Ene - 15 - 2002

“En la historia de las revoluciones, surgen a la luz contradicciones que han madurado a lo largo de décadas y hasta de siglos. La vida adquiere una riqueza sin precedentes. Aparecen en la escena política, como combatiente activo, las masas, que siempre se mantuvieron en la sombra y que por ello pasan con frecuencia inadvertidas para los observadores superficiales (…) Estas masas aprenden en la práctica, ensayan sus primeros pasos a la vista de todos, tantean el camino, se fijan objetivos, ponen a prueba sus propias fuerzas y las teorías de todos sus ideólogos. Realizan heroicos esfuerzos para elevarse a las alturas de las tareas gigantescas, de envergadura universal que la historia les impone (…) nada puede compararse en importancia con lo que representa esta educación directa de las masas y de las clases en el transcurso de la lucha revolucionaria directa” (V. I. Lenin, 31/01/05, “Jornadas revolucionarias”. Obras Completas, tomo VIII. Editorial Cartago).

La sociedad argentina explotada y oprimida, y especialmente el pueblo trabajador, estamos protagonizando una serie de hechos excepcionales, de importancia nacional e internacional: hemos derribado con nuestra movilización revolucionaria directa a un gobierno democrático burgués y también, en cierto modo, al “modelo” económico antiobrero y antipopular que se viene imponiendo en el país desde el ‘76. Todo un ciclo histórico de la Argentina capitalista ha quedado en cuestión.

Tan evidente es el carácter histórico de nuestra acción, que podemos decir que en el mismo momento en que estamos viviendo estos acontecimientos sabemos que protagonizamos jornadas que vamos a recordar siempre. Mientras actuamos en las calles, nos damos cuenta de que estos días no son como los demás. La continuidad de la vida cotidiana se ha roto y, de una forma práctica, estamos comprendiendo que la historia de la humanidad no necesariamente la hacen “los que mandan”. Los trabajadores y los sectores populares, actuando colectiva y resueltamente, podemos cambiar la historia en forma decisiva. Esta es la lección más importante que se desprende de los hechos. Lección que debemos tratar de llevar y hacer consciente en las propias masas, protagonistas de este acontecimiento histórico: el comienzo de un proceso revolucionario en la Argentina, producto de la irrupción masiva de millones.

Hacer consciente la experiencia vivida

Con nuestra acción podemos cambiar la historia. Esta lección es la que más se empeña la clase dominante y sus políticos en que no podamos asumir. Llevan adelante una verdadera campaña político-ideológica cuya finalidad es que los sectores populares no puedan elaborar estas enseñanzas. Parte de esta campaña ha sido el intento de desatar “una guerra de pobres contra pobres”. Las olas de pánico generadas por la propia policía en el Gran Buenos Aires, buscando oponer un barrio contra otro, son un buen ejemplo de esta orientación. O las campañas por los medios contra el “vandalismo”, aprovechándose de las acciones de sectores desesperados (mayormente jóvenes), que en las movilizaciones salen a romper todo sin ton ni son. Buscan argumentos y puntos de apoyo políticos y sociales que puedan justificar, en un vuelco de la crisis, un giro ala derecha, reaccionario y represivo.

Por esta razón, ayudar a sacar las conclusiones más rigurosas y profundas posibles de l ocurrido, construir esta reflexión con la población trabajadora, es la tarea política militante del momento. El pueblo trabajador debe hacer el balance de la verdadera “semirrevolución” que está protagonizando, del comienzo profundo de un verdadero proceso revolucionario, producto de una acción histórica independiente de las masas populares, que coloca por delant,e al mismo tiempo, enormes posibilidades y profundos peligros y exige organización, programa y dirección.

Del Cordobazo al Argentinazo

Al analizar los acontecimientos que estamos viviendo, es importante describir lo que está pasando, ver los hechos tal cual son, con todos sus alcances y límites.

