Nov - 1 - 2004

Notas sobre la teoría de la revolución permanente a comienzos del siglo XXI – II

Las revoluciones de posguerra y el movimiento trotskista

Primera parte

Trotsky tomó relevo en el momento más oscuro del siglo XX. De ahí su mérito histórico imperecedero y su aporte a la tradición del marxismo revolucionario y militante. No tenemos posibilidad aquí de desarrollar una valoración del proceso anterior a la fundación de la IV Internacional o de sistematizar los debates en torno a ella. Pero queremos dejar sentada con toda claridad nuestra posición acerca de la incuestionable legitimidad histórica de la fundación de la IV [1] y del valor de haber dejado organizado al marxismo revolucionario en el peor momento de la historia de la lucha de clases obrera desde su constitución en movimiento obrero en el siglo XIX.

El propio Trotsky se mostró consciente de su obra cuando valoró la fundación de la IV como la tarea específica que nadie –en ese momento histórico determinado– hubiera podido hacer por él.

Desde este punto de vista, es relevante dejar anotados aquí los fundamentos teóricos de la cerrada oposición de Isaac Deutscher (conocido biógrafo de Trotsky) a la fundación de la IV, en función de una concepción objetivista y capituladora que veía a la burocracia estalinista como “progresiva” y “realizadora del legado de Octubre”, tal como la resume Alex Callinicos: “(…) Deutscher está completamente fascinado –se puede decir obsesionado– por analogías entre la revolución burguesa (la francesa en particular) y la revolución bolchevique (…) Deutscher postulaba una ley general histórica [o más bien suprahistórica. RS] según la cual las revoluciones se movían de una fase de movilización popular en la cual los revolucionarios gozaban de apoyo popular a otra en la cual son llevados por los acontecimientos a establecer una dictadura minoritaria que preserve las conquistas de la revolución al precio de la represión (…) de la extrema izquierda (…). El surgimiento de Stalin, como el de Cromwell y Napoleón antes de él, era históricamente inevitable. Más aún, representaba no la traición de la revolución, sino su continuación (…) La cuestión subyacente en el modo de presentación de Deutscher es que la clase trabajadora rusa y la clase trabajadora internacional no estaban maduras más que para un rol pasivo frente a los acontecimientos, y que Stalin tenía que llevar adelante la ‘revolución desde arriba‘ en la propia Rusia (1929-1932) para ‘exportar la revolución‘ desde 1940 en adelante (…) Este abordaje elitista –la asunción, aun no explícita, de que el socialismo puede ser impuesto desde arriba sobre una población que no lo desea o sobre un puebl[2]o ignorante– tiene una larga tradición en el movimiento obrero”.

El desarrollo de la Segunda Guerra Mundial significó un tremendo desafío para el naciente movimiento trotskista. Trotsky fue asesinado en agosto de 1940 y el movimiento debió vérselas sin su mejor y más experimentado dirigente. De hecho, aún hoy hay discusiones dentro del trotskismo acerca de la posición frente a la guerra mundial, que en verdad combina varios tipos de conflagraciones en su seno: a) la guerra interimperialista entre los países del Eje y los aliados; b) una guerra de conquista y recolonización por parte de la Alemania nazi contra la URSS; c) una guerra de liberación nacional en el seno de los países ocupados por el ejército alemán; d) finalmente, una serie de batallas contra el imperialismo en los países coloniales o semicoloniales de Asia y África. Esto hizo a una tremenda complejidad respecto de la ubicación de la IV ante la guerra, cuya especificidad no podemos abordar aquí. [3] Sólo cabe señalar que todo este periodo histórico se caracteriza por el entretejido de guerras y revoluciones, en el que el criterio de clase del análisis y de la ubicación política de los revolucionarios adquirió dificultades a veces inéditas.

En todo caso, podemos decir que es casi un lugar común señalar que el desarrollo de los acontecimientos luego de la Segunda Guerra no siguió las previsiones que inicialmente había hecho León Trotsky antes de su asesinato. El fracaso de los levantamientos revolucionarios que se dieron inmediatamente después de finalizar la guerra en Europa Occidental y Japón (en buena medida ahogados por los PCs), sumado al fortalecimiento y relegitimación del aparato estalinista luego de la derrota del nazismo y el boom económico que vivió el capitalismo entre los 50 y los 70 y la afirmación de la hegemonía imperialista mundial en manos de los Estados Unidos, trasladaron el centro del proceso revolucionario a los países del llamado Tercer Mundo, con menos peso de trabajadores que los centrales. El imperialismo se asegura el centro del sistema, y la burocracia acepta la “administración” de buena parte de la periferia. [4]

En este contexto, la IV, lejos de hacerse de masas, vivió de crisis en crisis bajo la presión que le introdujo la aspiración de dejar la marginalidad política y la distorsión tremenda de las banderas del auténtico socialismo que significaban los supuestos “Estados obreros” en un tercio del mundo. De hecho, el trotskismo, en el periodo de posguerra, estuvo recorrido decisivamente por la actitud a tomar frente a los procesos de la lucha de clases que dieron lugar a las revoluciones de China, Yugoslavia, Cuba y Vietnam, así como al proceso de descolonización en Asia y África y el significado del avance del Ejército Rojo en los países del llamado Glacis (Europa del Este). [5] Este debate se dio de la mano de la discusión acerca del carácter social de la URSS luego del asesinato de Trotsky y la guerra mundial.

Sin Trotsky, la propia Segunda Guerra Mundial y la emergencia de estas complejas revoluciones y/o procesos revolucionarios significaron un desafío mayúsculo para la novel organización internacional, y fueron el motivo fundamental que dio lugar a la división de la IV ya en el año 1953.

En este difícil contexto, varias corrientes se fueron delineando con el transcurrir de los años: por un lado el “oficialismo” de la IV Internacional, representado por Michel Pablo y Ernest Mandel. Por el otro, el sector en torno al SWP norteamericano encabezado por James Cannon, la mitad de la sección francesa bajo la conducción de Pierre Lambert y parte importante del trotskismo inglés encabezado por Gerry Healy formaron el Comité Internacional, al cual se sumó un año después la corriente de Nahuel Moreno. [6]

Por fuera quedaron varias corrientes como el actual SWP inglés (Tony Cliff), la corriente conocida históricamente como The Militant, bajo la conducción de Ted Grant, y Lutte Ouvrière de Francia. Asimismo, las corrientes “antidefensistas” (de la URSS): el schachtmanismo primero (que fundó el Workers Party en 1940, antes de la muerte de Trotsky) y luego el grupo Socialismo o barbarie (1948).

De estas expresiones, nos referiremos centralmente a las posiciones teórico-programáticas que son hoy más significativas en el ámbito internacional: el Secretariado Unificado (cuyo partido principal es la LCR francesa), la Tendencia Socialista Internacional (SWP inglés) y los partidos o corrientes que han surgido como producto del estallido del morenismo (PSTU brasileño, MST y PTS de Argentina). Al mismo tiempo, estableceremos también una somera pero imprescindible delimitación respecto de la corriente “antidefensista”.

¿Revoluciones o contrarrevoluciones?

No dedicaremos demasiado lugar en este trabajo a la corriente “colectivista burocrática” (también llamada “antidefensista”), debido que no tiene hoy expresiones de importancia. [7] Sin embargo, consideramos imprescindible dejar establecida su completa falta de perspectiva histórica y su impresionismo, que los llevara a una tendencia a la capitulación al imperialismo y, en los hechos, a considerar las revoluciones de posguerra prácticamente como contrarrevoluciones. Se trata de una completa desubicación histórica y política, porque el punto de partida básico de un socialista revolucionario es poder distinguir revolución de contrarrevolución, como así también a una nación imperialista de una dependiente, semicolonial o no capitalista.

Concretamente, hubo dos importantes corrientes “antidefensistas”. Una, la inspirada por Max Schachtman en Estados Unidos, proveniente de la ruptura del SWP de ese país en abril de 1940 y que constituyó la primera gran divisoria de aguas en la historia de la Cuarta. [8] Junto con ésta, en el ámbito de la sección francesa, la ruptura que dio lugar a la revista Socialismo o barbarie de Castoriadis y Lefort en 1948. [9]

La tendencia schachtmanista terminó asumiendo un ángulo “estalinofóbico”, totalmente falto de perspectiva histórica. Esto fue producto de un análisis superficial y reductivamente “endógeno”, que tendía a perder la raíz materialista fundamental de la unidad de la economía mundial como totalidad (fundamento de la teoría de la revolución permanente de Trotsky). Es así que tendió a considerar a la URSS y los países no capitalistas como expresiones de una “regresión histórica” y del desarrollo de una “barbarie” frente a las cuales los países centrales del imperialismo aparecían como “progresivos”. Porque si el régimen estalinista significaba el “declive de la civilización”, la negación “reaccionaria” del capitalismo, resultaba ser peor que éste, y debía defenderse el capitalismo frente a la “barbarie estalinista”.

El “antidefensismo” rechazaba una formación social que a nuestro entender no era obrera y mucho menos socialista, pero que configuraba sociedades no capitalistas y en ese sentido subordinadas y oprimidas por el capitalismo mundial, donde se habían obtenido una serie de conquistas [10] , más allá de que se fueron degradando. Por lo tanto, era una obligación defenderlas del imperialismo en tanto que tales, desde una perspectiva de clase e independiente. Aquí, este “antidefensismo” se transformaba en defensa del capitalismo mundial.

En la famosa discusión de 1939-40 en el seno del SWP de EEUU, Trotsky planteaba: “(…) La línea marxista de conducta en la guerra está determinada no por consideraciones sentimentales o de moral abstracta sino por la apreciación social de un régimen en sus relaciones recíprocas con otros regímenes. Apoyamos a Abisinia no porque el Negus fuese política o ‘moralmente‘ superior a Mussolini, sino porque la defensa de un país atrasado contra la opresión colonial asesta un golpe al imperialismo que es el principal enemigo de la clase trabajadora. Defendemos a la URSS, independientemente de la política del Negus de Moscú por dos razones fundamentales: primera, la derrota de la URSS proporcionaría al imperialismo nuevos y colosales recursos y prolongaría muchos años la agonía mortal de la sociedad capitalista; segunda, las bases sociales de la URSS, liberadas del yugo de la burocracia parásita, pueden tener un progreso económico y cultural ilimitado, mientras que las bases capitalistas no ofrecen otra posibilidad que una mayor decadencia”. [11]

Esta ubicación nos parece metodológica y políticamente correcta, mas allá de que, en nuestro concepto y desde el punto de mira de hoy, la defensa de la URSS ya estaba planteada no en tanto que Estado obrero sino en tanto que formación social no capitalista.

La postura antidefensista, en cambio, derivó en una ubicación de frente único con la socialdemocracia imperialista frente a la supuesta barbarie “antiobrera y antiburguesa” del estalinismo. Esto es, se trasladaba también a su actuación en los países capitalistas e imperialistas, donde se asimilaban mecánicamente los PC a la burocracia del Kremlin sólo para terminar en brazos de la burocracia socialdemócrata. Esto se puede ver en un texto de Schachman de 1948: “El estalinismo es una corriente reaccionaria, totalitaria, anti-burguesa y anti-proletaria en el movimiento obrero, pero no del movimiento obrero (…). Donde, como es la regla general hoy en día, los activistas no sean aún los suficientemente fuertes para luchar por el liderazgo directamente, donde la lucha por el control del movimiento obrero se produzca entre reformistas y estalinistas, sería absurdo para los activistas proclamar su ‘neutralidad‘ y fatal para ellos apoyar a los estalinistas. Sin ninguna duda, deberían seguir la línea general, dentro del movimiento obrero, de apoyar al reformismo oficial frente al estalinismo. En otras palabras, allí donde no sea posible aún ganar en los sindicatos la dirección de los militantes revolucionarios, preferimos la dirección de los reformistas, que tratan de mantener a su modo un movimiento obrero, a la dirección de los estalinistas totalitarios, que tratan de exterminarlo”. [12] De ahí al ingreso al Partido Demócrata en 1958, al apoyo a Estados Unidos en Cuba y en la guerra de Vietnam y a la presidencia de Nixon en la década del 70 sólo hubo un paso. [13]

La base teórica de todo esto fue que esta tendencia nunca pudo definir desde el punto de vista del marxismo en qué consistía el “colectivismo burocrático” en el marco, como decíamos más arriba, de una pérdida del fundamento materialista de la teoría de la revolución permanente y de la unidad de la economía mundial como totalidad.

En este marco, se señalaba incorrectamente la existencia de un nuevo “modo de producción”, incluso superior al capitalismo, así como también de una “nueva clase explotadora” orgánica, pero nunca fue capaz de aportar un análisis materialista y la perspectiva histórica de tal circunstancia. Su posición resultó así un pasarse con armas y bagajes a un punto de vista idealista y ahistórico, por fuera del contexto de las tendencias histórico-materiales.

Coincidimos, entonces, plenamente con la crítica de Pierre Naville a Bruno Rizzi, exponente histórico de la posición “colectivista burocrática”: “Bruno Rizzi fue el primero en haber presentado una concepción sistemática de la ‘burocratización‘ de la economía, y por tanto de la apropiación orgánica del sobreproducto social por una clase de burócratas (…) Esta tesis ha sido retomada de distintas formas después de que Rizzi la expusiera, y también ha tenido sus predecesores. Me refiero aquí sólo a la sustancia: la burocracia del Estado es una clase explotadora sui generis, en el sentido en que la burguesía capitalista era y es una clase explotadora del proletariado asalariado. Mi objeción es que ese análisis superficial dejaba sin explicación los mecanismos de la producción y la apropiación de la plusvalía, e incluso el de la repartición de las ganancias, considerado como fenómeno de explotación de una clase por otra. A pesar de las variaciones de sus exposiciones sucesivas, Rizzi nunca logró explicar qué es la “explotación burocrática”, salvo por referencias históricas (analogía con la servidumbre feudal), o descripciones externas”. [14]

Por el lado de Castoriadis y Lefort, también la perspectiva histórica era completamente errada. Hablaban de un “capitalismo burocrático” como “estadio superior” del propio sistema:

“¿Cuál es el significado histórico de ese régimen? Puede decirse que representa la última etapa del modo de producción capitalista, en la medida en que la concentración de capital, factor esencial del desarrollo del capitalismo, alcanza su último limite, puesto que todos los medios de producción están a disposición de un poder central y son dirigidos por éste, que expresa los intereses de la clase explotadora. Es también la ultima etapa del modo de producción capitalista en la medida en que realiza la explotación más extrema del proletariado. Podemos, pues, definirlo como el régimen del capitalismo burocrático (…) tanto la burguesía como la burocracia son clases en la medida en que personifican la dominación del capital sobre el trabajo (…) la burocracia es una clase explotadora, ‘relevo‘ histórico de la burguesía (…) Estados Unidos está muy a la zaga de la URSS por lo que respecta al grado de concentración del capital”. [15]

En el caso de esta expresión del “antidefensismo”, queda claro que el régimen social de la URSS era visto como un régimen de explotación orgánico, al que tendía todo el capitalismo mundial, y donde la burocracia constituía una clase histórica de pleno derecho. Incluso, el grado de explotación del trabajo sería mayor que bajo el capitalismo imperialista, y la URSS tendía a la superación de los Estados Unidos en tanto que sistema social. En resumen, un impresionismo sin límites, una total falta de correcta perspectiva histórica que, como se ha dicho, confundía los terrenos de la revolución y la contrarrevolución, del imperialismo y de las sociedades no capitalistas, rompiendo con la base materialista de la teoría de la revolución permanente.

¿Revoluciones burguesas?

En el contexto de la polémica en el movimiento trotskista de la posguerra y del debate alrededor de la naturaleza de la URSS y de las revoluciones que estaban en curso, una de las corrientes o expresiones que surgieron y se mantuvo al margen de las distintas divisiones y unificaciones entre las corrientes trotskistas mayoritarias fue la de Tony Cliff y la tendencia por él fundada, Socialismo Internacional.

El surgimiento de esta corriente tuvo lugar durante la polémica acerca de la guerra de Corea, donde los integrantes del Socialist Review Group fueron expulsados del Partido Comunista Revolucionario, principal organización trotskista de Inglaterra en la década del 40. [16]

Más allá del motivo inicial de esta división, que veremos más abajo, esta corriente tendió a configurar una posición con un flanco programático fuerte: su delimitación respecto a que ni la URSS, a partir de los 30, ni los demás países del Este de Europa eran Estados obreros.

“Un elemento que Trotsky subrayaba como prueba de que era un ‘Estado obrero‘ (aún degenerado) era la ausencia de propiedad privada en amplia escala y el predominio de la propiedad estatal. Sin embargo, es un axioma del marxismo que el considerar la propiedad privada independientemente de las relaciones de producción es crear una abstracción suprahistórica. La historia humana conoció la propiedad privada del sistema esclavista, del sistema feudal, del sistema capitalista, todas las cuales son fundamentalmente distintas una de la otra. Marx ridiculizó el intento de Proudhon de definir la propiedad privada independientemente de las relaciones de producción”. [17]

Sin embargo, la definición de las revoluciones de posguerra como “burguesas” y dando lugar a sociedades definidas como “capitalistas de Estado” –y la URSS incluso como “imperialista”– dio lugar a consecuencias políticas extremadamente sectarias y unilaterales, cuyo problema principal fue también la pérdida de correcta perspectiva histórica frente a los principales acontecimientos de la lucha de clases de ese período. Veían a la burocracia rusa como “negación parcial de la clase capitalista tradicional, siendo al mismo tiempo la más verídica personificación de la misión histórica de esa clase”. [18]

Esto partía de una comprensión equivocada de la teoría de la revolución permanente en el sentido de que bien entrado el siglo XX, seguirían siendo posibles revoluciones burguesas. Es cierto que la característica específica de la revolución socialista es la intervención de las más amplias masas obreras y populares de manera consciente en el proceso histórico. Y, efectivamente, esta condición esencial estuvo marcadamente ausente a lo largo de todas las revoluciones de la posguerra. Pero esta corriente cometió el grave error de apreciación de considerar todos estos procesos lisa y llanamente como “revoluciones burguesas”, una evaluación que tendía a ubicar a su corriente totalmente por fuera de los procesos revolucionarios tal cual se dieron.

Alex Callinicos, actual dirigente de Socialismo Internacional, resume las posiciones de su corriente: “El ‘Socialist Review Group‘ tomó una aproximación similar durante la Guerra Fría, negándose a apoyar al bloque del Este ni al del Oeste. Por el contrario, basó sus esperanzas en la revuelta de la clase trabajadora desde abajo, una posición resumida en la consigna: ‘Ni Washington, ni Moscú, Socialismo Internacional”. Valorando el conflicto Este-Oeste como interimperialista, esta lucha implicaba el derrotismo revolucionario primeramente desarrollado por Lenin durante la Primera Guerra Mundial, más que la ‘estalinofobia‘ schachtmanista. Más en general, la teoría de Cliff sobre el capitalismo de Estado hacía posible restablecer la idea del socialismo como autoemancipación de la clase trabajadora en el lugar central que le daba Marx. Si no sólo la Unión Soviética, sino también los Estados del Este de Europa, China, Vietnam y Cuba representaban no un socialismo deforme, sino una variante del capitalismo, entonces no podía haber cuestión del socialismo alcanzado sin la autoactividad de la clase trabajadora”. [19]

El problema es que, más allá de la correcta preocupación por restablecer una comprensión del marxismo revolucionario de manera auténtica, nos parece que la a esa altura dogmática igualación entre el imperialismo mundial y las sociedades no capitalistas –pero tampoco Estados obreros– tendía a una ubicación política sumamente incorrecta frente a la URSS y, sobre todo, frente a las reales, aunque distorsionadas, revoluciones en curso.

Por ejemplo, en la guerra de Corea Socialismo Internacional tuvo la incorrecta posición de que el enfrentamiento entre Corea del Norte y Corea del Sur era una guerra entre “imperialismos” rivales, lo que nos parece una desubicación total acerca del contenido central de ese conflicto, de tal magnitud que segó la vida de dos millones de personas. Recordemos que Corea del Sur recibía el apoyo de Estados Unidos, que acababa de tirar la bomba atómica, y Corea del Norte, de China, que acababa de salir de la revolución.

Insistimos en que, más allá de toda otra consideración, la ubicación de Tony Cliff frente a la Guerra de Corea fue totalmente equivocada. Y esto era el producto político directo de la definición teórica de la URSS y China como “capitalismos de Estado”, que tendía erróneamente a igualar a Estados Unidos y estos países como “imperialistas”, con la gravísima consecuencia de perder de vista las relaciones de opresión entre países realmente imperialistas y otros que configuraban sociedades no capitalistas, imposibles de asimilar al imperialismo. Ya volveremos sobre esto.

Otro elemento que muestra la debilidad de la postura de SI es la pregunta acerca de cuál de los regímenes sociales era más progresivo. Porque aun si no se consideraba el régimen social de los países del Este y la URSS como Estados obreros, había que defenderlos en tanto que formaciones sociales no capitalistas, subordinadas en última instancia a la economía capitalista mundial, tal como señalaba Trotsky en el debate con los “antidefensistas”.

Los mismos problemas de ubicación surgieron respecto de las revoluciones de posguerra: “[a] las grandes revoluciones del Tercer Mundo –China, Cuba, Vietnam– (…) los trotskistas ortodoxos las veían como la confirmación de la teoría de la revolución permanente de Trotsky y afirmaban que de ellas resultaban nuevos pero deformados Estados Obreros. Cliff rechazó esta conclusión, dado que implicaba que el socialismo podía ser alcanzado sin la autoactividad de la clase trabajadora (…) Cliff adujo varios factores –sobre todo, la subordinación política de la clase trabajadora en los países atrasados, su dominación por políticas de colaboración de clases, usualmente por intermedio del estalinismo– para dar cuenta de la pasividad del proletariado en el Tercer Mundo. El vacío resultante fue llenado por otra fuerza social, la intelectualidad urbana (…) Los nuevos regímenes revolucionarios no eran, sin embargo, Estados obreros del tipo que fuere, sino, por el contrario, nuevos capitalismos de Estado burocráticos, reproducción del patrón estalinista original. Cliff describió estos procesos como ‘revolución permanente desviada‘: la dinámica social analizada por Trotsky, en ausencia de un movimiento de la clase trabajadora dirigida por el partido marxista, llevaba a una variante particular de revolución burguesa”. [20]

Esto, evidentemente, no dejaba de ser unilateral y erróneo, más allá, insistimos, de la justa delimitación frente a estas revoluciones, que no fueron obreras y socialistas, como las definieron la mayoría de las corrientes trotskistas “tradicionales”. Pero, a nuestro entender, definirlas como “revoluciones burguesas” tenía la seria dificultad de atribuirle un rol revolucionario a la burguesía en pleno siglo XX en condiciones en que, desde el siglo XIX, se había transformado mundialmente en una clase reaccionaria. Y esto los obligaría entonces a definir las sociedades donde se hizo la revolución como países dominados esencialmente por relaciones sociales de producción feudales, cuando está establecido por toda la investigación histórica que ya era dominante el capitalismo, y cuando Trotsky, en su polémica con el estalinismo, había señalado que en el siglo XX se había acabado la ya artificial división entre países “maduros e inmaduros” para la revolución socialista.

Más bien, por circunstancias específicas [21] , a la salida de la posguerra, entre ellas el inmenso peso alcanzado por la URSS, las capas pequeño burguesas y burocráticas usufructuaron una genuina movilización revolucionaria de las masas populares en su beneficio, configurando revoluciones democrático-nacionales antiimperialistas y anticapitalistas, pero no obreras ni socialistas, en las que el proceso de transición al socialismo estuvo bloqueado desde el comienzo.

Es decir, la progresiva expropiación de la burguesía fue revertida en contra de los propios trabajadores al servicio de su opresión y explotación. Fueron procesos revolucionarios genuinos, pero expropiados a las masas populares desde el principio y revertidos, a la postre, contra ellas.

Junto con esto, desde el punto de vista de la formación social, la concepción capitalista de Estado establecía una absoluta homogeneidad del mundo muy difícil de sostener. Porque al señalar que los países donde fue masivamente expropiado el capital serían esencialmente iguales a los países capitalistas e imperialistas “normales” se perdían totalmente de vista las diferencias específicas entre unos y otros.

