Dic - 22 - 2016

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“El problema con los optimistas del tipo de De Long y Deaton acerca del continuado ‘éxito’ del capitalismo, es que el capitalismo parece ir hasta más allá de su fecha de vencimiento. Economistas del Deutsche Bank, en un estudio reciente, puntualizaron que la ‘globalización’ (la extensión de los tentáculos del capitalismo a todo el mundo), se ha estancado. Y el crecimiento en la productividad del trabajo, la medida del futuro ‘progreso’, también ha cesado más o menos en las grandes economías. Los estrategas del Deutsche Bank Jim Reid, Nick Burns y Sukanto Chanda comentaron que ‘se siente como si estuviéramos acercándonos al final de una era económica. Estas eras vienen y van en largas olas. En los últimos 30 años una tormenta perfecta de factores –el reingreso de China en la economía global en los 70, la caída de la Unión Soviética, y, hasta cierto punto, la liberalización de India– agregaron más de mil millones de trabajadores en el mercado mundial de trabajo’. Esto, señala el Deutsche, ‘ha coincidido con un surgimiento general de la población trabajadora global en términos absolutos y también relativamente sobre el conjunto de la población mundial, creando una tormenta perfecta y una abundancia de trabajadores’. Pero la era de los baby-boomers en las economías avanzadas se acabó y la expansión de la fuerza de trabajo en los países emergentes está comenzando a decaer” (“El final de la globalización y el futuro del capitalismo”, Michael Roberts).

  1. Herramientas para pensar la dinámica del sistema

 

Al cierre de esta edición, un conjunto de incertidumbres pesa sobre la situación internacional. Lo más coyuntural remite al triunfo de Donald Trump en las elecciones en EEUU y la posibilidad cierta de que revierta el consenso globalista imperante en el mundo desde el final de la segunda guerra. Esto se entronca con un problema más de fondo: las perspectivas de la economía mundial cuando se han cumplido ocho largos años desde el comienzo de la crisis en 2008. ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué la economía no repunta? ¿Cuál es el futuro de la mundialización cuando, triunfo de Donald Trump y Brexit mediante, parece haber sonado la hora del retorno del proteccionismo, del nacional imperialismo?

El hecho de que la crisis no se haya reabsorbido, que el debate económico esté referido a las circunstancias que están haciendo posible el largo estancamiento de la economía mundial, suma interrogantes acerca de las perspectivas generales del sistema. Esta realidad de mediocridad económica persistente se combina con una coyuntura política internacional corrida hacia la derecha. Este dato se ha confirmado en todas las regiones del mundo: desde el mundo árabe, pasando por Europa occidental y oriental, y llegando a Latinoamérica y China, consumándose globalmente con el triunfo de Trump.

La continuidad de la crisis económica mundial, el enrarecimiento de las relaciones entre los Estados (ver texto en esta misma edición) y la creciente polarización social y política que se está viviendo entre las clases, aunque sin que se haya manifestado todavía un salto en la actividad de la clase trabajadora, han decantado una coyuntura donde los desarrollos han ido hacia la derecha.

Si la lucha de clases y los fenómenos políticos tienen una suerte de movimiento pendular (sobre todo cuando se rompen determinados equilibrios), es de esperar que en un futuro próximo un péndulo que se había inclinado demasiado hacia la derecha rebote hacia la izquierda. Esto en la forma de una radicalización política que si hoy todavía no está, mañana podría colocarse a la orden del día: “El 9 de noviembre de 1989 fue el momento en que se dijo que la historia había terminado. El combate entre el comunismo y el capitalismo había llegado a su fin. Después de una titánica batalla ideológica que abarcó las décadas de la segunda posguerra, los mercados abiertos y la democracia liberal occidental reinaban sin contestación. En la madrugada del 9 de noviembre de 2016, cuando Donald Trump cruzó el umbral de los 270 electores (…), esa ilusión quedó destruida. La historia ha vuelto… y cómo” (The Economist, 12-11-16).

Lo que pretendemos en este ensayo, entonces, es aportar herramientas conceptuales para pensar la dinámica general del sistema como fenómeno concreto; un fenómeno cuya evaluación requiere de la combinación de instrumentos económicos, históricos y políticos vinculados, en última instancia, al desarrollo de la lucha de clases.1

Para este objetivo recurriremos a un examen crítico de las herramientas legadas por el marxismo, que exigen la intersección entre las leyes generales del sistema y los concretos desarrollos históricos que están ocurriendo bajo nuestros ojos: “La relación entre las leyes generales de movimiento del capital –como fueran reveladas por Marx– y la historia del modo de producción capitalista, constituye uno de los problemas más complejos de la teoría marxista (…). [Esto] implica ‘un análisis en dos niveles, deductivo e inductivo, lógico e histórico’ (…) [que] representa la unidad de esos dos métodos (…). Por ese mismo movimiento, se torna evidente la diferencia entre el método reduccionista del materialismo vulgar, en el que desaparece la especificidad concreta de los objetos individuales, y el método materialista dialéctico (…). Todo El capital de Marx está permeado por una incesante oscilación entre el desenvolvimiento dialectico abstracto y la realidad material y concreta de la historia (…). El modo de producción capitalista no se desenvuelve en medio de un vacío, sino en el ámbito de una estructura socio-económica específica (…). Sin el papel que las sociedades y economías no capitalistas, o apenas semicapitalistas, desempeñaron y continúan desempañando en el mundo, sería prácticamente imposible comprender los trazos específicos de cada estadio sucesivo del modo de producción capitalista (…). Por este motivo, la integración de teoría e historia, que Marx realizó con tamaña maestría en los Grundrisse y El capital, nunca más fue repetida con éxito” (Mandel 1985: 7-15).

En este ensayo intentaremos llevar adelante esta compleja combinación de leyes generales y desarrollos histórico-concretos para dar cuenta de la dinámica del sistema cuando promedia la segunda década de este nuevo siglo.2

 

  1. Ciclos, ondas y curva del desarrollo capitalista

 

“Por lo que se refiere a las fases largas (de cincuenta años) de la tendencia de la evolución capitalista, para las cuales el profesor Kondratiev sugiere, infundadamente, el uso del término “ciclos”, debemos destacar que el carácter y la duración están determinados no por la dinámica internar de la economía capitalista, sino por las condiciones externas que constituyen la estructura de la evolución capitalista. La adquisición para el capitalismo de nuevos países y continentes, el descubrimiento de nuevos recursos naturales y, en el despertar de estos, hechos mayores de orden ‘superestructural’ tales como guerras y revoluciones, determinan el carácter y el reemplazo de las épocas ascendentes, estancadas o declinantes del desarrollo capitalista” (León Trotsky, “La curva del desarrollo capitalista”)

 

A lo largo del siglo XX se fue desarrollando en el marxismo el instrumental para llevar adelante el análisis de la dinámica del sistema. Fue en ese marco que surgió la preocupación acerca de cómo evaluar las regularidades en la dinámica del capitalismo y hasta dónde llegaba su poder anticipatorio. Se trata de un tema que a comienzos del siglo XXI, en medio de la actual depresión económica internacional, cobra renovada relevancia.

 

2.1 El ciclo del capital industrial

 

En el último tercio del siglo XIX, Marx, en su obra cumbre, El capital, en su segundo tomo, analizó el ciclo del capital industrial, es decir, el proceso de reproducción que permite que, una vez cumplido un ciclo de adquisición por parte del capitalista de las materias primas y la fuerza de trabajo, y teniendo en sus manos los medios de producción, pasando posteriormente por el proceso productivo y realizadas las ganancias de las mercancías por intermedio de su venta en el mercado, el proceso productivo recomenzara.

Si este proceso productivo comenzaba con una misma base de medios de producción, Marx lo llamaba reproducción simple. Pero si a partir de las ganancias empresarias el capitalista ampliaba su dotación de capital fijo (los medios de producción inmovilizados en la empresa), el ciclo productivo daría lugar a una reproducción ampliada. A mayor inversión, a mayor dotación de capital en medios de producción y a mayor utilización de trabajadores (o una utilización más intensiva), y mayor cantidad de materias primas empleadas, debía haber un aumento en la producción. La reproducción sería así ampliada, que es lo que está por detrás de todo proceso de acumulación.

En el ciclo normal de la producción industrial, Marx descubrió una regularidad. Ocurre que en un ciclo promedio de cada diez años, como subproducto del envejecimiento tecnológico de los medios de producción (amén de su desgaste normal), se impone una renovación de éstos de manera tal de no quedar por detrás de la productividad de la rama y la economía como un todo. Es la competencia en el mercado la que impone esta dinámica.

El proceso mismo de esta renovación plantea una crisis cíclica, en la medida en que la sustitución de una gran porción de capital envejecido y los gastos incrementados por colocar la empresa sobre una nueva base técnica llevan de manera periódica a un momento de caída de la tasa de ganancia (la proporción de las ganancias sobre el capital total invertido), como subproducto del enorme aumento en la inversión necesaria en nuevo capital fijo: “Mediante este ciclo, que abarca una serie de años y está formado por rotaciones conexas, en las cuales el capital se ve retenido por su parte constitutiva fija, se da un fundamento material para las crisis periódicas en las que el negocio recorre períodos sucesivos de depresión, animación media, vértigo y crisis (…). La crisis siempre constituye el punto de partida de una gran inversión nueva” (Marx 1981: 224).

En Marx, este proceso de “ciclo corto” opera sobre la base de una determinada regularidad, que si no excluye la lucha de clases, de todas maneras se impone a partir de este ciclo de rotación del capital fijo, que si en su época se establecía con una duración promedio de 10 años, hoy, dadas las inmensas revoluciones tecnológicas ocurridas, transcurre en un período de tiempo menor.

 

2.2 “Ondas largas” y dinámica del capitalismo

 

Pero si esto es lo que ocurre, de manera aproximada, respecto del ciclo del capital industrial en general, el interrogante es si este tipo de regularidades pueden observarse en la dinámica económica más de conjunto del sistema.

Es conocido que el economista de origen menchevique Kondratiev desarrolló una elaboración –y una polémica con León Trotsky, entre otros– en la URSS de los años 20 en el sentido de que, según él, además de los ciclos cortos económicos regulares existirían ondas de largo plazo de ascenso y caída de la economía capitalista, que se expresarían con una regularidad de 50 años.

Durante los primeros 25 años se expresaría una onda básicamente ascendente, y en los 25 años siguientes, una básicamente descendente, sobre la base de la renovación de grandes inversiones en obras de infraestructura, y cuyo ciclo es más largo que el del capital industrial regular, totalizando unos 25 años, aunque en El capitalismo tardío Mandel incorpora algunas estadísticas que muestran cómo la vida útil de este tipo de inversiones se han ido reduciendo con el tiempo como subproducto del desarrollo general del sistema (1985; 160). En Kondratiev, el ciclo normal estudiado por Marx y las ondas largas de desarrollo de la economía mundial en su conjunto tendrían, entonces, la misma base: la renovación del capital fijo.

Si es verdad que el análisis de Kondratiev remitía a ciertas regularidades empíricas que se podían observar en el capitalismo desde comienzos del siglo XIX, su elaboración quedó bajo fuego en la medida en que era un abordaje economicista y mecánico que excluía de los desarrollos la lucha de clases (por naturaleza indeterminados) y los demás elementos que conforman lo que Trotsky dio en llamar, con razón, la curva de desarrollo capitalista. Era de esperar, por otra parte, que un enfoque como el de Kondratiev, cuando el destino del capitalismo se jugaba de manera directa en el terreno de la lucha de clases, despertara el abierto rechazo de la mayoría de los bolcheviques, algunos incluso reaccionando con una postura catastrofista de un sistema sin salida.

¿Qué señaló Trotsky en la polémica de aquellos años? Planteó que era del todo ruinoso analizar la dinámica del sistema por razones puramente endógenas (económicas). Que no había manera de comprender su evolución sino históricamente, a posteriori de los eventos, partiendo no solamente de determinaciones exclusivamente económicas, sino de aquellos elementos que el gran revolucionario ruso titulaba “las condiciones externas que constituyen la estructura de la evolución capitalista”, y que no son más que la adquisición de nuevos territorios para la explotación capitalista, el descubrimiento de nuevos recursos naturales y/o hechos mayores de orden político general como las guerras y las revoluciones.

De ahí que Trotsky prefiriera, en vez del de “ondas largas”, el concepto de curva de desarrollo capitalista, que, como señalamos, sólo puede trazarse a posteriori del desarrollo histórico de cada etapa del sistema y no por anticipación de él, como si fuera obra de astrólogos que por alguna razón esotérica pudieran anticipar el futuro desarrollo del sistema.

Es decir: si en materia del ciclo normal del capital industrial podemos hablar de “ciclo endógeno” puramente económico de su desarrollo (y aun en ese caso sería erróneo excluir la lucha de clases), en el caso de la dinámica histórica del sistema, esto resulta completamente incorrecto: no existe ningún elemento “cíclico” que determine su desarrollo, incluso si a posteriori se pueden observar algunas regularidades: su curso depende del entrecruzamiento de tendencias económicas y políticas donde, en última instancia, lo que decide el desarrollo ulterior de las cosas es la lucha de clases.

 

2.3 Los límites del abordaje de Mandel

 

Schumpeter y otros economistas burgueses tomaron e intentaron desarrollar la elaboración de Kondratiev; incluso en la jerga económica quedó establecido el concepto de “ciclo de Kondratiev” para dar cuenta de estas regularidades ocurridas en el ciclo económico de conjunto, estas alzas y bajas de largo plazo en la acumulación capitalista.

Desde el terreno del marxismo, Mandel produjo dos obras de valor en materia económica: El capitalismo tardío (1972) y luego Las ondas largas del desarrollo capitalista (1985), donde intentó dar una caracterización del capitalismo contemporáneo (su otra obra económica ambiciosa, el Tratado de Economía Marxista, de los años 60, es demasiado mecánica, muy del estilo manual, y su evaluación de los estados burocráticos configuraba una mistificación indefendible del stalinismo). No vamos a detenernos aquí en un examen exhaustivo de ellas; sí nos interesa hacer algunas puntualizaciones.

Mandel realizó un análisis del capitalismo de posguerra que merece un examen atento y cuidadoso3, por sus valiosos aportes y por su loable objetivo de entender cómo, contra todos los pronósticos marxistas, después de la Segunda Guerra Mundial se produjo el más grande boom económico en la historia del capitalismo. Si aquí no nos podemos detener en una evaluación crítica de la obra en su conjunto, sí nos interesa un costado: en qué medida su conceptualización de las “ondas largas” del desarrollo capitalista es sostenible.

Que en la posguerra, como consecuencia de la inmensa destrucción de capital que la guerra entrañó y de la baja generalizada en el nivel de vida de la clase obrera mundial, se vivió un alza económica histórica, de ninguna manera puede dudarse. Mandel hacía un real aporte aquí, porque a la inmensa mayoría de las elaboraciones marxistas de la época se les hacía impensable un nuevo boom en el siglo XX, a partir de un abordaje no dialéctico de la dinámica de las fuerzas productivas en el siglo pasado, como veremos más abajo. Pero la dificultad estriba en que Mandel, de alguna manera, intentó dilucidar este ascenso económico en el contexto de alguna regularidad vinculada con los ciclos de Kondratiev (o demostrar, retrospectivamente, su existencia): habiendo pasado la Gran Depresión, el alza del boom de la posguerra venía a confirmar que hay “ondas largas” del desarrollo capitalista.

¿Cómo explicaba Mandel esta regularidad? Combinando dos tipos de análisis. Por un lado, afirmaba que la fase descendente del ciclo económico largo se vinculaba a las causas endógenas del funcionamiento del sistema: llegado a un punto, la composición orgánica del capital (es decir, la relación creciente del capital constante sobre el variable, de las máquinas sobre el trabajo humano, único creador de valor), aumentaba de tal manera que no había ganancia que lo pudiera compensar, por lo que se debía ir a una crisis. La crisis ocurría por motivos económicos “endógenos”.

Sin embargo, cuando se trataba del problema de la recuperación capitalista de conjunto, Mandel señalaba que aquí no podía apelarse sólo a motivos endógenos: que la lucha de clases como motivación “exógena” debía actuar para posibilitar –derrota de los trabajadores mediante– una nueva alza en el ciclo económico basada en la destrucción del capital sobrante, el cierre de plantas y el aumento del desempleo, así como en una reducción generalizada del salario y el nivel de vida de los trabajadores a consecuencia de la derrota de sus luchas.