Este análisis, lo mismo que las principales orientaciones políticas, lo debemos ir construyendo desde “abajo”, con los mismos que están siendo protagonistas de estas jornadas revolucionarias. Conceptos como “revuelta”, “pueblada”, “rebelión popular”, “Argentinazo”, están en la boca de la población, del activismo y del periodismo. Habrá que ir precisando en el diálogo con los compañeros de los distintos sectores, el verdadero carácter de los acontecimientos en curso. Este artículo no es más que una primera tentativa de reflexión sobre un acontecimiento de la lucha de clases muy rico, diverso y complejo. Reflexión que seguiremos desarrollando, para ir al contenido más profundo de la experiencia actual. Porque en la posibilidad de que la misma se haga conciencia, programa y organización, se juega mucho de las perspectivas futuras de este comienzo.

Debemos comenzar por dimensionar tentativamente el Argentinazo. Salta inmediatamente a la memoria la comparación con la gran acción histórica independiente que fue el Cordobazo. A diferencia de éste, el Argentinazo tiene su epicentro en el Gran Buenos Aires y en la Capital Federal, las dos zonas de mayor concentración poblacional del país. Esto constituye un acontecimiento histórico, llamado a tener las más profundas consecuencias en la dinámica futura, hecho que no se les ha escapado a los analistas. No todos los días se ve y se vive una verdadera lucha en las calles como ocurrió en torno de Plaza de Mayo y Congreso el jueves 20/12, los “cacerolazos” masivos que llenan con 80.000 personas la Plaza de Mayo a las 2 de la mañana, o los saqueos masivos y ampliamente extendidos en las barriadas más pobres del Gran Buenos Aires. Esto significa que como acontecimiento “objetivo” de la lucha de clases, el Argentinazo ha comenzado desde un escalón superior que el Cordobazo, aunque no sea esto así en el terreno de la conciencia, donde claramente se parte desde un nivel inferior, ante la persistencia de la crisis de alternativa socialista.

El nivel de la conciencia popular en el Argentinazo

Esto nos lleva inmediatamente a analizar el nivel de conciencia y el “programa” que se está expresando en el Argentinazo. La conciencia inicial del proceso revolucionario abierto aquí se está expresando en el rechazo a las absolutamente insoportables condiciones de vida de un capitalismo argentino en bancarrota, que lisa y llanamente no deja vivir a la inmensa mayoría de la población. En este sentido, vale el análisis de León Trotsky sobre la revolución de febrero de la Rusia del ’17: “Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja…”.

Este profundísimo rechazo a un mecanismo económico-social excluyente es el que ha dado lugar a un verdadero “frente único” de la gran mayoría de los explotados y oprimidos, y el que da el carácter inmediato a las reivindicaciones: los “saqueos” motorizados por la situación de hambre de millones de trabajadores, la protesta contra la confiscación de los ahorros, la movilización contra la represión policial, los reclamos de sectores de trabajadores ocupados por los despidos, cierres masivos de plantas o no pago de los salarios, las profundos reclamos democraticos. Así, en el Argentinazo, están participado todas las capas y clases sociales populares, aunque las acciones más espectaculares, hoy por hoy, son aquellas en las que los trabajadores aparecen disueltos en la “población” general.

