Nov - 21 - 2008
Por Claudio Testa
Periodico Socialismo o Barbarie, Nº 140 (11/2008)
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Reunión del G-20
 

El fin de semana pasado se desarrolló la tan publicitada reunión del G-20. Como era de esperar, resultaron un fiasco los anuncios rimbombantes acerca del “nuevo Bretton Woods”, que iba a marcar un punto de inflexión en la peor crisis capitalista desde la Gran Depresión de los años 30. Sin embargo, conviene hacer un repaso de esta cumbre. Es que fueron significativas tanto las divergencias que impidieron acordar un plan conjunto de medidas concretas, como los acuerdos generales “de principio”, que se expresaron en la retórica del Documento ratificado en la reunión.

Obama… y algo más

La cumbre del G-20 tenía por supuesto una gran dificultad para resolver algo concreto. Bush, anfitrión de la cumbre y presidente del país epicentro del terremoto, es un cadáver político. Por su parte, Obama, prudentemente, se negó a concurrir en carácter de presidente electo, como se había insinuado al principio.

Por esos motivos, la decisión fundamental del G-20 fue… volver a reunirse en marzo. Con Obama en funciones, el “problema Bush” estaría solucionado… Sin embargo, eso no implica que las cosas vayan a encarrilarse fácilmente para lograr medidas conjuntas. Es que, con Bush o con Obama, va a seguir en pie el gran problema que dificulta una acción concertada de las principales potencias económicas: si bien hay intereses comunes, hasta ahora están primando las divergencias de intereses entre las distintas burguesías y sus estados. Por eso, a la reunión de Washington, cada uno fue con su propio “programa” y sus propias “soluciones”. No vemos que esto varíe cuando el G-20 vuelva a reunirse.

Sarkozy, el gran promotor del cónclave, había anunciado la “refundación del capitalismo» y el fin de “la dictadura del mercado”. Pero Bush le salió al cruce en vísperas de la reunión, sosteniendo que la crisis “no es un fracaso del sistema de libre mercado. Y la respuesta no es tratar de reinventar el sistema… El triunfo del capitalismo de libre mercado se demostró a través del tiempo, la geografía, la cultura y la fe [¡según Bush, Dios está con Wall Street!]. Y sería un terrible error permitir que unos pocos meses de crisis socaven 60 años de éxitos”.

Por supuesto, Sarkozy no está proponiendo ninguna medida “anticapitalista”. Lo que pone en discusión es otra cosa: se trata del papel central (y sin control alguno) que EE.UU. ha ocupado en las finanzas mundiales en los “60 años de éxitos”, de que se jacta Bush. Es decir, desde que antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial (1939-45), los “acuerdos de Bretton Woods” coronaron a EEUU como el emperador absoluto (que no rinde cuentas a nadie) de las finanzas y el sistema bancario del planeta, y al dólar como la moneda mundial de comercio y reserva.

Esta grave contradicción –que un estado nacional haga lo que quiera con el sistema financiero y monetario mundial– se puso al rojo vivo con la crisis.

Los principales gobiernos europeos, aunque con opiniones divididas, plantean distintas formas de regulación que ponen en cuestión, en mayor o menor medida, este manejo absoluto y arbitrario de EEUU.

Frente a eso, Bush ya había anunciado que rechazaría “cualquier intento de crear agencias regulatorias con autoridad sobre todos los países”… es decir, sobre EEUU. ¿Pero Obama, cuando se reúna el G-20 en marzo, va a opinar distinto?

El cuadro de intereses contradictorios es aún más complicado. Incluye a países como China, al que todos –EEUU y Europa– reclaman que revalúe su moneda, para poder hacerle competencia en el comercio internacional. Por supuesto, en momentos en que se inicia una recesión que nadie sabe si no desembocará en una depresión mundial, China se niega. Pero, al mismo tiempo, tiene la grave contradicción de que es uno de los principales acreedores de EE.UU. Para que pueda pagarle, EE.UU. debe “ajustarse” severamente, aunque sin hundirse. Pero eso implica, simultáneamente, restringir las billonarias compras que EEUU hacía a China y aumentar sus exportaciones… La madeja de la crisis está llena de estas contradicciones y círculos viciosos…

Peleas de perros entre capitalistas

Por esos motivos, por debajo de los amables discursos diplomáticos, se desarrollan pujas encarnizadas. En los mismos días de la amable charlatanería del G-20, estalló la pelea de perros entre EE.UU. y la Unión Europea por la industria automotriz.

