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Jul - 16 - 2016

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Durante cerca de cuatro meses, la coyuntura francesa fue profundamente modificada por la movilización contra la reforma laboral “El Khomri” (del nombre de la ministra de trabajo, Myriam El Khomri). La misma se instaló de manera durable en el panorama político francés, a través de la movilización en las universidades y la juventud, las jornadas de huelga, las ocupaciones, los bloqueos y una serie de jornadas de manifestaciones que llegaron a reunir a cientos de miles. Esta situación volvió a poner en el centro de la escena a la clase trabajadora y a los explotados y oprimidos más en general, a la “cuestión social”, dejando relativamente en segundo plano (aunque nunca de manera absoluta) otros elementos más reaccionarios como la lucha contra el terrorismo, la inmigración, la “identidad francesa”, el ascenso de la extrema derecha.

La movilización de los trabajadores y la juventud francesa lograron impactar más allá del país galo. Por su duración y su radicalidad, por el lugar central que Francia ocupa en la Union Europea y en el mundo, el proceso de lucha fue reflejado por los medios internacionales, en Europa y más allá, además de ser retomado por la vanguardia a nivel internacional. Esto se debe además al hecho de que una movilización de estas características constituyó una bocanada de aire fresco, no solamente en Francia sino en toda Europa, marcada por el reflujo de las movilizaciones de masas y por la agenda reaccionaria.

No volveremos en este artículo sobre el desarrollo mismo de la lucha, sus diferentes fases, su “cronología”: le hemos dedicado a esto sendos artículos en nuestro periódico Socialismo o Barbarie. Nos dedicaremos entonces a volver sobre algunas de las enseñanzas generales de la movilización, además de estudiar su lugar y su impacto en la coyuntura francesa y europea.

1) Una coyuntura europea y mundial girada a la derecha

1.1 Algunas consideraciones sobre la situación económica y sus consecuencias políticas

No nos extenderemos aquí sobre el estado económico del mundo, expresaremos solo algunas consideraciones generales, particularmente sobre el impacto que tiene el mismo sobre la conciencia y la situación política. En efecto, uno de los elementos importantes de la coyuntura actual es la crisis económica internacional abierta en 2008 que aún está lejos de resolverse. No se ha producido en los últimos meses ningún desarrollo catastrófico (aunque frentes de tormenta recientes como el Brexit poco ayudan a esclarecer el horizonte…), pero asistimos a un largo estancamiento, con tasas de crecimiento y eventualmente de recuperación del empleo (precarizado) demasiado débiles para cambiar la tonalidad de la situación de conjunto y relanzar un ciclo de bonanza.

Así las cosas, lo que la situación parece reflejar es una economía anémica, un estancamiento, una situación durable donde (partiendo de la sangría inicial) no hay grandes evoluciones. En pocas palabras, las cosas están mal y no hay casi ninguna perspectiva de que mejoren. Esto tiene varios resultados: en primer lugar, la idea ampliamente extendida de que las generaciones actuales vivirán peor que las precedentes, vivencia que se trata no sólo de una proyección hacia el futuro sino de una realidad actual en términos de seguridad en el empleo, acceso a la vivienda, coberturas sociales.

Este elemento es muy importante ya que rompe con el mito capitalista del “progreso creciente”, el de un sistema capaz de ofrecer a la población un bienestar cada vez mayor, especialmente luego de la “victoria” sobre el falso comunismo de la Unión Soviética que lo había colocado como el único horizonte histórico posible. De esta bonanza eterna, se pasó a la cruda realidad de un sistema en crisis. La crisis, el desempleo, la precariedad, los desalojos de viviendas, la incapacidad de acceder a estudios superiores, la destrucción de los servicios públicos, además de dramas como la crisis de los refugiados, las guerras imperialistas y el terrorismo, la destrucción del planeta, son “el pan de cada día” de amplios sectores.

Evidentemente, forzamos aquí un poco el análisis: en efecto, principalmente en los países del centro imperialista, el capitalismo goza aun de una acumulación y una salud que le permiten asegurar un nivel de vida suficiente a la población, incluso a sectores “desclasados” a través de la seguridad social. No estamos aún, ante una situación de catástrofe económica que arroje a la miseria a millones de personas, o ante un cataclismo como fueron las dos guerras mundiales del siglo pasado: una situación de ese tipo atacaría más seriamente los fundamentos del sistema y abriría un periodo de mayor polarización y radicalización.

Sin embargo, nos interesa señalar que el contraste es evidente con respecto a lo vivido antes de la irrupción de la crisis capitalista. Aunque todavía reste un “colchón” que impida una radicalización mayor, lo cierto es que la comparación con las generaciones previas está en la cabeza de todos y no puede dejar de estarlo: un sistema social “correcto” debe prometer como mínimo la estabilidad y como máximo una mejora. Por otra parte, sería incorrecto perder de vista que, aun tratándose de “pequeñeces” a una escala histórica (no estamos aún frente a fenómenos como las dos guerras mundiales o la Gran Depresión), se trata de elementos de inestabilidad crecientes que marcan la conciencia de las nuevas generaciones. No hay que olvidar por ejemplo que el desempleo juvenil alcanza el 50% en España y en Grecia; que la crisis actual de refugiados representa el mayor flujo migratorio desde la segunda guerra mundial…

La segunda consecuencia de esta situación económica es que no hay margen para experimentos de tipo “reformista” o “anti-neoliberal” (amén de que no se verifiquen las condiciones de radicalización que obligarían a tales concesiones). Así, la receta neoliberal a la crisis se ha impuesto y se ha llevado por delante a la socialdemocracia así como al “nuevo reformismo” de Syriza y compañía. La transformación de la social-democracia en social-liberalismo, aunque no se trate de un fenómeno totalmente post-crisis del 2008, se ha profundizado con la misma, poniendo en crisis a elementos claves del sistema político de dominación.

Esta es la base material del derrumbe del PASOK en Grecia, que posibilitó la victoria de los “antiliberales” de Syriza sólo para que los mismos se arrodillaran a su vez frente a la Troika y los planes de las burguesías europeas. En el caso francés, el Partido Socialista ha tomado en sus manos los planes de austeridad y los ataques contra el movimiento obrero, lo que introduce elementos importantes de crisis (el gobierno rompe todos los records de impopularidad, y en las próximas elecciones los sondeos le otorgan tan solo 14%), aunque hay que señalar que esta crisis dará sin dudas lugar a la victoria de la derecha. La crisis económica ha impactado de manera importante sobre el sistema político, no sólo sobre la socialdemocracia sino sobre el bipartidismo en su conjunto, conllevando un aumento de la desconfianza hacia los “dirigentes” y las “elites” que por el momento capitaliza principalmente la extrema derecha.

El tercer elemento que esta situación engendra es que las políticas llevadas adelante por las burguesías europeas desde el inicio de la crisis se encuentran cada vez más deslegitimadas. Impulsadas desde hace ocho años por la Troika (Comisión Europea, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) y aplicadas a pies juntillas por todos los gobiernos europeos, fuesen del color que fuesen, las recetas neoliberales no han logrado garantizar el despegue de economía. Al contrario, se mantiene una situación de estancamiento que imposibilita volver al estándar de vida de antaño, al mismo tiempo que éstas políticas se atacan a conquistas históricas de la clase obrera y los sectores populares europeos, en términos de condiciones de trabajo, de prestaciones sociales, de servicios públicos.

Los gobiernos europeos se dedican a repetir que “las cosas mejoran”: tal fue el contenido de la campaña electoral de Rajoy en España (sumado a un discurso conservador en torno a la “estabilidad” y contra los “extremistas” de Podemos y compañía) y también de Hollande en Francia que anuncia su candidatura para 2017 sobre la base de haber mejorado las cifras del desempleo… en algunas décimas. El hecho cierto es que la situación de los trabajadores y los pueblos europeos no ha mejorado en lo más mínimo: ésta es la vivencia mayoritaria a pesar de las cifras maquilladas que diferentes políticos puedan esgrimir.

Como resultado de esto, nos encontramos frente a una deslegitimación de las políticas neoliberales llevadas adelante en los últimos años. Tal vez el reflejo más visible de esto sea el ascenso de las formaciones “anti-austeridad” como Syriza, Podemos o mismo la elección de Jeremy Corbyn a la cabeza del Partido Laborista; incluso Bernie Sanders refleja un fenómeno similar a través de sus discursos contra Wall Street, el 1%, etc. Se trata de formaciones que apenas se limitan a defender un programa socialdemócrata “clásico”, a contestar las políticas europeas de austeridad actuales (sin ofrecer una alternativa estratégica): el giro «socialdemócrata” de Podemos, es fruto no sólo de la intención de pactar un gobierno con el PSOE, sino del intento de dar respuesta a este espacio político compuesto por un sector harto de las políticas neoliberales y del “social-liberalismo” pero que aún tiene una conciencia global reformista.

Así las cosas, las políticas de austeridad aplicadas estos últimos años están lejos de generar un consenso amplio en la sociedad, visto su incapacidad de mejorar la situación económica: la excusa de “pasar un mal momento” en aras de “limpiar” la situación y vivir tiempos mejores no puede sostenerse indefinidamente. Ya sea por las movilizaciones, por la vía electoral o incluso por movimientos como el que catapultó al “forajido” Corbyn a la cabeza de uno de los pilares del sistema político británico, este agotamiento relativo de la política neoliberal es un elemento común a toda Europa.

1.2 Una coyuntura reaccionaria

Sería un error de craso objetivismo considerar que todos estos elementos de inestabilidad que tiñen la situación europea darían lugar inequívocamente, automáticamente, a una evolución hacia la izquierda. Sin dudas, fenómenos como los Syriza, Podemos o Corbyn expresan un giro a la izquierda de sectores de masas que comienzan a sacarse de encima el cadáver putrefacto de la socialdemocracia (tan sólo para refugiarse en una versión distinta de la misma). Pero el análisis de la coyuntura europea no puede pasar por alto que estos elementos de inestabilidad y de crisis se han procesado en el último periodo hacia la derecha, dando una tonalidad reaccionaria al conjunto de la situación.

