Mar - 6 - 2013

“Eduardo Galeano escribió que América Latina tiene sus venas abiertas. Por ellas navegó Hugo Chávez para imponer su revolución bolivariana. Pero en el lecho de la muerte que nunca aceptó, el líder de las mil caras supo que su viaje revolucionario se quedó a medio de camino. Seguramente se repitió a sí mismo las últimas palabras, tantas veces leídas de su mítico Simón Bolívar: ‘He arado en el mar y he sembrado en el viento’.”
(Daniel Lozano, La Nación, 09/03/2013)

Ayer miércoles 5 de marzo a las 16.25 moría Hugo Chávez después de dos largos años de luchar contra el cáncer. Socialismo o Barbarie se solidariza con todos los simpatizantes del mandatario, en su hora más dolorosa. Sin embargo, esa misma muerte nos obliga a todos a hacer un balance luego de 14 años prácticamente ininterrumpidos de Chávez en el poder, a lo que nos dedicaremos en esta declaración.

Lo primero que hay que decir a modo de balance, ahora que la vida de Chávez ha llegado a su fin, es que en su obra se quedó a mitad de camino, o menos aun que la mitad. La gestión de Chávez se basó en una serie de presupuestos, la más de las veces no confesados. Dos aspectos configuraron sus puntales estructurales, nunca cuestionados. El primero, la propiedad privada. Claro que Chávez llevó adelante un conjunto de estatizaciones al estilo del nacionalismo burgués del siglo pasado y haciendo esto rompió con el neoliberalismo ambiente e hizo de Venezuela una nación independiente del imperialismo. Pero nos estamos refiriendo a otra cosa que el comandante no hizo: expropiar a la burguesía como tal. La burguesía permaneció al frente de la economía del país y si pasó a la oposición política en masa contra el líder bolivariano, este nunca cruzó la barrera de desalojarla como clase realmente en el poder. El estado venezolano permaneció como un estado capitalista.

Íntimamente vinculado a lo anterior y a la crisis que la democracia burguesa tradicional arrastraba con el estallido de su clásico bipartidismo, Chávez llevó al extremo una forma que podríamos “plebiscitaria” donde la sucesión de elecciones generales y la consulta al pueblo “por sí o por no” mediante el voto universal se hizo cotidiana. Sin embargo, los métodos plebiscitarios no fueron otra cosa que una “forma extrema” de democracia burguesa que jamás dio lugar a la puesta en pie de organismos de poder de los explotados y oprimidos. El poder siguió fluyendo de arriba para abajo y no como en las verdaderas revoluciones sociales, desde abajo hacia arriba.

Haber mantenido la propiedad privada y el poder de los capitalistas (aunque esto haya sido realizado bajo formas “novedosas”) se fundamentó en el planteo del “Socialismo del siglo XXI” que implicó el rechazo a las “formas tradicionales” de la revolución social (la verdadera ruptura revolucionaria) en beneficio de lo que el mismo Chávez dio en llamar una suerte de “proceso de transición” lento, evolutivo, sin rupturas, que en realidad nunca cuestionó el capitalismo. Esto ocurrió en consonancia con el ciclo internacional que estamos transitando, donde la crítica a las experiencias no capitalistas del siglo XX y sus deformaciones se solapan con una condena en bloque a la idea misma de la revolución social.

El telón de fondo de la gestión del chavismo fue uno donde los ideales de emancipación social fueron reemplazados por los de la “independencia latinoamericana” y el replanteo del “sueño bolivariano”: un sueño donde la “emancipación nacional” queda independizada de la ruptura anticapitalista y por lo tanto esterilizada en gran medida.

El “viaje revolucionario” de Chávez quedó más que a mitad de camino con el agravante de que ahora les toca a sus sucesores decidir qué hacer al respecto; cuesta imaginar que tengan más “audacia” que su líder en el camino de la transformación social, siendo lo más probable que se vean sometidos a una espiral de crisis crecientes de inciertas perspectivas.    