Este nivel de conciencia inicial es el que da el tono “político” al inicio del Argentinazo, con características clásicas de una “revolución de febrero” (categoría histórica que usamos con el debido cuidado): de la acción común de sectores sociales heterogéneos, de reivindicaciones de carácter democráticas generales, sin que se afirme aún por la positiva una salida en el terreno social, es decir anticapitalista y socialista. De ahí que lo que se levanta en las marchas a la Plaza es la “identidad nacional”, se canta el himno, se rechazan indiscriminadamente las banderas políticas. En la perspectiva de la revolución socialista, las mayorías populares, seguramente, se irán delimitando de sectores de la clase media alta, que irán hacia la derecha. Deberán afirmarse en un programa de transformaciones de fondo, sociales, de afectación revolucionaria de la propiedad capitalista, esto es, en una perspectiva de revolución socialista. Y esto significa que la “crisis de alternativas” socialista abierta luego de la caída del muro de Berlín podrá empezar a ser atravesada. Por otra parte se están verificando, hace ya tiempo, verdaderos avances en el nivel de conciencia en sectores de masas. Las recientes elecciones no fueron más que uno de los indicadores de este proceso, en el que se verifican avances en la identificación del imperialismo, de las diferencias entre ricos y pobres, en los rasgos más antidemocráticos y represivos de la democracia, aunque aún está por delante un vuelco categórico y de masas hacia la izquierda, vuelco por el que hay que trabajar, esforzándonos por lograr una acción revolucionaria común de la izquierda, que supere su actual atomización y dispersión.

Acciones de lucha populares y revolucionarias

No se había visto en 30 años. Nunca en la capital del país, con la excepción de la Semana Trágica de 1919. En el Argentinazo se generalizaron métodos de lucha revolucionarios como no se había visto en esta escala e intensidad en toda esta etapa de democracia capitalista.

Para echar a De la Rúa-Cavallo y para poder comer, se han empleado métodos durísimos de pelea. Efectivamente, aunque no sea de manera consciente, pero sí de hecho, se han comenzado a retomar hilos que tienen que ver con la experiencia de las masas previas a la dictadura militar. Cacerolazos, duras luchas en las calles, afectación del derecho de propiedad por la vía de saqueos y ocupaciones de lugares de trabajo, cortes de rutas y vías ferroviarias, paros y movilizaciones, ataques a edificios emblemáticos del poder como los McDonald’s, bancos, financieras, teléfonos públicos, irrupción y asalto a sitios como la gobernación de la provincia de Buenos Aires y el Congreso Nacional. Pero incluso más: formas “semiinsurreccionales”, de luchas en las calles, con barricadas en diversas avenidas en torno de las dos plazas principales del país, las dos sedes principales del poder: Plaza de Mayo y Congreso. Estas acciones determinaron, en prácticamente todos los casos, la generalización del enfrentamiento con la policía y la gendarmería en las calles.

¿Qué es esto? Acciones y métodos de lucha revolucionarios, ni más ni menos. Acciones y métodos que está planteado organizar, sistematizar (evitando la irresponsabilidad y la provocación) las formas de autodefensa de los trabajadores y los sectores populares, frente a una represión que seguramente se intentará descargar con mayor contundencia, ahora apelando al aparato del PJ.

En todas estas acciones es de destacarse la irrupción de una vanguardia básicamente juvenil. En este terreno, el “recambio” generacional es evidente: en todas las franjas de los trabajadores, las jóvenes generaciones son las más dinámicas en la pelea. Este componente juvenil muy combativo incluye estudiantes, oficinistas del centro y sectores de trabajadores muy explotados. En este ultimo grupo han cumplido un papel muy destacado los “motoqueros”: jóvenes que trabajan en condiciones de superexplotación, que cotidianamente arriesgan su vida, y que han cumplido un papel de vanguardia en muchas de las batallas de calles que hemos presenciado en estas semanas, en particular la de la Plaza de Mayo del 20/12, donde cayeron varios de sus integrantes asesinados por la policía.

Una acción histórica independiente

Los explotados y oprimidos han sido protagonistas de una acción histórica independiente, que se ha caracterizado por la “heterogeneidad”, propia de toda movilización auténticamente popular. Heterogeneidad que no alude meramente a la diferencia específica entre sus diversos componentes, sino también al desarrollo desigual de la conciencia, tanto en lo que tiene de progresivo como en las limitaciones que presenta.

El Argentinazo, al mismo tiempo que presentó esta heterogeneidad, se combinó con un alto grado de condensación que le otorgó una enorme fuerza política. Fuerza obtenida principalmente de un objetivo común: la caída del gobierno.

