Sep - 18 - 2015

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El país se encamina el 25 de octubre a una elección de “fin de ciclo”. Incluso si Scioli se impone en las presidenciales, como es lo más probable, deberá tomar medidas que no significarán una simple continuidad de la gestión K. La propia figura de Scioli significa la posibilidad de un rumbo más conservador, aun si va a estar condicionado, seguramente, por el kirchnerismo que seguirá encolumnado detrás de Cristina.

Están sobre la mesa un abanico de posibilidades: desde el “gradualismo” anunciando por el ex motonauta hasta las medidas de shock que tomaría Macri. Medidas más difíciles de implementar dadas las relaciones de fuerzas imperantes, que no parecen adelantar –no aún– un abandono del clima progresista general que viene siendo la tónica del país desde hace una larga década.

Aun así, que se vienen medidas económicas duras es un secreto a voces: la calma que se vive actualmente es ilusoria en gran medida (una calma ahora alterada por la anulación de las elecciones en Tucumán, que de ratificarse podría abrir una crisis política de proporciones cuyas consecuencias es difícil evaluar al cierre de esta edición).

Vienen colaborando a esta desacostumbrada “tranquilidad” (para los parámetros históricos de la Argentina) los avances relativos en el grado de institucionalización de la vida política del país: lo lejos que quedó el “Que se vayan todos” del 2001, un evidente logro de la burguesía.

De todas maneras, también es cierto que esta institucionalización cada dos por tres expresa problemas y baches de importancia (recordar la crisis policial a finales del 2013 y ahora el caso de Tucumán) y, sobre todo, que se vive un deterioro económico acumulativo, una seria inercia en materia de medidas económicas por parte de la burguesía: malas noticias que alguien tendrá que anunciar y que Cristina se las ha arreglado para postergar hasta el próximo gobierno.

Esas medidas afectarán las condiciones de vida de los trabajadores; dependiendo de lo duras que sean, mayor será el choque contra las expectativas –mayoritarias entre los trabajadores– de que “todo siga más o menos igual que hasta ahora”…

Este choque configurará, seguramente, un escenario el año próximo con fuertes elementos de crisis, divisiones políticas por arriba y conflictos sociales por abajo que no será la “calma chicha” actual.

En un escenario así, la izquierda en general y nuestro partido en particular tendremos la enorme responsabilidad de ser parte y estar a la cabeza de los conflictos que se desaten entre los trabajadores, la juventud y las mujeres frente al ajuste que viene.

La reunión del Comité Nacional que hemos convocado para este domingo 20 de septiembre tiene ese objetivo: preparar al partido para el escenario de una conflictividad incrementada, colocándonos también a la ofensiva respecto del debate en la izquierda: tanto en materia de dar pasos unitarios con el FIT, como alrededor del planteo de la necesidad de realizar un encuentro nacional de luchadores como se llevó adelante exitosamente en Atlanta a comienzos del 2014.

Esto al tiempo que consolidamos los pasos que venimos dando para la extensión nacional del Nuevo MAS, así como para estructurar nuevas camadas de jóvenes compañeros y compañeras entre los trabajadores (fábrica, docentes y estatales), y jugándonos con todo en lo inmediato para una delegación multitudinaria de Las Rojas en el encuentro de mujeres en Mar del Plata.

El retorno de la restricción de divisas

La base de cualquier pronóstico sobre las perspectivas del país debe partir por la economía, no solo nacional sino internacional. Brevemente, y confirmando el análisis que venimos realizando, el hecho es que el entorno económico para los países emergentes se ha deteriorado.

A China le está costando pasar de un modelo de desarrollo exportador a uno con más espacio para su mercado interno, razón por la cual está reduciendo su crecimiento y, por lo tanto, demandando menos materias primas: la caída de los precios del petróleo, minerales y agrícolas está arrastrando ya a la recesión a la mayoría de los países BRIC.

Entre ellos, y con gran incidencia en nuestro país, está la crisis económica y política en Brasil, del que se espera una caída del producto este año del 2,5% y el que viene del 0,5%.

Por otra parte, la capitulación vergonzosa del gobierno de Syriza en Grecia a las medidas de ajuste económico de las instituciones europeas, viene a dar el tono también a lo que podríamos llamar una nueva ola de ajustes económicos antiobreros y antipopulares frente al recrudecimiento de la crisis, lo que sumado a la devaluación de las monedas en la mayoría de los países emergentes, suma presión para el ajuste económico en la Argentina.

La avería del contexto internacional en el que se mueve la economía nacional, se suma a la situación de crisis o, más bien, de acumulativo deterioro económico en que se viene moviendo la Argentina desde hace algunos años.

Un deterioro económico que el gobierno de Cristina ha sabido administrar para que no le estalle en las manos, pero que no por ello deja de evidenciar que la economía se ha puesto en una zona de problemas: una circunstancia desfavorable que exige “soluciones” que no podrán ser postergadas mucho más allá de diciembre próximo.