Si de todas maneras, como señalaba Daniel Bensaïd, intelectual de la misma corriente que Mandel, tanto en el alza como en la baja del capitalismo es inevitable que se combinen elementos tanto económicos como políticos, el problema es que al sostener Mandel la existencia de “ondas largas” del desarrollo capitalista (a las cuales antes de morir les agregaría el concepto –aún más discutible, como afirma el mismo Bensaïd– de “ciclo [regular] de la lucha de clases”, se volvía imposible, pese a sus esfuerzos en contrario, escapar a cierto economicismo4: “La oposición entre los factores ‘endógenos’ (económicos), que determinarían la inflexión de la tendencia descendente, y los factores ‘exógenos’ (extraeconómicos), que determinarían la tendencia ascendente, sigue siendo tributaria de una separación demasiado formal entre economía y política, entre objetividad y subjetividad” (Daniel Bensaïd, “Prefacio a Las ondas largas del capitalismo de Ernest Mandel. Los ritmos del capital”).

En defensa de Mandel, Claudio Katz planteó años atrás (“Ernest Mandel y la teoría de las ondas largas”) que un argumento fuerte en su favor es que si se mira la historia del capitalismo para atrás, no hay cómo negar, grosso modo, que cada cincuenta años se repiten estos ciclos combinados de alza y descenso económico mundial y que, por lo tanto, rechazar alguna teoría de las ondas largas sería como quitarle el suelo económico objetivo sobre el cual se desarrolla la dinámica del sistema.

De que el curso económico determina, en última instancia, la dinámica del sistema o, mejor dicho, que es el que pone las condiciones generales en las cuales se desarrollará, evidentemente, no pueden caber dudas. Pero una cuestión distinta es hallar una regularidad en un factor, ciclo u onda larga –lo mismo da a este respecto–, que, como correctamente señalaba Trotsky, es sólo un factor derivado del proceso del capitalismo.

Es decir: el proceso de la acumulación capitalista, su reproducción ampliada y la supuesta regularidad con que esto ocurre dependen en última instancia de la evolución de la tasa de ganancia, de la dinámica misma de la acumulación capitalista.

Ocurre, sin embargo, que no hay manera de evaluar esto sólo por razones económicas. La evolución de la tasa de ganancia y, por lo tanto, la acumulación y la acumulación ampliada del capitalismo en su conjunto, dependen también, precisamente, de aquellos factores señalados por Trotsky que hacen a las condiciones “externas” de la evolución capitalista. Si se elimina de ellas la lucha de clases (¡irregular por definición!), sólo quedará un tosco economicismo que, lejos de ser científico podría dar lugar, como hemos dicho, a anticipaciones esotéricas de tipo astrológico.5

 

2.4 La clave está en la lucha de clases

 

Parece evidente, entonces, que en la elaboración de Mandel hay algo que nunca quedó resuelto de manera satisfactoria. Si la curva de desarrollo del sistema y sus ondas largas remitieran a un mismo concepto, ¿cuál sería la razón de llamarlas de manera distinta? Porque es indiscutible que en el concepto de onda se introduce, subrepticiamente, esta supuesta e indemostrada regularidad.

Por eso no es casual que Katz proponga el argumento de la regularidad de las ondas como defensa de su existencia: ¿qué es lo que explica la paradojal realidad de que desde 1780, más o menos cada 50 o 60 años, se vengan dando estos “ciclos de Kondratiev”, de los cuales ahora estaríamos en la fase B del quinto ciclo. Es de suponer que la mundialización configuraría la última alza, y desde 2008 habríamos arribado a su segmento descendente.

Si decimos que existe una paradoja es porque, empíricamente, se viene observando algún tipo de regularidad: “Si no existe ninguna ley simétrica a la caída tendencial de la tasa de ganancia, nada puede probar que un retorno del crecimiento sea inevitable o previsible. Cuando Trotsky lo declaró aleatorio (resultado de factores exógenos) [como opuesto a regular. RS], la apuesta estratégica y el rigor teórico caminaban juntos. Si depende de factores sociales, políticos, militares, ¿por qué el ciclo conjunto debería tener una periodicidad relativamente regular de 60 años? Marx se encontró, con todo, confrontado a una dificultad análoga a propósito del ciclo industrial, ya que la rotación del capital fijo no ofrece una explicación suficiente. (…) Los conflictos de distribución entre las clases (y no la simple competencia entre los capitalistas) son, en último término, la base de la propia transformación técnica. Resta, entonces, determinar cómo la relativa regularidad del ciclo se impone, a pesar de todo, por medio de las incertezas de la lucha” (D. Bensaïd, citado en Valério Arcary 2006: 94).6

Como se observa, y yendo aún más lejos en su crítica a lo que consideraba mecánico del abordaje de Mandel, Bensaïd agregaba que ninguna coincidencia empírica era suficiente, por sí misma, para configurar una ley: si no existe ninguna ley simétrica a la caída tendencial de la tasa de ganancia (existen causas contrarestantes, pero no una “ley del alza tendencial de la tasa de ganancia”), entonces los factores aleatorios, que remiten a las luchas y sus desenlaces, hacen imposible una evaluación “cíclica” del sistema o un diagnóstico a priori de su desarrollo, por fuera de la lucha misma.

La marcha del capitalismo, incluso la dinámica actual de larga depresión abierta en 2008, no puede analizarse a partir de regularidades sólo económicas; en última instancia, sólo la lucha de clases será la que diga la verdad. De ahí que el análisis de la dinámica del sistema sólo pueda trazarse, como señalara Trotsky, como curva del desarrollo capitalista, y no como “onda larga”, y nos remite al desarrollo actual de esa crisis.

 

  1. Fuerzas productivas y época de decadencia capitalista

 

“La automatización capitalista, desarrollo masivo tanto de las fuerzas productivas del trabajo como de las fuerzas alienantes y destructivas de la mercancía y del capital, se torna de esta manera la quintaesencia objetivada de las antinomias inherentes al modo de producción capitalista” (E. Mandel, El capitalismo tardío).

 

A la hora de abordar la crisis que vive la economía mundial, es importante contextualizarla. Uno de los debates sobre el sistema capitalista ha remitido habitualmente al interrogante de en qué medida se mantiene el desarrollo de sus fuerzas productivas. La experiencia del siglo pasado, así como las transformaciones vividas durante las últimas décadas, parecen indicar que las fuerzas productivas continuaron avanzando: “Lenin alertó para este problema metodológico: ‘Ciertamente, la tesis fundamental de la dialéctica marxista es que todos los límites en la naturaleza y la sociedad son convencionales y móviles; no existe ningún fenómeno que no pueda, en ciertas condiciones, transformarse en su contrario’” (Arcary 2006: 47).

Pero si esto es así, ¿significa entonces que la actual época de crisis, guerras y revoluciones, la época de la decadencia capitalista abierta en 1914, se habría cerrado? Sostenemos lo contrario. Sucede que el carácter contradictorio que siempre ha tenido el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo, ha llegado hoy a un nuevo nivel.

Si se lee a Marx con atención, se verá que su enfoque sobre las fuerzas productivas bajo el capitalismo ha sido siempre el relato de un proceso profundamente contradictorio: “La división manufacturera del trabajo ofrece al capital nuevas ocasiones para dominar el trabajo. De modo que si, por una parte, se muestra como un progreso histórico y como un momento necesario en el proceso de formación económica de la sociedad, por otra aparece como un medio de explotación más civilizado y perfecto” (Marx 1984: 143).

“Si por una parte… por otra parte”: ésta parece ser la dialéctica en la que se basa Marx para analizar el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. Si por un lado las fuerzas productivas han vivido revolucionándose (“Todo lo sólido y estable es destruido; todo lo sagrado es profanado”), sus consecuencias sobre el hombre y la naturaleza como “manantiales de la riqueza siempre han apuntado a socavarlas. Volveremos sobre esto.7

El desarrollo de las fuerzas productivas durante el último siglo parece haber llevado esta tendencia a un nuevo punto. Un punto que no es la apreciación estancacionista de que las fuerzas productivas han dejado de desarrollarse, pero tampoco el abordaje positivista de que el capitalismo las desarrollaría sin contradicciones. Más bien, estamos frente a un parejo desarrollo de las fuerzas productivas y destructivas.8

 

3.1 El concepto de fuerzas productivas

 

En Marx este concepto aparece asociado a la noción de “fuerzas productivas del trabajo social”, que se resumen en la capacidad de crear una creciente cantidad de riqueza con menos trabajo. Las fuerzas productivas remiten, así, a tres planos que se aprecian conjuntamente, pero que permiten una evaluación autónoma: los medios de producción, el hombre y la naturaleza.

Siguiendo el esquema del primer tomo de El capital, se tiene primero la “magia” que emerge del trabajo asociado, de la cooperación, de la división del trabajo elementos que de por sí permiten un salto en la productividad del trabajo: “La suma de las fuerzas mecánicas de cada obrero individual, considerado separadamente, será diferente de la potencia de fuerza asociada, que resultará de la colaboración simultánea de muchos brazos en la misma operación indivisa. La eficacia que logra el trabajo combinado no se lograría por el esfuerzo aislado, o tardaría más en lograrse, o se conseguiría sólo en una mínima escala” (Marx 1984: 131). Marx da el ejemplo de cómo el trabajo asociado, al economizar en materia de edificios, al posibilitar el abastecimiento de la producción más rápidamente, mejorar la continuidad del trabajo entre una tarea y la otra, etcétera, ya da lugar a un ahorro de tiempo de trabajo.

A esto debe agregarse el salto cualitativo que significa el constante revolucionamiento de los medios de producción: la fusión de las fuerzas humanas y naturales que significa el maquinismo, la productividad incrementada mediante el desarrollo de los instrumentos que median la relación entre el hombre y la naturaleza. En las geniales palabras de Marx: “La explotación mecánica llega a su desarrollo más completo al recibir, como sistema articulado de máquinas de trabajo, un movimiento a través de una máquina de trasmisión, procedente de un autómata central. Así se nos presenta, en vez de la máquina simple, un monstruo mecánico cuyo cuerpo llena edificios enteros y cuya fuerza demoníaca, disimulada primero por el pausado compás de sus miembros gigantescos, se descompone en desenfrenada y febril danza que ejecutan sus innumerables órganos de trabajo propiamente dichos” (ídem: 148).

Luego tenemos un segundo aspecto que, aunque abordado unilateralmente, preocupó a muchos marxistas durante el siglo pasado: el desarrollo de la fuerza de trabajo, su calificación, la educación de los trabajadores y de la sociedad, las condiciones de empleo y vida, la satisfacción de sus necesidades: “Lo social y lo político intervienen en la abstracción aparente del primer libro de El capital. La determinación del valor de la fuerza de trabajo por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su reproducción, (…) reenvía (…) a ‘un elemento moral e histórico’: al tumulto de las relaciones de fuerza, de las luchas cotidianas, del lento movimiento de organización de mutuales y sindicatos, que determinan socialmente tal necesidad” (Bensaïd 1995: 18).

Contra las apreciaciones puramente economicistas, el elemento social e histórico (moral) está inscrito en las relaciones económicas, y tiene que ver con que la medida de la reproducción de la fuerza de trabajo no es solamente biológica, sino social, histórica.

Finalmente, está el problema de las fuerzas productivas naturales del trabajo, todas esas potencias de la naturaleza que, encauzadas mediante determinados medios de producción, posibilitan su aprovechamiento al servicio de la producción. Es el caso de la energía solar, eólica, hidráulica, por sólo dar ejemplos simples, o la que proviene del gas, el petróleo, etc., y que reenvían a la problemática de uso que no signifique la destrucción del medio ambiente. Este aspecto, el carácter destructivo o reproductivo de su utilización, debe hacer también a la evaluación de las fuerzas productivas y su desarrollo, siempre contradictorio bajo el capitalismo.

Son el conjunto de estas determinaciones las que debemos evaluar en el desarrollo de las fuerzas productivas. Ni el criterio “humanista” puro reducido a “si los trabajadores están mejor”, ni el puramente “objetivo” de si “la productividad del trabajo ha alcanzado un nivel más alto” sirven, aisladamente, para una evaluación integral. Lo que hace falta es una apreciación dialéctica que combine los elementos de manera tal de lograr una definición históricamente determinada, y por lo tanto concreta.

 

3.2 El análisis de Trotsky

 

La caracterización de la época abierta en 1914 como de “crisis, guerras y revoluciones” llevó a muchos marxistas a una apreciación reduccionista de las fuerzas productivas. Trotsky mismo llegó a afirmar en los años 30 que las fuerzas productivas habían dejado de desarrollarse (y que incluso “empezaban a pudrirse”), cuestión que tuvo su influencia en el movimiento trotskista de la segunda posguerra.

Pero sería erróneo evaluar sus apreciaciones por fuera de las circunstancias históricas que le tocó vivir: dos guerras mundiales, la apertura de una era de revoluciones socialistas, la más grande crisis de la economía capitalista, el ascenso del fascismo y el nazismo, la producción en masa de medios de destrucción. Era imposible que dichas circunstancias no lo hubiesen influenciado: era un hombre, no un superhombre.

Esa crítica descontextuada es la que le hace por ejemplo el economista Rolando Astarita en varios textos: “En repetidas oportunidades (…) he afirmado que Trotsky tenía una visión ‘estancacionista’ del capitalismo del siglo XX (…). Mi posición es que la curva básica del desarrollo del capitalismo, desde 1914 a la actualidad, ha sido ascendente. Puedo agregar: también ha sido ascendente en las tres o cuatro últimas décadas” (“Trotsky y el estancamiento de las fuerzas productivas”).

Afirmar esto con el beneficio de la mirada retrospectiva es bastante sencillo. Si la curva de desarrollo capitalista sólo puede trazarse a posteriori de los acontecimientos, implica factores “exógenos” vinculados a la lucha de clases que no pueden anticiparse. En la medida en que dichas luchas terminen en derrota, la acumulación capitalista recomienza. De ahí que su crítica acabe siendo ahistórica, a la par que metodológicamente economicista: la curva básica del capitalismo terminó siendo ascendente, pero esto no ocurrió sin pasar por una “era de los extremos” caracterizada por las dramáticas destrucciones de dos guerras mundiales, campos de concentración, bombas atómicas, etcétera.

Perder de vista esto en la apreciación de la dinámica del sistema es caer en una evaluación positivista de los desarrollos: “La segunda razón que milita en favor del método histórico es que las relaciones económicas no son suficientes para dar cuenta plenamente de las transformaciones de largo plazo. Como subrayó Polanyi en 1944, en La gran transformación, la visión de una esfera económica autónoma con un funcionamiento mecánico que se impone al conjunto de la sociedad es una excrecencia ideológica del liberalismo” (Francisco Louça, “Ernest Mandel y las pulsaciones de la historia”).

Y también: “Al entender a la tecnología como fuerza productiva social y a la innovación como un terreno de acción de las leyes contradictorias del capital, nuestro enfoque se opone a las interpretaciones deterministas de las fuerzas productivas. Las visiones mecanicistas aparecieron a principios de siglo entre los teóricos socialdemócratas (Bernstein, Kautsky, Hilferding, Plejanov, Bauer), que observaban a las fuerzas productivas como protagonistas de un movimiento linealmente ascendente de la sociedad. El cambio tecnológico era visto como el gran dinamizador de un avance ininterrumpido del progreso” (Katz 1997).

Trotsky se mantuvo entre los que más dialécticamente apreciaron los desarrollos. Introdujo el factor lucha de clases contra abordajes economicistas del tipo Kondratiev; también la emprendió contra el catastrofismo del stalinismo emergente (sus economistas afirmaban que el capitalismo estaba próximo al “derrumbe”, absolviendo la política traidora de la Internacional Comunista).

De todas maneras, es verdad que su texto más catastrofista es una introducción escrita para los obreros norteamericanos a una selección de citas del tomo I de El capital, realizada por el economista y ex diputado del PCA Otto Ruhle. Se titula El pensamiento vivo de Marx, y junto con apreciaciones agudas combina unilateralidades evidentes: “El progreso humano se ha detenido en un callejón sin salida. A pesar de los últimos triunfos del pensamiento técnico, la fuerzas productivas naturales ya no aumentan” (Trotsky 1984: 32).

Pero si la evaluación de Trotsky resultó errada (a pesar de todos los aspectos de verosimilitud que tenía cuando fue formulada) es porque el curso de la lucha de clases introdujo un factor imprevisto que permitió que la curva de desarrollo capitalista se enderezara nuevamente hacia arriba: el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la derrota histórica que dicho acontecimiento significó para los trabajadores del mundo, amén de la degeneración burocrática de la ex URSS, otro triunfo estratégico del sistema.