Como dice Naville, “Cliff está entre aquellos para quienes la economía de la URSS es simplemente la de un capitalismo de Estado. Sobre este punto acuerda con Munis, Bordiga y otros. [Pero] no admite que este capitalismo sea equivalente a un ‘colectivismo burocrático‘ (Rizzi) o un régimen ‘burgués-burocrático‘ (Munis). En su libro Estalinismo en Rusia, un análisis marxista (1955), aporta su contribución explicando por qué la burocracia –a la que considera una clase orgánica– no se apropia de la plusvalía de la misma forma que la burguesía, problema que Rizzi había sido incapaz de resolver (…) Cliff admite que la regulación de la actividad económica por el Estado… es una ‘negación parcial de la ley del valor‘ (…) Pero en la URSS no hay evidentemente ni supresión del intercambio (de las capacidades de trabajo, de los productos y los servicios) ni la desaparición de la función capitalista de la regulación por la ley del valor. Por tanto, si la burocracia domina esos intercambios, no es apropiándose legalmente la plusvalía, porque ella no es, según Cliff, propietaria del aparato de la producción. Esta diferencia no impide que se trate de una explotación flagrante, sino sólo que opera de una forma nueva, sobre todo jurídicamente”. [22]

Esta diferencia específica, como señala Naville, es lo que perdía Cliff con la valoración de que los países del Este eran un modo de producción orgánico (capitalismo de Estado) y la burocracia una nueva clase capitalista sui generis, también orgánica. Porque, insistimos, una cosa –que defendemos– es la unidad de la economía mundial y el continuado imperio de la ley del valor tanto en los países capitalistas como en los no capitalistas que se desenvolvieron a lo largo del pasado siglo XX, aun cuando esa ley del valor fuera parcialmente negada en los países no capitalistas, como correctamente dice el propio Cliff. Pero otra muy distinta era establecer una homogeneidad prácticamente total entre ambos tipos de países, desconociendo, repetimos, las diferencias específicas entre ellos y considerando orgánicos al modo de producción de la URSS y a la burocracia como clase.

Una incorrecta igualación del mundo

Esto se combina con otras consecuencias vigentes hoy de la teoría del capitalismo de Estado, que nos parecen sumamente graves y unilaterales. Por ejemplo, el planteo de que los países semicoloniales no tendrían “ninguna importancia ni funcionalidad para el imperialismo al menos desde la segunda posguerra”. Así, el problema de la relación entre el imperialismo y las naciones semicoloniales (la opresión nacional imperialista y las tareas democrático-revolucionarias frente a ella) no parece tener ninguna entidad real. Esta desubicación sigue presente en varios trabajos contemporáneos de esta corriente. [23]

“La teoría de Cliff del capitalismo de Estado y su extensión en la teoría de la economía armamentística permanente tuvo dos consecuencias más. Primero, proveyó las bases para la compresión del desarrollo del Tercer Mundo (…) se cuestionaban ciertos elementos de la teoría de Lenin del imperialismo, y en particular la idea de que las colonias (para esa época crecientemente ex colonias) jugaran un papel esencial para los países avanzados como mercados, bases de materias primas, y lugares de inversión (…) El Tercer Mundo era, de conjunto, de una importancia económica declinante para las metrópolis occidentales. Este corrimiento en el centro económico de gravedad había hecho posible el desmantelamiento relativamente pacífico de los imperios coloniales europeos luego de 1945 (…) Esta modificación de la teoría del imperialismo de Lenin les posibilitó cuestionar la creencia, muy influyente en la izquierda europea desde los 50, de que los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo representaban el principal desafío al capitalismo (…) La principal división en el mundo (…) era entre el capital internacional y el trabajo internacional, sin importar [irrespectively] el asentamiento nacional de la lucha”. [24]

Pero este “sin importar” resume un problema inmenso, tremendo: la completa pérdida de vista del hecho de que el capitalismo imperialista mundial constituye un ámbito jerarquizado de países de naturaleza distinta, donde existe, junto con el clivaje central de las clases, el clivaje nacional, esto es, países dominantes y países dominados. [25] Esta cuestión, lejos de atenuarse, se ha reforzado en la actual fase de mundialización del capitalismo imperialista.

Al respecto, decía Trotsky: “En política, lo más importante y, en mi opinión, lo más difícil es definir, por un lado las leyes generales que determinan la lucha a muerte que se libra en todos los países del mundo moderno, y por el otro, descubrir la combinación especial de estas leyes para cada país. Toda la humanidad actual, desde los obreros británicos a los nómades etíopes, vive atada al yugo del imperialismo. No hay que olvidarlo ni un solo minuto. Pero esto no significa que el imperialismo se manifiesta de la misma manera en todos los países. No. Algunos países son los conductores del imperialismo, otros sus víctimas. Esta es la línea divisoria fundamental de los estados y naciones modernas”. [26]

Esta tendencia de los compañeros a perder de vista este hecho tan elemental, a la igualación entre países como Argentina o Brasil con Inglaterra (por poner un ejemplo) constituye una posición unilateral e insosteniblemente sectaria. Aunque se esgrime la correcta preocupación por sostener una perspectiva de clase e independiente, se pierde completamente de vista la opresión nacional de los países imperialistas respecto de las naciones dependientes o semicoloniales, y la necesaria defensa de éstas frente al imperialismo.

Esta posición, históricamente, constituyó una reacción sectaria frente a procesos progresivos como la descolonización, que, a pesar de mantenerse en el terreno burgués, dieron lugar a peleas heroicas como la lucha en Argelia a fines de los 50 y principios de los 60, y que cruzaron en esos años la vida del movimiento trotskista.

Respecto de la situación actual, podemos leer en un reciente trabajo de Chris Harman: “Las referencias a la Argentina como semicolonia están muy extendidas en la izquierda argentina. En algunos casos significa simplemente un sinónimo de ‘empobrecimiento‘; en otros, significa explícitamente que la burguesía local carece de soberanía política porque es económicamente débil y por lo tanto forzada a entrar en una posición subordinada en sus relaciones económicas con el capitalismo de los países más ricos y poderosos. Esto es cometer un error teórico fundamental. Una colonia carece de independencia política. Una vez que alcanza independencia política –esto es, deja de estar dominada militarmente por alguna potencia– deja de ser una colonia. El hecho de que no puede obtener una mítica independencia económica del sistema mundial no viene al caso [is neither here nor there] (…) El término ‘semicolonia‘ sólo puede ser correctamente atribuido a países en los que la ocupación militar directa hace absurda la pretensión de independencia política”. [27]

Esta postura es la que nos parece insostenible, y comete el gravísimo error de confundir el status de un país colonial con el de uno semicolonial o dependiente, correctamente distinguidos en la elaboración de Lenin como “formas transitorias de dependencia” encubiertas en una independencia sólo “formal”. Porque “en la presente fase del capitalismo se han producido cambios en las relaciones entre el centro del mundo (…) y la periferia atrasada y semicolonial. Por supuesto, esos países eran y siguen siendo semicolonias (…). Esquematizando, podemos decir que, en el siglo XX, esas relaciones pasaron por dos situaciones previas a la presente fase de mundialización. La primera es la que analizó Lenin en 1915 en su clásico El imperialismo, fase superior del capitalismo. En ese momento, la mayoría de los pueblos y países atrasados eran directamente colonias, principalmente de las potencias europeas. Pero, advertía Lenin, entre ‘los dos grupos fundamentales de países‘ –los que poseen colonias y las colonias– ‘existían excepcionalmente diversas formas transitorias de dependencia estatal (…) formas variadas de países dependientes que, desde un punto de vista formal, son políticamente independientes, pero que en realidad se hallan envueltos en las redes de la dependencia financiera y diplomática‘(…) en la segunda posguerra, producto, por un lado, de la gran revolución anticolonial que barrió Asia y África; por otro lado, de la hegemonía mundial del imperialismo yanqui, que no poseía grandes colonias y al que lee resultaba intolerable que sus maltrechos competidores europeos las conservaran, la ‘diversidad de formas transitorias de dependencia‘ pasaron a ser la regla y no la excepción”. [28]

Es precisamente esto lo que no veían, ni ven, los compañeros ingleses: la subsistencia de una relación de subordinación política (“independencia sólo formal”) que excede la existencia o no de tropas ocupando un país. [29]

En este punto, se mantiene plenamente la validez del abordaje de Lenin sobre la “cuestión nacional” como un problema eminentemente político y no de una abstracta y supuesta “independencia económica” –abordaje economicista al que Lenin nunca adscribió–, que se da de patadas con la unidad de la economía mundial y con la imposibilidad de construir un capitalismo o un socialismo “en un solo país”. Los compañeros pierden de vista esta pelea por una real independencia política que, para ser realizada de manera consecuente –como repetía Trotsky–, requiere hoy más que nunca de la revolución proletaria.

Este mismo abordaje unilateral –que, insistimos, tiene raíces en la propia teorización del “capitalismo de Estado”– y que convierte su antiimperialismo en algo sumamente abstracto, se presenta de manera más cruda aún en otro trabajo. Allí se llega a decir explícitamente que: “Rechazar el parloteo sobre el fin del imperialismo usualmente significa insistir en la continuada relevancia del análisis de Lenin de 1916, sin reconocer los cambios ocurridos desde que ese análisis fue realizado. No obstante, había un problema real. La verdadera fuerza del abordaje de Lenin se sostenía en la insistencia de que las grandes potencias occidentales eran llevadas a dividir y redividir el mundo entre ellas, llevando por un lado a la guerra y por el otro a la dominación colonial directa. Esto difícilmente encajaba en una situación en la cual la posibilidad de guerra entre los estados occidentales parece crecientemente remota y las colonias han ganado independencia. Sin embargo, la mayor parte de la izquierda redefinió el imperialismo para referirse simplemente a la explotación del Tercer Mundo por las clases capitalistas occidentales, ignorando el impulso hacia la guerra entre potencias imperialistas, tan central en la teoría de Lenin, y en la práctica viendo al sistema en su conjunto como una versión del ultra-imperialismo anunciado por Kautsky. Al mismo tiempo, simplemente reemplazaron la referencia al colonialismo por referencias al ‘neo-colonialismo‘ o ‘semi-colonias‘”. [30]

Pero esta postura, una vez más, tiende a dejar de lado no sólo la continuada vigencia de las relaciones de opresión entre los países imperialistas y la vasta zona semicolonial del mundo, sino que, peor aún, no reconoce en modo alguno que en la actual fase de mundialización del capitalismo imperialista, las relaciones de subordinación, sometimiento, expoliación y semi-colonización de los países no imperialistas, lejos de atenuarse, se han reforzado de manera evidente.

El antiimperialismo que sostienen los compañeros se vuelve moral, abstracto y sin sustancia, en la medida en que si no existen relaciones jerarquizadas y de opresión en el ámbito mundial, lo que queda es una insostenible homologación de todo el espacio del mundo.

Estas posiciones tuvieron también origen en la ubicación de esta corriente respecto de los procesos de descolonización en la posguerra, y hacen las veces de “justificación” de posiciones pasadas. Pero, también aquí, la correcta delimitación respecto de las direcciones nacionalistas burguesas de posguerra, ante el hecho de que éstas efectivamente impidieron una dinámica revolucionaria anticapitalista y socialista, no quita que Socialismo Internacional haya tenido, tal como en los países donde tuvieron lugar reales revoluciones antiimperialistas que expropiaron al capital, una posición completamente sectaria y por fuera del proceso real. [31]

La burocracia como agente de la revolución socialista

Por su parte, el problema que jalonó al pablo-mandelismo es que no supo conservar una ubicación independiente respecto de los aparatos burocráticos y capituló permanentemente a una u otra variante de ellos.

Partiendo de reconocer los procesos de la posguerra como revoluciones (salvo en el glacis), no sólo se excedieron en el sentido de concebirlos como procesos “obreros y socialistas” que daban lugar a nuevos Estados obreros –lo que fue más o menos común a todo el tronco principal de la IV–, sino que llegaron a considerar a sus direcciones como “empíricamente revolucionarias”. Esto condujo, lógicamente, a una profunda adaptación [32] : a Tito en Yugoslavia, a Mao en China, a Castro en Cuba, a los sandinistas en Nicaragua (que ni siquiera habían tomado medidas anticapitalistas), a las direcciones guerrilleras latinoamericanas en general… [33]

Este método de confundir un proceso con su dirección y al mismo tiempo atribuirle a las direcciones un carácter revolucionario socialista que indudablemente no tuvieron [34] llevó a que esa corriente encarnara toda una tradición de oportunismo y adaptación [35] , que terminaba viendo a la burocracia estalinista como agente de la revolución “socialista”.

Porque el criterio metodológico marxista revolucionario elemental que falló y sigue fallando en el pablo- mandelismo es el de no perder nunca de vista que la principal conquista que debe obtener la clase obrera en cada paso de su lucha es el progreso de su organización y acción independiente. Al dejar de lado este criterio elemental, el SU hizo escuela en la adaptación y la total pérdida de la independencia de los revolucionarios. De allí viene la táctica del “entrismo sui generis” (el ingreso en los PCs a lo largo de los 50 y los 60), el planteamiento “de principios” en contra de construir secciones de la IV en Cuba o Nicaragua, etc.

El pablo-mandelismo estuvo marcado por un tipo de “objetivismo” particular, que veía en la naturaleza de las direcciones burocráticas rasgos “contradictorios” pero poseyendo atributos revolucionarios. Una comprensión de “revolución socialista” de la mano de la burocracia estalinista, siempre “obligada a optar” entre el imperialismo y las masas revolucionarias e inclinándose “por la revolución”. Naturalmente, si esto era así, el movimiento trotskista perdía todo sentido.

Este problema se manifestó cuando el “III Congreso Mundial de agosto de 1951 declaró acerca de los países del Este Europeo que: ‘la asimilación estructural de estos países a la URSS debe ser considerada esencialmente completa y a estos países como habiendo dejado de ser básicamente países capitalistas (…) es sobre todo en virtud de su base económica caracterizada por nuevas relaciones de producción y de propiedad propias de una economía estatizada (…) debemos considerar estos Estados como Estados obreros deformados (…) ha resultado que la acción revolucionaria de las masas no es una condición indispensable necesaria para que la burocracia sea capaz de destruir el capitalismo‘”. [36]

Pero Trotsky (que había vivido en tiempo real las expropiaciones estalinistas en Polonia 1939-40) comparaba “esta medida, revolucionaria en su carácter –la expropiación de los expropiadores– pero alcanzada de forma militar-burocrática, a la abolición de la servidumbre en Polonia por las fuerzas de ocupación de Napoleón. La revolución socialista aparentemente podía, como la revolución burguesa, ser impuesta desde arriba… Trotsky, sin embargo, calificó así este juicio: ‘el criterio político principal para nosotros no es la transformación de las relaciones de propiedad (…), más allá de lo importante que esta medida pueda ser en si misma, sino más bien el cambio en la conciencia y organización del proletariado mundial, la elevación de su capacidad para defender conquistas anteriores y obtener nuevas. Desde este punto de vista, el único decisivo, las políticas de Moscú, tomadas como un todo, retienen completamente su carácter reaccionario y se mantienen como el obstáculo principal en el camino de la revolución mundial” [37] . Esto es lo que dejó completamente de lado el pablo-mandelismo.

“Michel Pablo, secretario general de la IV Internacional, fue quien llevó más lejos la nueva línea de que los países del Este europeo eran tipos de Estados obreros in extremis. En 1949 introdujo la noción de que habría por delante “siglos de estados obreros deformados”. En abril de 1954, Pablo escribía: ‘tomada entre el desafío imperialista y la revolución mundial, la burocracia soviética se alinea con la revolución mundial‘ (…) Pablo devino un apologista del estalinismo. Si fuese a haber ‘siglos de estados obreros deformados‘, ¿cuál era el rol para los trotskistas o para la revolución obrera? El estalinismo se hacía aparecer como progresivo y el trotskismo irrelevante”. [38]

Toda esta conceptualización, ni que decir tiene, estaba en abierta oposición a la elaboración de Trotsky, que en ninguna parte había dicho que la burocracia tuviera una “doble naturaleza”, ni mucho menos que fuera “empíricamente revolucionaria”, como dijeron Pablo y Mandel. Trotsky había hablado de otra cosa: de un doble rol de la burocracia en la URSS (según él, “viéndose obligada a defender la propiedad estatizada, pero, al hacerlo con métodos burocráticos, en definitiva, socavándola”), pero una sola naturaleza: enteramente contrarrevolucionaria. Incluso, como hemos dicho, Trotsky llegó a caracterizar a la propia URSS, en el período del pacto Ribbentrop-Molotov, como “Estado obrero contrarrevolucionario”.

Pero dejemos hablar al propio Michel Pablo: “La realidad social objetiva para nuestro movimiento está compuesta esencialmente del régimen capitalista y del mundo estalinista. (…) se quiera o no, estos dos elementos constituyen la realidad social objetiva tout court, porque la inmensa mayoría de las fuerzas opuestas al capitalismo se hallan actualmente dirigidas o influenciadas por la burocracia soviética”. [39]

Tal como criticaba en ese momento la progresiva fracción mayoritaria del PCI de Francia [40] , la realidad social mundial ya no estaría establecida fundamentalmente por la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía imperialista mundial, sino por una supuesta pelea superestructural entre “campos”, donde sólo cabía optar por uno de ellos. Ante esas supuestas condiciones “objetivas”, para Pablo había que optar por el mundo estalinista… [41]       Esta teoría de los “campos” hacía parte de la orientación de capitulación a la que se llevó a la mayoría de la IV Internacional en esas décadas y el marco para la pérdida de independencia de las organizaciones revolucionarias desde la irrupción del estalinismo en los 20. [42]

Sigue hablando Pablo: “Por otra parte, el rol jugado por la dirección estalinista bloquea, como en la URSS, el libre desarrollo socialista (…) y pone todas las conquistas obtenidas en peligro permanente. Es sin embargo necesario, para una justa orientación de los marxistas revolucionarios, recordar no sólo que el proceso objetivo es en último análisis el único determinante, que prima sobre todos los obstáculos de orden subjetivo, sino también que el estalinismo mismo es, en cierto modo (…) un fenómeno contradictorio” [43] .

Por tanto, tenemos, por un lado, un objetivismo feroz que plantea que “el proceso objetivo pasa por encima de todos los obstáculos de orden subjetivo” porque es “el único determinante”; es decir, la revolución socialista es un proceso “objetivo” (¿para qué harían falta, entonces, los programas, la lucha de partidos… y la IV Internacional?) [44] 4 Por el otro, sumado a lo anterior, la burocracia estalinista era un fenómeno “contradictorio”, por lo que tendría un costado lisa y llanamente revolucionario. [45]

Dice Pablo: “(…) la cuestión yugoslava (…) y la victoria china, así como otras revoluciones coloniales actuales (…) han demostrado que los partidos comunistas conservan la posibilidad, en ciertas circunstancias, de tomar una orientación revolucionaria, es decir, de verse obligados a emprender una lucha por el poder. Estas circunstancias se han revelado durante y después de la Segunda Guerra Mundial (…). En estas circunstancias excepcionales, el movimiento de masas no encontró otro lugar que los partidos comunistas para canalizar, para obligar a estos partidos a ir más lejos en su dirección más allá de que el Kremlin no lo deseara, y literalmente los ha puesto en el poder” [46] .

Es significativo que en este pasaje de Pablo se encuentren muchos de los lugares comunes en los que cayó la mayoría del trotskismo “tradicional” en la posguerra. Aparece la famosa “excepcionalidad”, las direcciones que “se ven obligadas a ir más lejos”, etc. También es significativo que, a lo largo de todo el texto, el “poder” a secas y en abstracto aparece de hecho reemplazando a o como sinónimo de la revolución socialista, a la que no casualmente no se alude una sola vez como tal.

En la misma línea: “Nosotros, trotskistas, que siempre hemos defendido la teoría de que la revolución china no podía vencer más que bajo la dirección política del proletariado y de su vanguardia revolucionaria, defendemos las conquistas obtenidas, así como cada paso hecho en la dirección de la instauración de un poder democrático de los obreros y campesinos pobres chinos. Damos apoyo crítico al PC chino y al gobierno de Mao Tse Tung, y reclamamos nuestra existencia legal en tanto que tendencia comunista del movimiento obrero”. [47]

Típicamente, el pablo-mandelismo les otorgó un apoyo crítico de este tipo a casi todas las direcciones contrarrevolucionarias de la posguerra, que aparecen completamente embellecidas y llevando adelante “el poder democrático de los obreros y campesinos”. Este apoyo a medidas parciales supuestamente progresivas crea confusión sobre el carácter reaccionario del conjunto de la política de la burocracia, e impide así el accionar global e independiente que corresponde a una política genuinamente revolucionaria.

En el caso de Pablo, esta capitulación es justificada metodológicamente mediante la apelación descarnada al empirismo, contra el status mismo de la teoría en el marxismo: “En cuanto a nosotros, que jamás hemos dado primacía a la teoría –no importa cuál– por sobre la vida (afirmación que se opone a una comprensión verdadera, no mística, no esquemática, no dogmática de lo que es el marxismo), damos (…) una explicación muy diferente (…). Esta época de transición desorienta a los escolásticos del marxismo, a los partidarios de las formas ‘puras‘, porque plantea una línea más complicada, más sinuosa, más larga que la que los clásicos del marxismo habían esbozado hasta la experiencia de la revolución rusa (…). La gente que desespera por la suerte de la humanidad porque el estalinismo todavía se mantenga y obtenga victorias reduce la historia a su medida (…) esta transformación ocupará probablemente un período histórico entero de varios siglos que estarán colmados de formas y regímenes transitorios entre el capitalismo y el socialismo, necesariamente alejados de las formas ‘puras‘ y de las normas”. [48]

Se trata de un abordaje empirista y no marxista, al servicio de la adaptación a los tremendos límites de esas revoluciones (y a sus direcciones), a nuestro entender ni obreras ni socialistas. [49] Y, lo que es peor, al servicio de la adaptación a sus direcciones burocráticas y pequeño burguesas, ajenas a la clase trabajadora y la tradición auténtica del socialismo revolucionario.

En todas las décadas transcurridas desde entonces, esta raíz en una concepción completamente objetivista y de capitulación a los aparatos burocráticos nunca fue superada, ni siquiera hoy, como lo muestra el caso de DS en Brasil. En un texto de balance de Daniel Bensaïd, uno de los dirigentes actuales del SU, se afirma respecto de las revoluciones de la posguerra: “Estos eventos planteaban cuestiones políticas y estratégicas nuevas, para las que la sola comprensión de la revolución rusa no aportaba la respuesta. ¿Cómo determinar la formación de un nuevo Estado obrero: a partir de la conquista del poder, que es un acto político (…) o a partir de las transformaciones socio-estructurales, que son necesariamente un proceso desigual? ¿Cómo explicar las revoluciones victoriosas sin partido revolucionario, contra la voluntad de su dirección supuesta (…)? La resolución de 1951 sobre la revolución yugoslava (…) aporta a esta cuestión elementos de respuesta”. [50]

¿Qué decía esta resolución? Que la revolución yugoslava confirmaba “en todos los puntos la teoría de la evolución permanente”. Lo que, como estamos intentando demostrar aquí, es una falsedad y una mistificación completa acerca del verdadero carácter de las revoluciones de la posguerra: que, al no darse el acto político de la real conquista del poder por la clase trabajadora, quedaba cuestionado el carácter obrero del Estado. Lo que no puede lograrse por el mero expediente de “transformaciones socio-estructurales” en manos de clases o sectores de clase ajenos a, o distintos de, la clase obrera misma.

Sin embargo, a pesar del carácter de análisis-justificación de los “balances” de Bensaïd [51] , es interesante que se observa allí la misma lógica que operaba detrás de las posiciones de Pablo, que a su vez expresa elementos comunes a todo el resto del trotskismo “tradicional”: “(..) se aferran a una fórmula bastante general de Trotsky, según quien, en circunstancias excepcionales, los pequeño burgueses e incluso los estalinistas serán susceptibles de ir más allá que lo que ellos querían en la vía de la ruptura con la burguesía. La interpretación extensiva de esta fórmula presenta varios inconvenientes. Por empezar, su imprecisión (…) si hay suficientes circunstancias excepcionales y si las excepciones se pueden multiplicar, ¿por qué no imaginar que las experiencias china y yugoslava podrían repetirse? Esto es, por otra parte, lo que presumía Pablo en ‘Où allons-nous?‘, al generalizar las consecuencias posibles de la presión de las circunstancias objetivas sobre los partidos comunistas. La excepción tiende así a convertirse en regla: la crisis y la presión de las masas pueden llevar a diferentes PCs a emprender el combate y a llegar más lejos que los objetivos fijados por la burocracia soviética”. [52]       Típico razonamiento muy presente en todas las corrientes trotskistas “tradicionales”, que veían a la burocracia extendiendo revoluciones “socialistas” por todo el orbe. [53]

Mistificación de la acumulación burocrática

En el terreno teórico, fue Ernest Mandel el autor de una insostenible mistificación de la economía de los mal llamados “Estados obreros”. Mandel sigue, de manera vulgar, a Preobrajensky, autor del importante trabajo La nueva economía (1926), pero a casi 40 años de distancia. Dice Naville sobre la obra de Preobrajensky: “(…) saber si los fondos excedentarios debían ser llamados plusvalía o sobreproducto quedaba abierto. Preobrajensky prefiere el término de sobreproducto ‘en la medida en que se trata de caracterizar no solamente lo que existe sino también las tendencias de desarrollo‘. Esto era, en el mejor de los casos, una apuesta para el futuro. Hoy día, sabemos que esa apuesta no se ganó”. [54]

Resumiendo: sabemos que la acumulación no se hizo en el sentido de la transición socialista, sino en el del fortalecimiento de la posición de la burocracia. Y esto es importante señalarlo porque el principio incorrecto sobre el que se apoyaba todo el análisis de Preobrajensky era que en la URSS la clase trabajadora no se podía explotar a si misma: “Formalmente los productores dominantes y la burguesía dominante se encontraban en la misma posición: ni la una ni la otra se podían explotar a sí mismas. Pero esto es así por razones completamente diferentes. El contenido de la dominación, sobre todo desde el punto de vista económico, no es el mismo. En el caso de la burguesía, ella no se puede explotar a sí misma porque vive de la explotación de los productores asalariados. En el caso de los productores, no pueden explotarse a sí mismos porque ya no hay una clase antagonista a la cual explotar y toda la ganancia viene de ellos mismos y es subsidiada por ellos”. [55]

Y luego agregaba: “Pero hay otro análisis formal: es el hecho de que subsiste asimismo una explotación derivada, ligada a las formas de reparto de la plusvalía y la ganancia. Para el capitalismo, este reparto es concurrencial (la competencia) y fundado sobre el mercado libre (…). Para la clase obrera organizada en poder dominante, este reparto está planificado y no regido por la competencia, pero esa planificación no implica menos contradicciones, rivalidades, conflictos, desigualdades: allí se encuentra la fuente de las expoliaciones burocráticas, y esto no es en general posible más que porque hay en la clase de los trabajadores asalariados que la sostiene [a esta planificación] un principio de explotación mutua manifestada por el renovado juego de la ley del valor.