En el correr vertiginoso de esos días, hemos visto entrar en acción a diversos sectores de trabajadores. Pero no a través de sus dirigentes actuales, que en su mayoría quedaron muy por detrás del desarrollo de los acontecimientos, incluso en el caso de las direcciones “piqueteras”. “Increíblemente” la CCC, que hace años levanta la necesidad de un Argentinazo, cuando finalmente llegó, faltó a la cita. El jueves 20/12, cuando estaba planteada una movilización de trabajadores desocupados a la Plaza de Mayo, encontró excusas para desmovilizar a los compañeros, dejándolos en La Matanza.

De Moyano y de Daer no vale la pena hablar. Llamaron al paro por tiempo indeterminado más corto de la historia: por cinco minutos, porque cuando lo hicieron, De la Rúa ya estaba renunciando.

Un curso similar tuvo De Gennaro con su “consulta popular”, a la que Horacio Verbitsky había definido durante el primer día de los saqueo, como la “alternativa racional a la barbarie actual”. La política del Frenapo y el CTA quedó superada en toda la línea por los hechos, por la acción directa e independiente de las masas populares en las calles.

Ningún partido patronal, ninguna de las instituciones de esta democracia, se puede arrogar la menor autoría de las jornadas de movilización popular independiente y espontánea. Ni Daer, ni Moyano, ni De Gennaro movieron un dedo para echar a este gobierno. El Argentinazo se hizo sin ellos, a pesar de ellos, por encima de ellos y contra ellos.

En este marco, diversos analistas afirman que “la clase trabajadora no entró” en la pelea del Argentinazo. Esta definición es completamente unilateral y errónea. A nuestro entender, “entraron” prácticamente todas las capas de la población explotada y oprimida. Sin embargo, su carácter masivo, popular, confunde a muchos. Este viene de las transformaciones estructurales que ha sufrido el país: el carácter territorial de la lucha tiene que ver con los millones de trabajadores que están desocupados, por lo que el ámbito de “estructuración” social fundamental es el barrio en el que se vive.

Esto no quiere decir que en el desarrollo del proceso abierto no vayan a adquirir, “los trabajadores en tanto que trabajadores”, una centralidad mucho más consistente y determinante. El Argentinazo también ha impactado en los lugares de trabajo, lo mismo que su carácter independiente y democrático. Por lo que hay que trabajar por el desarrollo de la tendencia, que ya se está viendo, creciente de luchas de los trabajadores estatales, docentes, de la industria, que le terminen dando un carácter social mucho más definido al sujeto.

Pero atención, el carácter territorial del proceso seguirá seguramente presente, en la medida de la transformación estructural a la que hemos aludido y que le da determinadas características a la actual clase trabajadora, muy distinta de la que caracterizó el proceso del Cordobazo, cuando el pleno empleo en las grandes industrias era la situación dominante de la clase trabajadora.

La llamada “clase media” y los cacerolazos

Durante los acontecimientos hemos podido observar cómo la percepción de algo nuevo es analizada con esquemas viejos. Un rasgo de esto es llamar “clase media” a sectores cuya mayor parte, por su ubicación al interior de la división del trabajo, su condición de asalariados y su estructuración real en subordinación al capital, correspondería caracterizarlos como una parte de la clase trabajadora. Claro que dejamos afuera de ella a los pequeños comerciantes perjudicados por la depresión económica, a los que sí se debe considerar pequeñoburguesía, en la medida en que se apoyan en la propiedad de pequeños medios de producción o de comercialización.

Sin embargo, hay que considerar que el elemento “pequeñoburgués”, más allá de su peso en la estructura social objetiva en Argentina, ha sido históricamente constitutivo de ésta y ha irradiado, en un sentido principalmente cultural, a todas las clases sociales del país. En este sentido, la Argentina ha sido un país con fuerte peso “pequeñoburgués” durante la mayor parte del siglo XX. Eso fue sustantivo a pesar de que con el correr del tiempo se fue dando un avance cualitativo de las relaciones sociales subordinadas al capital, convirtiéndose la persistencia de esto en una característica más que nada cultural.

