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Jun - 20 - 2014

El 9 de junio, una coalición de fuerzas étnicas y religiosas dominada por el “Estado Islámico de Irak y el Levante” logró hacerse con el control de Mosul, la tercera ciudad más poblada del país. Esta conquista es la culminación de una ofensiva militar que, con avances y retrocesos, venían sosteniendo de manera ininterrumpida desde principios de año. La consecuencia inmediata de la toma de Mosul fue prácticamente el colapso de unas Fuerzas Armadas que ya estaban en una situación límite, abriendo a los insurgentes el camino hacia la capital (Bagdad).

Esto configura una situación inédita en muchísimos aspectos: por un lado, genera por primera vez en la historia moderna la posibilidad de que fuerzas islamistas radicales (“jihadistas”, como explicaremos más abajo) se hagan con el poder político de un país de importancia para nada secundaria [[1]], con grandes riquezas provenientes del petróleo, una ubicación geográfica estratégica y un enorme peso simbólico (por haber sido Bagdad una de las capitales del antiguo Califato Islámico).

Esto es, al mismo tiempo, la antesala de una guerra sectaria de muy grandes dimensiones, en el mismo país y en toda la región. Pone sobre la mesa la perspectiva nada improbable de intervenciones extranjeras (incluidas la de EEUU, la OTAN y estados vecinos como Irán) y tiende a radicalizar todos los conflictos regionales. Promueve una fuerte inestabilidad política y económica, llevando consecuentemente al aumento internacional del precio del petróleo. Y por último (pero no menos importante) implica el surgimiento de un poderoso faro ideológico para las fuerzas “jihadistas” de todo el globo.

Se trata, por lo tanto, de un acontecimiento político de enormes alcances, y que requiere de varias explicaciones y señalamientos.

Irak: un Estado sectario luego de una desastrosa invasión imperialista

La región que hoy abarca las fronteras de Irak, incluye principalmente [[2]] a tres grandes grupos étnico-religiosos[[3]]: los chiitas (mayoritarios en el sur del país, la zona más densamente poblada, y por lo tanto mayoritarios en el país visto en su conjunto) los sunitas (mayoritarios en el norte del país, más desértico y con menor población), y los kurdos (población minoritaria en Irak pero que también está presente en Siria y Turquía).

Este rasgo de fragmentación social en comunidades tan diferenciadas (con fuerte peso de la organización de tipo tribal) es un señalamiento de los límites del desarrollo capitalista y democrático-burgués en la región: nunca se produjo una “homogeneización” social que produzca una nacionalidad unitaria, y por ende un Estado-nación de tipo moderno.

Después de la Segunda Guerra Mundial el nacionalismo burgués laico llegó al poder en Irak y otros países de Medio Oriente, con la bandera de superar esas divisiones arcaicas, herencias del pasado precapitalista y que el colonialismo había aprovechado. Pero el nacionalismo burgués laico no sólo no las superó, sino que se basó en ellas para establecer su propio “clientelismo”, con el tramado de relaciones familiares, de clanes, etc. Así, en buena medida, las exasperó, dando lugar a dominaciones basadas en tal o cual grupo étnico-social a expensas de los demás. Así, durante el gobierno de Saddam Hussein, el poder estaba en manos de una élite sunita, mientras chiítas y kurdos eran, de hecho, ciudadanos de segunda, frecuentemente víctimas de represiones brutales. Esto, lógicamente, fue capitalizado otra vez por el imperialismo.

La invasión y ocupación estadounidense de 2003 sumió al país en la devastación, con un millón de muertos y la destrucción de gran parte de la infraestructura del país. Pero sobre todo, lo que consiguió fue algo mucho más profundamente destructivo: quebró la coexistencia entre los distintos grupos étnicos del país, dando lugar (sobre todo a partir de 2006) a una larga y extremadamente sangrienta guerra sectaria, donde todos se enfrentaron contra todos.

Esto fue una política deliberada de EEUU, con el objetivo de dividir a la resistencia irakí (que realmente amenazó con producir un nuevo Vietnam por su masividad popular, heroísmo y poder de combate), y en última instancia conseguir una partición de Irak funcional a sus intereses regionales. De esa guerra civil emergió un nuevo sistema de dominación sectario con epicentro en los partidos chiítas, muy influenciado por Irán[[4]], y cuyo jefe de Estado es desde ese momento Nuri al-Maliki.

En 2011, Estados Unidos terminó de retirar sus tropas de Irak[[5]]. Esto tuvo como resultado la apertura de la “caja de Pandora” de los enfrentamientos étnico-religiosos. El Estado irakí agudizó aún más su carácter sectario, desalojando a los sunitas de los pocos espacios de poder que ocupaban.