La madre de todos los problemas es el retorno de la famosa restricción de divisas, crisis que periódicamente golpea economías a dependientes como la Argentina[1].

¿Qué significa esta restricción? Simple: periódicamente le faltan al país los dólares necesarios para operar sus intercambios con el mundo, intercambios multiplicados en las condiciones de la mundialización del capitalismo y la división del trabajo internacional que la misma supone y ha consolidado (y que significan que ninguna rama productiva está enteramente en un solo país).

La expresión de esto que estamos señalando es que la Argentina se encuentra hoy en una situación de debilidad en materia de divisas en el Banco Central, debilidad que no ha encontrado solución más allá de que el gobierno haya logrado patear el problema hacia adelante.

Al país le faltan dólares; de ahí la presión que permanentemente se renueva hacia la devaluación. Y no solamente le faltan dólares: también le sobran pesos, porque mediante la emisión monetaria el gobierno se ha dedicado a tapar los baches económicos (lo que ha redundado en una presión al alza de los precios, inflación).

Las condiciones económicas en las que opera la economía nacional se han deteriorado en los últimos años. Su consecuencia más general ha sido un estancamiento económico que ya se extiende por varios años.

Las materias primas exportables –sobre todo las del agro y la soja– vienen en retroceso, sus precios se han recortado un 40% promedio. A modo de ejemplo podemos tomar la tonelada de soja, que llegó a tocar un techo de 550 dólares para hoy descender a 340.

Esto ha debilitado los ingresos en el interior del país, en el campo y en las economías regionales, amén de haber achicado los ingresos por retenciones por parte del Estado, así como la declaración de divisas por parte de las exportadoras del sector.

A esto se suma la señalada crisis recesiva en Brasil, la que está afectando de manera directa el principal complejo industrial del país: el automotriz.

Incluso el turismo se ha transformado en un factor de drenaje de divisas, porque el atraso cambiario está haciendo barato para las clases medias viajar al exterior, y más oneroso para el turismo extranjero para venir a la Argentina.

En la base de este deterioro está no solamente el cambio de las condiciones económicas internacionales, sino también el progresivo deterioro de la competitividad de la economía nacional: se ha producido un encarecimiento de los costos de la producción nacional medidos en términos de dólares.

Presionan para esto dos factores que son complementarios. Por un lado, ante el deterioro del ambiente económico internacional, la mayoría de los países emergentes ha devaluado sus monedas. La Argentina se ha hecho más cara en dólares respecto de sus pares; las devaluaciones graduales del dólar oficial no llegan ni de lejos a igualar los guarismos que se están manejando en Brasil y otros países de la región (¡el tope ha sido alcanzado por Colombia, cuya moneda se devaluó en lo que va del año un 55%!).

Por otro lado, la suma de la escasez de dólares, la emisión monetaria creciente y una economía estancada por varios años mantienen alto el incremento de los precios, lo que encarece los costos en dólares de la producción nacional.

Es verdad que este año la inflación parece haberse moderado en algo –atención, que de producirse una devaluación abrupta del peso, la inflación volvería a dar un fuerte respingo como a comienzos del 2014–.

De todos modos, un aumento general de los precios del 25% al 27% anual –como es la marca actual– sigue siendo una inflación muy alta para los parámetros internacionales; otro de los factores que conspiran contra la competitividad de la economía nacional.

La suma de estos factores son los que se expresan en el salto del dólar paralelo a 16 pesos en las últimas semanas. Desde un punto de vista político general, la escalada del paralelo expresa que los mercados han tomado nota de que lo más probable es que Scioli, un gobierno “pos-kirchnerista”, tomará las riendas.

Pero de todos modos, detrás del factor político está el económico material: el país ha perdido competitividad, el dólar debe ser administrado mediante el mecanismo del “cepo”, el que si se levantara en las actuales condiciones de bajas reservas de divisas, llevarían el dólar (y los precios en general) abruptamente para arriba.

Esta situación de deterioro económico, este debate acerca de cómo el país saldrá de la susodicha restricción de divisas, esta emisión monetaria sin el suficiente respaldo en divisas, la circunstancia de una serie de subsidios cruzados que mantienen relativamente bajas las tarifas de los servicios públicos y del transporte, son todos factores que hacen a los desequilibrios de la economía nacional y que preanuncian perentorias medidas para luego de la asunción del nuevo gobierno.

El poder de chantaje de los fondos buitre

Aquí es donde se coloca el poder de chantaje de los fondos buitre: son ellos los que tienen en sus manos la posibilidad de regular la medida del ajuste que se viene.

¿En qué sentido? Todos los analistas señalan que a pesar de los desequilibrios de la economía nacional, esta tiene un elemento favorable que puede ser utilizado por el gobierno que viene: el bajo nivel de endeudamiento externo privado del país.

