un hundimiento. Por mi parte, no me importaría vivir en Whitechapel [el barrio de Londres donde por aquel tiempo vivía una buena parte de la población obrera], con tal de que pudiera encontrar una hora de tranquilidad y consagrarme a mis trabajos. Pero para mi mujer, teniendo en cuenta su estado de salud, un cambio de este tipo podría tener consecuencias peligrosas, y lo mismo a mis hijas, en la edad de adolescencia, no les vendría bien […] No desearía ni a mis mayores enemigos atravesar el barrizal en el que yo estoy desde hace ocho semanas, y encima rabiando porque mis capacidades intelectuales, con todas estas preocupaciones, se debilitan y mi capacidad de trabajo está quebrantada”4.

A pesar de este estado de indigencia extrema, Marx no se deja aplastar por la precariedad de su condición y, refiriéndose a su intención de completar su obra, declara a su amigo Josep Weydemeyer: “Tengo que conseguir mi objetivo cueste lo que cueste y no permitir a la sociedad burguesa que me convierta en una máquina de hacer dinero”5.

Sin embargo, a lo largo de los meses, la crisis económica amaina y pronto los mercados vuelven a funcionar regularmente. Y así, en agosto, Marx se dirige desanimado a Engels: “Estas últimas semanas el mundo se ha vuelto horriblemente optimista”6; y reflexionando sobre el modo cómo la superproducción de mercancías ha sido reabsorbida, piensa: “Nunca se había visto un reflujo tan rápido de una ola tan violenta”7. La certeza de una revolución próxima que había animado a los dos amigos desde el otoño de 1856 y empujó a Marx a escribir los Grundrisse, da lugar a la desilusión más cruda: “No hay guerra. Todo es burgués”8. Y si Engels ataca contra el “aburguesamiento cada vez mayor del proletariado inglés”, fenómeno que, en su opinión, llevaría a la nación explotadora del mundo entero a tener un “proletariado burgués al lado de la burguesía”9, Marx se aferraba, hasta el final, a cualquier episodio significativo, por pequeño que fuese: “A pesar del viraje optimista del comercio mundial .[…] uno se puede consolar con el hecho de que en Rusia la revolución ha comenzado, porque yo considero la convocatoria general de los “notables” en San Petersburgo como su principio”. Sus expectativas alcanzan también a Alemania: “En Prusia, las cosas están peor que en 1847”, por no hablar de la revuelta de la burguesía checa por la independencia nacional: “Hay extraordinarios movimientos entre los Eslavos, sobre todo en Bohemia, que en realidad son contrarrevolución, pero que proporcionan un fermento al movimiento”. En fin, de manera cáustica, como si se sintiera traicionado, afirma: “Esto no hará nada mal a los franceses cuando vean que el mundo se ha puesto en movimiento sin ellos”10.

Sin embargo Marx tiene que rendirse a la evidencia: la crisis no provocó las consecuencias sociales y políticas previstas con tanta seguridad. Sin embargo, aún sigue firmemente persuadido de que la revolución en Europa es más que una cuestión de tiempo y que el problema se plantearía en relación a los nuevos escenarios mundiales abiertos por las transformaciones económicas. Así, en una especie de balance político de los acontecimientos más recientes y de reflexión sobre las perspectivas futuras, escribe a Engels: “No podemos negar el hecho de que la sociedad burguesa ha vivido, por segunda vez, su siglo XVI, un siglo XVI que, así lo espero, anunciará su muerte como el primero celebró su nacimiento. La verdadera tarea de la sociedad burguesa consiste en crear un mercado mundial, al menos en sus grandes líneas, y una producción asentada en estas bases. Desde que la tierra es redonda, me parece que la colonización de California y de Australia y con la cobertura de China y del Japón, este proceso se ha cumplido. Para nosotros la cuestión difícil es la siguiente: en el continente la revolución es inminente y tomará enseguida un carácter socialista. Pero ¿no será inevitablemente aplastada en esta pequeña parte del mundo, teniendo en cuenta que el movimiento de la sociedad burguesa está aún en fase de ascenso en un área mucho más grande?”11. Estos pensamientos traducen dos de las más significativas previsiones de Marx: una cierta, que le lleva a adivinar, antes que ningún otro de sus contemporáneos, el desarrollo del capitalismo a escala mundial, y otra errónea, basada en la convicción del advenimiento ineluctable de la revolución proletaria en Europa.

