Dic - 1 - 2006

Por un Estado único, laico y democrático en toda Palestina

Por una federación socialista de los pueblos de Medio Oriente

“Cuando estás en un check point, los obligas a esperar (a los palestinos) mucho más de lo necesario, a veces durante horas, y tomas a un palestino al azar y le das una paliza, de cada quince o veinte que pasan, para que el resto tenga miedo y esté tranquilo. Sólo así tú, que estás con cuatro soldados más, los dominas a ellos, que son miles.” (Saul, Yehuda, “Confesiones de un soldado israelí”[1])

El genocidio que viene perpetrando Israel en Gaza y Cisjordania, la reciente guerra del Líbano y, en general, toda la situación de Medio Oriente han resucitado mundialmente en la izquierda y entre los luchadores palestinos un debate programático. El tema es qué programa de fondo –es decir, estratégico– sostenemos en relación a Palestina e Israel.

Subrayamos este concepto de programa estratégico, para que no se confunda con tal o cual consigna más o menos inmediata, como por ejemplo, frente a las masacres diarias del Ejército de Israel, exigir el retiro de todas sus tropas de Gaza y Cisjordania y el fin de los bombardeos. O, ante la grave situación económico-social y sanitaria de las masas palestinas, reclamar el cese inmediato del infame bloqueo del “Cuarteto” (Israel, EEUU, la Unión Europea y Rusia) secundado increíblemente por la mayoría de los gobiernos de la Liga Árabe, como Egipto, Arabia Saudita, Jordania y Cía.

Años atrás –sobre todo en la década pasada, después de los llamados “Acuerdos de Oslo” (1993) que establecieron la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en partes de Cisjordania y en Gaza– este debate programático parecía, de alguna manera, saldado… o directamente fuera de la realidad.

Es que Oslo sembró la ilusión, en primer lugar entre las masas palestinas, de que las cosas se encaminaban hacia la llamada “solución de dos estados”; o sea, la partición de la Palestina histórica entre el Estado de Israel y un Estado Palestino que abarcaría aproximadamente los Territorios Ocupados por los sionistas en la guerra de 1967. “En 1993, cuando los Acuerdos de Oslo se firmaron, prevaleció la idea de que la creación de un Estado Palestino independiente era sólo cuestión de tiempo. Aunque esos Acuerdos no decían explícitamente eso… no impidió que muchos palestinos y otros pensaran así…” (Karmi, Ghada, “A Secular Democratic State in Historic Palestine: An Idea Whose Time Has Come?”).

Pero, paso a paso, los hechos demostraron que los “Acuerdos de Oslo” fueron, al mismo tiempo, un gigantesco fraude de parte de Israel y EEUU (secundados por la Unión Europea y Rusia), y una monumental traición de parte de la dirección del movimiento nacional palestino, encabezada en esos momentos por Yasser Arafat y Fatah. Los acontecimientos del 2006 terminaron de sepultar a esos “Acuerdos”, que eran ya de hecho y desde hacía mucho tiempo, un cadáver político y diplomático, aunque en la letra aún siguen vigentes… y de tanto en tanto se los trata de resucitar.

Es esta candente realidad la que ha motivado la reapertura del debate programático, ya que con Oslo se puso a prueba el programa de “dos estados”. Y pocas veces la experiencia historia ha dado un veredicto negativo tan categórico…

Aquí daremos nuestra opinión en este debate, que tiene una importancia mundial que trasciende los límites de Palestina y Medio Oriente. En primer lugar, haremos una breve historia de la cuestión. Luego, desarrollaremos nuestros puntos de vista de por qué la “solución de dos estados” resultó ser una utopía reaccionaria y por qué es necesario, entonces, reformular el programa de un estado único, secular y democrático –enarbolada por la movimiento nacional palestino antes de la bancarrota de su dirección histórica–, pero en las nuevas condiciones del siglo XXI, que son distintas tanto a escala mundial como regional.

Es que hoy, aun más que en el siglo pasado, es imposible en Medio Oriente (y menos en Palestina) la “liberación nacional en un solo país”. El destino de Palestina –y del enclave colonial conocido con el nombre de Israel– está estrechamente ligado a dos cuestiones:

1) Si va a ser categóricamente derrotado el proyecto neocolonial del imperialismo yanqui del “Amplio Medio Oriente”.

2) Cómo se va a producir esa derrota; es decir, qué actores sociales y políticos, y qué direcciones van actuar y prevalecer en ese proceso. Es decir, si se va a abrir finalmente una alternativa independiente y socialista de las masas trabajadoras y oprimidas, o si todo va a seguir enredado en la realpolitik de las miserables burguesías de la región y sus estados (sean estos “seculares” o “islámicos”).

El inicial programa democrático radical del movimiento palestino

En abril de 1970, Nabil Shaath –uno de los dirigentes de Fatah, que años después sería uno de los negociadores de los Acuerdos de Oslo– hizo la formulación pública de una consigna democrática radical que se venía discutiendo en el movimiento palestino en los finales de la década del 60. Con algunas variantes, ella se convertiría en el centro del programa de la OLP [2] durante algunos años: “Por una Palestina democrática, no confesional, donde cristianos, judíos y musulmanes puedan vivir y ejercer su culto sin discriminación” (Machover, Moshe, “Un Moyen-Orient…”).

Posteriormente, esto fue reformulado de distintas formas, que estaban centradas en la definición del estado. Ellas se resumían en la propuesta de un estado único, laico (secular), democrático y no racista, con plena igualdad para árabes, judíos y demás nacionalidades y/o credos, que se establecería en todo el territorio de la Palestina histórica.

Esto se oponía al carácter expresamente racista / confesional que está en los cimientos del Estado de Israel. Pero también es opuesta al concepto de “estado islámico”.

Estado laico significa que no estará basado ni sostendrá ninguna religión, ni islámica, ni judía, ni cristiana. Un Estado Palestino laico no se basará ni en el “Antiguo Testamento y los profetas de Israel” (como es el caso del actual Estado sionista, de marcado carácter no sólo racista sino teocrático), ni tampoco en la “sharî‘a” (derecho islámico tradicional). Al mismo tiempo, garantizará a cada uno de los habitantes una total libertad de practicar el culto que deseen o no tener ninguna religión si así lo prefieren.

Pero la religión es sólo la “cáscara” del problema: por sobre todo, se establecerá una completa igualdad de derechos políticos, civiles y jurídicos. O sea, lo opuesto de la actual situación, que constituye una especie de pirámide racial/social, en cuya cúspide están la burguesía y la alta clase media judía de origen europeo (ashkenazim) y en cuya base están los palestinos de Gaza y Cisjordania, que ocupan un status igual o peor que el de los negros en la Sudáfrica del apartheid.

Ellos pueden ser legalmente despojados de sus tierras y otras propiedades sin compensación, demolidas sus viviendas, encerrados en guetos o bantustanes [3] rodeados de un muro de cemento de 8 metros de altura, detenidos sin juicio por tiempo indeterminado, torturados [4] y masacrados si resisten a esa bárbara opresión.

En el marco de esta definición de estado democrático, tanto en las corrientes palestinas como en la izquierda israelí no sionista, se desarrollaron diversos debates y posiciones acerca de esta fórmula y de una mayor precisión de ella.

Así, para algunos, ese estado único no sólo debería ser laico (secular) y democrático, sino también binacional. Es decir, expresar en su constitución la existencia de dos nacionalidades, una árabe y otra judía. Esto tiene que ver con un complejo debate sobre en qué medida se ha ido desarrollando allí una nacionalidad judeo-israelí (junto a otra árabe preexistente). Esta cuestión nacional no es exactamente lo mismo que las diferencias confesionales entre musulmanes, judíos y cristianos.

En relación a esto, Nasser Aruri, señala que tras “las fallas y fracasos de Oslo, ha comenzado un nuevo discurso… Diferentes versiones de un solo estado –democrático secular o binacional– está siendo prevista y debatida entre un creciente número de personas de ambos lados, como una alternativa viable para terminar con un conflicto perpetuo. Por supuesto, la mayoría de la gente involucrada en este debate son intelectuales y activistas, que están la mayoría de ellos por fuera de los centros políticos de tanto de Israel como de Palestina. Pero este discurso atrae cada vez más gente y no disminuye…” (Aruri, Naseer, «One State, One Solution»)

Sin embargo, posiblemente la mayoría de los partidarios de un estado único, se remiten a la concepción más democrática radical, que se puede sintetizar en un estado único democrático y laico, basado en el principio de “un hombre, un voto”.

Aquí no vamos a entrar en este debate particular, aunque tiene desde ya su gran importancia.[5] Lo que nos interesa ahora es examinar cómo se puso a prueba la otra “solución” –los “dos estados”– y las razones de su total fracaso.

También trataremos de explicar por qué esto que aparecía como lo más “sensato” y “realista” –lo “único posible”–, resultó ser lo más utópico e imposible. Se produjo ese espejismo frecuente –no sólo en Palestina sino también en el resto del mundo– cuando se trata de cuestiones sociales y políticas trascendentales. Lo que aparece como lo más “realista” y “posible”, muchas veces termina siendo lo más utópico.

Un programa de corta duración

La bandera democrática-revolucionaria del estado único levantada a principios de los 70, no estuvo sin embargo izada demasiado tiempo en el mástil de Fatah y la OLP. Comenzó ser arriada mucho antes del sometimiento de Oslo, cuando la OLP anunció que estaba dispuesta a reconocer a Israel y aceptar la partición de Palestina: “Desde 1974, los palestinos han propuesto una solución basada en dos estados viviendo uno junto al otro; el Estado Palestino en las tierras ocupadas en 1967 con Jerusalén como capital, y el estado de Israel” (Shaath, Nabil, “Our Tragedy…”). Tal fue el nuevo programa de “dos estados”.