A su vez, la coyuntura europea se inscribe necesariamente en una coyuntura mundial que se encuentra también girada a la derecha: el ascenso de Trump en los Estados Unidos, el derrumbe de los gobiernos “progresistas” latinoamericanos que dio lugar a gobiernos más a la derecha, la derrota de las rebeliones en el mundo árabe para dar lugar a gobiernos militares reaccionarios como el de Al-Sisi en Egipto o a lodazales de guerra civil como en Siria donde cada opción es peor que la otra. Si la crisis mundial es el “combustible” de movilizaciones de masas a nivel mundial, si la coyuntura reaccionaria también puede dar lugar a respuestas por la izquierda frente a este clima nauseabundo, no se puede dejar de señalar que la tonalidad de la situación actual está claramente girada a la derecha.

Varios factores marcan el carácter reaccionario de la coyuntura europea. En primer lugar, debemos señalar el estruendoso fracaso del proyecto reformista de Syriza. Durante meses, su victoria y los posteriores primeros meses de gobierno fueron una esperanza para amplios sectores de los trabajadores europeos víctimas de la austeridad: parecía tratarse de la primera vez que una alternativa de izquierda plantaba cara a los designios de la Troika y permitiría recuperar posiciones a los trabajadores: la victoria de Syriza fue festejada no sólo en las plazas de toda Grecia, sino en todo el continente. Un punto álgido de este momento fue la victoria del “No” en el referéndum griego, que mostró que la mayoría de los trabajadores y los jóvenes habían logrado plantar cara a la campaña de terror de la Unión Europea y que estaban dispuestos a “cruzar el rubicon” de separarse de ella.

Sin embargo, inmediatamente luego de esta enorme cachetada que los trabajadores y el pueblo griego le propinaron a la Troika, el gobierno de Syriza se encargó de traicionarla y dilapidarla. Aplastando toda esperanza de una salida por izquierda a la austeridad, Alexis Tsipras llegó a un acuerdo austeritario, de dominación semi-colonial, con la Troika. Desde entonces, se ha convertido en el agente directo de la misma en Grecia, llevando a cabo los planes de ajuste más duros desde el comienzo de la crisis. Esta traición cerró un periodo en que la contestación por izquierda a la austeridad estuvo en el centro (la situación griega estuvo en el centro de la situación europea durante meses), y volvió a legitimar la idea de que la política impulsada por la Troika era la única alternativa.

Otro elemento significativo de la situación europea de los últimos meses es aquel ligado a la cuestión de los atentados y la “guerra contra el terrorismo”, lo que impacta a su vez sobre la cuestión de la crisis de los refugiados y la inmigración más en general. Los atentados perpetrados por el Estado Islamico en suelo europeo han objetivamente girado la situación política a la derecha: han dado lugar a un reforzamiento de las intervenciones imperialistas en Medio Oriente, a un reforzamiento del aparato represivo (como la instauración del “Estado de Urgencia” en Francia con la movilización de decenas de miles de militares y policías), además del discurso xenófobo y racista.

En los últimos meses, entonces, potenciada por la crisis de los refugiados y sobre el trasfondo de la crisis económica que no termina, la agenda xenófoba y anti-inmigrantes ha estado en el centro de la escena. Con la excusa de la lucha contra el terrorismo, son todas las poblaciones musulmanas o pretendidamente musulmanas las que son estigmatizadas y criminalizadas. La cuestión del “recibimiento” de los refugiados también ha atizado estas tensiones, con la derecha y la extrema derecha reflotando el discurso de que hay que “ocuparse primero de los nacionales”. Si esta dinámica se apoya en el plano ideológico en la reivindicación reaccionaria de la identidad nacional, europea o “católica”, su base económica es evidente: luego del Brexit, uno de los blancos principales de los ataques racistas fueron los polacos, que emigraron masivamente al Reino Unido desde la entrada de Polonia en la UE: no se trata entonces solo de los “incivilizados musulmanes” sino de cualquiera que venga a “robar el trabajo”.

En este contexto, y sobre la base del desprestigio creciente de los partidos gobernantes del bipartidismo clásico, la extrema derecha se encuentra en ascenso en todo el continente, girando el escenario político en su conjunto a la derecha. Es el caso del Front National francés, que salió primero en las últimas elecciones regionales (aunque en segunda vuelta no logró ganar finalmente ninguna región) y que los sondeos ubican a la cabeza de las próximas elecciones presidenciales; o del FPO (Partido de la Libertad de Austria) que perdió la segunda vuelta de las presidenciales por algunas decenas de miles de votos, segunda vuelta que se repetirá luego de haber sido validada la impugnación presentada por éste.

Un elemento clave de esta situación es que las masas populares están lisa y llanamente fuera de la escena política. Estamos lejos del ciclo marcado por la ronda de huelgas generales en Grecia o por la irrupción de centenas de miles de jóvenes indignados en España: en el primer caso las mismas se canalizaron electoralmente por la vía de Syriza que dio un violento mentís a las esperanzas que recogía; en el segundo, la ilusión electoralista en Podemos también contribuyó a frenar las movilizaciones, y el mismo ha recibido un duro golpe en unas elecciones ganadas por la derecha (el Partido Popular) y donde quedó por detrás del PSOE.

Así, sin ninguna irrupción independiente de los de abajo y ante la falta de una alternativa de izquierda, los diferentes factores de inestabilidad se han procesado por el momento hacia la derecha, configurando una situación reaccionaria en el conjunto del continente.

1.3 La coyuntura francesa y la irrupción del movimiento

La coyuntura francesa no escapa, evidentemente, a esta situación global. Aunque el gobierno de Hollande haya logrado ser electo sobre la base del sentimiento de “echar a Sarkozy” (ex presidente y candidato de la derecha), traicionó rápidamente esta esperanza y sus promesas electorales, aplicando un programa de ajustes y de flexibilización del mercado laboral. En efecto, su única medida progresista fue la adopción de la ley de matrimonio igualitario, aunque restringiendo la adopción y la procreación medicamente asistida a parejas del mismo sexo. Ya en esa ocasión, la discusión en torno a la ley había desencadenado masivas movilizaciones de sectores reaccionarios católicos, polarizando la situación y mostrando la fuerza de amplios sectores de derecha en la sociedad francesa.

El gobierno “socialista” de Hollande se dedicó así a reducir el presupuesto de educación y de salud (donde se implementaron planes para reducir el número de días de reposo del personal), además de continuar la política imperialista de Francia, con intervenciones militares en Mali, Libia y Siria. Antes de la implantación de la ley El Khomri, el gobierno había realizado dos reformas laborales: el “Acuerdo Nacional Interprofesional” y la Ley Macron, que facilitaban y abarataban el despido, permitían a las patronales modificar unilateralmente las condiciones de trabajo, flexibilizaban el trabajo nocturno y los fines de semana. En esas ocasiones, los sindicatos mayoritarios no movieron un dedo para oponerse a las leyes, subsumidos en la trampa del “dialogo social”.

La situación dio un primer giro con el atentado contra el periódico satírico Charlie Hebdo en enero de 2015. Aunque al principio hubo movilizaciones espontaneas progresivas, con el eje de la libertad de expresión pero también contra toda amalgama entre los terroristas y las poblaciones musulmanas, el gobierno logró rápidamente apropiarse de la situación. Así, montó una manifestación que encabezó junto a Merkel, Netanyahu, Sarkozy, en las que los manifestantes vitoreaban y abrazaban a los policías. La idea de la “unión nacional” contra el terrorismo, de la necesidad de cerrar filas detrás del gobierno y de callar toda crítica comenzó a ser levantada. A su vez, luego de los atentados se reforzó la presencia y el financiamiento del aparato represivo, con 10.000 militares desplegados en todo el país.

Los atentados del 13 de Noviembre, con 130 muertos y más de 400 heridos, profundizaron cualitativamente esta situación: el gobierno decretó el Estado de Urgencia, que otorga una serie de poderes especiales a las instituciones represivas, aumentó aún más la presencia militar y policiaca. El Estado de Urgencia fue rápidamente utilizado contra las movilizaciones, prohibiendo aquellas que se preveían en el marco de la cumbre climática COP21 y utilizando los medios represivos a su disposición para atacar a militantes ecologistas.

Por otra parte, los atentados reavivaron toda la agenda reaccionaria en torno a la cuestión de la “integración”, de la “identidad francesa”, del control de las fronteras, de la inmigración. El propio gobierno preparó un proyecto de ley que permitía quitarle la nacionalidad francesa a aquellos que tenían doble nacional en caso de condenas por terrorismo, creando en los hechos franceses de primera y de segunda categoría, medida impulsada por la extrema derecha durante años. En ese momento, el gobierno declaró explícitamente retomar una serie de puntos del programa de la derecha con el objetivo de lograr la tan mentada “unión nacional”.

La irrupción del movimiento contra la Ley El Khomri fue una bocanada de aire fresco en una situación asfixiante a causa del clima represivo y de la agenda política reaccionaria. Permitió contrapesar esta coyuntura, aunque no revertirla, ya que finalmente la movilización no logró hacer dar marcha atrás al gobierno, además del peso que siguen jugando factores internacionales como el Brexit por derecha. Pero aunque no haya logrado hacer saltar por los aires la coyuntura reaccionaria (cosa que requeriría una acción independiente mayor e incluso continental), la movilización abrió una especie de “paréntesis” respecto del clima anterior.

La movilización no fue “un rayo en cielo despejado”. En verdad, más allá del clima reaccionario, se venían acumulando una serie de broncas entre amplios sectores, ligadas centralmente al empeoramiento de las condiciones de vida y a los ataques del gobierno. Además, habían tenido lugar movilizaciones de carácter democrático que alcanzaron proporciones significativas: contra la agresión israelí en Palestina, contra la expulsión del país de dos estudiantes secundarios sin papeles, contra el asesinato del militante ecologista Remi Fraisse a manos de la policía. También tuvieron lugar importantes luchas obreras, como la de los hospitales parisinos contra la supresión de días de reposo, o la de los trabajadores de Air France y el famoso episodio del gerente de recursos humanos al que le arrancaron la camisa.