Finalmente, las cartas a Engels contienen críticas mordaces que Marx dirige contra aquellos que, aunque militan en el campo progresista, siguen siendo sus adversarios políticos. Al lado de una de sus dianas preferidas, Pierre-Joseph Prudhon, principal teórico del socialismo, por entonces hegemónico en Francia, a quien Marx considera el ”falso hermano”12, de cuyo comunismo debe desembarazarse, hay muchos otros. Con Lasalle, por ejemplo, Marx mantiene relaciones de rivalidad, y cuando recibe su último libro, La Filosofía de Heráclito, no se desmiente y lo liquida tildándolo de “paté insípido”13. En septiembre de 1858, Giuseppe Mazzini publica su nuevo manifiesto en la revista Pensiero e Azione, pero Marx que no tenía ninguna duda sobre él, profiere: “Otra vez la misma ‘burra vieja’14: en lugar de analizar las causas de la derrota de 1848-1849, se mata anunciando panaceas para curar […] la parálisis política”15 , la emigración revolucionaria. Dirigiéndose a Julius Fröbel, diputado de la asamblea de Fráncfort en 1848-49 y típico representante de los demócratas alemanes refugiados en el extranjero y que pronto se alejaron de la vida política, le lanza: “Desde que estos sujetos encontraron su pan y su queso, no buscan más que un pretexto cualquiera para decir adiós a la lucha”16. Y más irónico que nunca, se burla de la “actividad revolucionaria” de Karl Blind, uno de los jefes de la emigración alemana en Londres: “Por medio de algunos conocidos en Hamburgo, hace enviar a los periódicos ingleses cartas (redactadas por él mismo), en las que se habla del efecto que tienen sus obras anónimas. Inmediatamente, sus amigos escriben de nuevo en los periódicos alemanes sobre la gran repercusión de que se hacen eco los periódicos ingleses. ¿Ves? Ese es un hombre de acción”17.

El compromiso político de Marx fue de una naturaleza totalmente diferente. Si nunca dejó de luchar contra la sociedad burguesa, con una constancia similar conservó la conciencia del hecho de que, en esta batalla, su tarea principal consistía en forjar la crítica de ese mundo de producción capitalista y de que eso le sería posible solamente por medio de un estudio de lo más riguroso de la economía política y del análisis constante de los acontecimientos económicos. Por eso, en los periodos en que la lucha de clases experimenta un reflujo, decide utilizar sus fuerzas de la mejor manera posible y se mantiene por largo tiempo fuera de los pueriles complots y de las intrigas personales a las que se reducían los conflictos políticos de la época: “Desde el proceso de Colonia [el proceso contra los comunistas de 1853], me he mantenido completamente recluido en mi cuarto de estudio. Mi tiempo me era demasiado precioso para dilapidarlo en inútiles fatigas y mezquinos litigios”18. Efectivamente, después de la sarta de tantos problemas como tiene, Marx avanza en su trabajo y en junio de 1859, publica Contribución a la crítica de la economía política. Primer Tomo, libro del que los Grundrisse fueron un laboratorio más amplio.

Aquel año se terminaba para Marx igual que los precedentes; como resume su esposa Jenny: “1858 para nosotros no fue ni bueno ni malo; fue un año en que los días se sucedían, completamente igual el uno al otro. Comer y beber, escribir artículos, leer periódicos, pasearse: esa fue toda nuestra vida”19. Día tras día, mes tras mes y año tras año, Marx continuó trabajando en su obra hasta el final de sus días. Para guiarlo en esa pesada tarea de la redacción de los Grundrisse y de, tantos otros, voluminosos manuscritos preparatorios del El Capital, además de su firme determinación, añadía la certeza de que su existencia pertenecía al socialismo, a la causa de la emancipación de millones de hombres y mujeres.

Notas

1 Marx a Engels, 31/05/1858

2 Marx a Engels, 21/09/1858

3 Marx a Engels, 15/07/1858

4 Marx a Engels, 15/07/1858

5 Marx a Weydemeyer, 1/02/1859

6 Marx a Engels, 13/08/1858

7 Marx a Engels, 7/10/1858

8 Marx a Engels, 11/12/1858

9 Engels a Marx, 7/10/1858

10 Marx a Engels, 8/10/1858

11 Marx a Engels, 8/10/1858

12 Marx a Weydemeyer, 1/02/1859

13 Marx a Engels, 1/02/1858

14 Marx a Engels, 8/10/1858

15 Marx, El nuevo manifiesto de Mazzini, 21/09/1858 (publicado el 13/10/1858)

16 Marx a Engels, 24/11/1858

17 Marx a Engels, 2/11/1858

18 Marx a Weydemeyer, 1/02/1859

19 Jenny Marx, Umrisse eines Bewegten Lenes

Por Marcello Musto

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