Una combinación de factores ha dado como resultado que la deuda externa privada de la Argentina alcance hoy solo 60.000 millones de dólares (un escaso 10% del PBI).

Una suma de circunstancias ha dado lugar a este resultado. Primero, la cesación de pagos en la que cayó el país a comienzos de la década pasada y que le posibilitó al kirchnerismo una reestructuración con quita en el pago de la deuda que la achicó un 40%.

Sumado a esto, Néstor y Cristina le pagaron (al contado) 10.000 millones de dólares al FMI, así como llevaron adelante pagos generales por la escandalosa cifra de 200.000 millones de dólares a los acreedores externos, esto sobre la base de los inmensos ingresos que gozó el país en el apogeo de los precios de las materias primas[2].

Al tiempo que parte sustancial de la deuda externa era reestructurada, otra parte del endeudamiento del Estado (que estaba en manos de las AFJP), fue estatizada, con lo que se transformó en una deuda interna del mismo Estado y, por añadidura, nominada en pesos.

Conclusión: si la deuda pública alcanza hoy 240.000 millones de dólares, sólo 60.000 se deben al exterior, lo que abre posibilidades de conseguir financiamiento externo (todavía) a intereses accesibles.

Y decimos “todavía” porque la Reserva Federal yanqui (el banco central de dicho país) se apresta a acabar con la política de tasas de interés cero que tiene desde el 2008 y que hizo las delicias del flujo de capital barato que fue a parar a los mercados emergentes.

Si bien este “paraíso financiero” de tasas nulas tiende a acabarse, de todos modos su aumento será gradual, y si el país lograra arreglar con los fondos buitre tendría margen para endeudarse con el exterior y moderar así en algo las medidas de ajuste.

Total, para el gobierno que asuma pagar esa nueva deuda será como un “paga dios”: un endeudamiento a ser pagado por quien venga después, lo que en lo inmediato puede mejorar la posición en divisas del Estado argentino.

Es ahí donde se coloca, entonces, el problema de los fondos buitre: han dejado trascender que están dispuestos a negociar plazos y tasas, pero eso sí: ¡quieren que se les pague el 100% del capital nominal que figura en sus títulos fallidos!

Eso significa 20.000 millones de dólares que deberían ser pagados con nuevo endeudamiento, además de que legitimaría la estafa con la que se enriquecen los buitres, a saber, cobrar al 100% bonos comprados al 5% de su valor real. Acordar un pago así, sin quita alguna, sería humillante para el gobierno que lo haga, más allá de las promesas de créditos baratos que se podrían obtener a partir de ese arreglo (hoy la Argentina, como producto de este default con los buitres, tiene cerrado el acceso al crédito internacional a tasas razonables).

¿Gradualismo o shock?

De todas maneras, todos los analistas señalan que la primera medida del nuevo gobierno, sea cual sea, será intentar arreglar con los holdouts. Un arreglo de ese tipo abriría el grifo a un nuevo endeudamiento.

Evidentemente, no ha de ser tan simple ese arreglo; si no, Cristina y Kicillof lo habrían llevado adelante. Es que, insistimos, se trata de sancionar una estafa, porque, como su nombre lo indica, son fondos que han comido de la “carroña” de títulos basura que ahora se intentarán hacer valer al cien por ciento de su valor nominal.

Sin embargo, el arreglo con ellos es un paso obligado: los asesores económicos de Scioli, Macri y Massa destacan que la “llave” de la creación de nueva deuda es la principal herramienta que tendrán a mano para diseñar el nuevo plan económico.

De todos modos, Scioli (y también Massa) expresa una orientación respecto del ajuste más “realista” –por así decirlo– y Macri una más “irreal”. Es que las medidas que se tomen no pueden depender solamente de razones económicas consideradas en abstracto; ninguna medida puede ser estrictamente económica: está vinculada a clases sociales y sectores de clase de carne y hueso.

La cuestión en realidad es más sencilla de lo que parece: Scioli, en las formulaciones de sus economistas (Bein y Blejer), se muestra más atento a las relaciones de fuerzas imperantes: de ahí que hable de un ajuste “gradual”.

Por su parte, las políticas de shock que promueve por lo bajo Macri parecen desconocer las consecuencias sociales que tendría aplicar de un saque un fuerte ajuste devaluatorio (liberar el dólar y podar el gasto público de manera brutal).

Ahora bien: no se puede tener duda alguna de que se viene un ajuste económico, incluso si el país entra en un nuevo ciclo de endeudamiento; incluso si ese ciclo de endeudamiento renovado puede permitir administrar las “correcciones económicas” que la burguesía juzga necesarias.

Veamos cómo funcionarían estas medidas. El dólar está atrasado, en eso coinciden todos los economistas. ¿Cómo hacer para corregir esto? Macri propone devaluar la moneda de un solo golpe dejando flotar el dólar libremente. La consecuencia de esto: imponer una reducción del salario real abierta, directa, por vía de una fuerte devaluación.

