May - 3 - 2009

Periódico Socialismo o Barbarie Nº 150, 30/4/2009

De la campaña mediática a la eficacia de los rescates estatales

“La escala y la velocidad de la caída ha dejado a los pronosticadores económicos esforzándose por mantenerse a flote. En el último y más oscuro pronóstico oficial, la OCDE ha dicho esta semana que espera que la economía mundial caiga este año un 2,7%. Opina que en los países ricos el producto caerá más del 4%. Ésta será de lejos la más profunda caída sincronizada desde los años 30” (The Economist, 2-4-09).

 

En las últimas semanas, diversos analistas han señalado que se podría “estar ante un punto de inflexión en la crisis”. Barack Obama acaba de declarar que estarían asomando “los primeros rayos de esperanza”. Parece haber comenzado una campaña político-mediática mundial donde todos dicen ver “signos de recuperación” en la dinámica de la crisis.

¿Cuál es la “base teórica” detrás de estas afirmaciones? En los últimos años, se ha puesto de moda una teoría “subjetivista” de la economía política burguesa: una suerte de “racionalización” de los estados de ánimo de los mercados bursátiles. Lo que dominaría en última instancia los altibajos de la economía serían las “expectativas”: Si van para abajo, la economía cae, pero si se recuperan, la economía las acompañará. Así, el “estado de ánimo” de los “inversores” (y los consumidores en general) sería el alfa y omega de la dinámica económica. Si hay “optimismo”, los inversores invertirían y el público consumiría en vez de restringir sus gastos por temor al futuro, generando un movimiento ascendente de la actividad económica y financiera.

Por esos motivos, tras los multimillonarios paquetes de estímulo estaríamos ahora en otra fase de la intervención de los estados: la recreación mediática de las expectativas, con la idea de que si se insiste mucho en que “lo peor ya quedó atrás”, este aserto se transformará en realidad. La psicología pasaría a ser el fundamento último de las relaciones económicas.

Existe sólo un problema: este globo mediático que se está armando no resiste el contraste con los hechos.

 

Una crisis global, simultánea y sincronizada

 

Muchos en la izquierda se preguntan si no se estará exagerando al hablar de la posibilidad de otra Gran Depresión. Aquí caben varios señalamientos. Por un lado, no son sólo los socialistas revolucionarios sino también publicaciones capitalistas serias e instituciones como el FMI y el Banco Mundial las que admiten que la crisis actual ya es la más grave desde la II Guerra Mundial.[1]

En todo caso, el debate gira en torno de si podrá emular o superar a la de los años 30: “Claramente, ésta es la más seria crisis económica desde 1930, y puede incluso superar ese período. Es global y sincronizada como nunca antes. En una economía global integrada, el derrumbe de la demanda en los países desarrollados está reactuando rápidamente sobre toda la cadena de abastecimientos, llevando a pérdidas de puestos de trabajo en todo el mundo. Nuestro índice de inestabilidad política sugiere que el juego recíproco de una aguda desestructuración económica, sumada a la debilidad estructural anterior, ha llevado a un gran número de países a la categoría de ampliamente riesgosos. (…) Pocos siguen estando tan confiados en que una depresión como la de los años 30 no se repetirá. En algunos aspectos, la actual situación es incluso peor: es una crisis verdaderamente global, frente a la cual ningún país puede declararse inmune. Importantes regiones del mundo estaban económicamente aisladas en las crisis serias antes de 1913; no tenían riesgo de rápido contagio, dada la carencia de una integración financiera internacional” (The Economist, “Manning the barricades”). Y en el mismo sentido: “Las comparaciones con la Depresión caracterizan prácticamente todas las discusiones sobre la crisis económica global. En el comercio mundial tal comparación es especialmente clamorosa. El comercio declinó de manera alarmante a comienzos de los 30: la demanda hizo implosión, los precios colapsaron y los gobiernos se embarcaron en una espiral proteccionista destructiva de aumento de tarifas y castigos. Hoy, el comercio se contrae nuevamente, a una tasa nunca vista en la posguerra: caerá un 9% este año” (The Economist, 26-3-09).

