Jun - 30 - 2011

Las huellas de la historia

“«¡El orden reina en Varsovia!», «El orden reina en París!», «El orden reina en Berlín!», es lo que proclaman los guardianes del ‘orden’ cada medio siglo de un centro a otro de la lucha histórico-mundial. Esos eufóricos «vencedores» no se percatan de que un «orden» que periódicamente ha de ser mantenido con esas carnicerías sangrientas marcha ineluctablemente hacia su fin”
(Rosa Luxemburgo, “El orden reina en Berlín”, texto escrito el 14 de enero de 1919, en la víspera de ser asesinada).El autor de esta nota acaba de regresar de un viaje por Europa. Estuvo en Grecia, Serbia, Alemania y Francia. El viaje se llevó a cabo por razones políticas. Pero no por ello dejamos de apreciar el enorme “espesor” histórico-cultural de las urbes visitadas. Un “detalle” sobresaliente es cómo la historia esta “sobreimpresa” en todos los “pliegues” de la ciudad, a la vuelta de cada esquina. Las mismas son una suerte de “libro abierto”, expresión viva de acontecimientos que ocurrieron en sus calles, localidades y suburbios[1]: sucesos histórico-universales, como señalara Rosa Luxemburgo. Es que hay que comprender esta dimensión de la historia europea: sus ciudades han sido sede no solamente de eventos “nacionales” sino de acaecimientos que, ocurridos “localmente”, no dejaron de tener trascendencia mundial: guerras, crisis y revoluciones –por no olvidar, también, las contrarrevoluciones- que transformaron definitivamente la sociedad contemporánea.[2]

De guerras, masacres y exterminios

Uno de los aspectos visibles en cualquier recorrida por Europa tiene que ver con las consecuencias todavía omnipresentes de la Segunda Guerra Mundial. Alguien nos decía: “se trata de una guerra que aún no ha terminado”, dando cuenta de la enorme dimensión de esta presencia.

Puerta de Brandenburgo, 1914: las tropas del Kaiser marchan a la conquista de Europa.

Esta guerra fue, en puridad, múltiples guerras en una: guerra ínterimperialista entre el Eje (la Alemania Nazi, Japón e Italia) y las “democracias” imperialistas (Inglaterra, EEUU y Francia); guerra contrarrevolucionaria del nazismo contra la ex Unión Soviética; guerras revolucionarias de liberación nacional como la librada por la guerrilla comunista de Tito contra el ejército alemán en la ex Yugoslavia; guerras civiles, con la división al interior de la propia resistencia entre las fuerzas inspiradas en los partidos comunistas y las formaciones burguesas incluso de tendencias monárquicas.[3]

Puerta de Brandenburgo, a fines de 1918 e inicios del 1919: ahora son los revolucionarios los que desfilan.

Acerca de la naturaleza y complejidad de la Segunda Guerra Mundial sigue abierto un enorme debate: hay todo un “revival” con gran cantidad de estudios nuevos: autores que van desde Nicolás Werth hasta Peter Friztsche, pasando por Ian Kershaw, Enzo Traverso, Anthony Beevor y un interminable etcétera.

Fines de 1918: Karl Liebknecht habla a los trabajadores de Berlín insurreccionados. La presencia de la conflagración en la historia de cada ciudad es impactante. En Belgrado aun se homenajea la gesta antinazi: frente al cementerio más importante de la ciudad está colocado un gran monumento en reivindicación de la resistencia comunista contra el agresor. En París, en el imponente Arco del Triunfo erigido por Napoleón a principios del siglo XIX en “auto-homenaje” a sus victorias, figuran no solamente las consabidas palabras de De Gaulle desde Londres luego de la capitulación de Petain, sino una placa recordatoria de una manifestación de estudiantes secundarios en abierto desafío al ocupante nazi. Y en Berlín es seguramente dónde la presencia de la guerra es más omnipresente todavía: con solamente mencionar que aun se continúan vendiendo “postales” con imágenes del Berlín bombardeado bajo los nazis o destruido después de su caída en manos soviéticas…Puerta de Brandenburgo, 1938: El nazismo ya domina Alemania desde 1933 y prepara la nueva guerra mundial.