De ahí que sus valoraciones debían ser tomadas de manera concreta, y no podrían exonerar a los marxistas que en la segunda posguerra, ya en medio del más grande boom económico del capitalismo, mantuvieron definiciones estancacionistas que se dieron de patadas con la realidad, de espaldas al método postulado por el propio Trotsky en dicho texto: “Marx era perfectamente capaz de examinar el fenómeno de la vida a la luz del análisis concreto, como un producto de la concatenación de diversos factores históricos” (Trotsky 1984: 27).9 Habiéndose modificado la situación, seguir repitiendo que las fuerzas productivas habían “dejado de crecer” fue un error con gravísimas consecuencias políticas: sirvió de fundamento “material” a los análisis más objetivistas (Moreno 1990).

El razonamiento era demasiado simple: se basaba en la equivocada idea de que si la época era revolucionaria (¡que lo era, y lo es!), el capitalismo no podría desarrollar las fuerzas productivas. Y viceversa, pero de consecuencias más graves: si se consideraba que el capitalismo sí había retomado ese desarrollo, entonces la época dejaba de ser revolucionaria. Semejante esquematismo formó parte de las oposiciones de blancos y negros que caracterizó al trotskismo en la posguerra.

Una apreciación más dialéctica hubiera permitido abordar la cuestión como siempre la analizó Marx: un progreso de las fuerzas productivas que, bajo la camisa de fuerza de las relaciones capitalistas, tanto desarrolla las fuerzas productivas como socava los dos manantiales de la riqueza: “La producción capitalista sólo desarrolla, pues, la técnica y la combinación del proceso social de producción, en tanto que socava a la vez las fuentes originarias de toda riqueza: la tierra y el obrero” (Marx 1984: 164).

Claro que en cada momento histórico esto asume diversas proporciones que marcan el carácter ascendente o descendente del sistema, cuestión que requiere de un análisis históricamente determinado. El capitalismo siguió desarrollando las fuerzas productivas. Pero, a la vez, se verificó un inaudito desarrollo de las fuerzas destructivas: desde hace medio siglo la humanidad tiene capacidad de autodestruirse.

 

3.3 Los marxistas en la posguerra

 

Trotsky se sostiene como un dialéctico genial. Su criterio básico fue el del desarrollo desigual y combinado, un enfoque que incluía elementos de avance y otros de atraso o retroceso: “La desproporción en los ‘tempos’ y medidas, que siempre se produce en la evolución de la humanidad, no solamente se hace especialmente aguda bajo el capitalismo, sino que da origen a la completa interdependencia de la subordinación, la explotación y la opresión entre los países de tipos económicos diferentes” (Trotsky 1984: 49 y 51).

Luego de la segunda guerra, las circunstancias cambiaron: el “momento catastrófico” había pasado. EEUU se erigió como primera potencia mundial en medio de la “competencia” con la URSS. Fue un problema oponer el dogma a la realidad. Esto les ocurrió a muchos marxistas que hasta avanzada la posguerra siguieron aferrados al esquema de que “las fuerzas productivas habían cesado de crecer”…

Debido el enorme desarrollo tecnológico ocurrido, se refugiaron en la idea que “la principal fuerza productiva es el hombre”: “Para los marxistas el desarrollo de las fuerzas productivas es una categoría formada por tres elementos: el hombre, la técnica y la naturaleza. Y la principal fuerza productiva es el hombre; concretamente la clase obrera, el campesinado y todos los trabajadores. Por eso consideramos que el desarrollo técnico no es desarrollo de las fuerzas productivas si no permite el enriquecimiento del hombre y la naturaleza; es decir, un mayor dominio de la naturaleza por parte del hombre, y de éste sobre la sociedad” (Moreno 1990: 64-5).

Pero si el concepto de fuerzas productivas debe integrar los tres componentes, su apreciación era equivocada y absolutizaba relaciones que en Marx siempre se han evaluado como potencialidades. El desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo crea las condiciones materiales para “un mayor dominio de la naturaleza por parte del hombre, y de éste sobre la sociedad”, pero no tiene forma de resolverlo: esa tarea le cabe a la lucha de clases. Por otra parte, aun teniendo en cuenta que los países del centro imperialista y la periferia tuvieron trayectorias diferentes, el relato de Moreno es el de un empobrecimiento absoluto de los trabajadores, algo desmentido por los hechos.

El siglo pasado dio lugar a retrocesos dramáticos, pero también a una recuperación de las fuerzas productivas. La expectativa de vida casi se triplicó en los últimos cien años. En esto acierta Astarita al puntualizar: “La cantidad de seres humanos sobre el planeta se multiplicó; sólo entre 1970 y 2010 pasó de 2.600 millones a 7.000 millones. Los hambrientos a nivel mundial en ese lapso descendieron del 37% a aproximadamente el 16% (en términos absolutos permanece en torno a los 1.000 millones de seres humanos). Si las fuerzas productivas a nivel mundial hubieran estado estancadas, este crecimiento de la especie humana hubiera sido casi imposible. Pero además, aumentó la esperanza de vida. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, en 1900 el promedio global de vida era de sólo 31 años, y por debajo de los 50 años en los países más ricos. A mediados del siglo XX, el promedio de vida había alcanzado los 48 años; en 2005 era de 65,6 años, y de más de 80 años en algunos países desarrollados” (R. Astarita, “Trotsky, fuerzas productivas y ciencia”). Aunque podemos agregar que, en las últimas décadas, al parecer se estancó o comenzó a disminuir en algo la expectativa de vida en varios países, no se verificó un empobrecimiento absoluto del proletariado (otro cantar es la caída generalizada del nivel de vida en las últimas décadas con la mundialización). Las afirmaciones de Trotsky en este sentido fueron unilaterales: “El actual ejército de desocupados ya no puede ser considerado como un ‘ejército de reserva’, pues su masa fundamental no puede tener ya esperanza alguna de volver a ocuparse” (Trotsky 1984: 25).

Trotsky acertaba cuando señalaba que, mientras exista el capitalismo, siempre va a desarrollar momentos de alza y de baja. Pero agregaba que las características de esas alzas y bajas debían ser apreciadas concretamente. Cuando la curva general del sistema era ascendente, los momentos de ascenso debían predominar sobre las caídas; por el contrario, cuando la curva general estaba en descenso, los momentos de retroceso predominan sobre la recuperación: “El hecho de que el capitalismo continúe oscilando cíclicamente (…) indica, sencillamente, que aún no ha muerto y que todavía no nos enfrentamos con un cadáver. Hasta que el capitalismo no sea vencido por la revolución proletaria, continuará viviendo en ciclos, subiendo y bajando. Las crisis y los booms son propios del capitalismo desde el día de su nacimiento; lo acompañarán hasta la tumba. Pero para definir la edad del capitalismo y su estado general, para establecer si aún está desarrollándose o si ya ha madurado, o si está en decadencia, uno debe diagnosticar el carácter de los ciclos, tal como se juzga el estado de los organismos humanos, según el modo en que respira: tranquila o entrecortadamente, profundo o suave, etcétera” (“La situación mundial”, junio de 1921).

Mandel parece afirmar algo similar desde otro ángulo: “Un fracaso en el largo plazo en realizar la revolución socialista puede conceder al modo de producción capitalista un nuevo plazo de vida, que este último utilizará, entonces, de acuerdo con su lógica inherente: en tanto se eleve nuevamente la tasa de ganancia, intensificará la acumulación del capital, renovará la tecnología, retomará la búsqueda incesante de plusvalía, ganancia media y superganancias, y desarrollará nuevas fuerzas productivas” (Mandel 1985: 155).

No hay declinación absoluta. Si el sistema no es superado, recomienza su lógica de funcionamiento. Mandel afirmaba que con el boom de posguerra las fuerzas productivas comenzaron nuevamente a crecer. Eso no hacía más que poner a la humanidad –especialmente a los países del centro capitalista– sobre un nuevo escalón productivo: de ahí el debate sobre la automatización que desarrolla en el capítulo 6 de El capitalismo tardío, retomando geniales intuiciones de Marx. Las visiones estancacionistas se apoyaban en la idea de un retroceso absoluto de las fuerzas productivas que no se verificó. Mandel señalaba que el umbral “técnico” para la emancipación de la humanidad se acercaba más, siendo ésta una característica central del capitalismo tardío.

La contradicción no estaba en el retroceso absoluto de las fuerzas productivas, sino en las potencialidades no concretadas, inhibidas, de su desarrollo. Se trata de un enfoque atractivo que, de todos modos, tenía un grave déficit vinculado a la no problematizada transformación de las fuerzas productivas en destructivas, un fenómeno que Mandel analizó en el capítulo 9 de la obra señalada respecto de la industria armamentística pero que, paradójicamente, no contenía conclusión alguna vinculada a la dinámica de conjunto destructiva del sistema.

De ahí que terminara sosteniendo un concepto de fuerzas productivas que de todas maneras nos resulta unilateral, economicista: “Para Marx, el concepto de fuerzas productivas era, en último análisis, reducible a las fuerzas materiales de la producción y a la productividad física del trabajo (ver Grundrisse: ‘La fuerza productiva de la sociedad es medida por el capital fijo, existente en ella en su forma objetiva’). Para dar algún fundamento a la afirmación de que las fuerzas productivas cesaron de crecer, es necesario desligar el concepto de ‘fuerzas productivas’ de su base material y atribuirle un contenido idealista” (Mandel 1985: 151).

Pero no es igual la manera de medir las fuerzas productivas que el concepto que se tenga de ellas. Ocurre que una medición, quizá, sólo puede ser aproximativa. Pero otra cuestión es el concepto global, y en ese sentido Mandel se colocaba en el polo opuesto de los estancacionistas, sin ofrecer una síntesis dialéctica.

Muchos analistas han subrayado que el exagerado optimismo de Mandel le podía jugar una mala pasada, haciéndolo ciego frente a determinados desarrollos.10 De ahí la crítica que le dedicara el historiador Enzo Traverso, acerca de cómo se saltea en su reflexión la experiencia de los campos de exterminio: “Bien que la obra de Mandel sigue estando (…) más allá de ciertas derivas dogmáticas, no logra escapar de una cierta simplificación de lo real” (Traverso 1997: 334). No obstante, no se puede decir que Mandel no tuviera el tema en la cabeza. En un seminario en Atenas, en 1983, afirmaba lo siguiente: “Para retomar una fórmula de Marx, es en la crisis donde se expresa la tendencia del capitalismo a transformar periódicamente las fuerzas productivas en fuerzas destructivas. Ahora bien, la amplitud de la crisis determina la amplitud del potencial destructor desencadenado por la ‘solución’ capitalista de la crisis. Para salir de la crisis de los años 30 sin salir del capitalismo, la humanidad pagó el precio de 100 millones de muertos, el precio de Auschwitz y de Hiroshima” (“La teoría marxista de las crisis y la actual depresión económica”).

 

3.4 Socialismo o barbarie

 

Insertemos el análisis de las fuerzas productivas dentro de las coordenadas de la época. Apresurémonos a señalar que en Marx una época está determinada por factores objetivos que hacen a un período histórico donde las relaciones de producción ya no dejan crecer las fuerzas productivas, o las transforman en destructivas (ver el famoso Prólogo a la Contribución a la crítica a la economía política).

Pero no debe interpretarse mecánicamente esta sentencia: si vale a escala de toda una época histórica, no significa que de manera absoluta las fuerzas productivas no pueden continuar desarrollándose; sólo hacen más contradictorio su curso: “El hecho de que el capitalismo haya entrado en 1914 en un período de crisis estructural y decadencia histórica no excluye nuevos desarrollos periódicos de las fuerzas productivas” (Mandel, citado en Arcary 2006: 92).

Así han sido las cosas bajo el capitalismo: sus tendencias no han funcionado bajo la forma de un límite absoluto en la acumulación, sino como crisis recurrentes cada vez más graves: un desarrollo de imponentes fuerzas productivas que, al mismo tiempo, son doblemente peligrosas en su potencial de reversión destructiva.

De ahí que en las últimas décadas el capitalismo haya vivido inmensas transformaciones estructurales, el desarrollo de nuevas ramas productivas con las tecnologías de la información, la creación del proletariado más grande de la historia (ver los casos de China, India y próximamente África), así como una renovada expansión geográfica. Esta circunstancia ha resultado del curso concreto de la lucha de clases del siglo XX, de cómo la degeneración de las revoluciones anticapitalistas posibilitaron la continuidad del sistema.

Y sin embargo, lo anterior no excluye que se estén encendiendo alertas rojas alrededor de las consecuencias del desarrollo del capitalismo mundializado. Señalemos, por lo pronto, la aguda crisis ecológica que vive la humanidad, que según algunos científicos nos ha hecho entrar en una nueva era geológica: el Antropoceno. Esto es, una era caracterizada por la reversión destructiva del sistema sobre el clima y la biodiversidad, y que confirma la genial intuición de Marx de que la naturaleza terrestre es actualmente una ‘naturaleza humanizada’ (o, mejor dicho, deshumanizada).11

Otro ejemplo es la creciente desigualdad que está generando el sistema. La obra de Thomas Piketty, aunque reformista, es un llamado de atención en ese sentido: “El crecimiento moderno y la difusión de los conocimientos permitieron evitar el apocalipsis marxista, pero no modificaron las estructuras profundas del capital y de las desigualdades, o por lo menos no tanto como se imaginó en las décadas optimistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Cuando la tasa de rendimiento del capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso –lo que sucedía hasta el siglo XIX y amenaza con volverse norma en el siglo XXI–, el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles” (Piketty 2015:15).

Astarita plantea que “las fuerzas productivas en los últimos cien años se desarrollaron, y en las últimas tres o cuatro décadas también”. Pero si la primera parte de su sentencia terminó siendo correcta, la evaluación de las últimas décadas debe matizarse. No es posible, o metodológicamente correcto, abrir hoy un juicio de valor definitivo sobre la mundialización cuando nos encontramos en medio de la histórica crisis económica abierta en 2008. Así, “la teoría y la historia enseñan que una sucesión de regímenes sociales presuponen la forma más alta de la lucha de clases, es decir, la revolución (…). ‘La fuerza es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva’. Nadie ha sido capaz hasta ahora de refutar este dogma básico de Marx en la sociología de la sociedad de clases. Solamente una revolución socialista puede abrir camino al socialismo” (Trotsky 1984: 45). Volveremos al final de este ensayo sobre esta cuestión.

 

  1. Máquinas y personas

 

“La era de la individualización está obligando a hacer cambios en los métodos de fabricación que hicieron del automóvil un bien accesible a las masas. Mientras que los robots son buenos para realizar de forma fiable y repetidamente tareas definidas, no son aptos para una flexibilidad imprescindible en medio de una oferta cada vez más amplia de modelos que, a su vez, tienen más y más características. ‘La variedad es demasiado grande para que sirvan las máquinas’, afirma Schaefer, que está buscando reducir a 30 las horas necesarias para producir un auto desde las 61 que hacían falta en 2005” (“Mercedes Benz sustituye robots por trabajadores humanos por su flexibilidad”, Ecomotor.es, 25-2-2016)

 

La evidencia acerca de la creación de una nueva clase obrera mundial es tan abrumadora que el debate sobre la “muerte del proletariado” ha retornado bajo la forma del “cuco” de la automatización: los trabajadores serán sustituidos por robots. Sin embargo, como afirmó Mandel décadas atrás, bajo el capitalismo será imposible reemplazar completamente a los trabajadores por un sistema automático: La razón: sólo los trabajadores son los creadores del valor, la base de la ganancia capitalista. Y por lo demás, tampoco es tan sencillo, técnicamente, reemplazar las características humanas por autómatas.

 

4.1 El bluff de la robotización

 

La cuestión retorna por la vía de una serie de discusiones vinculadas a la sustitución del trabajo humano por robots. Hay que entender el significado de ese retorno. Su lógica tiene que ver con que la automatización de la producción bajo el capitalismo, nunca ha tenido el objetivo que potencialmente posee, de emancipar a la clase obrera del yugo del trabajo, sino, por el contrario, de multiplicar la explotación.

