Abr - 2 - 2012

Por Marcelo Yunes
Para Socialismo o Barbarie, 02/04/2012

Debates en la izquierda

Un pesimismo político a contramano de la historia

En momentos en que muchos socialistas revolucionarios se entusiasman con los nuevos desarrollos de la lucha de clases, otros se dedican a lamentarse por lo que fueron, preguntarse por lo que son y extender un certificado anticipado de derrota al período histórico que se viene. Es el caso del ex Secretariado Unificado de la IV Internacional, con cuyas posiciones se polemiza aquí. El texto es parte de otro más extenso sobre la crisis europea que aparece en la revista Socialismo o Barbarie Nº 26.

Diversas corrientes postulan (por enésima vez desde los 80, siempre con argumentos renovados) la impotencia fundamental de la clase trabajadora para ser el punto de apoyo de una alternativa al capitalismo. En Europa (y en otras partes) proliferan las voces que dan por saldado el debate sobre los “sujetos sociales transformadores”, si no a favor de alguno en particular, sí en contra de la clase obrera. Es así como la idea de la centralidad del proletariado (sea como fuere que se lo defina hoy, y está claro que toda definición debe dar cuenta de los recientes desarrollos) ha pasado a ser “pasada de moda” o “arqueológica”, en beneficio de nuevas fuerzas sociales que en general nadie se molesta en definir muy bien.

La primera oleada de esta “novedad sociológico-política” vino con el movimiento “altermundializador” nacido en Seattle, que dio origen al llamado autonomismo. En América Latina brotaron como hongos los movimientos indigenistas del más diverso tipo; en Europa, por razones obvias, se necesitó una búsqueda más sutil. Así asomaron la “multitud” de Paolo Virno, la “resistencia social” y otros sujetos igualmente gaseosos.

El desarrollo de las nuevas tecnologías de comunicación y las redes sociales potenció ciertas “utopías informáticas”, y se anunció el advenimiento de nuevas formas de organización política y social “en red” y un sinfín de elaboraciones superficiales por el estilo.

La rebelión en el mundo árabe ayudó a poner los pies sobre la tierra a unos cuantos. Era evidente que las masas que ocuparon la Plaza Tahrir durante semanas y enfrentaron, con cientos de muertos, la represión del régimen de Mubarak, por más que pudieran convocarse por Twitter, obedecían a un patrón de revuelta social mucho más clásico y muy poco o nada posmoderno. Asimismo, aun cuando no ganó los titulares de la prensa, tanto en Egipto como en Túnez la actividad del movimiento obrero organizado cumplió y sigue cumpliendo un papel de primer orden en el proceso de lucha de clases en esos países.

La inercia y la resaca de, en algunos casos, décadas de escasa o nula actividad combativa no se revertirá de un día para el otro. Pero aquí tenemos también un debate con los compañeros del ex Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional, la corriente mandelista, que se ubica de manera a nuestro juicio totalmente equivocada frente a los problemas del movimiento obrero, con un pesimismo orgánico que desarma y paraliza.

Antes optimismo, hoy pesimismo, siempre oportunismo

El fundador de la corriente, Ernest Mandel, tenía como uno de sus rasgos políticos distintivos el optimismo oportunista que lo hacía ver posibilidades de desarrollo para el trotskismo de la mano de corrientes ajenas al marxismo revolucionario. Así, capituló a las posiciones (y a veces, a las organizaciones) del stalinismo, el castrismo, el sandinismo, los eurocomunistas de los 70, Tito, Gorbachov y sigue la lista. Dentro de su oportunismo proteiforme, al menos Mandel nunca abandonó los lineamientos más básicos del marxismo revolucionario.

Tras su muerte en 1995, ocupó el lugar de principal inspirador de la corriente el intelectual Daniel Bensaïd, que, sin tomar distancia abiertamente de Mandel en cuanto a la estrategia, lastraba un inveterado pesimismo político respecto de la perspectiva revolucionaria, y sociológico respecto de la centralidad de la clase obrera, que tiñó y tiñe toda la “cosmovisión” de la llamada Cuarta Internacional.