Es que Arafat, Fatah y la OLP acompañaron el curso declinante y degenerativo del nacionalismo laico en la región, pero con una combinación especial de elementos y factores. Uno de ellos fue el de que no estaban administrando un estado y territorio propios, como era el caso del nacionalismo burgués laico en Egipto, Siria, etc. Otros elementos fueron las consecuencias de una serie de derrotas (las principales, Jordania en 1970 y Líbano en 1982), así como también los efectos de la política de domesticación (vía financiamiento) que aplicaron los diversos regímenes árabes en relación al movimiento nacional palestino. Pero también, dentro de un cuadro cada vez más difícil, apareció inesperadamente una oportunidad: el estallido de la Primera Intifada de 1987. Sin embargo, Arafat, Fatah y la OLP no la aprovecharon para profundizar la lucha contra Israel sino para capitular. Un analista resume así esta compleja trayectoria:

“La OLP fue establecida y controlada principalmente por el régimen de Gamal Abdel Nasser. Pero la derrota de 1967 debilitaron ese arreglo, llevando a que las guerrillas revolucionarias se apoderaran de la organización en 1969. Con Fatah y la guerrillas palestinas de izquierda al frente, el potencial revolucionario de la OLP constituyó una amenaza que precipitó la guerra total con el gobierno de Jordania en 1970, una situación que los poderosos y represivos regímenes árabes no deseaban que se repitiese. Fue en ese contexto, que el dinero del petróleo (desde Arabia Saudita, Kuwait, Libia, los Emiratos Árabes Unidos e Iraq) comenzó a llenar los cofres de la OLP; primariamente para asegurase que no alentara ningún cambio revolucionario en los países árabes y que no comprometiese los intereses de sus regímenes. Sus armas sólo debían dirigirse contra Israel. La guerra civil libanesa y el papel de la OLP en ella, en la segunda mitad de los años 70, fueron un problema. Pero, en lo que concernía a los regímenes árabes, era un problema que podían contener.

“Con los ataques de los 80 y la derrota militar de la OLP en 1982, la financiación árabe no sólo mantuvo la condición de que no dirigiera sus armas contra ellos, sino que tampoco apuntara contra Israel. Los diferentes acuerdos entre la OLP y el rey Hussein de Jordania, a mediados de los 80, fueron parte de ese plan.

“Debido a la continua negativa de Israel y EEUU de negociar con la OLP a pesar de sus cambios ideológicos y políticos, la situación se mantuvo congelada hasta que la Primera Intifada de 1987 dio a la OLP la oportunidad de negociación para bajar sus armas frente a Israel. La formalización de este cambio tuvo lugar en Argel (1988) y luego en la Conferencia de Paz de Madrid” (Massad, Joseph, “Hamas and…”) Este camino, después de la Guerra del Golfo de 1990-91, llevaría directamente a los Acuerdos de Oslo.

Oslo y la Primera Intifada

Durante largos años después de ser arriada la bandera de “un estado” y reemplazada por la de “dos estados”, Israel no hizo ninguna señal de responder positivamente a las propuestas de negociación en ese sentido. Por el contrario, continuó el exterminio de palestinos con renovados bríos. Así, en 1982, Israel invadió Líbano y al llegar a Beirut organizó una las más terribles masacres de palestinos, la de Sabra y Chatila, con miles de víctimas, principalmente ancianos, mujeres y niños, ya que la mayoría de los hombres se habían retirado con las milicias de la OLP.

Pero, inesperadamente para todo el mundo (y, en primer lugar, para Fatah y demás corrientes de la OLP), en 1987 estalló la Primera Intifada, que puso al Estado de Israel y a la sociedad israelí a la defensiva, ante la más grave crisis de su historia.

“La Primera Intifada comenzó en diciembre 1987 bajo la forma de una explosión espontánea de cólera de los palestinos de Gaza y se extendió como un reguero de pólvora a Cisjordania y al conjunto de los territorios ocupados. Fue una sublevación verdaderamente popular, que puso en movimiento prácticamente al conjunto de la población palestina, y principalmente a sus capas más pobres, con una participación remarcable de mujeres. Una sublevación cuya única «arma» fueron las piedras –lo que bautizó a la Primera Intifada como la «revolución de las piedras», para subrayar que con ellas hacían frente al aparato represivo israelí.

“La verdadera arma de la Intifada era su carácter popular, sus manifestaciones masivas, la fuerte participación de mujeres, otros tantos aspectos que impresionaron a la sociedad israelí y que verdaderamente desmoralizaron al Ejército de Israel.

“Fue un shock moral para la sociedad israelí, confrontada a su status de ocupante, de opresor… La Primera Intifada provocó una crisis moral en la sociedad israelí, cuya consecuencia fueron los Acuerdos de Oslo firmados años más tarde… La Intifada convención a la elite de poder israelí, al establishment sionista de la necesidad de buscar una solución a fin de desembarazarse rápido del problema del control de las poblaciones de Cisjordania y Gaza, lo que se había tornado muy embarazoso para un Ejército puesto a hacer el papel de policía antimotines” (Achcar, Gilbert, “De la première Intifada au succès du Hamas”).

Desde otro ángulo político, un autor israelí describe así la Primera Intifada: «Cuatro factores permiten caracterizar a la Primera Intifada como una revolución:

“1. Quebrantó el aparato de ocupación israelí. Éste nunca se recobró. Aún hoy, Israel es incapaz de tomar otra vez sobre sí mismo, la administración total de los Territorios.

“2. La que primero se levantó en la revuelta fue la «gente sin importancia»; los trabajadores, las mujeres y los jóvenes.

“3. La Intifada generó una dirigencia local enraizada en la gente [con comités populares], al revés del modelo histórico de la OLP.

“4. La Intifada inauguró un período de agitación que aún continúa, aunque ahora en la forma pervertida de la venganza por cuenta propia (por ejemplo, las acciones suicidas). Israel nunca logró volver a meter al genio dentro de la botella. […]

“En solo un mes, Israel perdió el control sobre la población palestina. Las riendas fueron arrebatadas de las manos de la administración militar… […] Fueron tiempos en que los pobres de las ciudades se levantaron para imponer su autoridad sobre los vecindarios de los ricos. Desde el principio, la Intifada tomo el aspecto de una revuelta social. Es decir, de una resistencia no sólo contra el dominio israelí, sino también contra el establishment local. En ese clima de romper los yugos, los trabajadores inmigrantes de los huertos se adueñaron de ellos, por una hora, pasando sobre sus patrones. Los alumnos obligaban a sus maestros a ir con ellos a las manifestaciones. Las mujeres dejaban sus hornadas y se iban sin pedir autorización a sus maridos. Todas las apariencias y las convenciones sociales tradicionales estallaban en pedazos; las viejas estratificaciones sociales eran violadas. De repente, las masas de «gente sin importancia» se volvieron la fuerza dominante, y daban el tono” (Ben Efrat, Roni “Revolution and Tragedy: The Two Intifadas Compared”).

Pero, contradictoriamente, esta inmensa rebelión de masas que pone en crisis a Israel, se producía en marcado contraste con la situación a escala mundial y de Medio Oriente. Aquí, el “desarrollo desigual y combinado” jugó en contra de los palestinos.

Es que la Primera Intifada sucedió en el cuadro de la ofensiva global del imperialismo iniciada en los 80, que marcó una avalancha de derrotas cuyo pico fue la restauración capitalista en la ex URSS y el Este. En el mundo árabe e islámico en particular, los 80 estuvieron marcados por sucesivos desastres: la invasión soviética a Afganistán –que no sólo mejoró cualitativamente la posición de EEUU y los gobiernos “islámicos” más reaccionarios (como Arabia Saudita y la dictadura de Pakistán) sino que también puso en crisis a las fuerzas de izquierda en la región–, la guerra fratricida desencadenada por Saddam Hussein contra Irán, el aplastamiento de las fuerzas obreras y de izquierda en la Revolución de Irán y la consolidación del régimen archireaccionario del clero shíita y, finalmente, la Guerra del Golfo de 1991 contra Iraq. Y, en medio de la restauración del capitalismo en la ex URSS, el Este y China, la embestida de la globalización neoliberal y la euforia de la burguesía mundial por el “fracaso del socialismo”, se produjo en Oriente Medio y en el resto del Tercer Mundo la bancarrota de los viejos nacionalismos burgueses florecidos en la posguerra.

En ese marco mundial y regional, y confrontado a la Primera Intifada que no lograba sofocar, “Israel estuvo frente a tres alternativas: 1) Continuar la ocupación directa. 2) Encontrar líderes locales que estuvieran dispuestos a administrar los Territorios para él. 3) Entrar en negociaciones con la OLP”

“Israel fracasó en la primera de esas alternativas. Trató lograr la segunda durante la Intifada, así como durante la Conferencia de Madrid de 1991-92, pero esto no anduvo. Probó, entonces, la tercera alternativa.

“La fórmula que Isreal finalmente adoptó –llamada “Acuerdo de Oslo– lo llevó al caos en que se encuentra aún. Inició conversaciones con la OLP solamente con el fin de neutralizarla y transformarla en una mutación dictatorial, conocida como «Autoridad Nacional Palestina» (ANP)” (Ben Efrat, Roni “Revolution and Tragedy…”).

