Abr - 11 - 2014

Como era previsible, la situación de Ucrania parece estar lejos de estabilizarse. La “migración” a Rusia de la península de Crimea tras el referéndum del mes pasado, en que la población se pronunció por abrumadora mayoría en ese sentido, fue el primer paso de una tendencia de fragmentación territorial.

Ya durante la caída de Yanukovich, advertíamos que “se ha puesto al orden del día el peligro de una partición de Ucrania, de una ruptura territorial entre los oblasts (‘regiones’) al noroeste del rio Dnieper, que mayoritariamente habrían apoyado el ‘Euro-Maidan’ y los situados al sureste, que en cambio no sostuvieron al movimiento opositor”.

Sin embargo, lo de Crimea –importante en el terreno de las relaciones de fuerza geopolíticas y militares entre Rusia y los imperialismos occidentales, EEUU y la UE– no es el corazón de la cuestión nacional ucraniana. El traspaso de Crimea de Rusia a Ucrania en 1954 (cuando todos eran parte del mismo estado, la Unión Soviética), fue decidido desde arriba por el burócrata de turno en el Kremlin, Nikita Kruschev, por motivos que aún se discuten[[1]]. Crimea, de población mayoritariamente rusa con una minoría tártara, nunca había sido parte de la Ucrania histórica.

No es casual, entonces, que el ascenso en Kiev de un gobierno de coalición de oligarcas pro-occidentales con una fuerte minoría neofascista –que entre otras medidas dispuso la proscripción del idioma ruso–, decidiese a los rusos de Crimea a “volver a casa”.[[2]]

Lo de ahora es más grave

Lo que está sucediendo ahora en varios de los oblasts del sureste, principalmente en capitales como Donetsk y Járkov, es cualitativamente más grave. Aunque sean regiones fuertemente ruso-parlantes son étnicamente ucranianas. Son históricamente parte de Ucrania.

Ya el nuevo gobierno de Kiev y sus primeras medidas –como la citada proscripción del idioma ruso y la ilegalización del Partido Comunista (mientras los fascistas forman parte del gobierno y sus milicias están siendo incorporadas a la policía y otros cuerpos represivos)– habían desatado protestas masivas en Járkov, Donetsk, Odessa, etc.

Desde entonces, el curso del gobierno de Kiev no hizo más que echar leña al fuego, y a varios niveles…

A los puntos señalados –como la proscripción del idioma ruso, la ilegalización del Partido Comunista (minoritario pero relativamente fuerte en el sureste), la abundancia de fascistas y neonazis desde el gabinete de ministros para abajo, etc.–, se fueron agregando otros no menos graves. Y esas medidas afectan a todos los trabajadores y sectores populares, pero golpean más en el este.

En primer lugar, está el plan económico dictado por el FMI y la Unión Europea. Aquí, mueren las palabras… y comienzan a morir también las ilusiones en la UE que animaron al Euro-Maidan.

El 27 de marzo pasado, el primer ministro Yatsenyuk hizo aprobar en la Rada (parlamento) ese plan económico. Para definirlo en pocas palabras, es mucho peor que el impuesto a Grecia, que llevó a ese país al hambre y la ruina. Entre otras medidas, el gobierno de Kiev se compromete a congelar los salarios, subir violentamente las tarifas de los servicios y despedir en masa empleados públicos (24.000 para comenzar). Y lo de las tarifas de electricidad y gas no es cosa de broma. En un país de fríos extremos en invierno, la falta de calefacción puede ser mortal… y detonante de estallidos incontrolables.

Aunque este sanguinario plan afecta a todos los trabajadores y los pobres –sean pro-UE o rusófilos, y hablen en cualquier idioma– sus consecuencias estructurales pueden ser más graves en el este. Es que en esa región se asienta principalmente la industria ucraniana y el grueso de la clase obrera. Estos sectores mineros e industriales son continuidad de la industrialización de la ex Unión Soviética, y fueron complementarios con los de Rusia. La conversión de Ucrania en periferia semicolonial de la UE (o sea, de Alemania, en primer lugar) no les augura futuro.

¿Es casual que, después del Euro-Maidan, entre los principales focos de protestas contra el gobierno de Kiev estén la ciudad de Donetsk, capital (extraoficial) de la cuenca minera del Donbass, y Járkov, la segunda ciudad de Ucrania y su primer centro industrial? ¡En la rebelión que sigue expresándose en el este ucraniano, no todo son problemas etno-ligüísticos!

A esto se agregan otros motivos de agravio. Una de las primeras medidas del gobierno Turchínov-Yatsenyuk fue destituir a gobernadores electos de varios oblasts y reemplazarlos en el este por personajes elegidos “a dedo”, la mayoría de ellos entre los llamados “oligarcas”. Es decir, el puñado de ladrones que se hizo multimillonario con la restauración capitalista, mediante negociados y robo de la propiedad pública.

Ígor Kolomoiski (fortuna de 2.600 millones de dólares según Forbes) fue encargado de pacificar Dnipropetrovsk. El oligarca Serguéi Taruta (con sólo 600 millones de dólares) fue designado para imperar en Donetsk, que además es sede de su empresa. En Járkov, lo mismo: gobernará Ígor Baluta, patrón de patrones de esa ciudad.



[1].- Según algunos, habría sido una suerte de “regalo de cumpleaños” a Ucrania. En 1954 se cumplían tres siglos del Tratado de Pereyaslav, que implicó para Ucrania el comienzo del sometimiento al Imperio de los Zares. La burocracia del Kremlin reivindicaba ese precedente del zarismo como si se hubiese tratado de una unión libre entre ambos pueblos, ruso y ucraniano, y no del inicio del avasallamiento de los ucranianos por Moscú. Ver; Lewis Siegelbaum, «1954: The Gift of Crimea», SovietHistory.org, March 3, 2014 y Krishnadev Calamur, “Crimea: A Gift To Ukraine Becomes A Political Flash Point”, Paralleles, February 27, 2014.

[2].- Es significativo que antes de estos hechos, según encuestas de opinión, era importante en Crimea aunque de ninguna manera mayoritario el deseo de volver a pertenecer a Rusia. Las medidas del nuevo gobierno de Kiev y la fuerte presencia neonazi en él, volcaron la balanza.

Por Claudio Testa, Socialismo o Barbarie, 11/04/2014

Categoría: Europa Etiquetas: ,