“A fin de cuentas, la fórmula según la cual ‘la clase trabajadora no se puede explotar a sí misma‘ es un sofisma destinado a oscurecer los fenómenos de expoliación inevitables en una sociedad de transición y que, si no son esclarecidos por lo que son, eternizan las relaciones de desigualdad que bien pueden, a la larga, reconstituir relaciones de explotación entre clases de un nuevo género. No hay nada de imposible en ello”. [56]

Milimétricamente fue esto lo que pasó en las sociedades donde fue expropiado el capital. Pero Mandel no se percató de nada de esto en tiempo real, dado que escribía, en la misma época del texto de Naville, su Tratado de Economía Marxista, una obra de insostenible embellecimiento y mistificación de la economía soviética en general y de la acumulación en manos de la burocracia, en particular. De hecho, se compartía la ubicación metodológica del propio Stalin de que en el mundo había “dos economías con dos principios distintos”.

La crítica a Mandel en este terreno es fundamental, porque su análisis opera como justificación teórica de la adaptación al estalinismo y las direcciones burocráticas. Aquí, el concepto de mistificación es importante, porque hace a definiciones que clausuran u obstruyen la visión acerca de los verdaderos problemas y contradicciones sociales que atravesaban a estas sociedades. Mandel, al perder el punto de vista crítico, no daba cuenta de las contradicciones sociales que atraviesan incluso a los fenómenos de “conquistas” o de sociedades no capitalistas.

Veamos un ejemplo: “Contrariamente a lo que afirman numerosos sociólogos que se esfuerzan en utilizar el método de análisis marxista, la economía soviética no revela ninguno de los aspectos fundamentales de la economía capitalista. Sólo las formas, los fenómenos superficiales, pueden inducir a error al observador que busca su naturaleza social (…). La acumulación soviética es una acumulación de medios de producción como valores de uso (…). La economía capitalista mundial forma un todo (…). Por el contrario, la economía soviética, aun conservando determinados lazos con la economía capitalista mundial, se sustrae a las oscilaciones coyunturales de la economía mundial (…)”. [57]

Así arranca Mandel su mistificador análisis de la economía soviética en manos de la burocracia; un punto de vista desastroso por donde se lo mire. Porque decir que la economía soviética no revelaba “ninguno de los aspectos fundamentales de la economía capitalista” no sólo era insostenible en la década del 60, sino incluso en la década del 30. Subsistían –y no podían dejar de subsistir– dos aspectos absolutamente fundamentales de la economía capitalista: la continuidad de la ley del valor y el trabajo asalariado. Y estos dos aspectos alcanzan para dejar sentado que la economía de los países del Este (como tampoco ninguna economía verdaderamente de transición) se puede sustraer al imperio de las leyes del mercado mundial capitalista. Desarrollaremos esto más adelante. [58]

Pero a este dislate se le agrega otro: el embellecimiento de la acumulación en manos de la burocracia, que consistiría lisa y llanamente en acumulación “como valores de uso” (en el caso de los medios de producción). Es decir, por fuera de los criterios de ganancia y al servicio de la pura utilidad social y común. Esto es completamente falso, porque pasa por alto que la base de la producción en todas las ramas y esferas de la economía era el trabajo asalariado. Esto es, que la fuerza de trabajo continuaba siendo una mercancía, y que la contradicción principal en la URSS era la oposición entre la norma capitalista de apreciación de las capacidades de trabajo y la apropiación estatal-colectiva de la plusvalía (que terminaba en manos de la burocracia), como hemos explicado en el articulo anterior según el modelo que propone Naville de las “cooperativas”. [59]

La verdadera base de esto era que Mandel seguía a Stalin en la idea de que hay “dos mundos económicos distintos”, con dos principios económicos rectores distintos, y que por tanto la ley del valor no regía en las sociedades no capitalistas. Por esto dice Mandel que la economía soviética “no revela ninguno de los aspectos fundamentales de la economía capitalista”.

Pero es un hecho que la desproporción entre las distintas ramas de la economía y la verdadera irracionalidad de la planificación en manos de la burocracia hacían que la ley del valor, que seguía imperando en las sociedades no capitalistas, se terminara imponiendo. No se puede burlar la ley del valor ni siquiera en una verdadera sociedad de transición, porque su imperio viene necesariamente de las imposiciones del dominio del mercado mundial. Lo que sí es posible, mediante una planificación democrática flexible que reconozca la continuidad de este imperio del valor, es dirigir la acumulación de medios de producción en un sentido que, a la postre, signifique una elevación del nivel de vida y cultural de las masas. Pero no es esto lo que pasó en la URSS, donde, como ya había definido León Trotsky, la parte del león de la acumulación fue crecientemente a parar a manos de la burocracia.

No se trata de un mero problema de “formas”; esas formas eran la expresión de un contenido: la continuidad del imperio de la ley del valor. Incluso en muchos casos el voluntarismo burocrático inducía a error a los analistas, porque bajo las “formas” de arbitrariedad administrativa se ocultaba la continuidad de las leyes y restricciones heredadas del capitalismo y reproducidas al servicio de la acumulación en manos de la burocracia.

Hay incontables pasajes de la obra de Mandel que ilustran el carácter mistificador-justificador de su análisis y su capitulación a los aparatos burocráticos. Veamos.

“Cierto que la industrialización rápida revista la forma de una ‘acumulación primitiva‘ realizada por una violenta sustracción respecto al consumo obrero y campesino, de la misma forma en que la acumulación primitiva del capitalismo se basó en el incremento de la miseria popular. Pero, salvo en el caso de una contribución extranjera en gran escala, toda acumulación acelerada sólo puede realizarse por el incremento del sobreproducto social no consumido por los productores, sea cual fuere la sociedad donde se manifieste semejante fenómeno. Y esto no tiene nada de específicamente capitalista”. [60]

Este embellecimiento idílico es absurdo, cuando es evidente que la acumulación fue a parar a manos de la burocracia. La argumentación de que “toda acumulación acelerada” se debe hacer a expensas de los productores inmediatos no es más que una burda racionalización de la explotación (no orgánica) por parte de la burocracia.

Continúa Mandel: “La acumulación capitalista es una acumulación de capital, es decir, una capitalización de la plusvalía que tiene por fin producir más plusvalía mediante ese capital. La ganancia es el fin y el motor de la producción capitalista. La acumulación soviética es una acumulación de medios de producción como valores de uso. La ganancia no es el fin ni el motor principal de la producción. Sólo representa un instrumento accesorio en manos del Estado, para facilitar la realización del plan y verificar su ejecución por cada empresa”. [61]

Consideremos, en cambio, la crítica de Naville a este mismo libro de Mandel: “(…) ni la fórmula de Konrod ni la de Mandel tienen en cuenta que la relación que supone esta contradicción [entre los valores de producción y los de consumo] (…) es el salariado (…). La desaparición del mercado capitalista, que deja lugar a la planificación (aun imperfecta), no liquida la exigencia de la rentabilidad de los costos de producción más bajos posibles. Dicho de otra manera, la productividad –relación entre trabajo humano (salario) y la utilidad de lo productos– no deja de ser uno de los criterios de ganancia. (…) Los productos no pueden dar ganancia si el valor no difiere de la suma de elementos de costos de producción (…). La búsqueda de una plusvalía creciente está dada por la necesidad, ineluctable en el socialismo de Estado como en el capitalismo, de evitar la baja tendencial de la tasa de ganancia (…). Es en este sentido que el trabajo vivo lucha siempre por sustraerse al influjo del trabajo muerto, y es siempre en este sentido que la búsqueda de una tasa máxima de acumulación sigue siendo una ley de estos regímenes. [62]

Mandel va más lejos en su admiración a la planificación estalinista: “[La] competencia es lo que determina la anarquía de la producción capitalista (…). Por el contrario, la planificación soviética es una planificación real, en la medida en que el conjunto de los medios de producción industriales se encuentra en manos del Estado, que puede así determinar centralmente el nivel y el ritmo de crecimiento de la producción y de la acumulación. En el marco de esta planificación subsisten, sí, elementos de anarquía, pero su papel es comparable precisamente al de los elementos de ‘planificación’ en la economía capitalista: corrigen pero no suprimen las características sociales de la economía. Sometida a la tiranía de la ganancia, la economía capitalista se desarrolla según leyes precisas (…). La economía soviética escapa completamente a esas leyes y a esos aspectos particulares”. [63]

Así, Mandel toma el camino mistificador de la supuesta dualidad de principios rectores: “Asimismo, es abusivo considerar la economía soviética simplemente como ‘consecuencia‘ de tendencias de desarrollo que salen a la luz en la economía capitalista contemporánea: “(…) De hecho, la economía soviética representa la negación dialéctica de estas tendencias (…) La sociedad soviética es la destrucción, la negación de las principales características de la sociedad capitalista (…)”. [64]

Lo cierto es lo contrario: más que la “negación dialéctica” de estas tendencias, las formas desarrolladas en los países del Este estaban emparentadas con las del capitalismo, en la medida en que, como decía Marx en la Crítica del Programa de Gotha, se trataba no de una sociedad construida enteramente sobre una nueva base, sino tal y como había salido de la vieja sociedad capitalista. Y, sobre esta base, un principio –y hecho material– era común a las “dos economías”: la subsistencia del trabajo asalariado, sobre la base de la continuidad de la ley del valor.

La dialéctica materialista de Pierre Naville, más “trotskista” que Mandel, partía de una ubicación opuesta: considerar el conjunto de la economía y la política mundiales como regida por un principio, y no dos. Esta unidad era en verdad tributaria de la teoría de la revolución permanente de Trotsky e incluso del análisis de Trotsky sobre la URSS en La revolución traicionada. Este punto de Naville, desarrollado en los siete tomos de El nuevo Leviatán, es de una enorme solidez y vigencia.

“Es preciso dejar de lado las visiones que hacen del mundo un acuerdo provisorio entre dos universos completamente distintos, separados y enemigos por ello (…) Los conflictos que los oponen y atraviesan no prueban que el mundo económico y político sea doble en sus principios. No es suficiente que existan dos campos enemistados para suprimir la razón misma del antagonismo que es la unidad (…) Era preciso la ceguera de un déspota ignorante (Stalin) para deducir de un antagonismo la definitiva ruptura de una unidad que es la esencia misma de las relaciones tejidas por el capital, cuya herencia el socialismo no puede más que aceptar, so pena de abortar”. [65] Y, en referencia directa a Mandel: “(…) es preciso investigar si la economía mundial actual puede ser juzgada por un modelo único y, en este caso, cuáles son los postulados admisibles. Casi todas las obras didácticas de economía, tanto en los países del socialismo de Estado como en los capitalistas, establecen una dicotomía de principios. Este error fue repetido por un autor que se dice ‘trotskista’, Ernest Mandel (Tratado de Economía Marxista, 1962)”. [66]

Continúa Naville: “(…) no se puede proveer una explicación correcta de las transformaciones parciales en la economía mundial si se la descompone por principio. La ruptura misma introducida por el régimen soviético no establece una heterogeneidad radical. Es, por el contrario, una visión unitaria del sistema en su conjunto lo que permite comprender el alcance de los antagonismos, de sus diferencias y de sus modificaciones parciales. La abolición de los poderes del gran capital privado en la URSS (…) no implica la abolición de las leyes económicas generales que rigen el funcionamiento de las relaciones capitalistas a escala mundial (…). El valor de cambio sigue siendo el regulador de todas estas relaciones. Lo que cambia, lo que es nuevo, es el poder que detenta el Estado de modificar, en favor de relaciones no capitalistas, una estructura que depende en su origen de las relaciones capitalistas mundiales de las que ha surgido”. [67]

En suma, las leyes de la economía mundial siguen siendo los únicos puntos de referencia, los parámetros a partir de los cuales evaluar el sentido de las evoluciones y transformaciones en el caso de las formaciones sociales no capitalistas. No puede haber otros desde el punto de vista del marxismo, desde el punto de vista de la totalidad de la economía mundial capitalista, a la cual toda sociedad de transición se verá necesariamente sometida.

El estalinismo: ¿una burocracia obrera?

Es sobre la mistificadora base anterior que Ernest Mandel desarrolló la caracterización de la burocracia estalinista como “burocracia obrera”. Muchos otros trotskistas han tomado esta caracterización de la burocracia en la posguerra, aun cuando este embellecimiento burdo del estalinismo difícilmente se pueda hallar en el propio Trotsky. [68] Por ejemplo, allí donde Trotsky hablaba de un “doble rol” de la burocracia estalinista, en el sentido de que se vería obligada a “guardar y defender la propiedad nacionalizada, al mismo tiempo que socavándola dada su naturaleza contrarrevolucionaria”, el pablo-mandelismo veía una “doble naturaleza” de la burocracia, como si fuese un 50% revolucionaria. [69] Ya nos hemos referido a esto en la crítica a Pablo.

Pero no nos queremos detener en este trabajo en el lado político de la cuestión, sino ir más a fondo en la discusión de la caracterización social de la burocracia estalinista.

Se debe partir de diferenciar al estalinismo soviético respecto de las burocracias de los sindicatos y los partidos socialdemócratas y comunistas de Occidente. En este caso, la burocracia efectivamente tendía (y en muchos casos aún tiende) a configurarse como una expresión de simple parasitismo social, viviendo de las cotizaciones de los afiliados, en la medida en que la clase explotadora propiamente dicha de la clase obrera en los países capitalistas, es, naturalmente, la burguesía. Las organizaciones sobre las que se apoya esta burocracia sufrieron a lo largo de los años un creciente proceso de “estatización” (estudiado muy agudamente por Trotsky en Los sindicatos en la época del imperialismo), esto es, de dependencia de la recaudación y financiamiento estatal. Hoy tenemos muchos casos de “burocracias empresarias”, que evidentemente quedan en el límite de la definición clásica de las burocracias en los países capitalistas.

Pero no nos queremos referir a esto aquí [70] , sino al caso específico de la burocracia estalinista al frente de inmensos Estados en un tercio del globo, y que no tenía a su lado una clase propietaria capitalista. En estas condiciones, creemos que la definición de la burocracia estalinista como “burocracia obrera”, esto es, como formando parte de la clase trabajadora, es un desastre teórico y un embellecimiento político que no resiste el menor análisis.

“La idea que la burocracia soviética, como la burocracia sindical en Occidente, no ha cortado su cordón umbilical con la clase trabajadora y que sus intereses específicos y decisiones políticas pueden ser vistas dentro del marco de una relación parasitaria especial con el proletariado lleva a la conclusión de que la lucha de clases en los países capitalistas continua siendo un proceso bipolar, capitalismo versus clase obrera (con la burocracia operando por lo general como gendarmes del capital en el mundo del trabajo”. [71]

Más allá de lo que venimos diciendo de que la burocracia de los Estados burocráticos consistió en un tipo específico de burocracia, no asimilable a la de los países “occidentales” (aspecto ausente del análisis de Mandel), la caracterización de que la burocracia soviética no había cortado su cordón umbilical con la clase trabajadora es contraria a los hechos. Ya en 1928, Christian Rakovsky, en Los peligros profesionales del poder, había planteado de manera muy aguda este problema. Ni el propio Trotsky, que lo cita en La revolución traicionada, se atrevió a desmentirlo. Porque no se trataba de un mero caso de parasitismo social: la burocracia se apropiaba de la parte del león del excedente, esto es, vivía de la explotación de la clase trabajadora, más allá de que no hubiera llegado a constituirse efectivamente en una clase explotadora orgánica. Y si la burocracia vivía de la explotación de la clase trabajadora, no podía constituir parte de esta misma clase. En el texto que citamos ocurre lo mismo que con muchos otros escritos por Mandel u otros dirigentes del trotskismo “tradicional”: la correcta negación de que la burocracia fuera una nueva clase orgánica permite deslizarse al más craso embellecimiento de esa misma burocracia como “parte de la propia clase trabajadora”.

Hasta el final de sus días Mandel mantuvo esta caracterización. Así se puede ver en su último trabajo teórico, El poder y el dinero. Una caracterización marxista de la burocracia (1992). [72]       Allí se mantiene la caracterización de la burocracia estalinista como “burocracia obrera”: “las burocracias del partido y el Estado se funden con los administradores burocráticos de la economía para integrar una endurecida e inamovible capa social (Trotsky la llamó casta), que usa su monopolio del poder para mantener y extender sus posiciones socio-materiales. El hecho de que ahora la burocracia obrera ejerce el poder estatal multiplica todos sus rasgos anti clase obrera, conservadores, parasitarios, ya visibles en las burocracias sindicales y partidarias del movimiento obrero de masas”. [73]

Está todo dicho: se trata sólo de rasgos antiobreros, no de una naturaleza social distinta, ajena a la clase trabajadora. Se trata de un caso más de la burocratización del movimiento obrero, esencialmente similar a las de las burocracias sindicales y partidarias de Occidente, y no de un fenómeno de naturaleza cualitativamente distinta a éstos, al tratarse de una burocracia gestionando Estados enteros sin tener a su lado una clase propietaria.

Un simple dato sirve para ilustrar la inusitada magnitud del fenómeno en el caso de Rusia: en la década del 80, inmediatamente antes de la caída de la burocracia estalinista y del giro masivo a la restauración, la burocracia soviética estaba compuesta por 18 millones de personas.

La posición de Mandel es insostenible porque, a partir de determinado estadio de su desarrollo, la diferenciación funcional que se fue dando como producto de las tareas de conducción del Estado obrero aislado devino en diferenciación social, como dijera Rakovsky. Mandel cita a éste en el trabajo que estamos comentando, pero sin molestarse en dar cuenta de que Rakovsky afirma que la burocracia estalinista que se venía afianzando en el poder estaba dejando de formar parte de la clase obrera y deviniendo en otra categoría social.

“No me detendré aquí en la diferenciación que el poder ha introducido en el seno del proletariado, y que he calificado más arriba de ‘funcional‘. La función ha modificado el órgano mismo, es decir, la psicología de aquellos que se han encargado de diversas tareas de dirección en la administración y la economía del Estado ha cambiado hasta tal punto de que no sólo objetiva, sino también subjetivamente, no sólo material, sino también moralmente, han dejado de formar parte de esta misma clase obrera”. [74]

Corresponde, entonces, diferenciar tajantemente entre el parasitismo social –las burocracias que viven del aporte de los afiliados sindicales o incluso de los aportes obtenidos vía el Estado– y la naturaleza social totalmente distinta de la burocracia que vive de la explotación de la propia clase trabajadora.

“Si la dirigencia soviética mantuvo una relación de explotación con los trabajadores, no pudo pertenecer a la clase que explotaba. La oposición entre la clase obrera y la burocracia era de un carácter mucho más agudo e irreconciliable que la que derivaría de una distribución ‘desigual‘, o de la existencia de ‘privilegios‘. En este respecto, son importantes las observaciones de Rakovsky (…) Aquel planteó muy tempranamente que la burocracia se había diferenciado socialmente de la clase obrera; Trotsky lo cita en La revolución traicionada, pero no deriva las consecuencias para la caracterización de la burocracia [75] (…) Así como los explotadores ‘asiáticos‘ estaban separados de los campesinos por un abismo social –la explotación– sin ser propietarios, también lo estaban los burócratas soviéticos respecto de las masas trabajadoras”. [76]

Conclusión: no se puede ser parte de la misma clase social a la que se explota. En definitiva, la concepción de las burocracias obreras llevaba al paroxismo la capitulación a los aparatos burocráticos. La definición correcta es que configuraron una capa social pequeño burguesa, socialmente ajena a la clase obrera y políticamente contrarrevolucionaria.

Revoluciones socialistas “objetivas”

El morenismo tuvo una particularidad respecto de las corrientes anteriores: partiendo del carácter revolucionario de los procesos de la posguerra, tuvo en general una política independiente respecto de las direcciones que estuvieron al frente de ellos. En este sentido, encarnó una tradición de no capitulación o adaptación a los aparatos y direcciones pequeño burguesas y burocráticas.

Esto hizo, por ejemplo, a una ubicación política práctica sumamente correcta y principista respecto de uno de los fenómenos más importantes en las décadas del 60 y 70 en América Latina, los movimientos guerrilleros, frente a los cuales, a pesar de las inmensas presiones y concesiones parciales, no capituló.

Junto con esto, la corriente morenista tuvo otros rasgos progresivos: la búsqueda permanente de abrirse paso hacia los procesos reales de la clase trabajadora y de salir de la marginalidad política; el haber sostenido prácticamente a lo largo de toda su trayectoria el esfuerzo por ser parte de un marco internacional de relaciones con las corrientes del trotskismo europeo, etc.

Sin embargo, el estallido del morenismo requiere una explicación. Y parte fundamental de ésta es que en el momento de su apogeo (década del 80) sintetizó una elaboración y teorización que, partiendo de un presupuesto metodológico correcto, la necesidad de analizar y dar cuenta de los nuevos fenómenos, dio lugar a una reelaboración globalmente incorrecta de la teoría de la revolución en clave “objetivista”.

Esta reelaboración objetivista [77] se fue constituyendo a lo largo de años en los que, de manera abusiva, se le reconoció a las revoluciones de la posguerra (caracterizadas como de “febrero”, por analogía con el febrero ruso de 1917) un carácter “obrero y socialista objetivo” que no tuvieron. Lo que, además, estaba emparentado con una determinada valoración del carácter de la URSS (“Estado obrero degenerado”) y una concepción también errónea acerca del carácter de la revolución y la transición socialista.

Estos dos elementos, una reelaboración objetivista de la teoría de la revolución y una concepción con rasgos burocráticos y sustituistas de la revolución y la transición, sumados a las presiones y gravísimos errores oportunistas que se fueron acumulando durante la construcción del viejo MAS, dieron lugar al estallido definitivo de la corriente morenista hacia finales de los 80 y principios de los 90. [78]

>>> A la segunda parte
Notas:

[1].- Queremos dejar sentada nuestra reivindicación de la tradición trotskista y su compromiso con la clase obrera mundial: desde los heroicos y abnegados militantes trotskistas en los campos de concentración de la URSS, los cuartistas caídos en la lucha contra el nazismo en Europa, la pelea del trotskismo vietnamita contra la burocracia de Ho Chi Minh o los cien compañeros del PST argentino caídos bajo la genocida dictadura militar.

[2].- Alex Callinicos, Trotskyism, Londres, Minesotta Press, 1990.

[3].- Nahuel Moreno introdujo una interpretación respecto de la guerra –como parte de su reelaboración de la teoría de la revolución en los 80– que no nos parece correcta, porque tendía a deslizarse a la posición de que se trataba de una guerra entre regímenes, perdiendo de vista el esencial carácter social de guerra interimperialista y de colonización respecto de la URSS. En este marco, es un hecho que a las corrientes trotskistas les costó orientarse en circunstancias en que, producto de la ocupación nazi, se desarrollaron genuinos movimientos de liberación nacional monopolizados por una conducción burocrática estalinista con una orientación nacionalista estrecha. Este último aspecto es señalado, correctamente a nuestro juicio, por el historiador trotskista Pierre Broué. Queda pendiente, entonces, realizar un trabajo crítico sobre la ubicación del trotskismo en la Segunda Guerra.

[4].- Analizar esta dialéctica de conquistas / concesiones del imperialismo a fin de salvar lo principal (el corazón del sistema capitalista) requeriría un desarrollo más allá de los límites de este texto. No obstante, dejamos señalada aquí su importancia para la comprensión de la dinámica de la lucha de clases en la posguerra.

[5].- Esto es, países no conquistados por intermedio de revoluciones, sino desde arriba por el Ejército Rojo en términos de demagogia “nacional” contra la propiedad nazi. Sobre esto ver François Fejtö, Historia de las Democracias Populares, París, Editions du Seuil, 1969.