Devaluación que a la vez, para evitar que rápidamente se traslade a los precios, necesitaría de un fuerte ajuste en el gasto del Estado induciendo una recesión económica que tire para abajo el nivel del empleo, moderando de esta manera los pedidos de aumento salarial.

Se trataría de un ajuste económico abierto con ataque directo a las condiciones de vida.

¿Es distinto lo que quiere Scioli? En realidad, no. El equipo económico del actual gobernador de Buenos Aires también busca mejorar el tipo de cambio (no por nada la flor y nata de la burocracia sindical de ambas CGT están intentando legitimar una devaluación como supuesta forma de garantizar “que no se pierdan los empleos”; volveremos sobre esto).

A lo que apunta es a un mix de medidas: tocar un poco el tipo de cambio y, al mismo tiempo, por la vía del tan mentado (¡como difícil de aplicar!) “pacto social”, imponer salarios a la baja que combinados con una moderación en el gasto del estado (aumento de tarifas y quita de subsidios) y una reducción del ritmo de emisión monetaria, permitan moderar la inflación, reducir los precios en dólares y ganar competitividad por esa vía.

Es decir: lograr por la vía “gradual” lo mismo que pretende Macri por el camino del “shock”.

De todas maneras, hay que alertar que un gobierno recién electo puede ser poderoso pero nunca todopoderoso. ¿Qué queremos decir con esto? Que las medidas que se vean “obligados” a tomar Scioli o Macri dependerán, en definitiva, de la suma de condiciones que rodeen su asunción.

Lo primero, como nos referimos arriba, tiene que ver con hasta dónde llegará el deterioro económico más global. Segundo, en qué medida se logre un acuerdo con los buitres, así como la velocidad con que se conseguirá crédito internacional.

Factores que redundarán, en definitiva, en el nivel de ingreso de divisas, dando la medida del ajuste que viene (amén de la resistencia que ofrezcan los trabajadores, lo que abordaremos abajo).

¿Qué consenso se impondrá?

Antes de proseguir debemos incorporar alguna previsión sobre el posible resultado el 25 de octubre y la eventualidad de una segunda vuelta.

Luego de las PASO se vivieron una serie de crisis que podrían haber cambiado el panorama electoral: las inundaciones en provincia de Buenos Aires, la escalada del dólar paralelo y la crisis institucional estallada en las elecciones en Tucumán por las denuncias de fraude.

Nada de esto pareció alterar hasta hoy la perspectiva de que en primera vuelta Scioli obtenga el 40%, Macri el 30% y Massa el 20%.

Sin embargo, al momento de cierre de esta edición, se acaba de anunciar la anulación de los comicios en dicha provincia: las elecciones deberían hacerse nuevamente.

En cierto modo, se trata de una decisión que sorprende porque el escrutinio definitivo confirmó los resultados del provisorio otorgándole el triunfo a Manzur sobre Cano por 12 puntos.

De todos modos esta medida es apelable y, al parecer, en la Corte Suprema provincial el kirchnerismo tendría mayoría; pero de todos modos no es cualquier cosa una denuncia de fraude (la primera de esta magnitud en la Argentina desde 1983), ni el hecho de que se vayan a realizar eventualmente los comicios de nuevo.

En todo caso se trata de una expresión de que el régimen político, y sobre todo el régimen electoral, no está suficientemente consolidado, sobre todo en materia del régimen de votación, como muestra todo el debate que se ha abierto alrededor del tipo de boleta a utilizar.

En todo caso, se verá si esta circunstancia altera los posibles escenarios para el 25/10. En todo caso, no creemos que se modifique lo que podríamos llamar los “fundamentos” de ese escenario.

En el caso de Scioli, lo favorece un voto “conservador” (o “conservador progresista”) mayoritario de los trabajadores. El hecho de que siga pesando en la memoria la catástrofe de miseria y desempleo del 2001, y que en la comparación sientan –correctamente– que están mejor que entonces.

Por su parte, Massa recoge una franja de los votantes peronistas tradicionales (también trabajadores, cuyo núcleo está básicamente en la zona norte del Gran Buenos Aires) que se identifican con una crítica política esencialmente por la derecha al kirchnerismo (aunque tiene peso el reclamo enarbolado por Massa del fin del impuesto al trabajo) y que lo votarían a él alrededor de un mix heterogéneo de medidas: desde la señalada eliminación del impuesto al trabajo hasta reaccionarias medidas en materia de seguridad.

Por su parte, Macri cosecha una franja mayoritaria de unas clases medias volcadas hacia la derecha hace tiempo y que son las que dieron base social a la protesta del campo en el 2008, a los distintos cacerolazos masivos en los años subsiguientes, a las movilizaciones por Nisman y fenómenos del mismo tipo de los se pueden observar hoy en Brasil, por poner un ejemplo (el caso de Tucumán es algo más complejo).