El papel asignado a la Autoridad Nacional Palestina que iba a establecerse, era el de bombero-gendarme: sofocar esa rebelión revolucionaria que fue la Primera Intifada, mediante el engaño de que Oslo era el primer paso en el camino a un Estado Palestino independiente en Cisjordania y Gaza.

Como señala un autor antes citado, “los fondos del petróleo se secaron para OLP después de la Guerra del Golfo de 1990-91 [donde tuvo la mala idea de alinearse con Saddam]. La OLP necesitaba nuevos financistas. Allí hicieron entrada EEUU y sus aliados, cuyos términos no sólo incluían la capitulación de Oslo, sino también que la nueva Autoridad Nacional Palestina controlada por Fatah sería armada y sus armas dirigidas contra un nuevo blanco: el mismo pueblo palestino. La ANP continuó recibiendo estos fondos hasta la Segunda Intifada, en la cual, contra su razón de ser, algunas de sus fuerzas de seguridad dispararon contra los israelíes… Entonces, los fondos fueron intermitentemente bloqueados, Arafat fue puesto bajo arresto domiciliario y los israelíes reinvadieron” (Massad, cit.).

Oslo y sus consecuencias

Paradójicamente, contra lo que creyeron las masas palestinas con la mejor buena voluntad (y también, incluso, muchos judíos israelíes que honestamente deseaban un “acuerdo de paz”), Oslo sentó las premisas materiales para hacer imposible la “solución de dos estados” –Israel y un Estado Palestino– que pudieran convivir pacíficamente en el territorio de la Palestina histórica.

“Once años atrás –señala un activista de la izquierda israelí–, estábamos a favor de la partición [en dos estados]. Es por eso que nos opusimos al Acuerdo de Oslo, porque no iba a conducir a un Estado Palestino independiente. Cuando los líderes palestinos firmaron Oslo en 1993, ellos perdieron su estado. El Acuerdo no incluía nada sobre los asentamientos de colonos, Jerusalén y los refugiados. Tampoco tenían el control de las puertas de Palestina al mundo. Aceptaron restricciones en las importaciones y exportaciones. Todos los problemas importantes fueron dejados para el futuro. Pero los palestinos reconocían de inmediato a Israel. No tenían entonces nada que ofrecer en futuras negociaciones. Se ponían totalmente a merced de Israel… Si Arafat estaba todavía interesado en un estado palestino independiente, no debería haber firmado el Acuerdo de Oslo” (Issawi, Hani and Ben Efrat, Yacov, “Disengagement and the Death of the Two-State Solution”).

Los “Acuerdos de Oslo” fueron un clásico ejemplo de la táctica de “concesión-trampa”. Israel y su sponsor, el imperialismo yanqui, daban algo (el establecimiento de la Autoridad Nacional Palestina en Cisjordania y Gaza, con Arafat a la cabeza) a cambio de mucho (el reconocimiento de Israel sin siquiera retirarse de los Territorios Ocupados en 1967)… y con la perspectiva de liquidar así la lucha palestina y lograr mucho más después.

Pero esta capitulación de Arafat y la OLP no fue inmediatamente visible para las masas palestinas que, comprensiblemente, festejaron como un triunfo de su lucha esta concesión: la constitución de la ANP y la instalación de Arafat en Ramallah. Creyeron lo que les decían sus dirigentes históricos: que era el primer paso en la conquista de un estado propio.

En el campo del nacionalismo “laico”, sólo algunos intelectuales lúcidos, como Edward Said, denunciaron rotundamente la trampa (y la traición) de Oslo. La izquierda de la OLP (el FPLP y el FDLP) criticó a Oslo, pero no fue a una ruptura y un enfrentamiento frontal con Arafat y Fatah. Por otra parte, ambas corrientes estaban inmersas en la crisis global de la izquierda estalinista de los años pos-Muro de Berlín.

Fue Hamas, desde afuera de las viejas camarillas de la OLP, quien apareció ante las masas palestinas oponiéndose irreductiblemente no sólo a Oslo, sino también al curso de cooptación y corrupción abierto con el establecimiento –bajo la bendición de Israel y EEUU– de la “Autoridad Nacional Palestina”. Esto le permitiría muchos años después arrasar en las elecciones palestinas del 2006.[6]

Efectivamente, como se señala más arriba, Oslo tornó finalmente imposible la “solución de dos estados”. A lo que condujo, fue al dominio de un estado –el Estado de Israel– sobre la totalidad de Palestina y al establecimiento dentro de ese territorio de algunos bantustanes donde encerrar a la molesta población “indígena”… hasta que llegue la posibilidad de “trasladarla” a los países vecinos y/o exterminarla.

Pocos días después de la firma de los “Acuerdos de Oslo”, Edward Said denunciaba así su significado y hacía profecías que se cumplieron con creces:

“Primero, debemos llamar a los Acuerdos por su verdadero nombre: un instrumento de la rendición palestina, Versalles palestino. […] La OLP ha acabado con la Intifada… a pesar de que Israel seguirá ocupando Cisjordania y Gaza. La primera consideración del documento es por la seguridad de Israel, no por la seguridad de los palestinos ante las incursiones de Israel. El 13 de septiembre, en una conferencia de prensa, Rabin ha adelantado que Israel seguirá controlando la soberanía de los Territorios. Además, ha dicho, Israel seguirá teniendo el río Jordán, los límites con Egipto y Jordania, el dominio del mar, la tierra alrededor de Gaza y Jericó, los asentamientos de colonos y todas las carreteras…

“Ni Arafat ni el resto de los delegados palestinos en Olso ha visto jamás un asentamiento israelí. Ya hay doscientos de ellos, principalmente en puntos estratégicos… Un sistema independiente de carreteras los conecta con Israel y crean a su vez la desconexión entre los centros de población palestina… La tierra ocupada por esos asentamientos más lo que está designado para expropiar, ya constituye más del 55% del área total de los Territorios Ocupados… Además, Israel se ha apoderado de todos los acuíferos de Cisjordania y bombea el 80% del agua para sus asentamientos y para el mismo Israel” (Said, “The Day After”).

Siete años después, en el 2000, al estallar la Segunda Intifada, el balance final sobrepasaba incluso estas pesimistas previsiones: “La señales de este desastre ya estaban desde 1993… Los dirigentes israelíes laboristas y del Likuk no hicieron ningún secreto del hecho que Oslo fue diseñado para segregar a los palestinos en enclaves discontinuos, rodeados de límites controlados por Israel, con asentamientos y carreteras, violando la integridad de los territorios, expropiando y demoliendo casas, impulsando la multiplicación de los asentamientos, la continuación de la ocupación militar… y aplastando cada pequeño paso de los palestinos hacia su soberanía […]

“Mientras tanto, Arafat (con su régimen corrupto y estúpidamente represivo, apoyado por la CIA y el Mossad) continúa esperanzado en una mediación de Washington, aunque el «equipo de paz» de EEUU está dominado por ex funcionarios del lobby israelí, y por un presidente cuyas ideas sobre el Medio Oriente son la de los fundamentalistas cristianos sionistas” (Said, “The end of Oslo”).

La Segunda Intifada pone en crisis los acuerdos

La paciencia de los palestinos duró siete años. Durante ese período, sin que la ANP moviese un dedo, Israel aprovechó para extender la colonización y fragmentar aún más a la población palestina. Es un “sociocidio”, como lo caracterizó acertadamente el profesor Saleh Abdel Jawad.[7]

La rabia acumulada terminó estallando en la Segunda Intifada en septiembre del 2000. Esta puso en crisis a Oslo, pero al mismo tiempo no tuvo el mismo curso ni las consecuencias de la Primera.

Los distintos autores ya citados coinciden en que mientras la Primera Intifada puso en crisis al Ejército y la sociedad israelí, la Segunda no lo logró eso, ni por lo tanto mejorar las relaciones de fuerza. Después de un estallido de masas inicial, se estableció un control vertical de los aparatos político-militares tanto de la ANP como de los vinculados a Hamas. Por el contrario, la Primera Intifada se había basado en comités populares, constituidos democráticamente, donde tenía un gran peso la izquierda, y que movilizaban amplias masas.

La Segunda Intifada, rápidamente, tomó las características de una lucha “militar” de los diversos aparatos armados, tanto islámicos como “laicos”. Pero sus principales acciones armadas fueron los estallidos suicidas, que además no tenían generalmente como blanco no al Ejército sionista sino a la población civil de Israel. Un hecho agravante fue que el mayor número de victimas se produjo entre los sectores judíos más pobres, que frecuentan y viven en lugares menos custodiados que los de la burguesía y la alta clase media ashkenazim, que no sufrieron daños significativos.

La Primera Intifada, conducida por comités populares y basada en la movilización de masas, no sólo había dividido a la sociedad israelí, sino que también había empujado a una minoría hacia la izquierda. La Segunda Intifada, conducida desde arriba por aparatos político-militares y focalizada en los atentados suicidas, produjo el efecto opuesto: unificó a la sociedad israelí y la volcó en bloque hacia la derecha.[8]

Asimismo, las diferencias entre la Primera y Segunda Intifada tuvieron consecuencias internacionales muy importantes. La Primera había logrado una amplia simpatía mundial por la causa palestina, especialmente en Europa. En la Segunda, en cambio, el imperialismo y los sionistas pudieron manipular con facilidad a la opinión pública, presentando a Israel como “víctima” del “terrorismo islámico”. Esto se agravó luego del 11 de septiembre.

