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May - 22 - 2008

Pasaron 40 años desde que la juventud estudiantil y obrera de París impactara al mundo con las jornadas de mayo y junio de 1968. Sus barricadas de adoquines, la huelga general que paralizó esta metrópoli imperialista, la unidad obrero-estudiantil y su crítica radical y total al “aburrido” e imperialista capitalismo galo, personificado en el reaccionario general Charles De Gaulle, son referencias obligadas de todo el ascenso de la lucha obrera y popular que sacudió al imperialismo yanqui y a la burocracia estalinista en la década del ‘60. Va aquí un recuerdo militante.

Ni tan Mayo, ni tan Francés

Al finalizar la carnicería imperialista de la Segunda Guerra Mundial, cuando las potencias victoriosas acuerdan repartirse el mundo, la burocracia estalinista entrega, en un pacto mundial de no agresión con las potencias imperialistas, no sólo la lucha revolucionaria del pueblo trabajador soviético contra el nazismo sino la perspectiva de la revolución socialista en los países capitalistas avanzados, perspectiva bien concreta en Italia y Francia. El Partido Comunista Italiano y el Partido Comunista Francés obligaron a las guerrillas y movimientos antifascistas de sus países a desarmarse y unirse a los gobiernos burgueses de “reconstrucción nacional”, de “unidad nacional” (el PCF se sumó por algunos años al gobierno del nacionalista reaccionario Charles De Gaulle). Como en los ‘30, el estalinismo repetía su política de la participación como pata de izquierda de proyectos burgueses, traicionando cualquier perspectiva de lucha política independiente de la clase trabajadora, dada su hegemonía en el movimiento obrero junto con la amarilla socialdemocracia. Así la perspectiva revolucionaria en la posguerra encontró cauce en los márgenes del sistema capitalista mundial con la revolución en China, Bolivia y Cuba, la guerra de la independencia de Argelia y Vietnam como principales frentes de la lucha de clases.

El ascenso obrero y popular mundial que se desarrolla a fines de la década del ‘60 viene a cambiar esta tendencia. Continúa la lucha antiimperialista, cuyo emblema era la lucha del pueblo vietnamita por su independencia frente al imperialismo francés primero y al yanqui después. Para respaldarla, surgen fuertes movimientos juveniles contra la guerra en los países imperialistas, como Japón, Gran Bretaña, Francia, Alemania y en especial Estados Unidos, y contra las dictaduras pro-imperialistas del “Tercer Mundo”. El ejemplo y el llamado del Che en la Tricontinental de hacer “Uno, dos, tres Vietnam” encuentran un auditorio de masas a nivel internacional. Se luchaba contra el imperialismo y sus guerras asesinas, su hipocresía de ser el “mundo libre” y sostener el apartheid de Sudáfrica, al fascista entidad sionista (“Israel”) y la OAS, franceses paramilitares que masacraron impunemente en la guerra de Argelia y que luego entrenaron en la tortura y desaparición a las fuerzas armadas argentinas que actuaron en la dictadura de Videla y Viola. Con un profundo carácter internacionalista, rodearon de solidaridad la causa vietnamita, cubana, china y palestina, entendiéndola también como lucha contra el imperialismo en su propia metrópoli. Al mismo tiempo en los propios Estados Unidos, la comunidad negra sale a luchar por sus derechos civiles y resurgen con fuerza los movimientos feminista y de liberación de las minorías sexuales. Estos movimientos fueron un factor y producto de la radicalización en la juventud. Nunca antes había irrumpido la                     juventud, estudiantil y también obrera, como actor específico de la lucha de clases.

Pero también fue un ascenso obrero. Por décadas antes del 68, el estalinismo, la socialdemocracia y el nacionalismo burgués mantuvieron en chalecos de fuerza la combatividad y espontaneidad del proletariado. En el ascenso de fines de los 60s, las jóvenes generaciones obreras arrancaron millones de su clase de estas amarras, llevándolos a la lucha de clases directa, con ocupaciones de plantas, recuperación de organismos sindicales y acciones directas en las calles en Italia, Francia, Inglaterra, Alemania, Japón y el cono sur latinoamericano. Así, el Mayo Francés comparte esta tribuna obrera con el Otoño Caliente Italiano y el Cordobazo (ambos de 1969), con el proceso de movilización y organización del pueblo trabajador chileno en los Cordones Industriales (no en la Unidad Popular), el proceso de las Comisiones Obreras contra el franquismo y la Revolución Portuguesa.