De todos modos, hay que señalar que una franja minoritaria de las clases medias votarán a los K (y a Scioli con la nariz tapada); y también entre las franjas juveniles, del movimiento de mujeres y de las clases medias progresistas habrá votos para la izquierda roja, así como existe una franja de la nueva generación obrera, estratégica, que la vota.

¿Para dónde oscilará el péndulo político de la elección?

Si en el 2011 el desplazamiento fue del centro hacia la centroizquierda (Cristina reelecta con el 54% de los votos y Binner segundo con el 17%), hoy el desplazamiento es del “centro progresista” (representado, sin embargo, por una figura más conservadora como Scioli) hacia la centroderecha.

Este es un dato de la realidad que no se puede ocultar, aunque es todavía estrictamente electoral: para significar un giro a la derecha de conjunto, debe ser llevado a las relaciones de fuerzas reales entre las clases.

Al mismo tiempo, pesa un factor más estructural: la transición gubernamental se viene llevando adelante de una manera relativamente más estable que lo acostumbrado, aunque ahora la convocatoria a nuevas elecciones en Tucumán introduce un elemento cuyos alcances habrá que mensurar.

El año electoral ha transcurrido bajo patrones mayormente estables, lo cual expresa –más allá de la crisis en el sistema de votación y el no resuelto deterioro en el sistema de partidos– un determinado grado de “reabsorción” democrático-burguesa, institucional, de las demandas de la sociedad, de los explotados y oprimidos, de los trabajadores.

Sin embargo, ver sólo este factor sería un error de proporciones: el país sigue sin ser un país “normal”: la Argentina sigue siendo un país movilizado, un país instalado en un “clima progresista” general en el que, si bien no se vive un ascenso generalizado de las luchas ni una radicalización política en regla, es difícil pensar que la reinstalación de un “consenso neoliberal” como el de los años 90 sea cosa sencilla.

La continuidad de fuertes elementos de un consenso “progresista”, la traducción política y electoral de determinadas relaciones de fuerzas aún imperantes, son las que hacen prever –en definitiva– un triunfo de Scioli.

Sin embargo, lo ajustado de la diferencia que se observa para la primera vuelta, sumada a la posibilidad –que no se puede desechar, menos que menos luego de las novedades en Tucumán– de una segunda, pondrían bajo presión al FpV.

“Bajo presión” decimos porque no está claro que sea realista pensar, realmente, que incluso en esa instancia sea lo más factible un triunfo de Macri: repartiéndose el voto de Massa por mitades, con Scioli haciéndose de parte del voto de Stolbizer (y algo de la izquierda), no se ve cómo Macri podría ganar la segunda vuelta.

Pero queda la salvedad de que la Argentina es un país políticamente muy dinámico y entonces, hasta que los resultados del 25 y una eventual segunda vuelta no “canten”, todo análisis que podamos hacer hoy sobre las perspectivas debe ser provisorio.

Las perspectivas de la respuesta obrera

La discusión más importante hace a la dinámica que se viene. De ninguna manera se puede esperar que el gobierno que asuma no pase por zozobras, crisis, conflictos, problemas, y/o divisiones en las alturas en materia de las medidas a tomar.

En un régimen presidencialista, la figura del titular del Ejecutivo es muy importante y habrá que ver si Scioli (¡ni hablemos si el presidente fuera Macri!) puede ser tan buen “piloto de tormentas” como lo fueron los esposos Kirchner; si tiene la “cintura política” (muy dudoso) que estos exhibieron.

Pero además, hay otro problema crucial: sin ninguna duda el gobierno que viene va a tener que tomar medidas que en su casi totalidad serán antipáticas para los trabajadores.

Más o menos “administrado”, con más o menos financiamiento, se viene un ajuste económico, un ataque a las condiciones de vida de los trabajadores, que será más duro dependiendo no de la voluntad del nuevo gobierno, sino de variables que este no maneja, que son objetivas: el grado de deterioro de la economía mundial, el grado de deterioro de los países del mundo emergente, el grado de deterioro que exhibe la economía nacional y el margen de maniobras que pueda obtener en ese contexto.

De ahí entonces el “choque de expectativas” que puede generarse: la mayoría de los trabajadores no esperan un fuerte ajuste económico; esperan seguir viviendo como hasta ahora: un nivel de empleo relativamente alto (aunque mucho sea trabajo precario y súper explotado); salarios que, si no son elevados evidentemente, no son de miseria; seguir manejándose con la tarjeta y el crédito al consumo, etcétera.

¿Dónde colocar en este “universo de expectativas” las suspensiones y los despidos que se vienen, los salarios a la baja, el aumento de los precios, el aumento de las tarifas, el encarecimiento de la vida en general?

Esto es lo que nos remite, específicamente, a la situación del movimiento obrero en las fábricas, a la posibilidad de conflictos y al rol de la burocracia.