Sólo en los últimos tiempos esto se ha ido revirtiendo. Las matanzas de Israel, especialmente en Gaza, y sobre todo las atrocidades cometidas en Líbano, han producido un giro. Internacionalmente, Israel ha venido perdiendo aceleradamente simpatías y sobre todo legitimidad. Las organizaciones sionistas denuncian eso como un “crecimiento mundial del antisemitismo”, lo que es una falsedad evidente.

Nueva fase de la relación colonial: el Muro del Apartheid, el “desenganche” de Sharon y la conformación de los “bantustanes”

Las consecuencias tan contradictorias de la Segunda Intifada dieron al gobierno sionista la oportunidad de pasar a un nuevo estadio hacia la “solución final” del problema palestino.

Durante los años de ocupación de Cisjordania y Gaza la implantación de colonias fue realizada mediante el progresivo desplazamiento y desmembramiento de la sociedad palestina. Esto se fue haciendo principalmente mediante cuatro medidas:1) Demolición a gran escala de casas y aldeas de palestinos y expropiación sin pago de sus tierras cultivables. 2) Edificación de “asentamientos” de colonos sionistas en esas tierras despojadas. 3) Construcción de una red de carreteras de uso exclusivo para israelíes que ligan esos asentamientos entre sí y con el territorio que ocupaba Israel antes de 1967. Estas carreteras cortan en pedazos el resto del territorio que queda en manos de palestinos e impiden la comunicación entre sí. 4) Check points permanentes y bloqueo parcial o total de las comunicaciones en las carreteras que conectan las zonas en que han sido confinados los palestinos.

De ese modo se fueron desmembrando los territorios de Cisjordania, Gaza y Jerusalén oriental, que hasta 1967 eran habitados exclusivamente por palestinos. Después de Oslo, en vez de revertirse o por lo menos detenerse este proceso se aceleró vertiginosamente, ya que la ANP había sofocado la Primera Intifada que era un obstáculo para su expansión.

Pero no fue suficiente. La “bantustanización” de los palestinos dio un nuevo paso con el “Muro del Apartheid”. Con el pretexto de impedir “atentados terroristas”, los fragmentos de territorios donde han sido confinados los palestinos fueron siendo rodeados de un muro de 8 metros de altura.

Como parte de ese nuevo estadio de la colonización, Sharón –el genocida de Sabra y Chatila que terminó como primer ministro de Israel– formuló la política de “desconexión”. Israel no negociaba ninguna “frontera” con la ANP ni con el supuesto “estado palestino” en proceso de conformación, sino que con el trazado del Muro las establecía unilateralmente. El mapa que publicamos aquí, que sigue el trazado del Muro, habla por sí mismo de lo que sería ese supuesto “estado palestino”.

La “desconexión” implicaba al mismo tiempo que Israel iba a “retirarse” de algunas zonas imposibles de colonizar, como por ejemplo, la Franja de Gaza. Esta supuesta “retirada” dio lugar a un lacrimógeno show internacional montado por la CNN y otras cadenas al servicio de los sionistas. En verdad, en Gaza se creó –como dijo un periodista británico– “la mayor prisión a cielo abierto del mundo”. Y como cualquier guardián de una cárcel, Israel entra cuando quiere para ajustar cuentas con los presos que “se portan mal”.

Sin embargo, este nuevo estadio no parece ser el último. La lógica de la colonización crea nuevos problemas que sólo se resuelven “huyendo hacia delante” y ya aparece en el horizonte la nueva etapa. Esto lo refleja el programa del nuevo vice primer ministro incorporado al gobierno de Israel, Avigdor Lieberman, líder del partido Yisrael Beitenu, cuya principal propuesta es la “transferencia”, es decir, la expulsión de los ciudadanos árabes israelíes.

Es que Israel puede encerrar en bantustanes a los palestinos de Gaza y Cisjordania, pero tiene un serio problema con el crecimiento de la población palestina que restó de la “limpieza étnica” de 1948 y a la que se vio obligado por las resoluciones de la ONU a conceder la ciudadanía. Como tiene una tasa de natalidad mayor que la población judía (y además no existe una migración masiva de judíos de otros países a Israel), va darse la situación a mediano plazo de que los palestinos-israelíes lleguen a ser mayoría. Esto, por supuesto, resulta intolerable no ya para declarados nazifascistas como Lieberman, sino también para los sionistas que tratan de aparecer como democráticos.[9]

El programa de Lieberman puede parecer hoy “inconcebible”, pero ya existe una minoría importante que se manifiesta a favor de la “transferencia”. Es que la constitución de un estado sobre bases religioso/racistas tiene una lógica implacable. Y esa lógica apunta hacia nuevas “limpiezas étnicas”.

Se reactualiza la “solución de un solo estado”

Oslo condujo, entonces, a la situación que describimos. Es decir, a liquidar la “solución de dos estados” como una posibilidad real… salvo que se considere que los bantustanes rodeados por el Muro del Apartheid puedan ser considerados como el futuro “Estado Palestino”.[10] Esto llevó de nuevo al escenario político internacional la propuesta de la “solución de un solo estado”.

Se ha tratado de desestimar la importancia de este hecho político, con el argumento de que se trata de propuestas “utópicas” o que sólo es un tema de reducidos círculos de la izquierda o de la intelectualidad, especialmente palestina.

Esto es lo que alega, por ejemplo, Yoav Peled [11] en su crítica al libro de Virginia Tilley The One State Solution (La solución de un solo estado). El libro de esta profesora de Ciencias Políticas estadounidense ha tenido una inesperada repercusión en el mundo de habla inglesa, lo que indica cómo empieza a soplar el viento en esta cuestión. En su respuesta a Peled [12], Virginia Tilley argumenta en forma convincente que hoy esta cuestión está otra vez sobre el tapete, tanto internacionalmente como en Palestina. Y ha vuelto a estar presente no sólo “objetivamente”, sino en la cabeza de mucha más gente que algunos intelectuales y académicos.

“Mi propia experiencia reciente en Washington, Londres, Jerusalén, Belén, Budapest, Berlín y Pretoria, para no mencionar el amplio activismo que se expresa por Internet, me ha confirmado que la muerte de la «solución de dos estados» se ha vuelto el elefante en el cuarto para los diplomáticos, activistas de derechos humanos, y también para «la calle árabe». A juzgar por informes confidenciales, la creencia de que la «solución de un estado» se ha vuelto inevitable, está circulando dentro de la misma Autoridad Nacional Palestina.

“Estos análisis no se limitan sólo a los palestinos: importantes sectores de diplomáticos y otros funcionarios de la ONU y la Unión Europea están discutiendo privadamente la solución de un estado. Más aún, algunos de los más elocuentes respaldos a esta solución provienen de eminentes profesionales judíos en Israel y el exterior: Tony Judt, el Rabbi David Goldberg, Haim Hanegbi y Tony Lehman son los primeros que vienen a la mente.

Incluso, pese a las presiones nada democráticas de la ANP sobre las bases palestinas, encuestas realizadas ya en 2003, “indican que el 25% de los palestinos está por la ‘solución de un estado’. Bajo tan negativas condiciones como las actuales, ese porcentaje es formidable y pede señalar que existe un sentimiento mucho más profundo a favor de un solo estado”. (Tilley, Virgina, “Debating Israel-Palestine – The Secular Solution”).

Asimismo, encuestas realizadas más recientemente, en 2005, indicarían que esta opinión va en crecimiento: “Las encuestas indican que el porcentaje de palestinos que apoya la solución de un estado, se ha incrementado del 15% al 48%. Aunque prácticamente nadie cree que las negociaciones van a llevar a algo positivo” (“Open Discussion on the Current Situation in Palestine and the Middle East”).

Lo único que se ha revelado utópico es el programa de “dos estados”. Es la historia la que lo ha dejado de lado. La disyuntiva de “solución de dos estados” o “solución de un estado”, ha quedado por fuera de la realidad (si es que alguna vez lo estuvo)

Una análisis verdaderamente objetivo y materialista indica que la disyuntiva real es otra: un solo estado racista tipo enclave-colonial (Israel) con algunos bantustanes en su interior para concentrar a la población nativa que no ha podido ser expulsada y/o exterminada o un solo estado democrático, donde árabes y judíos puedan vivir en paz e igualdad política y civil.

Que la historia desemboque en una u otra opción, dependerá enteramente de las relaciones de fuerza; es decir del resultado de las luchas de clases, sociales y nacionales en Medio Oriente y, más en general, en el mundo.

Por supuesto, si triunfa definitivamente la primera alternativa, un día, a esos bantustanes, Israel –con apoyo de EEUU, la UE y la hipócrita “comunidad internacional”– puede ponerles un cartel que diga “Estado Palestino”, en la puerta de entrada de los Muros que los rodean. De la misma manera, los racistas blancos de Sudáfrica proclamaron que los bantustanes de Transkei, Ciskei y Bophuthatswana eran “estados independientes”. Y muy posiblemente Israel va a conseguir traidores para administrar los bantustanes palestinos. Eso es lo que está buscando junto con EEUU y la UE. Pero esa perspectiva sólo se puede hacer realidad en base a una completa y aplastante derrota, tanto del pueblo palestino como de las masas del Oriente Medio. Sin embargo, no es ésta la tendencia del presente, sino la opuesta.