La movilización contra la Ley El Khomri condensó toda esta rabia, que ya se expresaba en los sondeos con los records de impopularidad del presidente François Hollande. Durante algunos meses, el centro de la escena no lo ocupó (o no solamente) la lucha contra el terrorismo o las declaraciones xenófobas de la extrema derecha, sino la lucha de clases, la resistencia contra las medidas anti-obreras del gobierno. Este es un elemento central porque significa que decenas o cientos de miles de personas procesaron todos los miedos, la angustia y la inseguridad ligados a la crisis y a la perspectiva de un empeoramiento por izquierda, y no por derecha buscando chivos expiatorios en los inmigrantes.

Durante esos meses, el Front National, actor central de la vida política francesa desde hace algunos años, estuvo prácticamente desaparecido: todo el contrapunto en la escena mediática y política fue entre el gobierno y las calles (representada centralmente por los dirigentes sindicales). Se trata de un terreno en el que, contrariamente a toda la mugre ligada a la agenda reaccionaria anti-inmigración, la extrema derecha no se encuentra particularmente cómoda: no logra articular realmente un discurso económico y social, en parte porque su programa cien por ciento burgués podría alejarlo de una base de sus votantes de origen proletario. El clima político se modificó así sustancialmente y la lucha de clases irrumpió en la escena dejando en segundo plano la agenda reaccionaria.

En este momento, en que la lucha entra como mínimo en un largo paréntesis veraniego sin que esté claro que posibilidades habrá de removilizar en Septiembre, el péndulo político vuelve a inclinarse hacia el otro lado. En efecto, apoyado en este clima reaccionario, el gobierno aprobó la ley por decreto cerrando de manera autoritaria el proceso abierto. Ahora, las miradas apuntan cada vez más hacia las elecciones presidenciales de 2017, donde todos los sondeos presagian una segunda vuelta entre la derecha y la extrema derecha. A este escenario se suma la victoria del Partido Popular de Rajoy en España, y la canalización por derecha de la crisis de la UE expresada en el Brexit.

Sin embargo, aunque no haya logrado modificar sustancialmente la coyuntura política, lo que hubiera requerido una victoria en regla, la pelea contra la Ley El Khomri permitió abrir una ventana de algunos meses donde el estado de ánimo ambiente se modificó. Es en estas condiciones en que decenas de miles de personas realizaron una experiencia colectiva de lucha que sin dudas será un punto de apoyo para los combates que vendrán. Volvamos entonces sobre esta experiencia.

2. La Ley El Khomri y la lucha para derribarla

2.1 Un ataque profundo a la clase obrera

La Ley El Khomri, anunciada en febrero de 2016, viene a completar y reforzar otras reformas laborales impulsadas por el gobierno como el Acuerdo Nacional Interprofesional y la Ley Macron, que implicaban una flexibilización creciente de las relaciones de trabajo. Si las mismas atacaban algunos aspectos parciales de los derechos laborales (lo relativo al despido, a condiciones de trabajo, etc), la Ley El Khomri apunta a una modificación profunda de las relaciones entre trabajadores y patrones.

En efecto, el punto central de la Ley es lo que se conoció como la “inversión de la jerarquía de las normas”. Esto significa que, en la situación actual, las condiciones de trabajo como la remuneración, los horarios, las horas suplementarias, la formación se definen en acuerdos por rama productiva. Los acuerdos por empresa son posibles, pero éstos sólo pueden ser más favorables que el acuerdo de la rama. Así, es la relación de fuerza más global, la más favorable para los trabajadores, la que prima: esto se encuentra además condensado en la primacía del Código del Trabajo, que refleja de alguna manera la relación de fuerzas global entre la burguesía y el proletariado.

El eje de la Ley, entonces, era el de darle una prioridad absoluta a los acuerdos por empresa, que podían ser más desfavorables que los acuerdos por rama, además de derogar una serie de protecciones mínimas del Código del Trabajo (las horas extras pasaban de deber ser pagadas mínimo un 25%, a un 10% más, por ejemplo). La relación de fuerzas se trasladaba así al nivel más pequeño, donde los trabajadores se encuentran más aislados y tienen más presiones. Se trata de un cambio cualitativo, que apunta a atomizar a la clase trabajadora y a quebrar sus capacidades de resistencia colectiva; en efecto, es un retroceso histórico de décadas o siglos en la relación salarial.

Esta es una de las razones por las cuales la Ley generó una contestación tan importante: porque no fue vista como un ataque puntual sobre tal o cual aspecto, sino como una verdadera “caja de pandora” de consecuencias incalculables para la vida cotidiana de los trabajadores, como una “navaja suiza” al servicio de la patronal. Se trataba de una gruesa capa complementaria en la precariedad creciente de los trabajadores.

Como de costumbre, el argumento del gobierno era que para crear empleos hay que darle más libertades a las empresas, “fluidificar” el mercado de trabajo. Se trata de una tendencia a nivel europeo, con las reformas laborales de Rajoy en España, el “Jobs Act” en Italia, los contratos “zero-hours” en el Reino Unido. En efecto, de lo que se trata es de tener mano de obra cien por ciento a disposición y fácilmente descartable. Hay que señalar que incluso un semejante ataque era señalado por el MEDEF, sindicato patronal francés, como “muy insuficiente” y que el Fondo Monetario Internacional señala que “se está por la buena senda pero hay que ir más lejos”.

Finalmente, entonces, este ataque profundo contra las condiciones de trabajo de la clase obrera despertó una bronca acumulada desde hace años y dio lugar a la principal movilizaciones de masas en Francia desde la lucha contra la reforma de las jubilaciones en 2010. El punto de partida de la movilización, la chispa, fue la juventud, un sector particularmente tocado por la precariedad laboral.

2.2 La “ruptura de la normalidad” como punto de partida

El proyecto de Ley fue anunciado en febrero de 2016. Al principio, la actitud de los sindicatos fue la de no llamar a ninguna movilización, apostando al “dialogo social” con el gobierno para obtener algunas concesiones (la CFDT, el sindicato más a la derecha en Francia, apoyó abiertamente la Ley luego de negociar algunas modificaciones con el gobierno). No es de extrañarse: los sindicatos tampoco movieron un dedo frente a los ataques del ANI y la Ley Macron.

El elemento novedoso, significativo, fue que comenzó a desarrollarse un movimiento de contestación entre sectores de la juventud, por fuera de las organizaciones tradicionales. La vía de desarrollo de este movimiento fue, como ha sido el caso de manera recurrente recientemente, las redes sociales; aunque obviamente éstas son sólo un medio: la base material fue la situación de precariedad de la juventud. Así, una petición en línea contra la ley recogió cerca de medio millón de firmas en pocos días, el hashtag “onvautmieuxqueça” (“Valemos más que eso”) explotó en las redes y un evento de Facebook llamando a movilizarse el 9 de Marzo se difundió ampliamente.

A partir de esta movilización “espontánea”, comenzó a estructurarse el movimiento más orgánicamente. Diversas organizaciones políticas y sindicales juveniles lanzaron un llamado a movilizarse el 9 de Marzo; en las universidades se organizaron Asambleas Generales que organizaron a cientos de estudiantes a lo largo del país. La movilización del 9 fue un éxito rotundo, logrando poner en el centro la cuestión de la contestación a la Ley, rompiendo así con el inmovilismo de las direcciones sindicales y lanzando un calendario de lucha.

Fue justamente el hecho de que se tratara de una irrupción por abajo, independiente en gran medida de los aparatos, lo que explica la capacidad de la misma a sacudir la escena social y política. Fue en el movimiento estudiantil y juvenil donde se expresaron más elementos de auto-organización, de ruptura de la “normalidad”, es decir de la canalización de la bronca por las mediaciones clásicas de la democracia burguesa como el “dialogo social”, las negociaciones por arriba, el lobby parlamentario. El 9 de Marzo fue claramente el puntapié de una movilización masiva en las calles, que rompió con el sopor y el clima asfixiante que se venía viviendo y que puso en dinámica a miles o decenas de miles en todo el país, impactando también de manera significativa más allá de la juventud, centralmente en sectores de trabajadores.

Durante todo el mes de Marzo, la movilización se mantuvo en las universidades y en la juventud en sentido amplio, que fueron la vanguardia del movimiento en ese periodo. Los estudiantes se organizaron en Coordinadoras Nacionales Estudiantiles, con delegados elegidos por las asambleas de las universidades, que decidieron las fechas de movilizaciones, organizaron columnas de las universidades, acciones, además de elegir un colectivo de portavoces para expresar la voz del movimiento por fuera de los aparatos tradicionales. Fue este elemento de organización por abajo el que permitió mantener una dinámica sostenida durante el mes de Marzo, presionar a la inter-organizaciones juvenil para que retomara las fechas de movilización decididas por la Coordinadora, lo que a su vez presionaba a las direcciones sindicales para sumarse a las movilizaciones.

Desde un primer momento, los estudiantes (del cual 50% a nivel nacional son también asalariados) entendieron la necesidad de extender el movimiento y sobre todo de impulsar la movilización de la clase trabajadora, única capaz de bloquear económicamente el país. Se crearon “Comisiones obrero-estudiantiles” que se dedicaron a visitar diferentes estaciones ferroviarias, fabricas, centros de trabajo para llevar la experiencia del movimiento estudiantil y llamarlos a que se sumen a la lucha. Si la movilización tomó una dinámica tal en la juventud, fue no solamente porque la misma se identificó como “futuros trabajadores”, sino porque una parte significativa de la misma sufre ya en carne propia la precarización laboral, la inestabilidad de no saber cómo llegar a fin de mes, ocupando precisamente los puestos más débiles, en estructuras pequeñas, dónde la Ley El Khomri reforzará sustancialmente la dictadura patronal.

Hay que señalar que en este primer periodo, la juventud y el movimiento estudiantil se encontraron relativamente aislados, dejados “a la buena de Dios” por las direcciones sindicales. La CGT, por ejemplo, se sumó a último momento a la movilización del 9 de Marzo, tan sólo para llamar a una movilización a la misma hora pero en diferente lugar a la convocada por las redes sociales. Si las organizaciones sindicales se sumaron testimonialmente a las movilizaciones, fue para poder mantener un control sobre las mismas, ocupar la cabecera de las marchas, aparecer como los verdaderos representantes del movimiento por sobre las instancias de organización por abajo.

