May - 28 - 2015

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Las recientes elecciones autonómicas y municipales han alterado profundamente el mapa electoral y político en el Estado español. Sobre el trasfondo de la crisis internacional y de una persistencia de las luchas (como la lucha en curso de las Contratas de Telefónica que hemos reflejado en estas páginas), se ha vivido este fin de semana un verdadero terremoto político cuyas consecuencias son aún imprevisibles.

La alternancia en el poder sin sobresaltos entre el PP (Partido Popular) y el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) a la que estábamos acostumbrados se acabó, al menos en el plano municipal. Aunque continúan siendo las fuerzas más votadas, su hegemonía electoral y política ha sido cuestionada con estos resultados y ninguno podrá gobernar con la tranquilidad y garantía que otorga la mayoría absoluta. Por su parte, los grandes ganadores de la elección han sido las “candidaturas ciudadanas”, ligadas a sectores de activistas, a Podemos y a formaciones como los ecologistas, sectores provenientes de Izquierda Unida (sello electoral del Partido Comunista) que formarán gobierno en Madrid (Ahora Madrid) y en Barcelona (Barcelona en Comú), además de en otras grandes ciudades.

Nos dedicaremos entonces a analizar el significado más global de estas elecciones, además de los guarismos que cada formación ha obtenido. También nos centraremos sobre el carácter de las formaciones del “nuevo reformismo” y la perspectiva de las mismas. Finalmente, dedicaremos algunas líneas al desarrollo que puede esperarse en el próximo periodo y al rol de la izquierda revolucionaria en el mismo.

Una grave derrota del PP, reflejo de un sentimiento generalizado anti-austeridad

El primer dato a tener en cuenta es la contundente caída y derrota del PP, que pierde 2 millones de votantes respecto a las elecciones anteriores (pasando del 37% al 27% a nivel nacional) y cae notoriamente en la tendencia hacia las generales. Gana en la mayoría de las Comunidades Autónomas donde gobernaba, menos en Extremadura y Canarias pero pierde todas sus mayorías absolutas. Por ejemplo, en Madrid, capital del Estado, a pesar de haber obtenido el primer lugar (34% y 21 concejales) no logrará formar gobierno. Esto es progresivo a la vez por las consecuencias concretas que tendrá a corto plazo y por el estado de ánimo más de fondo que expresa.

En lo inmediato, significa la posibilidad real y concreta de que el PP pierda poder territorial luego de años, como queda demostrado en plazas importantes como Madrid, Valencia y Baleares. Este dato no es para nada menor: de alguna manera, las elecciones municipales funcionan como un “ensayo general” de las elecciones generales (al parlamento y presidenciales) que tendrán lugar dentro de unos meses. Las mismas permiten ver en “carne y hueso” las preferencias electorales que las encuestas sólo reflejan de manera distorsionada, además de ser una prueba concreta de qué partidos son “presidenciables” y cuáles no, operando de manera significativa sobre los fenómenos electorales. No es por azar si antes de alzarse con las generales de 2011 que pusieron a Rajoy a la cabeza del Estado, el Partido Popular había logrado “teñir de azul” (por el color histórico de ese partido) el mapa electoral durante las municipales de marzo de ese año (victoria de la derecha que muchos analistas señalaron como una prueba infalible del “corto alcance” del fenómeno de los Indignados, desencadenado apenas una semana antes de las mismas)

A la vez, la derrota electoral del PP es reflejo del estado de ánimo general. La prensa burguesa y los tertulianos de derecha le atribuyen a los casos de corrupción un peso casi determinante en la derrota del PP. Sin quitarle mérito al asco compartido por la mayoría de la población frente a la corrupción, lo que ha inclinado la balanza en su contra es que en estas elecciones un amplio e importante sector se ha pronunciado en las urnas en contra de la expresión más concentrada de los partidos del régimen y de su política austericida de recortes pro Troika de hacerle pagar a los trabajadores y sectores populares el costo de la crisis capitalista. La “recuperación económica”, la “mejoría” y el histérico llamado anti-izquierda a frenar a Podemos, ejes de campaña del PP, se chocaron de narices con la cruda y cotidiana realidad material y las perspectivas de futuro de la mayoría de los españoles, para quienes la crisis, el paro, la precarización, la inestabilidad laboral, la pérdida de la salud y educación continúan siendo los motivos reales de sufrimiento y preocupación.