Arranquemos por esta última: ni lerda ni perezosa, está abriendo el paraguas legitimando las medidas devaluatorias. Su discurso es más o menos así: “Muchachos, si no quieren que se pierdan los puestos de trabajo, si no quieren que perdamos las ventas a Brasil, entonces se tiene que venir una devaluación”…

Caló participa de los actos de Scioli, Moyano disfruta su rol de presidente de Independiente y de las intrigas del nuevo jefe de la AFA; de medidas de lucha, bien gracias: la burocracia sindical peronista se vuelve a mostrar como un factor de estabilidad en medio de tiempos electorales.

En lo que hace a la base trabajadora, entre la nueva generación obrera la izquierda ha venido logrando progresos, algunos de importancia. Sin embargo, en cuanto a algunas de las mayores acechanzas que tuvo la burocracia en el último período, sobre todo en el gremio más estratégico como es hoy el SMATA, ya sabemos cómo terminaron las principales peleas el año pasado: en las sendas derrotas de Gestamp y Lear, que más allá de que dejaron enormes enseñanzas, fueron derrotas durísimas que llevaron tranquilidad al monopolio de la burocracia en dicho gremio. Derrotas, por lo demás, de peso en la zona norte del Gran Buenos Aires, la más estratégica del país.

Pero de todos modos, la izquierda está consolidada en determinados sectores, en determinados gremios o lugares de trabajo, en determinados “bastiones”; el proceso de recomposición y la nueva generación obrera son un factor de la realidad entre amplios sectores de vanguardia, aunque aún no alcanza a cuestionar de conjunto el monopolio burocrático (periodistas como Cárpena de Clarín, que sigue el “mundo sindical”, han tomado nota de esta realidad de la izquierda en el movimiento obrero, razón por la cual en sus editoriales semanales siempre hay párrafos dedicados a esta)[3].

Esto es lo que coloca interrogantes acerca de cómo puede ser la respuesta obrera frente a las eventuales medidas de ajuste. Esto debemos estudiarlo más en profundidad.

Ha habido conflictos muy duros derrotados como Gestamp y Lear. Al mismo tiempo, el gobierno (y las patronales a instancias de él) se han cuidado como de la peste de producir despidos masivos y más bien apelan a las suspensiones (lo que también configura, atención, un tributo a las relaciones de fuerzas vigentes, porque a la patronal le convendría una tasa de desempleo superior a la actual).

¿Seguirá siendo esto así? ¿Podrá el nuevo gobierno seguir apelando a las patronales para que no despidan masivamente? ¿Qué respuesta daría la base trabajadora si se produjesen despidos en masa?

Más en general: ¿qué respuesta podría dar a una devaluación y ajuste económico en regla como se podría venir, incluso si un gobierno como el de Scioli prefiriera evitar medidas de shock pero “no le quedara otra alternativa” al no llegar a un acuerdo con los fondos buitre?

Se trata de interrogantes que es muy difícil responder de manera categórica por anticipado. Atención: en el movimiento obrero, a pesar de la continuidad del dominio burocrático y de las condiciones de súper explotación del trabajo vigentes, hay conquistas de envergadura que perviven y que van a ser defendidas de una manera u otra: desde el alto nivel de empleo, un nivel salarial que en determinadas ramas de la industria es importante, la nueva generación obrera y las posiciones de vanguardia ganadas por la izquierda trotskista, así como una serie de logros inmensos en materia del derecho laboral, como los fallos conquistados contra la discriminación sindical, las reinstalaciones y un largo etcétera[4].

En conclusión: un “ajuste administrado” podrá causar bronca y conflictos, pero si va acompañado por un pacto social exitoso (algo muy difícil) podría en todo caso amortiguar en algo la conflictividad social.

Un ajuste por el mecanismo del shock (sea porque gane Macri la elección –lo más improbable– o porque el deterioro del ambiente económico fuerce a ello a Scioli), significaría un abierto desafío a las relaciones de fuerzas y podría dar lugar a una crisis general tipo Brasil (aunque con un eventual desborde por la izquierda y no por la derecha).

Un escenario que no parece por ahora el más probable, hasta por el hecho de que el FpV se muestra más sólido que el PT y que, además, la Argentina ha demostrado mucho más dinamismo político-social en la última década que Brasil: una orientación así podría significar jugar con fuego.

Las responsabilidades de la izquierda

Es hora de colocar, entonces, las responsabilidades de la izquierda en este contexto. La izquierda clasista, de origen trotskista, pasa en nuestro país por un momento de suma importancia. Internacionalmente la Argentina siempre se ha mostrado como un país donde ha sido fuerte nuestra tradición política, y los últimos quince años no han sido la excepción.