En todo caso, el hecho es que el debate sobre la naturaleza del nazismo se ha venido renovando de generación en generación. Caracterizaciones discutibles como las de “totalitarismo” siguen rivalizando con la más clásica –pero menos consensual entre los historiadores– de “fascismo”. Lo mismo que está puesta sobre el tapete la discusión acerca de la naturaleza de “las violencias” en el siglo XX, muchas veces “desbordándose” en una intencionada e incorrecta igualación entre los fenómenos del hitlerismo y el estalinismo.[4]

La Puerta de Brandenburgo después de la última batalla de la Segunda Guerra Mundial en Europa.

Acerca de la lógica de hierro de la guerra, sus “leyes” e inevitabilidades, hay todo un debate. Lo propio ocurre acerca de los eventos de “venganza social”. Hitler produjo una masacre sin igual en territorio polaco y soviético. La guerra tuvo un evidente costado “racial”: el relato de la lucha de clases fue sustituido –en el imaginario social– por el de la “lucha de razas”. En revancha a esas masacres, las mujeres berlinesas fueron masivamente violadas cuando el ingreso de las tropas rusas en la ciudad. Tampoco hay que olvidar la justicia popular ejercida en París mayormente también contra las mujeres que tuvieron relaciones, favores y ejercieron la delación a favor del invasor alemán.

Puerta de Brandenburgo en 1989: caída del Muro de Berlín, principio del fin de la Unión Soviética y del pseudo «socialismo» burocrático en el Este de Europa.

Dentro de la experiencia histórica de la Segunda Guerra hay un capítulo de enorme importancia: el dramático caso del Frente Oriental. La guerra nazi contra la ex URSS no fue solamente una guerra “total” (en el sentido de involucrar todas las fuerzas de la sociedad): fue una guerra socialmente contrarrevolucionaria: la ex URSS era todavía un Estado Obrero, aunque ya burocratizado hasta su límite lógico, o sólo muy recientemente había dejado de serlo, transformándose en Estado burocrático con restos proletarios–comunistas. En todo caso, continuaba siendo una sociedad no capitalista.

Pero este “frente” no fue solamente eso: fue el teatro de una guerra de exterminio, carácter que soldó la resistencia del pueblo ruso contra el agresor nazi a pesar de los desmoralizantes desastre iniciales del estalinismo (perdió la friolera de 3.000.000 de soldados en pocos meses cuando el inicio de la Operación Barbarroja).

Veamos sólo algunos datos para comprender la dantesca dimensión de lo que estamos hablando. El costo humano para la ex Unión Soviética totalizó 26.000.000 de personas. Solamente 10 millones fueron soldados. El resto, población civil. Aquí se dieron vuelta todas las relaciones de una guerra “normal”: las bajas civiles fueron mayores –o mucho mayores– que las militares. Además, la mayoría de los soldados rusos no murieron en los campos de batalla: de los ya señalados primeros 3 millones tomados prisioneros, prácticamente ninguno volvió con vida a su hogar: fueron dejados morir literalmente de hambre. Se pueden comparar estas cifras con los 850.000 soldados franceses tomados prisioneros. Digamos que el frente occidental fue, en ese sentido, más normal: de los prisioneros franceses murió en cautiverio solamente entre el 1 y 2%[5].

Prosigamos ahora con el tremendo drama del holocausto judío. Auschwitz, Treblinka, Sobivor, Birkenau y decenas de campos de la muerte más: una masacre industrial planificada que aun hoy cuesta explicar en términos de «racionalidad».

Las huellas del mismo, obviamente, también están omnipresentes. No podría ser de otra manera. Pero apresurémonos a decir que lo primero que queremos destacar aquí son, en primer lugar, las manifestaciones de resistencia activa al exterminio; oponer a la vergonzosa entrega en “cuotas” a los nazis de decenas de miles de judíos organizadas por parte de las “autoridades” de sus comunidades, acontecimientos increíblemente heroicos como el levantamiento del ghetto de Varsovia en 1943 en manos de nos más de 200 judíos socialistas, comunistas, obreros y resistentes con conciencia de clase.

