Sep - 21 - 2018

Astillero, mineros, tomas de facultad

¿Podemos hacer como en el Mayo Francés?

Por Federico Dertaube

Para fines de mayo de 1968, había 10 millones de trabajadores en huelga en Francia y casi todas las grandes universidades estaban ocupadas por los estudiantes. Algunas de las empresas clave de la industria estaban tomadas por sus obreros, acción replicada cientos de veces a lo largo del país. Había movilizaciones masivas comunes, que llegaron a poner en las calles a millones de personas. Una ciudad entera (Nantes) llegó a estar bajo control de obreros, estudiantes y campesinos. El poder político fue prácticamente paralizado durante dos semanas. Mayo del 68’ conmocionó al mundo. Desde todo punto de vista, comparar esa situación con la de Argentina es aún muy exagerado. Pero apenas unos meses antes de mayo, en Francia nadie se hubiera esperado semejante estallido. En Argentina, en cambio, la explosión es para muchos inminente y hasta predecible. A 50 años del Mayo Francés, veamos si esa enorme experiencia nos puede aportar algo.

Con el 68’ se terminó una de las tantas ilusiones de crecimiento económico por tiempo indefinido, de un capitalismo sin contradicciones, de una sociedad sin lucha de clases. Cierto es que la revolución cubana alimentaba la imaginación de toda una generación, pero la burguesía observaba con satisfacción cómo semejantes conmociones parecían estar despejadas eternamente del suelo europeo y de todo territorio “civilizado”, que sólo podía ver las revoluciones como ecos distantes de un pasado barbárico. Vietnam estaba muy lejos, la guerra de Argelia se había terminado, los “comunistas” se habían domesticado. La URSS había proclamado oficialmente la política de la “coexistencia pacífica” y el abandono (otra vez) de toda perspectiva de lucha de clases.

Mayo fue como un rayo en cielo sereno, nadie se lo esperaba, ni sus protagonistas, ni sus enemigos. La conmoción fue total.

Muchos patrones franceses, pequeños dictadores acostumbrados a ver con el más absoluto de los desprecios a sus trabajadores, se vieron de repente encerrados en sus propias oficinas sin poder alguno. Bastó que esas oscuras personas a las que veían como su ejército individual de esclavos pensaran que no tenían poder para verse repentinamente frente a frente con su mezquina individualidad, absolutamente impotentes para hacer nada.

El gobernante por excelencia de Francia desde hacía décadas, héroe de “la Resistencia” a la ocupación nazi, militar de la más alta experiencia que había impuesto un régimen cuasi personalista a fuerza de un golpe de Estado diez años antes, desapareció de la escena pública durante dos semanas. Parecía escondido.

Los cómodos sillones de los burócratas de la CGT, réplicas serviles de los sillones de Moscú, se vieron repentinamente desestabilizados por un terremoto que no los dejaba dormir.

Y sin embargo… seis o siete semanas antes nada parecía fuera de lo ordinario. El jefe de Estado De Gaulle imponía su plan de gobierno sin mayores dificultades que las protestas parlamentarias del aún autodenominado “Partido Comunista” que encabezaba la CGT, las cuales ni ellos mismos tomaban en serio. Era todo parte del teatro gaullista: el régimen hacía, los “dirigentes” de la CGT hacían de cuenta que se oponían.

Los más decididos opositores al gaullismo eran apenas unos pequeños grupos estudiantiles que no tenían otro marco de acción que los campus universitarios de la Sorbona y Nanterre. Uno de sus protagonistas cuenta que apenas unos meses antes de mayo, se habían aventurado a dar un paso que les parecía de lo más atrevido: intervenir con grafitis las instalaciones de su centro de estudio. Habían hecho esto con suma satisfacción. Contadas semanas después, esa forma de expresión se convertiría en símbolo de uno de los movimientos de lucha más grandes y radicalizados del último medio siglo.

Parecía algo imposible, pequeños grupos estudiantiles y su movimiento, que el gobierno pasaba por alto con el desprecio de la fuerza, se habían arraigado en millones de trabajadores. Parecía imposible… y lo era. Ellos mismos supieron decirlo muy bien: “Seamos realistas, hagamos lo imposible”.

Sí, todavía estamos muy lejos de poder hacer como en el Mayo Francés. Pero semanas antes de mayo del 68’, los obreros y estudiantes franceses estaban muy lejos de poder hacer el Mayo Francés. Y lo hicieron. Y para hacerlo, alguien tuvo que comenzar.

Teniendo a sus espaldas una de las tradiciones de lucha más ricas del mundo, los trabajadores franceses necesitaron verse reflejados en los estudiantes para sacarse de encima la modorra de su dirección sindical. La burocracia de la CGT, nacida para encabezar el movimiento obrero, se había puesto por tarea durante décadas adormecer la voluntad de acción del pueblo que hizo la Revolución Francesa, la Primavera de los pueblos y la Comuna de París, el primer gobierno de trabajadores de la historia. La adaptación a “lo posible”, a entregar la lucha por los porotos de la negociación en las alturas, la comodidad de los sillones, las buenas relaciones son los funcionarios del Estado, la absoluta incapacidad de ver que se podía ir más allá del capitalismo; todo esto había hecho de los dirigentes de la CGT una capa de funcionarios bien pagos amigos del poder. Su confianza en la fuerza de los trabajadores se había desvanecido completamente.

La Noche de las Barricadas en el Barrio Latino fue el gallo rojo que despertó de la siesta cegetista a millones de trabajadores. Esa jornada, decenas de miles de estudiantes decidieron resistir a la represión de las CRS, las fuerzas de choque policiales del gaullismo. Así, mientras la policía bloqueaba al Barrio Latino (donde se ubica la histórica universidad La Sorbona), los estudiantes erigieron barricadas en cada punto de acceso con la decisión de frenar a los represores. Pasaron allí una noche en vela y triunfaron.