Cuando el establishment de los medios habla de “clase media” para interpelar a estos sectores que se expresan mediante los cacerolazos, lo hace utilizando una ideología que apela a un modo de vida y de ser, uno de cuyos rasgos es la “razonabilidad”, la “moderación” y la “decencia”. Un modo de ser supuestamente opuesto al viejo mundo obrero tradicional, ligado a una conciencia distribucionista y de paulatino progreso material, pero que contenía en su origen un horizonte de pelea y en el que el sindicato clásico devenía su representante ante el mundo “exterior”. Mundo obrero que ha sufrido una transformación total en los últimos 25 años, especialmente a partir de la disminución drástica del peso relativo del sector industrial durante Martínez de Hoz, del ensanchamiento de la desocupación bajo Menem-Cavallo y de la bancarrota y vaciamiento de las organizaciones sindicales.

El retroceso social de ambos sectores, ya sea mediante la proletarización de las clases medias o la desestructuración del universo obrero tradicional, por un lado los aproxima en tanto que ambos pertenecen al lote de los perjudicados por el capitalismo local y por otro lado los mantiene separados, ya que unos se ven a sí mismos como una clase media en crisis y los otros se perciben como pobres, como caídos del ordenamiento de la vieja clase trabajadora con pleno empleo. Pero la desaparición de esa función de “colchón” de los antagonismos sociales que cumplían las clases medias, gracias a la bancarrota traída por el régimen de acumulación capitalista inaugurado en el ‘76, ha construido un terreno social común, que puede facilitar el entendimiento entre los diversos sectores que componen la actual clase trabajadora y que, insistimos, desde el poder burgués se va a intentar oponer, desunir, separar y enfrentar.

Los cacerolazos que hemos presenciado en estas ultimas semanas se deben analizar dentro de este marco. Son visibles sus límites, ejemplificados en la identificación colectiva en los símbolos nacionales. Esto coexiste con elementos democráticos bastante radicales y que entrañan un rechazo a los políticos tradicionales y a la mediación representativa, que tiene potenciales elementos de autodeterminación. La razón de esto es evidente: después de 18 años de democracia burguesa en los que las condiciones de vida de las mayorías no han dejado de retroceder, los partidos políticos son percibidos como agentes de expropiación, tanto económica como política. Esta ideología “antipolítica” ha sido un signo distintivo de la realidad de los años ’90. Pero al compás del Argentinazo, hay que tomar nota de un cambio: un elemento con rasgos conservadores, moralizantes y pasivos, parece estar pasando a revestir una forma contestaria y empíricamente cuestionadora. El desarrollo de esta dinámica dependerá de que la nueva clase trabajadora aparezca en este proceso revolucionario como claro polo social y político diferenciado.

Se abrió una crisis revolucionaria

Los recientes hechos son el epilogo amplificado al infinito de la crisis de marzo de 2001. A diferencia de aquella oportunidad, en este caso sí se ha abierto una crisis revolucionaria que con el pasar de los días asumió carácter crónico: días y días pasaron sin que se supiera para qué lado iría el país, a dónde lo quiere llevar su clase dominante. Al mismo tiempo, durante las “jornadas revolucionarias” se expresó, incipientemente, un poder alternativo de hecho pero para nada consciente ni muchos menos organizado o institucionalizado, en la movilización en las calles.

La irrupción del Argentinazo convirtió la crisis permanente del gobierno delarruista, atemperada por la falta de recambio burgués, en una verdadera crisis de conjunto del régimen político actual, obligando al PJ a hacerse cargo de un poder y de un gobierno contra su voluntad, algo para lo cual no estaba preparado.

