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Sep - 15 - 2016

Esta semana entró en vigor un nuevo cese de fuego acordado por Estados Unidos y Rusia. Es el segundo intento luego del fracaso del anterior, en el mes de febrero del año corriente[1]. Todavía es muy pronto para evaluar su implementación, pero algunas fuentes relatan una “reducción significativa de los niveles de violencia” en varios de los frentes de combate.

Los objetivos generales del cese del fuego son los siguientes: reducir los niveles globales de violencia existentes en el país (a sabiendas de que su eliminación es altamente improbable), el libre acceso de ayuda humanitaria a las zonas que están en el epicentro de los combates –especialmente en la ciudad de Alepo-, la delimitación de las áreas del país que se encuentran en manos de grupos ligados a Al Qaeda (con respecto al resto de las fuerzas opositoras).

Este último ítem es fundamental, ya que Estados Unidos y Rusia tienen un acuerdo para comenzar a colaborar en el bombardeo de los grupos ligados a Al Qaeda. Esta es la verdadera novedad del actual cese de fuego, y lo que lo diferencia del intento anterior en febrero.

Para esta tarea, se pondría en pie un “centro de implementación conjunta” entre ambas potencias, con la finalidad de compartir información de inteligencia y establecer los mecanismos de colaboración efectiva en el terreno militar.  Si esto se llevara a cabo, se daría la paradoja de que los dos grandes bloques geopolíticos enfrentados estarían en realidad actuando mancomunadamente contra un enemigo en común, los grupos extremistas islámicos, o por lo menos algunos de ellos.

En el hipotético caso de que todo esto pudiera realmente ocurrir, es probable que la dinámica del conflicto cambie en dirección hacia un acuerdo político para poner fin a las hostilidades. Acuerdo que sería sobre la base de mantener las instituciones del régimen (y seguramente, la propia figura de Al Assad, por lo menos durante un período), a cambio de la inclusión de figuras opositoras en el gobierno y algunas reformas institucionales. Seguramente, las cláusulas principales de un acuerdo así no serían explícitas –o por lo menos, públicas-, y su verdadero trasfondo sería un nuevo reparto de las cuotas de poder y las zonas de influencia en Siria y en Medio Oriente en general.

Para entender este cambio en la dinámica, hay que tener en cuenta algunos factores. En el terreno político, las potencias occidentales deben enfrentarse a las dos grandes consecuencias de la guerra civil siria: el auge del terrorismo islámico y la terrible crisis de refugiados, problemas que estuvieron en el centro de la agenda política global durante los últimos dos años. Estos problemas no pueden solucionarse sin lograr reestablecer la paz en Siria.

En el terreno militar, lo que ocurre es que la relación de fuerzas favorece ampliamente al eje Al Assad – Rusia – Irán. Esta tendencia obtuvo un enorme impulso con la reimposición del asedio sobre Alepo[2], que el bando rebelde había logrado quebrar por un breve periodo. Al volver a completar el cerco sobre Alepo, el régimen tiene la posibilidad (al menos, teóricamente) de infligir una derrota estratégica a sus enemigos. Aunque en la práctica esto sea extremadamente complejo, le permite sentarse a negociar sobre una posición de fuerza.

Más globalmente, la intervención rusa en la guerra civil hizo prácticamente imposible la perspectiva de un derrocamiento del régimen por la vía armada, por lo menos en las condiciones políticas actuales (tanto nacionales como internacionales). La perspectiva de una invasión de la OTAN contra Al Assad es casi nula, porque arriesgaría prácticamente a una guerra mundial. Estados Unidos además quedó muy debilitado luego de la guerra de Irak, que fue experimentada por su población (y por el mundo entero) como una tragedia sin sentido y que, para peor, dio lugar al surgimiento de ISIS tras el colapso del Estado iraquí.

Estos factores empujan a Estados Unidos hacia un acuerdo, inclusive en condiciones muy desfavorables: el reconocimiento prácticamente de la derrota de su política en Siria y la reafirmación del régimen dictatorial que comanda Al Assad. El viejo imperialismo yanqui ya no es lo que fue en sus mejores momentos, y comienza a adaptarse a las nuevas realidades.

Sin embargo, es muy difícil establecer las posibilidades de éxito del cese de fuego y de la política de “colaboración” entre Rusia y EEUU. Por un lado, éste excluye por definición a las fuerzas beligerantes más poderosas de la oposición al régimen: los grupos que simpatizan con Al Qaeda (además del Estado Islámico). Como la misma esencia del acuerdo es la delimitación de las fuerzas rebeldes con los anteriores, ya empieza con una seria dificultad, porque todos los grupos importantes se encuentran en coordinación militar con ellos. Una primera reacción de la mayor parte de los grupos rebeldes tendió a mostrar más bien una solidaridad con estos grupos extremistas (aunque la dinámica todavía puede cambiar rápidamente).

