Ene - 27 - 2015

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Semanas atrás realizamos una visita al Distrito Federal en México. Ahí tuvimos oportunidad de recorrer muchos de los lugares históricos de la ciudad y palpar la vida cotidiana mexicana. También participamos en dos protestas políticas (una en reclamo por la aparición con vida de los normalistas desparecidos en Ayotzinapa, la otra un plantón por el acceso a la vivienda), donde pudimos conversar con varios activistas mexicanos y conocer un poco más de cerca la vida política del país.

Con estos apuntes de viaje queremos compartir algunas de las impresiones que nos deparó este magnífico país, reflexionar sobre las discusiones políticas abiertas en la vanguardia mexicana con la lucha por Ayotzinapa, a la vez que señalar algunas de las tareas que encontramos necesarias para colocar en pie una nueva alternativa política revolucionaria en México.

Entre lo majestuoso y lo plebeyo

Lo primero por señalar es algo obvio: México es un país enorme, con una población que ronda los 122 millones de personas, lo cual le convierte en el undécimo más poblado del orbe. Además cuenta con la tercera urbe más grande del mundo, el “Área metropolitana del Valle de México” (incluye al DF más 60 municipios del Estado de México e Hidalgo) donde conviven 20 millones de seres humanos, solamente superada por Tokio y Delhi.

Esta inmensidad de país está marcada por un desarrollo desigual y combinado, algo que se sintetiza en el propio DF. Por ejemplo, al transitar por las principales avenidas del centro histórico (entre el Zócalo y el parque Almeda), se tiene la impresión de una ciudad sumamente ordenada, limpia, segura y con muchos aires “europeos”, herencia del “porfiriato”.

Pero al desplazarse unas cuadras más allá de la zona turística se hace patente el México real: una ciudad atrofiada con smog y calles sucias, donde conviven gran cantidad de indigentes en los parques públicos y abunda el trabajo informal como medida de subsistencia. Esto de la informalidad es un rasgo sobresaliente en el DF, pues en todo lugar y a toda hora hay ventas ambulantes, algo abrumador incluso para los parámetros ordinarios de un país latinoamericano. Las cifras oficiales respaldan nuestra percepción: ¡29 millones de personas se desempeñan en trabajos informales, lo cual representa un 56% de la Población Económicamente Activa del país![1]

Esto se explica por el desempleo y la precarización en los salarios mínimos, los cuales alcanzan la mísera suma de 70 pesos diarios (5 dólares), lo cual no alcanza para que una persona coma dignamente y haga frente a gastos básicos (alquileres, pago de servicios).

Ni que decir cuando se sale del DF. Cuando nos desplazamos hacia las pirámides de Teotihuacán, ubicadas en el Estado de México (de donde proviene Peña Nieto), se aprecia con más claridad el deterioro social del país, al contar con extensiones inmensas de colonias miserables (literalmente casas en “obra gris”) donde se aglomeran millones de seres humanos en cualquier lugar.

La resultante de todo esto es una “geografía social” marcada por enormes contrastes, al convivir en una misma urbe las mega-construcciones de la burguesía mexicana (que cuenta con muchísimos rascacielos y obras públicas colosales) con una extendida miseria y violencia social. México es una sociedad que se desarrolla en una tensión constante entre lo majestuoso y lo plebeyo, entre la riqueza extrema de unos cuantos burgueses y la miseria extrema de decenas de millones de explotados.

Un Estado desgarrado o fragmentado, y las experiencias de autogestión popular

En el plano político la impresión de México es la de un Estado desgarrado o fragmentado. Lo primero por señalar es que el gobierno burgués no controla el 100% del territorio nacional, pues hay enormes extensiones que están bajo control del crimen organizado o bajo gestión de las comunidades. Esto da cuentas de un deterioro creciente en la institucionalidad burguesa del país, la cual se combina con un desgaste acelerado del sistema de partidos articulado alrededor del PRI-PAN-PRD.

Con respecto al crimen organizado hay una verdadera “carnicería humana”: desde 2006, cuando Felipe Calderón inició la denominada “guerra contra el narcotráfico”, se contabilizan 150 mil personas muertas o desaparecidas (datos no reconocidos por el gobierno). Como nos relató un activista mexicano, en menos de una década hay más muertes en México que la suma de todos los desaparecidos de las dictaduras sudamericanas en décadas anteriores.

Pero más importante para la izquierda es el debate sobre las comunidades autogestionadas, una respuesta “desde abajo” a la crisis del Estado burgués mexicano y la violencia del crimen organizado. Según los datos que recopilamos son muchos los lugares donde se desarrollan este tipo de experiencias: en Guerrero hay más de 40 municipios autogestionados por las comunidades, a lo cual se le suman seis “Juntas del Buen Gobierno” o “Caracoles” en Chiapas, otros en Oaxaca y el caso emblemático de Cherán en Michoacán.