Parece contradictorio, pero es así. Esto ocurre debido a que la base de la economía capitalista es la creación de valor, y el único origen posible del valor y las ganancias es el trabajo humano. Una economía emancipada del valor sería una economía que ya no estaría basada en la explotación del trabajo, pasando a producir de manera directa valores de uso. Pero esto, que es casi una definición del comunismo, es un contrasentido bajo el capitalismo.

De ahí que los relatos acerca de la automatización completa de la producción sean un bluff: “Los discursos proféticos sobre las destrucciones de empleos no provienen de hoy. Hemos escuchado el mismo estribillo con la ‘nueva economía’ a inicios del siglo y después con las predicciones sobre ‘el fin del trabajo’ de Jeremy Rifkin (…). Un decenio y una crisis más tarde ya no queda nada de esas predicciones. Por el momento, la paradoja de Solow se sigue manteniendo: ‘Se ven ordenadores en todos lados, salvo en las estadísticas de productividad’ (1987)” (Husson, agosto 2016).

De todas maneras, sí es real que el grado de desarrollo de las fuerzas productivas plantea esa potencialidad, siempre y cuando, claro está, se acabe con el actual sistema basado en la explotación del trabajo.

La funcionalidad de esta narración hace parte de la renovada ofensiva de contrarreformas laborales que se vive en todo el mundo. El mensaje es “si no se ajustan los estándares productivos, traemos robots que los reemplacen”: “El estudio de referencia es el de Frey y Osborne (2013): prevé que el 47% de los empleos están amenazados por la automatización en los Estados Unidos (…), [pero] un reciente estudio de la OCDE (Arntz, Gregoory y Zierahn, 2016) llega a una cifra muy inferior (cinco veces menos) a las previsiones más alarmistas: ‘solo el 9% de los empleos se encuentran confrontados en EEUU a una fuerte probabilidad de ser automatizados, en lugar del 47%” (ídem).

Resulta ser que, en realidad, la automatización no puede funcionar sin superexplotación (es imposible bajo el capitalismo sustituir a la clase obrera); ahí donde se instala un sistema de máquinas automáticas, ahí donde se diseña una fábrica enteramente manejada con robots, tiene que haber, en el polo opuesto, obreros superexplotados que rindan una cantidad mayor de trabajo no pagado.

Un ejemplo palmario es la superexplotación de las mujeres en las maquilas del “mundo emergente”: “La maquila es una institución militar, no solamente económica, y en ella se puede poner cualquier condición de trabajo: no se permite la organización ni la sindicalización, no existen horarios ni protección de los derechos. La maquila es un ataque contra la salud de las mujeres y un ataque contra los derechos humanos en general (…). En Foxconn, la empresa que fabrica los productos para Apple, trabajan 60.000 mujeres en unas condiciones de trabajo tan brutales que han adoptado el suicidio desde los techos de la fábrica (…), y ahora hasta les hacen firmar un compromiso de que no van a suicidarse en el trabajo” (Silvia Federici, revista Pueblos, 12-10-2016). En un polo, automatización; en el otro, superexplotación estilo siglo XIX: ¡ése es el verdadero rostro del capitalismo del siglo XXI!

El origen de la ganancia empresaria en las fábricas cuasi automatizadas será doble (las proporciones pueden variar según los casos): una parte por generación directa de plusvalor de sus trabajadores hipercalificados (los operadores de los complejos automatizados), y otra parte por transferencia de trabajo no pagado desde otras empresas de la misma u otras ramas, que por las ganancias de tecnología de las primeras se vean perjudicadas.

En todo caso, con la automatización (siempre que no sea completa, algo imposible bajo el capitalismo) funciona el mismo principio general que para todo el proceso de “maquinización”: el trabajo reemplazado por las máquinas debe ser más oneroso que éstas. Las máquinas, como clásicamente estableció Marx, participan enteramente como valor de uso en la producción, pero solamente transfieren valor a las mercancías de manera paulatina. De ahí que la reposición del gasto en ellas (depreciación) pueda hacerse lentamente, y que aparezca su costo unitario en cada mercancía (costo del capital constante) con un valor menor que el costo del trabajo (necesario) de los trabajadores sustituidos por ella.

Por lo demás, la propia posibilidad de la automatización surgió de la descomposición detallista de los oficios, de separar en funciones cada vez más simples las tareas que concentraban el artesano y el oficial. Es esa descomposición detallista la que crea las condiciones de la automatización, así como de la reunificación posterior de los procesos por parte del “autómata”. El sistema automatizado puede ser desde la cadena de montaje hasta formas más modernas automatizadas y/o robotizadas de muchos procesos de la producción, pero sus principios son iguales: “El camino efectivo es un proceso de análisis a través de la división del trabajo, que gradualmente transforma las acciones del trabajador en operaciones cada vez más mecánicas, de manera que, en determinado punto, un mecanismo puede sustituirlo. Así, el modo específico de trabajo es aquí transferido del operario para el capital bajo la forma de máquina, y su propia capacidad de trabajo es desvalorizada por esta transformación. De ahí la lucha de los trabajadores contra la máquina. Lo que era actividad del trabajador vivo se torna actividad de la maquina” (Marx, citado por Mandel 1985: 175).

 

4.2 Automatización y explotación capitalista

 

Es en la estela de las geniales intuiciones de Marx que Mandel abordaba esta temática en El capitalismo tardío. Allí Mandel subraya correctamente que la automatización es un desarrollo de las fuerzas productivas que, como todo bajo el capitalismo, tiene consecuencias contradictorias. Por un lado, apunta a la posibilidad de liquidar el sudor humano como base de la producción, de la generación de la riqueza. Se trata de un desarrollo de las fuerzas productivas que crea las condiciones para que el trabajador, “de estar subordinado a la producción, se ubique al lado de ella como vigilador y controlador” (Marx, Grundrisse).

La humanidad no está condenada al yugo eterno del trabajo. El desarrollo de las fuerzas productivas ha creado las condiciones materiales para la emancipación del trabajo, pero ésta es una “condición técnica”, no social: para acabar con la explotación hace falta acabar primero con el sistema social explotador.

La reversión contradictoria de esto bajo el capitalismo es que en las condiciones de la búsqueda de ganancia y de explotación del trabajo, la automatización (o robotización) es otra manera no de emancipar el trabajo, sino de multiplicar la explotación12: “Merece la pena describir los obstáculos a la automatización identificados por Frey y Osborne [especialistas capitalistas que quieren imponerla. RS]. Una primera categoría reagrupa las exigencias de destreza y las constricciones ligadas a la configuración del puesto de trabajo. A continuación viene la inteligencia creativa, es decir, la vivacidad intelectual o las disposiciones artísticas. Pero la última categoría, bautizada ‘inteligencia social’, da frío en la espalda y merece ser citada con más detalle (…): la perspicacia social (…); la negociación (…); la persuasión (…); la preocupación por los otros (…). Esta enumeración permite comprender hasta qué punto la automatización de los procesos de producción está concebida como una ‘maquinización’ de los trabajadores. El obstáculo a erradicar son las disposiciones –muy simplemente humanas– que constituyen el colectivo de trabajo” (Husson, agosto 2016).

El objetivo de multiplicar la explotación del trabajo (tanto plusvalía relativa como absoluta) se entiende con recordar que sólo el trabajo humano es la base del valor y las ganancias. De ahí que el maquinismo implique la descalificación del trabajo, lo que significa un aumento del plusvalor absoluto por directa reducción del trabajo necesario, pero al mismo tiempo, en el caso de la robotización y de la utilización de trabajadores calificados para operarlos, un mayor aumento del trabajo necesario, pero también del plusvalor relativo por la reducción de la porción del trabajo necesario en dicha reproducción, por el aumento de la fuerza productiva general del trabajo. ¿Pero alcanzará con el plusvalor directo que rinden estos trabajadores de los complejos automatizados? El sistema de máquinas automáticas tiene acumulado trabajo muerto, que se transfiere en la producción a las nuevas mercancías. ¿Pero qué ocurre con la creación de nuevo valor que sólo puede ser aportado por el trabajo vivo, el trabajo humano de los trabajadores?

Es aquí donde surge el problema: la automatización permite aumentar la explotación del trabajo; la máquina compite con el hombre, lo reemplaza. Pero de tal suerte que el hombre, de todas maneras, como único creador del valor, debe reaparecer en algún lugar del aparato productivo creando la plusvalía a ser transferida a la fábrica automatizada. Bajo el capitalismo, el robot no puede prescindir que del “otro lado del mostrador” aparezca el “esclavo”; así de contradictorio es el desarrollo de sus fuerzas productivas.

Nada distinto decía Trotsky cuando se refería al fordismo: “A la naturaleza inagotable le faltaba el hombre. La mano de obra era lo más caro en Estados Unidos. De ahí la mecanización del trabajo. El principio del trabajo en serie no es un principio debido al azar. Expresa la tendencia a reemplazar el hombre por la máquina, a multiplicar la mano de obra, a llevar, trasladar, descender y elevar automáticamente. Todo esto debe ser hecho por una cadena sin fin, no por el espinazo del hombre. Tal es el principio del trabajo en serie (…). EEUU casi no conoce el aprendizaje; no pierde el tiempo en aprender, pues la mano de obra es cara; el aprendizaje es sustituido por una división del trabajo en partes ínfimas que no exigen o casi no exigen aprendizaje. ¿Y quién reúne a todas las partes del proceso de trabajo? La cadena sin fin, el transportador. Es quien enseña. En muy poco tiempo, un joven campesino de la Europa meridional, de los Balcanes o de Ucrania queda formado en obrero industrial” (Trotsky 1926).

Algo muy parecido sostenía Gramsci (en un fragmento donde, paradójicamente, apreciaba de manera equivocada la pelea de Trotsky contra Stalin): “La expresión (…) puede parecer por lo menos irónica al que recuerde la frase de Taylor acera del ‘gorila amaestrado’ [referencia al obrero. RS]. Efectivamente, Taylor expresa con cinismo brutal la finalidad de la sociedad norteamericana: desarrollar en el trabajador, en un grado máximo, las actitudes maquinales y automáticas, destruir el viejo nexo psicofísico del trabajo profesional calificado que exigía cierta participación activa de la inteligencia, de la fantasía, de la iniciativa del trabajador, y reducir las operaciones productivas al mero aspecto físico, maquinal” (Gramsci 1999: 476).

 

4.3 El origen de las superganancias

 

Esta circunstancia ha dado lugar al debate acerca del origen de las ganancias que logra una empresa automatizada si emplea menos trabajadores, si se crea menos trabajo vivo y, para colmo, la composición orgánica del valor es mayor (una proporción mayor de trabajo muerto por unidad de trabajo vivo: c/v): máquinas que transfieren valor masivamente, pero no lo crean.

La discusión remite al origen del plusvalor. Marx señala que hay dos fuentes en la creación del trabajo no pagado: el plusvalor absoluto y el relativo. El absoluto no ofrece misterios: tiene que ver con la explotación directa del trabajador, con llevar a los extremos su límites orgánicos, hacerlos trabajar más intensamente, alargar la jornada laboral, aumentar el ritmo de trabajo, que sude más.

Sí es más complejo, en cambio, el plusvalor relativo, que se origina no en el aumento de la explotación directa del trabajador, sino en la reducción del valor de la fuerza de trabajo por la vía del aumento de la productividad, del aumento de la parte proporcional del plusvalor en el valor total de la producción, de la reducción del valor de las mercancías que entran en la reproducción de la fuerza de trabajo (lo que implica el abaratamiento de los productos de la rama II de la producción, la que produce los bienes de consumo).

La creación del plusvalor relativo tiene su origen en el maquinismo y la automatización, en el revolucionamiento de las condiciones de la producción que permite saltar los límites orgánicos humanos en la producción de la riqueza, lo que en su expresión límite es la automatización: la producción sobre una base no directamente humana.

El problema es que el trabajo acumulado en las máquinas, que reemplaza el trabajo vivo, hace que crezca la proporción del primero sobre el segundo. Pero si el trabajo vivo, que es la base de todo valor, se reduce en relación con el trabajo acumulado, muerto: ¿de dónde saldrá la creación de nuevo valor y plusvalor?

Surge con la multiplicación de la fuerza productiva del trabajo social, con el desarrollo de las fuerzas productivas, que baja la proporción de valor del trabajo necesario y aumenta el trabajo excedente, de manera que aumenta la tasa de explotación (pv/v). Se crean así las condiciones para que aumente la tasa y la masa de ganancia (pv/v+c). Pero esto sucede siempre y cuando se aumente la escala de la producción y se incremente la creación de valor.

De todas maneras, las cosas no son tan simples; de ahí que el origen de las ganancias de las empresas tecnológicamente más avanzadas (o cuasi automatizadas) ha dado lugar a una polémica entre los marxistas. Una parte de las ganancias incrementadas debe provenir, necesariamente, de una transferencia de valor desde las fábricas más atrasadas, pero que todavía marquen el valor social medio de las mercancías producidas en dicha rama.

Esto es lo que afirma Mandel: “Cuando Marx afirma que las empresas que operan con una productividad debajo de la media obtienen menos que el lucro medio, y que, en último análisis, eso corresponde al hecho de que desperdician trabajo social, todo lo que esta formulación quiere decir es que en el mercado las empresas que funcionan mejor se apropian de valor o de plusvalía realmente producida por los obreros de aquellas empresas. No significa de ninguna manera que éstos hayan creado menos valor o menos plusvalía que el indicado por el número de horas trabajadas. Ésa es la única interpretación de El capital, volumen III, capítulo X, que puede ser armonizada con el texto como un todo y con el espíritu de la teoría del valor de Marx, y tal interpretación manifiestamente simplifica el concepto de transferencia del valor” (Mandel 1985: 69).

La afirmación de Mandel parece encontrar sustento, también, en el capítulo X sobre el plusvalor relativo, tomo I, El capital: “El valor individual de esta mercancía se halla ahora por debajo de su valor social, esto es, cuesta menos tiempo de trabajo que la gran masa del mismo artículo producida en las condiciones sociales medias” (Marx 1981: 385). De ahí que este capitalista pueda vender su mercancía por encima del valor que le costó producirla, pero por debajo de su valor social, obteniendo así una superganancia proveniente de esta transferencia de valor en el mercado.

Sin embargo, unos párrafos más abajo Marx introduce el concepto de “trabajo potenciado”: “El trabajo cuya fuerza productiva es excepcional opera como trabajo potenciado, eso es, en lapsos iguales genera valores superiores a los que produce el trabajo social medio del mismo tipo” (Marx 1981: 386).13

Pero revisando los textos de Marx y algunos artículos referidos a este debate, es dudoso que Marx esté hablando aquí de un incremento en la creación de valor en general; más plausible y congruente con su pensamiento en general parece ser la interpretación de que está refiriéndose a la multiplicación de los valores de uso, los que, efectivamente, se incrementan con el aumento de la productividad, de la fuerza productiva del trabajo. En el citado Cuaderno V sobre “Las máquinas” (uno de los borradores de la redacción definitiva de El capital, años 1861-63), Marx sostiene el mismo concepto de “trabajo potenciado”. Sin embargo, lo plantea allí como “hipótesis de trabajo”: “Dentro de esta hipótesis, para producir el mismo valor el obrero debe trabajar, en consecuencia, sólo un tiempo más corto respecto del obrero medio”. Pero, nuevamente, lo más congruente con su obra parece ser que aquí estuviera hablando del valor de uso, no del valor en general.

Astarita sostiene la interpretación opuesta. Sostiene que “el trabajador que emplea una tecnología superior produce más valor por unidad de tiempo de trabajo” (“Mandel sobre la plusvalía extraordinaria”; ver también, del mismo autor, “Marx sobre trabajo potenciado”). Pero a nosotros nos parece que si las leyes tendenciales de la creciente composición orgánica del capital y de la caída de la tasa de ganancia (tomo III) tienen alguna razón de ser es justamente porque el trabajador que emplea una tecnología superior produce más valor de uso y más plusvalor por cada mercancía individual, pero no más valor (salvo que se haya ampliado la escala de la producción, pero eso ya cambiaría los supuestos). Si así no fuera, el capitalismo estaría inmunizado contra las crisis.

Gramsci parece tener una interpretación similar: “Este problema está ya planteado en el primer volumen de El capital, donde se habla de la plusvalía relativa; en el mismo punto se observa que en este proceso se manifiesta una contradicción, o sea, mientras que, por un lado, el progreso técnico permite una dilatación de la plusvalía, por la otra determina, a causa del cambio que introduce en la composición del capital, la caída tendencial de la tasa de beneficio, y esto se demuestra en el tercer volumen de El capital” (Gramsci 1999: 444). Esta contradicción se haría inexistente si el trabajo pudiera potenciarse hasta el infinito, si la creación de valor no encontrara límite alguno.