Semejante alza en la lucha de clases también puso en tela de juicio el capitalismo “reformado”, “de bienestar”, que el cinismo socialata y estalinista quiere vender como “los años dorados”. Señalan como salida, aún en los países sometidos por el imperialismo, ese conjunto de conquistas obreras y populares corrompidas por el consumismo de masas e hipotecadas con constantes aumentos de productividad, de ritmos de trabajo y de “racionalización” de la producción. A estas “mieles” capitalistas la joven generación obrera y estudiantil apuntó todas y cada de sus críticas. Y al hacerlo, denunciaron y expusieron el carácter contrarrevolucionario, traidor de la burocracia estalinista, que cubriéndose de la gloria de la revolución que sepultó, propició, además, la “coexistencia pacífica” con el imperialismo yanqui y la adaptación y asociación al imperialismo europeo. Con la ayuda de las rebeliones e insurrecciones obreras de Berlín, Budapest y Poznan (Polonia), durante la década del ’50, y con el levantamiento obrero y popular checoeslovaco, la “Primavera de Praga” ese mismo 68, hicieron estallar la ficción de las “democracias populares” y pusieron en duda el carácter revolucionario y obrero del estalinismo para grandes sectores populares y obreros. Por otra parte, la juventud estudiantil, el movimiento de liberación de las mujeres y las minorías sexuales, lo mejor de la vanguardia obrera, intelectual y artística salieron a combatir de mil y una formas el entramado cultural, ideológico y social que hace naturalizar al capitalismo. Le declararon la guerra a muerte al puritanismo moral y conservadurismo cultural, hijos del anticomunismo triunfantes luego de la Segunda Guerra Mundial. La juventud estudiantil y obrera, protagonista junto con los pueblos del “Tercer Mundo” y los oprimidos por raza, género y sexualidad, levantaron una feroz crítica en las calles, con adoquines y molotovs en mano, al capitalismo, al imperialismo, a sus cómplices estalinistas y a la ideología que los encubría.

“Obreros y estudiantes / unidos, adelante”

En Francia, la juventud estudiantil, universitaria y secundaria, radicalizada y organizada en la lucha contra la guerra de Argelia y de Vietnam, salió también por sus reclamos específicos: los contendidos educativos y las anquilosadas y autoritarias de la educación. El horizonte de una educación para ser funcional al “bienestar” artificial y limitado de un capitalismo asesino y explotador crujía con el avance de la lucha y conciencia del estudiantado. “La belleza está en la calle” (Le beauté est dans la rue) declaraban los graffitis de la calles parisinas en mayo del ‘68. La bella escuela de la lucha de clases en las calles, con las barricadas, la organización para resistir la represión, la toma de las facultades y la unidad y solidaridad con los obreros, le plantearon a una generación entera otro horizonte de vida, la posibilidad de reventar toda la mugre que se vendía como “democracia y modernización”. La juventud obrera se hizo eco de esta posibilidad de romper con lo establecido, o sea, con la explotación y creciente miseria, por más dorada que se disfrace. Así logró arrastrar detrás de sí y detrás de los estudiantes a sectores obreros enteros, arrancados de las amarras del PCF. La gran huelga general de mediados de mayo, con la toma de La Sorbona y de la Renault-Billiancourt y la marcha de masas del 13 de mayo consolidó la unidad entre estudiantes y obreros en el camino de la revolución socialista.

No fue un fetiche obrerista lo que movilizó a los estudiantes a las fábricas. Fue la comprensión de la necesidad de ganar al conjunto del proletariado para su lucha en las calles contra el reaccionario De Gaulle. Esto lo comprendió un sector importantísimo de la vanguardia obrera, su juventud. Porque jóvenes obreros combatieron a la policía y fuerzas de choque codo a codo con los estudiantes en las barricadas de Gay-Lussac, discutieron en La Sorbona la política para el momento y la estrategia revolucionaria. Encontraron los jóvenes obreros en la lucha estudiantil las ideas y referencias que buscaban para comprender y actuar contra el sistema que los explotaba. La unidad política en la acción y concepción revolucionarias es lo que unió y lo único que puede verdaderamente fusionar a obreros y estudiantes. Cualquier otra concepción de la unidad obrero-estudiantil corre el riesgo o de ser estéril pedantería pequeño burguesa (por más roja o radical que se presente) o de ser negación de la conciencia y autoactividad en la lucha socialista revolucionaria por el burocratismo y/o sindicalismo de direcciones impotentes para intervenir en la realidad. Esta naturaleza de la unidad obrero-estudiantil es una asignatura pendiente para la mayoría de las organizaciones estudiantiles que se reclaman clasistas y revolucionarias en la actualidad.