De ahí que el primer elemento del balance de la elección, el que ordena el resto, es precisamente ese: que se ha tratado de una derrota del PP, visto como la encarnación más profunda de las políticas anti-sociales. Que este repudio se exprese aún por la vía de formaciones como el PSOE (igualmente responsable que el PP de la situación actual) o como las “candidaturas ciudadanas” cuyos alances y límites veremos más adelante, no puede hacernos perder de vista sectariamente este hecho fundamental: el duro golpe que los trabajadores y los sectores populares han propinado a la burguesía española y a la UE ajustadora.

El PSOE: una persistencia aún débil para asegurar el recambio

El segundo elemento de la elección es que el PSOE, pilar histórico del bipartidismo y ejecutor de los primeros ataques anti-obreros al comienzo de la crisis (a través del gobierno de Zapatero, 2004-2011) ha logrado mantener sus porcentajes electorales de las últimas elecciones municipales y podría incluso recuperar ciertas alcaldías de manos del PP.

Varios elementos explican esta situación. Por un lado, no cabe duda de que el carácter de “partido histórico” del PSOE tiene un peso importante en sus resultados. Es decir, que más allá de las diferentes crisis que ha atravesado en los últimos años, aún conserva la mayor parte de su aparato histórico (extensión territorial, cuadros medios, potencia financiera, etc.) lo cual no deja de tener un peso importante en una elección de este tipo, municipal. En ese sentido, es abrumadora la diferencia entre el aparato del PSOE y los medios con los que disponían las “candidaturas ciudadanas”, sus competidoras más directas.

Por otra parte, este carácter “histórico” se refleja en una raigambre popular aún fuerte, que se refleja en que es identificado en parte como un partido “social-demócrata” y “de izquierda”, en particular frente a los derechistas del PP que han llegado por ejemplo a poner en cuestión el derecho al aborto. Las elecciones en Andalucía han sido una prueba de esto: en la Comunidad Autónoma más poblada y más pobre del Estado español, el PSOE ha ganado las últimas elecciones autonómicas con el 35% de los votos, consagrando así un gobierno que mantienen de manera ininterrumpida desde el retorno de la democracia; para estas elecciones municipales ha mantenido ese porcentaje. El “cambio de cara” del partido, que ha llevado al “joven” Pedro Sánchez a la Secretaría General en remplazo de Rubalcaba ha surtido también sus efectos.

Sin embargo, el PSOE no ha logrado candidatearse realmente como una opción de recambio al PP. En primer lugar, ha quedado en segundo lugar: 25% contra el 27% del PP. En segundo lugar, no ha logrado aglutinar los votos “anti-PP”, como lo demuestra el hecho de que mientras que el PP ha caído diez puntos, el PSOE se ha mantenido estable. En parte, un sector de los votos del PP ha sido recogido por la candidatura de Ciudadanos, partido de derecha que se abrió paso en el terreno electoral. Pero lo central, al menos en lo que hace al impacto político y mediático de la elección, es la irrupción de las “candidaturas ciudadanas”, que han opacado en parte al PSOE como “oposición por excelencia” del PP.

Las “candidaturas ciudadanas”: programa, bases sociales e institucionalización

Sin duda los “ganadores morales” de la elección han sido las “candidaturas ciudadanas”, principalmente Ahora Madrid, encabezada por la ex jueza Manuela Carmona (activista bajo el franquismo, ex militante del PCE) y Barcelona en Comú encabezada por Ada Colau (activista de la PAH, Plataforma de Afectados por la Hipoteca, organización conocida por oponerse a los desalojos).

Así, estos sectores ligados a Podemos, a formaciones ecologistas como Equo y a sectores provenientes de Izquierda Unida (que en Madrid se encuentra en una crisis terminal) han logrado alzarse con sendas victorias en Madrid y en Barcelona. En Madrid, en realidad, la lista más votada ha sido la del PP, pero el mismo no llega a la mayoría ni siquiera con un pacto con Ciudadanos: nadie descarta que será Ahora Madrid quien dirigirá el ayuntamiento. En Barcelona, la lista de Ada Colau sí ha obtenido el primer puesto, aunque también deberá poner en pie complejas arquitecturas pos-electorales para poder gobernar (con sólo 11 concejales, necesitaría el apoyo de las Candidaturas de Unidad Popular, de Izquierda Republicana de Cataluña y del Partido Socialista de Cataluña).