Este aislamiento permitió además al gobierno comenzar a desencadenar una ofensiva represiva. Así, las autoridades de varias universidades decidieron “cerrar” las mismas para impedir que se llevaran adelante Asambleas Generales de la universidad o de la región parisina; la policía llegó a desalojar brutalmente la Sorbona que había sido ocupada ante el cierre de la misma para poder realizar una “Asamblea Interluchas”. A esto se sumó la represión de las manifestaciones en sí mismas, donde los estudiantes comenzaron a hacer la experiencia con la policía, los gases lacrimógenos y los palazos, además de ser los primeros actos de los enfrentamientos de los sectores autonomistas con la policía.

Esta movilización dio lugar a la aparición de una nueva camada de activistas, que hicieron sus primeras experiencias de lucha organizando las universidades, coordinándose a nivel regional o nacional, dirigiéndose a sectores de trabajadores, organizando las manifestaciones y su seguridad. Esto permitió que una vez que el movimiento estudiantil entró en reflujo, quedaran núcleos duros de activistas del movimiento que siguieron interviniendo en el mismo organizando acciones o continuando a impulsar las luchas obreras.

Se trata de un punto de apoyo esencial para las luchas que vendrán, no solamente una posible retomada de la lucha contra la Ley El Khomri, sino cuestiones que atañen específicamente a la juventud, como las cuestiones democráticas centrales en una coyuntura reaccionaria como la actual. Es el caso, por ejemplo, del proyecto del gobierno de instaurar un “Servicio Civico Obligatorio”. El mismo consistiría en tres meses de adoctrinamiento “republicano”, mas seis meses de trabajo precario (3 euros la hora) en diferentes “asociaciones”.

Sin embargo, esta fuerte movilización no logró mantenerse en el tiempo. El fin del año escolar, la llegada de las vacaciones y de los exámenes hicieron crecientemente difícil movilizar a los estudiantes. Las asambleas en las universidades se fueron vaciando, las coordinadoras dejaron de reunirse y los núcleos que subsistieron se dirigieron hacia los sectores de trabajadores, o hacia fenómenos como Nuit Debout (el movimiento de las plazas), que permitían precisamente mantener una estructuración aún en un periodo donde las propias estructuras como las universidades estaban vacías.

A partir de ese momento, centralmente luego de la jornada de huelga general del 31 de Marzo que marca la entrada en escena de las confederaciones sindicales, los elementos de auto-organización se vieron fuertemente reducidos y fueron las direcciones tradicionales las que retomaron el control del movimiento en su conjunto.

2.3 La dirección del movimiento y la CGT

A partir del 31 de Marzo, entonces, los ritmos y la modalidad del movimiento fueron marcados por las direcciones sindicales, con la CGT a la cabeza (además de Force Ouvrière y Solidaires). Detengámonos a marcar algunos puntos sobre la entrada en escena de la CGT en la lucha contra la Ley.

Como dijimos, fueron las movilizaciones “espontáneas” de la juventud las que lograron dar un vuelco a la situación, plantear la cuestión de la oposición masiva a la Ley cuando las direcciones sindicales aún no habían prácticamente dado señales de vida. Objetivamente, el calendario de los sectores en lucha se impuso durante el mes de marzo y las direcciones tradicionales se “apropiaron” del mismo para no perder la dirección del movimiento, cuidándose de no ir demasiado lejos. Casi un mes pasó entre la movilización del 9 de Marzo y la primera jornada de huelga nacional del 31 de Marzo.

Entre ambos, tuvo lugar el 51 Congreso de la CGT. El mismo validó la elección de Philippe Martinez a la cabeza de la central, que había accedido al puesto de secretario general luego de un escándalo que salpicó al anterior dirigente, Thierry Lepaon. El mismo se encontró en el ojo de la tormenta a causa de unos gastos astronómicos sobre su departamento de función, lo cual desató una verdadera crisis de la CGT y forzó su demisión y la posterior elección de Martinez por parte del “parlamento” de la CGT constituido por los secretarios de las diferentes federaciones.

Sin embargo, el escándalo del departamento fue sólo un epifenómeno, la expresión de una crisis larvada que tenía en el fondo que ver con la orientación estratégica de la CGT. Desde hacía algunos años, la dirección de la CGT había llevado adelante la política del “sindicalismo unido”, que significaba en los hechos el acercamiento a la CFDT, confederación reformista y co-gestionaria que firmó todas las leyes del gobierno Hollande. Esto significó además la participación en el “dialogo social” con el gobierno, lo que explica que la CGT no haya movido un dedo contra las anteriores reformas laborales del gobierno de Hollande.

Esta crisis se resolvió con la renuncia de Lepaon y la elección de Martinez, pero el mismo aún debía validar su puesto frente al Congreso de la organización; y el mismo se dio, precisamente, en el contexto de la más importante movilización de los últimos seis años, con la necesidad de dar una respuesta a la altura de las circunstancias. Es por esto que todos los analistas señalaron los numerosos discursos “izquierdistas” del Congreso, llamando a la huelga indefinida, a romper definitivamente con los traidores de la CFDT, a reivindicar la lucha contra el capitalismo. En las mismas votaciones se expresó una presión hacía Martinez, que logró hacer aprobar los textos de balance y de orientación con una mayoría cómoda pero mucho menor de la que se “acostumbra”.

En ese sentido, el Congreso implicó una presión para la dirección de la CGT, que se vio obligada a radicalizar su discurso y ciertas de sus acciones, a llevar algo más lejos la lucha contra la ley. Esto es lo que explica que luego de la jornada del 31 de Marzo haya decido realizar una serie de acciones más radicalizadas, como la huelga de los petroleros y de los portuarios, los bloqueos de depósitos de combustibles, los cortes de ruta. Todas acciones, además, que estaban controladas al cien por cien por la dirección de la CGT, que se cuidó por otra parte de nunca desencadenar una lucha generalizada contra el gobierno, dividiendo y aislando las diversas peleas.

Hay otro elemento importante a señalar en torno a la especificidad de la CGT y de su base militante. La cuestión es que, históricamente, la CGT fue creada y dirigida por elementos del sindicalismo revolucionario: el sindicato era considerado no sólo como una herramienta de defensa de las condiciones inmediatas de los trabajadores, sino como una organización cuyo objetivo era derribar el capitalismo, y que debía a su vez ser la base de organización de la futura sociedad emancipada. La “Carta de Amiens”, que consagra la “independencia del sindicato frente a los partidos” fue en su momento (1906) un reflejo de esta concepción del sindicalismo revolucionario, como reacción también a la traición de la socialdemocracia que había entrado a gobiernos capitalistas de la mano de Millerand.

Al andar los años, la CGT fue progresivamente quedando bajo el control del Partido Comunista Francés, verdadera potencia a la salida de la Segunda Guerra Mundial. Aunque haya sido bajo la deformación del estalinismo, esto consiguió confiriéndole un carácter de sindicato “lucha de clases”, opuesto a la sociedad capitalista. Es por esta razón que, hoy en día, la CGT es vista y vivida como un sindicato “contestatario” (en oposición a los sindicatos colaboracionistas como la CFDT), “radical” e incluso “anticapitalista”.

Esto implica, a su vez, que hay una base militante relativamente importante de militantes sindicales, “cegetistas”. La idea intocable de la separación entre sindicatos y partidos hace que amplias franjas, aunque eventualmente sean afiliados o simpaticen con tal o cual partido, se reconozcan como “sindicalistas”, orienten su actividad cotidiana en torno a ello: su identidad es la de “militantes de la CGT”. De una CGT que es considerada, como hemos dicho, antisistema, que pone la cara del Che Guevara en sus camionetas, pasa la canción “Hasta siempre comandante” y canta “La Internacional” al final de las manifestaciones y de los actos.

En este sentido, la CGT ha logrado captar y canalizar una parte importante de la radicalización por abajo: organizando sobre la base sindical a sectores activistas que salían a la lucha, y administrando la bronca con medidas “radicalizadas” pero controladas. Ha funcionado como una mediación que impidió una radicalización mayor de sectores de la base que participaron en la movilización contra la Ley El Khomri, sobre la base de una identidad común CGT. Además, la campaña reaccionaria del gobierno y de la patronal, que acusó a la CGT de extremista, de irresponsable e incluso de “terrorista”, aumentó el aura combativa de la misma y le permitió galvanizar sus tropas.

Sin embargo, más allá de sus discursos “rojos” y de haber puesto en marcha una capacidad de movilización que le permitió prácticamente mantener en vilo al país como en el momento en que una penuria de combustible parecía posible por el efecto combinado de la huelga de petroleros y de los bloqueos de depósitos, lo cierto es que la CGT nunca se dotó de una estrategia que permitiera arrancar la retirada de la Ley, ya que eso hubiera significado la caída del gobierno y desencadenado una crisis política en regla.

2.4 La estrategia de la presión y no de derrumbar al gobierno

En efecto, más allá de haber defendido públicamente la retirada de la Ley, la estrategia de la CGT consistió en movilizar para presionar al gobierno y obtener concesiones. Muy rápidamente, Philippe Martinez cambió su línea dura de enfrentamiento y de llamado a la huelga por una serie de llamados incesantes a la negociación: el eje de sus intervenciones públicas giraba en torno a la “inflexibilidad” del gobierno, a su rechazo de discutir, al hecho de que no quisiera “sentarse alrededor de una mesa” para buscar una solución.

El espíritu mismo de la Ley consistía en modificar la relación obrero-patrón, en introducir una atomización aún mayor en la clase trabajadora. Todo el resto de las medidas concretas en relación a los salarios y las condiciones de trabajo estaba supeditado a esta voluntad de quebrar toda posibilidad de resistencia colectiva de los trabajadores. Ninguna modificación periférica (como retomar piso de 25% de aumentación de las horas extras, caballo de batalla de la “izquierda del PS”) podía borrar esta filosofía central de la Ley, que el gobierno se dedicó a lo largo del conflicto a explicar que jamás modificaría.

