Oct - 12 - 2018

“El error de la dictadura fue torturar y no matar”

Jair Bolsonaro

“Usted es tan fea que siquiera merece ser violada”

Jair Bolsonaro

“Los gays son producto del consumo de drogas”

Jair Bolsonaro

“En una situación así, ningún intelectual, ningún demócrata, ninguna persona responsable del mundo en que vivimos, puede quedar indiferente. Yo no represento a nadie más allá de mí mismo. Ni apoyo a ningún partido. Creo, simplemente, que se trata de un caso de defensa de la humanidad. Si en Brasil, el país decisivo de América Latina, cae en manos de este despreciable y peligroso personaje, y de los poderes fácticos que los apoyan (…) nos precipitaremos más a fondo en la desintegración del orden moral y social del planeta, al cual estamos asistiendo hoy”

Carta de Manuel Castells “A los amigos intelectuales comprometidos con la democracia”

Bolsonaro se impuso en la primera vuelta en Brasil y produjo una conmoción mundial. Que en la cuarta “democracia” del planeta se imponga semejante fascista no es un dato menor en relación a las perspectivas para la lucha de clases.

Con el 46,3% de los votos válidos, a sólo 5 puntos de imponerse en la segunda vuelta, y cuando Haddad del PT (el otro candidato que pasó al balotaje), alcanzó un magro 29,28%, configura un resultado difícil de revertir, pero no imposible.

La clave para impedir que este resentido social (apoyado por los mercados y las fuerzas armadas), se imponga en segunda vuelta cristalizando un brutal giro a la derecha, son las inmensas reservas de lucha que existen entre los explotados y oprimidos brasileros[1].

Con un Partido de los Trabajadores acostumbrado a manejarse siempre – ¡y de manera criminal!- dentro de los umbrales de la “institucionalidad”, dependerá de las masas trabajadoras, las mujeres y la juventud el que se salga masivamente a las calles para dar vuelta esta adversa situación[2].

Una batalla en las calles y también en las urnas. Porque el domingo 28, cuando se realice la segunda vuelta, habrá que ir a votar. Y lo que está planteado es el voto crítico a Haddad. No se trata de ningún apoyo a la política criminal del PT, sino de utilizar el único canal posible para votar contra Bolsonaro[3].

Lo que se juega en Brasil tendrá impacto en la Argentina. El macrismo ya está apostando sus fichas a Bolsonaro. Las relaciones de fuerzas no están resueltas y apuestan a ello para inclinarlas: “Tras una década de dominio de la izquierda [el “progresismo”, R.S.], la nueva derecha logró victorias electorales importantes en Argentina, Chile y Colombia, pero no logro todavía una preminencia regional, no consigue estabilizar un nuevo ciclo histórico (…) América Latina se encuentra paralizada en un ‘empate hegemónico (…) Por gravitación y circunstancia, el futuro de la región se juega en Brasil” (José Natanson, Le monde diplomatique, octubre 2018).

Nuestra tarea es sumar fuerzas en apoyo al pueblo brasilero contrapesando las cosas desde la Argentina: derrotando en las calles el presupuesto del déficit cero y tratar de colocar a Macri a las puertas de su salida del poder.

La degradación de la conciencia de clase  

Lo primero a explicar son las causas del triunfo de Bolsonaro en primera vuelta. Existen dos fenómenos básicos que han confluido en este resultado. El primero es que desde hace años viene produciéndose un realineamiento de fuerzas de clase reaccionarias que terminó bajándole el pulgar al PT.

Los gobiernos de Lula y Roussef no produjeron ninguna transformación de fondo. Es más: garantizaron uno de los ciclos de negocios más ascendentes para los capitalistas en las últimas décadas conformando una gestión que no cuestionó siquiera los pilares básicos del neoliberalismo.