En este último pueblo la comunidad se autoorganizó para luchar contra el narco y defender sus bosques contra la tala ilegal (realizada también por los carteles del narco), posteriormente desconoció el gobierno municipal y avanzó hacia una forma de organización política por fuera del sistema electoral, eligiendo sus autoridades mediante los “usos y costumbres” indígenas: reunidos en un espacio público donde se “vota” colocándose al frente de un candidato. Esta particular forma de organización política generó un gran impacto entre sectores del activismo mexicano, por lo cual entre la vanguardia se aduce que la tarea es “cheranizar” todo México.

Estas comunas o pueblos autogestionados revierten un aspecto progresivo, en tanto demuestran una crisis del Estado burgués mexicano y la puesta en pie de formas de poder popular. Pero su límite consiste en su estrechez regionalista, pues no alcanzan a constituirse en una alternativa real de poder para todos los explotados y oprimidos ante el Estado burgués en su conjunto.

Por esto mismo es necesario asumir críticamente las experiencias de autogestión popular, estableciendo sus alcances y límites estratégicos. Para esto la experiencia histórica de la revolución mexicana es un valioso punto de apoyo, principalmente con el caso de la “Comuna de Morelos”, donde el Ejercito Libertador del Sur comandado por Zapata instauró un gobierno con base en la democracia campesina de los pueblos de indios y realizó una reforma agraria radical, expropiando a muchísimos hacendados porfiristas.

Lastimosamente la comuna zapatista terminó derrotada por las debilidades de la dirección campesina de Zapata, quien nunca visualizó tomar el poder e instaurar un gobierno de los trabajadores y campesinos en todo México. Esto explica que Zapata (junto con Villa) se retirara de la capital luego de tomar el Palacio Nacional, lo cual le permitió reorgarnizarse a la burguesía, retomar el control de la capital y, desde ahí, relanzar la guerra contra los ejércitos campesinos, primero contra la División del Norte de Villa, para luego proceder a destruir la Comuna de Morelos y al ejército zapatista.

Es de nuestra impresión que esta fragmentación en la concepción estratégica de la política persiste en el activismo mexicano contemporáneo, pues la revolución mexicana es el referente de lucha más profundo con que cuentan. De ahí que entre la vanguardia prolifere la perspectiva de resolver el problema del poder “aritméticamente”, es decir, apostando a sumar progresivamente municipios autogestionados hasta constituirse en “mayoría”.

Debido a esto, encontramos fundamental estudiar a fondo la constitución de los municipios autogestionados y desarrollar un debate estratégico sobre cómo refundar socialmente al país desde los explotados y oprimidos. Aunque defendemos el derecho de los pueblos para autogestionarse contra el estado burgués y la violencia del crimen organizado, también somos claros en afirmar que se ocupará más que esto para destruir de raíz toda forma de explotación y opresión. Desde nuestra perspectiva esto pasa por destruir el poder central de la burguesía e instaurar un gobierno unitario de todos los explotados y oprimidos en México, tarea que dejó pendiente la memorable revolución mexicana del siglo XX, pero que esperamos sea parte de la futura revolución mexicana del siglo XXI.

Una clase obrera enchalecada y muda

Otro rasgo sobresaliente de la sociedad mexicana es la condición de la clase obrera, la cual presenta una doble faceta: el “enchalecamiento” sindical de los sectores organizados y el “mutismo” político de la nueva clase obrera industrial.

Para explicar nuestra tesis del “enchalecamiento” es preciso remitirse a los orígenes del movimiento obrero mexicano a inicios del siglo XX, donde fueron derrotadas grandes huelgas en Cananea y Río Blanco, pocos años antes de que estallara la revolución mexicana en 1910. Esto limitó las posibilidades de que los obreros ingresaran a la revolución organizados con sus propias organizaciones sindicales independientes. Aunado a esto, las direcciones campesinas no impulsaron un programa de lucha que unificara a los campesinos y la clase obrera de las ciudades durante la revolución, algo derivado de su renuncia a tomar el poder y limitar su programa político a reivindicaciones agraristas radicales en sus regiones.