Aún con un 70% de la población opuesta a la ley, aún con un gobierno que batía todos los records de impopularidad, la dirección de la CGT hizo del “dialogo” con el gobierno el eje de sus discursos. El mismo “dialogo social” que funcionó como garante y dique de contención durante las contrarreformas anteriores, el mismo dialogo reivindicado por el sindicalismo “responsable” de los traidores de la CFDT que fue el principal consejero del gobierno y defensor de la ley.

Mientras el gobierno reprimía las manifestaciones, liberaba con la gendarmería los bloqueos de los depósitos petroleros (hiriendo incluso a militantes de la CGT), Philippe Martinez planteaba que estaba dispuesto a sentarse a discutir “sin ninguna condición previa”. De la exigencia de la retirada de la Ley, de los llamados pomposos a la huelga general, se pasó a la orientación de buscar un acuerdo que permitiera salir del conflicto sin que la sangre llegue al río.

Hay varias explicaciones de esto. Una de ellas es que la CGT y las otras organizaciones sindicales hicieron la apuesta de cambiar las cosas en la ciénaga del parlamento. Es por esto que el día en que la ley se presentó en la Asamblea Nacional (diputados), las direcciones sindicales organizaron un acto para… “interpelar” a los parlamentarios. La idea es que, finalmente, tal vez algunos diputados honestos del PS se dignaran a “escuchar” a las calles y a “arreglar” el proyecto de ley. El secretario general de Force Ouvrière, Jean-Claude Mailly, llegó incluso más lejos al defender la necesidad del “lobby parlamentario”; algo para nada extraño viniendo de alguien que es públicamente conocido como miembro del Partido Socialista…

Así, las direcciones sindicales intentaron canalizar la movilización por las vías institucionales clásicas: los “representantes políticos”, el dialogo, el debate parlamentario. Un gran eje de la campaña de las direcciones sindicales fue realizar una “votación ciudadana” en los lugares de trabajo acerca del rechazo o no de la ley, solo para entregar el resultado a…los representantes parlamentarios. En vez de construir la movilización por abajo sobre la base del repudio masivo a la ley y al gobierno, se dedicaron a intentar buscar una salida por arriba, cuidándose bien de que la movilización no se saliera de sus cauces.

Otro elemento a tener en cuenta es que esta orientación también se apoya en la idea de una cierta “división de tareas”: son los políticos los que deciden, y los sindicatos están en el mejor de los casos ahí para mover un poco el amperímetro en uno o en otro sentido. Así, la división entre lo político y lo sindical lleva a la idea de que los sindicatos deben necesariamente “dirigirse” a alguien, con el cual se negocia, se le exige, etc. La razón de ser misma de los sindicatos reformistas e integrados al funcionamiento del sistema es el de tener un interlocutor, el poder político del momento.

La cuestión de fondo es que, en los hechos, la única manera de obtener la retirada de la ley era lograr tirar abajo al gobierno. Desde la primera lectura en la Asamblea Nacional, el mismo recurrió a la utilización del artículo 49-3 de la constitución, que permite aprobar una ley sin voto, a menos que una moción de censura sea votada en su contra. Es una forma de decreto, que probaba el carácter antidemocrático del gobierno y su voluntad incluso en minoría de ir hasta el final. Cuál es el fin del “lobby parlamentario” y de entregar petitorios a los diputados si incluso este mínimo juego de la democracia burguesa se encuentra anulado?

El gobierno, en fin de mandato, batiendo todos los récords de impopularidad y con posibilidades casi nulas de pasar a segunda vuelta en 2017, no tenía nada que ganar con una retirada de la Ley. Estaba determinado a hacer el “trabajo sucio” en aras de la competitividad capitalista del país, aunque eso significara su suicidio político, o al menos una escisión durable con parte de su base social y electoral. Desde el inicio, se dedicó a chocar frontalmente con los manifestantes, por la vía de la represión directa, de la criminalización e incluso de la campaña reaccionaria contra la CGT.

La pelea se planteó entonces de manera directa en el plano político, el de la legitimidad y capacidad del gobierno de hacer pasar una Ley repudiada ampliamente por la mayoría de la población: de allí que, estando en minoría, se haya apoyado en los mecanismos autoritarios para hacer pasar la ley. La pulseada que comenzó el 9 de Marzo sólo podía saldarse o con la caída del gobierno y de su reforma, o con la derrota de las calles. De ahí que la orientación de negociación de la CGT cayera en saco roto (el gobierno hizo mayoritariamente oídos sordos a sus pedidos de dialogo) y que además llevara a un callejón sin salida.

Esta orientación se expresó concretamente en una serie de elementos que atañen al plan de lucha llevado adelante, donde la CGT se cuidó como de la peste de desencadenar un movimiento generalizado que pudiera realmente bloquear el país y poner en jaque al gobierno. De ahí que esperara un mes entero para llamar a la primera jornada de huelga, que cada jornada de huelga nacional estuviera espaciada por un mes, que haya sacado a la lucha a los diferentes sectores en diferentes momentos (por ejemplo, el haber retardado la huelga de los ferroviarios hasta después de que los petroleros levantaran las medidas de lucha).

En vez de apostar a la confluencia, en el punto máximo del movimiento cuando la penuria de combustible parecía poner en jaque al gobierno, la CGT frenó la huelga de ferroviarios para seguir negociando con la dirección de la SNCF (compañía estatal de trenes) y tendió una mano al gobierno “sin ninguna condición previa”. Las direcciones sindicales le tiraron un salvavidas a un poder deslegitimado e infundieron ilusiones en el pantano parlamentario y en el “ala izquierda” del PS, que terminó capitulando al gobierno y siendo incapaz de presentar una moción de censura a causa de mezquinos intereses electoralistas.

La cuestión de fondo, entonces, es que para derrotar la Ley había que tirar abajo al gobierno, lo cual hubiera desencadenado una crisis política en regla, a tan sólo un año de las elecciones presidenciales. Esto hubiera desviado el “curso normal” de las cosas, haciendo saltar por los aires los cauces institucionales tradicionales, las mediaciones que son “el pan de cada día”, la razón de existir de las organizaciones reformistas e integradas al sistema político y estatal. Una caída del gobierno hubiera sido un terremoto en la situación política y social, la apertura de una “caja de Pandora” que podría haber amenazado incluso el férreo control de la CGT sobre el movimiento, y más en general la solidez de los aparatos políticos clásicos de la “izquierda” en sentido amplio para canalizar las aspiraciones populares.

Así las cosas, vivimos un proceso muy extenso en el tiempo, masivo, que implicó la irrupción de amplios sectores en la lucha, la recuperación de métodos históricos de pelea de la clase trabajadora, las huelgas, las ocupaciones, los piquetes y cortes de ruta, pero que no logró realmente quebrar la situación política existente, modificar profundamente las relaciones de fuerzas entre las clases mediante una rebelión en regla. A pesar de la enorme combatividad, de la duración y la amplitud del movimiento, no se logró realmente desbordar la situación y a la dirección de la misma.

2.5 La inexistencia de una dirección alternativa

Uno de los problemas centrales del movimiento fue que, a pesar de la masividad y la combatividad del mismo, ninguna dirección alternativa a la burocracia sindical fue capaz de emerger y de desbordar a la misma. Los que marcaron el tono, el ritmo, el contrapunto político y mediático a nivel nacional fueron los dirigentes de las grandes confederaciones, sin que ninguna organización independiente desde abajo lograra cuestionar este monopolio.

Existieron formas de confluencia y de coordinación por abajo, entre el movimiento estudiantil que se solidarizó con los trabajadores en lucha, entre diferentes sectores de trabajadores que se organizaron (como ya había sido el caso en la pelea de 2010) en “Asambleas Interprofesionales”, o incluso en fenómenos como “Nuit Debout” donde sectores de activistas se propusieron confluir y aportar a la construcción de la huelga general.

Pero lo cierto es que se trató de experiencias muy reducidas, de vanguardia, que lograron reagrupar a sectores de base combativos pero sin lograr realmente torcer el curso de los eventos, dar el salto a alternativa de dirección o incluso aparecer como una voz diferente a nivel mediático. Se trató centralmente de reagrupamientos de militantes sindicales de base, más combativos y “democráticos” que las direcciones tradicionales, pero que no lograron trascender sus propios sectores, que además no eran esencialmente los sectores centrales o los más movilizados, sino más bien sectores como trabajadores estatales, profesores, empleados de correos, jóvenes sin empleo o precarios.

En los hechos, el grueso de la clase trabajadora, incluidos los sectores que fueron punta de lanza de los puntos álgidos del movimiento como los petroleros, los portuarios o los ferroviarios, fueron dirigidos de punta a punta por las direcciones tradicionales. Si al tratarse de sectores muy sindicalizados, con una identidad fuerte y homogénea (en el sentido corporativista) y con tradición de lucha, fueron capaces de llevar adelante huelgas largas y mayoritarias, además de medidas “radicalizadas” como los bloqueos, esto fue bajo la estricta dirección de la CGT, sin ningún elemento de auto-organización por abajo (salvo en el caso de ferroviarios, aunque éstos se redujeron centralmente a la región parisina y no lograron tampoco constituir una verdadera dirección).

La Intersindical, y a la cabeza de ella la CGT, fueron los amos y señores de la situación: en todo caso, sufrieron sin dudas la presión de la base y de la calle, e incluso se dieron ciertos reacomodamientos internos como fue el caso de la CGT y su Congreso, pero ningún sector fue capaz de aparecer como una alternativa. Así, fue la estrategia de la presión y un calendario diletante los que se impusieron, muy por detrás de las posibilidades que ofrecía la situación, con la bronca acumulada y la combatividad que la irrupción del movimiento infundió en amplios sectores.

Hay varios elementos a tomar en cuenta para explicar esto. El primero que podemos subrayar es la débil implantación de los sectores independientes, centralmente de la izquierda revolucionaria. La izquierda trotskista tiene una implantación demasiado débil, por dos razones. La izquierda del NPA, que defiende posiciones más independientes respecto de la burocracia sindical, y una política de auto-organización, tiene una débil implantación entre trabajadores: mayoritariamente entre sectores de trabajadores estatales.