Apertura comercial, altísimas tasas de interés, desindustrialización y enfoque en los agro-negocios fueron algunas de las medidas que hicieron las mieles de los mercados. Si el PT tomó algunas tibias medidas “redistributivas” fue solamente producto del ciclo internacional de altos precios de las materias primas (como disfrutaron también los k en la Argentina).

Con la crisis económica mundial del 2008 estas condiciones comenzaron a cambiar. Para la burguesía llegaba la hora de volver a la carga con el ajuste económico “puro y duro”. En el 2014, Dilma Roussef hizo campaña prometiendo medidas “progresistas”… pero cuando fue reelecta giró al neoliberalismo más descarado; amplios sectores de la base social petista comenzaron a alejarse del gobierno.

De todos modos, la burguesía había sacado la conclusión de que aún con sus “buenos oficios” al servicio de ellos, el gobierno del PT no iba más. Es que a pesar de ser un gobierno de architraidores enriquecidos en el poder, por su propia razón de ser, por su origen de clase como partido de trabajadores reformista, el PT trasmite –mediatizado de todas las formas imaginables- la presión de los intereses populares. Tiene dificultades para pasar la guadaña sobre las conquistas populares a la manera que la patronal lo quiere hoy.

El PT nació en los años ‘80 como partido obrero reformista. En un proceso de adaptación creciente al Estado, de gestión directa de municipios y Estados provinciales, de negociaciones en las “cámaras sectoriales” (acuerdos por productividad con las patronales), fue convirtiéndose en un partido “obrero-burgués”.

Su metamorfosis culminó con la llegada al gobierno en el 2002. Administrando un Estado gigante como el brasilero (6ª o 7ª PBI mundial), devino en un partido “burgués-obrero”: un partido institucionalizado dedicado a la administración del Estado burgués.

Y sin embargo, a pesar de este proceso de adaptación, al conservar genéricamente una referencia en los trabajadores, el PT tiene menos capacidad para llevar adelante ajustes draconianos.

Esa es la razón por la cual los capitalistas dejaron de lado al PT. No importa si para ello había que pasar por encima de la institucionalidad (¡tienen menos pruritos que los reformistas!), haciendo intervenir al poder judicial como vehículo de un arbitraje bonapartista escandaloso, socialmente revanchista de todo lo que huela a trabajadores.

Esto terminaría redundando en un “golpe parlamentario” con la destitución de Dilma Roussef en el 2016 y la asunción del gobierno ilegítimo de Michael Temer; gobierno que aplicó una salvaje contrarreforma laboral (aunque no pudo avanzar con la reforma jubilatoria), entre otras medidas anti obreras y antipopulares.

Pero si la burguesía y el imperialismo le bajaron el pulgar al PT, esto coincidió con un proceso de degradación de la relación del PT con los trabajadores expresado en sus magros resultados electorales en los distritos más obreros del país, degradación que viene de larga data[4].

El PT había significado un avance hacia una conciencia de clase (reformista): “trabajador vote trabajador” era su divisa. Pero a partir del proceso de adaptación a los cargos, del enriquecimiento en la función pública, de administración del Estado burgués, se configuró una suerte de “boa constrictora” institucional que lo deglutió: la emergencia de una capa de decenas y cientos de miles de funcionarios petistas en los municipios, estados provinciales y Estado nacional que los terminó poniendo de espaldas a la clase obrera.

Estando el PT en el gobierno sufre en el 2004 una ruptura expresada en la formación del PSOL (Partido Socialismo y Libertad, del que somos integrantes[5]). ¿La razón? Lula intentó avanzar sobre las jubilaciones y conquistas de los trabajadores del Estado. En el 2006, el escándalo del “mensalao” (el pago de una coima mensual a diputados y senadores para que voten los proyectos del gobierno), introdujo un nuevo elemento de desprestigio: la política petista era tan “basura” como cualquier otra…   

Aunque hubo otros factores, la degradación de la conciencia de clase de los trabajadores, es uno de los factores del giro a la derecha que se está viviendo en Brasil, y remite a profundos factores de despolitización de la sociedad explotada y oprimida que sería un error menospreciar, y que explican que incluso una nada despreciable franja de los trabajadores lamentablemente haya votado a Bolsonaro.