Por eso, a Israel se le viene haciendo muy difícil “estabilizar” así la situación, y terminar de someter y “pacificar” a los palestinos. La resultante de esto, es que Israel mantiene su dominio militar pero a costa de masacres diarias que le cuestan políticamente, entre otras consecuencias, una pérdida acelerada de la “legitimidad” internacional, una desmoralización de sectores de la sociedad israelí y el odio multiplicado de 300 millones de árabes… que un día podría descargarse sobre su cabeza.

La naturaleza del Estado de Israel

¿Por qué la alternativa “un estado” o “dos estados” resultó ser utópica y la alternativa real ha terminado siendo la de “un solo estado de Israel + bantustanes” o “un solo estado democrático”?

Esto tiene que ver con la naturaleza del Estado de Israel, algo que muchas veces se deja de lado en este debate, cuando en verdad debería ser el punto de partida. Creemos que los años han confirmado la temprana definición del gran historiador y orientalista Maxime Rodinson, de Israel como un estado-enclave colonial. (Rodinson, Maxime, Israel…).

La colonización de la periferia por parte de los países imperialistas asumió distintas formas. Una de ellas, por ejemplo, fue la dominación británica de la India. Un pequeño número de ingleses (que nunca llegaron a 40.000 ó 50.000) –basados en su superioridad militar y económica y en componendas con las clases explotadoras nativas– logró ir dominando esa península durante dos siglos.

Pero otros emprendimientos coloniales fueron diferentes: se basaron en el asentamiento de masas de colonos europeos y el desplazamiento y/o exterminio de la población originaria. La colonización sionista de Palestina fue una imitación explícita y consciente de ese segundo modelo de colonialismo. Como sus precedentes históricos, se enfrenta al problema de qué hacer con la población nativa.

Pero la colonización sionista se inició demasiado tarde y tuvo lugar en una región donde consumar el exterminio y/o desplazamiento era entre difícil e imposible. Entre otros motivos, porque la densidad de población y el grado de desarrollo económico, social, político y cultural de sus pueblos no era el de los indígenas de, por ejemplo, Australia, donde pudieron ser casi totalmente exterminados por los colonizadores británicos con relativa facilidad.

Estos dos hechos –el haber llegado demasiado tarde y la sociedad que pretendieron desplazar y/o aniquilar– explican que la colonización sionista sea una historia sangrienta de nunca acabar: desde mucho antes de la proclamación del Estado de Israel en 1948 (por lo menos desde la insurrección palestina de 1936 contra el dominio británico), su modo de existencia ha sido el de un estado de guerra permanente, donde sólo varia su nivel de intensidad y los enemigos enfrentados.

Esta situación de guerra perenne, está ligada a otro rasgo de Israel: que, como enclave colonial, aspira a expandirse.[13]. Por eso, Israel constituye el caso poco común de un estado de “geometría variable”, como algunos aviones. Así, desde su fundación en 1948, Israel se ha negado a definir sus fronteras. En vez de eso, dice que quiere tener “fronteras seguras y reconocidas”… pero jamás precisa cuáles serían ellas (salvo algunos acuerdos precarios con Egipto).

En síntesis: la naturaleza del Estado de Israel está definida con exactitud científica en la cita que encabeza este artículo: “Cuando estás en un check point, los obligas a esperar (a los palestinos) mucho más de lo necesario, a veces durante horas, y tomas a un palestino al azar y le das una paliza, de cada quince o veinte que pasan, para que el resto tenga miedo y esté tranquilo. Sólo así tú, que estás con cuatro soldados más, los dominas a ellos, que son miles.” (Saul, Yehuda, “Confesiones de un soldado israelí”)

Esta relación social –el colonizador que apalea y el colonizado apaleado, “para que el resto tenga miedo y esté tranquilo”– es la relación constitutiva del Estado de Israel. Si no se entiende eso, no se entiende nada.

Entonces, el meollo de la cuestión es si se mantiene y consolida esa relación colonial –la cola y apalear palestinos– o si la lucha de las masas de Palestina y Medio Oriente logra acabar con ella y hacer astillas ese infame palo del colonizador que golpea al colonizado. El problema de los estados es sólo un corolario o derivación de este problema central.

Algunos debates

Definir la naturaleza de Israel debe ser, entonces, el punto de partida para cualquier discusión en el terreno programático. Y esto frecuentemente se deja de lado.

Por ejemplo se considera este conflicto como una “disputa territorial” entre “dos naciones” que serían equivalentes. Sorprendentemente, esta vulgaridad usual en comentaristas de televisión “progres”, a veces aparece también a veces entre marxistas.

Así, en un interesante debate promovido por la revista À l’Encontre [14], Martín Thomas, historiador marxista británico, defiende así la “solución de dos estados”:

“1) «Dos estados» significa la autodeterminación para dos naciones, Israel / Palestina. 2) Es lamentable que no sea posible [sic] dividir de manera igual la región y sus recursos. Pero este es un problema general en el mundo. La autodeterminación de diferentes naciones significa que ellas obtienen territorios diferentes, con recursos diferentes, según trazados decididos por guerras, desplazamientos de población, etc. Evidentemente, nosotros somos partidarios de la mayor entidad territorial e independencia posible para el Estado Palestino…” (Thomas, Martin, “La solution de deux Etats”).

Pero este admirador del “hecho consumado” deja de lado lo esencial: Israel y Palestina no son dos “naciones” de la misma naturaleza. Israel es el colonizador y Palestina es el colonizado. Y su relación no es una mera pelea por “territorios”. Este “marxista” se olvida del imperialismo y de sus colonizaciones… La “mayor entidad territorial e independencia posible para el Estado palestino” no es más que una virtuosa expresión de deseos sino se destruye esa relación de dominio colonial.[15]

Con más sofisticación que en el caso anterior, la posición de los “dos estados” sigue siendo oficialmente defendida por una corriente internacional importante del socialismo revolucionario, la que encabeza la LCR francesa.

Así, sus frecuentes declaraciones de denuncia de los atropellos de Israel suelen finalizar de la siguiente manera: “Sigue vigente la exigencia de un Estado Palestino sobre el conjunto de Gaza y Cisjordania, con Jerusalén-Este como capital. Sólo eso puede abrir la vía a una paz durable entre palestinos e israelíes” (LCR, “Un Etat pour les palestiniens”).

Pero la realidad presenta un cuadro que cada vez se contradice más con esta perspectiva. Así, el principal dirigente de esta corriente en Israel, Michel Warschawski [16], se ve obligado a reconocer que:

“El proceso de Oslo está muerto. Fue definitivamente enterrado por Sharon en 2001, reemplazado por la guerra permanente y el unilateralismo político”.

“La cuestión que se plantea es la pertinencia de las soluciones que parecían realistas al momento en que Arafat y Rabin emprendieron la tarea de poner fin al conflicto… En particular, la creación de un Estado Palestino soberano en Gaza y Cisjordania, coexistente con el Estado sionista… Con la aceleración de la colonización en Cisjordania, la construcción del Muro y las medidas territoriales unilaterales, muchos se preguntan si esa «ventana de oportunidad» para la creación de un estado Palestino soberano sobre el 22% de la Palestina histórica, no se ha cerrado definitivamente. […] La realidad de la colonización define los límites del territorio sobre el cual Israel estaría dispuesto a ver constituirse en Estado Palestino, reduciendo la Cisjordania a una serie de cantones aislados unos de otros, sobre el 50% de territorio ocupado (por Israel) en 1967. Los «bloques de colonias», anexados de hecho a Israel, harían caduca la perspectiva de un Estado Palestino en Cisjordania y Gaza”.

Por esos motivos, “tanto en Israel como en el movimiento palestino, numerosos militantes se preguntan sobre la factibilidad de una partición de Palestina en dos estados. ¿Es aún realizable?” ¿Ha llegado entonces el momento de admitir esa realidad y retomar la consigna de estado único?

A esta altura, se esperaría que Warschawski esté de acuerdo con esos sensatos y “numerosos militantes” palestinos e israelíes. ¡Nada de eso! ¡Más que nunca hay que mantener lo de los “dos estados”! “Sería gravemente erróneo pasar de la reivindicación de una partición profundamente injusta (lo reconocemos) pero que aparece como realista, a la reivindicación de estado único”.

Las dos principales razones que da, retratan no sólo a Warschawski sino también a toda su corriente internacional:

“La inmensa mayoría de los Palestinos continúan creyendo y luchando por un Estado Palestino en Cisjordania y Gaza…; una mayoría de israelíes sostienen (o por lo menos creen inevitable), la constitución de un Estado Palestino en Cisjordania y Gaza, aunque más no sea para mantener el carácter demográficamente judío de su propio Estado; la comunidad internacional también comparte ese punto de vista.”

¿Pero si todos están de acuerdo –la “inmensa mayoría” de los palestinos, la “mayoría” (aunque no tan “inmensa”) de los israelíes y, por última, la famosa “comunidad internacional” (léase EEUU y la Unión Europea), por qué se está cada vez más lejos? ¿Sólo por un puñado de políticos belicistas (antes Sharon y ahora Olmert)? Pero el argumento más significativo es el segundo:

“Entre el Mediterráneo y el Jordán, no hay solamente diez millones de individuos, sino también dos naciones que aspiran, la una como la otra, a una existencia nacional propia”.

O sea, el mismo falso argumento que examinamos antes. Se pone un signo igual entre colonizadores y colonizados, que esconde el problema de fondo: que no se trata de dos naciones con meros problemas territoriales, sino de una relación colonizador/colonizado que, naturalmente no permite jamás establecer una convivencia pacífica, porque la “existencia nacional propia” del colonizador consiste en liquidar la “existencia nacional propia” del colonizado… que es lo que ha sucedido y sucede en Palestina.

