Jun - 4 - 2013

“La clase obrera, las fuerzas de la izquierda, la juventud de Turquía están saliendo de un período de extrema pasividad política. Si no fuese por la incesante lucha librada por el pueblo kurdo, Turquía habría sido un desierto en términos de luchas de masas durante los últimos 15 años por lo menos, interrumpido excepcionalmente por la lucha de los trabajadores de Tekel (compañía de tabaco y bebidas alcohólicas privatizada) en el invierno de 2009-2010, vendida por la burocracia. Resulta aventurado decir que el movimiento ya está en un punto de no retorno. Pero el espíritu es definitivamente uno de auto confianza recuperada por parte de las masas. Lo más importante es ver cómo reaccionará la clase obrera organizada”
(Sungur Savran, DIP, 31-05-2013)

El día de hoy, 4 de junio, se cumplen ya cinco días de masivas movilizaciones callejeras en Turquía, que adquirieron fuertes rasgos de rebelión popular. Barricadas por doquier, fuertes cargas policiales, al menos dos muertos confirmados, miles de heridos y otros tantos de detenidos, son los hechos que configuran un escenario de fuerte crisis política en un país que hasta ahora venía siendo un modelo de estabilidad en una región convulsionada.

La reciente convocatoria a una huelga general de 48 hs. por parte de los sindicatos del sector público (KESK) y de una de las confederaciones generales (DISK) plantean la posibilidad de que la rebelión pegue un salto cualitativo, en el caso de confirmarse el ingreso a escena de sectores de la clase obrera.

La consigna levantada por decenas de miles de personas ya es directamente la renuncia del primer ministro Erdogan, islamista y neoliberal, del “Partido de la Justicia y el Desarrollo” (AKP por sus siglas en turco).

Un sabor de Tahrir en Taksim

Una semana atrás había comenzado un acampe en el parque Gezi cercano a la plaza Taksim, situados en la parte europea de Estambul. Este acampe, llevado a cabo por un pequeño núcleo de activistas juveniles, tenía como objetivo impedir que se llevaran adelante los planes del gobierno de derribar el parque para construir un shopping. La policía respondió al acampe con un violento desalojo el viernes 31, que despertó la indignación popular.

A las pocas horas, miles de turcos de manifestaban contra la brutalidad policial. Estas manifestaciones también fueron reprimidas, llevando a una generalización de la protesta y de los combates callejeros.

Al día de hoy, cientos de miles de personas se vienen movilizando en 70 ciudades y pueblos, incluidos la capital (Ankara), y la tercera ciudad de Europa, Estambul.

Las escenas recuerdan directamente a la plaza Tahrir en Egipto y a todo el ciclo de rebeliones populares en el Medio Oriente, además del movimiento de indignados en España y, en especial, en Grecia. El “mundo mediterráneo” como un todo parece convulsionado, mostrando los fuertes vínculos culturales, políticos y económicos subyacentes. Ellos han dado fundamento material a un “efecto imitación” que parece extenderse, sin prisa pero sin pausa, por toda la región.

Es evidente que el motivo de fondo de estas manifestaciones es mucho más profundo que la defensa de los árboles de la plaza Taksim. Lo que hay detrás es un profundo descontento con el gobierno de Erdogan, quien llegó al poder hace más de 10 años (en 2002) y desde entonces llevó adelante una profunda transformación del país.

Su política económica fue de privatizaciones, flexibilización laboral y apertura a las inversiones extranjeras, lo que permitió un enorme crecimiento económico pero basado en una profunda desigualdad social. Turquía pasó a ser la primera potencia económica de la región, con un PBI que está entre los primeros veinte del mundo, duplicando inclusive al egipcio.

Esto se llevó adelante mediante duros golpes a la clase obrera turca, e implicó una profunda transformación en los espacios urbanos en beneficio de los ricos, con obras faraónicas desarrolladas en función del beneficio capitalista y no de las necesidades populares. El proyecto de Plaza Taksim, por lo tanto, es sólo un símbolo de lo que ya venía ocurriendo hace rato, y por eso no es casual que la rebelión haya empezado por ahí.

Esto se combina con problemas político-culturales profundos. Turquía es hoy una democracia burguesa con una histórica tradición laica, rasgos únicos en su género en los países de Medio Oriente.