Si era posible, a la muerte de Bensaïd (2010) ese curso se profundizó, y la corriente citada se encuentra en una suerte de crisis existencial. Esto es particularmente serio, dado que la organización más importante del mandelismo y la única de cierta influencia, la LCR francesa, se disolvió en el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), hoy en profunda crisis.

Se trata, pese a todos sus problemas, de una fuerza que aglutina a buena parte de los marxistas revolucionarios de Europa. Y por ende, su ubicación política frente a la crisis y las tareas que ésta demanda tienen particular importancia.

Al respecto, es ilustrativo el reciente texto de François Sabado (uno de los principales dirigentes de la corriente) “Notas para la preparación de la discusión del Comité Internacional”.

Se diagnostica correctamente que “en Europa la crisis [mundial] puede tomar formas de crisis de hundimiento. El fondo es su postura de debilidad en la competencia mundial. (…) Para responder a la competencia mundial, las clases dominantes europeas quieren liquidar lo que queda de ‘modelo social europeo’. Todavía queda mucha cosa social, hay que desmantelarla. Es la explicación de la ofensiva especulativa sobre los mercados europeos. (…) Los ‘mercados’ (…) exigen el aumento de la tasa de plusvalía por la baja de los salarios, la liquidación de la seguridad social y el aumento del tiempo de trabajo. De ahí la brutalidad de las políticas de austeridad –adaptarse al mercado mundial de la fuerza de trabajo marcada por las relaciones sociales de las potencias emergentes–, lo que implica el descenso del poder adquisitivo de 10 a 15 puntos para los próximos años” (F. Sabado, cit.).

Los problemas aparecen, en primer lugar, en el plano programático respecto de la crisis europea. Se habla al pasar de “retomar la perspectiva de los Estados Unidos Socialistas de Europa”, lo cual es, desde ya, la única mirada estratégica posible desde el punto de vista del marxismo. Pero esta visión debe dejar en claro desde el principio que ninguna de las instituciones clave de la UE actual tiene la menor utilidad para avanzar en ese sentido. No puede haber ambigüedad alguna al respecto, planteo que el mandelismo no siempre respetó. En efecto, en anteriores discusiones respecto del futuro de la UE, y con la excusa de “no hacer el juego a la derecha antieuropeísta”, se ha jugado a veces a las escondidas respecto de la estructura presente de la UE con el concepto de “Europa social”. La única “Europa social” posible es la Europa socialista, es decir, una Europa unificada bajo el poder de la clase trabajadora, en lucha implacable contra los capitalistas y contra la “Unión Europea” burguesa.

Es esta claridad estratégica la que falta cuando se plantea “combinar una política de ruptura con la UE, de desobediencia de los tratados, y no de reforma de la UE. El problema está en saber qué proponemos ante esta crisis de Europa: la desmundialización, el proteccionismo nacional o europeo, la salida del euro o bien la ruptura y un proceso constituyente con una nueva política internacionalista social, democrática al servicio de los trabajadores” (ídem). Este “internacionalismo social y democrático” es un espécimen de sexo indefinido si no se lo ancla claramente con una política de clase.

Se menciona que parte de la izquierda griega pide la salida del euro dentro de un programa anticapitalista. No se explica si esto es atinado o no; más bien, se lo atribuye a “las tradiciones nacionalistas históricas de la izquierda griega”. Esta manera de encarar el problema corresponde, en todo caso, a la tradición vacilante y la política del avestruz del neomandelismo, como ya hiciera con Cuba (ver al respecto el texto de R. Ramírez en la edición anterior de Socialismo o Barbarie).

Pareciera que salir del euro es un pecado de leso europeísmo. Pero la moneda única, tal como está en vigencia hoy, es todo lo contrario de un instrumento de unidad de Europa. En cambio, constituye una camisa de fuerza neoliberal que incubaba contradicciones que no podían dejar de estallar como lo están haciendo, y es el más alto ejemplo de la incapacidad de la burguesía europea para unificar Europa, que el propio Sabado reconoce.