Bajo el contraste del estallido o debilitamiento extremo de las alternativas de izquierda de origen estalinista, maoísta y castrista (incluso del chavismo), el trotskismo se ha venido consolidando en varios terrenos llegando a alcanzar cierta hegemonía en la amplia vanguardia o, incluso más allá, cierta influencia minoritaria electoral de masas.

A los logros en materia “territorial” entre el movimiento piquetero (hoy prácticamente reabsorbidos), en el movimiento estudiantil, tradicionalmente entre docentes y estatales, en el movimiento de mujeres, y de importancia estratégica mayor entre las nuevas generaciones del proletariado industrial, se le sumaron logros en material electoral.

Es verdad que en el país hay una franja electoral que el trotskismo viene acaparando –con subas y bajas– desde hace dos o tres décadas; también lo es que la representación parlamentaria obtenida por el FIT (tres diputados nacionales además de los logros en las legislaturas provinciales), con ser modestos objetivamente, son de envergadura para sus patrones históricos y de enorme importancia para el caso de que la situación política se radicalice.

El FIT ha obtenido votos y representación parlamentaria; nuestro partido, desde afuera del FIT, logró por dos elecciones consecutivas una votación enormemente digna de cien mil votos.

En el 2013 el FIT obtuvo en las PASO 900.000 votos, en las últimas 700.000; mientras tanto, el nuevo MAS de alguna manera “consolidó” (aunque esta palabra no es la más adecuada, porque los votos inevitablemente van y vienen) un piso de 100.000, un logro nada menor teniendo en cuenta las proporciones con las listas del FIT el 9 de agosto, de 3 a 1 con respecto al PTS y el PO. Sobre esto hemos escrito y no vamos a detenernos aquí.

Por otro lado, y como se evidenció en las elecciones del año (sobre todo en Salta), los votos de la izquierda son expresión –distorsionada– de un determinado progreso: no pueden escindirse del desarrollo más general de la lucha de clases (aunque estas proporciones admitan todo tipo de desigualdades).

De ahí el planteo de que hay que traducir los resultados electorales (¡no solo del FIT, sino más agudamente los del nuevo MAS!) en construcción orgánica, a riesgo de que suceda lo que le paso al PO en Salta: se crea una imagen de “gran partido” porque se obtiene una inmensa votación, pero luego, porque la lucha de clases no da, porque la envergadura e inserción partidaria es totalmente desproporcionada, se pincha el globo de las expectativas de los votantes que “no ven que esos candidatos hagan algo” y terminan votando a otra cosa…[5]

En todo caso, el debate con el PO estos últimos años ha sido su respecto de construcción unilateralmente territorial, sin darle jerarquía a la construcción orgánica en el seno de los trabajadores, del proletariado; su cretinismo (aun teniendo una amplia juventud partidaria) al no proletarizar jóvenes en fábrica, una tarea nada sencilla pero que es imprescindible encarar en las actuales condiciones de baja politización de los trabajadores en general.

Más en general, nuestro debate es con respecto al FIT como un todo, porque es –¡hoy más que nunca después de la interna despolitizada sustanciada entre el PTS y el PO!– una mera cooperativa electoral con muy bajos o nulos reflejos en materia de la lucha de clases.

Esto se vio reflejado (de manera dramática) a comienzos del 2014: cuando la devaluación de Cristina y el ajuste subsiguiente, no atinaron a hacer nada. El PO estaba dedicado a sus ensoñaciones electorales y el PTS a los “presos de Las Heras”, en vez de colocar en el centro la pelea contra el ajuste (como hizo nuestro partido, que tuvo una prueba de fuego en el durísimo conflicto de Gestamp).

No podemos desarrollar aquí todo el debate estratégico que está planteando en la izquierda; menos que menos repetir la polémica con el PTS a propósito de las luchas de Lear y Gestamp, cuyas enseñanzas seguramente se pondrán nuevamente a la orden del día en el próximo período y están plenamente vigentes. Sí señalar un aspecto central: las responsabilidades que tendrá la izquierda frente al ajuste que se viene.

Más allá de octubre, pero también hacia octubre, la actividad y la campaña electoral de la izquierda revolucionaria deben enfocarse en denunciar el ajuste que viene, presentar un programa alternativo para que la crisis la paguen los capitalistas y, de alguna manera, prepararse para las luchas que vengan.

Desde ahora mismo hay que comenzar a prepararse para participar en las luchas que comiencen contra las medidas antiobreras del gobierno que viene; esa será parte sustancial de la actividad de nuestro partido en el 2016 (a lo que puede ir perfilándose la idea de la necesidad de un encuentro de trabajadores siguiendo la estela de la experiencia que se ensayó en 2014).

A la vez, el 25 de octubre no se puede obviar y, además, los resultados y proporciones obtenidos el 9 de agosto dejaron colocado el debate de la unidad de la izquierda clasista: la posibilidad de una confluencia entre el FIT y el Nuevo MAS.

