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Nov - 3 - 2016

Al momento de escribir esta nota, resta solamente una semana para la realización de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. A tan poco tiempo de este importantísimo acontecimiento, resulta prácticamente imposible hacer un pronóstico certero sobre sus resultados. En los hechos, ambos candidatos se encuentran prácticamente empatados en cuanto a sus posibilidades de triunfo; aunque de todas maneras los mercados cayeron al cierre de esta edición ante la preocupación de que Donald Trump pueda, finalmente, alzarse con la elección.

Las encuestas mostraron, durante un largo tiempo, un liderazgo de Hillary Clinton en intención de voto. Luego ocurrieron muchas fluctuaciones, y en los últimos tiempos parecía que Trump había quedado fuera de juego cuando se difundieron sus videos con comentarios machistas y misóginos. Durante algunas semanas, la campaña se centró en este aspecto del candidato republicano, con decenas de denuncias de mujeres que lo acusaron de todo tipo de abusos y maltratos.

Sin embargo, esto parece haber quedado atrás. En los últimos días, el foco volvió a estar puesto sobre Clinton: nuevas revelaciones del “mailgate” la colocaron nuevamente a la defensiva. El FBI puso sobre la mesa nuevos elementos en la investigación sobre los servidores privados de correo que utilizó la Secretaria de Estado, contraviniendo la normativa estadounidense.

De cualquier manera, estas “subas” y “bajas” son puramente coyunturales, ya que no llegan a modificar las percepciones estructurales que los norteamericanos tienen sobre ambos candidatos. En definitiva, lo que resolverá la elección hacia un lado o hacia el otro es un problema más estratégico: cómo perciben los ciudadanos la situación general del país, qué problemas reconocen como fundamentales, cuáles creen que son sus causas y cuáles sus posibles soluciones.

El lento declive de EEUU

El problema más estructural que afronta Estados Unidos es su lento declive como potencia hegemónica mundial. Esto se manifiesta en una multitud de aspectos y tiene todo tipo de consecuencias.

Estados Unidos sigue siendo la primera potencia mundial, tanto en poderío militar (en la que lleva una enorme ventaja por sobre todos sus competidores) como en poder económico. Esto le permite seguir siendo el centro político del mundo y tener una influencia en todos sus asuntos. El problema reside en que esa influencia viene disminuyendo en los últimos tiempos, así como también se reduce cada vez más la distancia que la separa de sus rivales en terrenos como producción industrial, rol en el comercio mundial, peso en el sistema financiero, etc.

En el rubro económico, China acorta cada vez más la ventaja, aumentando su volumen de producción, su comercio con el mundo y su influencia política (especialmente en el Asia-Pacífico). En el rubro político–militar, Rusia se rearma y reafirma sus pretensiones geopolíticas, desafiando a la OTAN en Siria y Ucrania. En Medio Oriente, las potencias regionales siguen una deriva cada vez más autónoma, llevando a cabo agendas que no coinciden con la de EEUU (incluidos, especialmente, sus aliados). Estados Unidos tiene entonces cada vez menos capacidad de determinar la resolución de conflictos internacionales, o inclusive de intervenir de manera coherente para defender sus propios intereses en ellos.

En términos económicos, la globalización capitalista (que llenó de riquezas a la burguesía norteamericana, europea y de varios otros países) tuvo un efecto contradictorio en la sociedad estadounidense. Uno de sus aspectos más significativos, la deslocalización industrial, llevó al cierre de empresas emblemáticas en EEUU y a su traslado a zonas de costos más bajos (sea en Asia, en las maquilas de América Latina o en cualquier otro lado). Esto trajo la decadencia de regiones enteras de Estados Unidos, que habían sido bastiones de la vieja industria (especialmente, la automotriz). El proletariado de estas regiones sufre de altas tasas de desempleo, o encuentra trabajo en condiciones mucho más precarias en el comercio o los servicios.

La desigualdad social aumenta cada vez más dentro de EEUU, y amplios sectores lo perciben de manera creciente. El puñado de multimillonarios de Wall Street (identificados como el “1%” contra el “99%” de la población), dominan las grandes empresas y por ende la enorme mayoría de la riqueza. Mientras muchísimos trabajadores tienen problemas para conseguir empleo, para llegar a un salario decente, para acceder a la vivienda o pagar la universidad, los magnates se enriquecen cada vez más.

En estas condiciones, aumenta la violencia social, especialmente la de contenido racial: cada vez hay más asesinatos de afroamericanos a manos de las fuerzas de seguridad, y cada vez es más frecuente la respuesta de dicha comunidad, con grandes movilizaciones, levantamientos y enfrentamientos con la policía.

Existe también cada vez más mayor conciencia de otros graves problemas ligados a la voracidad capitalista: especialmente, el del cambio climático, que se ve como una amenaza no solo a mediano plazo, sino que ya produce efectos inmediatos como los terribles huracanes que vienen azotando el país en los últimos años.

Este cuadro de sostenido declive capitalista todavía no es catastrófico dentro de EEUU. La economía por el momento no sigue cayendo e inclusive hay elementos de lenta recuperación. El empleo, si bien pierde calidad, no sufre una amenaza generalizada como en la década del ’30. En el plano internacional, el declive es lento: el mundo está muy lejos de la “multipolaridad” anunciada por algunos analistas, siendo EEUU todavía la potencia hegemónica sin seria competencia. Sin embargo, la tendencia decadente es muy clara y genera dosis crecientes de malestar social entre los norteamericanos. Ningún político estadounidense puede hacer campaña diciendo “todo anda bien”: por el contrario, todas las campañas parten de reconocer las dificultades y hacer como si estuvieran interesados en hacer algo para superarlas.