[6].- Debemos decir que en esos momentos configuraron una reacción progresiva (en el terreno político, aunque sin lograr establecer una superación en el terreno teórico y programático) ante las capitulaciones del pablismo en aquellos años. Luego vendrá la reunificación de 1963 entre el pablo-mandelismo y el SWP de EEUU (a la que se sumaría Moreno). Lambert y Healy se mantuvieron por fuera, sosteniendo escuálidamente el CI hasta su disolución en la década del 70. En esa década se produce la ruptura definitiva de Moreno con el SWP y luego con el mandelismo, producto de sus profundas tendencias oportunistas.

[7].- Salvo el grupo inglés Alliance for Workers‘ Liberty, no se conoce hoy otro grupo que se reivindique de la tradición de Schachtman, que terminó capitulando en 1958 con su entrada al Partido Demócrata y que en la década del 60 apoyó a Estados Unidos en la guerra de Vietnam. Del mismo modo, sólo se mantuvo de manera independiente Hal Draper, que logró realizar una importante obra teórica sobre Marx, si bien con el muy grave déficit de una valoración totalmente unilateral del legado de Lenin, y sin llegar nunca a revisar la concepción idealista del “colectivismo burocrático”.

[8].- Caracterizada por Trotsky como “tendencia pequeño burguesa”, lo que a la postre se terminó confirmando, más allá de que tampoco la tendencia de Cannon logró mantener la independencia de su corriente, que terminó capitulando definitivamente al castrismo a comienzos de la década del 80 (luego de la muerte del propio Cannon).

[9].- Como así también la corriente de C.R.L. James en Estados Unidos en la misma época, una tendencia espontaneísta- idealista, de la que son tributarios hoy intelectuales como Harry Cleaver, en la línea de John Holloway.

[10].- En nuestra concepción, la URSS configura en las primeras décadas (luego de la revolución de Octubre) un estado obrero de pleno derecho, transformándose, como producto de la contrarrevolución estalinista, en un “Estado burocrático con restos proletarios comunistas”, como lo definiera Christian Rakovsky. En el caso de las revoluciones en China, Yugoslavia, Cuba y Vietnam, así como de los países del este de Europa –donde también se obtuvieron conquistas como la expropiación de la burguesía, la independencia del imperialismo, la reforma agraria y la unidad nacional–, estas conquistas fueron distorsionadas desde un comienzo, dando lugar directamente a la configuración de Estados burocráticos a imagen y semejanza de la URSS.

[11].- León Trotsky, En defensa del marxismo, Buenos Aires, Yunque, 1975, p. 156.

[12].- Tony Cliff, Capitalismo de Estado en la URSS, Barcelona, En Lucha, 2000, p. 231.

[13].- Creemos que Alex Callinicos tiene razón cuando afirma que en definitiva (como la definiera Trotsky oportunamente) la tendencia de Schachtman fue de un sector que cedió a la presión de la pequeño burguesía imperialista.

[14].- Pierre Naville, El nuevo Leviatán, vol. 3, “El salario socialista”, París, Anthropos, 1970, pp. 263-4.

[15].- Cornelius Castoriadis, La sociedad burocrática, volumen 2, Barcelona, Tusquets, 1976, pp. 14-20.

[16].- Esta llega a tener unos 400 militantes; luego se dividió alrededor del problema del “entrismo” en el Partido Laborista. Respecto de la corriente de Cliff, “el motivo directo [de la expulsión] fue la negativa de Cliff a definir a Corea del Norte como más progresista que Corea del Sur en la guerra imperialista que estaba dividiendo el país”, tal como ellos mismos relatan en Capitalismo de Estado en la URSS, ed. cit., p. 11.

[17].- Tony Cliff, Trotskyism AfterTrotsky, Londres, Bookmarks, 1999, p. 31.

[18].- En P. Naville, op. cit., p. 295.

[19].- Alex Callinicos, Trotskyism, cit.

[20].- Idem, pp. 83 y 84.

[21].- Que estaban marcadas por el peso inmenso del aparato burocrático estalinista en la URSS, los acuerdos de Yalta y Potsdam y el carácter de conflicto “pautado”, dentro del sistema mundial de Estados, que asumió la pelea Este-Oeste, que enchalecaron en gran medida por todo este período histórico la lucha entre las clases.

[22].- P. Naville, op. cit., pp. 292-4.

[23].- Ver, por ejemplo, “Analysing Imperialism” de Chris Harman, en International Socialism 99. Una crítica a una posición similar es la de Roberto Ramírez a Robert Brenner: “El boom y la burbuja”, en SoB 15.

[24].- A. Callinicos, Trotskyism, cit.

[25].- A este respecto ver el importante trabajo de Roberto Ramírez “La mundialización del capitalismo imperialista y nuestro programa”, en www.mas.org.ar.

[26].- León Trotsky, “Combatir al imperialismo para combatir al fascismo”, en Escritos latinoamericanos, Buenos Aires, CEIP, 2000, p. 95.

[27].- Chris Harman, “Argentina: Rebellion at the Sharp End of the World Crisis”, International Socialism 94, pp. 43-44.

[28].- Roberto Ramírez, cit., pp. 38-9.

[29].- La forma de razonamiento sectario se caracteriza, precisamente, por su formalismo, por no ver los matices, los “grises”, que, como decía Trotsky en algunos de sus textos sobre España y Francia, son las circunstancias más comunes que se nos presentan a los revolucionarios en la vida política.

[30].- Chris Harman, “Analysing Imperialism”, Internacional Socialism 99, p. 32.

[31].- Los compañeros no han hecho un balance de este curso y se muestran muy dogmáticos, muy poco críticos respecto de su propia tradición. Es cierto que, proviniendo de posiciones muy sectarias, hace ya algunos años están en un giro correcto hacia los movimientos de masas reales, pero, en varios casos, con costados oportunistas.

[32].- Ver la crítica de A. Callinicos en Trotskyism, p. 46.

[33].- Luego, en su período ya abiertamente “democratizante” (término al que es afecto el PO argentino), el desbarranque fue aún mayor: se capituló a la Perestroika (“reestructuración”) y la Glasnost (“transparencia”) de Mijaíl Gorbachov, y se llegó a considerar al mismísimo Boris Yeltsin (en Où va la URSS de Gorbatchev?) como una supuesta ala “izquierda” de estas políticas consideradas como “progresivas”. Veamos: “En el estado actual de la información (…) una conclusión se impone: el deber de los marxistas revolucionarios –y más allá de ellos, de todas las fuerzas de convicción socialista-comunista real en la URSS y fuera de la URSS– respecto de la experiencia de la URSS es de apoyar de manera crítica o de rechazar cada reforma concreta puesta en práctica por el equipo dirigente de la URSS, según sirva o no a los intereses de la clase obrera”. Où va la URSS de Gorbatchev?, París, La Breche, 1989, pp. 328-9. Nuevamente, la clásica línea pablo-mandelista no independiente de “apoyo crítico” a la burocracia o a alguna de sus alas. Esta línea, expresada en el apoyo al gobierno nacionalista burgués de Paz Estensoro en Bolivia de 1952, en oportunidad de una de las pocas revoluciones obreras y socialistas reales de la posguerra, se transformó en traición abierta al proceso. Ver al respecto R. Sáenz, “Crítica al romanticismo ‘anticapitalista’”, SoB 16.

[34].- Esta discusión plantea un problema de método frente a las revoluciones y procesos revolucionarios: la doble exigencia de no ser normativistas a la hora de considerar los procesos reales de la lucha de clases, pero, al mismo tiempo, saber identificar sus límites de clase y socialistas, evaluarlos tal como son y no como quisiéramos que fueran. Es una obligación intervenir en el proceso tal cual es, pero no para adaptarse a él, sino para dar una pelea estratégica para que se transformen en obreros y socialistas.

[35].- El caso más grave de esta tradición oportunista es, hoy, la participación de Miguel Rossetto, de la tendencia Democracia Socialista en el PT, como ministro de Desarrollo Agrario del gobierno burgués de Lula. La DS es parte actual del SU (su segundo partido luego de la LCR francesa), e incluso en la tradición de esta corriente el paso de formar parte lisa y llanamente de un gobierno burgués no tenía antecedentes, salvo el Lanka Sama Samaja Party (LSSP) de Ceilán en los años 60, pero ese partido fue en esa oportunidad expulsado del SU. El “caso” DS ha dado lugar a las acostumbradas discusiones diplomáticas –sin consecuencia práctica alguna– en el SU, que convive con el bochorno de una verdadera traición en tiempo real.

[36].- A. Callinicos, Trotskyism, cit.

[37].- Idem., p. 33.

[38].- Tony Cliff, Trotskyism AfterTrotsky, cit., pp. 17-18.

[39].- “Oú allons-nous?”, en Los Congresos de la IV Internacional, ed. cit., p. 29.

[40].- Marcel Bleibtreu, integrante de la mayoría del PCI, se le opone en un conocido artículo llamado “¿A dónde va el camarada Pablo?”. Su posición configuró un rechazo correcto frente a la orientación liquidacionista de Pablo, que dio lugar, en 1953, a la ruptura más importante de la IV en la posguerra (de hecho, Pablo expulsó a la oposición de la Internacional). Este sector, como hemos dicho, constituyó una posición progresiva frente al curso del pablo-mandelismo, aun a pesar de sus límites teóricos. Nahuel Moreno se sumó a este sector, integrado también por el SWP de EEUU, durante los 50.

[41].- No está de más dejar señalada la falta de perspectiva de toda la fracción mayoritaria pablo-mandelista de la IV Internacional en esos años, cuyo “análisis-justificación” de esta política capituladora venía dado por la supuesta “inminencia de la III Guerra Mundial” de Estados Unidos contra la URSS. Esto, a pesar de que hacía años que se habían firmado los acuerdos de Yalta y Potsdam y ya comenzaba el boom económico de la posguerra. Esta actitud revelaba, además, una total incomprensión de los acuerdos de Estado que había establecido la burocracia de la URSS con el imperialismo, de peso decisivo en toda la posguerra. Esta corriente del trotskismo asumió íntegramente la escenificación –en esencia, contrarrevolucionaria– de la lucha entre los dos “campos”: EEUU y la URSS, que no fue, en definitiva, más que un conflicto pactado y enteramente dirigido contra las masas trabajadoras de todo el mundo.

[42].- En esa década, Stalin impuso la subordinación del naciente Partido Comunista Chino al Kuomintang (partido nacionalista burgués). Con respecto a la crítica de la teoría de los “campos” y su significado capitulador, existe un trabajo muy valioso y actual de Nahuel Moreno, La traición de la OCI (u) (1981), dirigido, paradójicamente, contra el mismo sector que en la década del 50 se alzó correctamente contra Pablo en Francia: la corriente orientada por Pierre Lambert, que en estos textos no podemos abordar en extenso. Este trabajo de Moreno es muy recomendable por su carácter educativo sobre cómo se debe hacer política revolucionaria e independiente.

[43].- M. Pablo, cit.

[44].- El objetivismo fue, sin duda, una marca registrada de casi todo el trotskismo de posguerra, incluido el morenismo. Dice Pablo: “Los acontecimientos más profundos, más revolucionarios, más determinantes –nos enseña la teoría marxista-leninista del capitalismo en su fase imperialista–, son provocados a pesar y en contra de todos los obstáculos subjetivos, a pesar y en contra de la línea traidora de las direcciones tradicionales socialdemócratas y estalinistas de masas, por las contradicciones inherentes al régimen social actual, por la exasperación inevitable de estas contradicciones (…)”. “Où allons-nous?”, cit., p. 35. O sea, producto del proceso objetivo “a pesar y en contra de las direcciones”, la revolución socialista progresa sin descanso… Hemos escuchado este tipo de razonamiento en lo más profundo de la crisis del viejo MAS a fines de los 80.

[45].- Ya volveremos sobre esto cuando cuestionemos no sólo la caracterización política que el pablismo hacía de la burocracia estalinista, sino el análisis común a muchas corrientes del trotskismo “tradicional” acerca de su naturaleza social.

[46].- M. Pablo, cit.

[47].- M. Pablo, cit., p. 46.

[48].- M. Pablo, cit., pp. 28, 35 y 41.

[49].- En este caso, la referencia al modelo de la revolución rusa como no aplicable a las revoluciones de posguerra cumple el papel de dejar sin marco de referencia el análisis de los límites y el carácter mismo de esas revoluciones.

[50].- Daniel Bensaïd, en Combates y debates de la IV internacional. Francoise Moreau, Quebec, Vientos del Oeste, 1993.

[51].- Ver al respecto la crítica de J.P. Divés al folleto de Bensaïd Los trotskismos.

[52].- D. Bensaïd, cit., p. 22.

[53].- A comienzos de los 80, Moreno cayó en ese desastroso enfoque. Porque Actualización del Programa de Transición transformaba la “excepción” en regla de las revoluciones (pasadas y por venir), sentando las bases teóricas y estratégicas de las desviaciones objetivistas y oportunistas que llevaron a la explosión de la corriente morenista. Ya volveremos sobre esto.

[54].- Pierre Naville: El nuevo Leviatán, El salario socialista, volumen 3, p. 165. Naville advierte que un principio común (y equivocado) entre la mayoría de las tendencias del bolchevismo en la década del 20 era que “la clase obrera no se podía explotar a sí misma”. Si “estaba en el poder” y era la clase dominante, ¿cómo se iba a explotar a sí misma? Finalmente, la historia demostró que la clase trabajadora dejó de ser dominante en todos los terrenos. Y que, a la vez, como lección de la experiencia histórica, se debe saber que luego de la explotación capitalista orgánica le sucede en la transición una forma de explotación no orgánica, la “explotación mutua”. Esta es inevitable en condiciones del mercado mundial capitalista, y es tarea de la transición tender a reabsorber y disolver esta última forma de explotación del trabajo.

[55].- Pierre Naville, El nuevo Leviatán, El salario socialista, volumen 3, ed. cit., p. 118.

[56].- P. Naville, cit., p. 119.

[57].- Ernest Mandel, Tratado de economía marxista, México, ERA, 1988. Párrafo a párrafo, los capítulos dedicados a la economía de la URSS son una lamentable acumulación de lugares comunes.

[58].- Cabe reconocer que Nahuel Moreno, pese a los déficits de su propia posición, tuvo el mérito de seguir empíricamente a Naville en algunos fundamentos de su abordaje. Sobre esta base realizaba una crítica justa al pablo-mandelismo: “Completando esta cadena que aparta al revisionismo del marxismo, aceptando la concepción de los teóricos de la burocracia del ‘socialismo en un solo país’, el pablismo ha aceptado las premisas del estalinismo de que en el mundo actual existen dos mundos económica y políticamente enfrentados y antagónicos: el del imperialismo y el de los Estados obreros burocratizados. Esto no es así ni en el terreno político ni en el económico. No hay dos mundos económicos a escala mundial. Hay una sola economía mundial, un solo mercado mundial, dominado por el imperialismo. Dentro de esta economía mundial dominada por el imperialismo, existen contradicciones más o menos agudas con los Estados obreros burocratizados donde se expropió a la burguesía. Pero no son contradicciones absolutas (…). La economía de todos los Estados obreros, burocratizados o no, está supeditada –mientras el imperialismo siga siendo más fuerte económicamente– a la economía mundial controlada por el capitalismo. Es por esto que la economía de los Estados burocratizados ha seguido como una sombra los ciclos de la economía capitalista mundial”. Nahuel Moreno, Actualización del Programa de Transición, p. 68.

[59].- Modelo en el que, como hemos señalado, aparece abolido uno de los principios de la explotación capitalista, la propiedad privada de los medios de producción, pero subsiste otro: la norma capitalista de apreciación de las capacidades de trabajo (usando la expresión de Naville). Esto mismo rige para el caso de las cooperativas “capitalistas” en el caso del Argentinazo: sean las fábricas recuperadas o, como cooperativas de distribución, los movimientos de trabajadores desocupados. Allí impera la autoexplotación o la distribución de la miseria. Esto no menoscaba a dichas expresiones como conquistas de los trabajadores en lucha, pero permite tener un punto de vista crítico acerca de ellas.

[60].- E. Mandel, op. cit., p. 174.

[61].- Idem.

[62].- P. Naville: “El Nuevo Leviatán”, El salario socialista, volumen 2, pp. 122-132.

[63].- E. Mandel, cit., p. 175.

[64].- E. Mandel, cit., p. 178.

[65].- P. Naville, cit..

[66].- Idem.

[67].- P. Naville, El nuevo Leviatán, El salario socialista, volumen 2, p. 19.

[68].- “La burocracia soviética es inconmensurablemente más poderosa que todas las burocracias reformistas de los países capitalistas juntos, dado que tiene en sus manos el poder del estado, con sus ventajas y privilegios”. Leon Trotsky: “Cómo venció Stalin a la oposición” (12-11-35), en Escritos, tomo VIII, volumen 1. Bogotá, Pluma, 1977.

[69].- Moreno criticó en varias oportunidades esto, aunque tuvo idas y venidas respecto de la caracterización de la burocracia como “obrera”. La considera así en La dictadura revolucionaria del proletariado, donde llega a concebir la “revolución política” como una pelea de “un sector de la clase obrera contra otro”… Sin embargo, en otros textos de los 80 plantea la caracterización de la burocracia como socialmente pequeño burguesa. Veremos esto más adelante.

[70].- Esto plantea una elaboración específica que está más allá de los límites de este trabajo, y que marca una diferencia respecto de lo ocurrido en los países del Este.

[71].- E. Mandel, ¿Por qué la burocracia no es una nueva clase dirigente? Mandel Archive, www.angelfire.com\pr\red

[72].- Texto que aparece como muy vulgar al lector en castellano, probablemente como producto de serios problemas de traducción.

[73].- E. Mandel, El poder y el dinero, México, Siglo XXI, p. 107.

[74].- Christian Rakovsky, Los peligros profesionales del poder, www.mas.org.ar.

[75].- A diferencia de Astarita, creemos que Trotsky, que había evaluado casi al milímetro las relaciones sociales en la URSS y que no quiso dar ese paso promediando la década del 30 –cuando para él se trataba de una revolución “aún viva”), actuó correctamente en lo metodológico, desde su punto de vista.

[76].- Rolando Astarita, “Relaciones de producción y estado en la URSS”. Debate Marxista Nº 9, noviembre 1997. Se trata de un trabajo valioso y pedagógico que, no obstante, tiene el serio problema de que no logra dar una definición materialista de las raíces histórico-sociales en las que se asentaba la degeneración de la URSS. Esto había sido muy bien resuelto en la elaboración de Naville, que Astarita rechaza. Por eso queda abstracta su evaluación de la formación social real de la URSS y demás Estados burocráticos; reivindica, incluso, la elaboración a nuestro juicio incorrecta de Bruno Rizzi. Más grave aún es que esto ocurre porque Astarita tiende a ser tributario de Mandel en un punto fundamental, que es no partir de la unidad de principios rectores de la economía mundial. Y, por tanto, no parece que en los Estados burocráticos hubieran regido las imposiciones de la ley del valor. Astarita considera que este ángulo implica asumir una visión “capitalista de Estado”, lo que nos parece un error.

[77].- Recordamos aquí la opinión de León Trotsky acerca de las razones y consecuencias políticas de las concepciones “objetivistas”: “Desde hace mucho, el camarada Vereecken ha caracterizado al POUM de forma totalmente errónea, pensando que, bajo la presión de los acontecimientos, este partido, por así decirlo, evolucionaría ‘automáticamente‘ hacia la izquierda, y que nuestra política en España debería limitarse a un ‘apoyo crítico‘ al POUM. Los acontecimientos no han confirmado en absoluto este pronostico fatalista y optimista, extraordinariamente característico del pensamiento centrista, pero en manera alguna del pensamiento marxista”. León Trotsky, España revolucionaria, Buenos Aires, Antídoto, 2004, p. 250. Estas graves consecuencias políticas de los análisis y la política objetivistas se verificaron palmariamente en la crisis del viejo MAS.

[78].- Hay dos partidos o corrientes principales que se reivindican morenistas: el MST argentino y el PSTU brasileño. Más allá de que tradición y balance son dos planos no necesariamente iguales, podemos decir que, en el caso de estos partidos, ninguno ha logrado pasar el menor balance de la incorrecta síntesis objetivista de los 80: ni en lo que hace a la teoría de la revolución, ni tampoco respecto de los países del Este. En todo caso, se trata de versiones que de una u otra manera son vulgarizaciones de esa elaboración de Moreno, lo que no hace más que agravar los problemas que ya tenía. Por tanto, la critica teórico-programática a Moreno aquí vertida les cabe, con mucho mayor motivo, a estas corrientes.

Notas sobre la teoría de la revolución permanente a comienzos del siglo XXI – II

Las revoluciones de posguerra y el movimiento trotskista

Segunda parte

Sujetos, tareas y carácter de la revolución

Partamos de insistir que, metodológicamente, Moreno tenía una ubicación correcta y no dogmática, en el sentido de señalar que “siempre hemos intentando teorizar sin ignorar los problemas reales”. Pero Moreno, de manera totalmente equivocada, explicitó que entendía que el “error” de la teoría de la revolución permanente era que estaba parada sobre los sujetos y no sobre el proceso objetivo: “Me voy a adelantar a decir cuál es la mecánica de la teoría de Trotsky, una mecánica que (…) tiene algunas fallas. ¿Por qué opina Trotsky que se pasa de la revolución democrática burguesa a la revolución socialista? ¿Por una combinación objetiva de tareas o por lo que en el marxismo y en sociología se llama el sujeto histórico? (…) Según Trotsky, ¿cómo se pasa de la revolución democrática a la socialista? ¿Por el sujeto o por un proceso inevitable en el que la revolución democrático burguesa, al ir contra sectores de la burguesía, va a hacerse socialista inevitablemente? Puede ser que el coche esté en una pendiente, y avanza solo. Esto quiere decir que solucionar las tareas democrático- burguesas significa empezar a atacar el capitalismo: si se pone en la pendiente, el coche anda solo (…) Nosotros creemos que los hechos demostraron que hay un gran error en el texto escrito de la teoría de la revolución permanente (…) Hubo procesos de revolución permanente que expropiaron a la burguesía e hicieron la revolución obrera y socialista sin ser acaudillados por la clase obrera y sin ser acaudillados por el partido comunista revolucionario. Es decir, los dos sujetos de Trotsky, el social y el político, fallaron a la cita histórica, no llegaron a la hora (…) Esta segunda formulación de Trotsky de la teoría de la revolución permanente (…) tiene el grave defecto de que (…) gira alrededor de los sujetos”. [1]

Efectivamente, las revoluciones de posguerra configuraron un enorme desafío teórico y político. Es un hecho que fueron casi completamente originales en lo que hace al cuerpo central de la teoría de la revolución permanente, porque la experiencia histórica anterior había sugerido que no había ninguna posibilidad de que se tomaran medidas anticapitalistas sin la clase obrera y la organización revolucionaria socialista en el centro del proceso. Pero no fue esto lo que ocurrió en la posguerra, sino que, por el contrario, lo que se dio, en cierto sentido, es la hipótesis que Trotsky, reiteradamente –justificado por la polémica contra la concepción estalinista de la “revolución por etapas”– se negaba a considerar: que direcciones burocráticas y pequeño burguesas fueran más allá en el camino del enfrentamiento con la burguesía y el imperialismo y llegaran incluso hasta la expropiación de la clase capitalista.

La novedad estuvo en que la norma en la posguerra fue que estas direcciones pequeño burguesas y burocráticas “fueron más lejos” y expropiaron a la burguesía: en China, Yugoslavia, Corea, Cuba y Vietnam, por intermedio de revoluciones, y en el Glacis, completamente desde arriba. Claro que con una diferencia fundamental: que estos procesos no fueron un “corto episodio hacia la dictadura del proletariado”, sino que el congelamiento de la revolución en ese estadio se hizo permanente.

El enigma teórico a explicar era, entonces, cómo había sido posible que estas direcciones y sectores sociales aparentemente hubieran reemplazado a la clase trabajadora en la tarea de “realizar la revolución socialista”. Moreno intenta explicar esto basado en que la “solución de las tareas democrático-burguesas” (combinación objetiva de las tareas) significaba empezar a atacar al capitalismo. Y, entonces, en la medida que esto ocurre como hecho objetivo (“se pone el coche en la pendiente”) el sujeto que realiza esto no tiene la menor importancia. Como el proceso se desarrolla “solo”, la revolución se hace “objetivamente socialista”, “inevitablemente” socialista. Por lo tanto, había que “dar vuelta” la teoría de la revolución permanente, “ponerla sobre sus pies”. En vez de girar en torno a los sujetos, debía girar en torno al proceso “objetivo”.

