Ago - 6 - 2015

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En esta elección hay tres espacios y cuatro candidaturas que se autoproclaman de izquierda: la del Nuevo MAS, las dos del FIT y la del MST. Sin embargo, durante la campaña, la única lista que defendió explícitamente la idea de una sociedad socialista, tanto en sus espacios gratuitos, spots, carteles, folletos y demás materiales públicos como en el diálogo en la calle y en los lugares de estudio y trabajo, fue la de nuestro partido.

Esto, lejos de ser una cuestión menor o una curiosidad, es un índice de las profundas diferencias que nos separan respecto de cómo deben concebir los socialistas revolucionarios el aprovechamiento de una campaña electoral.

Un poco de electoralismo y otro poco de adaptación al régimen

Cabe comenzar por una aclaración obvia: no estamos planteando que en toda campaña electoral el eje de la política y la primera o principal consigna deba ser el socialismo, lo cual sería de un doctrinarismo absurdo. Por otra parte, dado el calendario electoral de la república burguesa, hay elecciones que son sólo parlamentarias, en las cuales, casi de manera “natural”, están en discusión muchas veces aspectos más parciales de la vida política, justamente porque no está en juego que fracción política se hará cargo de la administración del Estado.

Pero ese debate sí está presente en una elección presidencial, y con mayor motivo la de ahora, en que, luego de 12 años de kirchnerismo, la población entera discute qué rumbo debe tomar el país. Y en este marco, se hace indispensable para toda alternativa que pretenda ser revolucionaria plantear que la salida a los desastres de la Argentina capitalista pasa por un nuevo orden social donde sea la clase trabajadora la que de verdad decida. Y eso se llama socialismo.

No, no es la primera consigna, ni la segunda, ni la que se lleva el mayor espacio o más segundos de aire en los spots. Sabemos bien que es un debate difícil, que no es una preocupación de las masas, que está fuera de la agenda “actual”. Pero entre a) quedar como chiflados sectarios ajenos a la realidad, y b) hacer el triste papel de candidatos de izquierda que sólo hablan de lo “posible”, que no cuestionan abiertamente el orden capitalista y su régimen “democrático”, y que no proponen reemplazarlo, es evidente que puede y debe haber algún punto intermedio.

Por eso es insólito que, salvo el Nuevo MAS, el resto de las listas de izquierda no le dé ningún espacio a la idea de que éste es un país capitalista, gobernado por partidos capitalistas, con candidatos bendecidos y financiados por los capitalistas, para los cuales el capitalismo es intocable, y que todo eso debe cambiar. Que hace falta una nueva sociedad que no sea capitalista, sino socialista.

Los candidatos del Nuevo MAS se encuentran en total soledad a la hora de este planteo. Ninguna de las dos listas del FIT (mucho menos el MST) pronuncia la palabra “socialismo” en sus apariciones y materiales públicos. Claro, no es “ganchera”, probablemente no suma votos, o suma menos que otras propuestas más “vendedoras”. Encima, genera incomodidad en las mesas de debate televisivo o radial.[1] Y como al FIT nada le interesa más que los votos, incluso por encima de la posibilidad (y la necesidad) de contribuir a la educación política del movimiento de masas, no se dice lo que hay que decir. Porque no da votos, o incluso puede restarlos. Mejor, hablar de los “proyectos de ley” de los “diputados de izquierda”… como si un bloque de izquierda en el Parlamento pudiera hacer mucho más que denunciar implacablemente el carácter de clase de ésa y otras instituciones del orden capitalista, enemigas de los trabajadores.

De hecho, la práctica de barrer bajo la alfombra la consigna de socialismo es la contracara de una presencia en los medios de comunicación del régimen totalmente acrítica, y que no aparece, ni en el contenido ni en las formas, como un revulsivo, como un “cuerpo extraño” socialista y revolucionario en un ámbito que le es ajeno y hostil.[2] Todo lo contrario: la mayoría de las figuras del FIT cultivan conscientemente el perfil de “candidato que conoce y sigue las reglas del juego” de la política burguesa, sin marcar ninguna diferencia, y en algunos casos incluso sintiéndose como pez en el agua en ese ambiente.

De nuevo: nadie propone que haya que poner cara de malo y ladrarle a conductores y periodistas, sino, de alguna manera (y hay muchas), marcar una distancia entre el legítimo aprovechamiento que un candidato socialista revolucionario hace de los medios y de los espacios gratuitos –que son una conquista democrática– y el sumergirse alegremente en la maquinaria mediática del régimen, adaptándose a ella. Y una de las formas de esa adaptación es no mencionar los temas “desagradables” como el socialismo.

Las razones profundas de una omisión

Hasta aquí hemos dado cuenta de los motivos más coyunturales, político-electorales, puramente oportunistas, de que el FIT haya decidido que en una campaña presidencial donde por primera vez en 12 años se discute algo más que kirchnerismo sí o no, sino el rumbo del país en los próximos años, no hay que decir qué tipo de sociedad proponemos.