También, los casos de evasiones de los campos de la muerte, que si no fueron muchos, hubo ejemplos exitosos igualmente, mostrando destellos de resistencia activa a la barbarie nazi en oposición al llamado a la pasividad que emanaba de las autoridades judías.[6] Y esto por no olvidar los innumerables casos de personas de origen judío que se sumaron a las Brigadas Internacionales en la guerra civil española o a los partisanos yugoeslavos.[7]

La masacre nazi barrió con familias enteras. Sus propiedades fueron apropiadas. En sus camas todavía calientes fueron alojadas familias alemanas relocalizadas desde el Este. Miles de tumbas familiares quedaron abandonadas en los cementerios sin nadie que las reclame. Las vidas y las historias partidas, quebradas, borradas ferozmente de la faz de la tierra no importando la edad, condición o el sexo de los masacrados.

Veamos el caso de la ciudad de Tesalónica, en Grecia. Históricamente de tránsito entre Occidente y Oriente. Ocupada por el Imperio Otomano entre el 1.400 y finales del 1.800, y que llegó a tener la característica que en determinado momento del siglo XIX el 60 por ciento de su población era judía. Para 1943, deportaciones nazis mediante, no quedaban judíos en la cuidad…

En el mismo sentido, hay un recorrido aleccionador en Belgrado (actualmente capital de Serbia). Desde el centro de la ciudad hasta una fosa común que contiene 80.000 cuerpos de judíos y partisanos en la ladera de la montaña, hay solamente 15 minutos de viaje en automóvil[8]. Suficientes para producir un asesinato planificado que en pocas semanas, utilizando «camiones de la muerte» Daimler Benz,[9] y haciendo uso del monóxido de carbono de sus motores, liquidó prácticamente la totalidad de la población judía de la ciudad. Esto ocurría a comienzos de 1942 cuando la jerarquía nazi decide la «solución final».

El agujero negro del mundo

Hay otra experiencia excluyente en lo que tiene que ver con la historia contemporánea europea: la importancia del balance de las experiencias “socialistas” del Este europeo.

Acerca de esta estratégica cuestión hay también un intenso debate que se renueva expresado en la multiplicación de estudios e investigaciones. Uno de los temas en debates es el problema de los Balcanes y las razones y consecuencias del estallido de la ex Yugoslavia. Otra discusión tiene que ver con el balance de la ex RDA (República Democrática Alemana), la experiencia vivida en ella a partir de 1949 y hasta la caída del Muro de Berlín. También la ex Checoslovaquia, por no hablar de Polonia o Hungría. Y, sobre todo, el tema mayor: la experiencia de la ex URSS desde la revolución de 1917, pasando por los alcances de la contrarrevolución burocrática de los años 30 y las razones de la histórica victoria soviética en la Segunda Guerra, para luego caer en el estancamiento crónico y la restauración capitalista a finales de los años 80.

A lo largo del viaje nos fuimos formando algunas hipótesis de trabajo sobre la experiencia no capitalista en esta región a ser confirmadas por el estudio ulterior. Una: el estallido de la ex Yugoeslava destaca sobre el trasfondo del derrumbe de su economía. La progresiva unidad federativa soldada sobre la base de la lucha antinazi (una verdadera conquista democrático–nacional), termina estallando en pedazos bajo el peso de la escasez económica, del bajo desarrollo de las fuerzas productivas, de los insolubles problemas del “socialismo en un solo país” y de la planificación burocrática. Esto ocurrió, para colmo, de la peor manera posible: con la fracción mayoritaria de la burocracia titoísta serbia haciéndose de extrema derecha chauvinista.