Para justificar este análisis, Moreno se apoyó en su particular interpretación del debate de Trostsky con Preobrajensky respecto a cómo había que caracterizar una revolución. Dice Moreno, como parafraseando a E. Preobrajensky (en su debate con Trotsky alrededor del carácter de la revolución china a fines de la década del ‘20): “‘Usted arranca de los sujetos, del sujeto histórico, de la clase obrera, y ése es un mal razonamiento, porque hay que arrancar de la realidad, y ver qué da la realidad. No todas las realidades van a ser como la rusa. Entonces, si en China la revolución es democrático-burguesa, no está descartado que surja un partido pequeño burgués que haga la revolución. En el campesinado de Rusia no se dio, pero no esta descartado que se dé en China. La realidad cambia. ¿Por qué está tan seguro usted de que ése es el sujeto? Puede ser que sí, puede ser que no. No cierre la posibilidad de otros sujetos. Es un razonamiento muy subjetivo, en vez de objetivo. Si hay que hacer una revolución democrático-burguesa, no está descartado que aparezca una corriente pequeño burguesa que la haga, que saque de allí a los imperialistas. Si eso ocurre, con su teoría nos quedamos sin línea. Es una teoría extremista: generaliza la revolución de Octubre, y nosotros recién estamos entrando en Oriente, y no sabemos bien cómo es la cosa. No nos apresuremos‘. Esa es la crítica [de Preobrajensky a Trotsky]”. [2]

En realidad, a nuestro entender, lo que Preobajensky estaba buscando fundamentar era que, a diferencia de la correcta posición de Trotsky, él opinaba que la revolución china no podía superar el estadio democrático burgués producto de las circunstancias “objetivas” (las tareas), comprendidas de manera mecánica y nacionalista: para Preobajensky, la revolución china sólo podía ser burguesa.

Pero Moreno, sin embargo, utiliza las circunstancias objetivas al revés que Preobajensky, argumentando que esa era la respuesta que le dio Trotsky en su última carta, para justificar que aun en ausencia de la clase trabajadora y el partido en el centro del proceso, por las “circunstancias objetivas” y el carácter de las tareas, las direcciones burocráticas se vieron obligadas a ir más lejos hasta llegar a la expropiación de la burguesía (cosa que ocurrió) y, por lo tanto, consumar la transformación de la revolución democrática en obrera y socialista (lo que opinamos que no ocurrió).

Por esto dice: “(…) había habido una gran revolución. Fidel Castro tenía armadas a las masas y resolvió darles las tierras, sin expropiar al imperialismo. El imperialismo lo bloqueó; entonces, se vio obligado a defenderse cada vez más y a adoptar más y más medidas. Es decir que, obligados por las circunstancias, avanzaron muchos más kilómetros de los que ellos planificaban, muchos más kilómetros de los que nosotros creíamos que iban a llegar. Una estación que se llama ‘expropiación de toda la burguesía‘”. [3]

Y agrega: “Trotsky acertó en cómo marchaba el tren, pero no acertó en la estación en la que se detenía. Trotsky dijo: ‘El tren tiene que marchar y marchar (…) y no pararse (…) Y si quien dirige el tren no es la clase obrera y el partido marxista revolucionario, el tren no avanza, o avanza muy poco‘. Y nosotros decimos: ‘La revolución es tan fuerte, empuja tanto, que a pesar de que la dirección oportunista y la pequeño burguesía no hayan sido socialistas ahora se ven obligados muchas veces a hacer la revolución socialista, por la presión‘. Se puede comparar con un tren en marcha: si no está dirigido por el partido bolchevique, el tren se para. Eso se cumplió. ¿Qué decía Trotsky? : ‘se para a los cincuenta kilómetros‘ (…) Hay una estación que se llama ‘expropiación de la burguesía‘. Dirigido por direcciones pequeño burguesas –decía Trotsky– el tren no llega nunca a la estación expropiación de la burguesía. Y los hechos han demostrado que el tren sí llega, presionado por las masas, presionada por el imperialismo”. [4]

El problema aparece, justamente, a la hora de precisar cuánto más lejos había ido el tren de la revolución. A nuestro entender, mucho menos de lo que consideró la inmensa mayoría del trotskismo en la posguerra, e incluso de lo que consideró Moreno: no dieron lugar a revoluciones genuinamente obreras y socialistas, ni abrieron la transición.

Pero Moreno terminaba cayendo en el gravísimo error –y callejón sin salida– de reconocer que las direcciones burocráticas y/o pequeñoburguesas habían encabezado revoluciones lisa y llanamente “obreras y socialistas objetivas o inconscientes” (de “Febrero”), que habían dado lugar a nuevos Estados obreros.

“La revolución de febrero es distinta a la de octubre, pero está íntimamente ligada a ella; debe ser el prólogo obligado a la de octubre para que la revolución siga avanzando. Febrero es una revolución obrera y popular que enfrenta a los explotadores imperialistas, burgueses y terratenientes ligados a la burguesía y destruye el aparato estatal burgués (…). Por la dinámica de clase y por el enemigo que enfrentan, ambas son revoluciones socialistas. La diferencia entre ambas radica en el distinto nivel de conciencia del movimiento de masas y, principalmente, en la relación del partido marxista revolucionario con el movimiento de masas y el proceso revolucionario en curso. Dicho sucintamente, la revolución de febrero es inconscientemente socialista, mientras que la de octubre lo es en forma consciente. Podríamos decir –coqueteando con Hegel y Marx– que la primera es una revolución socialista en sí, mientras que la segunda lo es para sí”. [5]

Porque, según Moreno, “febrero es una revolución socialista, categóricamente socialista, que destruye el aparato estatal capitalista mediante la lucha armada revolucionaria de los trabajadores (…) En este siglo (…) no hay más revoluciones democrático-burguesas; sólo hay revoluciones socialistas, aunque con o sin maduración del factor subjetivo (…). Todas las revoluciones actuales son socialistas por el enemigo que enfrentan –la burguesía y su aparato estatal–, y por el carácter de clase de quienes las hacen, los trabajadores”. [6]

A nuestro entender, todas estas definiciones están mal. La revolución de febrero de 1917 había sido democrático-burguesa, con la particularidad de abrir el proceso de la revolución socialista, consumada en octubre de 1917. Pero, a diferencia de la revolución de febrero rusa, las revoluciones de posguerra no tuvieron esa particularidad de abrir el proceso de la revolución socialista, sino, precisamente, la de impedir esta posible dinámica. Este es un hecho histórico hoy incontestable ante el ignominioso derrumbe de estos Estados.

A la vez, había otro enorme problema en esta tipificación: como estamos intentando demostrar, consideramos un grave error hablar de revoluciones socialistas “inconscientes”. Porque, a nuestro modo de ver, la experiencia histórica ha demostrado que, en este tipo histórico de revolución, la revolución socialista, no hay sustituismo que valga: o la encarna la propia clase trabajadora, o es otro sector o fracción de clase el que ocupa su lugar, en función no de los intereses obreros, sino de sus propios intereses. Lo más que dio el proceso “objetivo” es la dinámica anticapitalista de las revoluciones de posguerra. Pero la igualación de las connotaciones anticapitalistas y socialistas es un paso que la experiencia histórica de la posguerra no autoriza a dar.

Por lo tanto, lo que tenemos son distintos tipos de revoluciones, no sólo la revolución “obrera y socialista”. Porque en la posguerra se desarrollaron revoluciones democrático-nacionales, antiimperialistas y anticapitalistas, pero ninguna propiamente socialista, como sí había ocurrido luego de la Primera Guerra Mundial. Porque los hechos han demostrado que la revolución socialista no puede ser “inconscientemente” socialista. Esto es un tremendo error, porque, una vez más, reiteramos que sin la clase obrera al frente del proceso con sus propios métodos de lucha, conciencia y organización, no hay revolución socialista.

La revolución socialista no puede consumarse como producto de las “circunstancias objetivas”, de las “tareas” que supuestamente cumplen, sin importar que la clase trabajadora como tal no tenga arte ni parte en ella ni la manera en que se cumplen esas tareas. En el caso de la revolución propiamente socialista, existe necesariamente una relación dialéctica entre las tareas, el sujeto y los métodos mediante los cuales aquéllas se llevan adelante. Esta dialéctica de la revolución socialista excluye toda posibilidad de una revolución de naturaleza supuestamente “inconsciente” u “objetivamente” socialista, determinada “objetivamente” por el solo carácter de las tareas. Porque si estas tareas son llevadas adelante por sectores de clase distintos a la clase trabajadora –y, por tanto, con otros métodos– terminan sirviendo a la postre a estos sectores y no a la clase obrera.

En suma, estamos en presencia de una completa revisión objetivista de la teoría de la revolución [7] , tributaria a su vez de la posición teórica mayoritaria de la IV Internacional. Como ha demostrado la experiencia histórica en la posguerra, no son sólo las tareas las que determinan el carácter de la revolución: es decisivo, también, el sujeto y la manera (métodos) en que estas tareas son impulsadas. [8]

Anticapitalistas, pero no socialistas

Moreno luego señala cómo se explicaría que “objetivamente” sectores pequeño burgueses hayan realizado las tareas de la clase obrera: “[las] leyes del desarrollo desigual y combinado (…) dicen que sectores de una clase pueden hacer revoluciones de otra clase (…) para nosotros, en esta posguerra esta ley se dio, pero invertida: sectores de la pequeño burguesía han hecho tareas obreras. Esto demuestra el rol de la clase media. La clase media está condenada, pobrecita, a no tener política propia, porque está en el medio: o está con la burguesía o está con la clase obrera. Inclusive cuando actúa independientemente no puede tener política propia, porque no hay economía pequeño burguesa dominante: o las grandes fábricas (…) pertenecen al pueblo y al Estado, o pertenece a los grandes monopolios (…)

“(…) en China, sacar al imperialismo y darles la tierra a los campesinos ya es socialismo, ya es la revolución socialista. En China no hay señores feudales: los campesinos están explotados por los comerciantes usureros de los pueblos. Entonces, si nosotros les damos las tierras, expropiamos a la clase burguesa china. Si no, no hay salida. Es decir que se trata del propio proceso objetivo. Si hay un proceso de revolución democrática, esa revolución va a ser socialista por su propio contenido. Y lo mismo si se echa al imperialismo, si se expropian las fábricas; eso es expropiar las fábricas más grandes, los puertos, todo lo que tiene que ver con la esencia de la estructura económico-social china. Entonces, no me interesa el sujeto. Sea cual fuere el sujeto, tiene que hacer la revolución socialista”. [9]

Según Moreno, entonces, la revolución es necesariamente obrera y socialista, producto de la aplicación de la teoría del desarrollo desigual y combinado (en el contexto de la economía mundial dominada por el imperialismo). Así como la pequeño burguesía jacobina había tenido a su cargo la fase más radical de la revolución burguesa en la gran revolución francesa; así como el proletariado había tomado a su cargo en la revolución rusa la realización de las tareas de la revolución burguesa que la propia burguesía no había podido llevar adelante, siguiendo este esquema, en el caso de China y las revoluciones de posguerra, la pequeño burguesía habría sido la que encarnó y llevó a cabo las tareas de la revolución proletaria, aun en completa ausencia del propio proletariado.

Esto se apoyaba en otro fundamento teórico: del análisis del propio Trotsky del carácter anticapitalista de las tareas en el siglo XX se desprendía que la revolución devendría en socialista por las determinaciones y circunstancias “objetivas”. Veamos esto más de cerca:

“Esto, en definitiva, tiene que ver con el carácter de la revolución en nuestra época. Sólo hay dos polos: revolución obrera y contrarrevolución burguesa, imperialista. Todos los fenómenos contemporáneos están atravesados por esta realidad. No hay terceras variantes: en todos los países del mundo hay dictaduras burguesas (de las mas variadas formas) o dictaduras obreras, aunque sean burocráticas. No hay posibilidad de una dictadura pequeño burguesa porque no puede haber una economía dominante de relaciones de producción pequeño burguesas. Es por eso que a la dictadura hay que definirla por la clase dominante”. [10]

Pero esto se basaba en un grave error de apreciación: la asimilación de las tareas anticapitalistas como obreras y socialistas. Porque, efectivamente, la reforma agraria, la independencia del país del imperialismo y la expropiación fueron tareas que en las revoluciones de posguerra asumieron un carácter anticapitalista. Pero el error estuvo que en se las asimiló, mediante un esquema mecánico y economicista, a revoluciones obreras y socialistas. Porque en sentido histórico los dos polos son y no pueden dejar de ser los de las clases fundamentales: la clase capitalista y la clase obrera. Pero en tiempo real –incluso destacado por Moreno– se estaba viviendo el fenómeno del fortalecimiento colosal del aparato estalinista, que, por una circunstancia histórica completamente imprevista, original y específica, se había encaramado en un Estado (y estados) como producto de la degeneración de una revolución socialista y de un Estado obrero real. Por lo tanto, en términos circunstanciados, había aparecido en la escena histórica un “tercer actor” condenado a perecer, no orgánico, pero que nosotros no consideramos en modo alguno parte de la clase trabajadora ni sujeto de realización de tareas de la clase obrera (sustituyéndola), que requería una compresión particular: la burocracia estalinista. [11]

En sus manos, reiteramos, la expropiación y la planificación estatal constituyeron medidas anticapitalistas, pero de ninguna manera obreras y socialistas, de modo que no dieron lugar a nuevas dictaduras proletarias ni mucho menos a la apertura de la transición.

Con la caída final de la burocracia a fines de los 80 se volvió nuevamente a la “normalidad”, lo que demuestra que el análisis de las clases fundamentales, en el sentido histórico del término, conservaba plena validez. Pero las lecciones a desprender del fenómeno de la burocratización total de la revolución no pueden ser subsumidas bajo un seudoesquema clasista que desarme a los genuinos socialistas revolucionarios del futuro frente a los peligros de degeneración burocrática.

Volviendo a Moreno, su esquema economicista termina aportando el fundamento “material” del objetivismo: “Lo otro que hay que agregarle a la teoría de la revolución permanente es, primero, que las revoluciones democráticas hoy en día son anticapitalistas y antiimperialistas, y el imperialismo es la máxima expresión del capitalismo. Y, por esa vía, inevitablemente se avanza, se tiene que transformar en revolución socialista”. [12]

Y más adelante: “Es dictadura burocrática del proletariado. [13] ¿Por qué? ¿En que institución se apoya? Este fue el gran problema teórico (…) Se apoya, entonces, en una institución que se llama país o Estado (…) Si la economía cambia de burguesa a proletaria, entonces se está apoyando en una nueva institución, que es el Estado proletario (…) Es un Estado, es decir: indica la clase que se posesiona. [14] Es una dictadura del proletariado porque se apoya en una clase. Más que en una clase, se apoya en la liquidación de una clase (…) Se liquida a la burguesía y, como no puede haber otra economía que no sea obrera, entonces surge un nuevo tipo de país, que origina un nuevo tipo de Estado. A ese Estado podemos llamarlo proletario o transicional. Quizás es mejor llamarlo transicional”. [15]

Aquí son interesantes ciertas sutilezas de Moreno –también visibles en Actualización...–, en el sentido de que, más que apoyarse en la clase trabajadora, el nuevo Estado se apoya en la “destrucción de la burguesía”, así como el planteamiento o la duda acerca de si denominar al nuevo Estado como “obrero” o más bien como “transicional”… Estas sutilezas o vacilaciones remiten a la enorme dificultad de asimilar la connotación anticapitalista a la de obrera y socialista. [16]

Porque en definitiva, a nuestro entender, en circunstancias muy determinadas y específicas, bajo el imperio mundial de los aparatos a lo largo de casi toda la posguerra y de cómo había salido fortalecido el estalinismo luego de la guerra y al frente de territorios inmensos, de manera no orgánica y congelando un posible proceso transicional al socialismo, se alzó de hecho la dominación de la burocracia, usufructuando la expropiación de la burguesía como “más que una mera burocracia, pero menos que una clase orgánica”.

Esto es, las circunstancias “objetivas” alcanzaron a determinar una dinámica democrática, antiimperialista y anticapitalista popular de la revolución, pero, en ausencia de la clase trabajadora en el centro del proceso, no llegaron a configurar una revolución obrera y socialista ni dieron lugar verdaderamente a nuevos Estados obreros. Porque, insistimos, la experiencia histórica ha demostrado que las connotaciones anticapitalistas y socialistas no son sinónimas [17] , como opinó la mayoría del trotskismo de posguerra. Y creemos que esto es lo que explica la paradoja de las supuestas revoluciones “obreras y socialistas” en completa ausencia de la clase y de genuinos partidos socialistas al frente del proceso.

Esta paradoja llevó a Nahuel Moreno a un verdadero callejón sin salida teórico-programático en el que quedó comprometida la entera perspectiva auténtica del socialismo, como producto de una comprensión que, en el plano teórico, lo terminaba aproximando al revisionismo pablista. Porque al verse obligado, por el marco teórico en el que trabajaba, a reconocer que las direcciones traidoras habían llegado tan lejos en el establecimiento y usufructo de auténticos Estados obreros (aun degenerados o deformados), ¿qué lugar podía quedar así para el socialismo revolucionario? [18]

Una concepción sustituista y burocrática de la transición

Sobre la incorrecta base anterior, Moreno terminó desarrollando un corpus de posiciones respecto de la revolución y la transición al socialismo profundamente equivocada, que estaba emparentada con las concepciones objetivistas de la revolución socialista que venimos criticando. [19]

El texto más global de Moreno respecto de estos temas es La dictadura revolucionaria del proletariado. Básicamente, allí se postula que existirían dos dictaduras del proletariado posibles: la dictadura revolucionaria del proletariado y la dictadura burocrática del proletariado, lo que a nuestro entender era completamente equivocado. Porque, como venimos desarrollando en este trabajo, sin la clase trabajadora al frente del proceso de la transición socialista, sencillamente, no hay dictadura del proletariado. Tal es lo que indica la experiencia histórica. Y por tanto, hablar de dictadura “burocrática” del proletariado remite ciertamente a una dictadura, pero de otro sector social que no es el proletariado, lo cual Moreno pasa por alto.

En estas condiciones, el texto hace las veces de una total justificación de la llamada dictadura “burocrática” del proletariado, confundiendo el período “dictatorial” de los bolcheviques con un fenómeno cualitativamente distinto, como lo fue la burocratización de la URSS. Porque, a nuestro entender, los bolcheviques en el poder, en las condiciones impuestas por la guerra civil, cometieron diversos errores que, para agravar las cosas, fueron equivocadamente teorizados especialmente por el propio Trotsky en textos como Terrorismo y comunismo, donde se hacía virtud de esas necesidades perentorias impuestas por la guerra civil.

Pero el Termidor soviético fue algo muy diferente: no se trató de errores de los revolucionarios, sino de una contrarrevolución política y social llevada adelante por una burocracia que, lejos de ser “obrera”, ya había dejado de pertenecer a la propia clase trabajadora y configuraba una nueva categoría social.

El trabajo de Moreno confunde totalmente estos dos procesos, a la vez que carece de todo balance crítico de lo actuado por los bolcheviques en el poder. [20] De este modo, desarma completamente para la lucha contra un fenómeno tremendo de las revoluciones anticapitalistas del siglo XX: el hecho de su burocratización, un proceso específico y no previsto en esta escala por el marxismo clásico, y hoy un elemento fundamental del aprendizaje revolucionario de la clase obrera hacia el siglo XXI.

La elaboración de Moreno parte de un criterio opuesto al del propio Trotsky, que subordinaba la pelea por la “defensa” de la URSS a la estrategia de la revolución contra la burocracia. En Moreno, este criterio aparece totalmente invertido: todo se justifica en virtud del dominio del imperialismo a escala mundial. [21] Dominio que evidentemente existe, pero que no puede servir para justificar las imposiciones de la explotación y opresión burocrática sobre la clase obrera de esos países.

Dice en su texto: “A partir del año 1949, Pablo, Hansen y Moreno profundizaron y ampliaron esa hipótesis ‘altamente improbable‘ de Trotsky del gobierno obrero y campesino que se transforma en dictadura del proletariado, y se la combinó con la muy elaborada para la URSS estalinista de ‘estado obrero degenerado‘, para comenzar a dar la nueva categoría de ‘estado obrero deformado‘. Es un mérito imperecedero de nuestra Internacional, el que haya aceptado sin mayores sobresaltos esta nueva categoría. Ocurrido esto, el país o estado se volvió obrero y su superestructura estatal, dictadura del proletariado”. [22]

Pero este “mérito imperecedero” [23]pereció rápidamente. Porque a la luz del balance de las revoluciones de posguerra, ni el Estado “se volvió” obrero, ni sus “superestructuras” conformaron “dictaduras del proletariado” en total y completa ausencia de toda dominación económica y política del proletariado en esas sociedades. En todo caso, el mérito estaba en mantenerse independiente de esas direcciones burocráticas. Claro que en este texto, Moreno quedaba en la muy mala compañía de Pablo, el mayor capitulador a la burocracia estalinista.

A partir de este error de apreciación acerca del verdadero carácter de las revoluciones de posguerra se encadenan toda una serie de argumentos insostenibles: a) la revolución socialista es necesariamente una revolución minoritaria; b) en la revolución socialista hay dos y sólo dos elementos imprescindibles: la movilización de las masas y el partido. Los organismos de poder y autodeterminación de los trabajadores –sean soviets u otros– resultan totalmente tácticos; c) entre la sociedad actual y el futuro comunismo existirían tres y no sólo dos estadios como señalaba el marxismo clásico; d) El Estado y la Revolución, texto clásico de Lenin, sería “antediluviano”, es decir, anterior a la experiencia de Octubre y por tanto “superado” por los acontecimientos históricos; e) los derechos individuales y colectivos de los trabajadores necesariamente se oponen en la lucha por la revolución socialista y la transición; f) también se oponen necesariamente los derechos sociales (o de clase) y los derechos democráticos considerados “individuales”, por lo cual, fundamentalmente, se trataría de luchar y defender una supuesta “democracia de los nervios y los músculos” en esos Estados; g) la burocracia es considerada parte de la clase trabajadora. La revolución antiburocrática es analizada como un proceso “al interior de la propia clase trabajadora”, esto es, la revolución de un sector de la clase trabajadora contra otro, la “burocracia obrera”. Pablo podría haber firmado esto sin inconvenientes.

El texto, como hemos dicho, termina siendo una desastrosa apología y justificación del rol de la burocracia en los países no capitalistas y desarma completamente frente al fenómeno específico de la burocratización de la revolución proletaria, a la vez que embellece los estados donde se impuso la dominación política y económica de la burocracia estalinista.

La crítica sistemática de este texto de Moreno llevaría mucho más espacio del que disponemos aquí, por lo que sólo nos referiremos a algunos de los problemas que creemos más gruesos.

Uno de los principales núcleos teóricos es la contraposición mecánica entre libertades “formales” (o políticas) y las llamadas “libertades económico-sociales” en los Estados obreros. Contraposición que, en esos términos, es completamente equivocada, porque no discrimina entre coartar esos derechos a la burguesía (como producto necesario de la dictadura sobre esa clase ejercida por los trabajadores) [24] ; o a los propios trabajadores, que, como regla general y salvo circunstancias excepcionales, deberían tender a gozar de la más amplia democracia. [25]

Nunca se debería perder de vista que, bajo el capitalismo, las libertades llamadas “formales” –derecho de reunión, libertad de prensa, derecho de elegir a las autoridades políticas, etc.– no se cumplen (ni se podrían cumplir) de manera consecuente, porque los trabajadores no tienen acceso igualitario a los medios de comunicación ni pueden tenerlo; porque bajo el capitalismo el sufragio universal es un engaño; porque trabajando 12 ó 14 horas es imposible tener el tiempo y el interés de asumir el manejo de la “cosa pública”, etc.

Aquí, entonces, lo que hace Moreno no es más que una cruda justificación del dominio de la burocracia sobre los trabajadores. La posición de Marx y Lenin era la opuesta: hacía falta acabar con la explotación del hombre por el hombre, reducir la jornada laboral, llevar a cabo la revolución socialista, dar paso a la “emancipación humana en general” justamente para crear las condiciones materiales para que el ejercicio de los derechos políticos (“el autogobierno de los trabajadores”) fuera algo real y no meramente formal, como lo es para las amplias masas luego de las revoluciones burguesas.