Sectores importantes de la población sunita irakí finalmente estallaron en una revuelta abierta bajo el influjo de la “Primavera Árabe” en toda la región, exigiendo el fin de las políticas sectarias, la discriminación y la corrupción del gobierno. El gobierno de Maliki respondió con una fuerte represión con decenas de muertos. El aplastamiento de estas protestas de carácter laico, la dio la oportunidad al islamismo más reaccionario. Las tribus sunitas declararon entonces a principios de 2014 el comienzo de la insurrección armada. Es allí donde se forjó la coalición político-militar hegemonizada por el “Estado Islámico”, que hoy se expande por el país y amenaza con tomar Bagdad.

¿Qué es el “Estado Islámico de Irak y el Levante”?

El “Estado Islámico de Irak”, dirigido por Abu Bakr Al-Baghdadi, fue fundado en 2006 por parte de la filial iraquí de Al Qaeda, en el caldo de cultivo de la guerra civil sectaria. Se hizo fuerte en las zonas de predominio poblacional sunita (el norte del país), especialmente en las zonas desérticas donde tiene fuerte peso la organización tribal. Esta zona limita con Siria, lo cual permitió un fluido intercambio entre ambos países, que más tarde sería decisivo para la expansión del “Estado Islámico”.

Con el estallido de la guerra civil siria en 2012, creció y se desarrolló la filial siria de Al Qaeda (Jabat-al-Nusra)[[6]]. En 2013 el Estado Islámico de Irak declaró la absorción de JaN bajo su comando, conformando el “Estado Islámico de Irak y el Levante” (al que nos referiremos de aquí en más como “ISIS” por sus siglas en inglés; en español se la llama EIIL). La dirección central de Al Qaeda desautorizó esta absorción expulsando a ISIS de sus filas, tras lo cual ambas organizaciones siguieron caminos separados (llegando hoy a estar en guerra entre ellas, pese a tener ideologías muy similares).

Desde el punto de vista ideológico-político, ISIS es una fuerza profundamente reaccionaria. Su objetivo es el restablecimiento de un califato sunita[[7]] que suprimiría las fronteras nacionales establecidas por el colonialismo europeo[[8]] y que recupere la vieja gloria del Islam.

Pero este califato es una forma de gobierno teocrática basada en la negación explícita de la democracia: el gobierno indiscutido de líderes político-religiosos, sin permitir ningún tipo de organización política o civil (ni hablemos ya de gremial). La disidencia política, religiosa, cultural o de cualquier tipo está penada con la muerte.

Desde el punto de vista económico, el capitalismo y la propiedad privada no están puestos en cuestión: por el contrario, todo el peso coercitivo de la teocracia es utilizado en su defensa, al mismo tiempo que se mitigan sus “efectos sociales” mediante sistemas de asistencialismo a gran escala y subsidio de precios.

Todo esto va acompañando de la interpretación más retrógrada posible de la “Sharía” (Ley Islámica) al estilo talibán: prohibición del consumo de alcohol, imposición del uso del velo y total sometimiento de la mujer, etc[[9]].

Esta cosmovisión que atrasa milenios viene también con sus propios métodos de imposición: atentados dirigidos explícitamente contra civiles, ejecución de prisioneros con los métodos más brutales (crucifixión, decapitamiento, etc.). Llega a tal punto el extremismo reaccionario de ISIS, que hasta Al Qaeda en Siria los critica por ser demasiado brutales.

ISIS es hoy una muy poderosa fuerza político-militar que ejerce control territorial en amplias zonas de Siria e Irak, en las que aplica al pie de la letra su cosmovisión. Contaría unos 12 mil combatientes armados (según el diario Al Arabiya). Las zonas controladas incluyen pozos petrolíferos que le otorgan grandes ingresos para financiar sus actividades. Esto se le suma al financiamiento que obtienen por parte de los burgueses islamistas de la península arábiga, en especial de Arabia saudita (que incluye a sectores de las “familias dominantes”, aunque no probablemente a los núcleos gobernantes).

Su ejército está armado hasta los dientes y cuenta con cuadros militares forjados en la “Jihad” (Guerra Santa) en muchos países: Afganistán, Somalía, Chechenia, Libia, Siria, Irak, etc. Sus redes de reclutamiento se extienden a lo largo del mundo, donde jóvenes musulmanes radicalizados dejan sus países de origen (inclusive en Europa y EEUU) de a decenas para ir a combatir por lo que consideran una causa justa, mentalizados a que el martirio es el mejor destino posible.

A esto se le suma el apoyo local que obtienen de parte de los sectores empobrecidos, especialmente los rurales, de la población sunita. Tribus enteras le declararon lealtad a ISIS en ambos países. Por último, pero nada menor, en el caso sirio se suman a las filas de ISIS combatientes que provienen de guerrillas más “moderadas” pero cuyas brigadas dejaron de ser viables por falta de envergadura político-militar.

