Oct - 22 - 2015

98 aniversario de la Revolución de Octubre

El próximo 25 de octubre (del viejo calendario ruso) se cumple un nuevo aniversario de la Revolución Rusa, el número 98, que por primera vez en la historia llevó al poder a la clase obrera hegemonizando a los campesinos y demás sectores subalternos. Queremos en esta breve nota, recordar aquel suceso y para ello tomaremos diez (hay más) lugares comunes, “mitos”, que los contrarrevolucionarios de todo pelaje enunciaron ya desde aquel 1917 y se repiten en la actualidad, para desenmascararlos. Todos mitos repetidos en aras de borrar y falsear la memoria histórica del proletariado mundial y acorde a los tiempos posmodernos: plantear como algo imposible que se repita una experiencia similar.

Esto no significa de nuestra parte sostener que el proceso revolucionario fue un acto inmaculado y sin tachas y que la dirigencia bolchevique que lo condujo, no cometiera errores y tuviese, en algunos de sus integrantes, dudas y limitaciones a la hora de llevar a cabo semejante tarea. Si bien los procesos no pueden repetirse mecánicamente y deben (como ocurrirá luego ante otras revoluciones) respetar su especificidad, la Revolución de Octubre cuenta con enseñanzas universales que todo socialista revolucionario debe hacer suyas, como por ejemplo la existencia de una dirección revolucionaria y una resignificación de lo que entendemos por socialismo.

Estos son algunos de los mitos/acusaciones más frecuentes:

La revolución fue un golpe de Estado: podríamos decir que este “mito” ordena todos los demás y les da sentido. Presentar a la revolución más importante del siglo XX como un putch de unos conspiradores maquiavélicos es el mejor argumento para desacreditarla. Nada más alejado de la verdad, incluso observadores contemporáneos que luego se alejarían del proceso soviético así lo atestiguaban. La dirección bolchevique de Lenin y Trostsky estaba siempre “tomándole el pulso a las masas y atentos a éstas”, quedando, como el primero reconocía, muchas veces rezagados ante las iniciativas de aquéllas. La casi incruenta que fue la toma del Palacio de Invierno y la adhesión que el Ejército Rojo logró en la sangrienta guerra civil posterior, son también testimonios que demuelen el mito.

El putch golpista realizó una represión salvaje: décadas más tarde el historiador alemán Ernst Nolte, decía que este rasgo violento del bolchevismo prefiguraba el nazismo. Sin embargo, otro historiador, el británico E. Carr, autor de un monumental trabajo sobre la Revolución Rusa, reconocía que la represión que sí existió, tenía un marcado carácter de clase y que era ejercida contra las antiguas clases poseedoras que no dudaron en recibir la ayuda de más de una docena de ejércitos extranjeros para derrotar el proceso revolucionario. El argumento más fuerte que los reaccionarios creen poseer, fue la represión en Kronstad del año 1921, que efectivamente tuvo entre sus protagonistas a elementos anarquistas que de hecho, estaban llevando a cabo una unidad de acción con los sectores blancos contra una revolución que estaba recién saliendo de una más que cruenta contrarrevolución militar.

La ambición de poder de Lenin explica cómo su partido reemplazó a las masas trabajadoras: corolario de lo anterior. Paradójicamente hacia el final de su vida el líder revolucionario era consciente de que por múltiples razones objetivas (el desgaste de la guerra civil, la difícil situación económica, el aislamiento internacional, etc.) la participación efectiva de las masas en sus organizaciones y en el propio control del Estado, había mermado y propiciado las condiciones para la burocratización de dichas instituciones. “La emancipación de los trabajadores debía ser obra de los trabajadores mismos” no era sólo un slogan, sino una necesidad perentoria: social, económica y política.

Un partido y unos organismos de gobierno sin vida interna: la emergencia hacia los años veinte y terminada de consolidar una década después, del régimen político stalinista, que incluso llevó al cambio de carácter del Estado soviético que dejó de ser una dictadura proletaria o Estado obrero con deformaciones burocráticas; creyó hallar un supuesto fundamento del mismo en los propios orígenes de la revolución. La realidad fue bien otra: aun en guerra civil, el partido y los soviets tuvieron, en la medida de las posibilidades, una importante vida interna de debates amplios y en donde nunca una resolución, por más importante que fuese, lograba imponerse unánimemente. Cuando en el año 1921, el partido decide suspender provisoriamente la existencia de tendencias y fracciones en su interior, quizás estaba cometiendo un error que permitiría después a los reaccionarios “tender” lazos de continuidad con el Estado burocrático que lo sucedió.

Un partido sectario que no sabe distinguir los hechos de la realidad: la revolución contra el zarismo había comenzado en el mes de febrero (ni Lenin ni Trotsky, que aún no pertenecía al partido, estaban en Rusia) y la “expropiación” política de ese gran triunfo de las masas, fue la emergencia del gobierno de Kerensky y la alianza burguesa-pequeño burguesa con respaldo de los trabajadores y campesinos que se instauró. Los ocho meses siguientes, son un verdadero laboratorio político de cómo la dirección bolchevique evalúa y efectivamente distingue los distintos momentos que se van sucediendo y las coyunturas que provocan cambios en el gobierno y hasta un intento de golpe cosaco hacia agosto. Esa diversidad no le hacía perder de vista a la misma, que aquélla se hallaba dentro de una unidad: un gobierno que seguía siendo un gobierno burgués y que ni siquiera cumplía las demandas mínimas de “pan, paz y tierra” que las masas le reclamaban. Esa comprensión llevó al partido a respetar los tiempos y experiencia propia que las masas realizaban (“esperar y ver”), mientras le advertían a éstas que no había que depositar ninguna confianza en él. Ese “juego” dialéctico escapa a la comprensión (intencionada y mal intencionada) de sus críticos, que insisten con lo de “partido ultra que no distingue nada y machaca con una consigna y es la encarnación del sectarismo más obtuso”.