Debido a esto, en la fase final de la revolución el movimiento obrero mexicano se vinculó a las facciones bonapartistas de la burguesía, pues el ala constitucionalista de Obregón dirigió una política para cooptar a las organizaciones sindicales a su proyecto político, lo cual se concretó con la firma de un acuerdo con la “Casa del Obrero Mundial” (documento que Adolfo Gilly califica como el “acta de nacimiento” del charrismo mexicano), a partir del cual se constituyeron los “Batallones Rojos”: ¡siete mil obreros armados fueron a pelear contra el ejército campesino de Villa! Esto fue una verdadera tragedia política, pues la clase obrera fue instrumentalizada por la burguesía para derrotar la revolución del campesinado oprimido.

Así daría inicio en México un modelo sindical “corporativista”, caracterizado por la cooptación del Estado mexicano de las organizaciones sindicales, las cuales fueron controladas directamente por la burocracia sindical “charrista”. Esto vino acompañado de una persecución de cualquier experiencia sindical independiente, tal como ocurrió con la huelga ferrocarrilera de 1958-59. Por esto caracterizamos que el movimiento obrero mexicano nació “enchalecado” a formas de organización políticamente burguesas, carentes de cualquier tipo de independencia política, aspecto que aún persiste dentro del movimiento sindical.

Esta faceta histórica se combina con los rasgos de la nueva clase obrera industrial mexicana, pues como se apuntó en un artículo reciente del periódico SoB, en ese país no hay derecho de organización sindical en las grandes empresas privadas, algo similar al caso de Costa Rica[2]. Debido a esto, un segmento significativo de la clase obrera mexicana padece de “mutismo” político, pues no cuenta con ninguna instancia de organización sindical y es “carne de explotación” de la burguesía mexicana e imperialista.

Por lo anterior, en México es una tarea estratégica plantear la refundación del movimiento obrero, impulsando un nuevo modelo sindical clasista, combativo y democrático, que tenga por objetivo organizar al conjunto de la clase obrera (del sector público o privado) y apunte a unificar las luchas de la clase obrera con el conjunto de los explotados y oprimidos del país.

Lo último es de vital importancia para la maduración de la lucha de clases del país. Por citar un ejemplo, durante el actual proceso de lucha por Ayotzinapa la burocracia sindical no convocó a una huelga general para el 20 de noviembre, limitándose a solidarizarse con palabras. Esto fue un punto de apoyo para el gobierno de Peña Nieto, pues si la clase trabajadora se hubiera lanzado a las calles junto con el movimiento estudiantil, hubiese sido mucho más difícil que lograra mantener en el poder.

El “patio trasero” del imperialismo

Anteriormente señalamos que el estado burgués mexicano se demuestra incapaz de tener soberanía en todo el territorio nacional. Esto no es un rasgo novedoso, sino que pareciera ser la constante del país, pues históricamente se ha visto sometido a enormes presiones y ataques de diferentes potencias extrajeras que expoliaron al país y pusieron en duda su continuidad como unidad política.

El DF es una muestra viviente de esta cruda realidad, pues los vestigios de las civilizaciones indígenas conviven con los edificios de la conquista española: ¡la Catedral española se erigió sobre las ruinas del Templo Superior de Tenochtitlán!

En cuanto a su vida republicana aplica lo mismo, dado que desde el siglo XIX el país estuvo bajo el asedio de las potencias imperialistas emergentes y consolidadas de la época: los Estados Unidos le arrebataron el 51% de su territorio nacional y los franceses gobernaron el país por un acuerdo con los conservadores mexicanos, lo cual desató la guerra de liberación nacional encabezada por Benito Juárez.

Con la entrada en vigencia del TLC con los Estados Unidos desde 1994, se produjo una recolonización del país y la consecuente modificación en las relaciones entre las clases sociales. El caso de la apertura de PEMEX es un ejemplo reciente de esta recolonización, destruyendo el monopolio estatal de 75 sobre los hidrocarburos (herencia del gobierno populista burgués de Lázaro Cárdenas) y dando paso a un proceso de “reestructuración interna” con el anuncio de 10 mil despidos.

Esta larga historia de expoliación imperialista en México da cuentas del enorme peso del componente nacionalista en las luchas sociales, pues durante centurias el país ha sido tratado como el “patio trasero” de alguna potencia imperialista, en particular de los Estados Unidos con quien comparte una amplia frontera. Es un nacionalismo que revierte cierto “progresismo” al plantearse como antiimperialista, pero con un gran límite estratégico: carece de un proyecto de refundación social del país desde la clase obrera y los explotados de México. Esto explica que sectores de la burguesía mexicana recurran a los discursos nacionalistas para impulsar sus proyectos políticos, aunque se dejen intactas las formas de explotación y opresión.

Lo anterior plantea la necesidad de abordar la lucha por la soberanía e independencia nacional del imperialismo en clave socialista y revolucionaria, dando cuentas de las tareas anti-imperialista que debe recoger cualquier proyecto refundacional del país.