Las motivaciones del peronismo se reducían a mantener un cierto poder de veto sobre De la Rúa (cosa que se ejemplificó en imponer a Puerta como presidente del Senado) pero no contemplaban acceder anticipadamente al gobierno. Querían, simplemente, que De la Rúa cargase con el gasto de acrecentar su ya rápida deslegitimación mientras ellos esperaban que el poder les cayera en una circunstancia más favorable, gracias a no se sabe cuál combinación.

Este curso político obedecía a razones de fondo. Ya desde hace meses hemos venido señalando en estas páginas la existencia de una crisis de orientación burguesa, en el sentido más profundo del termino: está en crisis total el modo de acumulación capitalista dominante en el país, y, por ende, el “bloque histórico”, el agrupamiento de clases dominantes y del imperialismo que lo impulsó desde el año ’76. Por esto, a partir de la acción de masas, ese bloque “reventó” bajo la forma de una crisis revolucionaria, de un vacío de poder de hecho que terminó en la caída del gobierno radical. Pero, al mismo tiempo, hay que decir con claridad que en ningún momento los trabajadores estuvieron en condiciones de disputar ese poder.

En este marco se está viviendo la más grave crisis política, institucional y de representación de la que se tenga memoria. La crisis de dominación que estamos viviendo no tiene antecedentes históricos. La movilización de las masas y su experiencia con la “democracia” están haciendo tambalear esta forma clásica de la dominación burguesa. Uno de los más notables elementos de esta crisis es que la acción independiente de la población se desarrolló en contra de la democracia capitalista. De ahí que una de las características de este régimen político, que es la de actuar como desvío de las reivindicaciones obreras y populares, ha quedado fuera de juego. Los procesos populares que concluyeron en la caída o en la retirada de dictaduras militares contaron históricamente con la restauración democrática como desvío. En nuestra corriente, a esto se le llamo “contrarrevolución o reacción democrática”. Por esto, una enorme originalidad y potencialidad revolucionaria del actual proceso es que este va de lleno en contra la democracia burguesa.

Esta crisis política e institucional es orgánica: están cuestionadas todas las instituciones (los partidos tradiciones de la burguesía, la UCR y el PJ, así como también las diversas burocracias que históricamente han dominado y expropiado la conducción y organización del movimiento de los trabajadores). Es esto lo que abre la posibilidad histórica de recomposición global de los trabajadores al calor del proceso que ha comenzado y que hoy solo puede ser revolucionaria.

Por esto mismo, en la Argentina, luego del Argentinazo, se está abriendo un desafío histórico para la izquierda revolucionaria, que se debe enfrentar, con el máximo de seriedad y responsabilidad.

El nuevo gobierno: usurpación, ilegitimidad y antidemocracia

Para cerrar la crisis revolucionaria abierta, la burguesía busca expropiar al pueblo los frutos de su victoria, con un nuevo gobierno provisorio hasta el 2003. Han archivado la idea de elecciones en marzo de este año y han nombrado a un nuevo usurpador: Eduardo Duhalde. Tienen el objetivo de que éste, de espaldas a la legitimidad que viene del terreno de la democracia burguesa, permanezca por dos años. Intentan legitimar este gobierno y este régimen afirmando simplemente la continuidad hasta el 2003, buscando cerrar o desviar el proceso revolucionario abierto, impidiendo toda posibilidad de una discusión global sobre los destinos del país. Claramente una vía de hecho, antidemocrática, lo que no quiere decir que necesariamente les vaya a resultar.

Esta “salida” es profundamente reaccionaria. Podrían haber convocado a elecciones anticipadas como quería De la Sota, o a una Constituyente como inicialmente decía querer la Carrió. Pero no. El PJ y la UCR tienen un profundo terror a que incluso en su propio terreno las cosas se les vayan de las manos y se acentúe su tremendo deterioro. Han robado así el derecho al voto popular, el que si bien ha venido siendo utilizado desde 1983 como instrumento de engaño de las masas, al mismo tiempo expresa distorsionadamente un elemental derecho de la gente a decidir. Este derecho debe ser transformado de formal en real, por medio de la democracia directa. Esa es nuestra perspectiva, aunque al mismo tiempo estamos en contra de la usurpación antidemocráatica del derecho del voto popular.