Una revolución de un cerrado dogmatismo: crítica que apunta a alejar de la revolución a sectores artísticos, científicos e intelectuales en general, incluso a aquéllos que se definían como marxistas. El punto anterior ya es un desmentido a esto: la adhesión a ciertos principios (“el dogma”) no impidió que el partido que dirigió la revolución, fuese más que flexible en las tácticas a desarrollar. El reparto de la tierra en usufructo a los campesinos, es quizás la máxima expresión de esto, pues esa medida no es precisamente una medida socialista. En el terreno artístico, pese a lo precario de la situación, se vivió una coyuntura de suma creación y abierta libertad: Mayacovsky, Isadora Duncan, Kandinsky, en distintas expresiones culturales, son prueba fehaciente de ello, junto a la no menor crítica a teorías sí dogmáticas como la de “literatura proletaria” y el “realismo socialista” que se hallaban gestándose.

Revolucionarios que en verdad sirven, o le “hacen el juego”, a potencias imperialistas: lo más cercano a una calumnia. Ya el gobierno de Kerensky había utilizado este argumento ante las grandes movilizaciones de masas del mes de Julio. Que Lenin hubiese vuelto en un tren cedido por el gobierno alemán (adversario ruso en la guerra), dio pie a todas las injurias. La dirección bolchevique supo sacar partido de las contradicciones entre los gobiernos imperialistas sin perder de vista jamás la independencia de clase de los trabajadores y la denuncia de aquéllos. Lo mismo para el plano interno: toda “crisis en las alturas” del bloque dominante ruso era aprovechado para promover acciones independientes de las masas.

La clase obrera rusa es minoritaria e incapaz de gobernar: estas últimas críticas son más sutiles y las enuncian aún con más énfasis supuestos defensores de la revolución. Efectivamente, la Rusia zarista era un país continente con amplia mayoría campesina (que había sufrido un tibio intento de abolición de la servidumbre en 1861) y una clase obrera minoritaria pero fuertemente concentrada y en ascenso numérico, de la mano de una incipiente pero considerable radicación de capitales extranjeros. La burguesía rusa, débil y temerosa, ya había dado sobradas muestras de su inoperancia para terminar con el absolutismo. El marxismo parte de una crítica inmanente al capitalismo y ésta junto a su superación, sólo pueden encarnarla aquellos que ocupan un lugar estratégico y central en su estructura social: los trabajadores urbanos y en especial los ligados a la industria, aun cuando no sean la fracción mayoritaria de la sociedad. Hasta aquí, datos objetivos. La conciencia de clase, su formación cultural en el sentido más general, complementan el análisis. Como el propio Lenin señalaba, una vez tomado el poder, vendría la tarea educativa-práctica de que “un cocinero sepa manejar y controlar el Estado” y precisamente sólo ejerciéndola, podrá adquirir el hábito de dicha tarea.

Desconocimiento de la economía y voluntarismo comunista: una lectura rápida del Manifiesto Comunista, llevó a algunos seudo marxistas a afirmar que era imposible saltear etapas históricas y que las naciones desarrolladas mostraban el camino a seguir a las más atrasadas. Según ellos, los bolcheviques al instalar el poder soviético estaban dando muestras de un voluntarismo infantil. Contrariamente, Lenin y su partido partían de una concepción internacional político estratégica que se condecía con su caracterización de una economía mundial regida por la ley del valor. Esto obliga a combinar etapas en la revolución: tareas burguesas como el reparto de la tierra y aspectos socialistas como la expropiación de la propiedad privada industrial. Asumir las debilidades y limitaciones del territorio ruso en particular (ya lo veremos mejor en el último punto) hizo que se estuviese atento a diversas tácticas económicas como fue la NEP (Nueva Política Económica) para asegurar la alianza obrera y campesina y siendo absolutamente conscientes de que no puede abolirse el mercado de la noche a la mañana y que éste convive con la planificación que requerirá como condición sine qua non de la existencia de la más amplia democracia obrera para que sea medianamente exitosa.

Socialismo en un solo país: fue el mayor mito creado por la contrarrevolución stalinista, aceptado por las direcciones de todos los PCs del mundo y por el propio imperialismo. La dirección de la revolución bolchevique (como todo marxista en verdad) partía de la premisa que el socialismo sería internacional o no sería. El proceso ruso al que por supuesto había que defender, era sólo un paréntesis hasta que una revolución triunfante en un país adelantado viniera a “socorrerla”. De no ser así, una de las consecuencias posibles era la desaparición de la dictadura proletaria instaurada en 1918. Como todos sabemos, esto no ocurrió y la consolidación de un Estado burocrático fue la resultante de todo ello. No porque Stalin y sus epígonos no “hayan seguido o entendido los textos de Marx”, sino por las improntas de la realidad objetiva. Esa caricatura de “socialismo real” fue la que se grabó en la mente de muchos trabajadores del mundo y logró trocar la primera simpatía y adhesión que a partir de 1917 existía, a una indiferencia que culminará en muchos casos en un marcado rechazo.

Pensamos que nuestro mejor homenaje a la Revolución de Octubre, es desenmascar los mitos que sobre ella se tejieron y levantar nuevamente la existencia de otra sociedad, socialista, como norte y estrategia para todos los trabajadores y pueblos del mundo, como única alternativa posible y realista a la barbarie capitalista.

Guillermo Pessoa, Socialismo o Barbarie, 22/10/15

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