Dice Lenin: “En la sociedad capitalista, siempre que se desarrolle en las condiciones más favorables, tenemos una democracia más o menos completa en la república democrática. Pero esta democracia se halla siempre encerrada dentro de los estrechos límites de la explotación capitalista y por consiguiente es siempre, en realidad, una democracia para la minoría, sólo para las clases poseedoras, sólo para los ricos. La libertad de la sociedad capitalista es siempre, poco más o menos, lo que era en las antiguas repúblicas griegas: libertad para los propietarios de esclavos. En virtud de las condiciones de explotación capitalista, los esclavos asalariados modernos están tan agobiados por las necesidades y la miseria que ‘no puede preocuparles la democracia‘, ‘no puede preocuparles la política‘. En el curso corriente y pacífico de los acontecimientos, a la mayoría de la población se la excluye de la participación en la vida política y social”. [26]

Moreno no parece comprender esto. No se trata de establecer una contraposición mecánica entre una supuesta “democracia de los nervios y los músculos” –que, por otra parte, no existía– [27] y las llamadas libertades “formales”, sino de cómo realizar la una y las otras de manera consecuente. Porque tal como Moreno presenta la cuestión, a lo único que puede servir es a la justificación del arrebato del dominio político de la clase obrera por parte de la burocracia. Moreno parece no entender que sin democracia de los trabajadores no hay, no puede existir, ni Estado obrero ni sociedad de transición. Y que la burocracia, precisamente para poder quedarse con la parte del león del sobreproducto social en la URSS y demás Estados no capitalistas, se cuidaba como de la peste de todo atisbo de reivindicación de las libertades “formales”. [28]

Dice Moreno: “De entre las libertades, los verdaderos marxistas siempre han reivindicado, en primer lugar, las que tienen que ver con las relaciones económicas y el trabajo; es decir, con los nervios y los músculos de los trabajadores (…). Lo mismo tenemos que hacer con las libertades democráticas: considerar fundamentalmente lasa que tiene que ver con las horas de trabajo y el nivel de vida del trabajador”. [29] Pero estas últimas libertades no son “democráticas”, sino económicas mínimas. Aquí Moreno confunde dos tipos de reivindicaciones de naturaleza distinta y disuelve las reivindicaciones democráticas justamente en un texto que intenta teorizar acerca de la dictadura del proletariado. Las reivindicaciones económicas anticapitalistas son fundamentales, porque hacen a acabar con la explotación del hombre por el hombre y también porque son la base material para otra condición fundamental: que los trabajadores dispongan de tiempo libre y puedan ejercer realmente de manera consciente       su dictadura, su dirección y dominio sobre la sociedad.

De hecho, en las sociedades no capitalistas hubo pleno empleo durante un largo período, pero este pleno empleo coincidió con la represión sistemática de toda manifestación de libre iniciativa de los trabajadores. Porque incluso en una verdadera sociedad de transición, las conquistas de la clase obrera no podrán ser evaluadas sólo desde el punto de vista económico, sino que otro ángulo fundamental será el que hace al desarrollo de la conciencia y organización independiente de los trabajadores. Moreno deja totalmente de lado este criterio al contraponer de manera mecánica y formal las libertades económicas y las libertades políticas.

En consecuencia, el embellecimiento al estalinismo no tiene límites: “En China, el proletariado está organizado en sindicatos y los campesinos en comunas que son legales y abarcan a decenas de millones de trabajadores. Este solo hecho marca una diferencia abismal con respecto al régimen de Chiang-Kai-Shek (…). Lo mismo ocurre con respecto al papel, las rotativas, las radios, las salas de reunión. Antes estaban en manos de la burguesía y el imperialismo; ahora están en manos de la clase obrera y el campesinado, aunque controlados por la burocracia. Por lo tanto, la revolución obrera china, aunque dirigida por la burocracia, significó una colosal expansión de la ‘democracia proletaria‘ (…)”. [30]

Este es un verdadero ”cuento chino”, porque al ignorar que no se trataba de la organización independiente del proletariado y el campesinado se recae en el error común al conjunto del trotskismo “tradicional”: todo estaba “en manos de la clase obrera”, sólo que “controlado” por la burocracia… En realidad, en la transición auténticamente socialista, “en las manos de” y “controlados por” solamente pueden ser sinónimos, si no, no es transición al socialismo. No puede haber sustituismo de clase que valga: si estos medios no están realmente en las manos de la clase obrera, otra capa social, la burocracia, ocupa su lugar; también la política le tiene horror al vacío. Es otro sector de clase el que ocupó el lugar de la clase trabajadora y se aprovechó de la expropiación de los medios económicos y políticos de producción y dominación de la sociedad a su propio servicio, no para “servir indirectamente” a la clase obrera.

Como todo       este problema se pasa por alto, la elaboración termina cayendo en la más burda justificación de la burocracia y, paradójicamente, conduce directamente hacia posiciones muy similares a las del pablismo, lo que demuestra hasta qué punto este erróneo marco teórico era compartido por todo el trotskismo tradicional en la posguerra. Esto es lo que explica las permanentes recaídas y la paradoja de Moreno de darle la razón en la teoría a aquellos a quienes combatió políticamente toda la vida.

Dice Moreno: “Por esto en la actualidad todas las dictaduras proletarias se atrincheran en sus fronteras con ejércitos, policías, burocracia estatales (…). Pero, al mismo tiempo, el hecho de que en todos esos países veamos el mismo fenómeno de un ‘estado capitalista sin capitalismo‘ nos debe hacer pensar que hay profundas razones objetivas que hacen que en todos los Estados obreros aislados el fortalecimiento de la dictadura sea una necesidad”. [31]

Se trata, una vez más, de una justificación de la burocracia (las “razones objetivas” de su necesidad), pasando sin solución de continuidad de las imposiciones por necesidad bajo el poder bolchevique a la típica excusa “antiimperialista” que daba la burocracia para justificar y mantener su represión y explotación sobre la clase obrera en estos países. El criterio unilateralmente “defensista” de Moreno, que recorre todo este trabajo, embellece a la burocracia estalinista en lugar de dar las herramientas para derrotarla.

Este razonamiento llega a extremos inauditos: “Con la aparición de la indiscutible necesidad de fortalecer a la dictadura del proletariado en toda una etapa, quedó desechada una de las premisas teóricas fundamentales del marxismo (…) Existe una ley que se puede contrarrestar, pero no anular: durante la actual etapa de la dictadura del proletariado, de enfrentamiento mortal con el imperialismo y en la que siguen existiendo las fronteras nacionales, es inevitable el fortalecimiento de la dictadura obrera, del Estado proletario. En esta conclusión hay una ‘coincidencia‘ entre Stalin y Trotsky”. [32]

Punto de vista desastrosamente unilateral, porque efectivamente la subsistencia de fronteras nacionales y el bajo desarrollo de las fuerzas productivas en el país donde se realice la revolución –y más aún en condiciones de aislamiento–, plantearán toda una serie de medidas de “excepción”. Pero el problema es lo que se entiende por “fortalecimiento de la dictadura obrera”, que es aquí, para Moreno, la “mano de hierro” de una minoría de la clase sobre todo el resto de la propia clase trabajadora. Para nosotros se debe apuntar a lo opuesto: buscar permanentemente ampliar la base de sustentación de la misma dictadura del proletariado, tratar de llegar a más y más capas de la clase obrera y los sectores explotados y oprimidos para que se asuman la gestión de la economía, de los asuntos de la sociedad y la represión a la propia minoría burguesa y de los sectores que la acompañen. Si esto no se logra, la experiencia indica que un gendarme social se termina elevando por encima de las masas, y poco a poco deja de formar parte de la clase obrera hasta convertirse en otra categoría social. Y esto, lejos de “fortalecer” a la dictadura obrera, no hace otra cosa que liquidarla.

La raíz de estos problemas está en la teorización del “sustituismo” revolucionario. Esto remite a una cuestión ya tratada por Georg Lukács en Historia y conciencia de clase acerca de la “prematuridad” de la revolución socialista en los países atrasados. Esto es, la circunstancia histórica de la oportunidad de la revolución en países con bajo desarrollo de las fuerzas productivas y culturales, donde la clase trabajadora se ve colocada en el poder sin tener tradiciones de mando y dominio ni nivel sociocultural para dirigir los asuntos de la sociedad.

Se trató, sin duda, de un problema real y un drama tremendo en Rusia tras la toma del poder por los bolcheviques, del que el propio Lenin era consciente y que seguramente estará presente en el caso de la toma del poder por la clase obrera en cualquier país semicolonial. Y no sólo en ellos, en condiciones de la terrible barbarie económica, social y cultural impuesta por el imperialismo mundializado a comienzos del siglo XXI. Pero de allí a teorizar que necesariamente la revolución socialista debe ser de minorías es, en verdad, convertir la necesidad en virtud y lo opuesto a la valoración de todo el marxismo clásico en el sentido de que la revolución socialista es la “primera verdadera revolución de las mayorías en virtud de los intereses de esas mismas mayorías”. Es decir, la primera revolución realmente “popular”. [33]

Para Moreno, en cambio: “Por razones objetivas, y por tanto ajenas a la voluntad de los marxistas, la clase obrera en su totalidad no puede hacer la revolución y ejercer el poder inmediatamente después de haberlo tomado. Trotsky es diáfanamente claro al respecto: ‘una revolución es «hecha» directamente por una minoría‘. El éxito de una revolución es posible, sin embargo, solamente cuando esta minoría encuentra más o menos apoyo, o por lo menos una neutralidad amistosa, de parte de la mayoría (…). Por todo lo anterior, el proletariado no puede tomar el poder sólo a través de organizaciones (…) que lo abarcan de conjunto, lo que sería lo mismo que decir todo el proletariado. Es la clase que está y seguirá estando dividida en sectores antagónicos durante la toma del poder y aun bajo la dictadura del proletariado. Habrá una minoría conciente del proyecto revolucionario, otros que serán neutrales y también los que seguirán prisioneros de la ideología burguesa o reformista y, por lo tanto, serán contrarrevolucionarios”. [34]

Evidentemente, durante la revolución y la transición seguirá habiendo “estratificaciones” y un desarrollo desigual al interior de la propia clase trabajadora, no sólo desde el punto de vista de ciertos aspectos económico- profesionales sino en el desarrollo de su conciencia política. Esto es lo que justifica materialmente, entre otras cosas, la necesidad de la actuación de la vanguardia y el partido revolucionario sobre el conjunto de los trabajadores y el resto de las clases explotadas y oprimidas. Pero de ahí a teorizar que la revolución socialista es un nuevo caso histórico (al igual que la revolución burguesa) de una revolución de minorías hay un paso que no es legítimo dar. Porque la verdad, como ya habían señalado tanto Marx como Rosa y Lenin, es más bien la contraria: se trata de una “revolución de mayorías”, “popular”, aunque no de un sujeto “pueblo” en general, indeterminado desde el punto de vista de clase, sino de la clase trabajadora en el centro del proceso estableciendo su hegemonía sobre el resto de los sectores oprimidos. Esto es, una determinada alianza de clases de los explotados y oprimidos desde la clase obrera. Pero esto presupone entonces a la revolución socialista como una revolución de mayorías, no de minorías.

En este sentido, Lenin afirma lo contrario a lo que señala Moreno: “Si tomamos como ejemplos las revoluciones del siglo XX [hasta 1917], tendremos que reconocer, naturalmente, que las revoluciones portuguesas y turca son burguesas. Ninguna de ellas, sin embargo, es una revolución ‘popular‘, pues en ninguna de ellas la masa del pueblo, su inmensa mayoría, se manifiesta en forma activa, independiente, en ningún grado notable, con sus propias reivindicaciones económicas y políticas. En cambio, aunque la revolución burguesa rusa de 1905 a 1907 no registró éxitos tan ‘brillantes‘ como los que alcanzaron en ciertos momentos las revoluciones portuguesa y turca, fue, sin duda, una ‘verdadera‘ revolución ‘popular‘, pues la masa del pueblo, la mayoría de éste, las ‘más bajas capas‘ sociales, aplastadas por la opresión y la explotación, se alzaron en forma independiente y estamparon en todo el curso de la revolución el sello de sus reivindicaciones, de sus intentos de construir a su modo una nueva sociedad en lugar de la antigua sociedad que estaba siendo destruida”. [35]

De la visión de Moreno se desprende, por el contrario, una concepción donde las formas de autodeterminación y poder de los trabajadores (cualesquiera sean los organismos en que esas formas se encarnen) no tienen la menor importancia: todo se trata de “la movilización de las masas” y “el partido”. Pero si bien la organización de los revolucionarios es un factor absolutamente imprescindible de la revolución socialista, esto no puede significar que los organismos de lucha y autoorganización de las masas no sean un factor específico y valioso por sí mismo. En todo caso, en los mismo términos de Moreno, podemos decir que los socialistas revolucionarios tenemos tres estrategias, y no dos: la movilización de las masas, la construcción del partido revolucionario y la formación de organismos de lucha y autoorganización de la clase trabajadora. [36]

Continuamos con Moreno: “Para los revolucionarios, la única garantía de que su avance no se detendrá es oponer a las instituciones burguesas –inclusive a las obreras en cierta medida– la movilización permanente de la clase obrera y el pueblo trabajador. Por eso, apoyaremos a los soviets sólo si sirven para mantenerla y profundizarla; pero si la frenan o institucionalizan diremos: ‘abajo los soviets‘”. [37]

No se trata de atarse a una u otra forma de organización, sean los soviets, sindicatos o comités de huelga. En esto Moreno tiene razón: si no sirven a la lucha y se los subordina al poder burgués efectivamente hay que plantear la necesidad de otro organismo. En julio de 1917, Lenin barajó los comités de fábrica como alternativa a los soviets subordinados al gobierno burgués de Kerensky. Pero algo totalmente distinto, y un error en el que incurre Moreno, es sugerir un cuestionamiento a todo organismo de autodeterminación de la clase trabajadora como tal, como si impulsarlos no debiera ser también parte central de nuestra estrategia. De esa manera se da lugar a una concepción sustituista sin límites y a la consideración de la clase obrera sólo como masa de maniobras para la movilización. [38]

Dice Moreno: “Después de tomar el poder, los jefes de la revolución se dieron cuenta de que el partido era la institución más importante para desarrollar y consolidar la dictadura del proletariado; que el poder tenía que estar en manos del partido apoyado en los soviets. Lenin comenzó a insistir en que el factor decisivo de la dictadura del proletariado era el monopolio estatal por parte del Partido Comunista”. [39]

Para colmo, junto con esta idea reduccionista del poder en manos del partido y no en las de los organismos de poder dirigidos por el partido, que no es en absoluto lo mismo, Moreno suscribe una falsa teoría, esbozada por Trotsky durante determinado período, acerca de la necesidad de partido único en la dictadura del proletariado. De aquí a la justificación de la errónea prohibición de las fracciones y tendencias en el partido bolchevique (1921) sólo media un paso. En verdad, esta desastrosa conceptualización pierde de vista que el vaciamiento de los soviets trasladó todas las presiones sociales al interior del partido, y que la prohibición de tendencias y fracciones terminó dando lugar al monopolio del poder en el partido –en ausencia de todo verdadero régimen de democracia partidaria– en manos de una burocracia incuestionable, la estalinista.

¿Cómo se entiende que Moreno haya obviado una lección histórica decisiva de la experiencia del siglo pasado, a saber, que la lucha de tendencias y el juego de la democracia de los trabajadores es absolutamente imprescindible para la transición, y que no haya sacado conclusión alguna acerca de la burocratización de la revolución? La única explicación posible pasa por el ya referido marco teórico común de todo el trotskismo tradicional de posguerra.

Así, resume Moreno, “la revolución la hacen los trabajadores movilizados revolucionariamente con sus organizaciones de masas, pero el poder y la dirección lo tiene el partido revolucionario. Una vez en el poder, el partido utilizará los engranajes ‘organizativos‘ más adecuados para cada etapa de la lucha de clases, sin hacer un fetiche de ninguno de ellos”. [40]

Aquí se confunden organizaciones de naturaleza diferente. El propio partido revolucionario, para “preservarse” como tal, necesita que el poder esté en manos de los organismos de la propia clase trabajadora y su vanguardia. Necesita del juego de la democracia de los trabajadores en su seno. En cierto sentido, necesita poder seguir cumpliendo, junto con su papel de dirección y gobierno del Estado obrero, su papel crítico como organización política revolucionaria en cierta forma independiente de las instituciones del Estado proletario. Necesita no ver reducida su actividad a las tareas puramente administrativas, si quiere preservarse como organización revolucionaria política, que pelea por impulsar la transición en las condiciones del atraso económico y cultural de las masas y del cerco imperialista. Es decir, necesita seguir cumpliendo el papel de “tribuno popular” que indicaba Lenin en ¿Qué hacer?, un papel distinto y superior al de mero funcionario sindical, político o estatal.

Otra cuestión es que, efectivamente, el partido pelea por que la clase trabajadora y su vanguardia tomen el poder bajo su dirección; el partido lucha por lograr la mayoría y dirigir los organismos de poder, estar a la cabeza de ellos y tomar el poder al frente de esos organismos. Si el partido no hiciera esto perdería su condición de revolucionario: el partido debe pelear y no puede dejar de pelear por el poder. [41]

Al mismo tiempo, el partido, si pretende mantener su carácter revolucionario bajo la dictadura proletaria, debe pelear por dirigir estos organismos pero sin confundirse con ellos. [42] En cierto sentido, es como dirigir un sindicato o un movimiento en las condiciones “normales”. Se trata de un contrapeso político imprescindible no para rehuir las responsabilidades revolucionarias, sino, por el contrario, para no caer en el oportunismo.

Además, y visto desde otro ángulo, si esto no fuera así, el partido devendría un fin en sí mismo, sin control alguno por parte de la misma clase. Ya no sería ésta la que toma y ejerce el poder por intermedio de sus organizaciones de lucha y el partido, sino que el poder sería ejercido lisa y llanamente por el partido, del cual todas las demás instituciones e incluso la propia clase trabajadora no serían más que meros instrumentos. [43]

A nuestro modo de ver, las formas de organización de los trabajadores como los soviets, sindicatos o movimientos, son más “transitorias” que el partido revolucionario, que es la forma más concentrada y estable de organización de la vanguardia de los trabajadores. A diferencia de la demagogia anarquista y de su posición en oportunidad del levantamiento de Kronstadt de “soviets sin partido”, el agrupamiento de personas alrededor de ideas sobre la sociedad, sobre cómo conducirla, etc., es absolutamente inevitable. Y el agrupamiento de esas personas en una organización y la cristalización de esas ideas alrededor de un programa es un partido, comoquiera que se lo llame. De modo que la lucha de tendencias políticas de la clase trabajadora, la lucha de partidos, es, como ya hemos señalado, connatural a la lucha socialista: hace al contenido intangible de la democracia de los trabajadores.

¿Revoluciones socialistas excepcionales?

Las conclusiones precedentes nos conducen inevitablemente a la polémica actual con algunas corrientes de importancia en América Latina respecto de su ubicación ante el balance y las lecciones programáticas de esta experiencia histórica. Aquí nos referiremos centralmente al PTS argentino, dado que, en relación con el PSTU brasileño y el MST argentino, como hemos dicho, les cabe la misma crítica que a Moreno. [44] Respecto del PO argentino, remitimos al texto de Isidoro Cruz Bernal en la edición anterior de nuestra revista.

El PTS, junto con las corrientes antes citadas, se caracteriza por ser una organización que ha sido incapaz de sacar lección teórico-programática alguna de la caída de los países del Este y la ex URSS. Se presenta como la ortodoxia de la ortodoxia en el sentido de atenerse prácticamente a la letra escrita de Trotsky. Cualquier reelaboración acerca de ella es considerada automáticamente una “desviación” política; éste es el sentido del uso abusivo del concepto de “centrismo”. [45] Veremos que, en lo sustancial, el PTS se mantiene casi completamente acrítico respecto del legado teórico-programático del trotskismo tradicional de posguerra, recorrido por desvíos centristas, oportunistas y de capitulación a los aparatos burocráticos.

Este enfoque contrasta con el punto de vista metodológico del mejor marxismo. Antonio Labriola, por ejemplo, –inspirador, en este aspecto, del mismo Trotsky– apunta contra aquellos que, cual malos idealistas, “creen llevar en el bolsillo el esquema universal de todas las cosas”, y señala que el verdadero marxismo es aquel que comprende que la realidad nos desafía permanentemente a un nuevo esfuerzo de trabajo e interpretación, y que este esfuerzo es connatural a la experiencia histórica y práctica. Veamos el siguiente pasaje:

“Lo que diferencia este sentido de la génesis es el discernimiento crítico y, en consecuencia, la necesidad de especificar la investigación. Esto es, la aproximación al empirismo por lo que hace al contenido del proceso y la renuncia a la pretensión de llevar en el bolsillo el esquema universal de todas las cosas. Los evolucionistas vulgares proceden, en cambio, así: una vez aferrada la noción abstracta del devenir (evolución), meten dentro de ella toda cosa (…) Y así hacían también los repetidores de Hegel con su ritmo trascendente y perpetuo de la tesis, la antítesis y la síntesis. La principal razón del correctivo crítico que el materialismo histórico aplica al monismo es ésta: que el materialismo histórico parte de la praxis, del desarrollo de la actividad laboriosa y que, al igual que es la teoría del hombre que trabaja, así también considera la ciencia como un trabajo. De este modo consuma el sentido implícito de las ciencias empíricas, a saber, que con el experimento nos acercamos a la producción de las cosas y conseguimos la convicción de que las cosas mismas son un hacer, o sea, un producirse”. [46]

Pero el PTS carece de este encuadre en el terreno de la elaboración teórico-programática e, insistimos, ha sido casi completamente incapaz de sacar conclusiones de fondo acerca de la mayor parte de la experiencia de la clase trabajadora en la posguerra.

Una crítica insustancial

Su ubicación respecto de las revoluciones del siglo XX se ha realizado alrededor de la crítica a la elaboración objetivista de Moreno: “el ‘trotskismo‘ de Moreno está basado en una ‘teoría de la revolución‘ adaptada al ‘modelo‘ de las revoluciones de la etapa del 43-48 (…) y las de posguerra, que Moreno llamó de ‘febrero triunfantes‘ y la hija directa de esta teoría globalizada en los ’80: ‘la revolución democrática”. [47]

En la crítica a las supuestas “revoluciones democráticas”, en términos generales, coincidimos. Como ya la hemos desarrollado en otro lugar, no vamos a detenernos aquí en este aspecto. [48] Sucintamente, podemos decir que el cuestionamiento a esta categorización pasa por poner de relieve cómo había que posicionarse respecto de los procesos que Moreno llamó erróneamente “revoluciones democráticas”, las caídas de los gobiernos dictatoriales en los 80 en América Latina. El PTS, tomando la evaluación de Trotsky de la revolución de noviembre de 1918 en Alemania [49] , plantea que se trataba de “abortos de revolución socialista”. Para Trotsky, “en cuanto a la revolución alemana de 1918, es evidente que no fue el coronamiento democrático de la revolución burguesa, sino la revolución proletaria decapitada por la socialdemocracia; o, por decirlo con más precisión: una contrarrevolución burguesa obligada por las circunstancias a revestir, después de la victoria obtenida sobre el proletariado, formas seudo democráticas”. [50]

Esta ubicación cierra la posibilidad que se derivaba del análisis de Moreno, que tendía a ver estos procesos como una etapa previa necesaria en el camino de la revolución proletaria [51] , lo que abría la puerta a los graves peligros oportunistas y etapistas que fueron parte sustancial de la crisis del viejo MAS. El problema del PTS está en otro lado: lo insustancial de la crítica al tronco principal del trotskismo de posguerra, siendo que esa “crítica” acepta todas sus premisas teórico-programáticas. [52]

Los compañeros parten de un presupuesto común tanto a Moreno como a todo el trotskismo “tradicional”: “La ‘teoría de la revolución‘ de Moreno (…) parte del siguiente aspecto de la teoría de la revolución permanente: toda tarea democrática en un país semicolonial es anticapitalista por la base económica de esa semicolonia, que se da en el marco de la economía mundial capitalista y, por lo tanto, es objetivamente socialista. Hasta aquí, correcto”. [53]

Pero “hasta aquí” ya se ha comprado todo el paquete de la equivocada elaboración objetivista que admite (por razones “económicas”) la existencia de revoluciones socialistas “objetivas”. Siendo así, no queda claro qué sustancia queda en la crítica teórico-programática del PTS a la mayoría del “trotskismo de Yalta”. [54] Para no hablar de que Trotsky jamás teorizó nada sobre “revoluciones socialistas objetivas”.

En realidad, el PTS cae en el mismo error de todo el trotskismo de posguerra, que asimiló mecánicamente la connotación “anticapitalista” a la de “socialista”. Era correcto dar cuenta de que, en el siglo XX, llevar adelante las tareas democráticas dejadas pendientes por la revolución burguesa obligaba a una dinámica de expropiación de las clases capitalistas. Pero toda la experiencia de posguerra atestigua que cumplir estas tareas –de manera inconsecuente, por otra parte– en ningún caso significó que automáticamente la clase trabajadora se transformara en la clase social y/o políticamente dominante. Y que, por lo tanto, dar este paso de homologación de la connotación anticapitalista con la obrera y socialista es profundamente equivocado y embellece estos procesos, donde por definición la clase obrera, sus organismos y su conciencia estuvieron completamente ausentes.

Agregan los compañeros: “Moreno, al actuar con el mismo método de contraponer falsamente el contenido social de la revolución con la clase que la dirige –una ‘trampa teórica‘, según Trotsky– la convierte de una revolución objetivamente socialista en automáticamente socialista. Con ello, se transforma en un objetivista, separando las tareas de una revolución de la clase y dirección que las lleva a cabo”. [55]

Esto es correcto, porque, en la polémica con Preobrajensky que ya hemos desarrollado, Trotsky critica precisamente la separación mecánica entre tareas y sujetos. Pero si el PTS coincide con esto, ¿cómo explica que “objetivamente” las revoluciones de posguerra fueron “obreras y socialistas” y que dieron lugar a “Estados obreros” –como dijo todo el “trotskismo de Yalta”–, aun en ausencia total de la clase obrera como sujeto central y consciente?