Con esta usurpación pretenden algo más importante aún: desconocer, negar, enfrentar e incluso reprimir la democracia directa y de hecho que comienzan a ejercer las masas en las calles. Esta experiencia, de profudizarse y desarrollarse, pondrá en cuestión el nuevo gobierno emergente.

Contra esta “salida” tramposa y antidemocrática debemos luchar los socialistas revolucionarios. Tratan de que el Argentinazo se reabsorba, sin cuestionar la continuidad de la propiedad capitalista y de su Estado. Intentarán por todos los medios dividir el “frente único” fáctico de los oprimidos que ha sido el motor del Argentinazo. Trataran de enfrentar a los “sectores medios” con los sectores más pobres de la sociedad, en la búsqueda de una base social para su poder.

Los revolucionarios debemos trabajar en una perspectiva opuesta. En la vía de una verdadera revolución, consciente, de los trabajadores y los sectores populares, democrática y autoorganizada, la revolución socialista, único camino por el que se podrán resolver los más urgentes problemas de las masas: el hambre, el trabajo, la salud y la educación.

Pero para esta revolución las condiciones de conciencia política y de clase y las tareas organizativas serán primordiales. La tarea central hoy, a la que deben confluir todas las reivindicaciones, es impulsar los organismos, las formas de un doble poder, los que al calor del Argentinazo, aún no han surgido en la escala de masas que es necesario. Porque este doble poder es la absoluta condición de posibilidad para que el Argentinazo verdaderamente vaya hasta el final.

Impulsar la construcción de formas de poder desde abajo

Con la caída de De la Rúa y Rodríguez Saá y la instalación del nuevo gobierno asistimos a dos posibles vías de desarrollo. La primera es la reabsorción capitalista de la crisis, en las distintas variantes políticas y económicas que puedan estar por delante. La feliz conclusión para la clase dominante tiene como premisa el entierro de las inmensas potencialidades de lucha abiertas por la rebelión popular. O, por lo menos, su regimentación hacia una senda controlada por la clase dominante. Hay que decirlo con todas las letras: si la democracia capitalista tiene un carácter general de trampa y de desvío, en las condiciones actuales de cuestionamiento del modelo económico las elecciones no pueden ser en sí mismas una salida para los sectores populares que pusieron el cuerpo para echar al gobierno. La vía que los socialistas del MAS planteamos es luchar por un Argentinazo consciente y organizado que pueda superarse a través de la perspectiva de la revolución socialista. Aunque al mismo tiempo reivindicamos los elementales derechos democráticos y denunciamos el carácter usurpador e ilegítimo del nuevo gobierno provisional. Y estamos dispuestos a luchar en primera línea contra todo zarpazo antidemocrático y reaccionario del actual gobierno y régimen político.

A riesgo de repetirnos, la primera tarea es llevar a cabo un balance de la gran rebelión popular. Años de luchas de resistencia no producen el magnífico aprendizaje que los sectores populares obtuvieron los pasados días. Debemos apoyarnos, principalmente, en la experiencia vivida para impulsar un camino anticapitalista en el que los trabajadores emerjan como polo político y social independiente.

En este marco, una limitación del Argentinazo (mirado desde otro punto de vista) es precisamente su “espontaneidad”: el próximo deberá ser organizado, y deberá apuntar al cuestionamiento del capitalismo como tal. Se trata de tomar en nuestras manos la resolución de todas las tareas que el poder burgués y su estado se han demostrado incapaces de resolver. Se trata de desarrollar lo que comienza a “estar en el aire”: tomar el ejemplo de los cacerolazos, donde la gente decide a mano alzada los pasos a seguir. Organizar los reclamos por comida y planes de empleo como incipientemente se comienza a hacer en los barrios populares. Seguir el ejemplo de los padres y vecinos de Floresta, que se están juntando para exigir justicia. Lo mismo que los “comités de lucha” o coordinaciones en los distintos lugares de trabajo.