Chávez tenía enorme sensibilidad política y sintonizó muy bien con los aires que corren, distintos de los de los años 90 de imperio irrestricto del neoliberalismo. Empezó a hablar de “socialismo” y “transición al socialismo” en la segunda mitad de la década pasada luego de radicalizarse con la derrota del golpe del 2002 y el paro-sabotaje de finales de ese mismo año.

Sin embargo, a este “socialismo” y a esta “transición al socialismo” las dejó sin sus atributos básicos: la expropiación de la burguesía y el poder en manos de los explotados y oprimidos destruyendo los fundamentos del estado burgués.

Sin estas dos condiciones, lo único que se puede tener es alguna forma más o menos reformada de estado burgués. De ahí los límites estructurales de la gestión del chavismo.

Chávez palió la pobreza pero no la resolvió; la misma no podrá ser nunca eliminada sin poner todos los resortes de la economía y la nación en manos de la clase obrera.

Chávez esbozó una política latinoamericanista pero terminó entrando en el Mercosur dominado por las multinacionales que operan en la región. Chávez dio un memorable discurso en la ONU denunciando en sus narices mismas a George W. Bush, pero dependía de la diaria exportación de petróleo a dicho país y nunca “exportó” ninguna revolución anticapitalista a ningún país, dedicándose a tejer acuerdos con gobiernos capitalistas amigos más o menos progresistas. Nada que ver con el “uno, dos, tres Vietnam” que supo acuñar el Che.

La empresa de Chávez no fue el socialismo del siglo XXI, sino una forma renovada de capitalismo de Estado en las condiciones de hoy, y para colmo, con bases sociales más endebles que el del siglo pasado, que se apoyaba en la movilización de la clase obrera. Chávez se basó en el elemento “plebeyo” de la población en general y en el tradicional recurso a la monoproducción de petróleo de Venezuela, solo que beneficiado por una larga coyuntura de precios altísimos del oro negro. En definitiva, circunstancias más o menos coyunturales que en cualquier momento podrían revertirse.

Es ahí donde se coloca su “sueño bolivariano”. Chávez recolocó en el imaginario popular la gesta independentista de Simón Bolívar a comienzos del siglo XIX. Esto plantea varias consideraciones. Es un hecho que Bolívar fue el líder más radical de la lucha por la independencia latinoamericana. Su llamado a la “guerra a muerte” contra los españoles, los años que debió vagar por el territorio de la actual Venezuela y Colombia marcado por durísimas derrotas que pusieron en cuestión el sueño de la independencia misma, el planteo de la emancipación de los esclavos y muchos otros, le dieron un aura de emancipador al líder formado por pedagogos avanzados como Simón Rodríguez y bajo el ejemplo independentista de Miranda (al que se dice traicionó inicialmente).

También aceptó la generosa colaboración del gobierno revolucionario negro de Haití, que hizo realmente historia a llevar a cabo una lisa y llana revolución social contra la esclavitud imperante en la isla, una gesta no casualmente olvidada por la inmensa mayoría de la historiografía.

Sin embargo, lo que Bolívar no hizo es llevar adelante una verdadera revolución social que cuestionara el estado de cosas existente desde el punto de vista de la estructura de clases criolla. Claro, Bolívar fue traicionado por Santander, una figura mucho más conservadora que él y que selló la división de Venezuela y Colombia. Pero esta misma traición fue facilitada porque Bolívar nunca fue más allá de las decisiones de las clases dominantes criollas en sus parlamentos, que en los momentos decisivos le bajaron el pulgar a cualquier medida que fuera más allá de la mera independencia política respecto de los españoles.

Si esto ocurrió con Bolívar dos siglos atrás. ¿Cómo no volvería a ocurrir con Chávez a comienzos del siglo XXI? Su “Movimiento Bolivariano” llevó a que Venezuela se independizara políticamente del imperialismo (lo que no dejó de ser una conquista). Pero nunca se planteó traspasar las fronteras del capitalismo, tal como Bolívar en condiciones infinitamente más adversas tampoco pudo superar las barreras de la sociedad tradicional, de la que de cualquier manera era uno de los hijos pródigos.