Resumamos. Primero: es más fácil y cómodo presentarse como “de izquierda” que “socialista”. Por un lado, “izquierda” es un concepto más difuso, relativo y convenientemente vago. Por el otro, la identidad socialista obliga a muchas aclaraciones: no es el “socialismo” de la URSS (ni de Cuba), ni el de la socialdemocracia europea (¡o la de Santa Fe!), y tampoco el “socialismo del siglo XXI” de Chávez. Segundo: permite hacer pie en una campaña que habla mucho de apoyar a los trabajadores y sus reclamos (con los que millones están de acuerdo) sin ligar esos reclamos a una perspectiva política socialista y anticapitalista (cuyo “consenso” ya es mucho menor). Tercero: permite darle a la campaña un tono de, por así decirlo, “sindicalismo político”: vote a los candidatos que van a defender sus reclamos y sus derechos como trabajador. Lo cual en sí mismo está muy bien, pero que si no da lugar a un planteo político e ideológico más de conjunto, que exceda los “reclamos inmediatos”, es simplemente una versión clasista del “vote a los que les resuelven sus problemas” del PRO, o una versión más consecuente de “votá con el bolsillo, votá al que te defiende el sueldo” del burócrata sindical Piumato.

Sin embargo, hay a nuestro juicio otras razones más profundas para que tanto el PO como el PTS no hagan referencia en su campaña, siquiera de pasada, a la propuesta de una sociedad socialista. Lo que hay detrás es, en el fondo, una concepción del socialismo profundamente objetivista y/o aparatesca, que no ha sacado ninguna conclusión, ni aprendido ninguna lección, del derrumbe de los proyectos “socialistas” del siglo XX hegemonizados por el stalinismo.

Aunque tienen diferencias importantes entre sí, el PO y el PTS tienen en común que desprecian la necesidad de trabajar para forjar un movimiento obrero socialista, que es algo muy distinto de un movimiento obrero dirigido por socialistas. En su concepción, la profundización de la lucha de clases, bajo la forma de huelgas, manifestaciones de masas o lo que sea, abrirá el camino para que el partido revolucionario (es decir, ellos) se haga con la dirección del movimiento obrero y lo conduzca a la victoria de la revolución socialista. Lo que no les pasa por la cabeza es que una revolución verdaderamente socialista no requiere sólo de una dirección socialista revolucionaria: es necesario además que el movimiento mismo sea socialista.[3]

Nos explicamos: no estamos hablando de que la mayoría de la clase obrera esté ganada ideológicamente para las posiciones del socialismo revolucionario, sino de que debe existir lo que es la esencia del socialismo: actividad propia y autónoma de la clase obrera, se manifieste de la manera que sea: sindicatos, organismos territoriales de doble poder, clubes, milicias… y partidos, claro está. Estas condiciones existían a comienzos del siglo XX y en la revolución rusa: el movimiento obrero europeo en su conjunto (incluido el ruso) tenía una fuerte tradición socialista en sentido amplio, en buena medida forjada en los años de la socialdemocracia. Sobre esa tradición se apoyó el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky en 1917, y se mantuvo viva en las grandes revoluciones del período de entreguerras: la alemana, la húngara, la española, los levantamientos en Italia y muchos otros.

Pues bien, el problema de la concepción del PO y el PTS es que en ella el lugar del partido revolucionario es o bien demasiado grande o demasiado pequeño. Demasiado grande, porque creen que la sola existencia del partido revolucionario dirigiendo el proceso es garantía de que el proceso va a ser socialista (aunque esa consciencia y actividad socialistas en la clase trabajadora misma no estén presentes). Y demasiado pequeño, porque como consecuencia de esa comprensión, no entienden que es una labor de primer orden del partido revolucionario socialista aportar al movimiento obrero su síntesis de experiencias históricas (¡y en eso el partido es insustituible!), a fin de fecundar, hacer progresar y orientar en un sentido revolucionario todas las nuevas luchas, experiencias y construcciones de los trabajadores en el período histórico que nos toca.

Una parte de esas responsabilidades de un partido revolucionario es, en nuestra visión, plantear como una necesidad de esta, nuestra época, el relanzamiento de la perspectiva socialista. Esa perspectiva, aun totalmente distorsionada por el stalinismo, estuvo presente en el imaginario político argentino, latinoamericano y mundial casi todo el siglo XX, pero hoy eso no es dato de la realidad, sino una tarea. Es esa tarea la que el FIT, en su oportunismo y en su concepción aparatesca, descuida totalmente hoy, desaprovechando una oportunidad única de dirigirse a un auditorio de masas. Y es esa tarea a la que el Nuevo MAS se propone aportar, con sus humildes medios, sin desubicación ni sectarismo, pero con toda convicción.

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[1].- La palabra socialismo es un buen indicador de los límites del periodismo y los periodistas. Mientras uno haga “propuestas posibles”, incluso muy de izquierda, todo son sonrisas, buenos modales y hasta elogios. Pero en cuanto se habla de cambiar la sociedad, de combatir al capitalismo y de una perspectiva socialista, desaparece la buena onda y asoman las caras serias, los rictus de desaprobación y los sutiles, o no tanto, intentos de callar al invitado molesto. La experiencia de nuestra candidata a presidenta en varios programas y canales de TV es muy ilustrativa al respecto.

[2].- En ese sentido, hay que reconocer que Luis Zamora, en la época del viejo MAS e incluso ahora (con un perfil distinto, desde ya), tanto frente a los televidentes como frente a conductores y periodistas, daba y da, mucho más que cualquier candidato del FIT, la imagen de “outsider”, de sapo de otro pozo, de figura que no pertenece al circo electoral burgués. Compárese esto con el brindis Altamira-Gelblung y episodios parecidos.

[3].- En la época de auge de los movimientos de desocupados, esto fue un debate con el PO, para el cual el Polo Obrero era una agrupación “socialista” porque estaba dirigida por socialistas… más allá de lo que sus integrantes efectivamente hicieran o pensaran.

Por Marcelo Yunes, Socialismo o Barbarie nº 343, 06/08/2015

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