Sólo después de acabar con esa relación colonial, las naciones que viven allí podrán tener una auténtica “existencia nacional propia”. Y esto es válido no sólo para los palestinos, sino también para los judíos israelíes, especialmente para los estamentos más bajos de la sociedad de Israel, cada días más polarizada socialmente entre una minoría de judíos (ashkenazim, de ascendencia europea) cada vez más ricos y una mayoría de judíos de segunda o tercera clase (mizrahim, etíopes, etc.) cada vez más pobres (que además son mayoritariamente los que van a morir en las aventuras bélicas de Israel).[17]

Como señala Moshe Machover “crear una suerte de bantustán [establecerá] una situación opresiva donde los palestinos serán las primeras víctimas. Pero los trabajadores israelíes también serán indirectamente los perdedores, en la medida que una nación que oprime a otra, no puede ser libre”. (Machover, Moshe, “Un Moyen-Orient socialiste et unifié”).

No va a haber “liberación nacional en un solo país”

Dijimos que la alternativa real en Palestina ha terminado siendo la de “un solo estado de Israel + algunos bantustanes” o “un solo estado democrático”. Y que esto en verdad expresa el meollo de la cuestión: si se mantiene y consolida esa relación colonial –bien graficada por el cuadro que describe el ex soldado israelí: cola y apalear palestinos– o si la lucha de las masas de Palestina y Medio Oriente logra acabar con esa relación colonial. La cuestión de los estados es sólo un corolario o derivación de este problema central.

Pero, en las condiciones del siglo XXI, se hace aún más difícil que en el siglo XX, que esto pueda resolverse enteramente sólo dentro de las fronteras de Palestina. Es una pelea cuyo campo de batalla es directamente regional (y, en última instancia, mundial). Es que Israel existe como enclave colonial inseparablemente vinculado a la acción y el dominio de los diversos imperialismos en Oriente Medio.

Israel, como un caso de colonialismo tardío, no fue patrocinado directa y exclusivamente por un determinado imperio colonial, como sucedió por ejemplo con la colonización francesa de Argelia en el siglo XIX. Por eso estuvo obligado desde el principio a buscarse diversos “padrinos” o “sponsors”.[18] La colonización sionista, antes de la creación del Estado de Israel, se desarrolló en todo un período ligada con el poder del Imperio Británico en la región. Luego, finalizada la Segunda Guerra Mundial, jugó simultáneamente con los apoyos de EEUU y la URSS (decisivos para la constitución del Estado de Israel y la “limpieza étnica” de 1948 donde logró expulsar casi un millón de palestinos). Después se apoyó en Francia y Gran Bretaña, con los que atacó Egipto en 1956. Finalmente, con la guerra de 1967, consolidó una relación cada vez más estrecha con el imperialismo yanqui [19], por la que Israel ha sido calificado como el “estado Nº 51” de EEUU.

Como tal, Israel juega un papel fundamental en la región, pero inscripto dentro de un proyecto colonial mucho más amplio, el del “amplio Medio Oriente”, impulsado por la administración Bush, como cimiento del “Proyecto de un Nuevo Siglo (Norte)Americano, que iba establecer la hegemonía absoluta del imperialismo yanqui a escala mundial y a lo largo de todo el siglo XXI. Pues bien, este proyecto está fracasando estrepitosamente. Este hecho es hoy el elemento determinante de la situación mundial.

En verdad el imperialismo yanqui –el gran sponsor de Israel– afronta una crisis de hegemonía en dos planos, uno coyuntural y otro estructural. Este último tiene que ver con una declinación a largo plazo de su posición en el mundo, desde el cenit que alcanzó al vencer en la Segunda Guerra Mundial. El otro plano, coyuntural, es el de las catástrofes de las aventuras militares de Bush en el “amplio Medio Oriente”, principalmente la de Iraq. Parte de este desastre fue la derrota de Israel en la última guerra del Líbano, que Bush había saludado como el “tercer frente de la guerra contra el terrorismo” (después de Afganistán e Iraq). Esto también sepultó el mito de “invencibilidad” de Israel.[20]

Por supuesto, lo de Líbano fue un serio contraste militar pero de ninguna manera una derrota estratégica. Sin embargo, tiene una gran importancia como indicio de la situación de conjunto de Medio Oriente y de los cambios en las relaciones de fuerza, a consecuencia de los fracasos de los intentos del imperialismo yanqui de establecer un imperio neocolonial en la región.

Israel ligó su destino a un imperialismo que está en lenta pero firme decadencia, en un mundo donde están en pleno desarrollo mutaciones geopolíticas imprevisibles. La respuesta de un sector de la burguesía norteamericana –neo-cons, íntimamente asociados al lobby israelí [21] de EEUU– para revertir esto y garantizar un siglo de absoluta hegemonía de EEUU, fracasó, lo que ha agravado el problema en lugar de resolverlo. Entonces, no está fuera del horizonte de la realidad, la posibilidad de una derrota de Israel.

Dicho de otro modo: La suerte final de Israel como enclave colonial, está indisolublemente ligada al curso de este proceso del dominio del imperialismo yanqui en la región. Esto va a decidir, finalmente cuál de las dos alternativas que señalamos se hará realidad, o si el resultado por todo un período va ser un híbrido que prolongue las contradicciones y conflictos.

Programas, sujetos sociales y direcciones políticas

Esto a su vez va a estar relacionado con lo que decíamos inicialmente: qué actores sociales y políticos, y qué direcciones y programas van actuar y prevalecer en ese proceso. Si se va a abrir finalmente una alternativa independiente y socialista de las masas explotadas y oprimidas, o si todo va a seguir enredado en la realpolitik de las miserables burguesías de la región, sus partidos y estados (sean estos “seculares” o “islámicos”).

Por diversos motivos que aquí es imposible desarrollar, se da la paradoja de que en ese “amplio Medio Oriente” se están produciendo los enfrentamientos más violentos y decisivos entre el imperialismo yanqui y las masas populares, pero al mismo tiempo está mucho más atrás que América Latina, por ejemplo, en cuanto al papel de la clase trabajadora, las ideologías y la conciencia de la vanguardia y las masas, las corrientes políticas y los movimientos sociales, sus programas, etc. No necesitamos insistir sobre la importancia de esto para el curso y los alcances de las luchas que se están desarrollando allí.

Sin embargo, en el Medio Oriente, en sus más importantes procesos revolucionarios de la posguerra –sobre todo en Iraq e Irán pero también en Egipto–, la clase trabajadora y la izquierda fueron protagonistas de primera fila. El mismo nacionalismo burgués (Nasser en Egipto o el Baath en Iraq y Siria) tuvo que presentarse generalmente como “socialista” para ganar apoyo de masas.

El posterior eclipse del movimiento obrero, por un lado, y de la izquierda, por el otro, fue el resultado de un complejo de factores entre los cuales hay que contabilizar en primer lugar muy duras y sangrientas derrotas, y también que algunos países (como por ejemplo Iraq o Palestina) el desempleo masivo disgregó a amplios sectores de la clase trabajadora.

Sin embargo, esto no quita la importancia del factor político. Las corrientes de izquierda de la región fueron en su abrumadora mayoría de inspiración estalinista (pro Moscú o maoístas). Su política invariable fue, por lo tanto, marchar como furgón de cola de la corriente nacionalista burguesa que juzgara más “progresista”. Esto acabó en sucesivos desastres que finalmente se potenciaron con el derrumbe de la ex URSS (y antes, Afganistán). Así, amplios sectores de bases y cuadros o se fueron a su casa o terminaron, por ejemplo, en el islamismo.[22] Sin embargo, los eclipses no son eternos, si hay escenarios políticos y sociales que abran nuevas oportunidades.

De todos modos, hoy parece incontrastable el ascenso de las corrientes islamistas. La reciente guerra del Líbano ha potenciado entre las masas de todo Medio Oriente la figura de Nasrallah, como héroe de la lucha contra la agresión sionista.

Por supuesto, como cuestión de principios, defendemos incondicionalmente a Nasrallah y Hezbollah de las agresiones del imperialismo e Israel. La misma posición sostenemos respecto a Hamas, sometido a violenta persecución por los sionistas, después de haber ganado legítimamente las elecciones en Palestina, y llamamos a defender incondicionalmente a Irán ante cualquier ataque militar de Israel y EEUU. Asimismo denunciamos la infame campaña “islamofóbica”, montada por las burguesías de EEUU y Europa, para justificar las “cruzadas” del imperialismo en Medio Oriente y para alimentar en sus países la histeria y las percusiones racistas contra las minorías provenientes de la emigración.

Pero, al mismo tiempo, decimos con toda claridad que el islamismo, en cualquiera de sus variantes, no ofrece una alternativa mejor que el fracasado nacionalismo laico.

No se trata sólo de que, en general, el proyecto de sociedad de las distintas corrientes islámicas es reaccionario.[23] El cuestión política inmediata y más grave, es que el islamismo está repitiendo el mismo problema del nacionalismo laico: su incapacidad de unir a las masas del Oriente Medio en una batalla común contra la dominación imperialista. La experiencia más trágica de esto es Iraq.