Por su parte, la dirección mayoritaria, heredera de la Liga Comunista Revolucionaria, posee una implantación mayor, más extensa nacionalmente y más diversa, pero tiene una política seguidista de las direcciones sindicales: su concepción es que “lo sindical y lo político no se mezclan”, tradición muy fuerte en Francia desde la Carta de Amiens que consagró esta “independencia sindical”. En ese sentido, entonces, la dirección del NPA no se apoya en su acumulación histórica y su proyección política (a través de figuras muy conocidas como Olivier Besancenot, ex candidato presidencial) para plantear una orientación alternativa a la de las direcciones sindicales: se trata para ella de dos “mercados diferentes”, por así decirlo.

Esta escisión entre lo político y lo sindical trae consecuencias gravísimas a la hora de la construcción de alternativas independientes: en los hechos funciona como un freno para la acumulación de experiencias claramente delimitadas de las direcciones tradicionales. Un militante político que se organiza sindicalmente está “obligado” de intervenir en ese terreno como un “puro sindicalista”: caso contrario se trataría de “infiltración”, o de mezclar dos ámbitos que, Carta de Amiens obliga, deben estar estrictamente separados. Esta es la presión a la que capitula la dirección mayoritaria del NPA, que no ofrece alternativa porque, a los ojos de la tradición francesa, plantear una orientación para las peleas sindicales no es algo que “le incumba”.

Se trata de una situación sumamente diferente a la que conocemos en otros países como los de América Latina, la Argentina por ejemplo: allí la izquierda revolucionaria interviene con nombre propio (aunque tácticamente esto pueda tomar diversas formas) en los sindicatos, librando una pelea abierta y directa con las direcciones burocráticas, peleando a brazo partido por ganar la dirección de Comisiones Internas, Seccionales, Sindicatos Nacionales. Los “brotes trotskistas en el movimiento obrero”, como señaló un editorialista del diario conservador La Nación, son un dato de la realidad política y social de ese país: se pelea por conquistar una influencia creciente entre sectores de la clase trabajadora, y poder desde las posiciones conquistadas influir más ampliamente.

Así, las “Comisiones Internas de la izquierda” son públicamente conocidas (y combatidas de manera furibunda por la burocracia y las patronales) y funcionan como un punto de apoyo para disputar la dirección más general a la burocracia sindical: en todas las peleas, la izquierda revolucionaria se esfuerza por dar un “contrapunto” a la orientación de las direcciones tradicionales. Este no es el caso en Francia, donde no hay sindicatos “dirigidos por la izquierda”, sino militantes de izquierda en la dirección de sindicatos, pero en tanto que militantes sindicales. La especificidad de una acumulación y una construcción propia, independiente, alternativa, se diluye así frente a las presiones sindicalistas.

Por su parte, el autonomismo, que llegó a jugar un rol importante en la juventud, no parece tener una implantación seria entre sectores de trabajadores (ni tener la intención de construirla). Su estrategia fue la de la búsqueda de una “radicalidad” cada vez mayor, aunque fuera minoritaria, ya fuera a través de los enfrentamientos con la policía o de la realización de acciones como bloqueos. No se dirigió hacia sectores amplios de la clase trabajadora, hacia la necesidad de construir la huelga general, sino que revistió la forma de una especie de “vanguardismo” que nos remite a las experiencias guerrilleras o foquistas (aunque en una escala muchísimo menor, claro), es decir sin la perspectiva de una construcción de masas.

Un tercer elemento que queremos subrayar es, como señalamos anteriormente, el rol y la identidad relativamente contradictorios de la CGT. Como resultado de esta separación entre lo sindical y lo político, además de la tradición del sindicalismo, particularmente del sindicalismo revolucionario, y la identidad “contestataria” e incluso “radical” de la CGT (o de otros sindicatos como Solidaires), hay un amplio sector de militantes sindicales de base. Ser un militante “cegetista”, a secas, significa de por sí ser activista, combativo (en oposición a los sindicatos más de derecha), haber tomado la decisión de organizarse en el marco de un retroceso y una adaptación crecientes de las organizaciones sindicales.

Esto también funciona como una mediación para una radicalización y desborde mayor: hay una amplia franja de militantes sindicales cuya principal identidad es ser de la CGT, a la que consideran como un sindicato “lucha de clases”. Esta es la base que estuvo a la cabeza de las diversas acciones militantes como los piquetes, los bloqueos y demás: se trata de militantes “del movimiento” combativos y honestos. Pero, en ausencia de una alternativa independiente en el seno de la CGT y más ampliamente, y particularmente en el contexto de una cierta “radicalización” de la dirección de la CGT y de una campaña reaccionaria del gobierno contra la misma, esta franja de activistas se encuentran, en los hechos, bajo la dirección burocrática de la CGT.

Así las cosas, uno de los principales límites del movimiento fue la incapacidad de desbordar verdaderamente a las direcciones tradicionales, de romper los diques de contención de las mismas y lograr “subir un escalón” en el enfrentamiento. Finalmente, bajo el control de la burocracia que tuvo una orientación diletante, de presión y de negociación, el movimiento se “estiró” (demostrando sin embargo por su duración reservas de combatividad muy importantes), ante lo cual el gobierno logró resistir ya que en ningún momento se logró una irrupción independiente en regla que lo pusiera contra la pared.

Esta situación no puede ser atribuida únicamente, aunque nos esforzamos de esclarecer estas cuestiones, a las condiciones objetivas de la coyuntura política o de la tradición o el estado del movimiento social. La política y la orientación defendida por las diferentes corrientes que intervinieron en el movimiento también deben ser pasadas en revista.

3. Las fuerzas de la vanguardia

3.1 Las corrientes tradicionales

Partamos del elemento más general, que ya señalamos: las corrientes burocráticas y reformistas tradicionales dirigen muy ampliamente a los grandes sectores de masas y han logrado globalmente monopolizar la dirección y la “voz” del movimiento. Esto se confirma tanto en el movimiento obrero como en la juventud, aunque en ésta última haya más acumulación independiente.

Estas direcciones tuvieron la habilidad de “ponerse a la cabeza” del movimiento para controlarlo mejor. En efecto, no se opusieron frontalmente a las movilizaciones, ni siquiera a ciertos elementos de “auto-organización”, ni traicionaron abiertamente cerrando un acuerdo con el gobierno (para lo cual las condiciones no parecían estar dadas tampoco). Al contrario, se montaron a la ola de la movilización, la hicieron extenderse en el tiempo, estancarse, administraron la bronca radicalizándose y levantando las medidas alternativamente.

En el movimiento estudiantil y juvenil, por ejemplo, esto se vio claramente en la política llevada adelante por la dirección de la UNEF, la Unión Nacional de Estudiantes de Francia, ligada a la izquierda del PS. Desde el principio, la dirección de la UNEF se opuso a la Ley, llamando a las diferentes movilizaciones, participando incluso en las Asambleas Generales de las Universidades y en la Coordinadora Nacional Estudiantil. Mientras “construía la movilización”, la dirección de la UNEF se reunía semanalmente con el gobierno para lograr algunas concesiones.

En cuanto lograron arrancarle algunas migajas al gobierno (centralmente en torno a las becas estudiantiles y a la cuestión de la vivienda), la UNEF declaró al diario oficialista Le Monde, que lo festejó con bombos y platillos, que estaba “muy satisfecha de las propuestas del gobierno”, pero que claro, continuaba a llamar a movilizarse contra la Ley El Khomri… La consecuencia directa fue que desertaron en los hechos la movilización, pero manteniéndose formalmente a la cabeza de la misma, copando la cabecera de las marchas, apareciendo como portavoces de la juventud en los grandes medios.

El peso de esta organización en el movimiento estudiantil, junto a sus aliados de la estalinista Juventud Comunista que le siguieron el paso desde el principio, se reflejó en las consecuencias de su deserción. Así, luego de que la UNEF llegara a un acuerdo con el gobierno, la cantidad de universidades representadas en la Coordinadora Nacional Estudiantil se dividió por dos: de unas ochenta se pasó a cuarenta universidades. Aunque la izquierda y las corrientes más independientes, tienen un peso mayor (e incluso mayoritario) en la región parisina y en las grandes ciudades, la única organización con una verdadera implantación nacional es la UNEF. La propia Coordinadora Nacional Estudiantil, aunque permitió agrupar y organizar a los sectores activistas más avanzados, no logró verdaderamente convertirse en una referencia a nivel masivo, ni quebrar el bloqueo mediático que hizo de la UNEF la única representación de la juventud.

Este rol “ambiguo”, de mediación, de las direcciones burocráticas, se reflejó también en su actitud hacia ciertos fenómenos novedosos como Nuit Debout, el movimiento de las plazas. El mismo era, en los hechos, independiente de las direcciones sindicales: la ocupación inicial de la Plaza de la República en Paris ocurrió luego de la jornada de huelga nacional del 31 de Marzo, justamente con el slogan “No nos volvemos a casa”, para darle continuidad, mientras la burocracia llamaba la siguiente para el 28 de Abril. Nuit Debout funcionó como un polo de organización para sectores que se encontraban desorganizados (trabajadores precarios, estudiantes en periodo de vacaciones) y también de confluencia de sectores organizados, política, asociativa o sindicalmente; en todo caso, se trataba de un fenómeno que “escapaba” al control de las direcciones tradicionales.

En vez de combatirlo frontalmente, las organizaciones tradicionales tuvieron una actitud complaciente hacia la misma. El sentimiento mayoritario de Nuit Debout de no “encerrarse en las plazas”, sino de ligarse al movimiento obrero, se tradujo en los hechos por el llamado a las direcciones sindicales. Y las mismas respondieron presente, como el propio Philippe Martinez que se permitió intervenir luego de una jornada de movilización en la Asamblea General de Nuit Debout, explicando que él también “estaba por la huelga general”. Sin verse verdaderamente amenazadas por estas experiencias, las direcciones sindicales las aprovecharon para pintarse un poco más de rojo.

Como dijimos, entonces, las direcciones tradicionales pusieron en pie una estrategia de presión y de llamado al dialogo al gobierno, manteniendo al mismo tiempo una serie de movilizaciones y de medidas y poniéndose “a la cabeza” de la movilización. Incluso ahora, luego de cuatro meses de movilización y de que el gobierno haya aplicado un nuevo “decretazo” en la segunda lectura de la Ley, llaman a retomar la movilización luego de las vacaciones, con una jornada el 15 de Septiembre. Veremos si aprovechando esto como punto de apoyo es posible relanzar el movimiento.