Diametralmente opuesto es el caso de la ex RDA: un verdadero “engendro”. Es que en ella no hubo ninguna tipo de revolución. Más bien, los cambios fueron forzados por la presencia del Ejército Rojo estalinista. Esta claro que el debate no es simple. Se derrotó al invasor imperialista alemán. Pero ningún tipo de socialismo puede surgir a punta de pistola de un ejército que no dejaba de ser, en gran medida, de ocupación.[10]

Con estas experiencias –de origen contrapuesto pero final similar– se puede ver cómo no es una mera casualidad que los países del Este europeo sean, por lo menos hasta hoy, verdaderos agujeros negros desde el punto de vista de la perspectiva socialista. La pudrición nacional-chovinista que domina en muchos de los segmentos de la población explotada y oprimida serbia (o húngara, por ejemplo), está ligada a una pérdida de perspectivas que trasciende las miserias del presente: es un poco como que sus poblaciones se quedaron sin un relato coherente de su historia.

En varios de los países del Este europeo parece predominar una confusión generalizada acerca de elementales puntos de referencia políticos con los cuales orientarse. Hay un dramático problema que tiene que ver con cómo ha sido procesada esa experiencia en su conjunto. En el caso ex yugoslavo, a pesar de prestigio inicial por la derrota del nazismo, la decadencia del “titoísmo” fue la que dejó sin puntos de referencia y con una crisis de alternativas dramática.

Por eso, no ha de ser casual, que en el caso de Serbia (en Hungría también crecen movimientos de extrema derecha), bajo el peso de este dramático desprestigio del socialismo, las tendencias políticas estén bien “a la derecha del dial”. La movilización reaccionaria detonada por la detención del ex general serbo bosnio Madlic –responsable de la masacre de Srebrenica, principal evento de limpieza étnica en Europa desde la Segunda Guerra– es un ejemplo de ello.

El autor de esta nota pudo observar una movilización de unos 300 jóvenes de extrema derecha protestando por la detención del «héroe de Serbia que luchó por nuestro país»… El autor paró a uno de esos jóvenes fascistas para preguntarle de qué se trataba la manifestación y lo que obtuvo por respuesta fue lo siguiente: “La democracia es una mentira; nos persiguen por llevar la bandera nacional; el comunismo y Tito fueron una mierda; queremos el retorno del Rey”.

Les comento a los lectores que la ex Yugoslavia no tiene rey desde los años de la entre guerra y que las huestes monárquicas tuvieron un rol de cómplices bajo la ocupación alemana: el general Mihailovich, al mando de las fuerzas monárquicas, hizo un permanente doble juego, y fue condenado a muerte en 1946 por colaboración con los ocupantes.

En síntesis: sobre la experiencia no capitalista del Este europeo el balance es muy complejo. Un verdadero rompecabezas.

Volviendo al caso de la ex Yugoslavia, la pelea contra el nazismo fue una gesta histórica, inmensa y enormemente progresista. Pero la clase obrera como tal no tuvo arte ni parte de la misma, lo que tendría profundas consecuencias a posteriori. Fue una proeza, sobre todo, de bases sociales campesinas, en ese sentido muy parecida a la China de 1949. Luego, estuvo la pelea de Tito con Stalin: las pugnas de los «muchos socialismos en un solo país» entre ellos (en vez de la solidaridad y el internacionalismo socialista). Y, finalmente, el hundimiento de la Federación bajo el peso insoportable del atraso económico, cuestión que termina frustrando la promesa socialista y desatando la emergencia de una fracción ultra derechista chovinista en el PC serbo encarnada por Slobodan Milosevic.[11]

En total, el balance de la experiencia de la ex Yugoslavia y los países del Glacis deben ser integrado al de las experiencias no capitalistas como totalidad para tener un cuadro de conjunto.

Curso acelerado de “urbanismo político”

Pasemos ahora a otra cuestión. Señalemos que ciudades como Berlín o París pueden ser observadas cual gigantesco curso de “urbanismo político”. ¿A qué nos queremos referir con esto? Sencillo: al hecho que en ambas ciudades las huellas de la historia contemporánea se hacen presentes a cada paso.