El nacionalismo laico en sus distintas corrientes –como la de Nasser o la del Baat (Siria/Iraq)– nació planteando la unidad de la nación árabe para enfrentar al imperialismo y la colonización sionista. En los hechos, terminó fragmentando a los pueblos de Medio Oriente y capitulando ante el imperialismo e Israel. El secreto de esto fue que detrás de cada régimen y corriente nacionalista, estaban los miserables intereses particulares de cada burguesía y aparato burocrático “nacional”. El imperialismo e Israel jugaron ventajosamente con esas diferencias.

El islamismo –y con más claridad las corrientes inspiradas por la “Revolución Islámica” de Irán–, sostuvieron que podían superar este desastre del nacionalismo. “Nasser y otros nacionalistas árabes trataron de edificar una nación árabe unida, pero fracasaron…” –critica con plena razón un islamista iraní–. ¿Por qué? Porque no se basaron en lo que realmente tienen de común los distintos pueblos de la región: el Islam. “¿Qué tienen de común un kurdo y un iraquí? –se pregunta– La religión” Si actúa el nacionalismo, se van a dividir. Por el contrario, el Islam será capaz de unirlos como integrantes de la ummah (comunidad de los creyentes). (Naqaví, Alí Muhamad, Islam y nacionalismo).

Como argumento es fuerte. Lástima que, en la realidad, el Islam y sus corrientes políticas están aun más divididos que nacionalismo laico… Y, al igual que éste, se están demostrando incapaces de garantizar la unidad de las masas de Medio Oriente en la lucha contra el imperialismo. La causa es que tanto detrás de las corrientes nacionalistas como de las islamistas actúan los mismos intereses sociales y de clase: los intereses particulares y egoístas de las burguesías y los privilegiados de cada país o región, de sus aparatos estatales y militares, de sus burocracias religiosas (especialmente importantes en el caso del chiísmo), etc.

Iraq es la trágica muestra de eso. Aunque no ha podido evitar un descalabro, el imperialismo logró manipular esos intereses, tratando de alentar la pelea de todos contra todos (detrás de la cual está el motivo nada religioso del reparto de la renta petrolera entre las distintas pandillas). Y a eso se le agrega el papel siniestro cumplido allí por las corrientes afines al régimen de Irán.

Asimismo, en el marco de las peleas por el reparto capitalista, el imperialismo pudo aprovechar legítimos reclamos por agravios e injusticias (como es el caso del pueblo kurdo) para ponerlos a su servicio. ¡Contra lo que dice el islamista que citamos, esto tampoco lo solucionó la religión!

Por supuesto, nada de esto significa que haya comenzado a agotarse la experiencia de las masas con el islamismo (o mejor dicho, los múltiples islamismos). Pero sí que el mismo crecimiento de las corrientes islamistas (y por consiguiente de sus responsabilidades políticas), está dejando al descubierto sus falencias… muy parecidas a las del ciclo nacionalista [24] y esto podría abrir grietas y oportunidades para la izquierda. La cuestión es desde qué perspectivas actuar.

La unidad de las masas trabajadoras y populares de Medio Oriente para derrotar al imperialismo, a Israel y a las pandillas de presidentes y reyezuelos a su servicio, sólo podrá lograrse a partir de una completa independencia política y orgánica de las burguesías de la región, sus estados y corrientes políticas. Son sus mezquinos intereses los que han impedido a las masas del Oriente Medio dar una respuesta unida y de conjunto a un ataque colonizador que también es de conjunto. El imperialismo lo ha dicho francamente una y mil veces: su intento es “remodelar” todo el “amplio Medio Oriente”, no tal o cual país. Esta es una necesidad política objetiva para terminar de derrotar ese intento colonizador y a uno de sus principales agentes, Israel.

Programáticamente, esta necesidad se condensa en una consigna: por una federación socialista de los pueblos del Oriente Medio. No va a haber unidad en los marcos del capitalismo. Tampoco, en ese marco, se van a solucionar con justicia las diferencias y contradicciones religiosas, nacionales y/o étnicas. Ya hace por lo menos dos siglos que el capitalismo se expandió en la región, y los resultados están a la vista.

Es por todo eso que el socialismo y la izquierda podrían volver a escena pero sobre la base de una perspectiva opuesta a la que presidió sus fracasos del pasado: el seguidismo a las corrientes burguesas que juzgaba “progresistas” y sus aparatos estatales. Es decir, una perspectiva independiente, sostenida en las masas trabajadoras, explotadas y oprimidas. Una perspectiva socialista.

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– Tilley, Virginia, “Debating Israel-Palestine – The Secular Solution”, New Left Review 38, March-April 2006.

– Warschawski, Michel, “The drive to normality and separation”, International Viewpoint Nº 379, June 2006.

– Warschawski, Michel, “Israël – Élections: de la droite vers le centre”, Inprecor 517, mai 2006.

– Warschawski, Michel, “Israël/Palestine – Face aux impératifs de la revendication nationale des deux communautés”, Inprecor 517, mai 2006.

– Yahni, Sergio, “Luttes sociales en Israel”, Inprecor 517, mai 2006.

Notas

1 Ver lista completa de bibliografía al final del artículo.

2 La OLP (Organización para la Liberación de Palestina) fue fundada por la Liga Árabe en 1964. El desastre y humillación de los regímenes árabes en la guerra de 1967 (cuando Israel, con la ocupación de Jerusalén oriental, Cisjordania y Gaza, se apoderó en seis días del resto del territorio de la Palestina histórica) hizo que la OLP pasara a ser conducida en 1969 por los movimientos de resistencia que habían comenzado a librar una exitosa guerra de guerrillas contra el estado sionista, que contrastaba con la incapacidad demostrada por los gobiernos. La OLP se convirtió entonces en una organización de “frente único” de esos movimientos y partidos y, al mismo tiempo, en una especie de agrupación y representación para-estatal del pueblo palestino. Al frente de la OLP, en 1969, se ubicó el movimiento más importante, Fatah, y su líder, Yasser Arafat. Fatah (sigla en árabe de “Movimiento Nacional de Liberación de Palestina”), fundada en 1958/59, nace como una corriente nacionalista burguesa laica, afín a las concepciones y la política de Gamal Abdel Nasser (1918-1970), presidente de Egipto y máximo líder del nacionalismo árabe en esos momentos. A la OLP también se integraron dos corrientes de izquierda de inspiración estalinista, el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP), y otras organizaciones menores.

3 Pequeños territorios establecidos en el estado racista de Sudáfrica para concentrar y encerrar a la población negra. En los bantustanes, Sudáfrica también solía constituir una “administración” de africanos traidores. E incluso con algunos bantustanes hizo la parodia de declararlos “estados independientes”. Este “modelo” de los racistas de Sudáfrica ha servido de inspiración a Israel.

4 Israel, adelantándose en varios años a los Estados Unidos de Bush, legalizó la tortura para los detenidos políticos, norma que por supuesto sólo se aplica a los palestinos.

5 Un componente importante de este debate es la cuestión de en qué medida los judíos israelíes pueden ser considerados una nacionalidad. En principio, la emigración a Palestina reúne a judíos no sólo de las más diversas nacionalidades sino también étnicamente diferentes (ashkenazim, mizrajim, sefaradim, judíos de raza negra de Etiopía, etc.). Al inicio, el rasgo común sería sólo o fundamentalmente de carácter confesional y no nacional. Sin embargo, está colocada la cuestión de en qué medida con el paso del tiempo los judíos israelíes han llegado a constituir una nacionalidad. De todos modos cualquiera sea la respuesta a esto y al problema del estado (sólo laico-democrático o además binacional) nos parece indiscutible que un estado único debería adoptar, por ejemplo, dos idiomas oficiales en pie de igualdad (el árabe y el hebreo) y otras medidas por el estilo.

6 “Hamas no ha obtenido esta enorme victoria [electoral] agitando la bandera de la aplicación de la Shari’a (derecho islámico) en Palestina. Su victoria proviene de su rol político en la resistencia a la ocupación. Ha podido aparecer como defensor de los derechos nacionales, enfrentando los riesgos de ser eliminado y haciendo frente a las concesiones gratuitas de Oslo y de la ‘Hoja de Ruta’. El otro factor que ha dado gran impulso a Hamas ha sido su crítica de la orientación de Fatah y de la ANP a nivel social y económico y su combate a la corrupción… El pueblo palestino que había coincidido con Fatah aún diez años después de Oslo, ha evaluado los resultados y le ha pasado la cuenta… Después de trece años de Oslo, es evidente que los acuerdos implicaron continuos renunciamientos de los palestinos… gratuitos e injustificables a los ojos de los ciudadanos… (Nachira, Cinzia, “Palestine-Israël – Double impasse…”).

7 Jawad, Saleh Abdel, “La política israelí hacia el pueblo palestino: un «sociocidio»”.

8 Por supuesto, sólo estamos haciendo un balance político de las consecuencias de estas acciones. La responsabilidad humana y moral cae por completo sobre los que llevaron a tantos hombres y mujeres a tal grado de desesperación como para llegar a inmolarse: es decir, recae totalmente sobre los criminales dirigentes de Israel y el imperialismo. Asimismo, creemos que estas acciones son de naturaleza muy distinta a los atentados de Nueva York, Madrid y Londres, que repudiamos por completo.