De aquí también el carácter de la revolución encabezada por Chávez mismo. La misma comenzó no con cualquier forma de “socialismo desde abajo” como gustan pintar muchos de sus seguidores intelectuales, sino mediante un planteamiento militar con rasgos “progresistas” en 1992, pero que de cualquier modo tenía todas las marcas del sustituísmo, que sería característico del chavismo después.

Porque Chávez siempre suscitó la amplia movilización de las masas, pero de unas masas encuadradas y controladas por el PSUV (el partido oficialista del chavismo) y el aparato de Estado desde arriba, nunca apelando a su autodeterminación y a la democracia de las bases.

La gestión de Chávez siempre fue una gestión carismática: un arbitraje desde arriba sobre las contradicciones de clase del país. Chávez fue garante de determinado tipo de concesiones a las masas y de un progresivo discurso politizador que tenía por enemigos al imperialismo yanqui. También de una constante polarización con la burguesía “escuálida” y una prédica “anticapitalista”. Pero el propio Chávez siempre puso un estricto límite a todas estas apelaciones: el arbitraje que ejerció férreamente desde arriba, dando concesiones y apelando a un real reformismo del siglo XXI, que nunca afectó las bases estructurales del capitalismo en Venezuela.

Esto se conecta con otro rasgo de la gestión del chavismo. Chávez hizo verdaderas reformas, si bien limitadas, llamadas “misiones”. Estas misiones configuraron una suerte de “planes sociales” de amplio espectro que ayudaron a paliar las miserables condiciones de vida de las amplias masas en estos años de su gestión: subsidios a la maternidad, para la operación de cataratas, para tener médicos cubanos en las barriadas, a la vivienda, al desempleo, etcétera.

Sin embargo, no dejó de ser al mismo tiempo un reformismo de corto alcance. Porque Venezuela es un país marcado por la informalidad laboral, que atañe a la escandalosa cifra del 70% de su población activa. Y esta realidad estructural nunca fue modificada por el líder bolivariano, que por el contrario hizo de esta masa popular la base de su sustentación.

Detengámonos ahora en las perspectivas que se abren a partir de la muerte de Chávez. Aquí hay tres aspectos a destacar: 1) las perspectivas económicas de Venezuela; 2) qué pasará de aquí en más con el movimiento chavista y 3) las consecuencias de su muerte en Latinoamérica y más allá.

Respecto de la situación económica venezolana, la realidad es que las perspectivas no lucen nada halagüeñas. El deterioro estructural del país que Chávez no supo revertir en sus 14 años de gestión, se viene haciendo presente alrededor de múltiples expresiones, las que también dieron un toque de atención en las recientes elecciones presidenciales, donde Chávez llego a reconocer “errores de gestión”. La inflación ronda el 30% en una economía que depende exclusivamente de los petrodólares de la exportación, pero que debe importar casi todo lo demás.

Si los productos de consumo popular suelen escasear; si se han debido montar Mercales (mercados populares) para garantizar el abastecimiento a bajo precio, si el 80% de estos bienes son importados en un mundo donde se vive una suerte de encarecimiento “estructural” de las materias primas, la escalada inflacionaria no debería sorprender: ¡después de Chávez, Venezuela sigue importando todo y no produciendo casi nada, salvo petróleo!

Es esta misma escalada la que llevó hace años al desdoblamiento del tipo de cambio y que derivó el mes pasado en una enorme devaluación del Bolívar que seguramente ya se está traduciendo en renovadas remarcaciones de los precios.

Este ajuste económico en regla decretado por el hasta ahora vicepresidente Maduro, significa una rebaja del salario real y será seguramente fuente de renovadas presiones y crisis en un horizonte inmediato de racionalización económica más o menos antipopular.