“Meramente cultural”

Está de moda plantear que el Mayo Francés fue una “revuelta o rebelión o revolución” meramente cultural. Entre entusiastas y retractores, de derecha y de izquierda, aquéllos que ven en este ascenso el origen de todos los males o todos los avances contemporáneos, suelen plantearse el Mayo Francés como una mera transformación cultural. En el mejor de los casos de la cultura, las ideas y la familia. Hay un interés evidente y expreso en muchos casos (como lo hace el estalinista Eric Hobsbawm en su comercial “Historia del Siglo XX”) en negarle el carácter político al Mayo Francés. (*)

El Mayo Francés cuestionó al arte establecido y a las vanguardias. Los artistas e intelectuales comprometidos se pusieron al servicio de la revolución y su política, su lucha cotidiana. No sólo fue el graffiti, el cine y el teatro comprometidos “con la causa”. Se le exigió a las vanguardias renovar los artes y las culturas para expresar las nuevas formas de actuar y pensar, al mismo tiempo que se les exigió estar también políticamente a la altura de las circunstancias. Ser vanguardia en todo sentido. Pero no sólo puso bajo una crítica radical a la cultura. La familia, la sexualidad, los medios de comunicación, la ideología y la educación también fueron cuestionados, criticados y transformados por la acción revolucionaria del Mayo Francés y del ascenso obrero y popular mundial. Cada etapa revolucionaria plantea un desafío radical y total a cada esfera de la vida humana, y esto es profundamente político porque problematiza el sentido y el fin de cada aspecto y las bases que lo sostienen.

Entonces, ¿qué sentido tiene decir que no fue político? ¿Acaso el cuestionamiento de la cultura no es un hecho político? ¿Acaso la cultura, la familia, el género y la sexualidad no son hechos políticos? Es imposible negarle el carácter político a un movimiento que buscó conscientemente desestructurar ámbitos tan centrales a la vida de cada individuo y de toda la sociedad. “Lo personal es político” decretaron las feministas revolucionarias, marcando que también lo que pasa en las casas y en las camas es materia de política. Reducir el Mayo Francés a algo “meramente cultural”, o que es lo mismo, negarle su carácter político, no es sólo ocultar la realidad histórica y recortarlo brutalmente, sino admitir la voluntad reaccionaria de no transformarla o bien la impotencia de no poder hacerlo. ¿Por qué? Negarle a semejante avanzada revolucionaria, que sacudió los cimientos de la V República Francesa, su carácter político, es convertirse en un conservador consumado, es aceptar la sociedad tal cual es y desentenderse de la lucha revolucionaria por y contra el poder político burgués que ordena esta sociedad. Es limitarse a cambios “simbólicos” o “pequeños” en algún “ámbito de la sociedad” y no la lucha contra todo el capitalismo. Ubicar como “cambio cultural” al Mayo Francés lo reduce a una breve provocación adolescente y niega toda la tremenda crisis política que generó, niega que su objetivo era atacar al sistema en su conjunto y a sus baluartes de derecha y de izquierda. Concebir al Mayo Francés como “revuelta o rebelión o revolución cultural” es una bandera del gaullismo contemporáneo.

Mayo y poder

Las jornadas de Mayo de 1969 en Francia fueron una lucha política contra el gobierno del reaccionario De Gaulle. Se obtuvo una victoria al conseguir al poco tiempo su agotamiento y su renuncia, su muerte política. En este sentido fue una lucha para decidir sobre los destinos de la sociedad, por el poder político. La gran huelga general de 10 millones de obreros con 122 fábricas ocupadas, que paralizó Francia por dos semanas, las marchas de decenas de miles, centenares e incluso un millón de personas en París contra el gobierno y por un cambio revolucionario fueron una clara disputa política contra un régimen capitalista conservador y represivo.

“Fuera del poder, todo es ilusión”, afirmó Lenin. Y así parecieron entenderlo los protagonistas del Mayo Francés. Lo mejor de la vanguardia no rehuía ni de la política, ni de los partidos, ni del poder. Crecieron las organizaciones de la “extrema izquierda” (dentro de las cuales se encuentra el trotskismo pero no sólo éste), se ocuparon 122 fábricas en el marco de una gran huelga general, se crearon Comités de Huelga y de Acción. Hubo embrionarias experiencias de doble poder, como en Nantes.