9 Uno de los tantos ejemplos, es el texto de la Organización Sionista Mundial donde se explica el propósito del “Plan de Desconexión”, cuando éste fue anunciado el año pasado por Sharon (Naidorf y Goldman, «No habrá retorno de refugiados…”). En una frase al pasar, se asegura que se van a respetar los “derechos de la minoría árabe” (por supuesto, la que tiene la ciudadanía israelí). Pero, por otro lado, todo está centrado en explicar que el “Plan de Desconexión” tiene como objetivo enfrentar “una encrucijada muy importante”: “el problema demográfico” que se va a ir haciendo dramático… y que no es posible permitir que “dentro del Estado Judío no haya una mayoría judía”. Si ése es el principio que debe imperar a toda costa, ¿qué va a pasar entonces cuando choque con los “derechos de la minoría árabe”; es decir cuando esa minoría llegue a ser mayoría? Entonces, el fascista Lieberman no hace más que llevar a sus últimas consecuencias lo que no se atreven a decir los sionistas que se presentan como democráticos.

10 Esta ficción de los bantustanes como “Estado Palestino” es precisamente la que propone Sharon en la Declaración donde anuncia el Plan de Desconexión (Sharon, Ariel, “The Disengagement Proposal”).

11 Peled, Yoav, “Zionist Realities”.

12 Tilley, Virginia, “Debating Israel-Palestine – The Secular Solution”.

13 El “Gran Israel del Nilo al Éufrates” fue la famosa consigna del “padre fundador”, Ben Gurión.

14 À l’Encontre, “Quelles voies pour la libération de la Palestine historique?”

15 Un ejemplo para aclarar mejor esto. En América Latina y otras regiones, se han producido disputas por territorios y las fronteras a veces han sido trazadas por guerras, donde unos salieron ganando y otros perdiendo. Así fueron, por ejemplo, las guerras entre Perú y Ecuador de 1941-42 y 1995. En esos conflictos, Ecuador perdió importantes territorios, que ganó Perú. Sin embargo, a pesar de estas semejanzas superficiales, sería un disparate englobar conflictos como el de Perú / Ecuador en una categoría común con el del Israel / Palestina. Ecuador y Perú son estados o naciones similares y ninguno coloniza al otro. Israel, en cambio, es el colonizador de Palestina.

16 Warschawski, Michel, “Face aux impératifs de la revendication nationale des deux communautés”.

17 Para terminar de caracterizar a Warschawski y su corriente internacional, va una anécdota tragicómica: En marzo pasado, se realizaron en Israel elecciones a la Knesset parlamento, que llevaron a la constitución del gabinete de Olmert (Kadima) y Amir Peretz (laborista y burócrata de la central obrera Histadrut). Warschawski, no sólo saludó esto como algo progresivo –era, según él, un curso “de la derecha al centro”–, sino que aplaudió calurosamente al burócrata sindical metido a dirigente político: “Amir Peretz tiene el mérito de haber «socializado» la campaña electoral… ha sido elegido a la cabeza del Partido Laborista y le ha declarado la guerra (¡sic!) a la economía neoliberal”. Poco después de hacer este balance y pronóstico, efectivamente, Amir Peretz –como ministro de Defensa– declaraba la guerra… pero no a la “a la economía neoliberal”… sino al Líbano. El compañero Warschawski se había equivocado de guerra… no era contra el capitalismo. (Citas de Warschawski, Michel, “Israël – Élections”).

18 Para una crónica de esta búsqueda de un patrocinador imperialista desde la fundación del movimiento sionista a fines del siglo XIX, ver Ramírez, Roberto y Zadunaisky, Gabriel, “Israel, historia de una colonización”.

19 “Lo que más alimenta el belicismo de Israel es la relación carnal que ha establecido con Estados Unidos… La amalgama con Estados Unidos no fue constitutiva de la formación de Israel. La creación del nuevo estado contó con el visto bueno de la URSS y en los 60 Francia era el principal abastecedor militar del país, porque buscaba gestar una alianza antiárabe en plena guerra en Argelia. Cuándo Israel ocupó la península de Sinaí –complementando el desembarco anglo-francés en el Canal de Suez (1956)– Estados Unidos vetó la operación. Lo que indujo a la primera potencia a consolidar un enclave de largo plazo con Israel fue la fulminante victoria sionista de la Guerra de los Seis Días (1967).

“A partir de ese momento se afianzó en Norteamérica el famoso lobby israelí, como un grupo de presión más influyente que su equivalente cubano o petrolero. Es una asociación muy vinculada con los neoconservadores de Bush, que trabajó intensamente a favor de la guerra de Irak. No opera como una red específicamente judía, puesto que dos tercios de esta colectividad no participan en las organizaciones sionistas y se mantienen muy distantes de todos los acontecimientos de Medio Oriente. El lobby es un grupo político–financiero de composición muy cambiante.

“El afianzamiento de las relaciones con Estados Unidos facilitó, a su vez, la convergencia de la derecha israelí del Likud con las corrientes cristianas reaccionarias que dominan en el partido republicano. Este vínculo se reforzó con la llegada a Israel de colonos pertenecientes a las sectas más cavernícolas de Estados Unidos.

“Bajo estas influencias el socio sionista ha quedado ubicado en la primera línea de la batalla contra el mundo musulmán que promueven los teóricos derechistas. Bush utilizó varias veces el término de «cruzada» para sugerir la existencia de una guerra santa en Medio Oriente. Esta acción –concebida como una gesta de la civilización «contra el complot islámico»– es difundida con delirantes prejuicios por los grupos reaccionarios de ambos continentes.” (Katz, Claudio, “Los argumentos de la causa palestina”)

20 Dos análisis agudos de las causas sociales de esta derrota pueden leerse en Ben Efrat, Roni, “The First Post-Zionist War” y en Atzmon, Gilad, “Israel tiene que vencer, cueste lo que cueste”.

21 La cuestión del lobby israelí en EEUU, su influencia y en general el carácter de las relaciones EEUU-Israel son hoy día tema de una amplia discusión tanto en EEUU como en el resto del mundo. Hasta hace poco, especialmente en EEUU, era un tema tabú: quien lo tocara, era estigmatizado como “antisemita”, incluso en círculos de la izquierda y el “progresismo”.

En este debate, disentimos con dos posiciones “extremas”. Una, por ejemplo, es la que expresa Chris Harman, que desestima el tema, opinando que “hablar del lobby israelí deja al capitalismo fuera de la cuestión” y que se trata de “una teoría conspirativa que debilita al movimiento”. (Harman, Chris, “A Conspiracy Theory…”). Contra lo que opina Harman, creemos que es imposible negar la existencia y la importancia del accionar de este lobby (que además no está constituido por “organizaciones secretas” sino por instituciones que actúan públicamente, como la AIPAC, que por ejemplo están entre los mayores contribuyentes a las campañas electorales de la mayoría de los políticos republicanos y demócratas). Con Alexander Cockburn, pensamos que negar la existencia y actividad de este lobby es como decir que en Nueva York no existe algo que se llama la Estatua de la Libertad. (Cockburn, Alexander, “The Row Over the Israel Lobby”)

Pero también diferimos con el enfoque opuesto, que es el del ya famoso estudio de Mearsheimer y Walt (“El Lobby Israelí y la política exterior estadounidense”). Los desastres en la política exterior, ha hecho que desde el campo de la burguesía se hagan críticas cada vez más severas, especialmente a las orientaciones seguidas por Bush. Y dentro de eso, efectivamente, hay muchos que buscan “chivos emisarios”, presentando las cosas como si los intereses de Israel y el imperialismo yanqui fuesen completamente divergentes… y que las catástrofes (como la de Iraq) han sido producto de las malas influencias del llamado lobby israelí o sionista.

Por otra parte, en EEUU se presenta una especie de “reducción al absurdo” del sionismo. Por un lado, se da el hecho paradójico de que la mayoría de los sionistas estadounidenses no son judíos sino miembros de sectas evangelistas cristianas de extrema derecha… y de rasgos delirantes. En los años 30, estos sectores ideológicos eran antisemitas, admiradores de Hitler… ahora cambiaron por Sharon y Olmert. Por otro lado, es también un hecho que una parte importante (quizás mayoritaria) de los judíos estadounidenses se mantienen al margen de las organizaciones sionistas.

22 Dos casos especialmente trágicos son los de Iraq y el Líbano. La actual “ciudad Sadr”, base de la corriente chiíta de Moqtada al-Sadr, era un bastión del PC iraquí, y por eso se llamaba “ciudad Revolución” y no Sadr (mártir chiíta ejecutado por Saddam y padre de Moqtada). Y en Líbano, muchos militantes y cuadros del PC, que era también una potencia, terminaron en la filas de Hezbollah.

23 Decimos esto sin dejar de tener en cuenta que existen una amplia gama de posiciones y programas, y que de ninguna manera podemos confundir a legítimos movimientos nacionales de masas, como Hezbollah y Hamas, con corrientes como Al-Qaeda.

24 Es en este contexto que Tony Blair salió al ruedo con la propuesta de negociar todo con los gobiernos de Siria (nacionalista laico) e Irán (islamista) para que ayuden a la “pacificación” de Iraq y Medio Oriente. La respuesta de ambos gobiernos no deja lugar a dudas: ambos se declararon totalmente dispuestos a un arreglo con EEUU y Gran Bretaña… si pagan el precio suficiente. Aunque es posible que esto no prospere en EEUU porque fue inmediatamente vetado por el lobby israelí, lo significativo es la actitud de ambos gobiernos, en especial el de Irán. El islamismo en el poder, sigue la misma senda de realpolitik que tanto criticó al nacionalismo laico. Atiende, en primer lugar, a sus mezquinos intereses como (mini)potencia regional, que terminó fortalecida por los desastres de Bush.

Por Roberto Ramírez, Revista SoB 20, diciembre 2006

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