El gobierno de Erdogan intentó comenzar a revertir esto, mediante la introducción de preceptos religiosos para controlar la vida civil: la forma “moderada” de imponer la sharía, ley islámica. Esto se traduce en ataques a las mujeres y sus derechos (como el derecho al aborto), en la restricción de la venta y consumo de alcohol, en la proliferación de mezquitas (que ya superan por mucho a la cantidad de escuelas existentes), etc.

En el aspecto político, Erdogan ejerce un gobierno que, si bien está basado formalmente en una democracia de tipo occidental, presenta rasgos crecientemente represivos y autoritarios. Miles de activistas están presos bajo las leyes “antiterroristas”, en especial los de la minoría étnica kurda que pelean históricamente por su derecho a la autodeterminación nacional. Lo más común es que las manifestaciones terminen en violentas represiones policiales, como ocurrió en la del último primero de mayo en ocasión del Día Internacional de los Trabajadores. También Turquía es primera en el mundo en la detención de periodistas.

A esto se le suma la intervención turca en la guerra civil siria. Aquí su rol es apoyar política y económicamente a los grupos islamistas del país (centralmente los Hermanos Musulmanes), con el objetivo de imponerlos como dirección político-militar del bando rebelde, cooptando su rebelión popular e intentando liquidar sus aspectos progresivos.

En esta tarea, realiza un gran servicio al imperialismo yanqui y en especial a las monarquías del Golfo, que quieren instrumentalizar la rebelión contra sus enemigos en la región. Esta intervención trajo serios problemas a Turquía, poniéndola al borde de la guerra con Siria y reproduciendo sus conflictos en su propio interior. De ahí que la población movilizada exige también que Turquía no se meta en el conflicto sirio.

La enorme importancia de Turquía como potencia regional

Turquía es un país que está situado en su mayor parte en Asia, pero que tiene una porción también en Europa, cruzando el estrecho del Bósforo. Allí es donde se encuentra Estambul, la ciudad más poblada del país y la tercera más grande de toda Europa. Por lo tanto, por su geografía, por su historia y sus rasgos culturales, Turquía es una puerta entre Europa y Medio Oriente.

Tuvo una enorme importancia histórica como núcleo del Imperio Otomano, que gobernó la mayor parte del mundo islámico durante 400 años (hasta su derrota en la Primera Guerra Mundial).

Actualmente, es parte de la OTAN, siendo por lo tanto un eslabón de la estrategia político-militar imperialista en Medio Oriente. Forma parte de una unión aduanera con la Unión Europea, y desde 2005 intenta incorporarse a la Unión Europea, hasta ahora sin lograrlo. Forma parte del G-20, el grupo de las principales potencias y países emergentes del mundo.

Su población es de más de 70 millones de personas, y su PBI está también entre los primeros 20 del mundo. Los últimos años, su economía viene creciendo a un 8 por ciento anual, con un importante crecimiento industrial, especialmente en el sector de exportaciones. Posee, por lo tanto, una poderosa clase obrera, aunque políticamente está en un estado de debilidad por las privatizaciones y las derrotas.

Turquía es tomada por el imperialismo como un “modelo exitoso” en el terreno económico y en el político. Intenta utilizar su ejemplo para cooptar y reabsorber el ciclo de rebeliones populares en Medio Oriente (la “primavera árabe”). El gobierno turco es uno de los principales inspiradores de los Hermanos Musulmanes en Egipto, en Túnez y en otros países.

Todo esto explica la enorme importancia política que tiene la rebelión popular en Turquía. En caso de extenderse y profundizarse, significaría poner en cuestión a un actor muy importante del operativo reaccionario de estabilización política llevado a cabo por el imperialismo y sus socios en Medio Oriente.

Más aún, pone en cuestión la estrategia imperialista de control militar de la región, dada la pertenencia y el rol de Turquía en la OTAN.

Por último, en el caso de que clase obrera, en especial los trabajadores industriales, ingresaran en la escena, significaría un terremoto político de proporciones gigantescas, que pondría seguramente al ciclo regional y mundial de las rebeliones populares en un nuevo nivel.