General Motors, Ford y Chrysler están en bancarrota. Sin ayuda del Estado, lo más probable es que desaparezcan. Esto dejaría a las firmas europeas y asiáticas como los únicos fabricantes mundiales de automóviles. Pero Obama estaría considerando subsidios por 30.000 millones de dólares para salvarlas.

Ante esa posibilidad, estalló en furia el presidente de la Comisión Europea, Durão Barroso: “es una ayuda estatal ilegal”, dijo en declaraciones a la radio francesa Europe 1. Y amenazó a EE.UU. con iniciar un juicio ante la OMC (Organización Mundial de Comercio).

¡La UE exige a Washington que deje hundirse a su industria automotriz! Y, en verdad, debería hacerlo, si EEUU cumpliese sus compromisos en la OMC, y su retórica de “libre empresa”, y contra el “proteccionismo” y el “intervencionismo estatal”, que impuso a todo el mundo.

Todos unidos contra los trabajadores

En medio de las discordancias sobre medidas concretas (que reflejan intereses opuestos), hubo sin embargo unanimidad en cuanto a descargar la crisis sobre los trabajadores. Esto se expresó cabalmente en el Documento firmado, un mamarracho neoliberal que suscribieron hasta los más “críticos” al neoliberalismo, como Sarkozy, Cristina K. y Cía.

Este documento es un manual de cómo descargar la crisis en la cabeza de los trabajadores. Ni siquiera a nivel retórico hay una referencia a lamasacre de puestos de trabajo que se está produciendo en todo el mundo. Por el contrario es un himno a “los principios del libre mercado, incluyendo el imperio de la ley, el respeto por la propiedad privada, el comercio y las inversiones libres en los mercados competitivos…”

¡O sea, de los “principios” que se están aplicando hoy para producir millones de despidos en todos los países del mundo!

El gran problema: ¿quién pone «orden»?

La reorganización neoliberal del capitalismo –iniciada en la década del 80 por el presidente Ronald Reagan– y luego el derrumbe de la ex URSS en 1989/91 y la restauración capitalista en los ex “países socialistas” incluyendo China, ratificaron el carácter “yanqui-céntrico” de las finanzas mundiales, establecido en 1944 en la conferencia de Bretton Woods. Sin embargo, ya en los años 90 existía una contradicción: EE.UU. no tenía la absoluta hegemonía económica de fines de la Segunda Guerra Mundial.

La desaparición de la Unión Soviética había creado, el relativo espejismo de la “superpotencia” incontrastable. Pero detrás de eso había serias debilidades. El equipo neoconservador que en el 2001, con Bush, se hace cargo del gobierno, viene con un plan para remontar los problemas y hacer del siglo XXI el “nuevo siglo norteamericano”. El fracaso no pudo haber sido más rotundo.

En la esfera de la economía y las finanzas, EE.UU. no sólo es el epicentro de la bancarrota capitalista mundial, sino que en las últimas décadas un sector importante de la producción –principalmente el que produce artículos de consumo– se mudó a otros países de mano de obra barata, como China.

Además, a nivel geopolítico –es decir, de relaciones de fuerza entre Estados–, EE.UU. también está mucho más débil: el fracaso de las aventuras militares emprendidas por Bush han terminado con la hegemonía indiscutida del imperialismo yanqui.

El problema es que tampoco existe otro Estado con el poder suficiente económico y geopolítico como para imponer un nuevo ordenamiento del capitalismo, como pretenden varios gobiernos europeos (y la presidenta argentina, Cristina K., que en Washington proclamó la necesidad de “otro capitalismo”). Ni la UE (que es una bolsa de gatos), ni Japón, ni menos China pueden cumplir ese papel. Como en el capitalismo nada de fondo se decide “por las buenas” sino imponiendo relaciones de fuerza –y si es necesario, con guerras y masacres–, las perspectivas de que las cosas se arreglen en “conferencias internacionales” no son muy grandes.

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