3.2 El peso del autonomismo

Otra corriente en la que queremos detenernos, por el peso que ha logrado en la juventud además de su exposición mediática y porque el movimiento ha marcado en parte su “regreso” en la escena, es el autonomismo. Se trata de una corriente relativamente heterogénea, con inspiraciones diversas que van desde el anarquismo a la “autonomía italiana”, la ultraizquierda guerrillerista de los años 70 en Europa, el antifascismo.

Sus apariciones más “espectaculares” tienen que ver con los enfrentamientos con la policía, por los que se los conoce genéricamente como “black blocks”. Sin duda, uno de los elementos atractivos de esta corriente ha sido su voluntad desde el principio de “desbordar” a las direcciones tradicionales, centralmente en las manifestaciones, negándose a movilizarse detrás de los dirigentes sindicales y ocupando la cabecera de las manifestaciones. Si el reflejo mediático de esto fueron los enfrentamientos con la policía, por abajo logró impactar sobre un sector harto de que las direcciones reformistas marquen el paso y monopolicen todo, harto de las movilizaciones que sólo significaban un “paseo primaveral”.

Los autonomistas lograron así conectar con la radicalización de un sector de la juventud, de la bronca hacia el sistema y centralmente hacia su aparato represivo (y otras formas más cotidianas de “negación de la libertad”), expresándolo mediante la acción directa y violenta. Por otra parte, se apoyan en un sentimiento que puede definirse no exactamente como “antiorganización” (ya que son sectores relativamente organizados y estructurados), pero sí de rechazo de las organizaciones burocráticas, tradicionales, reformistas. Así, aparecen como oponiéndose frontalmente a estas organizaciones, proponiendo una alternativa independiente, como se refleja en la pelea por ocupar la cabecera de las movilizaciones.

También desarrollan un discurso y una práctica ligadas al espontaneísmo, a la acción directa, a la “propaganda por el hecho”. Se trata de una estrategia minoritaria, en cierta medida “foquista”, que no se preocupa por el estado de conciencia y de organización de los amplios sectores. Por un lado, la idea de que “la gente no está de acuerdo” con tal o cual acción es denunciado como un subterfugio de las direcciones reformistas para “nunca hacer nada”. Por otro lado, la idea misma de conquistar la mayoría para una determinada orientación es desdeñada: si estamos convencidos de algo, por qué no hacerlo aquí y ahora? En las universidades, los autonomistas fueron partidarios de las ocupaciones desde el principio, sin importar la cantidad de gente movilizada, el estado de ánimo del estudiantado. Se abordaba el problema casi como una cuestión puramente técnica o “militar”: si había suficiente gente para bloquear la facultad, no hacía falta más, y el bloqueo en sí mismo ya era una acción de lucha, una ruptura con la normalidad.

Un eje central de estas corrientes es el de presentar su orientación y su acción como apuntando a “romper con la rutina”. En este plano, el resto de las corrientes aparecen en general como demasiado integradas, como esclerosadas, temporizadoras. Las actividades clásicas de organización, el volanteo, las asambleas, la agitación, la discusión uno a uno para convencer y movilizar son vistas precisamente como “rutinarias”. La acción directa aparece así como un atajo, como una manera de actuar “concretamente” contra el sistema: su seducción también está ligada a la crisis más general de toda perspectiva estratégica, histórica, de muy largo plazo (única forma que puede tomar una verdadera perspectiva colectiva y revolucionaria).

Una de las explicaciones del peso del autonomismo es que las otras corrientes de la extrema izquierda, en particular el trotskismo, aparecen como extremadamente debilitadas. El propio NPA se encuentra sumido en una crisis crónica, y sus principales apariciones tienen que ver con el calendario electoral, lo cual refuerza su identificación como “más de lo mismo”. En la juventud, el trotskismo tiene una intervención esencialmente sindical, lo cual lo deja pegado a una identidad rutinaria, sin atractivo: no aparece como una corriente dinámica, radical, combativa, revolucionaria. Su identidad política, global, revolucionaria, aparece como disminuida: durante la movilización tuvo una orientación más bien “movimientista”, que desdibujaba su especificidad como corriente revolucionaria.

En este sentido, el autonomismo logró realizar una intervención más política, más “global” en cierto sentido y menos movimientista. Producen un análisis, un discurso y una orientación con respecto la cuestión del capitalismo, del aparato estatal y represivo, del trabajo y la explotación, de la dominación en general. El autonomismo ha intentado dar una serie de respuestas a las preguntas que una juventud radicalizada, impactada por la movilización, por la descomposición creciente del mundo actual, se plantea.

Como señalamos, su peso relativo en la juventud se debe, además, a la debilidad de otras corrientes, centralmente el trotskismo. No se trata solamente de una debilidad estructural o de acumulación: en efecto, el trotskismo tiene una acumulación histórica en Francia, una de sus “capitales”, además de un relativo lugar ganado política y mediáticamente. Se trata, centralmente, de una crisis de orientación y de estrategia de sus principales organizaciones.

3.3 El rol del trotskismo y su crisis

Dediquemos sólo algunas líneas a Lutte Ouvrière, una de las principales (en este momento probablemente la principal) organizaciones del trotskismo francés, junto al NPA (históricamente la LCR). Se trata de una organización enormemente esclerosada, conservadora, que tiene una visión totalmente derrotista del periodo histórico actual. Para esta corriente, la caída de la URSS ha sacado completamente del horizonte la perspectiva de la revolución y abierto además un ciclo de retroceso de las luchas. Podríamos acordar con esto en sentido general, con la precisión de que ese signo ha comenzado a invertirse en los últimos años, con el ciclo de rebeliones a nivel mundial, la crisis del capitalismo y una lenta acumulación de las corrientes revolucionarias.

Para Lutte Ouvrière, no existe ninguno de estos contrapesos progresivos a la crisis de alternativa socialista: estaríamos atravesando un largo periodo glacial que no se sabe cuándo terminaría. La única posibilidad que ofrece la situación actual es de mantener intacta la llama revolucionaria, para legarla a las generaciones futuras. Esto tiene como consecuencia una orientación profundamente sectaria y conservadora: a pesar de su implantación no menor, Lutte Ouvrière no tuvo ninguna iniciativa, ninguna ofensiva, no se dio verdaderamente una política alternativa para el movimiento. Pareciera como si decretaron el fracaso del mismo antes de que hubiera siquiera comenzado…

Pero detengámonos más específicamente en el NPA, lanzado en su momento por la LCR, sección francesa del Secretariado Unificado. Nos interesa tratar las posiciones de ésta organización ya que el SU, el llamado mandelismo (por su dirigente histórico Ernest Mandel) es la principal organización del trotskismo europeo históricamente, además de tener una posición más abierta hacia la realidad, menos sectaria. El propio NPA, aunque su dirección mayoritaria provenga del tronco histórico del mandelismo, incluye también otras tradiciones, y funciona como un ámbito de procesamiento de debates estratégicos y de orientación (aunque se encuentre muy debilitado).

El problema principal del Secretariado Unificado es que no sabe bien “cuál es su lugar en el mundo” o, más bien, cuál es su lugar en el mundo en tanto que organización independiente. Para el mandelismo, el periodo actual sigue marcado por un retroceso brutal, por una relación de fuerzas desfavorables a la clase trabajadora, por la desacumulación de experiencias. Con la revolución fuera del horizonte histórico, las fronteras entre reformistas y revolucionarios devendrían más borrosas, en particular en una época “negra” en que la simple identidad “antineoliberal” sería progresiva.

De allí que, durante la última década, la política del SU en el conjunto de Europa haya consistido en la creación o la participación en formaciones amplias, con corrientes ex socialdemócratas o ex estalinistas, sin más delimitación estratégica que la de ser “antineoliberales”, como fue el caso de Rifondazione Comunista en Italia o del Bloco de Esquerda en Portugal. Fue en ésta línea que el SU apoyó sin ninguna delimitación el gobierno de Syriza, cuyo programa “antiausteridad” podría ser según ellos el punto de partida de una dinámica revolucionaria.

El gran caballo de batalla del SU en la actualidad es Podemos, de la cual su sección española, Anticapitalistas, forma parte desde el comienzo e incluso llegó a disolverse para “construirlo lealmente”. Los militantes de Anticapitalistas no construyen ninguna alternativa independiente al interior de Podemos, no se delimitan públicamente de su dirección que se encuentra en un curso derechista y de adaptación; ni siquiera criticaron la voluntad de formar un gobierno con el PSOE. Al contrario, dirigentes de Anticapitalistas llegaron a plantear que una de las principales tareas del próximo periodo era concretar una fusión de Podemos con los estalinistas de Izquierda Unida, con los que concurrieron a elecciones.

El gran problema de esto es que la perspectiva de una construcción independiente queda fuertemente cuestionada. Lo que tenemos es al contrario la disolución dentro de algo más grande y más amplio, sin ninguna crítica ni delimitación, de organizaciones reformistas e institucionales, que no se plantean como eje central ni la pelea revolucionaria ni la independencia política de la clase trabajadora. El Secretariado Unificado ha renunciado lisa y llanamente a construir organizaciones revolucionarias claramente delimitadas de los reformistas; aún más, en la “noche negra” que atravesamos, osar algo así sería un crimen de leso sectarismo.

La consecuencia concreta de esto en Francia es que toda la orientación de la dirección del NPA consiste desde su fundación precisamente en lograr esta alquimia que alcanzó en otros países, lograr reconstruir la “familia de la izquierda”. Así, los grandes debates en el partido giraron siempre en torno a la intervención electoral y a la pertinencia o no de alcanzar acuerdos con las organizaciones reformistas de “la izquierda de la izquierda”, como el Parti de Gauche de Melenchon. Sus intervenciones no se centran en la necesidad de construir una organización revolucionaria independiente, sino en la necesidad de una “nueva representación política”, de “gobiernos anti-austeridad”.