En el mismo sentido, los economistas Barry Eichengreen y Kevin H. O’Rourke polemizan con Paul Krugman[2], y Afirman que lo que está en marcha es una depresión lisa y llana. Sin embargo, al mismo tiempo que dan cuenta de una dinámica de la crisis más veloz que la de los 30, destacan como diferencia la “enérgica manera” en que se reaccionan los gobiernos para cortar esa dinámica depresiva, aunque no se animan a arriesgar un pronóstico sobre la eficacia de esas intervenciones.

“Resumiendo, globalmente la dinámica es incluso peor que la de la Gran Depresión cuando tomamos como medida la producción industrial, las exportaciones y los valores bursátiles. Centrar la visión sólo en EEUU lleva a minimizar este hecho alarmante [que hay que medir mundialmente]. La caracterización de «Gran Recesión» [como la define Krugman] es demasiado optimista. Por su tamaño, este es un evento lisa y llanamente depresivo”. Y agregan: “La buena noticia, desde ya, es que la respuesta política es muy diferente a la de 80 años atrás. La pregunta ahora es en qué medida va a funcionar”.[3]

En síntesis: es un hecho que la intervención de los estados es hoy mucho más rápida que en los 30.[4] Pero también es cierto que la globalidad, simultaneidad y sincronización de la crisis, como hecho mundial, podría hacer el proceso tanto o más dramático que el curso seguido en la Gran Depresión del siglo pasado.

¡Claro que no puede haber certezas en ese sentido! Pero esto no implica que no sea ineludible “jugarse” a un pronóstico. No se puede actuar sin prever. Y para eso debemos partir de un hecho indudable: que nunca en los últimos 80 años la economía mundial ha estado tan cerca de una nueva y catastrófica Gran Depresión.

En todo caso, hay un choque de dos tendencias que van en sentido contrario. Por un lado, está la rápida y masiva intervención estatal (cuyos alcances y estrictos límites veremos enseguida). Pero, por el otro, no se puede desconocer que la velocidad de propagación de la crisis ha superado todas las previsiones, y que esto incluye una “reversión” de las tendencias de la globalización. La globalidad, simultaneidad y sincronización de la crisis no ha hecho más que profundizarla, llevándola a adquirir características históricas: “Kei-Mu Yi, una economista de la Reserva Federal de Philadelphia, argumenta que el comercio internacional está cayendo tan rápido y tan uniformemente en todo el mundo en gran medida debido al crecimiento de la «especialización vertical», o de las cadenas globales de abastecimientos. Esto contribuyó a la rápida expansión del comercio en los últimos años. Ahora lo está haciendo a la tasa de derrumbe económico” (The Economist, 26-3-09).

 

Un mundo a imagen y semejanza

 

En el marxismo hay una teoría de la crisis, aunque no, mecánicamente, del derrumbe-colapso del sistema. Marx establece categóricamente una tendencia a crisis recurrentes cada vez más graves que acercan al sistema –de manera asintótica– a la “gran crisis final”. Pero se trata de una crisis que nunca se saldará de manera “definitiva” sin la intervención de la clase obrera (es el socialismo o la barbarie); no tiene un punto de llegada “lógico”. Se trata, por el contrario, de un proceso históricamente determinado por la interrelación entre las leyes económicas y la lucha de clases: la necesaria imbricación de los factores objetivos y subjetivos. En ese sentido, valen los extraordinarios textos de León Trotsky de la década del 20 acerca de cómo abordar la crisis capitalista como una totalidad concreta, donde necesariamente se superponen economía, relaciones entre estados y lucha de clases.

Para apreciar la dinámica y profundidad de la crisis debe considerarse la eventual eficacia de la intervención de los estados para mediatizar ese desarrollo: “La necesidad de las nacionalizaciones y, en general, de las «intervenciones» de los estados en la economía –tanto en la Gran Depresión como ahora– indican que el capital privado está en una situación en que ya es incapaz de garantizar «libremente» –por cuenta propia y en forma directa– su giro «normal», la «reproducción» del capitalismo”. (Claudio Testa, “¿Cómo y por qué interviene el estado (burgués)?”, Socialismo o Barbarie 147, 19-3-09).