De ahí lo funesto de la derrota impuesta por el PCF al movimiento de Mayo. Esta formidable máquina de organizar derrotar y preparar traiciones, que contaba con la hegemonía en el movimiento obrero, actuó de nuevo, como a fines de los ‘30 y ‘40, como último bastión del imperialismo francés y del capitalismo europeo. Hizo todo en su poder para desprestigiar a los estudiantes y aislarlos de los obreros. Entregó una gigantesca huelga general por un miserable aumento salarial y la participación en las elecciones. Por esto, podemos decir que el odio abierto de lo mejor de la vanguardia hacia el PCF refleja de manera más o menos consciente la necesidad de dotarse de una dirección y organización revolucionarias que luchen por el poder político en la perspectiva de la revolución socialista, por una dictadura del proletariado que tenga por aliados al conjunto de explotados y oprimidos.

Faltó la solidez política de los cuadros revolucionarios para poner en pie un núcleo que comience a presentar una alternativa socialista revolucionaria de organización y dirección. La debilidad política de las organizaciones del trotskismo, su débil estructuración en el movimiento obrero y la heterogeneidad ideológica del movimiento (que aparte del trotskismo contenía al maoísmo, el escéptico idealismo marcusiano y al anarquismo más despolitizante) contribuyeron a la disolución del movimiento, que significó su derrota. Si bien los grupos revolucionarios crecieron y diversas luchas se siguieron profundizando (como la lucha por liberación de las mujeres y de las minorías sexuales), la descomposición, la desmoralización y el cinismo sentaron las bases para las corrientes postmodernas, las cuales negaron la lucha política, los sujetos sociales y la perspectiva revolucionaria (ni hablar ya del socialismo). El desencanto de amplios sectores con el estalinismo, que identificaban con el marxismo, y la profundización unilateral de pensadores como Foucault llevaron al desgastante pantano de la inactividad postmoderna, su elitismo e intelectualismo. Aquellos que ven en el Mayo Francés los orígenes del postmodernismo confunden el proceso con su resultado, de la misma manera que los derrotados y desmoralizados del Mayo Francés, y del ascenso obrero y popular de los ‘60 en general, suelen confundir al estalinismo con la revolución socialista y el partido de la clase obrera.

Legado

El Mayo Francés fue uno los puntos cúlmines del ascenso de la lucha de clases de fines de los ‘60. En “Consideraciones sobre el marxismo occidental” dice Perry Anderson: “La revuelta francesa de mayo de 1968 señaló (…) un profundo cambio histórico. Por primera vez en casi cincuenta años se produjo un levantamiento revolucionario masivo en el capitalismo avanzado, en tiempos de paz y en condiciones de prosperidad imperialista y democracia burguesa. (…) La reaparición de masas revolucionarias fuera del control de un partido burocratizado hizo potencialmente concebible la unificación de la teoría marxista y la práctica de la clase obrera una vez más”. Este tremendo ascenso obrero, sumando a la lucha juvenil y popular, en el Oeste, en el Este y el Sur, permitieron la ruptura política de la vanguardia con el estalinismo, reabriendo la oportunidad para el socialismo revolucionario de empalmar con la clase obrera y los sectores explotados y oprimidos en sus barricadas, en la unidad obrero-estudiantil, en su grandiosa huelga general y en su cuestionamiento radical y total al capitalismo.

Para los revolucionarios la historia no es mera memoria histórica, como lo es para los progresistas. Es una fuente de lecciones para la acción política. Así el Mayo Francés y el ascenso de la lucha de clases del que formó parte, exceden lo anecdótico, lo contestatario y la nostalgia. Con toda su fuerza y a pesar de sus limitaciones, el Mayo Francés nos marca el camino que debemos seguir para acabar con la barbarie capitalista: la lucha de la clase obrera por el poder político para abrirle el paso a la revolución socialista mundial.

Nota:

(*) En esta misma posición, lamentable espectáculo presta quien fuera uno de los principales dirigentes estudiantiles del Mayo Francés, Daniel Cohn Bendit. Caracteriza hoy en día al Mayo Francés como un “fracaso político” y llama a enterrarlo. Actualmente este renegado es un eurodiputado que sirve fielmente, vestido de “Verde”, a la Europa neoliberal (hizo campaña por la reaccionaria Constitución Europea). Se ubica de esta forma junto al derechista Sarkozy, quien prometió “liquidar” la herencia del Mayo Francés.