A esto se suma, como dijimos, una capitulación a la presión de la división entre lo político y lo sindical, y la negativa entonces de proponer una alternativa independiente en ese terreno. Durante todo el conflicto, el NPA no apareció a nivel amplio como una organización que se opusiera a la política de la burocracia sindical, como referente de los sectores más decididos, más combativos, que querían ir hasta el final, echar al gobierno con la movilización. En sus apariciones mediáticas, el NPA realizó un contrapunto con el gobierno, pero jamás con las direcciones reformistas de los sindicatos, como sí lo hacían por ejemplo los autonomistas (no en los medios, a los que no tienen acceso).

Esto tiene que ver no solamente con la idea de que los sindicatos y los partidos son dos cosas diferentes, y que entonces al NPA “no le incumbe” dar una orientación alternativa a la lucha. Más profundamente, la concepción que atraviesa la intervención de la mayoría del NPA es que la burocracia sindical (combativa) también forma parte de la clase obrera, de la “gran familia de la izquierda”, de las organizaciones anti-neoliberales. Por qué entonces, en un periodo de claro retroceso, oponérsele y construir una alternativa? El slogan histórico de la LCR refleja un poco eso: se trataba de “100%” a la izquierda. Es decir, existiría una especie de continuum con diferentes porcentajes de “izquierda” (30% para la socialdemocracia? 50% o 60% para el estalinismo?) en la cual el trotskismo representaría el 100%, como se tratase en el fondo de diferentes variaciones de la misma especie.

De ahí que la especificidad del trotskismo como corriente revolucionaria, socialista, antiburocrática y antiestalinista, no electoralista ni institucionalista (pero tampoco ultraizquierdista) queda desdibujada. No quedan claras cuáles son las fronteras entre fuerzas reformistas como el Front de Gauche, entre las direcciones sindicales tradicionales y el NPA: parecería, como hemos dicho, que se trata de la misma gran familia, que como toda gran familia a veces tiene algunas discusiones y algunos entredichos. El trotskismo del NPA, al menos de su dirección mayoritaria, no aparece entonces como una alternativa al reformismo y a la burocracia.

Frente a este panorama, la izquierda del NPA sí defiende una posición más independiente de las direcciones burocráticas, además de la necesidad de construir una organización revolucionaria claramente delimitada de los reformistas. La misma jugó un rol importante en la juventud y en algunos sectores de trabajadores aunque más bien periféricos: planteó una política propia para la movilización, de confluencia de los diferentes sectores, por la huelga general y por la autoorganización por abajo.

El problema es que estos sectores del NPA cuentan con una acumulación mucho menor, además de que concretamente no son la dirección del partido. A nivel masivo, la línea del NPA es la línea de la mayoría, que venimos de describir. Los portavoces principales, los candidatos presidenciales, pertenecen a la mayoría, y la izquierda del partido no logra hacerse un lugar igualmente importante a nivel amplio. Por otra parte, la implantación histórica, tanto a nivel nacional como de estructuración en el movimiento obrero, pertenece más bien a la mayoría, constituida en torno al tronco histórico de la LCR. La izquierda se encuentra principalmente implantada en la juventud, lo cual es un signo progresivo en tanto habla de la “buena salud” de este sector, pero también refleja su débil peso estructural.

Otro problema de la izquierda es que ha tenido en muchas ocasiones desvíos “sindicalistas” o “movimientistas”. En efecto, hay que reconocer, y evidentemente esto es correcto, que dieron una pelea a brazo partido para que el movimiento contra la Ley El Khomri llegara hasta sus últimas potencialidades, para lograr la extensión de la huelga, la solidaridad, la coordinación entre los diferentes sectores. Sin duda, ser los mejores activistas es una condición indispensable para poder hacerse de un auditorio e influenciarlo políticamente.

Sin embargo, no alcanzaba con tener una “orientación para el movimiento”. Es necesario poder dar un análisis político de conjunto, de la situación en cada momento, de las fuerzas políticas en presencia, sus evoluciones, las posiciones de unos y otros, qué alternativa defendemos. Incluso poder articular un discurso sobre la sociedad actual, la necesidad de derribarla, como lograrlo: la lucha contra la Ley tuvo elementos de politización importantes y amplios sectores se planteaban cuestiones que iban mucho más allá de la simple Ley.

Frente a esto, la aparición y la intervención específicamente políticas (incluso propagandísticas) se vieron enflaquecidas frente a la intervención puramente en el movimiento. En muchas movilizaciones, ni siquiera hubo columnas del NPA en tanto que tal: sus militantes organizaban las columnas de sectores en lucha, lo cual está muy bien, pero que sin un contrapeso político por momentos “diluyó” al partido como simplemente el sector más consecuente y combativo de la movilización. Pero un partido revolucionario es mucho más que una serie de luchadores honestos, o una orientación específica para una lucha: es una organización política, que se debe de dar respuestas políticas, es decir globales, frente a la situación, y en particular ofrecer una orientación para el derrocamiento de la sociedad actual y la construcción de la sociedad futura.

3.4 El espacio para una alternativa revolucionaria

A pesar de estas debilidades, el espacio para construir una alternativa independiente y revolucionaria es importante y probablemente continuará desarrollándose. La crisis mundial del capitalismo erosiona cada día la base material de legitimidad del mismo, y todas las miserias que el sistema nos inflige cada día (crisis climática, crisis de los refugiados, guerras, machismo, discriminación) plantean ante amplios sectores la necesidad de transformarlo.

En este sentido, vivimos desde hace algunos años lo que desde la corriente internacional Socialismo o Barbarie denominamos un ciclo de rebeliones populares, con la entrada en escena de las grandes masas a la lucha social y política. En este contexto, una nueva generación de activistas está haciendo sus primeras experiencias de lucha, y el caso francés fue nuevamente una confirmación de este fenómeno. La izquierda revolucionaria debe empalmar y nutrirse de este despertar a la vida política de amplios sectores que buscan una alternativa, reforzando la construcción de nuestras organizaciones.

Además, en Francia el trotskismo tiene un lugar “ganado” históricamente: se trata de una de las corrientes más dinámicas de la extrema izquierda, desde el rol destacado de la Juventud Comunista Revolucionaria (a partir de la cual se fundó la LCR) en el Mayo Francés. Hay una fuerte tradición del trotskismo en Francia, que es reconocido como corriente política, ha alcanzado el 10% en las elecciones presidenciales de 2002 (entre Lutte Ouvrière y la LCR), y forma parte “objetivamente” de la vida política del país.

En este sentido, hay una especie de “vacancia política” en este terreno: hay un espacio para una corriente socialista revolucionaria, antiestalinista, antiburocrática, pro obrera y no vanguardista, foquista o ultraizquierdista. Entre la nueva juventud que sale a la lucha y se politiza, un trotskismo “lucha de clases”, dinámico, que dé respuestas a los problemas políticos y a las cuestiones estratégicas que se plantean las nuevas generaciones, no electoralista ni seguidista de las corrientes reformistas o anti-neoliberales.

Es sobre esta base que, reforzados por las experiencias de construcción y de intervención que nuestra corriente internacional viene acumulando en diferentes países, apostamos a aportar a la construcción de una fuerte organización revolucionaria en Francia, a través al mismo tiempo la construcción de nuestra propia corriente, del matiz o la sensibilidad especifica del trotskismo que aportamos. Es por eso que desde hace algunos años venimos dando una pelea por abrirnos paso en el Viejo Continente, a partir de una inicial implantación en Francia y en España.

Venimos realizando un trabajo de propaganda y de formación entre la juventud universitaria, en la Universidad de Barcelona así como en la Universidad de Nanterre en Paris. Esta intervención nos obliga a retomar los debates históricos estratégicos que se reabren paso entre las nuevas generaciones que buscan una alternativa, como el debate con el anarquismo que goza de un peso importante en España, o el autonomismo en Francia.

Además, la construcción de nuestra corriente también está vinculada a llevar adelante las peleas políticas alrededor de los movimientos profundos que se operan en el trotskismo a nivel mundial. En efecto, la aceleración de la lucha de clases como consecuencia de la crisis ha impactado también a la izquierda revolucionaria, “removiendo las aguas” de corrientes históricas. Es así que en Europa un sector del mandelismo ha realizado un balance de la estrategia de partidos amplios de los últimos años, llevando adelante una pelea contra la dirección mayoritaria del SU; otro reflejo de esto es la reciente ruptura del PSTU brasileño, principal organización trotskista del país y columna vertebral de la Liga Internacional de los Trabajadores.

En Francia, el NPA constituye un terreno de debates estratégicos entre las corrientes trotskistas, y también de experiencias comunes. A pesar de su crisis crónica, el NPA cuenta con una acumulación histórica que sería irresponsable “regalar” a la mayoría liquidacionista: se trata de un capital político importante, con una implantación, un prestigio y un lugar ganado, con decenas o centenas de militantes revolucionarios. La pelea por un NPA revolucionario, claramente delimitado de los reformistas, que haga de la implantación y la intervención en el movimiento obrero y la juventud una prioridad es una tarea central en Francia, para reforzar nuestra presencia, confluir con otras tradiciones y construir una fuerte organización de vanguardia revolucionaria.

La confluencia con otras tradiciones revolucionarias sobre la base de los “parte aguas” políticos de los últimos años (como el gobierno de Syriza en Grecia y las experiencias del nuevo reformismo en general) es una perspectiva a la que apostamos desde Socialismo o Barbarie, como expresamos en nuestro Llamamiento por un reagrupamiento internacional de los revolucionarios sobre bases independientes a todo gobierno burgués. La agudización de la lucha de clases a nivel internacional implica un terreno pero también una obligación para una intervención común de diferentes tradiciones revolucionarias, en vistas de una convergencia mayor.

Por nuestra parte, vivimos una dinámica ascendente de nuestra corriente internacional: nuestros diferentes núcleos se fortalecen y se nutren de una nueva generación militante, conectando con una politización y radicalización de sectores crecientes bajo el acicate de la crisis mundial. En Europa, este lugar “vacante” para el trotskimo lucha de clases, independiente, combativo nos llama a redoblar nuestros esfuerzos de construcción para plantar definitivamente bandera en el viejo continente y ser parte integrantes de las nuevas experiencias de la lucha de clases que más temprano que tarde vendrán.

Por Alejandro Vinet, Revista SoB 30-31, noviembre 2016

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