En todo caso, la crisis ha roto en gran medida el “automatismo” que caracteriza, en términos generales, la reproducción económica bajo el capitalismo. Superada la crisis, el automatismo volverá.[5]

Pero ahora, la crisis exige la intervención político-subjetiva del Estado en alguno de los puntos del sistema de reproducción. Si eso no se hace hoy, la crisis tendería a profundizarse, posiblemente a extremos catastróficos.

Sin embargo, aquí se presenta un serio problema estructural. En el centro de la crisis está la tendencia generalizada a la baja de la tasa de ganancia del capital. Ésa es la esencia global de la crisis, que está detrás de los variados fenómenos económicos y financieros particulares y concretos en que se expresa. El problema consiste en que los “salvatajes” estatales son, al mismo tiempo, una traba para que actúen plenamente lo que Marx llamaba las “causas” o “influencias que contrarrestan y neutralizan” esa tendencia al descenso de las ganancias, y que a la larga pueden reestablecer la indispensable “rentabilidad” (El capital, tomo III, cap. XIV)

Entre esas “causas contrarrestantes” que tienden a reestablecer una mejor tasa de ganancia está, por ejemplo, la desvalorización de los capitales, que se expresa en la pérdida de valor de las empresas y, principalmente, en la bancarrota de buen número de ellas. Para dar un ejemplo, desde el punto de vista de los mecanismos económicos “puros” del capitalismo, habría sido mejor que Bush y Obama dejasen quebrar a todos los bancos, entidades financieras y empresas en problemas. A la larga, los sobrevivientes verían restablecida su “rentabilidad”. Pero, en lo inmediato, esa hecatombe habría tenido consecuencias políticas, sociales y geopolíticas inconmensurables, una verdadera explosión, además imposible de contener dentro de las fronteras de EEUU.

Esa contradicción se expresa en los furiosos debates en el seno de la burguesía, sus administradores y políticos sobre la conveniencia de “salvar” tales o cuales bancos y/o empresas –por ejemplo, la General Motors y demás automotrices– o dejarlas quebrar para “sanear” la industria (es decir, recuperar a mediano plazo la rentabilidad).

En resumen, los paquetes estatales han servido para mediatizar una dinámica que hubiera sido, lisa y llanamente, una “bomba nuclear” político-social. Pero, al hacer eso, también mediatizan los mecanismos “automáticos” de recuperación de la tasa de ganancia –la famosa “rentabilidad”– que consisten, entre otros, en la destrucción masiva de capital y la destrucción masiva de empleos. Dicho de otra manera: las mismas “contratendencias” del automatismo capitalista en la crisis –las citadas “causas contrarrestantes” de Marx– llevarían eventualmente a bancarrotas descomunales, que política, social e incluso económicamente serían insostenibles. La contradicción entre economía y política sería tal (en el sentido de una eventual explosión social) que el capitalismo no la podría tolerar.

En este sentido, Chris Harman tenía razón cuando, en un texto previo al desencadenamiento de la crisis, señalaba: “La intervención del Estado siempre ha tenido una doble repercusión. Previene que los primeros síntomas de la crisis se desarrollen hacia un colapso económico liso y llano. Pero también obstruye la capacidad de algunos capitales de reestablecer sus ganancias a expensas de los otros”.[6] Es decir, impide duraderamente el reestablecimiento pleno de la tasa de ganancia por la vía de la necesaria reducción de la composición orgánica del capital mediante los quebrantos (la destrucción de capitales con sus consecuencias a nivel del empleo).[7]

Retomando nuestro argumento sobre la intervención del estado, no todos los días los principales estados imperialistas (empezando por EEUU) salen a “inyectar” la friolera de 5 billones de dólares para revivir la economía, equivalente a la “creación” de dos o tres puntos de crecimiento del PBI en los países centrales.

Esta acción tiene alcances pero también límites. No se trata sólo de la cuestión teórica acerca de la eficacia del estado frente a la “inexorable” acción de las leyes económicas (a las que puede mediatizar y/o contrarrestar pero no anular). Existe también el interrogante de cuáles serán los resultados concretos de las medidas tomadas para ponerle un piso a la crisis.