Perspectivas del proceso de Ayotzinapa y algunas impresiones sobre la vanguardia

Resulta obvio que las fiestas de finales y principio de año produjeron un repliegue en el proceso de movilización. Pero la impresión que nos llevamos es que conforme avance el año va a recalentar la lucha por de normalistas desaparecidos[3].

Actualmente esta lucha es el eje articulador del activismo en todo México, algo sumamente progresivo pues abre espacios para la politización de la vanguardia al colocarla al frente de un proceso de lucha nacional contra el gobierno y el Estado burgués mexicano. Esto marca un avance con relación a las reivindicaciones previas del zapatismo y otras comunidades que, aunque pudiesen tener elementos progresivos, se caracterizan por ser luchas muy parciales y/o regionales.

Muestra de esto, es que desde ya el activismo mexicano comienza a procesar ciertos debates o iniciativas en torno a la necesidad de constituir organismos unitarios de lucha en diferentes sectores (estudiantil, colectivos artísticos, sindicatos), aunque todavía sea una discusión muy general y, en muchos aspectos, marcada por los límites de las corrientes autonomistas que abundan en México. Más importante aún es el debate abierto frente a las elecciones de mitad de año en varios estados del país, ante lo cual varios sectores anuncian que impedirán la realización de los comicios, algo que profundizaría aún más el deterioro del sistema de partidos y la “democracia” mexicana.

Lo último se relaciona directamente con otra secuela política de la lucha de Ayotzinapa: la profundización del desgaste del sistema de partidos, lo cual se combina con un cuestionamiento generalizado hacia la fachada de democracia burguesa del país. Esto afecta en particular al PRD que, hasta hace algunos años, era la izquierda “oficial” de México y referente para gran parte del activismo, en particular con el auge que alcanzó López Obrador como candidato presidencial. En la actualidad la percepción es muy diferente, pues amplios segmentos de la vanguardia (y de la población en general) vinculan al PRD con toda la podredumbre y corrupción del país. Esto lo constatamos directamente en una concentración por el acceso a la tierra y la vivienda en el DF, donde los oradores del “Frente Popular Francisco Villa Independiente” denunciaban al PRD de ser la “izquierda neoliberal”. Un ambiente similar percibimos entre el activismo estudiantil por Ayotzinapa, quienes destacaban que la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa se produjo en Iguala, municipio del Estado de Guerrero que, en ese momento, estaba gobernador por Ángel Aguirre del PRD.

¡Por la refundación de México desde la clase obrera, los explotados y oprimidos!

El proceso de lucha por Ayotzinapa abrió un nuevo momento político en el país, cuyo pico más alto fue la marcha del 20 de noviembre en el DF con la exigencia de ¡Fuera Peña Nieto! Pero sus secuelas políticas son de mayor alcancen, pues permitió que todo un sector del activismo y la población mexicana relacionara la desaparición de los normalistas con el conjunto del sistema político y el Estado mexicano.

Así, la crisis política por el “Caso Iguala”, en combinación con las grandes desigualdades sociales y la violencia social que imperan en todo el país, están dando paso a discusiones sumamente complejas sobre como transformar a México. Desde la corriente Socialismo o Barbarie sostenemos que esto solo será posible mediante una Asamblea Constituyente que barra con todas las formas de explotación y opresión social, colocando la riqueza social en función de las grandes mayorías trabajadoras y los sectores populares.

Sabemos que esto no se podrá realizar en los marcos de la podrida democracia del PRI-PAN-PRD, la cual solo favorece a los negocios capitalistas, el imperialismo y al crimen organizado. Por ello planteamos construir una nueva alternativa de izquierda en México, que se aboque a refundar el movimiento obrero en unidad con el movimiento estudiantil, de mujeres, indígenas, etc., en la perspectiva de preparar una nueva revolución mexicana en el siglo XXI.

27 de enero, México D.F.-San José, Costa Rica

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[1] Datos tomados de «México–Un pueblo azotado por la precariedad laboral y los salarios de hambre», artículo de Verónica Rivas en Socialismo o Barbarie nº 315.

[2] Durante nuestro viaje pudimos establecer muchas similitudes políticas, sociales y culturales entre México y Costa Rica, algo comprensible pues ambos países compartimos nuestra historia mesoamericana y nos ubicamos en la zona de influencia directa del imperialismo estadounidense.

[3] El 26 de enero se realizó la jornada de Acción Global por Ayotzinada, y en muchas ciudades de México se produjeron enormes movilizaciones, principalmente en el DF donde se llenó el Zócalo.

Por Víctor Artavia, para Socialismo o Barbarie, 27/01/2014

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