Es que la productividad del trabajo y la creación de valor caminan, como afirma taxativamente Marx, en sentido inverso; si no, no existirían bases materiales, repetimos, para la crisis capitalista: “El valor de las mercancías está en razón inversa a la fuerza productiva del trabajo. Igualmente lo está porque se halla determinado por valores de las mercancías, el valor de la fuerza de trabajo. Por el contrario, el plusvalor relativo está en razón directa a la fuerza productiva del trabajo. Aumenta cuando aumenta la fuerza productiva, y baja cuando ésta baja” (Marx 1981: 387).

Si el trabajo pudiera “potenciarse” al infinito, la sustitución tendencial de trabajo vivo por trabajo muerto, de trabajadores por máquinas, no entrañaría ningún problema para el capitalismo: podría funcionar tranquilamente sobre la base de “obreros potenciados” (lo que entrañaría una concepción del capitalismo como un sistema sin crisis, sin contradicciones íntimas).14

Esta paradoja se resuelve, en definitiva, en el hecho señalado por Mandel de que el capitalismo es incompatible con la producción plenamente automatizada: “Tan luego el trabajo en su forma directa deja de ser la fuente básica de la riqueza, el tiempo de trabajo deja o debe dejar de ser su medida: consecuentemente, el valor de cambio debe dejar de ser la medida del valor del uso. La masa de plusvalía no es más la condición para el desarrollo de la riqueza general, así como el no trabajo de unos pocos, para el desarrollo de los poderes generales de la mente humana. Con esto sucumbe la producción basada en los valores de cambio, y el proceso directo, material de producción es arrancado de las formas de penuria y antítesis” (Marx, citado por Mandel 1984: 146).

 

4.4 ¿Qué pasa con la productividad?

 

Para finalizar, tomemos someramente el problema de la productividad en los países avanzados (volveremos sobre esto más abajo). Como dice Husson, no se trata de un problema menor porque, en definitiva, la cuestión de la productividad remite al dinamismo del sistema: “La productividad del trabajo mide el volumen de bienes y servicios producidos por hora de trabajo y constituye una buena aproximación al grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Juega, por tanto, un papel decisivo en la dinámica del capitalismo” (Husson, agosto 2014).

Pero resulta ser que una de las señales de alerta en medio de la crisis abierta en 2008 (expresada en un estancamiento económico duradero, una larga depresión que no termina), y uno de los principales debates e interrogantes en curso apunta a la explicación de por qué la productividad se ha mantenido estancada o evoluciona de manera tan limitada en esta segunda década del siglo XXI. Según Michael Roberts, de un crecimiento anual de la productividad en EEUU del 2,5% en los años 60 actualmente estamos en un 1%.

Entre los economistas del establishment existen versiones encontradas. Robert Gordon, reconocido especialista en la materia, viene insistiendo en una tesis pesimista: señala que las tecnologías de la información y la comunicación no tienen la fuerza de arrastre de otras revoluciones tecnológicas (la automotriz, la electricidad, el ferrocarril, incluso los servicios sanitarios) para impulsar hacia adelante el sistema. Plantea que el actual estancamiento económico tiene una base material profunda vinculada a esta dificultad para revolucionar la productividad en el conjunto de las ramas económicas y que, por lo tanto, no se avizora en un futuro más o menos próximo una salida de la mediocridad: “El crecimiento del PBI real por habitante será más lento que en cualquier otro período comparable desde el final del siglo XIX, y el crecimiento del consumo real por habitante será más lento aún para los 99% de más abajo en el reparto de las rentas” (Gordon, citado por Husson, agosto 2014).

Barry Eichengreen, importante historiador económico estadounidense, señala, por el contrario, que siempre que ha habido renovaciones tecnológicas, al comienzo del proceso la productividad tendía a caer porque la sustitución de las viejas tecnologías por las nuevas “crea una circunstancia de tierra de nadie” donde, transitoriamente, las tareas se hacen más difíciles de llevar a cabo. Eichengreen pone el ejemplo de su esposa, que es médica, para señalar que, debido a la heterogeneidad en el sistema de intercambio de información entre los médicos (antes mediante fax, ahora en vías de informatizarse), transitoriamente se reduce la productividad de la atención médica en vez de aumentar.

Nos parece, de todas maneras, que si, como afirma el economista marxista británico Michael Roberts, no puede haber una explicación puramente “endógena” para este estancamiento en materia de productividad (el capitalismo eventualmente encontrará la manera de relanzar la acumulación y conquistar nuevos horizontes de productividad a depender del curso concreto de la lucha de clases), es un hecho que a la mundialización capitalista hoy le está costando encontrar nuevos terrenos de valorización. Esto es, multiplicar la acumulación, incluso cuando hay un conjunto de nuevas tecnologías a mano para dar un salto en la materia: robótica, inteligencia artificial, impresión en 3D, nanotecnología, tecnologías biológicas, etc.

Varios condicionamientos estarían impidiendo esto: “Otra manera de cuestionar el vínculo entre innovación tecnológica y aumentos de productividad [es] mostrando que éstas últimas resultan de muy clásicos métodos de intensificación del trabajo. Las transformaciones inducidas por Internet, por tomar este ejemplo, sólo tienen un papel accesorio en la génesis de los aumentos de productividad. Una vez pasado el encargo en línea, lo que viene después depende esencialmente de la cadena de montaje y de la capacidad para poner en marcha una fabricación modular, y la viabilidad del conjunto se basa al fin de cuentas en la calidad de los circuitos de aprovisionamiento físicos. En la medida en que éstos no son por sí mismos transmisibles por Internet, las mercancías encargadas deben circular en sentido inverso. Lo esencial de los aumentos de productividad no deriva por tanto del recurso a Internet como tal, sino de la capacidad de hacer trabajar a los asalariados con horarios ultraflexibles de jornada, semana o anual, en función del tipo de producto y para intensificar y dar fluidez a las redes de aprovisionamiento, con una prima para las entregas individuales y el transporte por carretera” (Husson, agosto 2014).

Sumado a esta aguda crítica del fetichismo tecnológico, que muestra que en ningún caso el desarrollo tecnológico puede ser una variable independiente, Husson señala que la explicación de fondo para la falta de dinamismo en materia de productividad pasa por la baja acumulación que muestra el capitalismo: su opinión es que mientras este bajo dinamismo no se revierta, tampoco mejorarán los índices de productividad: “El capitalismo neoliberal corresponde a una fase recesiva cuyo rasgo esencial es la capacidad para reestablecer la tasa de beneficio a pesar de una tasa de acumulación estancada y de mediocres aumentos de productividad (…). [En estas circunstancias] no están reunidas las condiciones para el paso a una nueva onda expansiva” (Husson, agosto 2014).

 

  1. La crisis del impulso globalizador

 

“Las autoridades advierten que la débil economía mundial, que ya es señalada como responsable de crear las condiciones para políticas conducentes a un renacimiento del proteccionismo, podría sufrir un retroceso de medio siglo de integración comercial (…). El FMI calcula que un alza brusca de los aranceles y otras barreras comerciales elevaría los precios de las importaciones un 10% a nivel global. Eso se traducirá en una caída de un 15% de las exportaciones durante los próximos cinco años” (The Wall Street Journal Americas, La Nación, 10-10-16).

 

Desde 2008 planteamos que la crisis económica que enfrenta el mundo es un evento histórico y no meramente cíclico, de los que pautan habitualmente el curso del capitalismo. Por su profundidad, por su carácter globalizado, por su persistencia, debía tratarse de otra cosa: un punto en el cual la curva general del desarrollo capitalista hizo una fuerte inflexión a la baja luego de dos décadas de “ascenso” con la mundialización.

Luego de ocho años, se puede decir que esa caracterización ha quedado plenamente confirmada. En momentos en que el propio FMI alerta sobre la “mediocridad de la economia mundial”, cuando crecen las incertidumbres acerca del curso del próximo gobierno de Trump, cuando los propios economistas del sistema manifiestan su preocupación sobre el eventual “estancamiento secular” de la economía capitalista, y cuando está en debate por qué la productividad en los paises del centro imperialista no logra resurgir, se hace evidente que la crisis abierta años atrás tiene una magnitud histórica que trasciende una mera coyuntura. Y una de las manifestaciones de dicha crisis es cómo se ha frenado el impulso globalizador que había caracterizado la economía mundial en las últimas décadas.

 

5.1 Expansión geográfica y ley del valor universal

 

Tomando una periodización común al conjunto de los analistas, recordemos que luego de la Segunda Guerra Mundial se vivieron los “Treinta Años Gloriosos” de la economía mundial: el más grande boom capitalista en su historia.

Sin embargo, con el agotamiento de las condiciones de dicho boom en los años 70 se desencadenó una gran crisis reflejada en una caída general de la tasa de ganancia empresaria. En ese contexto vino una profunda contraofensiva capitalista, cuyo contenido principal fue desmontar el conjunto de conquistas y concesiones otorgadas a los trabajadores a nivel mundial posteriormente a la Segunda Guerra Mundial, bajo la presión de la competencia establecida con la ex URSS y demás países no capitalistas.

En el giro hacia los años 90, el período anterior fue definitivamente sepultado. Se produjo un “momento Rosa Luxemburgo”: la reintroducción para la explotación capitalista directa del tercio del mundo que se le había escapado al sistema con las revoluciones anticapitalistas del siglo XX, o, dicho de otra manera, el regreso del pleno imperio de la ley del valor a escala mundial.

La importancia de este factor se hace más evidente cuando recordamos que Mandel consideraba como una de las características del capitalismo tardío el hecho de que había perdido un tercio del mundo para su dominio directo: “[En el siglo XX] ocurrieron otras transformaciones importantes en las condiciones globales de existencia del capital (…). La Rusia soviética se separó del mercado mundial capitalista; por primera vez desde la génesis del modo de producción capitalista, el mercado mundial capitalista sufría una contracción, en vez de expandirse” (Mandel 1985: 132).

Si esto es así, no obstante la posición de Mandel respecto del lugar de las economías no capitalistas en el concierto mundial establecía una “dualidad de principios” que era equivocada. Pierre Naville criticará agriamente este análisis porque parecía desmentir la taxativa afirmación de Trotsky de que la ex URSS no podía sustraerse al mercado mundial dominado por el capitalismo.

Moreno retomará correctamente dicha tesis en su Actualización del Programa de Transición: “Aceptando la concepción de los teóricos de la burocracia del ‘socialismo en un solo país’, el pablismo ha aceptado las premisas del stalinismo de que en el mundo actual existen dos mundos económica y políticamente enfrentados y antagónicos: el del imperialismo y el de los estados obreros burocratizados. Esto no es así ni en el terreno político ni en el económico. No hay dos mundos económicos a escala mundial. Hay una sola economía mundial, un solo mercado mundial, dominado por el imperialismo. Dentro de esta economía mundial dominada por el imperialismo existen contradicciones más o menos agudas con los estados obreros burocratizados donde se expropió a la burguesía. Pero no son contradicciones absolutas, sino, por el contrario, relativas (…). La economía de todos los estados obreros, burocratizados o no, está supeditada –mientras el imperialismo siga siendo más fuerte económicamente– a la economía mundial controlada por el capitalismo”.

En su defensa, Mandel afirmará lo siguiente: “Pierre Naville no pisa un suelo tan virgen como cree al presentar ese hecho [la existencia de una única ley del valor] como un gran descubrimiento en El salario socialista, París, 1970, pp. 14-30. Saca la conclusión errónea de que ‘una única ley del valor’ regula todas las relaciones económicas del mundo entero, incluyendo la URSS (pp. 24-5). La ley del valor ya era la ‘única’ ley del mercado mundial a mediados del siglo XIX, pero, por esa época, no regulaba absolutamente la distribución de los recursos económicos en los más diversos ramos en China. Y no regula, inclusive, las relaciones actuales de China, o en la URSS: Naville olvida que en la era del capitalismo esa regulación no es determinada por el movimiento de las mercancías, sino por el movimiento del capital (dejamos atrás la producción simple de mercancías hace tiempo). Ocurre que el libre movimiento de capitales no es permitido en China ni en la URSS, donde las inversiones no son en modo alguno determinadas por las leyes del mercado (y, por lo tanto, en último análisis, por la ley del valor)” (Mandel 1985: 47).

La respuesta de Mandel nos parece un tecnicismo, o un escape por la tangente. Por un lado, es evidente que al existir el mecanismo del proteccionismo capitalista y/o socialista, el imperio de la ley del valor internacional puede ser contrapesado en el ámbito nacional: de no ser así, no tendría ningún significado el monopolio estatal del comercio exterior. Está claro que en ese caso la ley del valor no podrá regular directamente los precios nacionales. Pero esto no excluye, de todas maneras, la presión que ejerce la ley del valor internacional sobre el mercado nacional, que traduce el peso de las productividades comparadas y la presión que ejercen los países con productividad más alta en el mercado mundial. Y esto no queda invalidado porque la inversión en los países no capitalistas se rijan por criterios que no sean los del mercado, cosa que no hace al punto en discusión.

El tecnicismo se presenta cuando Mandel intenta separar “la ley del valor del capital de la ley del valor de las mercancías”. Lo que establece la presión de la competencia no es la abstracción del “movimiento del capital”, sino la comparación entre la calidad y cantidad de las mercancías en el ámbito internacional, como pudo observarse de manera práctica cuando decenas de miles de habitantes del Este europeo se lanzaron sobre el Muro de Berlín: lo hicieron impulsados por la defensa de sus reivindicaciones democráticas, pero también por su aspiración de consumir como en Occidente.

La respuesta de Mandel a Naville vuelve a mostrar que el segundo era más trotskista (y marxista) que el primero, al menos en este punto. El razonamiento de Trotsky era sencillo: el poderío económico de cada nación surge de la comparación de su productividad con la media mundial, su capacidad de producir más y mejores mercancías. Una comparación que sólo puede establecerse en el mercado mundial y sobre la base de la ley de valor internacional, y no del galimatías que presenta Mandel (“la ley del valor del capital”), que pierde de vista que todo remite, en definitiva, al precio comparado de las mercancías y su calidad, como afirmara Trotsky siempre.

 

5.2 El “momento Rosa Luxemburgo”

 

Lo característico de la mundialización es que revirtió esa pérdida de la explotación directa del capitalismo sobre el conjunto del mundo, haciendo del movimiento globalizador uno de sus motores, con una expansión geográfica del sistema como nunca antes se había visto.

La mundialización conjugó una multiplicidad de procesos: “Estos fenómenos constituyen un conjunto de transformaciones inmensas de diversa índole. Abarcan desde una revolución tecnológica con eje en la informática y el desarrollo de nuevas ramas de la producción y de nuevas mercancías, la globalización de las finanzas y la conformación de oligopolios realmente mundiales, la ‘internacionalización’ o ‘deslocalización’ de la producción industrial y cambios importantes en el comercio mundial con la conformación de bloques regionales, etcétera, hasta las nuevas formas de explotación del trabajo y de gestión de la producción (que han sido acompañadas por importantes mutaciones estructurales de la clase trabajadora), las transformaciones del rol económico de los estados con privatizaciones y desregulaciones generalizadas, la apertura de las economías ‘cerradas’ del ‘tercer mundo’ y la restauración del capitalismo en los países mal llamados ‘socialistas’, etcétera” (Roberto Ramírez, 1997).

Dentro de este conjunto de procesos destacamos la recaptura de China, Rusia y demás países del Este europeo y asiáticos –anteriormente no capitalistas o semiindependientes– para la producción capitalista-mercantil directa, proceso que tuvo enormes consecuencias a la hora del relanzamiento económico del capitalismo en los últimos 30 años.

En la cita con la que arranca este trabajo subrayamos el significado estratégico que ha tenido la incorporación de mil millones de trabajadores nuevos, lo que combinado con otros procesos de la mundialización hizo al élan (impulso vital) del capitalismo en las últimas décadas. Llamamos a este proceso “momento Rosa Luxemburgo” por tener como subproducto la vida recobrada por el capitalismo gracias a su expansión geográfica.