Comencemos por París. Quizás los lectores no sepan que el lado este de París, siempre el más plebeyo, fue, no casualmente, sede de la resistencia comunista durante la Segunda Guerra Mundial. Se pueden ver, por ejemplo, imágenes de la lucha antinazi en torno al famoso Hotel de Ville (hoy sede del municipio de la ciudad) cuando el levantamiento de la Resistencia en agosto de 1944. Al mismo tiempo, no ha de ser casual que el lado oeste, el más burgués y aristocrático de la ciudad –el del Arco del Triunfo y los Champs Elyses– haya sido sede de las autoridades nazis: “(…) uno puede bosquejar los límites de un París de la Resistencia al noreste de una línea que vaya desde la puerta de Clichy a la puerta de Vincennes pasando por la estación Saint–Lazare, la República y la Bastilla, un París que se desborda ampliamente sobre los suburbios, de Saint–Ouen y Gennevilliers a Montreuil e Ivry (…) El otro París, el de los alemanes y los colaboracionistas, corresponde estrechamente a aquello que podríamos llamar los ‘barrios bellos’ (…) Los Campos Elíseos fueron el eje mayor del París de la colaboración”.[12]

Otro ejemplo: es también en el lado este de la ciudad dónde se encuentra el increíble cementerio de Père Lachaise, lugar dónde está el Muro de los Federados, y dónde se libró uno de los últimos combates en defensa de la comuna obrera parisina: allí fueron fusilados miles de comuneros.[13]

Las urbes confirman lo que decía Marx: la historia hasta nuestros días no es más que la historia de la lucha de clases. Y lo “increíble” es que esto está “impreso” en todos los pliegues de la ciudad.

Veamos ahora el caso de Berlín. Arrasada al final de la guerra, y luego partida entre la ex URSS y los EEUU, Inglaterra y Francia, y que vio erigirse el Muro en 1961, sigue aun hoy en proceso de reconstrucción. Esta parece ser una característica propiamente «berliniana»: la constante reescritura “arquitectónica” de su historia.

Pero detrás de esta reconstrucción –a priori– puramente “física” de la ciudad, se esconde una “reescritura” política de la historia. Los planificadores urbanos tratan de soslayar las tradiciones de izquierda revolucionaria, como el levantamiento espartaquista de enero de 1919. No es que Rosa Luxemburgo o Liebknecht no tengan sus calles o avenidas. Pero las más simbólicas, céntricas o representativas –por ejemplo las que están en torno al Reichstag– obviamente llevan el nombre de un Friedrich Ebert (presidente socialdemócrata bajo la republica de Weimar, y responsable último de sus asesinatos) u otras figuras socialdemócratas, que no directamente “demócratas” burguesas como Conrad Adenauer u otros personajes capitalistas.

La ex Karl Marx Platz, enorme plaza del tamaño de varias Plazas de Mayo en Argentina, establecida durante la época de la ex RDA, con un monumento en homenaje a Marx y Engels incluido, está hoy en plena “reconstrucción”: ha sido rebautizada con su nombre anterior de Stadtschloss y el monumento recordatorio de Marx y Engels apartado abusivamente a la otra orilla del río: “Han pasado ya cien años desde que Karl Scheffler enunció la conclusión más precisa sobre Berlín: una ciudad condenada a ‘transformarse siempre y nunca llegar a ser’. Los últimos veinte años de historia no han hecho sino confirmar la justeza de las palabras de Scheffler. Desde la publicación de su libro “Berlin: Ein Stadtschicksal”, la ciudad se rehizo muchas veces”.[14]

Insistimos: se trata de una reconstrucción que no tiene nada de “ingenua” y que pretende destacar el pasado imperial–capitalista de Berlín, borrando sus tradiciones socialistas. Su “monumentalidad”, y la baja proporción de habitantes por metro cuadrado, al menos en las partes mas céntricas, nos dieron la impresión de ser una de las ciudades más “aristocráticas” de Europa, más allá de lo absolutamente impactante y atractiva –en todo sentido de la palabra, en primer lugar, culturalmente– que la misma es.

Este operativo se lleva a cabo detrás de un relato que asimila el socialismo a las más burdas manifestaciones represivas de la ex RDA: el “Charly Check Point”, dónde en las épocas del Muro se pasaba del lado estadounidense al “soviético”, es uno de los lugares hit (y un verdadero fiasco) de atracción turística.