Por otro lado, el régimen de Al Assad y sus aliados rusos e iraníes nunca detienen su política de provocaciones y de ataques a la población civil. Como las relaciones de fuerza lo favorecen, EEUU deja correrlas emitiendo sólo alguna tímida protesta, o intenta ocultarlas con palabrerío diplomático.

Una enorme tragedia

La guerra civil siria ya es probablemente la mayor tragedia en lo que va del siglo XXI. Se trata de un brutal desastre humanitario: cientos de miles de muertos, prácticamente la mitad de la población desplazada de sus hogares, la destrucción casi completa de la infraestructura de gran parte del país y de las viviendas de millones, etc. Para los que todavía viven dentro del país, las perspectivas son muy oscuras: no sólo por el peligro de muerte, sino por la falta de trabajo y de medios de subsistencia, por la inflación, la presión del servicio militar, etc. Esta es la base material de las enormes oleadas migratorias y de la crisis de refugiados, frente a los cuales la Unión Europea y las grandes potenciales mundiales y regionales adoptan una actitud nefasta, negándoles sus derechos más elementales.

El principal responsable de esta tragedia es el régimen dictatorial de Al Assad, que destruyó el país para defender el poder de su camarilla (primero frente a las movilizaciones pacíficas de 2011, luego contra quienes se levantaron en armas). Un régimen que bombardeó hasta los cimientos sus propias ciudades utilizando tanques, aviones y helicópteros, atacando hospitales, panaderías, mercados y barrios residenciales. Y que contó para ello con el apoyo y la intervención activa de Rusia, de Irán y de otras fuerzas regionales.

Por otra parte, el movimiento democrático que se puso en pie en 2011 como parte de la Primavera Árabe, retrocedió ante los embates de la represión, dando lugar a una fase de militarización del conflicto. En su lugar, crecieron grupos militares con cada vez menores lazos con el movimiento de masas. El centro de gravedad se fue trasladando hacia los aparatos islamistas y las reaccionarias potencias regionales (Turquía, Arabia Saudita, etc.). Luego de cinco años de guerra civil, quedó muy poco del espíritu original de la rebelión popular, y en su lugar crecieron fuerzas extremadamente reaccionarias como el Estado Islámico o los grupos ligados a Al Qaeda, que encarnan la negación contrarrevolucionaria de todo proyecto democrático y progresivo.

Estos grupos no representan una salida superior al régimen de Al Assad. El triunfo de las fuerzas extremistas islámicas no abriría un canal de expresión política para las masas oprimidas por la dictadura. Por el contrario, significaría la puesta en pie de otro tipo de dictadura, esta vez de base religiosa, y sobre la base de una serie de señoríos militares o “emiratos”, tal como ocurrió en Afganistán a fines de la década del 80, tras la derrota de las fuerzas de la URSS y sus aliados a manos de los jihadistas.

La única salida progresiva para Siria pasaría por un resurgimiento del movimiento democrático de masas, cosa que es prácticamente imposible en las condiciones de la actual guerra civil. Por eso está en el interés de todos los sectores progresivos el establecimiento de un auténtico cese de fuego. Éste debería ser acompañado por el libre acceso de ayuda humanitaria y de movimiento, por la liberación de los miles de presos políticos, por la retirada de las Fuerzas Armadas de las ciudades. En estas condiciones, podría resurgir la fuerza creadora de las masas. Esto es lo que demuestra la breve y fallida experiencia del cese de fuego de febrero, donde por primera vez en años volvieron a realizarse grandes movilizaciones democráticas (contra Al Assad y los fundamentalistas islámicos) en las zonas liberadas. Es necesario imponerles a las grandes potencias enfrentadas estas condiciones, para que pueda existir un futuro para Siria.

[1] El cese de fuego implementado en febrero colapsó tras una serie de violaciones al mismo por parte de ambos bandos. Sin embargo, en algunos frentes de combates se mantuvo luego de su fracaso global, abriendo una dinámica de acuerdos locales. Y sobre todo, generó condiciones para un acercamiento de posiciones entre las grandes potencias.

[2]  Alepo es la ciudad más grande y más importante económicamente de Siria, aunque no su capital (que es Damasco). La batalla por el control de Alepo es la más importante estratégicamente de la guerra civil siria, ya que Damasco está firmemente controlada por el régimen. Uno de los objetivos del cese de fuego probablemente sea lograr una tendencia a que los “rebeldes” evacúen Alepo, como parte de un proceso de salida negociada al conflicto.

Por Ale Kur, 14/9/16

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