Lo específico del momento actual, sin embargo, es que este impulso ascendente parece estar agotándose, llegando al límite de sus potencialidades. ¿Cómo explicar, si no, la mediocridad en los desarrollos en las principales economías del centro imperialista? Es verdad que EEUU resultó ser el país avanzado que mejor se recuperó luego de la crisis. Pero las dudas respecto de la dinámica de la economía estadounidense persisten, y nadie cree que haya resuelto sus problemas más estructurales, como el agotamiento en las condiciones de largo plazo en su acumulación, fenómeno sin el cual sería inexplicable un Donald Trump (ver al respecto nuestro “Perspectivas del capitalismo a comienzos del siglo XXI”, revista Socialismo o Barbarie 27, 2013).

Es verdad, por otra parte, que el centro del dinamismo capitalista en las últimas décadas ha estado en China. Pero ese país, en plena carrera como coloso mundial, crece hoy a la mitad del promedio de las últimas décadas, y manifiesta también un cierto agotamiento en su modelo de crecimiento basado en exportaciones y un régimen laboral que ha creado un nuevo proletariado obrero/rural “desarraigado” en las ciudades. Algo que no está claro que pueda ayudar a construir un mercado interno lo suficientemente dinámico (y no hay mayor mercado interno potencial que el de China) para reemplazar su dependencia de las exportaciones.

Es conocido el análisis de Rosa Luxemburgo sobre los límites del desarrollo del capitalismo. Su evaluación era sugerente en muchos sentidos y remitía a una crítica a los esquemas de reproducción de Marx (tomo 2 de El capital). Rosa afirmaba que dichos capítulos tenían el déficit de dar lugar a una idea de desarrollo ilimitado del sistema, y perdían de vista su tendencia al derrumbe.

Mucho se ha escrito acerca del potencial derrumbe del sistema. Por nuestra parte, suscribimos la idea de que el sistema vive crisis recurrentes, que atraviesa fases determinadas, pero que es imposible ocurra un derrumbe puramente económico del sistema (en el que también creía el valioso teórico marxista alemán Henryk Grossman; ver al respecto de Marcelo Yunes “Henryk Grossman y la función económica del imperialismo”, en Socialismo o Barbarie 23-24, 2010). El capitalismo crea las condiciones materiales para el desarrollo del factor subjetivo: la clase obrera y sus organizaciones, que son las que a depender del curso concreto de la lucha de clases, tirarán abajo o no al sistema. No hay nada mecánico en esto.

La cuestión es que, según Rosa Luxemburgo, el capitalismo necesita expandirse y explotar aquellas partes no capitalistas del mundo para realizar una parte del plusvalor producido que no podía ser realizado dentro de los marcos del sistema. En la medida en que los trabajadores producen el plusvalor y son retribuidos sólo por su trabajo necesario, el sistema padece un déficit sistemático de realización: una parte del plusvalor es consumido improductivamente por los propios capitalistas; otra parte lo es productivamente por la vía de la ampliación de la base de la producción, de las inversiones en capital fijo, de la reproducción ampliada de la producción, de la acumulación. Pero, siempre según Rosa, queda una parte de la producción imposible de colocar: ¿dónde se realizará el grueso del plusvalor si el consumo de los capitalistas es improductivo y su consumo productivo (acumulación, inversiones) sólo aumenta la base de la producción?

De ahí la importancia de las regiones extracapitalistas que, consumiendo parte de las mercancías producidas por el sistema, permitirían la realización del resto del plusvalor producido: “Si comprendemos de esta manera [como proceso desigual y combinado] la naturaleza del proceso de crecimiento bajo el modo de producción capitalista (…), podemos percibir el origen del error de Rosa Luxemburgo cuando pensó que había descubierto un ‘límite inherente’ del modo de producción capitalista en la completa industrialización del mundo o en la expansión por todo el globo del modo de producción capitalista. Lo que parece claro cuando partimos de la abstracción del ‘capital en general’ se muestra sin sentido cuando proseguimos en dirección al ‘capitalismo concreto’, lo que quiere decir, para nosotros, muchos capitalistas; en otras palabras, para la competencia capitalista” (Mandel 1985: 70).

Pero aunque hay consenso mayoritario entre los marxistas de que Rosa se equivocó en su análisis desde el punto de vista teórico (consenso que compartimos), descriptivamente su evaluación tenía elementos agudos: “De lo dicho no se desprende de modo alguno que aceptemos la teoría específica de la acumulación de Rosa Luxemburgo, según la cual la acumulación del capital sólo podía explicarse con el auxilio de las así denominadas ‘terceras personas’, es decir, del intercambio con el medio no capitalista, o que consideremos correcta su crítica a los esquemas de reproducción de Marx (…). Lo cual, sin embargo, no significa de ninguna manera que en las etapas ulteriores del análisis haya que seguir ignorando a las ‘terceras personas’, como suponían incorrectamente la mayor parte de los adversarios a Rosa. Por el contrario, el verdadero proceso de la acumulación del capital difícilmente pueda comprenderse si no se tiene en cuenta este factor” (Rosdolsky 1983: 539).

Ocurre que gran parte del impulso logrado por el capitalismo en las últimas décadas proviene, precisamente, de esta reexpansión sobre las áreas donde previamente había sido expropiado. Esa expansión tuvo lugar en condiciones donde la industrialización de inmensas sociedades originalmente agrarias abrió el campo para la explotación capitalista y la producción mercantil directa de 2.000-3.000 millones de habitantes nuevos (China, más India, más los países del Este europeo, más Rusia, más próximamente el continente africano como un todo): “El logro más grande del capital durante los últimos 40 años ha sido la creación de una ‘fuerza laboral mundial’ a través de la liberación de las finanzas, el comercio y la inversión directa y la incorporación de China e India en el mercado mundial. A esto frecuentemente se le llama la ‘gran duplicación de la reserva de trabajo mundial’, de la reserva mundial potencial, con las palabras de Marx” (F. Chesnais).

El impulso globalizador supuso un crecimiento más que proporcional del comercio mundial respecto del producto a lo largo de varias décadas. Se trató, en realidad, de un movimiento que se fue produciendo posteriormente a la Segunda Guerra Mundial, que con su finalización dejó atrás el período proteccionista de los años 30 y relanzó el comercio mundial hacia adelante.

Con la mundialización de las últimas décadas este proceso tuvo un nuevo impulso; por ejemplo, se globalizaron las finanzas internacionalmente. Pero sobre todo lo que ocurrió es que muchas de las principales industrias y multinacionales ubicaron su producción sobre una base directamente mundial. De ahí que las cadenas productivas, de abastecimientos y ensamblaje se hayan internacionalizado, razón por la cual sería prácticamente imposible volver a un esquema cuyo foco tuviera una proporción mayor de producción integrada dentro de cada mercado nacional. Y ése es uno de los límites estructurales a la posible agenda de Trump, que de aplicarse realmente generaría una depresión mundial.

 

5.3 La revancha de las fronteras nacionales

 

Para considerar los eventuales desarrollos de la crisis, cabe recordar que en la Gran Depresión de los años 30 operó un retroceso en la tendencia secular a la internacionalización de las fuerzas productivas, propia del capitalismo. La crisis desató reflejos condicionados en el sentido de un sálvese quien pueda que terminó haciendo retroceder el mercado mundial a la mitad de su dimensión anterior. Señala Mandel que la tasa de crecimiento anual acumulativa del comercio mundial entre 1914 y 1937 aumentó sólo un 0,4% anual, cuando en el período anterior (1891-1913) había sido de un 3,7%, y en el posterior (1938-1967), un 4,8% (Las ondas largas del desarrollo capitalista: 3).

Ésta fue la consecuencia de la suma de medidas proteccionistas y devaluaciones competitivas que apuntaban a que otros pagaran la cuenta de la crisis. La mundialización de las últimas décadas no pudo superar una contradicción estructural del capitalismo desde sus mismos inicios: la subsistencia de las fronteras y Estados nacionales, que ahora se vienen a tomar revancha con el triunfo de Trump y el anuncio de una nueva era de medidas proteccionistas. La crisis económica mundial expresa así el resurgimiento de algunas de las contradicciones más clásicas profundas e históricas del capitalismo mundial. La mundialización del capital sólo ha hecho que algunas de estas contradicciones se manifiesten a escala global, mostrando los límites históricos inmanentes del sistema; entre ellos, la subsistencia de los Estados y las fronteras nacionales.

Con la mundialización capitalista, la tendencia histórica a la internacionalización de las fuerzas productivas alcanzó un punto máximo comparado con cualquier período anterior. El capitalismo nació construyendo el mercado mundial y una división internacional del trabajo, apropiándose y subsumiendo bajo el imperio de la mercantilización y la ley del valor cada rincón del globo.

Muchos autores señalan que lo que en el Manifiesto comunista era una anticipación genial hoy es una realidad palpable: la extensión potencialmente universal del sistema. Pero esta tendencia histórica nunca pudo sobreponerse a una serie de contradicciones que el capitalismo arrastra desde sus inicios, y que tampoco la actual fase de globalización del capital pudo suprimir: la subsistencia de fronteras, estados y espacios nacionales de valorización del capital. Éstos hacen a la matriz de origen del capitalismo, surgido a partir de la constitución de Estados y mercados nacionales, en cuyo seno se abrieron paso, en formas históricamente determinadas, las relaciones de producción capitalistas.

La tradición marxista siempre tuvo presente que la tendencia del desarrollo de las fuerzas productivas era a superar los estados nacionales, lo que en el plano económico sin duda ocurrió: “El desarrollo económico de la humanidad, que terminó con el particularismo medieval, no se detuvo en las fronteras nacionales. El crecimiento del intercambio mundial fue paralelo a la formación de las economías nacionales. La tendencia de este desarrollo –por lo menos en los países avanzados– se expresó en el traslado del centro de gravedad del mercado interno al externo. El siglo XIX estuvo signado por la fusión del destino de la nación con el de su economía, pero la tendencia básica de nuestro siglo es la creciente contradicción entre la nación y la economía” (León Trotsky, “El nacionalismo y la economía”, noviembre 1933).

A esta contradicción se suma que la dimensión estatal no resultó diluida por completo. Aunque en muchos casos la organización de la economía es directamente mundial, no se debe perder de vista que las fronteras siguen delimitando ciertas reglas de juego en los espacios nacionales de valorización del capital (el aspecto correcto de la valoración de Mandel). Esto es válido aun en el estadio del imperialismo (cuya última forma ha correspondido a la actual etapa de mundialización neoliberal), en el cual no es una entidad “supranacional” (un imposible “superimperialismo”) la que domina al resto de los países, sino el Estado capitalista más fuerte (pero cada vez más debilitado), transformado en imperialismo hegemónico luego de luchas terribles que en el siglo XX dieron lugar a dos guerras mundiales. La mundialización no ha podido superar la subsistencia de estados y fronteras nacionales: sólo ha llevado más lejos el límite entre ambas entidades.

Y esta contradicción se revela hoy a escala dramática a la hora de las dificultades de los principales gobiernos imperialistas para llevar adelante una acción coordinada entre los estados nacionales, como en el gravísimo problema del calentamiento global, que no sólo expresa problemas de coordinación sino que atañe a la esencia misma de la sed de ganancias del sistema. Michel Husson se refiere así al tema: “No se puede hablar del ‘retorno del Estado’, porque el Estado siempre ha sido el garante en última instancia de los intereses de la burguesía. Las tesis sobre el ‘Imperio’ están mostrando nuevamente sus límites: la mundialización no ha suprimido la competencia entre capitales y las rivalidades interimperialistas, ni ha conducido a la formación de un gobierno capitalista mundial. En Europa, las dificultades de coordinación se explican por el grado desigual de exposición a los efectos de la crisis, y manifiestan la inexistencia de un verdadero capital europeo” (“El capitalismo tóxico”).

Lo más probable es que la actual crisis acentúe estas tendencias, como ya se está viendo con el triunfo de Donald Trump en EEUU. Esto es, frente a una crisis en el punto máximo de internacionalización alcanzado bajo el capitalismo, los mecanismos defensivos que podrían ponerse en marcha apuntan en sentido contrario. La disputa sobre quién pagará la cuenta del desastre (de la que surgieron Trump y Brexit) agudizará de modo casi inevitable la competencia entre capitales y bandos capitalistas, así como entre los propios estados nacionales (Estados Unidos, China, la Unión Europea, Japón, etcétera).

A nivel internacional, la guerra comercial y económica entre grandes potencias podría alcanzar una amplitud nueva y engendrar una tendencia a la fragmentación de la economía mundial, en la medida en que el nuevo gobierno yanqui desate una guerra comercial: “Hoy la economía mundial está mundializada como campo de valorización del capital y terreno de la competencia entre los trabajadores. Pero todavía no lo está en un terreno crítico, el de la moneda, las políticas monetarias y las decisiones de los bancos centrales; en esto sigue estando (…) marcada por las decisiones soberanas de los países más fuertes. En el terreno monetario, las relaciones actuales entre el dólar, el euro, la libra esterlina, el yen y ahora la moneda china, el yuan, son en gran medida no cooperativas, para utilizar una expresión de moda. Lo que es, potencialmente, un factor de aceleración de la crisis” (Chesnais).

A esta apreciación de hace ya unos años hay que agregarle la potencial guerra de tarifas que podría desatar Trump en la medida en que lleve a la práctica sus promesas de introducir protecciones arancelarias en la economía norteamericana, al menos en algunos ramas.

 

  1. Un gigante comienza a despertar

 

“La parte de los trabajadores llamados migrantes, es decir, los que vienen desde el campo, arriban a las ciudades y se instalan de una u otra manera en condiciones de precariedad extrema, ha devenido masiva. Se estima que dos obreros de fábrica sobre tres vienen del campo. Ellos representan la fracción más explotada del proletariado, similar a los inmigrantes en otros países” (Patrick Le Trehondat, citado en Au Loong Yu, La Chine, un capitalisme bureaucratique).

 

Una de las grandes transformaciones de las últimas décadas ha sido la creación de un proletariado universal. El hecho de que China, India y próximamente África estén agregando cientos de millones de nuevos asalariados es un dato contundente de cómo ha venido siendo el desarrollo, siempre contradictorio, de las fuerzas productivas el último siglo. La creación de semejante proletariado en los nuevos lugares de la acumulación capitalista es una expresión de su desarrollo. Nos dedicaremos someramente a dar cuenta de ese proceso, para luego detenernos en la nueva clase obrera china.

 

6.1 Un proletariado universal

 

La historia de este nuevo proletariado tiene su sede en países con un inmenso hinterland campesino, como China, India y continentes enteros como África, que en 2040 aportará la astronómica cifra de mil millones de nuevos trabajadores a la economía mundial capitalista: “Con más de 200 millones de habitantes entre 15 y 24 años, África posee la población más joven del mundo (…). El número de jóvenes en África alcanzará el doble de aquí al 2045. De 2000 a 2008, la población en edad de trabajar (15 a 64 años) pasó de 443 millones a 550 millones, una tasa de alza del 25%. En un año, eso equivale a un aumento de 13 millones, es decir, un 2,7% (Banco Mundial, 2011). Si esta tendencia se mantiene, la mano de obra del continente será de 1.000 millones de personas en 2040, la más numerosa del mundo, superando la de China e India” (León Crémieux).

Ante esta masiva evidencia de la aparición de una nueva clase trabajadora, últimamente hemos escuchado menos voces profetizando el “fin del proletariado”. O vuelve bajo la forma de que la inteligencia artificial, la automatización y los robots irán a reemplazar a los trabajadores en las próximas décadas…

En todo caso, y más allá de los problemas, que veremos más abajo, a nivel de la maduración subjetiva de esta nueva clase trabajadora mundial –a nuestro juicio, se está viviendo un recomienzo de la experiencia histórica, en que la clase obrera parte de muy atrás debido también a la herencia del “fracaso del socialismo” en el siglo pasado–, lo que nos interesa es dar cuenta de la faceta material de este acontecimiento. Esto es, cómo la acumulación capitalista está creando el proletariado universal más vasto de la historia, que todavía muestra un bajo nivel de actividad, pero que es un hecho testarudo del capitalismo actual: “Los datos de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) permiten una estimación del número de asalariados a escala mundial. En los países ‘avanzados’, ha aumentado alrededor de un 20% entre 1992 y 2008, para luego estancarse desde la entrada en la crisis. En el resto del mundo (los países ‘emergentes’), aumentó cerca de un 80% en el mismo período. Se encuentra el mismo tipo de resultado, aún más marcado, para el empleo en la industria manufacturera: entre 1980 y 2005, la mano de obra industrial aumentó un 120% en los países ‘emergentes’, pero bajó un 19% en los países ‘avanzados’.