Está claro: los “pliegues urbanos” pueden tanto revelar como ocultar. Es el caso de Rosa Luxemburgo nombrada, no casualmente, ya varias veces en esta nota.[15] No nos fue fácil encontrar el lugar dónde fue arrojada luego de ser asesinada. Se trata de uno de los canales del Río Spree que se encuentra en medio de un gran bosque llamado Tiergarden (tipo bosques de Palermo en Buenos Aires): sorprendentemente, la indicación para encontrar este memorial no está nada clara.[16]

Inmigrantes e indignados, o la emergencia de una nueva clase trabajadora «multicolor»

Tomemos ahora un costado mucho más actual –y vivo– de la “geografía” urbana: el de la composición “nacional” de sus poblaciones trabajadoras. Ciudades cosmopolitas como París, lo mismo que Londres o Nueva York, destacan por ser una muestra categórica de la riqueza en la configuración de la nueva clase trabajadora. El carácter “global” de estas ciudades viene de ser sedes de históricos imperios: la onda colonizadora vuelve –de generación en generación– con el flujo migratorio que va de las colonias –o ex colonias– a los centros económicos en busca de posibilidades laborales.

Esta composición “nacional” diversa de la nueva clase trabajadora se puede observar a simple vista, por ejemplo, en el metro (subterráneo): las formaciones literalmente se “transforman” cuando se dirigen hacia los suburbios: la composición social–“nacional” de las mismas cambia completamente cuando son “tomadas” por los trabajadores y trabajadoras inmigrantes: varían los lenguajes, varían las vestimentas, varían los colores, y también las preocupaciones.

En París, la presencia de población inmigrante del norte de África es evidente. Árabes y personas de color se hacen presentes por doquier, sobre todo dónde las condiciones de trabajo son de las más explotadas, o dónde el trabajo es más eventual.

Aquí hay como una división del trabajo. Gobiernos como el de Zarkozy, amparándose en la supuesta “legitimidad” que le da al tema, las altas expectativas de voto en el derechista Partido Nacional de Marie Le Pen, aunado al discurso hipócrita del Partido Socialista, refuerzan la política antiimigratoria.

Pero al mismo tiempo, es obvio que son los propios grupos capitalistas los que se benefician de una mano de obra barata a la que, en definitiva, se la deja entrar pero en condiciones cada vez más precarias, hecho funcional a poder, lisa y llanamente, “esclavizarlos”. Esa misma precariedad es la que fija un piso salarial, y unas condiciones de trabajo y existencia bien por debajo del promedio de la clase obrera “nacional”. Estas condiciones son “aprovechadas” por la patronales para redoblar el “torniquete” sobre el conjunto de la clase obrera. Y por las fuerzas políticas de extrema derecha, para llevar adelante su campaña demagógica contra los inmigrantes “que le quitan el trabajo a los franceses”, discurso que tiene impacto, sobre todo, entre las generaciones más viejas y golpeadas de trabajadores franceses.

Desde otro ángulo, no se trata de otra cosa que el de la configuración de una nueva clase trabajadora que, de manera creciente, combina nativos e inmigrantes de manera inextricable.

Hay otro componente de esta nueva clase trabajadora que no tiene que ver con el origen nacional. Estamos hablando de la composición generacional que emerge con movimientos como los “indignados” de España. Se trata de jóvenes con título universitario a los que las deterioradas condiciones económicas niegan su promesa de ser la llave portadora de un futuro de progreso. Es la negación de esa promesa la que convierte, socialmente, a la masa de esta juventud (en Grecia, España o Portugal, así como también en Túnez o Egipto), en una juventud trabajadora, parte en gran medida de la nueva clase obrera y que, además, están en el núcleo vital de muchas de las rebeliones populares que están jalonando el “mundo mediterráneo” hoy.

«¡Fui, soy y seré!»