Los indignados de Turquía

“He vivido en Estambul por 40 años. Nunca vi días como los últimos
dos en mi ciudad. Nunca pensé que viviría tiempos como estos.”

(Cengiz Çandar, conocido periodista turco,
Al-Monitor, 02/06/2013).

El sector social que participa en las movilizaciones es muy similar al del resto de la Primavera Árabe y de los indignados en Europa. Están motorizadas por la juventud, en especial los sectores laicos y progresistas. Atrás de ellos se ven arrastradas capas medias universitarias y profesionales, sectores de la clase obrera más estructural, y de los sectores empobrecidos en general.

Entre los manifestantes se encuentran izquierdistas, sectores políticamente “liberales” que pelean contra el copamiento religioso, mujeres y minorías sexuales que luchan por sus derechos, trabajadores que exigen el derecho a sindicalizarse y a negociar sus condiciones de trabajo, minorías étnicas o religiosas (kurdos, alevíes, etc.), grupos ecologistas, etc.

Por otro lado, el régimen conserva su fuerte base social en los sectores más conservadoramente religiosos, que son predominantes en la población rural y en sectores urbanos empobrecidos

Por otro lado, el régimen tiene su fuerte base social en los sectores más conservadoramente religiosos, que son predominantes en la población rural y en los sectores urbanos empobrecidos que como en Egipto y otros países dependen de las organizaciones de caridad islámicas. Y, por supuesto, también tiene el sostén de aquellos sectores de todas las clases sociales que vieron mejorar su situación económica en los últimos años.

En las elecciones de 2011, Erdogan resultó ganador con el 50 por ciento de los votos, y conserva todavía una importante base de apoyo, aunque no está claro cómo se verá afectada por estos acontecimientos.

La rebelión popular en Turquía puede servir de nexo entre los procesos de rebelión de Medio Oriente y los de Europa.

De los primeros, parece mantener sus aspectos de lucha contra el autoritarismo político y la imposición religiosa (rasgo similar al de las peleas actuales en Egipto). De los segundos, toma una denuncia fuerte a las políticas económicas neoliberales, y una influencia política-ideológica relativamente mayor de las tendencias izquierdistas (comunistas, anarquistas, autonomistas, ecologistas, etc.). Y de ambos toma sus rasgos universales, como la centralidad de la juventud, el fuerte uso de las redes sociales, los métodos de la “ocupación”, etc.

El ciclo de rebeliones populares ataca de nuevo

Los hechos en Turquía despertaron inmediatamente una enorme empatía y solidaridad internacional, que conecta también a los movimientos “occupy”, los indignados, Puerta del Sol, la Plaza Tahrir y los griegos que resisten la “austeridad” de la Troika. Una nueva forma de internacionalismo parece estar comenzando a abrirse lugar con la acumulación de estas experiencias en el plano mundial. Esto ratifica la continuidad de lo que desde nuestra corriente internacional hemos llamado un “ciclo internacional de rebeliones populares”.

El desenvolvimiento de las actuales luchas depende en fuerte medida de la intervención de la clase obrera, con la huelga general y su movilización masiva. Fue con estos métodos que se logró tirar abajo a Mubarak en Egipto, y ya está siendo planteado por decenas de miles de turcos. Dos centrales sindicales se plegaron a la convocatoria de huelga de dos días (martes 4 y miércoles 5), aunque no está claro todavía cuál es el nivel de adhesión y participación de las bases.

En cualquier caso, si las movilizaciones están enfrentando un gobierno electo con fuertes rasgos autoritarios pero no una dictadura lisa y llana (como en la generalidad del mundo árabe y el Medio Oriente); y si continúan abiertas la dinámica de movilización y la dura respuesta de Erdogan, esto podría llevar o no a la caída de su gobierno. Pero lo que ya parece seguro, caiga o no Erdogan en lo inmediato, es que la rebelión popular turca llegó para quedarse. Y no en cualquier país, sino en el más importante nexo entre Occidente y Oriente.

Por de pronto, la tarea de las corrientes revolucionarias es poner a la orden del día las tareas de la solidaridad internacional, bajo las banderas de una salida al servicio de las necesidades y aspiraciones de los explotados y oprimidos de Turquía y de la región.

Declaración de la corriente internacional Socialismo o Barbarie, 04/06/2013

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