Desarrollar a todos los niveles la más amplia organización independiente de los trabajadores y los sectores populares. Los plenarios, coordinadoras, comités de lucha, congresos, etc, en la perspectiva de establecer un verdadero doble poder en el país. Y es en este terreno, en el de la organización independiente, de la configuración de “doble poderes”, que nos debemos empeñar con ahínco.

Trabajar en la perspectiva de la revolución socialista

“Es necesario que (…) el hombre derrotado pruebe de nuevo con el mundo de afuera. Lo que va a surgir no está todavía decidido (…) el futuro no cae sobre los hombres como destino, sino que es el hombre el que cae sobre el futuro y penetra en él con lo suyo. El saber que necesita del valor , y sobre todo de la decisión, no puede revestir, sin embargo, la forma más corriente del saber anterior: la forma contemplativa. El saber solo contemplativo se refiere necesariamente a lo concluso y, por tanto, pasado, y es impotente para el presente y ciego para el futuro (…) El saber necesario para la decisión reviste en su mismo sentido otra forma: una forma no solo contemplativa, sino mas bien una forma que va con el proceso, que se juramenta activa y partidistamente, a favor del bien que se va abriendo camino, es decir, de lo humanamente digno en el proceso (…) La actitud ante este algo no decidido, pero decidible por el trabajo y la acción mediata, se llama optimismo militante” (Ernst Bloch, “El principio esperanza”, Pág. 190. Biblioteca Filosofía Aguilar).

Solamente el pueblo que ha puesto el cuerpo en las calles tiene derecho a disfrutar los beneficios de la victoria que su irrupción creativa y espontánea posibilitó. Ahora debe procesar políticamente su combate para poder darle una perspectiva, un programa y una dirección propia. No debe dejarse usurpar su victoria.

Hacia delante se abren y solo pueden abrirse dos alternativas: o la reabsorción capitalista del Argentinazo o un Argentinazo que vaya hasta el final. Esto es, la perspectiva de una verdadera revolución social, que transforme las estructuras económicas, políticas y sociales del país, que lleve al poder a la clase trabajadora.

Es evidente que la burguesía va a trabajar por reabsorber la crisis tanto en el terreno económico como en el político: debe superar la bancarrota económica y debe superar el inmenso deterioro que existe en su forma actual de dominación. Esto lo intentará por distintos caminos. Habrá que ir siguiéndolo mediante “el análisis concreto de la situación concreta” en medio del vértigo de los acontecimientos.

Y frente a esta realidad, frente al intento de reabsorción capitalista del Argentinazo, no puede haber más alternativa que llevarlo hasta el final. Y llevarlo hasta el final significa preparar y hacer la revolución socialista. Con ese objetivo los socialistas tenemos que aportar el contenido político preciso que se desprende de la autoactividad desplegada en esta jornada: la conquista de manera democrática y autodeterminada del poder político por parte de los trabajadores y el relanzamiento de la perspectiva del socialismo a escala nacional e internacional.

Hay que trabajar sobre todos los elementos que son condición de posibilidad para ello: las formas de organización, conciencia, programas y partidos revolucionarios. Esta recomposición revolucionaria de los trabajadores es la mediación que puede volver posible que el Argentinazo derive en revolución socialista. Y para esta perspectiva nos ponemos humilde pero firmemente a trabajar. La izquierda revolucionaria deberá probarse en la acción, buscando formas de frente único revolucionario, en la perspectiva de construir un gran partido socialista revolucionario de los trabajadores en medio de la actual situación. Este partido hoy es absolutamente imprescindible para el desenlace socialista del Argentinazo.

Por Roberto Sáenz - Isidoro Cruz Bernal, Revista SoB n° 10, enero de 2002

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