Esto es algo que no se puede saber aún con plena certeza. Sin embargo, las perspectivas no parecen ser muy halagüeñas: “Es indudable la significación económica real que en 1929 (en EEUU) el gasto del estado federal representaba: sólo el 2,5% del PBI, mientras que en 2007 alcanzaba alrededor del 20%. Debido a que la inversión del estado está determinada por decisiones políticas –y, como tales, opuestas a los cálculos de ganancia–, el gasto gubernamental puede parar una caída económica. Cuanto mayor sea este gasto, más alto será el «piso» de la crisis. Pero este supuesto parte de asumir que el estado como tal no esté en bancarrota [o que no vaya a la quiebra como producto de los rescates multimillonarios]”. Y se agrega respecto de la actual situación en Inglaterra: “La deuda estatal debe ser financiada como cualquier otra. Los inversores privados pueden «perder la fe» en la capacidad de Gran Bretaña para pagar. Hay en estos momentos signos de deterioro de la libra esterlina. En 1976, la combinación de recesión, inflación, una clase obrera combativa, y un alto gasto gubernamental, generaron una súbita pérdida de confianza y produjeron una corrida contra la libra. El posterior rescate del FMI vino a un costo enorme: recorte de salarios, degradación de las empresas públicas, duplicación del desempleo”.[8] En definitiva, la capacidad de intervención económica de los estados en las crisis no puede ser “infinita”: tiene límites que habrá que ver cómo se expresan en cada caso.

 

Remedios nacionales para problemas multinacionales

 

Pasemos del terreno conceptual al análisis concreto de la evolución de la crisis. A modo de ejemplo están los magros resultados de la última reunión del G-20. La declaración final habla de los billones que se inyectan a la economía, pero lo que el texto no dice es que no se trata de un plan mundial coordinado entre las potencias capitalistas, sino de la suma anárquica de los planes nacionales de cada país. Es un “sálvese quien pueda”, un “rompecabezas” que inevitablemente le resta eficacia. Se trata de la eterna anarquía económica del capitalismo, que ya Marx y Engels señalaran en su momento.

Esta no coordinación mundial efectiva ante la crisis ocasiona temores de que vayan aumentando las presiones y tendencias proteccionistas. Es decir, que las fronteras nacionales se tomen revancha frente a las tendencias globalizadoras imperantes en las últimas décadas: “Otro problema creciente es el proteccionismo. Después de 1929, el comercio internacional cayó las dos terceras partes y el desempleo mundial se cuadruplicó, en la medida en que fueron levantadas barreras proteccionistas en todo el planeta. La razón es simple: el capitalismo es un sistema competitivo en el cual los intereses de largo plazo del sistema global necesariamente chocan con los «cortos» intereses de los grupos capitalistas [enfrentados unos contra otros]”.[9]

Si estas tendencias a cuidar cada uno su “quinta” (su economía “nacional”) se profundizan, se pueden multiplicar exponencialmente los riesgos depresivos. De ahí que los gobiernos imperialistas ensayen una puesta en escena “global” con las reuniones del G-20 (de paso, se “coopta” a los gobiernos de los países “emergentes”, para hacerlos corresponsables de la crisis). Un ejemplo de estas tendencias depresivas es lo que ocurre con la flota mercante mundial: “Como huéspedes no queridos que no van a partir, 453 barcos-container, el 11% de la capacidad mundial, están fondeados en la entrada de Hong Kong, Singapur y otros puertos del sudeste asiático”.[10]

La polémica en el G-20 entre profundizar los “paquetes fiscales” o impulsar una “mayor regulación internacional”, en última instancia, tiene que ver con el temor europeo continental de que la emisión desenfrenada en EEUU genere una inflación mundial, vía la devaluación del dólar, que opere como un mecanismo de traslado de la crisis de EEUU a Europa y el resto del mundo.

Para colmo, la Unión Europea no puede recurrir al mismo expediente: emitir ilimitadamente euros. Si lo hiciese, debilitaría el euro frente a la que sigue siendo la moneda de reserva y comercio, el dólar, lo que incrementaría la carga de su deuda en vez de deprimirla.