Por fin, si hay algo imposible de ocultar en París, Berlín y otras ciudades europeas, aunque los rectores del “orden” lo pretendan, es la rica historia de las revoluciones que ocurrieron en sus calles. Lucha de clases, grandes urbes y revoluciones históricas se entrecruzan inevitablemente.[17] Francia es, obviamente, sinónimo de revolución. Omnipresente en París la revolución francesa de 1789. Pero también las de 1830, 1848, y, sobre todo, la Comuna de París de 1871, aunque ésta también sea una historia negada.[18] Esto por no olvidar la huelga general de 1936, el levantamiento antinazi en agosto de 1944, el Mayo del ’68. Pocos países tienen pergaminos tan revolucionarios como Francia.

Pero no se trata solamente de ella. La historia de la ex Yugoslavia está partida al medio por la resistencia partisana durante la Segunda guerra. Y esto por no nombrar otra sede de grandes revoluciones contemporáneas: la revolución del 9 de noviembre de 1918 que derribó al Káiser Alemán; el ya señalado heroico levantamiento espartaquista de enero de 1919 en Berlín. La historia revolucionaria no terminó ahí. No nos podemos olvidar, por ejemplo, de la guerra civil española, otro acontecimiento bisagra no sólo de la historia europea sino mundial.

En la segunda posguerra se vivieron en los países del Este europeo otro tipo de revoluciones: revoluciones antiburocráticas, revoluciones antiestalinistas. El increíble y “tempranero” levantamiento en Berlín Oriental en 1953 contra la carestía de la vida y la burocracia del SED, aplastado por los tanques estalinistas. También fue aplastada la revolución húngara de 1956, y la “Primavera de Praga” en Checoslovaquia en 1968.

Revoluciones “políticas”, revoluciones sociales, revoluciones antiburocráticas: son las huellas de las múltiples expresiones de la revolución en el siglo XX; huellas que deben ser rastreadas en esta búsqueda de la revolución socialista en el siglo XXI que se esta comenzando a expresar en esta profunda oleada de rebelión popular en el “Mundo mediterráneo”: Egipto, Túnez, Grecia, España, y un creciente etcétera. Rebeliones que de madurar, podrían terminar alumbrando las primeras revoluciones sociales del nuevo siglo.

Tras las huellas de esas revoluciones históricas, en el laboratorio de las luchas obreras y populares del nuevo siglo, y con el balance de los fracasos y límites de las anteriores experiencias anticapitalistas, surgirá la fragua de las nuevas revoluciones socialistas del siglo XXI. Decía Rosa: “«¡El orden reina en Berlín!» ¡Esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución ya mañana «se levantará de nuevo con fragor hacia lo alto» y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!”.[19]

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Notas:

[1] No faltan en París placas recordando el asesinato de algún miembro de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial; o, de setenta años antes, algún caído en la lucha por la Comuna de París.

[2] Sobran ejemplos al respecto: la conocida foto de Hitler frente el Arco del Triunfo (l’Etoile) en París, o, cambiando completamente “el ángulo de la información”, la ametralladora pesada de los obreros berlineses, cuando el levantamiento espartaquista en enero de 1919, colocada sobre la famosa Puerta de Brandenburgo (histórica puerta de acceso al Berlín más o menos medieval).

[3] Este fue el caso de la ex Yugoslavia, o mismo del caso griego. Este último se terminó saldando –en la guerra civil de 1946-1949– con la derrota de las formaciones comunistas por responsabilidad de Stalin.

[4] Obras, como la de años atrás, “El libro negro del comunismo” son un ejemplo de lo que venimos diciendo aquí: al estalinismo no solamente se lo igual con el nazismo, sino que se intenta “probar” su origen en el leninismo y la revolución de Octubre de 1917, el acontecimiento más profundamente emancipador de la historia hasta nuestros días.

[5] Algo aleccionador al respecto: en una muestra en París pude observar la foto del filosofo estalinista Louis Althusser como soldado francés preso en Alemania durante la guerra; lo mas sorprendente fue saber que luego de finalizada la guerra volvió sano y salvo a su país (de esto también hay fotos). Que sepamos, no hubo muchos “althusseres” rusos que lograran sobrevivir…

[6] Esas mismas autoridades que después impulsaron la creación de un Estado de Israel armado hasta los dientes, sobre la base del desplazamiento de la población Palestina y bajo la justificación del Holocausto.