Si a esto se le añade la criminalidad endémica que asola al país, los problemas de infraestructura como los que se revelaron en los incendios en las petroquímicas y cárceles de meses atrás, y otros tantos flagelos sociales como la carencia de vivienda que deriva en una inmensa crisis habitacional, ya se tiene un panorama acerca de las acechanzas vinculadas con la economía del país que están por delante para el chavismo sin Chávez y que serán fuente, una y otra vez, de crisis.

Sobre esta endeble base material basada solamente en la exportación de petróleo (que cuenta por ahora con el dato favorable de que no hay estimaciones a la baja de su precio en lo inmediato), se coloca un factor eminentemente político: el del futuro del chavismo. Es que Chávez resolvía sobre su figura la autoridad y el arbitraje incuestionado del conjunto de las relaciones sociales del país. Se trataba de una figura “carismática” que será muy difícil, sino imposible, reemplazar. Y los problemas de esta circunstancia se agravan debido a las propias bases sociales endebles del poder chavista. La realidad es que su poder se afianzó por fuera de un apoyo orgánico en las dos clases fundamentales de la sociedad: la burguesía y la clase obrera. Su base social es plebeya, popular, de las amplias masas de las barriadas, al mismo tiempo que con un fuerte apoyo en el aparato de Estado y en el ejército.

Pero son estas mismas circunstancias las que hacen en el fondo estructuralmente frágil el aparato del chavismo. Como es sabido, la burguesía escuálida está en la oposición y ahora buscará imponer a Capriles (cosa que no es la más probable en lo inmediato).

Tampoco la clase obrera orgánica ha tenido una relación lineal con el chavismo. Simpatizó en términos generales con el líder. Sin embargo la gestión de este último fue más bien populista, hizo más concesiones a la población pobre en general que a una clase obrera a la que le negó sistemáticamente concesiones y protagonismo dado que bajo Chávez, a no olvidarse, siguió imperando la forma económica de la explotación capitalista: el trabajo asalariado.

Si la base de masas fue esencialmente popular y no obrera, el gran punto de apoyo fue el Estado y las fuerzas armadasm dándose lugar a una suerte de capitalismo de Estado del siglo XXI que reeditó las gestas nacionalistas burguesas del pasado siglo.

Sin embargo, nunca debe olvidarse que el aparato de estado y las FF.AA. nunca pueden tener la “homogeneidad” y estabilidad de una clase social orgánica. Más bien lo contrario: ambos aparatos están atravesados por contradicciones y tensiones políticas y de clase, y el aparato del chavismo no es la excepción: de ahí los pronósticos de inestabilidad, conflictos y, eventualmente, rupturas en el seno del chavismo más pronto que tarde.

Los analistas ya delinean dos o tres “clivajes” generales en este sentido. El primero tiene que ver con las líneas divisorias que se vienen esbozando en el chavismo mismo. Maduro es el jefe del ala que se ha impuesto hasta ahora, pero Diosdado Cabello es el líder de la otra ala.

Si no hay muchos análisis que señalen qué es exactamente lo que los divide más allá de las ambiciones de poder, es evidente que el futuro curso del chavismo de aquí en más (si hacia la izquierda o hacia la derecha o algún tipo de variante intermedia) va a desatar pujas y polémicas mientras que se jura unidad en honor al líder fallecido.

Otra fuente de inestabilidad serán seguramente las fuerzas armadas. Han lucido incondicionales a Chávez en estos años; sin embargo, en su seno comenzarán seguramente ahora los interrogantes acerca del futuro.

En cualquier caso, las instituciones estatales son un factor derivado que nunca podrían resolver por sí mismas las contradicciones sociales que ahora necesariamente van a emerger y que se pondrán sobre la mesa a la hora del rumbo que en definitiva asumiría un eventual gobierno de Maduro.