“La misma constatación se produce en un estudio reciente del FMI, que calcula la fuerza de trabajo en los sectores exportadores de cada país. Se obtiene una estimación de la fuerza de trabajo mundializada, es decir la que está directamente integrada en las cadenas de valor globales. La divergencia es aún más marcada: entre 1990 y 2010, la fuerza de trabajo global así calculada se incrementó un 190% en los países ‘emergentes’, frente al 46% en los países ‘avanzados’. Así, la mundialización lleva tendencialmente a la formación de un mercado mundial y también a la de una clase obrera mundial, cuyo crecimiento se produce en lo esencial en los llamados países emergentes” (Husson, 2015).

Completemos la panorámica con Crémieux: “La población mundial ha progresado de 6.400 millones en 2005 a 7.100 millones en 2013; la población activa pasó de 3.000 a 3.400 millones. La población rural se ha transformado en minoritaria al final de la década del 2000, un 47% en 2013. Un 65% de la población mundial será urbana en 2025, conteniendo ya 23 megalópolis de más de 10 millones de habitantes. Los empleos en la industria y los servicios aumentan: representan, respectivamente, un 22 y un 45% en 2005, un 24,5 y un 45% en 2013. El empleo agrícola retrocede del 35 al 31% en el mismo período”. Y agrega con un gráfico que el salariado mundial se reparte así: 1.800 millones en el mundo “emergente” y 1.200 millones en los países “avanzados”.

 

6.2 La nueva clase obrera migrante china

 

Como expresión más representativa de este nuevo proletariado, nos concentraremos en la nueva clase obrera china, país que está en el centro de la acumulación capitalista en la actualidad. El desplazamiento al Asia-Pacífico de los núcleos más dinámicos de la acumulación del capitalismo mundializado es un hecho tan evidente que no hace falta subrayarlo.

Hablamos del impactante fenómeno de la creación en pocas décadas de una nueva e inmensa clase obrera que está llamada a incrementar su protagonismo a medida que nos adentremos en el siglo XXI.15 La paradoja del caso es que fue la revolución anticapitalista de 1949 la que creó las condiciones materiales para el enorme desarrollo capitalista de la China de hoy (en primer lugar, su unidad nacional como país).

Se trata de un desarrollo que, según la definición del intelectual hongkonés Au Loong Yu, el más profundo analista marxista de China en la actualidad, ha transformado el país en un capitalismo burocrático, caracterizado por la particularidad de que su clase dominante es originaria de la burocracia emergente del Estado maoísta fundado con la revolución de 1949: “Los burócratas chinos combinan las dos funciones [administradores del Estado y empresarios] y perciben simultáneamente un salario y captan una parte de la plusvalía” (Au Loong Yu 2013: 19).

Cuando la revolución de 1949, lo que quedaba de la clase obrera china luego de las derrotas de los años 20 y las destrucciones causadas por la guerra con Japón estaba concentrada en las ciudades bajo el mando del Kuomintang (la clase obrera sólo se había incrementado en Manchuria durante muchos años ocupada por los japoneses), y el movimiento nacionalista había logrado recrear los comportamientos corporativos que le eran característicos (Roland Lew, 1997).16

El maoísmo no hizo más que reafirmar estas conductas. Aunque formalmente los trabajadores eran “la clase social privilegiada”, no tenían arte ni parte en la decisión de los asuntos. Después de la revolución, la clase obrera siguió atada al terreno reivindicativo y a la estrechez de miras: a nadie se le ocurrió que “privilegiada” debía significar transformarse en clase dirigente.

Al respecto, y frente a los relatos fetichistas en la izquierda sobre los Estados burocráticos, veamos esta descripción de hasta dónde llegó en la China de Mao (y llega hoy), la falta de tradiciones políticas independientes de los trabajadores: “Antes de 1990, el Estado surcoreano era tan despiadado como el del PCCh, pero aquél nunca tuvo la capacidad de borrar todas las asociaciones civiles; la Iglesia, por ejemplo, siempre proporcionaba algún espacio para la organización inicial de los trabajadores. Por el contrario, el PCCh lo ha logrado desde los años 50. Todas las tradicionales asociaciones chinas religiosas y civiles desaparecieron, es decir, fueron destruidas o cooptadas por la burocracia, al grado que hasta los monjes taoístas o budistas se convirtieron prácticamente en funcionarios pagados por el Estado conforme a la escala retributiva de la burocracia (…). No había ni hay sociedad civil. No había ni hay ningún movimiento social organizado, por no hablar de una oposición política organizada” (Au Loong Yu, revista Transversales 2009-2010).

En este marco, el maoísmo creó una “clase obrera de Estado” (Lew) que, empleada en las empresas públicas, llegó a alcanzar 100 millones de integrantes bajo el régimen del “tazón de arroz de hierro”, que significaba una serie de seguridades en materia de empleo, vivienda, salud, etcétera. Ello significó, numéricamente, un importante crecimiento de la clase obrera, si recordamos que en 1949 no debía haber más de tres millones de obreros en toda China. Esta clase obrera no sólo tuvo restringida su movilidad laboral, sino que su participación sindical y política independiente fue completamente nula. Sólo se movió durante la Revolución Cultural, pero cuando sus luchas amenazaban con escalar y tornarse independientes, las fracciones burocráticas enfrentadas cerraron filas y pusieron punto final al más paradójico ciclo de luchas obreras bajo el maoísmo.

Sin embargo, al mismo tiempo, la clase obrera china recibió del Estado una serie de garantías que alimentaron su corporativismo, su no elevarse como alternativa para el conjunto de la sociedad: “Todo esto resultó en una capacidad de negociación (…) vinculada a la defensa de sus intereses corporativos, a una cierta solidaridad con su empresa y a la indiferencia respecto de la situación general, sobre todo respecto de los sectores no favorecidos del mundo del trabajo. Todo, salvo un sentido de clase global” (Lew 1997: 189).

La gestión del PCCh fue paternalista, en un Estado burocrático basado en una serie de concesiones a los trabajadores de las empresas estatizadas, que estuvieron ausentes para el resto de los trabajadores y ni que hablar, paradoja si las hay, para la base social real de la revolución: el campesinado. En efecto, luego de un primer momento de recuperación de las tierras y de reforma agraria vino una fuertísima colectivización forzosa que nunca convenció a los campesinos, y posteriormente avances y retrocesos en materia de explotación privada de la tierra.

Se trataba, entonces, de un Estado burocrático definido por la exclusión de los trabajadores del poder: “Los trabajadores no disponían de libertad de elección personal concerniente a su carrera profesional, sin hablar evidentemente de la libertad de expresión y organización, sin las cuales es simplemente imposible hablar de ‘poder de clase’” (Au Loong Yu 2013: 108).

La clase obrera china pagó caro este esquema: como todo se decidió siempre por arriba, lo mismo ocurrió con la vuelta al capitalismo, brutal represión y derrota en la Plaza de Tiananmen mediante.17 El sector de trabajadores del Estado fue casi desmantelado. Subsiste hoy un plantel reducido de trabajadores del sector (los despidos alcanzaron 40 o 50 millones), en medio de que la gran novedad de las últimas décadas de restauración capitalista es la masa inmensa del nuevo proletariado migrante rural-urbano, obrero-campesino.

Una peculiaridad de esta nueva clase obrera es que se encuentra bajo el régimen del hukou, un pasaporte interno restablecido con el maoísmo (1953) que provenía de una práctica ancestral del antiguo Imperio chino, y que se ha generalizado con la restauración capitalista, regulando la radicación urbana de los trabajadores.

Los beneficios para la burocracia son evidentes, hasta por el hecho de que el grado de explotación del trabajo al que está acostumbrado un trabajador rural es mayor que el trabajador urbano. Es verdad que en el campo la rutina de trabajo no es la de la industria. Pero incluso obteniendo ingresos miserables en las ciudades, el trabajador de origen campesino considera que está mejor que en su lugar de origen.

El maoísmo hizo una explotación de esto en la medida en que benefició al sector obrero estatal bajo “tazón”, pero también invisibilizó a la otra mitad de la clase obrera, mantenida, ex profeso, bajo condiciones de precariedad laboral (Lew 1997).

Con la vuelta del capitalismo, el sector de la clase obrera estatal fue diezmado y la burocracia generalizó la nueva clase obrera “bajo pasaporte”: una clase “obrera-rural” que pasó a ser el grueso de la nueva clase trabajadora china, hoy la más grande del mundo, bajo condiciones de explotación especiales. Sucede que al trabajador asalariado, en su modelo “ideal”, se lo considera un “trabajador libre”: libre de servidumbre, de ataduras, libre de cambiar de trabajo, aunque también de morirse de hambre si no se emplea. La clase obrera china es, en este sentido, menos libre y bajo condiciones que difieren de la fórmula clásica: está bajo pasaporte y no se puede radicar en las ciudades. Es cierto que tiene algún tipo de “retaguardia” en el campo, pero de la que todo el mundo quiere escapar por razones obvias de falta de perspectivas.

Esto es lo que explica que China sea hoy el país cuyas migraciones internas sean las más grandes del mundo. Cada año entre 200 y 300 millones de trabajadores chinos vuelven a su lugar de origen atravesando 2.000 o 3.000 kilómetros durante el “Año nuevo lunar”: ven a sus familias, renuevan sus pasaportes y vuelven a las urbes.

¿Qué significa esto en materia de condiciones de explotación obrera? Los trabajadores no se sienten en “casa” en las grandes ciudades. Duermen muchas veces en los dormitorios de las mismas plantas (la Foxconn, empresa de origen taiwanés de semiconductores, agrupa en una misma planta, que es una ciudad, a 100.000 trabajadores). No pueden adquirir propiedades en la ciudad, ni radicarse en ellas, ni contraer matrimonio allí. Son extranjeros en su propio país. El mismo efecto que logran los países imperialistas clásicos respecto de los inmigrantes chicanos, latinos, mexicanos, africanos o asiáticos, lo logra China con sus propios trabajadores de origen rural.

De ahí que la inmensa mayoría de los trabajadores tengan la cabeza en el mundo rural, en su aldea de origen; cuesta mucho formar relaciones de agregación, de socialización, y ni hablar de organización sindical y política cuando cada trabajador, subjetivamente, está pensando en la vuelta a su pueblo: “La mayoría de la actual clase obrera está compuesta por trabajadores migrantes provenientes de las regiones rurales; carecen de cualquier memoria colectiva de clase previa a su llegada a las ciudades” (Au Loong Yu 2013: 53).

 

6.3 Potencialidades históricas

 

El carácter migrante de la mayoría de la fuerza de trabajo le agrega una serie de problemas a la economía china. El pasaporte como mecanismo de dominación de los trabajadores por parte de la burocracia es un arma de atomización extraordinaria. Pero, económicamente, implica una serie de contradicciones que se están agravando. El nivel de consumo de esta clase obrera es bajo, lo que dificulta la creación de un pujante mercado interno. Si uno no puede afincarse, adquirir propiedad, formar una familia, si todo esto debe ser concretado en la localidad de origen, el nivel de consumo urbano se mantendrá necesariamente por debajo de las posibilidades.

Para una economía exportadora esto funciona: la reproducción de la fuerza de trabajo se mantiene barata. Pero si la realidad es que los salarios vienen avanzando desde hace unos años –¡China ya no es el país con la fuerza de trabajo más barata del mundo!–, y si, para colmo, el comercio internacional se estanca, como ocurre actualmente, el gigante oriental ya no podrá contrapesar la desaceleración de su ritmo de crecimiento sin encarar el problema de la creación de un mercado interno digno de tal nombre, lo que pone sobre la mesa el interrogante de hasta cuándo se mantendrá el régimen del hukou.

La burocracia ha impulsado la creación de una nueva clase media y una ascendente burguesía enriquecida al calor del Estado (los escándalos de los hijos de los grandes jerarcas del régimen se suceden sin cesar), que ya es la mayor consumidora de marcas de lujo del mundo. De todos modos, no está claro que esto alcance para resolver los problemas de “realización” (venta de mercancías) que plantea el mercado más dinámico del mundo.

Un proletariado que está alcanzando las cifras de 200 o 300 millones de integrantes (las estimaciones difieren), que ya es la mayor concentración obrera del mundo18, está llamado a dejar su huella en la historia, cualesquiera que sean los obstáculos que deba sortear debido a la herencia del “socialismo” maoísta: “Un obstáculo aún más difícil de vencer es que el socialismo está profundamente desacreditado. Si uno habla del socialismo a un trabajador activista, muy a menudo su respuesta será: ‘¿Cómo podemos construir algo nuevo usando la vieja mierda del partido comunista?’ En verdad, el grado de decepción sobre el socialismo es diferente según las industrias y regiones de que se trate, pero la apatía general hacia la izquierda política es demasiado obvia para negarla” (Au Loong Yu 2009).

Mucho del futuro estratégico de la clase obrera mundial se juega hoy en China, cuya clase obrera reinicia su experiencia histórica en condiciones en que, materialmente, es una potencia sin igual.

 

  1. La última palabra la tiene la lucha de clases

 

“Estaba convencido de que su vida era como una prueba manifiesta de que era portador de una voluntad enorme, una voluntad a la que no era en absoluto ajena la indignación social y la utopía. No era otra cosa lo que siempre aconseja cuando, con una paciencia muy poco común, recomendaba a todos los que le pedían consejo lo mismo: trabajar, trabajar, trabajar…” (Pepe Gutiérrez Álvarez, Un siglo de Jack London).

 

El dinamismo recobrado por el sistema en los años 90, su expansión geográfica, el surgimiento de nuevas ramas productivas, fueron elementos reunidos que dieron lugar a la idea de que el capitalismo había inaugurado una nueva fase ascendente.

Hoy esta creencia aparece desacreditada. Algunos de los principales economistas marxistas de la actualidad, como Michael Husson o Michael Roberts, opinan que el capitalismo no ha podido pasar a una fase ascendente, lo que se expresa tanto en los déficits en materia de acumulación como en las dificultades para una suba sostenida de la productividad de las economías del centro imperialista. François Chesnais se pronuncia en igual sentido: “Para la burguesía, el problema es hallar un factor capaz de impulsar la acumulación otra vez, luego de varias décadas. Desde que se incorporó a China en el mercado mundial, ya no quedan ‘fronteras’. La única oportunidad son las nuevas tecnologías. Solamente éstas, con una inversión extremadamente alta y sus efectos en los empleos, son capaces de impulsar una nueva onda larga de acumulación, asociada con la expansión a través de nuevos mercados. El rol de las tecnologías de la información y de la comunicación en la reconfiguración radical de la organización del trabajo y en la vida cotidiana es indudable. La gran cuestión es si ellas tienen las consecuencias en las inversión y en el empleo capaces de impulsar una nueva onda larga de la acumulación”.

No es una opinión que compartan sólo los marxistas. Los economistas del establishment están preocupados por lo que señalan como “estancamiento secular” del sistema. Ya hemos comentado la opinión escéptica de un reconocido especialista en estudios de productividad, Robert Gordon, para quien en materia de productividad el panorama es adverso, y no prevé ganancias de productividad cualitativas en las próximas décadas.

Husson observa agudamente que en ningún caso la curva del capitalismo debería apreciarse de manera mecánica. Si se respetara el ritmo de los “ciclos de Kondratiev”, habría que evaluar las últimas décadas como de ascenso capitalista (como unilateralmente las considera, por ejemplo, Astarita). Sin embargo, según Husson, éste no es el caso: el hecho de que el capitalismo no se encuentre en una nueva fase ascendente es otro argumento contra la errónea apreciación de que la curva de desarrollo pueda tener algún tipo de regularidad, mecanismo o mecanicismo que hiciera que las inflexiones ascendentes o descendentes llegaran a la hora.

Como señalara Daniel Bensaïd para las revoluciones, que siempre llegan a destiempo, es evidente que si en el caso de la curva del desarrollo capitalista inevitablemente interviene la lucha de clases, no hay nada que pueda determinar, por fuera de esa misma lucha, regularidad alguna.19

En todo caso, y más allá de esta cuestión de método, en lo sustantivo todo parece indicar que, efectivamente, el capitalismo sigue con una tónica descendente. Contribuyen para esto una multiplicidad de evidencias que van desde la frágil recuperación luego de 2008 –que a Roberts, Shaikh y otros marxistas los lleva a definir la crisis como la tercera depresión en la historia del sistema– hasta los problemas que, en materia de estancamiento de la productividad, caracterizan a los países centrales hoy: “Durante las tres primeras décadas después de la Segunda Guerra Mundial, la economía global fue, en general, la historia de una marea ascendente que levantaba todos los barcos. Ése ya no es el caso: una elite minúscula se queda con la parte del león del crecimiento global. Para los de abajo, y cada vez más también para los del medio, se trata de ajustes de salarios, alto desempleo, deuda, austeridad y pobreza. Las 85 personas más ricas del planeta suman la misma riqueza que la mitad de la población del mundo, pero parecen olvidar el riesgo de una extendida agitación social. Lo mismo les pasaba, por supuesto, a los Borbones y a los Romanov” (Larry Elliott, en The Guardian, citado por M. Yunes, 2015).

