Feb - 9 - 2012

“-Hace dos años, a raíz del avance de la izquierda en los gremios, usted dijo que ‘la zurda está aprovechando lo que no pudo hacer en sus mejores momentos porque el peronismo no se lo permitió’. ¿Sigue pensando lo mismo?

“-Sí, seguro. El mundo va por otro lado, pero hoy la zurda acá parece que fuera libremente, hace lo que quiere” (Oscar Lescano, histórico dirigente de Luz y Fuerza, en La Nación, 4 de diciembre del 2011)

Una década ha pasado desde las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de diciembre del 2001. La emergencia de un movimiento popular espontáneo de los explotados y oprimidos colocaba sobre la palestra el cuestionamiento más profundo a la Argentina capitalista que se producía en el país desde el Cordobazo de finales de los años 60. Los movimientos de desocupados combativos, las asambleas populares y las fábricas recuperadas configuraban un movimiento social que aportó enseñanzas estratégicas a la experiencia histórica de la clase obrera argentina. Una experiencia que, andando los años, ha reencarnado en el proceso más revolucionario que se vive hoy entre los de abajo: la emergencia de una nueva generación obrera que cuestiona, de manera creciente, el monopolio de su representación por parte de la burocracia sindical, un todavía incipiente “nuevo clasismo”.  

Este aniversario, además, ocurre en momentos en que el reelecto gobierno de Cristina Kirchner ensaya un giro hacia la derecha comenzando a descargar un ajuste económico, que no configura otra cosa que un ataque en regla al salario directo e indirecto de los trabajadores.

Mientras la burocracia de la CGT parece estar sumiéndose en una crisis que la puede terminar dividiendo, hay en el país hay un “tercer actor”, independiente del gobierno, la burocracia y la oposición patronal en todas sus variantes: el proceso de recomposición obrera sindical y política.  

De la rebelión popular a la recomposición obrera pasando por el kirchnerismo

De diez años a esta parte, a modo de puente entre esos días y los actuales, se intercaló el fenómeno del kirchnerismo. Se trata del personal político burgués que, como ya hemos señalado en otras oportunidades, mejor supo leer esos acontecimientos y se lanzó de lleno a una política de reabsorción de sus aristas más radicalizadas. ¿Qué significó esto? Simplemente, que supo cómo quitar a las demandas que emergían desde abajo sus costados más cuestionadores, haciéndolas “pasivas” en el sentido de “resolverlas” desde arriba y estrictamente en los marcos del sistema, de paso “estatizando” parte de la flor y nata de esos movimientos de lucha.

Se recreó así una suerte de adelgazado “reformismo”, que en las últimas décadas había parecido quedar en la noche de los tiempos, pero que siempre reemerge cuando a los capitalistas los aprieta realmente la lucha de clases. Así lo hemos podido observar en varios países latinoamericanos en la última década: Venezuela, Bolivia, Ecuador…

Creando empleo superexplotado por el expediente de la devaluación duhaldista, se respondió al dramático problema del desempleo de masas, al tiempo que se “adscribió” al Estado casi todo lo que de sustancial quedaba del movimiento piquetero. Transformando en inestables cooperativas la generalidad de las empresas recuperadas, las puso a competir en el mercado capitalista y cristalizó su eventual desarrollo ulterior (que podía apuntar a cuestionar el capitalismo) por una equivocada vía puramente “economicista”. La excepción es la ceramista Zanón, que sin dejar de ser una cooperativa igualmente sometida que las demás a las leyes de la oferta y la demanda (más allá de las frases autoproclamatorias del PTS), tiene el inmenso valor de ser una experiencia que se ha mantenido independiente en los últimos diez años.

A los reclamos de “radicalización democrática” (que emergieron con el “Que se vayan todos” de las asambleas populares) se les administró una “medicina progresista” conscientemente estrecha, desplazando el enfoque del cuestionamiento: de las instituciones de la democracia capitalista a una relegitimación de estas mismas instituciones por el expediente de volver a poner en la agenda el castigo de algunas de las figuras más emblemáticas de la dictadura de 1976.

Sin embargo, no todas han sido rosas para la obra de estabilización del kirchnerismo. No ha tenido igual éxito con respecto a lo más estratégico que dejó colocada la semilla del cuestionamiento de diez años atrás: el hecho que la rebelión popular haya llegado a las entrañas de la clase obrera argentina.

Sobre la base de una recuperación material, como subproducto del crecimiento económico, y de la emergencia de una nueva generación que entró a trabajar, comenzó a ponerse de pie una amplia vanguardia obrera que viene cuestionando la dominación de la burocracia sindical en los lugares de trabajo. De ahí que sea tema de conversación permanente entre burócratas, empresarios y gobierno que “la zurda está metida en las comisiones internas”, como se angustia Lescano.

Es precisamente esta “zurda” que comienza a hacer pie entre porciones de amplia vanguardia de la clase obrera argentina la herencia más profunda, estratégica y revolucionaria del Argentinazo, y el proceso al cual hay que apostar todo en la perspectiva de avanzar en una transformación obrera y socialista del país.