Trump y Clinton ante el declive

Los dos candidatos presidenciales encaran estos problemas desde distintos ángulos. Donald Trump insiste en que el declive fue causado porque se dejó de priorizar a Estados Unidos, tanto a través de los acuerdos de libre comercio como de la política de inmigración. Los enemigos, por lo tanto, son los inmigrantes latinos (que “roban el empleo”), los refugiados musulmanes (que son potenciales terroristas), China (que ocupa el lugar de EEUU en el mercado) y las políticas que permiten la deslocalización industrial y el ingreso de mercancías extranjeras baratas al país. Cuestiona así el consenso globalizador que imperó en las últimas décadas, desde un ángulo que podríamos caracterizar como “nacional imperialista”.

Hillary Clinton se adapta demagógicamente al clima político y admite hasta cierto punto que los magnates de Wall Street son parte del problema, y que hay demasiada desigualdad. Reconoce también los límites de la política de apertura comercial completa. Sin embargo, no propone ninguna alternativa al modelo existente; es en el fondo continuista de la orientación “neoliberal mundializadora”.

En política internacional, Trump da mensajes contradictorios: por momentos parece plantear la necesidad de que Estados Unidos “se concentre en sus propios problemas en vez de en los de los demás” -es decir, que disminuya sus niveles de intervención militar en el exterior, tercerizando en otros países la resolución de los conflictos. En otros momentos, hace énfasis en una política más activa de intervención en la lucha contra el terrorismo, o de contenido imperialista más marcado (en este sentido, proclamó que un error de la guerra de Irak fue “no habernos quedado con el petróleo”). De manera paradójica, el candidato derechista plantea un acercamiento a Rusia –algunos analistas sostienen que tienen intereses de negocios en común en el ámbito privado, pero se trata también de un reconocimiento pragmático de las nuevas realidades.

Hillary aquí no plantea ningún plan claro. Su política exterior, en principio, sería una continuidad de la de Obama, aunque con un perfil probablemente más agresivo. Sostiene la necesidad de ponerle un freno a Rusia -cuestión muy conflictiva en países como Siria, donde una escalada militar podría llevar a gravísimos enfrentamientos entre las dos principales potencias nucleares del planeta.

Estos perfiles políticos de los candidatos son los que dividen aguas de manera estructural en la sociedad norteamericana. Trump es apoyado principalmente por una clase trabajadora y media blanca, especialmente en las regiones más perjudicadas por la globalización. Es sostenido por los americanos de menor nivel educativo, más prejuiciosos y conservadores. Clinton, por el contrario, es la candidata de las clases medias más ilustradas, del establishment económico y político, así como de las minorías (afroamericanos, latinos, LGTTBI).

Ambos sectores sociales son enormemente numerosos, lo que en principio deja a los candidatos en una especie de paridad política, más allá de los vaivenes coyunturales. Las tendencias de las encuestas significan muy poco, no solo por su volatilidad, sino porque en los últimos tiempos se mostraron una herramienta muy poco científica para prever resultados electorales en el mundo.

Este es el caso de los dos grandes hechos políticos internacionales del último semestre: el voto al “Brexit” en el Reino Unido y al “NO” a la paz en Colombia. En ambos casos, las encuestas señalaban la tendencia opuesta. Pareciera ser que en el cuarto oscuro, amplios sectores cambian a último momento su opinión, o bien hacen lo que antes pensaban pero no se animaban a reconocer frente a los encuestadores. En cualquier caso, lo que pesa de fondo es un clima político muy girado a la derecha en todo el globo, la existencia de un “voto vergonzante” más conservador de lo que se anuncia públicamente y, sobre todo, un clima político-electoral de creciente polarización que no se resolverá, gane quien gane.

Una coyuntura girada hacia la derecha

Las dificultades de la situación mundial (provocada por la no resolución de la crisis económica abierta en 2008) se manifiestan en crecientes amenazas terroristas, en un flujo gigantesco de refugiados de guerra, en un mundo mucho más inestable y violento, además de la continuidad de los ajustes y la “austeridad”, de la perspectiva catastrófica del cambio climático, etc. Las alternativas de “centroizquierda” o “progresista” fueron completamente incapaces de dar una solución a estos problemas. Por otro lado, en las condiciones de “crisis de subjetividad” de los movimientos obreros y populares (abierta tras la crisis de la URSS y los “socialismos reales”), se vive un recomienzo histórico de la experiencia de los explotados y oprimidos pero que por ahora no alcanza a girar el péndulo hacia la izquierda.

En lo inmediato, los únicos que aparecen dando “respuestas” a los problemas (ante los ojos de los sectores más atrasados) son los demagogos de derecha. Es esta la oleada mundial en la que se apoya el “fenómeno Trump”, tanto como el Brexit y el NO en Colombia.

Los resultados de las elecciones en EEUU serán centrales para definir qué tipo de mundo tendremos en los próximos años. Gane quien gane, sin duda alguna el equilibrio político girará hacia la derecha, y aumentarán las tendencias a la polarización. En el caso de un triunfo de Trump, esto se haría de una manera mucho más estrepitosa, con la tendencia a la ruptura del consenso relativamente “progresista” que viene rigiendo la política internacional. En el caso de Hillary, de manera más mediada, pero en una dirección también clara hacia una “restauración conservadora” en los asuntos mundiales y locales.

Por Ale Kur, SoB 404, 3/11/16

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