Si las elecciones han reflejado en su conjunto un voto castigo de los trabajadores y sectores populares contra la burguesía y el PP, no cabe duda de que la victoria de las “candidaturas ciudadanas” refuerza esta idea. Sin dejar de lado el carácter limitado de estas formaciones, sus proyectos reformistas, el hecho de que accedan al poder por vía electoral, sería de una ceguera sectaria no reflejar el hecho de que se trata de partidos “anormales” para el orden burgués –incluso, en cierto sentido, más “anormal” que Syriza, que viene del tronco más clásico del estalinismo y cuyos principales candidatos son cuadros partidarios y no “activistas sociales”-. Una foto que ha circulado por las redes en los últimos días refleja esta realidad: en la misma, tomada en ocasión de un desalojo, se ve a Ada Colau en el piso, a punto de ser levantada para ser expulsada por un policía. Luego de la victoria electoral, la misma ha circulado con la leyenda “¿La ayudo a levantarse, señora alcaldesa?”.

Sin duda, esta “anormalidad” se completa por el hecho de que, aun bajo la mediación electoral, la participación de las “bases” parece haber sido más elevada de lo que se acostumbra bajo la democracia burguesa. La elección de los candidatos y de los puntos principales del programa electoral por “voto electrónico” u otras modalidades que ya han puesto en pie partidos como Podemos, si bien no constituyen una verdadera auto-determinación por abajo, no dejan de poner una cierta presión sobre estas formaciones. Por otra parte, las elecciones parecen haber movilizado sectores amplios de los movimientos sociales que han tomado la campaña en sus manos.

Por otra parte, los programas electorales de estas formaciones no dejan de ser una novedad frente a la derecha y el social-liberalismo del PSOE. Los mismos incluyen la paralización de todos los desahucios, las multas a los bancos que poseen viviendas desocupadas, hacer pagar impuestos a la Iglesia, garantizar electricidad y agua a los sectores más pobres, garantizar derecho a la salud a los sin-papeles, transporte gratuito para los menores de 16 años, entre otras medidas. Sin duda, de llevarse adelante estas medidas serían progresivas y habría que luchar por su implementación. Un reflejo de esto es el “compromiso de las escaleras” que acaba de ser firmado por Barcelona en Comú, las CUP y ERC, donde se comprometen en caso de gobernar a no renovar los contratos de la alcaldía con Movistar, en apoyo a los trabajadores precarios en huelga contra esta empresa.

El gran problema es que, con el pie puesto en las instituciones, el curso de “normalización” de estas formaciones podría acelerarse y profundizarse aún más. En efecto, sólo podrán llegar al gobierno a través de pacto con sectores “tradicionales”, como hemos mencionado más arriba. A su vez, las “candidaturas ciudadanas” tienen la llave de la victoria del PSOE en algunas alcaldías, victorias que estos sectores estarían dispuestos a permitir bajo una óptica de “todos contra el PP”.

De ahí que las perspectivas sean de una enorme inestabilidad: las elecciones han modificado profundamente el mapa político del Estado español y son un paso suplementario en la crisis del sistema bipartidista.

Las perspectivas en el próximo periodo: ¿segunda “transición democrática” o crisis reforzada del régimen?

Lo primero que hay que señalar son los alcances y límites de la crisis del sistema bipartidista. Primero, los límites: el PP y el PSOE siguen siendo el primer y el segundo partido más votados, y dirigirán la mayoría de las alcaldías y de las comunidades autonómicas. Si lo comparamos con las elecciones en Grecia, la diferencia es abismal: allí el partido histórico Nueva Democracia alcanzó el 27%, pero el socialdemócrata PASOK se derrumbó al 5%; por otra parte, el ganador de las últimas elecciones ha sido Syriza, partido que no forma parte del bipartidismo clásico.