“Bonapartismo con faldas”

Hace varias décadas ya, el gran historiador marxista revolucionario Milcíades Peña caracterizaba a Eva Perón como una suerte de figura “bonapartista con faldas”. ¿Qué quería decir? Que Eva y Juan Domingo Perón eran figuras que se colocaban aparentemente por encima de las clases sociales, dando concesiones a los sectores populares para evitar que desbordaran con sus luchas los marcos del capitalismo de aquellos años, al mismo tiempo que usaban estas mismas concesiones para liquidar todo lo que de independencia pudiera haber en las acciones de los trabajadores. Esta ubicación se ha llamado habitualmente en el marxismo “bonapartismo”, y como la que encaraba las tareas más arteras de la persecución a la vanguardia bajo el primer peronismo era precisamente “Evita”, Peña le agregó las “faldas” a la categoría. Algo que vale la pena recordar: contra el “revival” y la fetichización de su figura en las filas K e incluso en sectores que se dicen trotskistas como el Partido Obrero, la realidad es que Eva Perón tomó a su cargo las tareas más pérfidas de cooptar o perseguir a los mejores activistas obreros independientes en la segunda mitad de la década del 40.

De la segunda mitad de siglo XX a esta parte muchas cosas han cambiado. El nuevo bonapartismo light con faldas de Cristina (y Néstor) tuvo mucho menos que ofrecer, aunque alcanzó relativamente para estabilizar la situación, porque ante el derrumbe que significó la década del 90, cualquier mínima mejora fue visualizada por los sectores populares casi como el mejor de los mundos.

Sin embargo, la crisis económica que atenaza hoy al mundo parece estar llegando a nuestras orillas para poner las cosas en su lugar. Mientras que los “gestos de autoridad” de Cristina se multiplican, los ministros De Vido y Boudou no pasan día sin anunciar nuevas medidas de ajuste económico (aunque todavía la mayoría de la población no es del todo consciente de ese carácter porque son vendidas como para afectar “solamente a los sectores pudientes”).

Si ya la inflación comienza a ser una señal de alerta, amplios sectores de votantes de Cristina se irán dando cuenta en los próximos meses que “algo no anda bien”. Esto ocurrirá cuando finalmente comiencen a llegar las facturas con la triplicación o cuatriplicación del precio de los servicios; segundo, cuando el boleto de trenes, colectivos y subtes también se multiplique, y tercero, cuando al unísono gobierno, burócratas y empresarios insistan en que “hay cuidar los puestos de trabajo” (es decir, no reclamar por salarios).

Es esta realidad la que va a producir en 2012 un verdadero choque entre las expectativas de la población trabajadora y los hechos. Porque se votó a Cristina el 23 de octubre pensando que el país estaba “blindado”. Pero no solamente esto de ninguna manera es verdad, sino que Cristina se apresta a administrar una durísima medicina de la cual no dijo palabra en los larguísimos meses de la campaña electoral.

Ni siquiera el FIT del PO y el PTS fue capaz de alertar acerca del ajuste que venía, embarcado en su política de “meter diputados” y enemistarse lo menos posible con los votantes de Cristina, a los que se llamaba a cortar boleta.

De ahí que en estas páginas vengamos insistiendo en que 2012 en nada se va a parecer al año anterior: será un año de crisis, contradicciones incrementadas y duros conflictos obreros.

La burocracia como “muro de contención” y la estrategia de la izquierda

Es esta realidad la que está desatando, aceleradamente al parecer, una crisis de importancia en el seno de la CGT. Ya durante 2011 Cristina se encargó de ponerle estrictos límites a los reclamos de Hugo Moyano. En el fondo, lo que el gobierno viene diciendo en la materia es que solamente el Ejecutivo gobierna el país, que Cristina se acaba de alzar con el 54% de los votos y no está dispuesta a compartir el poder con ninguna “corporación” (como llaman a las instituciones empresarias o sindicales no regidas por las elecciones de la democracia burguesa). Las decisiones son de la Presidenta y solamente de ella.  

Pero como trasfondo de esta crisis podría haber algo más. Es que Moyano parece haber quedado en cierto modo descolocado por el giro dado por el gobierno. El discurso permanente del kirchnerismo venía siendo el de la “profundización del modelo”. El impulsor del reparto de ganancias a los trabajadores, el abogado de la CGT Héctor Recalde, contaba que el propio Kirchner le había sugerido la iniciativa. Pero ahora resulta que la “profundización” incluye ponerle un tope estricto a las paritarias del año que viene, y al mismo tiempo buscar una cabeza más “moderada” para la CGT.

Y esto no se debe a que Moyano no haya prestado inestimables servicios al capitalismo nacional y al propio kirchnerismo. No solamente se cuidó de movilizar cuando las jornadas más calientes del 2001, sino que a partir de 2004 fue parte central del mecanismo de las paritarias, a modo de “institucionalizar” los reclamos obreros. Veamos esto con un poco más de detenimiento.