El giro a extrema derecha de las clases medias

Bolsonaro se montó sobre el giro a la derecha de las clases medias y la desorientación obrera. La corruptora campaña de la corrupción viene siendo el tema absorbente en Brasil desde la destitución de Dilma Roussef[6].

Alrededor de este tema, se conformó una coalición reaccionaria integrada en un lugar destacado por el Poder Judicial (que viene realizando un arbitraje bonapartista hacia la derecha), los principales partidos patronales (ahora arrastrados por el fango con votaciones magras), la flor y nata de la patronal y el imperialismo.

Esta campaña vehiculizó un brutal giro a la derecha de porciones enteras de las clases medias de los centros urbanos; clases medias atrasadas culturalmente, homofóbicas, machistas, nostálgicas de la intervención militar de 1964, reaccionarias, cobardes, temerosas de perder su nivel de vida por “el asalto de los pobres y desheredados”.

Esta clase media histérica, anti-petista (como si el PT fuera un “monstruo comunista”), al estilo de los más rancios “productores” del campo argentino, de la burguesía reaccionaria del Oriente boliviano y la burguesía escuálida en Venezuela, salió a las calles en el 2015 y 2016 pavimentando el golpe parlamentario contra Dilma y vehiculizando el giro a la derecha que se expresó en la primera vuelta.

El vehículo de esto fue, repetimos, el factor corruptor de la campaña de la corrupción: la “licuefacción” de todo parámetro político elemental. Y sumado a esto un reflejo “gorila” (según términos familiares en la Argentina): aun siendo el del PT un gobierno “reformista sin reformas”, neoliberal, que un ex obrero metalúrgico haya estado en la presidencia, generó un reflejo anti-obrero brutal que se expresa hoy en Bolsonaro.

Es en ese caldo de cultivo reaccionario, histérico y hasta fascista (homofóbico, machista, de desprecio a los oprimidos), que surgió Bolsonaro. Una suerte de “outsider”; un excapitán del ejército por siete mandatos consecutivos diputado prácticamente ignoto: un resentido social, un desclasado, representante del revanchismo social burgués y militar que termina coronando todo el detritus de la política burguesa con un discurso de odio anti-político; un discurso que vehiculiza el resentimiento social.

Desplazando las verdaderas responsabilidades de la burguesía y el imperialismo, los culpables de los males serían las mujeres, los homosexuales, los negros, los indígenas, los obreros y la izquierda. El mecanismo de desplazar los verdaderos culpables en otro sector oprimido eventualmente marcado por algún matiz de “diferencia” (sea de género, raza, color o lo que sea), es un rasgo clásico del fascismo.

Más grave todavía es que Bolsonaro podría vehiculizar un retorno de los militares al poder: “más de la mitad de los encuestados admite que ‘estarían a favor’ de un gobierno ‘no democrático’ si ‘soluciona los problemas’ (“¿Can Brazil’s democracy be saved?”, The Guardian, 8/10/2018).

En esto se diferencia de otras expresiones de extrema derecha: si muchas de ellas son expresiones político-electorales sin grupos de apoyo “extraparlamentarios”, Bolsonaro tiene una conexión directa con las fuerzas armadas. Puede ser la antesala de un retorno directo de los mismos al poder o, más probablemente en lo inmediato, de una suerte de “vehículo civil” para ello[7].

Pero lo demás será el vehículo de brutales contrarreformas neoliberales extremas: “La señales que está dando Bolsonaro en cuanto abrir la economía brasilera, reducir el déficit fiscal, reformar las pensiones, reducir el tamaño del sector público con privatizaciones, eso es lo que un país como Brasil, que es un gigante, necesita” (Piñera, presidente chileno, La Nación, 10/10/18).