Hay aquí una contradicción irremediable, que no se puede salvar con la fuga metodológica a la “excepcionalidad” de los años 43-48, que no explica nada. Los compañeros del PTS utilizan el argumento de las “condiciones excepcionales” creadas en la inmediata posguerra –nosotros preferimos hablar de “especificidad” de esas condiciones, justamente para no caer en este mismo error–, para salvar la teoría principal, que queda, como tal, sin explicación.

“Este período 1943-1948 (…) abrió condiciones excepcionales, producto de la más grande guerra mundial que padeció la humanidad, y fue cuando los estalinistas se vieron obligados a ir ‘más lejos de lo que ellos mismos querían en su vía de ruptura con la burguesía‘. En [ese período], lo que Trotsky no descartó como excepcionalidad en determinados países se dio como situación excepcional a nivel mundial, generalizada, y se consiguieron grandes conquistas para el proletariado y las masas del mundo: los nuevos ‘estados obreros deformados‘ de China, el Este de Europa y Corea”. [56]

Lo que se les escapa a los compañeros es que Trotsky veía esta posibilidad sólo como un “corto episodio hacia la verdadera dictadura del proletariado”, lo que, evidentemente, no se dio. Esto es lo que había que explicar.

En un trabajo crítico sobre las concepciones del PTS se dice que “(…) la excepcionalidad prevista por Trotsky ‘se generalizó (…) en el período 1943-1948 y no en toda la posguerra‘. Este esfuerzo por encajar los pronósticos de Trotsky en una realidad que no fue tal (…) ajeno al esfuerzo por comprender los procesos revolucionarios tal cual se dieron, lleva a la conclusión de que en ese período se habrían dado condiciones excepcionales no para el surgimiento de gobiernos obreros y campesinos que fueran un corto episodio en la vía de la dictadura del proletariado, como señalara Trotsky en su ‘hipótesis altamente improbable‘, sino para el logro de ‘grandes conquistas para el proletariado y las masas del mundo‘ (…). Las fechas (…) no coinciden para nada con la realidad, porque la revolución china triunfó recién en 1949, y la guerra antiimperialista de Corea en 1952, lo cual hace incomprensible su afirmación de que la excepcionalidad prevista por Trotsky se cumplió sólo entre 1943 y 1948. Por otra parte, esta falta de rigurosidad confirma el carácter insustancial de la crítica a la elaboración de Nahuel Moreno [y de la mayoría del trotskismo de posguerra. RS], además de no escapar al objetivismo y de rechazar cualquier esfuerzo por repasar los errores del trotskismo respecto de la conformación de ‘nuevos estados obreros deformados‘ (…) En el caso de Cuba (…) la expropiación a la burguesía [llegó] mucho después (…)”. [57]

En la elaboración de los compañeros, la famosa “excepcionalidad” queda sin explicación teórica y estratégica: ¿cómo se había realizado una revolución socialista que abría el proceso de la transición sin dictaduras proletarias genuinas? Porque la expropiación de la burguesía, la independencia del imperialismo y la reforma agraria fueron conquistas materiales, pero a costa de la movilización independiente de los trabajadores, congelando el proceso revolucionario y bloqueando la apertura de la transición socialista. Esta misma realidad, con la burocracia encaramada al frente de esos Estados, fue lo que a la postre dio lugar a Estados no obreros, sino burocráticos, sobre una base social no capitalista.

La “excepcionalidad” de supuestas revoluciones obreras y socialistas sin clase obrera sigue sin explicación, a pesar de que se pretenda “salvar” el problema sugiriendo que, luego de esas condiciones excepcionales, las cosas vuelven a su cauce normal y para expropiar hace falta nuevamente a la clase obrera. Porque para llevar a cabo la revolución propiamente socialista la clase trabajadora es insustituible, pero es por esto mismo que las revoluciones de la posguerra no fueron obreras ni socialistas. Creemos que ésta es la única explicación coherente posible en el marco del marxismo, si lo que se busca es hacer un verdadero balance del trotskismo en la posguerra y modificar las definiciones y teorizaciones equivocadas, resultantes de la presión de los acontecimientos.

En reemplazo de una verdadera explicación de lo ocurrido, el PTS fundamenta las expropiaciones en que “nunca hubo condiciones objetivas tan favorables para la derrota del imperialismo, que, utilizando la expresión de las Tesis [de la LIT] de 1985, era lo más parecido a ‘un tigre de papel”. [58]

Aquí se pierden dos cosas: en primer lugar, no se puede dejar de señalar que el imperialismo yanqui cedió a la burocracia estalinista la periferia para conservar el centro del sistema, y es evidente que en esta apuesta estratégica salió triunfador. Pero, además, es un error afirmar que las condiciones “objetivas” nunca habían sido tan favorables para derrotar al imperialismo como luego de la Segunda Guerra Mundial. Esto es una mistificación completa de cómo se desarrolló el proceso de la posguerra y, además, deja afuera un factor subjetivo y objetivo de inmensa importancia: el peso internacional que había adquirido el aparato estalinista sobre la clases trabajadoras y populares.

Porque en la posguerra intervinieron dos factores que contribuyeron decisivamente a la estabilidad: la resolución de la hegemonía imperialista a favor de Estados Unidos y el fortalecimiento del estalinismo en la inmediata posguerra, sancionada por los pactos de Yalta y Potsdam. Más que la famosa “guerra de los bloques” –argumento por excelencia del curso totalmente capitulador del pablismo, ya comentado–, se trató, como lo definiera el historiador Immanuel Wallerstein, de “un conflicto pautado”.

En nuestro concepto, fue, por el contrario, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial cuando el imperialismo quedó peor parado porque, además de la no resolución de la hegemonía, el desafío del poder bolchevique a la dominación capitalista mundial fue mucho más real que el que significó el estalinismo luego de la Segunda Guerra. Pero comprender esto implica romper completamente con el objetivismo del movimiento trotskista de posguerra, lo cual está más allá del horizonte del PTS.

“Nosotros estamos con Moreno y los que en aquel momento, correctamente, polemizaron con Just, determinando la periodización de la situación mundial esencialmente por los factores objetivos. Pero opinamos que, después, Moreno cae en una unilateralidad cuando abstrae el factor objetivo y le da un valor sin límites, sin ver cómo influía el factor subjetivo, la dirección contrarrevolucionaria, sobre las propias conquistas: hoy se puede ver hasta qué punto influyó la burocracia hundiendo a los estados obreros”. [59]

Pero si esto es así, entonces hay que comprender que la burocracia estalinista influyó desde el inicio –no sólo “después”– en esos procesos revolucionarios, haciendo lo imposible para evitar la acción independiente de los trabajadores, esto es, quitándoles desde el principio todo contenido realmente socialista.

El propio Trotsky entrevió el resultado final de una experiencia tal en La revolución permanente (1927): “En las condiciones de la época imperialista, la revolución nacional-democrática sólo puede ser conducida hasta la victoria en el caso de que las relaciones sociales y políticas del país de que se trate hayan madurado en el sentido de elevar al proletariado al poder como director de las masas populares. ¿Y si no es así? Entonces, la lucha por la emancipación nacional dará resultados muy exiguos, dirigidos enteramente contra las masas trabajadoras”. [60]

Esto se pudo verificar a la postre en la URSS a lo largo de la década del 30, alrededor del desastre que significó para la producción agrícola la colectivización forzosa del campo y la superexplotación redoblada de los trabajadores de los planes quinquenales. [61] Lo propio sucedió en China, con el disparate voluntarista del “Gran Salto Adelante” de fines de los 50, que fue más bien un gran salto atrás. Esto es, las conquistas económico-sociales reales terminaron transformándose en lo contrario: ahí está para demostrarlo el caso de la cuestión nacional, que desangra pueblos enteros en Rusia y el Este europeo, o el hecho de que en los levantamientos populares de 1989-1991 no se viera a ningún trabajador defendiendo la propiedad estatizada. [62]

Pero, para el PTS, “hay que decir claramente que las burocracias contrarrevolucionarias en los Estados obreros deformados de la posguerra, dirigieron ‘a su manera‘ el ‘proceso de la revolución democrática a la revolución socialista”. [63] En esto, “claramente”, el PTS sigue al milímetro las definiciones teóricas del “trotskismo de Yalta”, tradición que dice condenar pero cuyo balance crítico real permanece ausente. Por nuestra parte, nos oponemos totalmente a la definición citada. Creer que las burocracias pequeño burguesas [64] consumaron la revolución socialista es una concepción sustituista sin límites que pierde el contenido esencial de la tradición del socialismo revolucionario: la necesidad inalienable de la clase obrera consciente en el centro de los procesos para que las revoluciones sean socialistas.

Las experiencias de posguerra fueron sin duda procesos revolucionarios progresivos antiimperialistas y anticapitalistas. Pero lo que “hay que decir claramente” es que al quedar dirigidos por la burocracia y con los métodos de ésta (una vez más, el rol decisivo de “el cómo y el quién”) fueron revoluciones no obreras, sin socialismo, que no abrieron el proceso de transición al socialismo. [65]

El mariscal y la criada

“Podría parecer que no existe diferencia, desde el punto de vista de la propiedad de los medios de producción, entre el mariscal y la criada, el director del trust y el peón, el hijo del comisario del pueblo y el muchacho desharrapado. Sin embargo, unos ocupan hermosos departamentos (…) y hace tiempo que no saben cómo se lustrar un par de zapatos; los otros viven en barracas donde a veces no hay tabiques, donde el hambre es cosa corriente (…) Mientas al dignatario esta diferencia le parece insignificante, al peón le parece, razonablemente, muy seria (…) Los ‘teóricos‘ superficiales pueden consolarse diciendo que la repartición de bienes es un factor secundario en comparación con la producción. Sin embargo, la dialéctica de las influencias recíprocas conserva toda su fuerza. El destino de los medios nacionalizados de producción se decidirá, al fin de cuentas, según la evolución de las diferentes cualidades personales. Si un vapor es declarado propiedad colectiva, mientras los pasajeros continúan divididos en primera, segunda y tercer clase, es bien comprensible que la diferencia de condiciones reales termine por tener a los ojos de los pasajeros de tercera clase una importancia mucho más grande que el cambio jurídico de propiedad”. [66]

Para que el repaso de este aspecto de la teoría de la revolución no quede insustancial, es necesario descender a las profundidades de las relaciones de producción en la ex URSS y el resto de las sociedades no capitalistas de la posguerra.

Dicen los compañeros: “en los países en los que expropiaba, [el estalinismo] imponía Estados obreros deformados, que ahogaban todo intento de organización independiente del proletariado y las masas”. [67] Pero si el estalinismo “ahogaba” a la clase trabajadora y las masas: ¿en que consistía y dónde residía el carácter obrero del Estado? ¿Cómo se podía verificar su dominación política o social sobre la sociedad?

Aquí viene otro muy fuerte elemento de continuidad del PTS con la tradición que tanto critica: el aspecto economicista de su objetivismo, al atribuir a la estatización de los medios de producción –al estilo “ortodoxo”– un carácter obrero “objetivo”, sin molestarse por estudiar las relaciones sociales de producción reales como ámbito distinto, de contenido, respecto de las relaciones jurídicas. La rotunda negativa a analizar esas verdaderas relaciones de producción imperantes en la URSS se basa en un error de leso marxismo: confundir la estatización con la socialización de los medios de producción.

Por empezar, el PTS afirma, a kilómetros del mismo Trotsky y de la base material de la revolución permanente, que las imposiciones de la ley del valor –las “leyes del capitalismo mundial”– no dominaban en la ex URSS. Incluso se mofan de la definición perfectamente marxista de Naville de que la ex URSS y el Glacis eran un “subsistema del capitalismo mundial”. Esta ubicación, de hecho, los pone del lado de Ernest Mandel, en el fondo el verdadero mentor teórico de los compañeros del PTS en este terreno.

Véase, por ejemplo, esta declaración: “la propiedad estatal generalizada (es decir, el monopolio) de los medios de producción sólo puede darse por medio de la expropiación de la burguesía y es, por definición, antagónica con las leyes del capitalismo”. [68] Dicho así, tout court, sin determinaciones concretas, esto es erróneo. Porque no se debe oscurecer las continuidad de las imposiciones de la ley del valor, en el marco de la economía mundial y de una sociedad que surge de la vieja base capitalista, y no todavía de una nueva base. Como decía Marx en un texto clásico, la Crítica del Programa de Gotha, al referirse a las sociedades que emergerían inmediatamente después de la revolución proletaria: “de lo que tenemos que ocuparnos aquí no es de una sociedad comunista tal como se ha desarrollado ya sobre sus propias bases, sino, por el contrario, tal como acaba de nacer de la sociedad capitalista; por lo tanto, es una sociedad que, en todos sus aspectos, económico, moral e intelectual, lleva todavía los estigmas de la vieja sociedad en cuyo seno ha surgido”. [69]

Por supuesto que Mandel no planteaba nada de esto, embarcado como estaba en el embellecimiento y mistificación del estalinismo y la capitulación a las direcciones burocráticas. Pero el PTS lo sigue acríticamente: “[En] el caso de fenómenos transitorios entre el capitalismo y el socialismo (…) la ley del valor (ley fundamental de la economía capitalista) no regía al conjunto de la economía, jugando, por tanto, un rol subordinado (…) las leyes que gobernaban al conjunto de la economía eran las leyes de la nacionalización y la planificación (más allá de su carácter burocrático). La ley del valor operaba en estos Estados (…) pero no gobernaba”. [70]

Todo esto es falso de pies a cabeza. Más allá de todos los intentos burocráticos y voluntaristas del Estado por burlar la ley del valor, ésta finalmente se imponía por intermedio de las tremendas inadecuaciones y desproporciones entre las distintas ramas de la producción, e incluso en las propias peleas por el establecimiento del plan. Es harto sabido que la planificación en manos de la burocracia fue una creciente expresión de irracionalidad en la economía y no de “planificación racional” de ella como, de manera objetivista, pretende el PTS. La racionalidad sólo puede provenir de la creciente democracia de los productores y consumidores. [71]

Por otra parte, Trotsky no expresa en modo alguno este enfoque en su análisis más profundo y detallado de la sociedad soviética, La revolución traicionada. Por el contrario, Trotsky no teme mostrar la continuidad de las imposiciones de la ley del valor, a las que ve no disminuyendo sino ampliando su campo de acción: “La nacionalización de los medios de producción (…) supone estrechos límites a la acumulación personal del dinero y dificultan la transformación del dinero en capital privado (…). Esta función del dinero, ligada a la explotación, no se ha liquidado, sin embargo, desde el comienzo de la revolución proletaria, sino que se ha transferido bajo un nuevo aspecto al Estado, comerciante, banquero e industrial universal. Por otra parte, las funciones más elementales del dinero, medida de valor, medio de circulación y de pago, se conservan y adquieren un campo de acción aún mas amplio del que tuvieron en el régimen capitalista”. [72]

Siguiendo a Naville contra Mandel, hay que afirmar una vez más el principio metodológico marxista y trotskista que explica estas imposiciones: la unidad de la economía mundial, en la que las economías no capitalistas de la ex URSS y el resto de los mal llamados “estados obreros” constituían un subsistema.

Dice Naville: “(…) la crisis que presenta actualmente el sistema económico mundial conserva una raíz única: las condiciones de creación de valor por el trabajo humano (…). La burguesía escamotea la explotación del trabajo detrás del esplendor fascinante de los productos del mercado y la danza fantástica de los precios. La burocracia de la planificación estatal disimula las relaciones de explotación mutua y de parasitismo social propias del socialismo de Estado detrás de los fantasmas del salario ‘socialista‘, recompensa del trabajo, honor social, orgullo del patriota, medalla de los buenos servidores (…). [73]

Veamos los problemas que se acumulan al no analizarse las verdaderas relaciones sociales y tenderse a ignorar las imposiciones de la ley del valor. Repasemos la versión que da el PTS del problema: “La ‘propiedad estatal generalizada‘, es decir, el monopolio estatal de los medios de producción, elimina la contradicción capitalista entre la socialización creciente de la producción y la apropiación privada de los frutos de la misma, y por ello es en esencia antagónica con el capitalismo”. [74]

Una vez más, asistimos al dislate de identificar la estatización con la socialización, abonando la mistificación burocrática. En esta definición queda completamente perdido un criterio marxista elemental: que entre estatización y socialización media todo un proceso complejo de verdadera subordinación de las principales ramas de la economía a la dirección consciente de parte del conjunto de los trabajadores. No es éste ningún descubrimiento ni originalidad; ya estaba presente en La revolución traicionada de Trotsky, así como en varios artículos de Karl Korsch respecto de la misma cuestión. Por aportar un pasaje clásico: “La propiedad privada, para hacerse social, debe pasar por la estatización, así como la oruga se hace crisálida antes de ser mariposa. Pero la crisálida no es la mariposa; y millones mueren antes de serlo. La propiedad del Estado no llega a ser del ‘pueblo entero‘ sino a medida que desaparecen los privilegios y las diferencias sociales, cuando el Estado pierde su razón de ser. En otras palabras, la propiedad del Estado se hace socialista a medida que va dejando de ser propiedad del Estado”. [75]

Continúan los compañeros: “El monopolio estatal de los medios de producción, al eliminar la apropiación privada, impide el accionar de la ley de la acumulación del capital y con ello elimina la ganancia como motor de la producción”. [76] Aquí, el tema es, una vez más, si en la URSS seguía imperando la ley del valor y si, en este marco, seguían existiendo el trabajo asalariado y el plusvalor. Nuestra respuesta es categóricamente afirmativa, más allá de distorsiones parciales. Pero si estas leyes seguían imperando, cae por su propio peso la pregunta de en manos de quién se acumula el trabajo excedente. Y la respuesta debe ser concreta, como lo hace Trotsky en los extraordinarios capítulos IX y XI de La revolución traicionada:

“El hecho de que las diferencias de salarios sean en la URSS no menores, sino más considerables que en los países capitalistas, nos lleva a la conclusión de que las acciones están repartidas desigualmente y que las rentas de los ciudadanos se forman, a la vez que de un salario desigual, de partes desiguales de los dividendos. Mientras que el peón no recibe sino b, salario mínimo que en iguales condiciones recibiría también en una empresa capitalista, el stajanovista y el funcionario reciben 2a más b, 3a más b y así sucesivamente, y b puede a su vez ser 2b, 3b, etc. En otros términos, la diferencia de las rentas está determinada no por la sola diferencia del rendimiento individual, sino por la apropiación disimulada del trabajo ajeno. La minoría privilegiada de accionistas vive a cuenta de la mayoría embaucada”. [77]

Para nosotros, efectivamente, seguía existiendo plusvalía, y la parte del león de la acumulación quedaba en manos de la burocracia. El PTS pasa por alto, al mejor estilo de Mandel, la existencia continuada de las imposiciones de la ley del valor y del trabajo por un salario, y se desliza hacia el disparate mandelista de que la producción en la URSS era directamente de valores de uso. Como hemos visto, esto no es más que un craso embellecimiento de la burocracia, que a su vez niega la continuidad de mecanismos de explotación del trabajo.

Dice Naville: “(…) No suprimiendo más que la forma mercancía clásica de las relaciones capitalistas, el socialismo de Estado no elimina más que una forma inferior del fetichismo social. Metamorfosea el capital en ‘acumulación socialista‘ y en fondos de inversión, pero no suprimió el fetichismo del capital, que es presentado como productivo, independientemente de toda relación social. Finalmente, al separar el trabajo de toda relación social, hizo de este el fetiche perfecto (…) Fetichizando el trabajo puro … desviaron a golpes de nagaika a los trabajadores soviéticos de la crítica de las relaciones sociales en las que viven. Mitificaron el trabajo como la burguesía mitificó el capital, y por las mismas razones: porque el trabajo vivo es la fuente real del valor (de cambio y de uso) y que el trabajador (incluso el que está sometido a la explotación mutua en el Estado sin capitalistas privados) no debía aprender a criticar el modo de producción en el seno del que produce y sigue siendo explotado”. [78]

Como al PTS se le escapa todo este ángulo, lógicamente continúa acumulando dislates: “La elevación del rendimiento del trabajo como objetivo en sí mismo puede, sobre esta base, introducirse como principio rector de la vida económica”. [79]

¿Desde cuándo la “elevación del rendimiento del trabajo como objetivo en sí mismo” es la base de la perspectiva socialista y comunista de la transición? Esto sólo puede calificarse como una adaptación teórica grosera al estalinismo. Porque o se cree realmente que en la ex URSS la producción era directamente de valores de uso o, peor aún, se introduce un concepto que es una pura racionalización de la explotación del trabajo por parte de la burocracia. Desde una perspectiva marxista, el criterio no es “la elevación del rendimiento del trabajo como objetivo en sí mismo”, sino el aumento de la satisfacción de las necesidades humanas y la emancipación del trabajador de las imposiciones del trabajo por necesidad, aumentando su tiempo libre.

Otra cuestión es que, por supuesto, esto tiene como base material insoslayable la necesidad del aumento del rendimiento del trabajo; no somos románticos al respecto. Pero precisamente este “aumento del rendimiento del trabajo” no puede ser perseguido como objetivo en sí mismo [80] , sino como condición de posibilidad de la emancipación del trabajo, que es algo muy distinto.

De hecho, el objetivo de la “elevación del rendimiento del trabajo” como condición para la extracción de plusvalor a escala ampliada fue lo que se expresó en el movimiento stajanovista de los años 30, alentado por Stalin y acerbamente criticado por Trotsky en La revolución traicionada. Prueba adicional de que se trata de un criterio no socialista, sino… estalinista.

Afirmamos categóricamente que el principio rector de la vida económica en la transición debe ser vigilar por la tendencia creciente a acabar con la explotación. Y, para esto, el aumento del rendimiento del trabajo es su condición necesaria, pero no suficiente.

El embellecimiento del estalinismo no se detiene allí: “La irracionalidad económica, la anarquía de la producción, propia del capitalismo, tiene por base la lucha entre capitales privados para apropiarse de la mayor cuota posible de ganancia. La expropiación de la clase de los capitalistas privados elimina la persecución de la ganancia como motor de la vida económica y, con ello, permite el fin de la anarquía de la producción. La propiedad estatal generalizada se constituye así en la condición necesaria para la planificación económica, es decir, para la ‘introducción de la razón en la esfera de las relaciones humanas‘ (…) no reconocer esto equivale a quitarle el valor material que de por sí poseen la nacionalización generalizada y la planificación económica como formas que se desprenden de las necesidades del desarrollo de las fuerzas productivas, antagónicas por ende con las relaciones de producción capitalista e indiscutiblemente definitorias del carácter obrero y progresivo del Estado”. [81]

Evidentemente, el PTS no ha roto en verdad con un esquema objetivista, economicista, que le da “valor material de por sí” a la “nacionalización generalizada y la planificación económica”. Porque la nacionalización y planificación son efectivamente formas que se desprenden de las necesidades del desarrollo de las fuerzas productivas en esta época histórica [82] , pero es indispensable identificar en manos de qué clase o sector de clase se encuentran, de manera efectiva, esas formas, es decir, cuál es el contenido socio-político de la acumulación. [83]

Consideremos esta mirada crítica sobre el problema: “Lenin –mucho más enfáticamente que Trotsky– realizó una importantísima distinción entre nacionalización y socialización de los medios de producción (…) la socialización necesita un proceso mucho más largo y difícil porque significa poner bajo la administración de las masas esos medios de producción. Por eso, en sí misma la nacionalización no es una medida ‘socialista‘; cobra ese sentido como un momento en el avance de la revolución hacia la socialización. En los 30, sin embargo, Trotsky adoptó un enfoque abstracto al considerar a la nacionalización ‘en sí’ como una relación socialista (…) La nacionalización por el Estado proletario tiene sólo la capacidad o la posibilidad de socialización (…) No se puede menospreciar la importancia de esta nacionalización y de las potencialidades que encierra; es el significado que tiene la revolución que expropia. Pero en sí misma no decide el desarrollo posterior”. [84] Aunque consideramos que la postura de Trotsky mostraba cierto matiz respecto de este punto de vista, el PTS, siguiendo al resto del trotskismo “tradicional” y después de cerrada la experiencia de los Estados burocráticos, sigue sosteniendo aun hoy este erróneo enfoque abstracto. [85]

Porque, finalmente, lo que el PTS, en su dogmatismo, se niega a reconocer, es que en la URSS burocratizada se relanzó la explotación del trabajo, bajo una forma distinta –aunque emparentada– a la del capitalismo: las formas de “explotación mutua” desarrolladas en el texto precedente. Pero para “descubrir” esto no hacía falta recurrir a Naville. Bastaba con tener en cuenta las descripciones –no sistematizadas teóricamente, es cierto– del propio Trotsky. “[Cuando Pravda dice que] ‘El obrero no es en nuestro país un esclavo asalariado, un vendedor de la mercancía-trabajo. Es un trabajador libre‘ (…) esta elocuente fórmula no es sino una fanfarronada inadmisible. El paso de las fábricas al Estado no ha cambiado más que la situación jurídica del obrero; en los hechos, vive en la necesidad, trabajando cierto número de horas por un salario (…) el nuevo Estado ha recurrido a los viejos métodos: al desgaste de los nervios y los músculos de los trabajadores [86] (…) Trabajando por piezas, viviendo en graves apuros, privado de la libertad de trasladarse, soportando aun en la fabrica un terrible régimen policial, el obrero difícilmente podría sentirse un ‘trabajador libre‘. El funcionario es para él un jefe, el Estado, un amo. El trabajo libre es incompatible con la existencia del Estado burocrático”. [87]

A modo de conclusión, podemos decir que es un hecho que la caída del estalinismo ha creado, en sentido histórico, las condiciones para el desbloqueo de la perspectiva socialista auténtica. El marxismo revolucionario en el siglo XXI tendrá nuevos desafíos y la posibilidad de transformarse en fuerza material entre la clase obrera y las masas populares. Pero para lograrlo no podrá desentenderse de las duras lecciones dejadas por la lucha de la clase trabajadora en el siglo pasado; derrotas que es una obligación transformar en enseñanzas estratégicas para los combates revolucionarios que están por venir.