 

7.1 Como a los Borbones y a los Romanov

 

Es importante finalizar este trabajo con la idea que lo recorre desde su inicio. A la hora de la caracterización de la dinámica del sistema, esa apreciación debe ser concreta: una combinación de las leyes generales del sistema, su concreto desarrollo histórico y la intersección de todas sus tendencias, en relación con los desarrollos de la lucha de clases. La economía, en todo caso, establece las bases materiales, las condiciones objetivas (a las que hay que sumar las políticas) en las que esa lucha de clases se desarrollará.

Por esto mismo es que, a la vez, hay que tener sumo cuidado en las previsiones: el catastrofismo –hermano gemelo del objetivismo y de una “filosofía de la historia” determinista20– es un mal consejero. Cuando definimos que el capitalismo no está hoy en una fase ascendente, no quiere decir que no pueda estarlo mañana. Eso dependerá de la lucha de clases y su desarrollo concreto. El sistema tiene a su disposición un conjunto de invenciones que bien podrían aplicarse y generalizarse para producir un nuevo salto adelante de la acumulación: robótica, impresoras 3D, nanotecnología, tecnología espacial, biotecnologías, inteligencia artificial…

Se trata de avances tecnológicos que no podrán tener un desarrollo independiente, pero que si el capitalismo lograra superar su crisis, destruir los capitales sobrantes, liquidar la sobreacumulación que echa para atrás las nuevas ramas productivas; en definitiva, si logra procesar su crisis socialmente (y esto quiere decir por el cedazo de la lucha de clases), no hay nada que en el mundo material pueda impedir una nueva fase de desarrollo.

Esto no quiere decir que, cual un mero movimiento cíclico, esto resolvería todas las taras que el capitalismo viene arrastrando. Sea como “última fase” (Lenin) o como “capitalismo tardío” (Mandel), el sistema viene acumulando contradicciones cada vez más brutales, expresadas en su capacidad sin antecedentes de crear fuerzas destructivas. Recordamos aquí el dramático problema del cambio climático, que coloca a la humanidad de manera perentoria y sistémica frente el pronóstico de socialismo o barbarie climática mundial, por no hablar de un eventual descontrol de la posesión de arsenal nuclear.

Pero aun con la acumulación creciente de inercias, sin perder de vista ni por un instante la idea de Trotsky de que el capitalismo, como el cuerpo humano, tiene edad y acumula “achaques”, mientras no muera (y el capitalismo, a diferencia en esto de los seres humanos, no puede morir de muerte natural), seguirá respirando. Esta respiración puede mostrarlo ahogado, fuera de estado o recuperando agilidad y oxígeno por la vía del relanzamiento de la acumulación y de nuevas ramas productivas.

¿De qué depende esto? ¿Cómo puede hacerse valer el capitalismo? Pues por la vía de la lucha de clases. Si lograra despedir a los trabajadores suficientes, si lograra ensanchar más la histórica desigualdad social que se vive hoy, si por una combinación de circunstancias lograra aumentar cualitativamente la extorsión de plusvalía absoluta y relativa, el capitalismo podría tener una nueva oportunidad.

Pero lo que podemos anticipar es que esto no será fácil. Es verdad que todavía campea gran desorientación entre los trabajadores en materia de perspectivas estratégicas, de alternativas. Pero la continuidad de la acumulación capitalista, el traslado de su centro más dinámico a China, India y mañana quizá a África, el surgimiento de una nueva generación trabajadora, están creando las condiciones históricas para un recomienzo de la experiencia de los explotados y oprimidos.

Un recomienzo que, ante el escenario de polarización creciente que parece abrirse con el triunfo de Donald Trump a la presidencia, apunta a dejar atrás los tiempos posmodernos dominantes en Occidente en las últimas décadas: “Lo ligero hipertrofia el placer inmediato, suprimiendo la progresión histórica: ‘Vivir mejor aquí y ahora –escribe Lipovetsky– y no en un futuro lejano: el universo materialista y hedonista de lo ligero es lo que ha acabado con las visiones titánicas del progreso’. (…) En este mundo, ya ningún líder podrá decir lo que Churchill les pidió a los ingleses en 1940: ‘Sólo tengo para ofrecerles sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas’. Nadie quiere sufrir en la hipermodernidad” (E. Fidanza, 2016).

Mejor sería no apresurarse tanto. Una radicalización de la nueva generación podría estar a la vuelta de los desarrollos si éstos se extreman, cuando rebote un péndulo de la lucha de clases que podría ser llevado demasiado a la derecha desde el gobierno más importante del mundo.

Será esta generación obrera, trabajadora, juvenil y del movimiento de mujeres la que podría determinar el curso futuro del sistema: “Visto desde el punto de vista de la lucha por la emancipación social, [la] única perspectiva es la que se resume en la palabra que dijo Marx durante su última conversación registrada (…) en una conversación con un joven periodista estadounidense: ‘Lucha’. ‘Durante la conversación, surgió en mi mente una pregunta relativa a la suprema ley de la vida. Mientras descendía a las profundidades del lenguaje, y se elevaba a las alturas de la solemnidad, durante un instante de silencio, interrumpí al revolucionario y filósofo con estas decisivas palabras, ‘¿Qué es?’ Parecía como si por un momento su mente diese marcha atrás mientras contemplaba bramar al mar ante él, así como a la inquieta multitud en la playa. ‘¿Qué es?’, había preguntado yo; a lo que en un tono profundo y solemne, replicó: ¡Lucha! Al principio creí haber oído el eco de la desesperación; pero, por ventura, era la ley de la vida’” (F. Chesnais).

Trabaja y lucha; lucha y trabaja. Éste debe ser un poco el mandato para las nuevas generaciones militantes. Porque todos los elementos objetivos de la situación mundial muestran que está reabriéndose la época de la crisis, guerras y revoluciones, la época de las nuevas revoluciones socialistas en el siglo XXI, la época que estará marcada por la autodeterminación democrática y socialista de la clase obrera.

 

 

 

 

Bibliografía

 

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Yunes, Marcelo: “La marcha de la economía latinoamericana. El final de la ‘década dorada’”. Socialismo o Barbarie 29, 2015.

 

 

  1. Recomendamos leer este texto junto con nuestro anterior “Perspectivas del capitalismo al comienzos del siglo XXI” (2012), que aborda una serie de cuestiones complementarias a las que desarrollaremos aquí.
  2. Como me señalara agudamente Valerio Arcary en una ojeada a una primera versión de este trabajo: “Concuerdo en que la clave para el tema debe ser la historización. En terminología marxista, historizar es comprender que la evolución económica es indisociable de la lucha de clases. Depende de la confrontación entre revolución y contrarrevolución a escala mundial”.
  3. Nahuel Moreno realizó en su momento una crítica sumaria que hoy no se sostiene, basada en la idea de que la época del imperialismo supondría un freno absoluto al desarrollo de las fuerzas productivas, lo que ha sido desmentido por el devenir histórico del último siglo, que ha mostrado un parejo desarrollo de fuerzas productivas y destructivas. Posteriormente Moreno se autocriticaría de esta postura, que hizo de base material de su objetivismo: el sistema se derrumbaba, la revolución marcha sola, “objetivamente”, hacia el socialismo…
  4. En nuestro estudio de Mandel en las más diversas áreas constatamos siempre, amén de una enorme erudición y creatividad en materia teórica, un arrastre de elementos de economicismo. Un ejemplo de esto, entre otros, es su artículo “El papel del individuo en la historia de la Segunda Guerra Mundial”, demasiado sociológico en su abordaje. En próximos textos intentaremos una crítica más sistemática.
  5. Claudio Katz cae un poco en esto al dar su evaluación del capitalismo hoy, al que ve en un ciclo general ascendente basado en la revolución de las tecnologías de la información. Quizá seamos injustos con él, pero nos parece ver en esta evaluación, que pasa por alto el desarrollo concreto de la crisis abierta en 2008, una suerte de prolongación mecánica de los análisis de Mandel en sus obras económicas más ambiciosas, sobre todo El capitalismo tardío, que daba cuenta, también, de una fase ascendente de base tecnológica.
  6. Señalemos, de paso, que Bensaïd se demostró como un gran “metodólogo”, muy agudo para escapar del mecanicismo, para llevar la dialéctica a la vida. Aun así, nos parece que se excede un poco en su crítica a Marx respecto del ciclo industrial. Acierta, es verdad, al afirmar que su curso no puede excluir elementos de tipo “morales” (en Marx esto tenía que ver con una obsolescencia “prematura” de los materiales producto de un nuevo desarrollo tecnológico, algo irregular por definición). Pero es justo pensar que cierto tipo de regularidad se impone en el ciclo corto, por cuanto las determinaciones que lo afectan son menores que cuando se toma la escala del sistema total. La economía puede hacer valer mejor su determinación en última instancia a esta escala “reducida” que cuando se aborda la dinámica del sistema en su totalidad, que necesariamente combina economía y política.
  7. Veamos una de las tantas citas brillantes de Marx al respecto: “Una verdad comprobada para cualquier espíritu carente de preconceptos, y sólo negada por los predicadores de un paraíso de idiotas, es que ni siquiera el desenvolvimiento de la maquinaria, ni los descubrimientos químicos, ni la aplicación de la ciencia a la producción, ni los progresos de los medios de comunicación, ni las nuevas colonias, ni la emigración, ni la apertura de nuevos mercados, ni el libre cambio, ni todo esto junto puede acabar con la miseria de las masas trabajadores, sino lo contrario. Mientras se mantenga en pie la falsa base actual, todo el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo debe, tendencial y necesariamente, acentuar los contrastes sociales y agudizar la contradicción social (…). En los anales del mercado mundial, esta misma época se caracteriza por la repetición cada vez más rápida, la extensión cada vez más amplia y los efectos cada vez más mortíferos de esta peste social que se llama crisis industrial y comercial” (citado por Arcary 2006: 119).
  8. Esto incluye la crítica al enfoque romántico, que pierde de vista la importancia estratégica del desarrollo de las fuerzas productivas para la emancipación de la humanidad bajo un ángulo de la nostalgia por los elementos de autorrealización que podía haber en el trabajo artesanal precapitalista, así como por las formas comunitarias de vida perdidas.
  9. Este criterio metodológico vale también para aquellos trotskistas que se atuvieron a la letra escrita de Trotsky respecto de la URSS, en vez de estudiar la realidad viva que estaba en desarrollo bajo sus ojos: “Las tesis estancacionistas son falsas. No existe ningún límite cuantitativo en el capitalismo al desarrollo de las fuerzas productivas. Este límite es puramente cualitativo. Cuanto más se expanden las fuerzas productivas, más decrece el tiempo socialmente necesario para fabricar cada mercancía y menor es el rol objetivo del tiempo de trabajo como medida del valor” (Katz, 1997).
  10. Señalemos el valor personal de Mandel, que siendo un adolescente en la Segunda Guerra Mundial pasó por tres detenciones en manos de los nazis y por los campos de trabajo forzados en Alemania, y logró sobrevivir.
  11. “En 2016 la concentración atmosférica de CO2 ha superado los 400 partes por millón (ppm), y el calentamiento está por encima de 1 grado Celsius en relación con la era preindustrial. La superficie hibernal del hielo marino ártico ha sido más pequeña que nunca y la superficie estival es un 60% inferior a la que fue hace 50 años. Agosto ha sido el mes más caluroso jamás registrado, y la dislocación de algunos glaciares en el Ártico occidental conllevará, de forma inevitable, un incremento del nivel de los océanos de unos 1,2 metros en los próximos dos o tres siglos” (Tanuro; 2016).
  12. En el Cuaderno V sobre “Las máquinas” (Progreso técnico y desarrollo capitalista, Cuadernos de Pasado y Presente 93), Marx es explícito en la afirmación de que con la introducción de las máquinas el capitalista busca prolongar la jornada de trabajo absoluta, tanto el plusvalor relativo como el absoluto, es decir, aumentar la explotación.
  13. Una referencia interesante a este pasaje de Marx es la siguiente: “R. Carcanholo apunta a las palabras escogidas por Marx: ‘actúa como’, o sea, parece ser. En la edición de El capital de la editorial Civilización Brasilera, el término destacado es ‘opera como’, que, evidentemente, tiene el mismo sentido. Eso significa que Marx fue cauteloso en ese argumento. Carcanholo presenta una justificación convincente para esa cautela: a esa altura de su exposición, Marx todavía no había analizado la posibilidad de una incongruencia cuantitativa entre el valor producido y el apropiado, que será realizada apenas en el Libro III” (Leite), argumento que parece reforzar la posición de Mandel.
  14. Afirma Pedro Scaron, traductor de El capital al castellano para la edición de Siglo XXI, la más solvente que se conozca en nuestro idioma: “El potenzierte Arbeit (“trabajo potenciado” o “trabajo elevado a una potencia”) a veces es travail puissancié, pero otras travail complexe (‘trabajo complejo’)”. Pero es evidente que el concepto de “trabajo complejo” trae menos complicaciones en la medida en que, en su caso, está claro que el mayor valor que crea deviene del mayor valor que se necesita para su reproducción, dado que es una fuerza de trabajo más calificada.
  15. La evidencia empírica muestra que la conflictividad social en general (sobre todo campesina), pero también la de los trabajadores en particular, viene aumentando sistemáticamente en los últimos años, aunque en un plano reivindicativo muy inicial; la mejor fuente de información al respecto es el China Labour Bulletin.
  16. Lew, un marxista europeo ya fallecido especialista en China, se formó en la corriente de Mandel para luego dejar la actividad política y dedicarse a la investigación. Su impronta luxemburguista se refleja en su preocupación por la autoemancipación de los explotados y oprimidos. En una nota redactada antes de su fallecimiento hacía la siguiente valoración del marxista belga: “Ernest Mandel trasmitía una pasión (en parte inconsecuente) por todo lo concerniente a la autoemancipación social” (julio 2004, en “Hommage a Roland Lew”, Critique Communiste, 7-4-05).
  17. Es significativa la importancia que le da Au Loong Yu a la derrota en Tiananmen en 1989. Si en Occidente se podría creer que fue la derrota de un levantamiento sólo estudiantil, Yu señala que, en realidad, fue una derrota sobre el conjunto de la sociedad trabajadora del país, que sigue pesando casi treinta años después.
  18. Sólo a modo de comparación, recordemos que el proletariado industrial de EEUU se mantiene estancado hace décadas en alrededor de 20 millones, claro que con un nivel de productividad media mucho más alto que el de China.
  19. Recuerdo un comentario que me hiciera el compañero Valério Arcary sobre que frente a la paradójica “regularidad” en las “ondas” del desarrollo capitalista, esto podía apreciarse respecto de los niveles del PBI, pero no así en materia de la tasa de ganancia.
  20. “Que la revolución social radical es la solución es algo más cierto que nunca, pero la amenaza de las crisis ecológicas, algo que era imprevisible para Marx, como también el legado político del siglo XX, no nos inducen a ser tan optimistas como trataba de ser Mandel en 1981. En la tradición revolucionaria a la que adherí, el socialismo era una ‘necesidad’ en dos sentidos de la palabra: el de ser la única respuesta decisiva y duradera (…) y el de ser el resultado del movimiento del desarrollo capitalista. La burguesía no dejaría la escena sin luchar y los procesos contrarrevolucionarios como el nacimiento del stalinismo o el maoísmo podrían ocurrir, pero ‘la historia está de nuestro lado’. Los marxistas revolucionarios eran la ‘expresión consciente’ de proceso económicos y sociales fundamentales (…). Rosa Luxemburgo era objeto de sospechas, no sólo debido a sus advertencias sobre el posible curso de la Revolución de Octubre, sino por la angustia contenida en el grito ‘socialismo o barbarie’. El hecho de que en sus últimos años esta angustia también pasó a ser la de Trotsky jamás fue discutido” (Chesnais).

Por Roberto Sáenz, SoB 30-31, Noviembre 2016

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