En tanto funcionarios estatales con más confianza en su billetera que en sus afiliados, los dirigentes sindicales de la CGT y el PC se habían lanzado días antes a tratar de asustar a los obreros con el espantajo de los estudiantes “izquierdistas”, “provocadores”, como algo ajeno y hasta enemigo de los trabajadores. Incluso hicieron circular una calumnia digna de ser oída, pues es pan de todos los días hoy también: “le hacen el juego al gobierno”.

La palabra “izquierdistas” no había sido elegida al azar. En efecto, la izquierda tenía un peso importante en el movimiento universitario. Sin burócratas adocenados diciéndoles lo que tenían que pensar; con aires de libertad bastante mayores que el clima absorbente, opresivo, desmoralizante de la fábrica, sin la presión de los patrones; sin un gobierno policial vigilando día y noche sus nucas, los estudiantes tomaron en sus manos las formas y los métodos que habían inventado los obreros franceses. No se trató de una inspiración intelectual recíproca: la admiración por la resistencia en las ocupaciones de facultades y en la Noche de las Barricadas, el firme sentimiento de que los estudiantes estaban cumpliendo el papel que ellos habían tenido, inspiró el seguimiento de los trabajadores. Los estudiantes luchando fueron la chispa que prendió fuego la pradera. ¡Y ese fuego se transformó rápidamente en un incendio incontenible!

Entonces, sucedió el 13 de mayo. A pesar de la campaña de los delegados sindicales contra los “izquierdistas”, a pesar de que nunca había habido contacto alguno entre obreros y estudiantes, un millón de ellos se movilizaron juntos por las calles de París. La columna juvenil, organizada independientemente, con una dinámica renovadora de agite, saltos, canciones y voluntad de lucha, se convirtió en canal organizador de muchos trabajadores frente a la pasividad, el rutinarismo, la absoluta falta de iniciativas de las viejas organizaciones obreras. Reflejándose ellos mismos en unos luchadores de otro mundo, volvían los trabajadores franceses a ser ellos mismos: los luchadores que hicieron temblar muchas veces al poder capitalista. Ese día, el 13 de mayo fue un hecho: ¡Había nacido la unidad obrero estudiantil!

Pero todavía faltaba un paso más: llevar la lucha de las facultades y las calles hacia las fábricas. Y nuevamente, fue necesario que actuaran los sectores más decididos, una vanguardia capaz de templar todo lo que tenían alrededor. Los obreros de Renault-Bittencout dieron el primer paso: siendo ellos uno de los sectores de la clase obrera más poderoso y concentrado, ocuparon la fábrica y entraron en contacto nuevamente con los estudiantes. Cientos de estudiantes fueron al día siguiente a la fábrica, mezclándose entre los trabajadores para compartir experiencias. Luego, los obreros se acercaron a una de las universidades de más renombre del mundo, la Sorbona, a la que sólo conocían de nombre. Se acababa de romper un muro invisible y la caída de sus ladrillos desmoronó muchos más. Se sucedieron una atrás de otra las ocupaciones de planta, retomando las tradiciones obreras de 1936 pero también inspirándose en los estudiantes. Las tomas de facultades desataron así las ocupaciones de planta, de ministerios, de decenas y cientos de lugares de trabajo. El poder estaba contra las cuerdas.

Y sin embargo, ni el gobierno ni el capitalismo francés parecían estar en crisis hasta la huelga general de hecho de mayo, garantizada por los trabajadores a espaldas y contra sus burócratas sindicales. Mayo fue el estallido de un descontento sordo acumulado por muchos años. Se anticipó a la crisis y fue la crisis misma. Argentina no es igual: el gobierno macrista está pasando por una verdadera crisis, por una global y profunda. Por momentos parece que no puede gobernar, que no debería gobernar. Los trabajadores y la juventud de la Argentina de 2018 tienen en frente un régimen en crisis, no uno fuerte.

Más aún, el movimiento obrero argentino tiene un ejemplo que no tenían los franceses del 68’: un movimiento de mujeres que puso un millón de personas en la calle del 8 de agosto. Tiene sí, lo que tuvo el mayo francés, su propia ola de tomas universitarias. Ya tuvimos varias marchas como la del 13 de mayo, pero fragmentadas. El 8 fueron las mujeres, el 25 de junio fueron los trabajadores, el 30 de agosto fueron los estudiantes y los docentes. Es lícito preguntarnos: ¿Y si esos movimientos se entremezclan, se retroalimentan? ¿Y si se unen? Ya hay varios casos de comisiones estudiantiles que acompañan a los trabajadores en sus medidas, sus cortes, sus ocupaciones.

Los trabajadores de EPEC en Córdoba organizaron campañas de solidaridad con las tomas estudiantiles, llevando comida. Los estudiantes acompañaron las asambleas de Luz y Fuerza. En La Plata, los obreros del Astillero han participado de las asambleas estudiantiles, los estudiantes estuvieron en la puerta de la planta del ARS cuando ellos hicieron su propia ocupación. ¿No son estos síntomas de que algo nuevo está naciendo?

El Mayo Francés fue hace 50 años. Emular una experiencia así parece imposible, pero… ¿Y si las tomas de facultades participan del paro general de este mes? ¿Y si logramos hacer crecer los lazos notorios entre las luchas obreras y estudiantiles? Los grandes movimientos de lucha requirieron de una acumulación, de peleas, de victorias y derrotas. Sí, todavía estamos muy lejos, todavía las comparaciones son muy exageradas, todavía parece imposible.

¡Seamos realistas, hagamos lo imposible!

Por Federico Dertaube, SoB 487, 20/9/18

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