>>>> A Socialismo o Barbarie (revista) Nº 17/18

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Notas:

[1].- Nahuel Moreno, Escuela de cuadros Argentina 1984, Buenos Aires, Crux, 1992.

[2].- Nahuel Moreno, Escuela de cuadros…, cit., p. 22.

[3].- N. Moreno, cit., p. 49.

[4].- Idem, p. 47.

[5].- Nahuel Moreno, Actualización del Programa de Transición, Bogotá, Caracteres, 1990, pp. 69-70.

[6].- Idem, p. 72.

[7].- Porque si bien Trotsky, como hipótesis central, no veía que las direcciones pequeño burguesas pudieran llegar a la expropiación de la burguesía, definió correctamente que sin clase obrera no hay revolución socialista.

[8].- Peng Tu Siu (integrante de la mayoría de la IV en ese momento), a fines de los 40 se enfrentó a Pablo alrededor de la definición de la tercera revolución china. Moreno hace referencia a él de esta manera: “Trotsky dice que hay una revolución democrática burguesa distinta a la revolución socialista (…) Peng es uno de los genios políticos más grandes del siglo (…) Los guerrilleristas planteaban ‘socialismo‘ y ‘revolución socialista‘. Peng se planta contra ellos y les plantea que muchos se olvidan de que las Tesis de la revolución permanente son atacadas desde dos ángulos. Uno de ellos, el más común porque es el ángulo reformista, es que en los países atrasados no hay revolución socialista. Pero muchas veces olvidamos que hay un ángulo nefasto, tan nefasto como el otro, que es el que sostiene que en los países atrasados sólo hay revolución socialista” (N. Moreno, Escuela de cuadros…, cit.).

[9].- N. Moreno, Escuela de cuadros…, pp. 41 y 22-23.

[10].- N. Moreno, Actualización del Programa de Transición, cit., p. 95.

[11].- A lo largo de todo Actualización…, en relación con las direcciones burocráticas, Moreno va y viene entre definirlas como “burocracia obrera” o “burocracia pequeño burguesa” sin lograr resolver el problema, porque en última instancia permanecía preso del mismo marco teórico de todo el trotskismo “tradicional” de posguerra. Sin embargo, en estas oscilaciones, se lo ve buscando permanentemente diferenciarse del concepto “fuerte” de “burocracias revolucionarias” que expresaban el pablo-mandelismo y también el SWP de EEUU respecto de Fidel Castro.

[12].- N. Moreno, Escuela de cuadros..., p. 45.

[13] – Enseguida veremos por qué estamos completamente en contra de que pueda haber en la experiencia histórica cosa tal como una forma acabada de “dictadura burocrática del proletariado”. Distinto fue el caso bajo el poder bolchevique (régimen revolucionario) cuando Lenin, con una agudeza mayor a cualquier otro dirigente bolchevique, definió el nuevo Estado, en oportunidad del debate sobre los sindicatos, como “Estado obrero con deformaciones burocráticas”. Los supuestos “Estados obreros deformados” de la segunda posguerra nada tenían que ver con el verdadero Estado obrero “con deformaciones” de comienzos de la década del 20.

[14].- La Escuela de cuadros es en verdad la transcripción de un curso oral dado por Moreno, por lo que la crítica podría parecer algo injusta. Pero aun así, las expresiones utilizadas son sintomáticas: no fue la clase obrera la que “se posesionó” del Estado. En este sentido, hasta la “ortodoxia” pablo-mandelista admitía que la que se posesionó de los medios de producción mediante la expropiación fue la burocracia. En todo caso, era la propiedad la que se suponía que estaba “en manos de la clase obrera”, lo que para nosotros evidentemente no fue así, dado que, en la transición socialista, propiedad y posesión deben tender crecientemente a superponerse.

[15].- N. Moreno, cit., p. 101.

[16].- Así, por ejemplo, en Actualización… se lee: “(…) planteábamos [que] si la revolución de febrero no se transforma en revolución de octubre es inevitable la contrarrevolución burguesa. Pero la complejidad del paso del capitalismo al socialismo ha producido híbridos que no son ni uno ni otro polo. En la URSS no hubo contrarrevolución burguesa sino, por ahora, contrarrevolución burocrática” (p. 89). Así es, y lo que no se puede dejar de lado, a la luz de la experiencia histórica del siglo XX, es la especificidad del fenómeno de la contrarrevolución burocrática, cuya correcta apreciación debe ser parte integrante de la teoría de la revolución en el siglo XXI.

[17].- La explicación aquí es que la economía sólo puede ser burguesa u obrera. Como desarrollaremos más abajo, lo que ocurrió fue que, bajo condiciones excepcionales, la burocracia usufructuó a su servicio la expropiación como subsistema del capitalismo mundial, tributario de formas de explotación del capitalismo, y no Estados obreros.

[18].- Durante los 80, en el viejo MAS, de manera reduccionista se decía que peleábamos por un tipo de régimen, el “socialismo más democracia”, o que lo que nos caracterizaba era la pelea por la “democracia obrera”. A nuestro entender, esto perdía completamente de vista que la pelea de los socialistas revolucionarios es por el proyecto íntegro de la revolución y el socialismo, que de ninguna manera pudo ser cumplido, en el sentido auténtico del término, por las burocracias pequeño burguesas y burocráticas.

[19].- Esto fue en oportunidad de la crítica a un documento de la mayoría mandelista del SU, Democracia socialista y dictadura del proletariado, que, tal como denunciaba Moreno, cedía a las presiones “democratizantes” del eurocomunismo y adelantaba una incorrecta concepción legalista de la revolución.

[20].- Sobre este último aspecto, remitimos a Construir otro futuro, especialmente a la parte referida a la reivindicación crítica de los bolcheviques en el poder. En la tradición de la mayoría de las corrientes del trotskismo, nunca se lleva a cabo este balance crítico y se recae en el error habitual de hacer de las necesidades de la guerra civil una virtud o una norma para toda dictadura proletaria. En este sentido, sigue siendo actual el abordaje metodológico –más allá de errores de contenido en la crítica misma– de Rosa Luxemburgo en su texto La revolución rusa: “Nos vemos enfrentados al primer experimento de dictadura proletaria de la historia mundial (que además tiene lugar bajo las condiciones más difíciles que se puedan concebir) (…). Sería una loca idea pensar que todo lo que se hizo o dejó de hacer en un experimento de dictadura del proletariado llevado a cabo en condiciones tan anormales representa el pináculo mismo de la perfección. Por el contrario, los conceptos más elementales de la política socialista y las comprensión de los requisitos históricos necesarios nos obligan a entender que, bajo estas condiciones fatales, ni el idealismo más gigantesco ni el partido revolucionario más probado pueden realizar la democracia y el socialismo, sino solamente distorsionados intentos de una y otro”. En Obras escogidas, Buenos Aires, Pluma, 1975, tomo 2, p. 171.

[21].- De conjunto, se trata de un trabajo defensista que pierde totalmente la dimensión de la revolución antiburocrática, en momentos (fines de la década del 70) donde no había ningún elemento particular que pusiera sobre la mesa el problema de la “defensa de la URSS”.

[22].- N. Moreno, op. cit., p. 242.

[23].- Un “mérito” puramente defensista, siendo que el defensismo, como decía Trotsky,           debía ser un elemento subordinado a la estrategia del impulso a la revolución antiburocrática.

[24].- Este aspecto de la crítica de Moreno a Mandel era y sigue siendo correcto, porque la idea de que la burguesía, bajo la dictadura del proletariado, goce como norma prácticamente de todos los derechos políticos es una concepción democratista que pierde de vista el contenido de la dictadura del proletariado en tanto imposición sobre las clases ex propietarias. Suponer que no se ejercerá la dictadura sobre nadie es ridículo e irreal, porque el período de la transición será necesariamente convulsivo, cruzado por guerras civiles y enfrentamientos revolucionarios contra el imperialismo. Por esto mismo Lenin se refería a la dictadura del proletariado no sólo como “democracia de nuevo tipo” sino también como “dictadura de nuevo tipo”, esto es, de la mayoría sobre la minoría.

[25].- No consideramos en absoluto que El Estado y la revolución sea “antediluviano”, sino un texto de plena vigencia teórica. Veamos un pasaje significativo: “El oportunismo no extiende el reconocimiento de la lucha de clases a lo fundamental, al periodo de transición del capitalismo al comunismo, al período del derrocamiento y de la eliminación completa de la burguesía. En realidad, este período es, inevitablemente, un período de lucha de clases de una violencia sin precedentes, en que esta revista formas de una agudeza sin precedentes, y, por consiguiente, durante ese período el Estado debe ser inevitablemente un Estado democrático de nuevo tipo (para los proletarios y desposeídos en general) y dictatorial de nuevo tipo (contra la burguesía)”. Obras completas, Buenos Aires, Cartago, 1971, p. 46. Moreno, en cambio, justifica el ejercicio de un poder dictatorial no sólo sobre la burguesía (la imprescindible dictadura del proletariado propiamente dicha) sino sobre la propia clase trabajadora.

[26].- V.I. Lenin, El Estado y la revolución, cit., p. 95.

[27].- Esto es una completa mistificación de los métodos de explotación de la burocracia en los países del Este. El propio Trotsky repite varias veces en La revolución traicionada –ver especialmente el capítulo IX– que la burocracia recurría a los mismos métodos que el capitalismo: la “explotación de los nervios y los músculos” de los trabajadores.

[28].- Otra cuestión es que en sí mismas estas reivindicaciones hayan adquirido una dinámica restauracionista del capitalismo hacia fines de los 80 y principios de los 90, ante la ausencia de toda acción independiente y socialista de la clase trabajadora cuando las revoluciones-desmoronamiento (F. Fejtö) de estos estados. También cabe tener en cuenta que el texto de Moreno era una polémica contra las posiciones legalistas y democratizantes del SU. Pero esto no salva el hecho de que el libro es un desastre de principio a final. En ese sentido, J.P. Divés señala: “Las concepciones generales objetivistas y triunfalistas, la revisión errónea de la teoría-programa de la revolución permanente, están directamente ligadas a esta cuestión de los ‘Estados obreros’ (…) ésta tuvo (…) consecuencias directas en cuanto a la concepción del socialismo y de la transición (…) sistematizaron y agravaron los aspectos más equivocados de la teoría de Trotsky sobre la URSS y luego los análisis igualmente erróneos que la IV Internacional formuló en la posguerra para explicar las transformaciones en Europa del Este (…). Esta sistematización / agravación se condensa en una obra: La dictadura revolucionaria del proletariado (…). No todo lo que dice Moreno en este trabajo es falso (…). Sin embargo, sobre lo esencial, es decir, lo que concernía a la interpretación de las revoluciones del siglo XX y los problemas de la transición al socialismo, este documento estaba globalmente equivocado”. En Construir otro futuro, pp. 185-6.

[29].- N. Moreno, cit., p. 97.

[30].- Idem, p. 100.

[31].- Idem, pp. 264-265.

[32].- Idem, p. 272.

[33].- Esto es, plantea la unidad entre el núcleo del proletariado y las más amplias masas populares explotadas y oprimidas. En el caso del Argentinazo, es en cierto modo a esto a lo que queremos referir con la estrategia de “unidad de clase” entre el núcleo de la clase obrera ocupada y la masa de trabajadores desocupados organizados en los movimientos piqueteros, bajo la conducción de los primeros.

[34].- N. Moreno, cit., pp. 146-7.

[35].- V. I. Lenin, El Estado y la revolución, ed. cit., p. 50. Este magnífico pasaje condensa el carácter realmente de masas, “popular”, de toda verdadera revolución obrera y socialista.

[36].- En Moreno, esta concepción reduccionista de la conciencia de los trabajadores, esta valoración de la clase trabajadora, en última instancia, como masa de maniobra del partido, estaba presente ya en El partido y la revolución (el llamado “Morenazo”) de 1973. Se trata de un trabajo en muchos aspectos valioso y educativo respecto de cómo hacer política revolucionaria en polémica con la orientación pro guerrillera del mandelismo en aquellos años, pero cruzado por esta teorización equivocada de la relación del partido con la clase.

[37].- N. Moreno, La dictadura…, cit., p. 132.

[38].- Esto es muy común en el comportamiento de diversas corrientes del trotskismo argentino. También para ellas “la clase obrera y las masas no aparecen más que como campo de maniobras del partido, no se las considera como sujeto de la revolución y de la construcción del socialismo. Se abandona la base del trabajo marxista revolucionario, la tarea central del partido y de la organización: elevar el nivel de conciencia de las masas y de su vanguardia (…)”. En Construir otro futuro, p. 191.

[39].- N. Moreno, cit.

[40].- N. Moreno, cit., p. 142.

[41].- Al respecto, es casi innecesario aclarar que disentimos completamente con la tesis de John Holloway de que no sólo el partido sino la misma clase trabajadora, para “cambiar el mundo”, deben abstenerse de tomar el poder. Esto no es más que una utopía reaccionaria que impide enfrentar los verdaderos e inevitables “peligros profesionales del poder”. Afirmamos categóricamente que no puede haber transición socialista alguna –como momento esencialmente político– sin que la clase trabajadora asuma firmemente el poder.

[42].- Recordar la preocupación de Lenin hacia el final de su vida por la superposición de los organismos del partido y de las instituciones del Estado soviético.

[43].- Este peligro de instrumentalización de los movimientos, sindicatos u organizaciones de la clase o la vanguardia lo vemos todo el tiempo en algunas de las corrientes revolucionarias como el PO y el MST, que cuando ganan un movimiento o un sindicato se adueñan de ellos como si fueran propios y no de los trabajadores que los votaron para dirigirlo. El PTS hace algo parecido, aunque en muchos casos combina ese aparatismo con demagogia democratista.

[44].- En realidad, la crítica les cabe incluso en mayor medida, dado que a) a diferencia de Moreno, y por simples razones cronológicas, conocieron hechos históricos trascendentales como la caída del Muro sin que ello los moviera a sacar ninguna conclusión teórica, y b) su elaboración suele no ser más que una reedición vulgarizada y empobrecida de la del propio Moreno.

[45].- Centristas son, en la definición de Trotsky, las corrientes que oscilan entre reforma y revolución. Es, efectivamente una categoría muy útil para el análisis de las organizaciones que oscilan a izquierda y derecha en los procesos revolucionarios y para aquellas plagadas de rasgos oportunistas, incluso cristalizados, como es el caso de la LCR francesa. El problema es que el PTS considera a todas las organizaciones, salvo, lógicamente, la propia, como “centristas”. Una muy buena crítica al respecto es la de Jorge Sanmartino, de Socialismo Revolucionario de Argentina.

[46].- Antonio Labriola, Socialismo y filosofía, Buenos Aires, Antídoto, 2004, p. 194.

[47].- Manolo Romano, “Polémica con la LIT y el legado teórico de Nahuel Moreno”, en www.pts.org.ar.

[48].- Ver Construir otro futuro, ed. cit.

[49].- En la revolución del 4 de noviembre de 1918 cae el Káiser como producto de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, pero le sucede un gobierno socialdemócrata reformista en el marco de la democracia burguesa.

[50].- L. Trotsky, La revolución permanente, ed. cit., p. 30.

[51].- Sobre las consecuencias oportunistas y etapistas de esta ubicación hay abundante evidencia en la Escuela de cuadros (1984), donde Moreno llegaba a decir que no estaba descartado que en Argentina “venga la democracia y por 10 ó 15 años solucione los problemas” del país. Pero incluso en un texto más trabajado como Actualización… encontramos afirmaciones descarnadamente etapistas: “Nuestro partidos tienen que reconocer la existencia de una situación revolucionaria pre-febrero para sacar consignas democráticas adecuadas a la existencia de direcciones pequeño burguesas que controlan el movimiento de masas y a la necesidad de establecer una unidad de acción lo más pronto posible para hacer la revolución de febrero. Debemos comprender que es inevitable hacerla y no tratar de saltarnos esa etapa, sino sacar todas las conclusiones estratégicas y tácticas necesarias, ser la vanguardia de esa revolución de febrero, ser los campeones de la intervención en ella”.

[52].- El “trotskismo” del PTS es de un tipo bastante alejado del de Trotsky, que se apoyaba en la experiencia viva de las revoluciones para teorizar: “(…) han tenido lugar acontecimientos tales, y hemos aprendido tanto de ellos, que tengo que reconocer que me repugna la manera actual de los epígonos de examinar los nuevos problemas históricos, no a la luz de la experiencia viva de las revoluciones realizadas por nosotros, sino a la vista principalmente de textos que se refieren únicamente a la previsión hecha por nosotros de las revoluciones futuras”. La revolución permanente, cit., p. 55. En clave actual, la lección metodológica es que no pueden aceptarse en bloque los presupuestos teóricos y programáticos establecidos de manera previa al derrumbe final de los países del Este.

[53].- M. Romano, cit.

[54].- El PTS engloba a todas las corrientes del trotskismo en la posguerra bajo esta denominación, que da cuenta de los límites en gran medida insalvables que las determinaron, pero que efectúa a la vez una igualación ahistórica que impide delimitar unas de otras.

[55].- M. Romano, cit.

[56].- Idem.

[57].- M. Martínez, cit.

[58].- M. Romano, cit.

[59].- Idem.

[60].- L. Trotsky, cit., p. 163.

[61].- En este sentido, ver el ángulo distintivo que Rakovsky, Kossior, Murálov y Kaspárova expresaron acerca de estas medidas, desde el interior mismo de la URSS, a comienzos de los 30 en la “Declaración en vista del XVI Congreso del PC”.

[62].- Respecto de las conquistas económicas en los Estados no capitalistas de posguerra veamos lo siguiente: “(…) la especificidad de esta formación social se revela también en la dinámica de las fuerzas productivas (…) El desarrollo industrial y agrario extensivo y la incapacidad del régimen para pasar a un crecimiento basado en la intensidad tecnológica constituye otra desmentida de la tesis que considera a la URSS capitalista, y también de que pudiera convertirse en una sociedad burocrática superadora del capitalismo a nivel mundial”. R. Astarita, Debate Marxista Nº 9.

[63].- M. Romano, cit.

[64].- Ver más arriba nuestra crítica a la categoría de “burocracias obreras” acuñada por Ernest Mandel.

[65].- Por supuesto, esto no quiere decir que al comienzo no haya habido conquistas económicas; las hubo (con un desarrollo extensivo de las fuerzas productivas), pero a costa del proceso de organización independiente de los trabajadores y del desarrollo de la revolución en el centro del mundo, con la particularidad de no abrir el proceso de transición al socialismo.

[66].- L. Trotsky, La revolución traicionada, ed. cit., pp. 225-226. Esto es, no alcanza con la valoración de la estatización como “hecho en sí” de la naturaleza obrera del Estado; el problema es valorar la tendencia general y el verdadero contenido social que éste va adquiriendo. Así lo indica la experiencia histórica, aunque quede malparada una supuesta “ortodoxia».

[67].- M. Romano, cit.

[68].- Paula Bach, “Después del estalinismo y lejos del marxismo”, en www.pts.org.ar.

[69].- Karl Marx, Crítica del Programa de Gotha, Buenos Aires, Anteo, 1972, p. 90.

[70].- P. Bach, cit.

[71].- El PTS incurre entonces, como Mandel, en una mistificación de la burocracia. Siguen acríticamente a Evgeny Preobrajensky y su trabajo La nueva economía, esfuerzo de interpretación valioso pero, no casualmente, nunca asumido por Trotsky, que no lo cita una sola vez en La revolución traicionada. Preobrajensky plantea la teoría de la supuesta oposición de la “ley del plan” frente a la ley del valor. Pero la “ley del plan”, en función de consideraciones de la producción como valores de uso y no de cambio, no puede operar “objetivamente”, ni puede escapar tampoco, en última instancia, a las imposiciones de la ley del valor. Por lo tanto, lo decisivo es nuevamente en manos de quién está la planificación. Cualquier otra posición es un derrape a la capitulación a la burocracia, como ocurrió con el propio Preobrajensky. Esgrimir supuestos principios de racionalidad per se de la planificación, en las condiciones de la burocratización de la ex URSS, no era ni es otra cosa que una racionalización de la explotación burocrática.

[72].- L. Trotsky, La revolución traicionada, ed. cit.

[73].- P. Naville, El nuevo Leviatán, ed. cit.

[74].- P. Bach, cit.

[75].- L. Trotsky, La revolución traicionada, p. 224.

[76].- P. Bach, cit.

[77].- L. Trotsky, cit., p. 227. Nos parece evidente que, en esta descripción de           los mecanismos de apropiación de la acumulación del plustrabajo social por parte de la burocracia, el término “embaucada” es aquí un mero sucedáneo de “explotada”.

[78].- P. Naville, El nuevo Leviatán, cit. Análogamente, los trabajadores, en las condiciones de las experiencias de producción y distribución social en el Argentinazo, tienen que aprender a mirar críticamente las progresivas conquistas y nuevas relaciones en las que están insertos. Pero el PTS, al igual que el PO, es en este sentido completamente ciego a las limitaciones de estas experiencias, en particular cuando las dirige.

[79].- P. Bach, cit.

[80].- El criterio economicista de considerar el desarrollo de las fuerzas productivas como un fin en sí mismo –emparentado además con el reformismo de la II Internacional– pierde de vista que el objetivo principal de la transición es la permanente transformación de las relaciones sociales en todos los terrenos. Y este criterio debe distinguirse del hecho de reconocer que el desarrollo de las fuerzas productivas es una condición indispensable (junto con el desarrollo de la revolución mundial) para el revolucionamiento de las relaciones sociales de producción.

[81].- P. Bach, cit.

[82].- Por otro lado, tenemos otra explicación para el desarrollo de la URSS, China y Cuba durante el período histórico en que se verificaron progresos, aun contradictorios, en el desarrollo de sus fuerzas productivas: el hecho de haber sido –durante algunas décadas– naciones relativamente independientes del imperialismo.

[83].- Rolando Astarita hace, por su parte, una crítica en este aspecto similar a este automatismo objetivista de considerar la planificación “en sí misma” como “introducción de un principio de racionalidad en la economía”, independientemente de la democracia de los trabajadores. En un verdadero Estado obrero, consideramos a esa democracia obrera, como hemos dicho, parte integrante esencial no sólo del régimen político, sino de las propias relaciones sociales de producción. Dice Astarita: “(…) si bien las relaciones de producción no eran capitalistas, tampoco era posible considerarlas ‘socialistas‘ o ‘proletarias‘. Hemos criticado este concepto en nuestro análisis de las posiciones de Trotsky, sobre la base de dos argumentos interrelacionados: la extracción sistemática de excedente, que determina una relación de explotación, y la dinámica no socialista que se originaba en el control burocrático sobre los medios de producción. La propiedad estatal-burocrática de los medios de producción en la URSS impedía el avance de la socialización, reproduciendo una relación de explotación. Los trabajadores no podían administrar la economía, decidir el monto y naturaleza de las inversiones y de los planes quinquenales ni articular la distribución en su beneficio. En un sentido profundo, la ausencia de control y administración de las masas sobre los medios de producción era total, porque el control burocrático sobre el conjunto de la economía era clave para la apropiación del excedente”. R. Astarita, “Relaciones de producción y estado en la URSS”, Debate Marxista Nº 9, 1997.

[84].- R. Astarita, cit.

[85].- “Cerrada”, en realidad, para nosotros, porque estar atados a los esquemas economicistas tiene efectos tremendos sobre las corrientes que no han sacado balance alguno de la experiencia del Este. Tanto el propio PTS, como el PO y el MST (bien que de diferentes maneras) siguen considerando aun “residualmente” como Estados obreros a la actual Rusia, China, etc., lo cual es una aberración política y teórica sin nombre.

[86].- Digamos que esto es un rotundo mentís a la concepción de Nahuel Moreno, que decía (en La dictadura revolucionaria del proletariado) que en la ex URSS imperaba una supuesta “democracia de los nervios y los músculos”.

[87].- L. Trotsky, La revolución traicionada, p. 228.

Por Roberto Sáenz, revista SoB 17-18, noviembre 2004

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