Esta polémica EEUU-Unión Europea mostró que está en cuestión toda la configuración de la economía mundial de los últimos 30 años. Una configuración que no va más, entre otras cosas porque EEUU no puede seguir actuando como el “comprador de última instancia” de todo lo que se produce mundialmente, ni China se anima a seguir financiándolo.[11]

Concretamente: el régimen de acumulación (o modo de regulación) capitalista neoliberal –impuesto como “solución” a la crisis de los 70–, se vino abajo, y nadie puede saber, hoy por hoy, qué configuración lo reemplazará. Este es un elemento más que atestigua la profundidad histórica de los acontecimientos en curso, así como los estrictos límites de los estados imperialistas para conformar un mundo a su imagen y semejanza a partir de la intervención estatal en la economía.[12]

En definitiva: estamos frente a una crisis histórica. Sobre la base de condiciones materiales bien determinadas, sus posibles resultados están abiertos: dependerán de que se produzca un salto histórico en la lucha de clases mundial. Y a esa perspectiva se refiere con temor la revista decana del capitalismo: “Piedras tiradas contra las ventanas de los bancos en Edimburgo, trabajadores secuestrando ejecutivos en Francia, pago retroactivo de un impuesto del 90% a empresarios en Washington, y en estos momentos disturbios en Londres ante la llegada de los líderes del G-20. Un cambio oceánico en las actitudes sociales –que puede tener profundos efectos en la política y la economía– está en marcha” (The Economist, 2-4-09).

 


[1]En este sentido, vale considerar un criterio de la magnitud de la crisis: el índice de bancarrotas. Entre la Segunda Guerra Mundial y los años 70 no hubo quiebras de importancia en EEUU, con excepción de los ferrocarriles. Tampoco durante la crisis de los años 70 fueron muy importantes: sólo dos bancarrotas de corporaciones. Por eso sorprende que algunos no logren ver aún la profundidad de la crisis cuando monumentos históricos del capitalismo norteamericano están al borde del abismo, como General Motors o el Citigroup, por citar sólo dos ejemplos.

[2] Barry Eichengreen es profesor de teoría económica y ciencia política en la Universidad de California, Berkeley, y antiguo asesor del Fondo Monetario Internacional. Kevin H. O’Rourke es profesor de teoría económica en el Trinity College de Dublín.

[3]Barry Eichengreen & Kevin H. O’Rourke, “A Tale of Two Depressions” (Historia de dos depresiones), 6-4-09 ( www.voxeu.org ). Versión en español en www.socialismo-o-barbarie.org, edición del 19-4-09).Estos analistas presentan una serie de gráficos comparados muy interesantes entre los años 30 y la dinámica actual de la crisis.

[4] Hoover (presidente de EEUU 1929-33) había tomado unas tímidas medidas en ese sentido. Pero hubo que esperar a Roosevelt (presidente 1933-45) para que la burguesía yanqui se dotara de una orientación más coherente frente a la crisis.

[5] Señalamos esto en términos muy generales, porque históricamente el capitalismo ha ido sumando, en su configuración, elementos de “capitalismo de Estado”. Con el neoliberalismo parecieron “eclipsarse” en parte. Hoy están retornando con fuerza, vía las “estatizaciones” parciales para rescatar la mismísima propiedad privada.

[6] “The rate of profit and the world today” (La tasa de ganancia y el mundo de hoy), Chris Harman, Internacional Socialism 115, verano 2007.

[7] Es sabido que la salida de la Gran Depresión sólo se logró mediante la purga gigantesca (destrucción masiva de capitales) que significó la Segunda Guerra Mundial.

[8] Neil Faulkner.

[9] Neil Faulkner, ídem.

[10] The Economist, 26-3-09. Según informes sobre la industria naviera y el comercio internacional, no será hasta el año 2015 que se recuperará la utilización de la flota mundial mercante. Si éste no es un dato histórico, ¿cuál podría serlo?

[11] En este sentido va la propuesta reciente de China de reemplazar el dólar como moneda mundial.

[12] Cabe dejar señalados los resultados no intencionales de una acción a la hora de evaluar la mecánica del conjunto social, como sería el eventual impacto hiperinflacionario de los crecientes déficits fiscales y la emisión monetaria sin límite.

 

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