Nov - 17 - 2016

Estados Unidos es un estado confederado y bajo la excusa de querer un sistema electoral que represente dicho tipo de régimen y que respete la relativa autonomía de los Estados, se mantiene un sistema de elección de presidente profundamente antidemocrático que permite cosas como las sucedidas el pasado 8 de noviembre: que se convierta en presidente Donald Trump, candidato que sacó un millón de votos menos que su adversaria demócrata, Hillary Clinton.

Dejaremos fuera de este análisis varios aspectos antidemocráticos del sistema yanqui para detenernos en el sistema del colegio electoral. No obstante esto repasaremos someramente algunas de las trabas antidemocráticas como son el hecho de que no exista financiamiento estatal para los partidos pequeños; que para presentar un candidato presidencial sea necesario conseguir la legalidad en cada uno de los 50 estados so pena de que tu boleta no exista en cada estado en donde no este legalizado tu partido, o el hecho de que se vote un día laboral sin licencia para ir a votar, y que además se le exija a la población que antes de la elección tenga que hacer un trámite para registrarse en los padrones.

El sistema de colegio electoral.

El sistema electoral norteamericano se caracteriza por ser un sistema indirecto en el cual se elige el presidente a través de un Colegio Electoral compuesto por 538 miembros. Los más de 120 millones de norteamericanos registrados para votar eligen el martes posterior al primer lunes de noviembre a 538 representantes (o “electores”) que elegirán en diciembre al próximo presidente. Los colegiados son elegidos según su intención de voto posterior pero no existe cláusula alguna que los obligue a votar al candidato que dijeron que iban a votar, es decir, pueden hacer campaña por un candidato, ser elegidos y luego votar al otro. En la historia norteamericana han habido muchos ejemplos de colegiados “desleales” pero nunca han sido lo suficientemente significativos como para torcer una elección, motivo por el cual se sobreentiende que quien gane la mitad más uno, es decir 270 electores, será el posterior ganador. Es decir, que el voto popular no genera ninguna obligación sobre los electores.

Cada Estado elige una cierta cantidad de electores, algunos Estados tienen 3, otros 55, repartiéndose así los 538 escaños. El criterio que se utilizó para repartir los electores es cuestionable: por un lado, se le otorga a cada Estado un mínimo de 3 electores y, luego, en función de la cantidad de población, se otorgan “más o menos” el resto. El “más o menos” depende de criterios autoritarios y sin definición clara pero que son justificados con la intención de darle mayor peso a los Estados de menor tamaño, para que no sean ignorados durante las campañas. Esta desigual y desproporcionada repartición de electores genera que el voto de las zonas rurales más atrasadas tenga proporcionalmente más valor, que el de los grandes centros urbanos. Si el voto popular fuera vinculante sobre los colegiados y éstos debieran respetar el voto que se comprometieron a hacer el problema persistiría.

El carácter profundamente antidemocrático del sistema del colegio electoral no reside solo en la libertad de acción de los colegiados ni en la desigual repartición de electores por Estado. El núcleo antidemocrático de este sistema reside en que en 48 de los 50 estados de la confederación, el candidato que gana, sea por un voto o por miles, se lleva todos los electores de dicho Estado. Maine y Nebraska son los únicos dos estados que tienen un sistema mixto según el cual el candidato ganador se lleva un elector y los restantes se reparten proporcionalmente entre el ganador y el perdedor según la cantidad de votos, lo cual sigue beneficiando a quien ganó (por el elector extra que se llevan) pero es un poco más repartido. Este sistema permite así aberraciones antidemocráticas como que en un Estado como California, que tiene más de 39 millones de habitantes, si la mitad más uno vota a un candidato, el resto de los 19.5 millones de votantes no tienen ninguna representación en la elección. Para que concibamos los números de los que hablamos, la población total de habitantes de Grecia es de 11.5 millones y la de España de 46 millones, un poco más que el Estado de California. Este sistema electoral garantiza elección tras elección que millones de estadounidenses queden sin representación y reduce la elección presidencial a la pelea por los Estados indecisos.

Este sistema no solo distorsiona la voluntad popular sobrevalorando los Estados menos poblados por sobre los más poblados (sin ir más california teniendo 56 veces más población que Alaska solo tienen 18 veces más electores); sino que además a la hora de la elección los únicos votos que realmente importan son los que se encuentran en aquellos estados en disputa. Los Estados históricamente rojos (republicanos) o azules (demócratas), los Estados en donde las encuestas dan grandes diferencias entre candidatos son ignorados en las campañas y la pelea se centra en los Estados indecisos, que son los que pueden definir una elección. En el resto de los estados ya definidos la elección pierde todo interés: como el voto popular no tiene peso específico es mucho más redituable intentar torcer un par de miles de votantes en una elección no definida que pueda otorgar algún elector extra, que pelear Estados en los que la intención de voto dista por muchos puntos.

Este es el mecanismo por el cual el ganador del voto popular no es necesariamente el ganador de la elección y esto ha sucedido ya en 4 ocasiones a lo largo de la historia de los Estados Unidos: en 1876 cuando Rutherford Hayes asumió como presidente aunque el demócrata Samuel Tilden había ganado el voto popular, en 1888 el republicano Benjamin Harrison derrotó al demócrata Grover Cleveland quien también se había alzado con el voto popular, en el 2000 cuando George Bush hijo se hizo con la presidencia al conseguir más electores que el demócrata Al Gore, quien tenía más de medio millón de votos más que Bush y finalmente la semana pasada cuando Donald Trump se hizo con la presidencia de los Estados Unidos al conseguir 306 electores y a pesar de haber conseguido un millón de votos menos que su adversaria, quien sólo se hizo con 232 electores.

Estados Unidos no es el único país con un sistema electoral de voto indirecto: todos los países con sistemas parlamentarios son indirectos: el ciudadano elige a un parlamentario y luego el parlamento elige un Primer Ministro o Presidente. Sin embargo, Estados Unidos es el único país en la actualidad en mantener un sistema de Colegio Electoral, en Argentina el mismo fue erradicado con la reforma constitucional de 1994. Y de hecho este sistema sólo rige dentro de EEUU para las elecciones presidenciales. De las 57 elecciones presidenciales bajo este sistema, el cual data del Siglo XVIII, 4 veces se ha dado este escenario, es decir que el 7% de las elecciones han dado como resultado un presidente que no fue elegido por la mayoría de los votantes. Se trata de un “margen de error” demasiado alto para nada más y nada menos que la elección de un presidente. Los republicanos han salido beneficiados en todos los casos en los que el sistema dio estos contradictorios resultados y difícilmente se consiga, por la vía legal, una modificación del mismo.

La historia de EEUU está signada por elementos profundamente antidemocráticos, no debe olvidarse que se trata de una sociedad que solía ser esclavista, segregacionista, que es, al día de hoy, profundamente racista y ha negado derechos políticos a la población negra y a las mujeres por siglos. El sistema electoral yanqui es una manifestación más de cómo la podrida burguesía estadounidense le vende a su propia población espejitos de colores mientras entre unos pares de decenas de políticos burgueses definen el destino de la nación. Es hora de que el pueblo yanqui tome las calles y tome en sus manos el rumbo de su país sacudiéndose a esta casta de burócratas que digitan el futuro de los trabajadores desde las alturas.

Por Violeta Roble, SoB 406, 17/11/16

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