Respecto de los alcances de esta crisis, está claro que el sistema bipartidista está gravemente herido: el PP y el PSOE alcanzan sólo el 50% de los votos (frente al 70% en 2007 y el 60% en 2011); ya se habla de una gobernabilidad “tetrapartidista”, entre el PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos. Si de cara a estas elecciones municipales no debería haber mayores sobresaltos, lográndose acuerdos “caso por caso” en la mayoría de los municipios, un escenario idéntico en unas elecciones generales sería una verdadera pesadilla, que pondría sobre la mesa la posibilidad de una incapacidad de formar gobierno. A esta fragmentación se suma la existencia de partidos regionales de gran peso, como el PNV vasco y CiU en Cataluña, herencia de las tareas no resueltas de unidad nacional y del rompecabezas que constituye el Estado español.

En todo caso, lo que se abre en las próximas semanas es una “danza de alianzas” que dará lugar a gobiernos de todo tipo en los diferentes municipios. En parte, esta es la voluntad de los sectores ligados a Podemos: frente a la esclerosis del bipartidismo, la dispersión electoral aparecería como garantía de un “verdadero ejercicio democrático”, entre partidos “iguales” y donde el municipalismo podría permitirse todo tipo de alianzas en virtud de este carácter democrático de las instituciones, liberadas del “veneno bipartidista”.

Esta perspectiva de “regeneración democrática” del Régimen del 78 parece ser la que domina hoy en día en la dirección de Podemos y de sus sectores afines. Se trataría de “cambiar las instituciones desde adentro”, como si el simple peso electoral de formaciones no tradicionales pudiera cambiar el carácter de un régimen basado sobre la derrota histórica de la clase obrera española que significó la Transición.

Sin duda, esto sería la “lavada de cara” que los partidos del régimen necesitan. De ninguna manera los movimientos sociales y los trabajadores en lucha que han contribuido de manera central a la victoria de estas formaciones pueden contentarse de esto. Al contrario, la fragmentación electoral puede ser un golpe más para el golpeado régimen de la Transición. La inestabilidad que caracterizará los próximos meses debe ser aprovechado por los trabajadores en lucha para ahondar aún más la crisis del sistema e imponer sus reivindicaciones.

Las tareas de los revolucionarios: impulsar la movilización por abajo para conquistar nuestras reivindicaciones

Como hemos dicho, una serie de medidas levantadas por Barcelona en Comú y Ahora Madrid serían progresivas de aplicarse: negarse a esto sería de un sectarismo criminal, significaría no comprender que la situación actual no es el resultado de la “buena voluntad” de estas formaciones reformistas sino de la lucha ejemplar que los trabajadores y el pueblo español han librado estas últimas décadas. ¿Cómo no comprender que el “compromiso de las escaleras” es el resultado de la heroica huelga de más de cuarenta días de los trabajadores de las contratas y que su aplicación (que implicaría concretamente la pérdida de millones de euros en contratos con el Ayuntamiento para Movistar) sería un punto de apoyo fenomenal para esa lucha?

Junto con los puntos evocados precedentemente (voto castigo al PP, irrupción de formaciones no tradicionales, crisis del Régimen del 78), no puede perderse de vista un punto fundamental de la situación política actual: la persistencia de las luchas obreras y populares, que siguen marcando la relación de fuerzas en el Estado español y que se han colado en la disputa electoral.

Es por eso que la tarea principal de los revolucionarios es alertar sobre los peligros que la institucionalización de estas formaciones políticas conlleva y defender de manera irrenunciable que todo avance significativo en las condiciones de vida de los trabajadores y el pueblo sólo puede ser conseguido gracias a la movilización independiente. En este marco, las posiciones electorales sólo son un punto de apoyo secundario, que sería sectario abandonar, pero que no pueden ser nunca el centro de las organizaciones revolucionarias.

Por eso, sin desconocer de manera sectaria el enorme valor que la derrota del PP tiene y con la perspectiva de defender cualquier medida progresiva que estos gobiernos municipales podrían tomar frente a los ataques del gobierno central (asfixia presupuestaria, ataques judiciales de las instituciones reaccionarias de la Transición, etc.), los revolucionarios deben defender la manera intransigente la movilización de la clase obrera y la construcción de organizaciones independientes como la única salida de fondo para la crisis capitalista y para conquistar todas las reivindicaciones de los sectores en lucha.

Por Carla Tog y Ale Vinet, desde Europa para Socialismo o Barbarie, 28/05/2015

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