Nos queda todavía abordar otro aspecto de importancia de la muerte de Chávez: el impacto regional de su fallecimiento. Es que indiscutiblemente el gobierno de Chávez fue parte de este ciclo regional de rebeliones populares a las que ayudó a reabsorber pero no cerrar. Para dónde vaya el péndulo político a partir de su muerte no es un problema menor.

En lo inmediato Maduro seguramente ganará las presidenciales; eso señalan todos los analistas. Sin embargo, la crisis en el chavismo podría comenzar muy rápido: el día después de su triunfo electoral, si no antes. Insistimos: el chavismo debe resolver algo que ni siquiera luego de la reelección en octubre, Chávez logró hacer dado el recrudecimiento de su enfermedad: el curso político que tomará de aquí en más.

Es verdad que el panorama internacional no ha cambiado en gran medida: la crisis capitalista prosigue, lo mismo que el desprestigio del neoliberalismo internacionalmente, más allá de que este siga dando la tónica de la economía mundial a pesar de todo. Las modificaciones que se están procesando son más geopolíticas que estructurales.

Pero en cualquier caso, es muy difícil (si no impensable) que Maduro pueda tener la capacidad de arbitraje que tenía Chávez, más aún cuando en la propia Venezuela se venían acumulando tensiones y contradicciones que siquiera el propio líder alcanzaba a resolver.

Una desestabilización de Venezuela, evidentemente, no dejará de impactar en toda la región. Si se produjera, podría significar un toque de rebato al debilitamiento o final de este tipo de gobiernos progresistas, en todo caso en su forma más “extrema”.

Este no es un escenario mecánico: en la Argentina, Néstor Kirchner murió y luego Cristina fue reelecta y se afianzó en el poder. En Brasil, el PT se encamina hacia la reelección de la mano de Dilma Rousseff. Lo mismo podría ser en el caso de Evo Morales en Bolivia. Y en Ecuador, Correa acaba de ser reelecto.

Pero la muerte de Chávez coloca un enorme interrogante acerca de las perspectivas del “progresismo”, sobre todo en los países donde parece estar más “asediado” por crecientes problemas, como es el caso de la Argentina misma.

La emergencia del chavismo en las últimas décadas recreó los sueños del “socialismo nacional” en nuestro continente. Muchos ex dirigentes y militantes provenientes de la tradición del marxismo revolucionario se pasaron a las filas del chavismo y ayudaron a recrear la idea de una “Patria Grande Latinoamericana” y una “América Nuestra”, aunque sin expropiar al capitalismo y sin la toma del poder por parte de la clase obrera.

Pergeñaron “transiciones” sin ruptura anticapitalista, y la construcción del “socialismo aquí y ahora” mediante comedores y roperos populares sin la expropiación de los grandes medios de producción.

Sus formas cooperativas, dicen ellos, podrían “anticipar” el socialismo que viene, un “socialismo”, además, que no requeriría de la centralidad de la clase obrera sino de un sujeto “multisectorial” cuya base central serían las barriadas populares, los indígenas, los campesinos y no los grandes lugares de trabajo urbanos.

Cuestionan los fundamentos del socialismo supuestamente “eurocéntrico” y, haciéndole un mal honor a Mariátegui, sueñan con la “creación heroica” de un “socialismo nacionalista” que no se base en ninguna de las enseñanzas históricas de la lucha de clases obrera y socialista en el mundo.

Pero la muerte de Chávez acerca la hora de una rendición de cuentas con esta adaptación a los límites del chavismo y a la ensoñación (y financiamiento) emanada de su figura y movimiento.

En la hora de la probable crisis del chavismo, el marxismo revolucionario tiene la tarea de hacer un balance crítico del chavismo y reafirmar las perspectivas estratégicas del socialismo revolucionario, plantándose tácticamente la unidad de acción contra cualquier intento trasnochado de golpismo que pueda aparecer en el horizonte.

Declaración de la corriente internacional Socialismo o Barbarie, 6 de marzo de 2013

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