Una cronología

Por Alejando Kursh y Manuel Rodríguez

Viernes 22/3: Las agrupaciones revolucionarias ocupan el edificio administrativo de la Universidad de Nanterre protestando por la detención de militantes antiimperialistas. Unas semanas más tarde esas agrupaciones (anarquistas, trotskistas, maoístas y de otras tendencias) formarían el Movimiento 22 de marzo. Rechazan a la guerra de Vietnam y el imperialismo en general, sostienen la defensa de una reforma universitaria y la reivindicación de la democracia directa.

Viernes 3/5: Manifestación estudiantil en la plaza de la universidad parisina La Sorbona por la reapertura de Nanterre (cerrada el día anterior a raíz de una jornada antiimperialista) y contra la amenaza de expulsión de los dirigentes del Movimiento 22 de marzo. La policía encierra a los manifestantes tras una escaramuza con un grupo fascista, y se lleva 200 detenidos. Las autoridades de La Sorbona la cierran por primera vez desde el fin de la ocupación nazi en París. L’Humanité, el diario del PCF, denuncia a los “pequeños grupúsculos izquierdistas”. Propone combatirlos y aislarlos. Miles de estudiantes del Barrio Latino (que circunda a La Sorbona) arremeten contra la policía en el primer gran combate. Son 500 detenidos más. Los sindicatos docentes y estudiantiles lanzan una huelga por su liberación y la reapertura de la Universidad. En los días siguientes la huelga se extiende a los liceos [colegios secundarios].

Lunes 6/5: Una manifestación de 30 mil estudiantes en el Barrio Latino es reprimida por la policía, dando lugar a un prolongado combate. Por primera vez, se levantan barricadas y se llama a la solidaridad obrera. Se suman a la batalla jóvenes desempleados de los suburbios, jóvenes obreros y estudiantes secundarios. Hay más de 700 heridos. Los enfrentamientos ocupan la primera plana de la prensa y las clases medias se horrorizan de la brutalidad policial.

Martes 7/5: 50 mil estudiantes y docentes marchan al Arco del Triunfo cantando la Internacional y desplegando banderas rojas y negras. Se empieza a generalizar la realización de graffitis. El PCF, que hasta el momento había denunciado a los jóvenes revolucionarios como “pequeño burgueses aventureros financiados por el poder”, cambia su política para poder hacerse con el control de un movimiento que amenazaba con desbordarlo.

Viernes 10/5: Una manifestación de más de 20 mil personas permanece en el Barrio Latino esperando que se reabra La Sorbona. A la noche se comienzan a levantar más de 60 barricadas, quedando unas 2 mil personas en el interior de su perímetro. Son estudiantes universitarios, estudiantes secundarios, jóvenes de los suburbios y algunas centenas de obreros. Comienzan combates durísimos en la calle Gay-Lussac, que se prolongan toda la noche. Los vecinos se solidarizan y ayudan a los manifestantes. En los días siguientes las centrales sindicales (incluida la CGT, dirigida por el PCF) convocan a una jornada de huelga general para el lunes 13, para empezar a canalizar los desbordes por parte de los obreros que empezaban a sentirse identificados con los combatientes de las barricadas y ya planteaban sus propias demandas.

Lunes 13/5: Ante la convocatoria de la huelga general, el gobierno anuncia que va a liberar a todos los detenidos y retira a los cordones policiales que sitiaban La Sorbona y el barrio estudiantil. La huelga general es seguida por 10 millones de personas, un tercio de la fuerza de trabajo. El PC llama a “mantener la calma” y a “tener cuidado con los provocadores”, haciendo clara alusión a los jóvenes estudiantes y obreros. Se realiza una manifestación de casi un millón de personas, de la cual se desprenden miles para ir a ocupar La Sorbona, en demanda de una reforma universitaria, en rechazo al imperialismo y por la unidad obrero-estudiantil. La universidad ocupada es abierta a los trabajadores y se convierte en un foro de debate permanente, al que empieza a acudir la vanguardia obrera y popular.