La noche negra de la derrota justifica el abandono de todo parámetro marxista

De todas maneras, el punto más serio, el que abre paso a la “crisis existencial”, no es la evaluación del campo enemigo sino del propio: “En este contexto ¿cuál es la situación del movimiento obrero, de la izquierda? En esta etapa, tras más de cuatro años de crisis, no hay respuesta a la altura de los ataques capitalistas, aunque la crisis provoca reacciones, resistencias, luchas, huelgas, casi situaciones prerrevolucionarias como en Grecia. (…) Más aún, se puede decir que desde el inicio de estas crisis capitalistas jamás había ocurrido que hubiera al mismo tiempo una crisis tan profunda del sistema capitalista y un movimiento tan débil frente a este tipo de crisis, con la excepción de las coyunturas en las que el movimiento obrero es liquidado por el fascismo o las dictaduras militares” (cit.).

Cuesta creer lo que uno lee, pero está escrito: peor que lo que se vive ahora, sólo el aplastamiento bajo la bota fascista. En ese momento histórico estamos: una de las noches más negras para el movimiento obrero. La impaciencia de Sabado es destacable: parece que si en “más de cuatro años” la clase obrera no reaccionó, jamás lo hará. Él también haría bien en seguir el consejo de revisar la historia de la década del 30…

Y que no se crea que se trata sólo de Europa. La hecatombe del proletariado es universal: “Las contrarreformas liberales, desde el final de los años 70, a escala mundial han provocado un proceso de reestructuración de la fuerza de trabajo, su individualización, su precarización, el retroceso de los derechos colectivos, el debilitamiento de las organizaciones sindicales. La desindustrialización ha liquidado decenas de concentraciones obreras, sin contar el sector llamado informal. Los obreros y empleados forman más del 60% de la población activa, pero no existe la misma estructura social. En China u otros países de Asia, la industrialización conduce a una expansión sin precedentes del proletariado, pero no estamos más que al comienzo de organización de movimientos independientes de los asalariados y, ahí también, en esta etapa, no hay sincronización de los sindicatos o asociaciones o partidos en Europa, EE.UU. y Asia. Hay retrocesos en el Oeste y solamente inicios frágiles en el Este” (ídem).

El mandelismo histórico era conocido (y criticado) por lo que Nahuel Moreno llamaba el método de las sumas y restas: cuando había que abordar un fenómeno nuevo o difícil, se apilaban factores positivos y negativos que terminaban dejando el fenómeno sin definición global (aunque diera cuenta de las contradicciones). Pues bien, el mandelismo actual presenta un cambio importante: la resta es siempre más grande que la suma, por lo que el resultado final es invariablemente negativo. Así lo vemos aquí: empezamos con rasgos generales negativos, sumamos algunos puntos positivos, pero… siempre hay un “pero” más grande que la afirmación anterior.

No nos detendremos aquí a polemizar sobre esta evaluación general del movimiento obrero. Sólo dejaremos sentado que la base del pesimismo secular del mandelismo de hoy es esta valoración de que la clase obrera actual dejó de ser la del “ciclo histórico” iniciado en el siglo XIX, pero todavía no llega a ser nada, salvo una masa poco menos que amorfa de asalariados sin organización ni tradición.

También en el plano político se verifica la operación “en general todo está mal; hay alguna pequeña cosita que avanza, pero mucho menos que todo lo que se retrocede”. No hay exageración: “Hay nuevos movimientos como los indignados, pero hay un desfase entre la explosividad de la situación y la traducción política, orgánica, de esos movimientos: no hay reforzamiento de los sindicatos, de los partidos reformistas, de la izquierda radical, de la izquierda revolucionaria o de corrientes de izquierda en las organizaciones o incluso no emergen nuevas organizaciones. Hay nuevas formas de organización, pero por ahora son muy inestables” (ídem).

Al margen de lo aburrido que es leer una larga lista de calamidades, uno se sorprende de que Sabado ponga bajo el mismo signo que no haya “reforzamiento de los partidos reformistas y la izquierda revolucionaria”, como si no hubiera cierta incompatibilidad entre ambos polos. O tal vez lo que quiere decir Sabado es que la situación está tan a la derecha que no crecen ni los reformistas…

A partir de aquí, ya vienen las dudas existenciales y la admisión de que “tenemos más preguntas que respuestas” (sic). Pero las preguntas se formulan de manera tal que casi insinúan las respuestas: “¿No ha terminado un ciclo histórico para el movimiento obrero europeo tal como ha estado configurado desde fines del siglo XIX y a lo largo del XX? ¿La globalización y la crisis del Estado-nación no socavan la base de los partidos y sindicatos tal como han sido constituidos en el curso de decenios? (…) ¿Qué implicaciones tiene reformular un programa de transición? ¿Retomar la discusión sobre la democracia, las relaciones entre democracia directa y democracia representativa, entre democracia en las fábricas y la de las comunidades? ¿Y sobre los ejes estratégicos de una conquista del poder por los trabajadores, o sea, las grandes líneas de un proyecto de emancipación, con el centro en la autoactividad de los trabajadores?” (ídem).

