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Sep - 1 - 2016

El pasado 24 de agosto un amplio contingente de tanques turcos cruzó la frontera para invadir el norte de Siria. Lo hizo acompañado de un ejército de cientos (y quizás hasta miles) de combatientes sirios que pertenecen a diversos grupos islamistas. Estos grupos vienen actuando hace años como agentes de los intereses turcos al interior de Siria, y ahora se prestan directamente como fuerza de choque a su servicio.

La invasión turca (país miembro de la OTAN) se hace con el pretexto de expulsar al Estado Islámico de las posiciones que hasta hace poco ocupaban en la frontera. Pero se trata solamente de una excusa. La realidad es que el Estado Islámico se retiró de esas posiciones sin combatir, ante la señal turca de que sus tropas iban a avanzar sobre esos territorios.

El verdadero objetivo de la invasión turca es cubrir al Estado Islámico en su desbandada en el norte de Siria. Las Fuerzas Democráticas de Siria (compuestas por las YPG-YPJ kurdas y por sus aliados árabes y de otros grupos étnicos) vienen desde hace varios años infligiendo duras derrotas al Estado Islámico. La última de ellas fue la liberación de la ciudad de Manbij (completada el 12 de agosto), que cortó al EI su principal ruta logística entre Turquía y su “califato”. Se trataba de una ruta estratégica para el EI, ya que por allí ingresaban y salían miles de combatientes, suministros, financiamiento, etc.

La toma de Manbij además abrió otra importante posibilidad: la liberación de Al Bab, otra ciudad situada en las cercanías de Alepo. Si se concretara este objetivo, el Estado Islámico quedaría completamente aislado de Turquía. Pero además dejaría a las FDS  a las puertas de unificar los territorios liberados del noreste y del noroeste del país (conocidos colectivamente como Rojava, Kurdistán sirio o Federación del Norte de Siria).

Esos territorios liberados son el escenario de una experiencia de autogobierno democrático, donde los diversos grupos étnicos coexisten pacífica y libremente, donde las mujeres poseen plenos derechos y son protagonistas. Una experiencia en la que, más allá de sus posibles límites, se ejerce un grado de participación popular que no existe en ningún otro Estado de Medio Oriente. Y en la que inclusive se llevan adelante ciertos intentos de transformación económico-social en un sentido cooperativo y de amplia inclusión[1].

Si se unificaran estos cantones autogobernados, se formaría una federación territorialmente continua que abarcaría una amplia franja en el norte del país. Su existencia tendría el potencial de demostrar que es posible seguir en Siria (y en Medio Oriente) un camino muy distinto al de las tiranías nacionalistas (como las de Al Sisi en Egipto o Al Assad en Siria), las monarquías reaccionarias (como Arabia Saudita o Qatar), el islamismo autoritario (como Erdogan en Turquía o la teocracia iraní), y los enclaves coloniales racistas como Israel. Sería, por lo tanto, una conquista material y objetiva del enorme movimiento popular democrático que comenzó con la Primavera Árabe, y un gran contrapunto con su devenir reaccionario en toda la región.

Resulta evidente que la existencia de los territorios liberados del norte de Siria choca de frente con los intereses de Erdogan -el presidente turco- y su partido islamista (AKP). Por un lado, porque Turquía quiere convertir al norte de Siria en una semicolonia turca, gobernada por sus aliados jihadistas –y las FDS son el principal obstáculo en su camino. Por otro lado, porque un triunfo de los kurdos en Siria sería un enorme incentivo para los kurdos de Turquía, que ya poseen una amplia experiencia de organización y movilización por sus derechos. En los últimos años, las regiones kurdas de Turquía vivieron una oleada de agitación popular con elementos insurreccionales, que Erdogan aplastó con una intensa violencia represiva (negando los más básicos derechos democráticos).

Este es entonces el verdadero contenido de la invasión turca del norte de Siria: ocupar preventivamente las zonas que el Estado Islámico ya no puede defender. Cubriendo así su retirada, puede bloquear el paso de las Fuerzas Democráticas de Siria y frustrar la unificación de los cantones autogobernados.

Este objetivo es el punto de partida, el programa “de mínima” de Erdogan y sus aliados jihadistas. Pero su horizonte llega mucho más lejos. Poniendo un pie en el norte de Siria, quiere intentar revertir las conquistas logradas por las FDS, empezando por la ciudad de Manbij. El gobierno turco pretende volver a subyugar a esta ciudad, que fue liberada gracias a la sangre de cientos de mártires de las FDS en un combate durísimo de más de dos meses. Quiere reestablecer allí un emirato islamista tal como el que acaba de ser derrotado, pero esta vez bajo el protectorado de un miembro de la OTAN. Y si las relaciones de fuerza le fueran favorables, cruzar el Éufrates para completar la tarea que tenía encomendada el Estado Islámico: aplastar a Kobane y a toda la experiencia de autogobierno democrático.