Por lo tanto, ISIS conforma una fuerza combatiente temeraria y extremadamente efectiva, que puede enfrentar a enemigos muy poderosos en igualdad de condiciones. Esto explica por qué su avance hacia Mosul produjo grandes deserciones en el ejército iraquí, provocando un efecto “bola de nieve”, por el cual cada vez ISIS consigue más apoyo, más armas, más financiamiento y más militantes, mientras que el ejército iraquí entra en una espiral de disgregación y abandona posiciones estratégicas sin dar pelea.

El escenario que se abre con el avance jihadista

Los sectores chiítas, que ven cómo el ejército ya no es una salvaguarda para su supervivencia (directamente amenazada por el terrorismo sectario de ISIS), comienzan a armarse por miles, formando milicias sectarias que recrudecen el ciclo de la guerra civil. Este proceso es alentando por Irán, que al mismo tiempo ve la oportunidad de profundizar su hegemonía sobre el país a través del control directo de las organizaciones armadas chiítas. Más aún, se plantea la intervención militar directa de Irán a través de su propio ejército, lo que puede llevar a una guerra regional mucho más amplia.

Estados Unidos, que ve como un peligro mayúsculo el avance los grupos sunitas radicales, llegó inclusive a plantear la colaboración con Irán para pacificar Irak: esto muestra cuánta profundidad alcanzó la crisis, que pone la seguridad regional por encima de una disputa de décadas.

Se plantea como una posibilidad real la intervención de una o varias potencias imperialistas en la región y la posibilidad de que el conflicto lleve a una mayor radicalización de la situación ya de por sí muy polarizada de Medio Oriente.



[1].- Mucho mayor, por ejemplo, que Afganistán o Somalía, países donde los jihadistas lograron enorme peso político.

[2].- Hay también sectores étnicos y/o sectario-religiosos menores, como turcomanos, asirio-caldeos, etc.

[3].- Los sunitas conforman la amplia mayoría de la población musulmana de Medio Oriente y del mundo, mientras que los chiítas son minoría. El “epicentro” político-religioso del islam sunita es Arabia Saudí, mientras que el del Islam chiíta es Irán. Estas son las dos principales potencias regionales del Medio Oriente islámico y se disputan su hegemonía, dando lugar a fuertes enfrentamientos políticos y a una “guerra fría” entre ambos que amenaza con volverse guerra abierta. Cada uno de ellos financia y sostiene política e ideológicamente a fuerzas islamistas que responden a sus respectivas confesiones. El ISIS recibiría financiación desde Arabia saudita, aunque no es claro que sea una política “oficial”.

[4].-  Efectivamente, la invasión yanki de Irak terminó llevando al poder a sectores ligados a su archi-enemigo Irán. Esta paradoja muestra los enormes límites que tuvo el imperialismo estadounidense a la hora de imponer su propia dominación, y muestra más de conjunto el debilitamiento de su hegemonía global y regional.

[5].- La retirada fue un subproducto de la “Primavera Árabe”, de la “insurgencia” irakí, de los enormes costos financieros de la guerra, y especialmente, de su nula legitimidad política de cara a la opinión pública yanki y mundial.

[6].- El crecimiento de las organizaciones político-militares islamistas en Siria fue posible gracias a la política de Al-Assad de transformar la inicial rebelión-revolución popular y democrática en un conflicto sectario y religioso, al financiamiento provisto por la burguesía islamista de la península arábiga (rica en petrodólares) y al colapso de las guerrillas laicas, entre varios motivos por falta de centralización política y por la apuesta de sus direcciones a la intervención y/o ayuda militar y financiera de EEUU y los imperialismos europeos… que finalmente las abandonaron a su suerte.

[7].- El sultanato y el califato fueron la organización política y religiosa de gran parte del mundo islámico sunita hasta la caída del Imperio Otomano, tras ser derrotado en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Kemal Ataturk, fundador de la República (laica) de Turquía, los abolió en 1922 y 1924, respectivamente.

[8].- El punto de la eliminación de las fronteras coloniales es el único aspecto “progresivo” del programa de este “monstruo”, y que si tiene efectividad y plena vigencia, es porque allí precisamente fracasó el nacionalismo burgués pan-árabe, que no pudo nunca plantearse seriamente la unificación de los estados regionales. El único intento –la República Árabe Unida, entre Egipto y Siria– duró apenas tres años, de 1958 a 1961. Los islamismos, tan burgueses como las corrientes laicas, son igualmente incapaces. Sólo las clases trabajadoras de la región, tienen intereses comunes como para cimentar esa necesaria unificación.

[9].- Activistas de las zonas sirias dominadas por el ISIS denuncian que dicha organización llegó a prohibir que se pase música en los casamientos o que se pueda mirar el Mundial de Fútbol.

Por Ale Kur, Socialismo o Barbarie, 19/06/2014

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