Hoy, al “fin del ciclo histórico”, Sabado no se equivoca en señalar que “lo más probable es que vayan a surgir nuevas organizaciones que habrán tejido lazos con el pasado, pero serán fundamentalmente nuevas y, sobre todo, formadas por nuevas generaciones”.

Pero esto no es motivo de optimismo. Más bien, le produce al mandelismo algo que podríamos llamar “perplejidad estratégica”. Y Sabado responde al desafío de lo nuevo de manera nada dialéctica, cuando sostiene que “los trotskistas (…) nos debatimos entre la vuelta a la izquierda revolucionaria clásica (…) y la presión de organizaciones o corrientes reformistas de izquierda. (…) Nos es difícil tomar toda la dimensión que comporta una reorganización del conjunto del movimiento obrero y social. Tenemos dificultades en definir un proyecto independiente que a la vez nos permita hacer política. Nos es difícil formular un proyecto independiente a largo plazo. Esto lleva también a repensar un programa para el siglo XXI: la Cuarta Internacional ha empezado a reflexionar sobre la necesidad de un nuevo programa ecosocialista. Estamos al principio y ya vemos las consecuencias de la salida de la energía nuclear, por ejemplo”.

Pero ¿es que toda la “refundación del nuevo ciclo histórico de la clase obrera”, de sus “nuevas organizaciones” y de evitar tanto el camino de “la izquierda revolucionaria clásica” (¡Dios no lo permita!) como el del “reformismo de izquierda” termina en el… “programa ecosocialista”? ¿Es eso realmente lo que tiene de novedoso para aportar el mandelismo a los desafíos estratégicos y programáticos del marxismo revolucionario en medio de la crisis más profunda del capitalismo en los últimos 60 años?

Una cosa es segura: para el mandelismo de hoy, lo único seguro es que la brújula anterior está rota y “navegamos sin cartografía”, como suelen decir los pensadores posmodernos. Para Sabado, la solidez del marxismo revolucionario se desvanece en el aire: “La cohesión programática que teníamos en el siglo pasado,o que quizá creíamos que teníamos, que era la fuerza de los trotskistas, aunque cada corriente a su manera, no puede responder ya a los desafíos del siglo XXI. Estamos ante una cierta pérdida de sustancia programática, política, estratégica. Elementos fundamentales para construir una formación política cuando la aceleración de la historia nos pone hoy en dificultades a los revolucionarios” (ídem).

Recordamos: estamos hablando de la corriente de más tradición, y posiblemente la más fuerte numéricamente, de las corrientes históricas del trotskismo mundial y especialmente europeo. Este lamentable plañido de impotencia, esta verdadera filosofía de la derrota, poco y nada pueden aportar a las luchas del presente y del porvenir. Sólo cabe esperar que un ascenso del movimiento de masas en Europa conmueva hasta sus cimientos a esta organización y la saque a ella o a sus mejores elementos de esta lamentación inane, estéril y autojustificatoria en que está sumida.

Los desafíos que plantea la crisis mundial y europea, el surgimiento de una nueva clase trabajadora, el renacimiento de la lucha de la juventud, las rebeliones que brotan de manera impensada en cualquier región del globo y sacuden en semanas dictaduras de décadas, son de naturaleza vibrante, llenos de posibilidades y contradicciones, inmensamente ricos. En el momento crítico que atraviesa Europa, los marxistas revolucionarios de la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie no sufrimos de angustia metafísica alguna por la identidad en crisis, sino que abrazamos con optimismo militante los tiempos apasionantes en los que nos ha tocado vivir… e intervenir.

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