Tenemos la valoración de que nuestro partido conquistó ante la amplia vanguardia el reclamo al FIT por su inexplicable negativa a integrarnos: no tienen una razón política, sino solamente “porotera”.

Por lo demás, está el problema no resuelto del tipo de campaña que va a llevar adelante el FIT hacia octubre; el tipo de alerta que vaya a colocar alrededor de lo que se viene y la necesidad de manifestar un voto de clase.

Los cien mil votos obtenidos por nuestro partido en 2013, ratificados en el 2015, y el contenido político de nuestra histórica campaña presidencial (que llevamos adelante con Manuela y Jorge como candidatos a presidente y vice), han dejado instalado el problema de la unidad de la izquierda clasista y sobre eso también vamos a machacar.

¡Vamos por un gran partido nacional!

De ahí que en esta edición estemos sacando un llamamiento a los integrantes del FIT para intercambiar ideas sobre esta perspectiva de unidad electoral de la izquierda clasista, así como el tipo de campaña electoral a realizar para el 25/10 y la manera de prepararnos para el escenario de crisis que se viene, convocando a un encuentro obrero o una iniciativa por el estilo.

En todo caso, desde ahora mismo podemos adelantar las tareas que tenemos planteadas como organización: dar pasos en la extensión nacional de nuestro partido; defender la legalidad nacional partidaria que conquistamos con tanto esfuerzo, así como obtener la legalidad en nuevas provincias; preparar una delegación multitudinaria de Las Rojas al encuentro en Mar del Plata. Y, sobre todo, prepararnos para las luchas obreras que se vienen avanzando en la estructuración de nuevos compañeros y compañeras entre los trabajadores en general y el proletariado en particular.

Es alrededor de estos objetivos generales que realizaremos esta reunión de Comité Nacional el domingo 20 con la perspectiva de avanzar en la construcción de nuestro partido como un partido verdaderamente nacional.

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[1] El famoso “ciclo por restricción de divisas” (que el kirchnerismo había dicho que estaba “superado” y que simplemente tuvo que ver con los excepcionales precios de las materias primas en la última década), funciona de la siguiente manera: el país va a una crisis por falta de divisas, los salarios y los costos en general caen, la economía entra en recesión, a partir de esa competitividad recuperada comienzan nuevamente a aumentar las exportaciones, comienza el crecimiento y entonces aumentan los salarios, las importaciones también crecen para garantizar los insumos necesarios para la producción; pero entonces, ante el aumento de los costos en general, la competitividad comienza nuevamente a caer, la economía llega a un punto de “saturación” y los saldos en dólares vuelven a caer y, entonces, se reinicia todo el ciclo por falta de suficiente generación de divisas.

[2] Como “pagadores seriales” proclamó honestamente Cristina a los gobiernos del ciclo kirchnerista. Y eso fueron efectivamente: dejaron exhaustas las reservas con esos pagos siderales. De haberse aplicado esos fondos a inversiones estructurales en el país, otra cosa seria el entramado industrial de la Argentina. Sin embargo, el kirchnerismo se encargó muy bien de mostrar todos los históricos límites de estos típicos gobiernos progresistas, que hacen que ni por asomo se pueda hablar en este siglo XXI de una “burguesía nacional” con vocación de desarrollo autocentrado.

[3] No podemos en esta nota dedicarnos a profundizar en el proceso de la recomposición en su conjunto, el momento por el que está pasando, su dinámica, etcétera, lo que deberá ser objeto de una evaluación más en su conjunto en otra oportunidad; se trata de un análisis de importancia porque esta misma recomposición se pondrá a prueba, seguramente, frente a las medidas de ajuste que se vienen, como así también en los pasos que el nuevo gobierno y la burocracia pretenderán dar para dificultar que siga avanzando el proceso de cuestionamiento al monopolio de la representación sindical en manos de los dirigentes tradicionales.

[4] Fallos por los cuales logramos que Maxi reingresara a Firestone, por los cuales estamos ahora en la pelea por Tehuelche en la misma planta, por los cuales se logró en su momento reincorporar los compañeros de Fate y demás experiencias que se están viviendo en varias plantas del país.

[5] De manera inédita, el PO ha salido a reconocer esta realidad en un reciente artículo sobre la situación en Salta: “Realizaremos una conferencia partidaria en el segundo fin de semana de septiembre para definir con claridad los objetivos del desarrollo partidario y como una nueva instancia para homogeneizar el partido, en especial los nuevos compañeros ganados en la lucha electoral, en el alcance estratégico de la lucha que estamos dando. Afianzar y extender este desarrollo partidario es la única vía para superar la contradicción entre nuestros grandes resultados electorales y la fuerza social que logramos organizar” (“Resolución sobre Salta”, Prensa Obrera nª1377, los subrayados son nuestros).

Por José Luis Rojo, para la reunión ampliada del Comité Nacional de Nuevos MAS, 17/09/2015

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