[7] En el museo judío en Belgrado está destacado en fotos esta última cuestión: el de los resistentes activos y con conciencia de clase a la masacre.

[8] Por una razón personal el autor de esta nota hizo este recorrido durante el reciente viaje.

[9] En este sentido, se actualiza la bibliografía acerca de la complicidad de los más grandes grupos capitalistas alemanes con el nazismo, independientemente de que el régimen nazi no haya sido una directa y mecánica expresión de los mismos, régimen que sin embargo gozó rápidamente de su anuencia como mejor antídoto contra el peligro de la revolución socialista.

[10] Este es un tema a estudiar, cosa que es una tarea que tenemos por delante, incluso revisando los debates históricos del trotskismo al respecto. Hasta dónde pudimos ver, el relato “legitimador” del estalinismo es que lo que se produjo con la ocupación de Alemania era la “liberación” de la misma. Pero lo que está claro es que los destellos de autoorganización que surgieron inmediatamente después de la derrota nazi fueron acallados instantáneamente por la ocupación, y ni hablar del levantamiento obrero de Berlín Este en 1953 reprimido por los tanques de la burocracia rusa. En todo caso, para que el estudio sea completo, también debe encararse el de la Alemania Federal (lado capitalista) y totalizar la cosa de conjunto, hasta volviendo sobre el progresivo pero contradictorio proceso de unificación en 1989.

[11] Como nota al pié, señalemos que fue muy instructiva una charla con un familiar que trabajó en una oficina estatal de aprovisionamiento de materiales para la construcción en las décadas de los años 60 y 70. Me relató que vivió «frustrado” porque siempre recibía pedidos –o daba asignaciones- de cosas que no hacían falta y carecía casi completamente de aquello que sí era necesario: esto se llama planificación burocrática con nombre y apellido.

[12] Eric Hazan, La invención de París, Edition du Seuil, París, 2002, pp. 300-303.

[13] Las fotos de la masacre obrera cuando la derrota de la Comuna son aleccionadoras acerca de lo que luego fue la contrarrevolución burguesa en el siglo XX: el desafío socialista y anticapitalista fue respondido, por parte de la burguesía, con furia asesina y vengativa (en ese cuadro también entra el frió asesinato de Luxemburgo y Liebknecht): no otra cosa se puede esperar cuando se cuestiona el derecho de propiedad y el poder burgués.

[14] “Berlín 1900”, Peter Fritzsche, Siglo XXI Editores, Argentina, 2008.

[15] Decimos no casualmente, porque es una de las figuras representativas del marxismo revolucionario europeo no rusas por así decirlo más importante de las primeras décadas del siglo XX (obvio que la otra gran figura, quién también sufrió dramáticamente los rigores del fascismo. fue Antonio Gramsci).

[16] Lo anterior no niega que en Berlín Este, Rosa “tenga” su calle (una bastante pequeña, por cierto) y también una pequeña plaza. El propio Marx “tiene” una amplia avenida, lo mismo que Karl Liebknecht, herencias de la ex RDA. Pero igualmente nos llevamos toda la impresión que, precisamente, esta parte de la historia de Alemania, esta parte de sus tradiciones revolucionarias, busca intencionalmente ser soslayada.

[17] También están las huellas de las contrarrevoluciones: es conocido que la famosa iglesia Sacré-Coeur – Sagrado Corazón-, erigida en las alturas de Montmartre, barrio de los artistas y pintores de París. Fue erigida a modo de reivindicación de la religión contra el ateismo profesado por la Comuna de Paris.

[18] Una de las guías turísticas dice lo siguiente sobre la Comuna: “En 1871 una nueva página triste en la historia de París: la Comuna (18 de marzo – 28 de mayo). Se perdieron muchos edificios ricos de historia y de belleza durante aquellos días de revueltas e incendios…”

[19] Rosa Luxemburgo, Obras Escogidas, Editorial Antídoto-Gallo Rojo.

Por Roberto Sáenz, Socialismo o Barbarie, 30/6/11

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