La historia no está escrita

Visto desde la alegría de Piñera (presidente de derecha chileno), es evidente la adversidad que significaría el triunfo de Bolsonaro en la región. Sin embargo, la historia no está escrita: ¡todavía se puede lograr una salida masiva a las calles y la lucha los próximos días que den vuelta las cosas!

De ahí que no haya tarea más urgente que impulsar la salida a las calles, ahora mismo, sin esperar un segundo; más todavía cuando estamos frente a las consecuencias de la prédica de odio como el asesinato de Marielle Franco meses atrás, o mismo a un maestro de Capoeira en Bahía el domingo pasado: se viene inevitablemente una enorme polarización social y política en Brasil, y hay que prepararse para ella cualquiera sea el resultado electoral.

Además, para el 20 de octubre está planteada una nueva marcha de mujeres, de la juventud y los trabajadores contra Bolsonaro, movilización que debemos acompañar desde toda Latinoamérica y el mundo.

Y hay que imponerles también a los archicobardes del PT y la CUT que convoquen a la huelga general, a parar al fascismo con la movilización: ¡hay ejemplos de sobra en la historia de cómo con la salida de la clase obrera se les paró la mano a los reaccionarios!

Hace falta poner fuerzas materiales sobre la balanza. Y la única fuerza material que puede dar vuelta la tortilla es que millones salgan a las calles los próximos días; de ahí la urgencia de esta exigencia.

Pero a Bolsonaro hay que derrotarlo también en las urnas. El 28/10 ocurrirá la segunda vuelta electoral: o se vota a Bolsonaro o se lo hace por Haddad; no existe una tercera opción. El voto a Haddad no debe significar ningún apoyo político al PT. Nuestra corriente internacional llama al voto crítico al PT como vehículo para derrotar a Bolsonaro.

[1] Reservas de lucha y organización porque la clase trabajadora brasilera en general se caracteriza por una plétora de organizaciones, sindicatos, movimientos, entidades, etcétera, que a pesar de estar dirigidas mayormente por las burocracias de los distintos colores, no les será tan fácil de pasar por encima a un gobierno de odio como el de Bolsonaro.

[2] Ejemplo del cretinismo institucional extremo del PT es que Lula se haya entregado mansamente en abril cuando fue detenido “respetando la justicia”, o mismo la manera en que el PT y la CUT traicionaron la huelga general histórica de abril del año pasado en defensa de la gobernabilidad del país. Un cretinismo asimilable –aunque en una magnitud histórica menor evidentemente- a la apelación de la socialdemocracia a la policía y al parlamento para que batieran las bandas fascistas negándose a enfrentarlas directamente en las calles; a esos extremos de traición pueden llegar los reformistas.

[3] El sumun del cálculo electoralista del PT fue no realizar campaña contra Bolsonaro en la primera vuelta, porque era el “adversario más fácil para vencer en el balotaje”…

[4] Históricamente el PT se fundó y se hizo fuerte en los municipios con amplia composición obrera del gran San Pablo (el llamado ABC), los cuales monopolizó por largos años. En la primera vuelta Bolsonaro los arrasó en todos ellos perdiendo, por los demás, todas las intendencias a manos de variadas siglas.

[5] Se trata de un partido reformista pero que mantiene una elemental delimitación de clase en términos generales.

[6] Más allá de la degradación moral del PT a Dilma Roussef no se le encontró ninguna causa de corrupción más allá de las famosas “pedaleadas fiscales”: un clásico en cualquier gobierno burgués y que, en sí mismo, no tiene nada de particularmente “corrupto”: hacer gastos en un año y anotarlos en el próximo para disimular el déficit fiscal.

[7] Ver la cantidad de militares en reserva que han sido electos legisladores y / o la suma de los que pueden llegar a ocupar cargos ministeriales.

Por Roberto Sáenz, Editorial SoB 490, 11/10/18

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