Por si hicieran falta más pruebas para demostrar las verdaderas intenciones del gobierno turco, alcanza con considerar la cantidad de tiempo que Erdogan permitió al EI instalarse en su frontera, utilizar sus propios territorios, y probablemente también recibir el apoyo en armas, financiamiento y entrenamiento del Estado turco. Mientras permitía al EI todas estas cosas, bloqueaba completamente el acceso a Kobane y los territorios liberados por los kurdos, facilitando objetivamente el asedio jihadista. Luego de años de convivencia y solidaridad con el EI, Turquía invade el norte de Siria solamente cuando este último empieza a desmoronarse.

Visto en esta perspectiva, la invasión turca pareciera más bien una especie de “relevo” al EI en sus funciones, cuando perdió su utilidad, por un nuevo títere que posea fuerzas renovadas. Los grupos islamistas sirios que utiliza como fuerza de choque no se distinguen radicalmente del EI en cuanto a su cosmovisión y objetivos. Comparten la perspectiva de imponer una teocracia islámica sunnita, diferenciándose en el mejor de los casos en cuanto a su grado de brutalidad y medievalismo. En algunos casos, se sospecha inclusive que los miembros de estos grupos sean simplemente antiguos miembros del EI que cambiaron de bandera para poder llevar hasta el final sus objetivos, como parecen indicar algunos videos e imágenes que circulan por las redes sociales.

Por todas estas cosas, tanto en su forma como en su contenido, la invasión turca se trata de una avanzada ultra-reaccionaria que debe ser mundialmente repudiada. Se combinan varios elementos: la violación de la soberanía de un país independiente, el ataque indiscriminado a los civiles, el apoyo a grupos jihadistas similares a los talibanes, la perspectiva de acabar con la experiencia más progresiva que sigue en pie en Medio Oriente. Y por si esto fuera poco, la invasión turca es completamente funcional al Estado Islámico, al enfrentar y debilitar a la única fuerza militar que lo combate con efectividad. El EI ya está capitalizando esta ofensiva, avanzando sobre territorios que quedan sin defensas ante la necesidad de las FDS de reubicar sus fuerzas para defenderse de la agresión turco-islamista.

Esta ofensiva ya encontró sus primeras resistencias. Se trata de acciones heroicas, considerando que el ejército turco es uno de los más numerosos y mejor equipados del mundo. Además, en esta ocasión las Fuerzas Democráticas de Siria no cuentan con el apoyo aéreo que Estados Unidos brindó en las batallas contra el EI, empeorando sensiblemente la relación de fuerzas en el terreno militar.

En el terreno político-diplomático, la agresión turca cuenta con el apoyo por omisión de todas las potencias mundiales y regionales. Varios medios reportaron que inclusive fue acordada con el eje Rusia-Irán-Siria, que también empieza a ver con preocupación el creciente poder de las FDS. Es parte también de un proceso de reacercamiento mutuo con Erdogan.

En cuanto a Estados Unidos, su administración se limitó a pedirle a Turquía que “se concentre en combatir al Estado Islámico”, sin poder siquiera formular un repudio tibio. Así el imperialismo estadounidense le muestra al mundo su verdadera cara. Luego de años de aparecer como defensores de las YPG-YPJ, las entregaron en bandeja a los tanques de otro país de la OTAN para que las aplasten. Esto es visto por miles como una puñalada por la espalda, que será muy difícil de olvidar.

No está claro qué ocurrirá en los próximos días y semanas. Allí se verán cuáles son los verdaderos alcances de la invasión y de las fuerzas de la resistencia. Es posible tanto un enfrentamiento directo como un “enfriamiento” momentáneo (por mediación de EEUU y ante el impacto político que empieza a generar). Pero en el mediano-largo plazo, queda planteado sin duda el problema estratégico de la presencia de los jihadistas y el Estado turco en la región, una auténtica bomba de tiempo pronta a estallar.  El mundo entero debe repudiar la agresión turca, solidarizarse con sus víctimas y con aquellos que la combaten.

[1] Existe un debate acerca de si se trata de una experiencia obrera y socialista. Creemos más adecuado definirla como una experiencia comunal (o democrática radical), en el sentido de expresar un fuerte contenido de protagonismo de los de abajo, muy progresiva, pero enmarcada dentro de grandes límites estructurales. Para profundizar, ver el artículo “La batalla de Kobane y la experiencia comunal del Kurdistán sirio”, Por Ale Kur, revista SoB n° 29, abril 2015.

Por Ale Kur, 29/8/16

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