Martes 14/5: Se forma el Comité de Ocupación de La Sorbona, compuesto por quince miembros elegidos y revocables cada día por la asamblea general, responsables ante ella. Comienza en París la ocupación de las facultades y escuelas de enseñanza superior. Los obreros de la fábrica Sud-Aviation de Nantes (algunos de los cuales habían participado en movilizaciones y barricadas) deciden continuar la huelga, ocupan la planta y, mientras cantan la Internacional, encierran a los patrones en sus oficinas soldando las puertas. Organizan un comité de acción con el objetivo de extender la huelga a otros lugares de trabajo.

Jueves 16/5: El ejemplo se contagia masivamente en otras fábricas y edificios de todo el país. El 15 se ocupa la Renault en Cleon y el 16 la Renault en Billancourt (la mayor automotriz de Europa), con 35 mil obreros. 4 mil ocupantes de La Sorbona marchan hasta esa fábrica pero no ingresan porque el sindicato, dirigido por el PCF, se los impide. Flamea en muchas plantas industriales la bandera roja. Se constituyen Comités de Acción en los 122 establecimientos ocupados, coordinados entre sí pero no centralizados.

Viernes 24/5: De Gaulle reaparece públicamente en aquellos medios de comunicación que no estaban en huelga y aceptaban transmitirlo, anunciando el llamado a un referéndum para recuperar la autoridad política. Su discurso reaccionario sólo consigue irritar a todo el espectro político y caldear más los ánimos. Movilizaciones y combates en toda Francia. En París una nueva manifestación obrero-estudiantil de 30 mil personas termina en combates y barricadas. La Bolsa de Comercio es atacada e incendiada por manifestantes, al igual que dos comisarías. La ciudad de Nantes comienza a ser controlada por los comités de huelga. Es la jornada más violenta de todas, con 800 detenidos, mil quinientos heridos y dos muertos.

Lunes 27/5: Por el fracaso total del referéndum, el gobierno y la CGT firman los acuerdos de Grenelle, que garantizan un incremento del 35% en el salario mínimo industrial y del 12% de media para todos los trabajadores. Del 27 al 29, los dirigentes de la CGT recorren las principales fábricas y concentraciones obreras anunciando estos acuerdos. En todos lados son recibidos con el más absoluto rechazo, decidiendo por lo tanto continuar la huelga, aún sin un programa claro. Frente a esta presión, el 29 por la tarde la CGT concentra a 600 mil personas exigiendo la renuncia de De Gaulle y la formación de un “gobierno popular”.

Jueves 30/5: De Gaulle anuncia la convocatoria a elecciones parlamentarias para el 23 de junio y la disposición del ejército para intervenir en caso de ser necesario para mantener el “orden”. Convoca a la población a apoyar su gobierno contra el “caos” y la “amenaza comunista”. Medio millón de personas responden al llamado del presidente acudiendo desde todos los rincones de Francia. El ejército es traído a las cercanías del centro de París. El PC aprueba felizmente el llamado a elecciones y se vuelca de inmediato a una campaña electoral totalmente vaciada de contenido revolucionario. Abandona la consigna de “gobierno popular” y busca competir con De Gaulle en su mismo terreno: la “democracia”, la “modernización” y el “orden”.

Junio: En la primera semana todavía restaban más de 5 millones de huelguistas, y los enfrentamientos se mantienen, aunque la política boicoteadora y electoralista del PCF y la falta de una alternativa unificada de peso por parte de los estudiantes y obreros movilizados comienza a desgastar al activismo y empieza la desmoralización. El 11 de junio las fuerzas represivas disparan por primera vez con armas de fuego sobre los manifestantes, matando a dos. Esto provoca una ola de indignación, que desemboca en violentos combates: se levantan por lo menos 72 barricadas y se atacan 5 comisarías, con un resultado de 1.500 detenidos. Al día siguiente el gobierno decreta la disolución del «22 de marzo» y de las organizaciones trotskistas y maoístas. Durante la segunda y tercera semana del mes, De Gaulle ordena a la policía retomar los edificios ocupados, entre ellos La Sorbona, mientras la CGT logra ir desactivando la huelga fábrica por fábrica, engañando a los obreros con que “la huelga ya se estaba levantando en todos lados”. El 23 se lleva a cabo la primera ronda de las elecciones parlamentarias: triunfa la derecha gaullista, retrocede la SFIO [socialdemócratas] y el PCF. Todavía restan un millón de huelguistas. Las últimas huelgas acaban recién en julio.

Por Alejandro Kursh y Manuel Rodríguez, Socialismo o Barbarie Nº 127, 22/05/08

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