Sobre el primer aspecto señalemos que, precisamente, el déficit más grande del Argentinazo fue que los movimientos piqueteros, las asambleas populares y las fábricas recuperadas no lograron “conectar” con la clase obrera que permanecía ocupada.

En ese plano, hubo una gran discusión de estrategias al respecto en la izquierda, y, en general, ninguna corriente (ni el MST, ni el PO, ni el PTS) tuvo una orientación de “unidad de clase”, salvo el Nuevo MAS. Cada una tomó un “actor” de manera separada: las asambleas populares el primero, el movimiento piquetero el segundo y las fábricas recuperadas el tercero.

El PO jamás fue capaz de plantear este puente, y redujo el programa real de los movimientos de desocupados a los Planes Trabajar. En el caso del PTS, no sólo no se dio ninguna política para los movimientos de desocupados, sino que se circunscribió a algunas fábricas recuperadas,  sin tener tampoco una política de conjunto que partiera de la preocupación del ingreso a la lucha de la clase obrera con trabajo.

Desde el Nuevo MAS insistimos en una estrategia distinta: planteábamos la necesaria confluencia de estos movimientos de lucha en la perspectiva de establecer un “puente”, una alianza de los explotados y oprimidos, que tuviera como eje la puesta en pie en el centro del proceso de la lucha a lo más granado de la clase obrera ocupada.

Pero, en todo caso, tal fue el debate de estrategias en la izquierda, que no dirigía ni dirige el núcleo central de la clase obrera argentina. En este terreno, toda la responsabilidad le cabe a las organizaciones sindicales que representaban la mayoría de los ocupados en aquel momento (y siguen haciéndolo, aunque más debilitados, hoy): las direcciones burocráticas de la CGT y la CTA. Ambas burocracias se dedicaron, totalmente a conciencia, a dejar fuera de la lucha a la clase obrera ocupada. Llegaron al ridículo de anunciar el paro general más corto de la historia: un minuto antes que renunciara De la Rúa, el 20 de diciembre del 2001, a las siete de la tarde. La Corriente Clasista y Combativa directamente se ausentó de las jornadas del 19 y 20 de diciembre con la excusa de que se trataba de un “golpe de Estado”, al igual que la CTA.

A partir de 2004 el kirchnerismo implantó el sistema de paritarias. Esto admite dos lecturas. Por un lado, las paritarias significaron un reconocimiento a la existencia de la clase trabajadora de alguna forma como “sujeto colectivo”, superando así la fragmentación del mecanismo de negociación, lugar por lugar, característico de la década del 90.

Pero, al mismo tiempo, al entregar la negociación paritaria solamente a los sindicatos “reconocidos legalmente”, la maniobra fue dejar el monopolio de la negociación en manos de la burocracia. Que año a año, si en algunos casos amenaza o incluso declara alguna medida de fuerza, termina siempre poniendo estrictos límites a toda lucha que desborde lo que ella misma pacta con empresarios y gobiernos, evitando en todos los casos una representación votada en los lugares de trabajo.

Así las cosas, la burocracia sindical es una de las instituciones más importantes de la democracia de los ricos y, haciendo honor a esto, ha actuado como un factor estabilizador de la “conflictividad social” todos estos últimos años post Argentinazo.

Dicho lo anterior, en estos momentos se está viviendo una verdadera crisis del moyanismo con el gobierno. Mientras Moyano amenaza con escalar en sus reclamos, Pignanelli, nuevo jefe del SMATA (nombrado desde fuentes del oficialismo K como uno de los posibles “reemplazantes” de Moyano al frente de la CGT) ha dicho que estaría dispuesto a pactar salarios “por debajo del 20% si es que se logra un pacto social con empresarios y el gobierno”…

Es decir, en el seno de la CGT parece haber una crisis real y habrá que ver, concretamente, cómo evoluciona, algo que hará también a las características de las luchas en el 2012.

En todo caso, tenemos un gran desafío: que las expresiones obreras independientes y de la izquierda se planten de frente contra el ajuste de Cristina, en reivindicación de la rebelión popular, contra el ataque al salario directo e indirecto de los trabajadores y contra la persecución a los dirigentes obreros independientes. El apoyo incondicional a las luchas obreras es condición para avanzar en el proceso de recomposición obrera a partir de la realización de un Encuentro de Delegados de Base.

De esta manera, la vanguardia obrera y la izquierda pueden ir dando pasos hacia constituirse como alternativa de clase ante un eventual desprestigio del kirchnerismo, que cada vez evidencia más su naturaleza: la carta más importante que ha tenido la burguesía en los últimos años para defender el capitalismo luego de la aguda crisis de 2001.

Por Luis Paredes, Revista SoB n°26, febrero 2012

Categoría: América Latina, Argentina, Argentinazo, Debates, Revista Socialismo o Barbarie Etiquetas: ,