Ene - 26 - 2017

Un intento distraccionista de eludir el debate

Recientemente, ha sucedido al interior del PO algo poco común. Su histórico dirigente y fundador, Jorge Altamira, ha lanzado una ofensiva teórica tendiente a revisar las concepciones troncales de dicho partido alrededor del balance del siglo XX y, fundamentalmente, de la teoría de la revolución y los estados de transición. Hay que decir que semejante iniciativa tiene su mérito. La mayoría de los teóricos de la izquierda se preocupan más por hacer encajar verbalmente los hechos a sus esquemas pre fabricados que a estudiar minuciosamente la realidad tal cual es. Este último es el método del marxismo. El debate aparenta girar fundamentalmente en torno a la revolución cubana pero, de fondo, es mucho más general: tratar de entender desde el punto de vista marxista el por qué de la caída de los estados no capitalistas de la URSS, China, Vietnam, etc. así como los procesos revolucionarios de la posguerra.

Doble mérito tiene desde nuestro punto de vista lo que hace Altamira si tenemos en cuenta que, para nuestra sorpresa, nos hemos encontrado con que sus análisis tienen mucho en común con las concepciones que le han dado forma al Nuevo MAS y la Corriente Socialismo o Barbarie. Siempre hemos criticado que la mayoría de las corrientes trotskistas han sido incapaces de sacar conclusión alguna de los acontecimientos del siglo XX.

Desde el Nuevo MAS hemos intentado abrir un debate con los compañeros del PO, terciar en su discusión teórica abriendo diálogo entre las posiciones de Altamira y las nuestras, que efectivamente tienen mucho en común. En ese sentido es que en nuestro último periódico se publicó el texto “Altamira y la revolución cubana”. Valoramos las elaboraciones del histórico dirigente del PO como una pelea por el programa propio del marxismo revolucionario, contrario a la histórica capitulación al estalinismo y el populismo que ha caracterizado al tronco principal del trotskismo post Trotsky.

Queremos aquí simplemente desmentir y responder al método deshonesto, mentiroso y poco serio del intelectual marxista, militante del PO y profesor de historia en la UNC, Daniel Gaido, en esta discusión. En las redes sociales, el profesor ha lanzado su apoyo a Altamira y ha dicho que sus elaboraciones son “únicas en el trotskismo internacional”.

Frente a los señalamientos de que no sólo no son únicos en el trotskismo internacional sino de que ni siquiera son únicos en el trotskismo argentino, nuestro profesor ha publicado en las redes sociales una supuesta “Crítica a los análisis del Nuevo MAS”. El viejo dicho “hazte la fama y échate a dormir” encaja perfectamente con ese texto. Gaido es reconocido por ser bastante riguroso y serio a la hora de la teoría. Parece que se conforma con que un número de gente considere eso como una realidad dada y se apoya en eso para mentir con descaro impunemente, creyendo que sus lectores simplemente le van a creer. Sus intenciones son claras: mantener cerrada la discusión al interior del PO y sus infalibles teóricos, no abrir ningún diálogo ni teórico ni de ningún tipo con otras fuerzas del marxismo, cerrar al interior de una secta religiosa todas las discusiones, porque todo lo que viene de afuera sólo puede ser herejía.

Pues bien, veamos una a una las imprecisiones (cuando no lisas y llanas mentiras) de nuestro profesor. A diferencia suya, nosotros sí vamos a citar a quien criticamos.

  1. El origen de los errores del trotskismo de posguerra

Dice Gaido: “Después de ser trolleado sin piedad por los nuevos aliados de Bodart, me vi obligado a leer los documentos ‘Las revoluciones de posguerra y el movimiento trotskista’ y ‘Crítica a la concepción de las revoluciones “socialistas objetivas”’, escritos por Roberto Sáenz del Nuevo MAS. Sáenz atribuye los errores de las corrientes trotskistas desde la Segunda Guerra Mundial, no a su alejamiento del marxismo, sino a supuestas contradicciones en los escritos de Trotsky. La deriva política de las corrientes trotskistas después de Trotsky no es atribuida a su seguidismo a organizaciones burocráticas y a su abandono de la perspectiva de independencia política de los trabajadores y de gobierno obrero, sino a un “objetivismo” producto de un supuesto cambio en la actitud de Trotsky hacia la URSS. Para intentar fundamentar esta entelequia, le agregan otra: una supuesta contraposición entre los análisis de Rakovsky y de Trotsky, los dos principales líderes de la Oposición de Izquierda a Stalin. En ese sentido, el documento no tiene nada en común con el análisis de Altamira.”

No hay absolutamente nada en estas líneas que esté bien. Nuestro profesor mezcla impudorosamente afirmaciones yuxtapuestas entre sí para no dejar intacta ninguna de las ideas originales. Los textos citados con muy claros al respecto. Nos llama la atención que Gaido no los haya entendido. Más bien nos suena a que quiere que quienes lo lean a él no los entiendan. Los desvaríos de la izquierda trotskista en la posguerra jamás y en ningún momento son atribuidos a “contradicciones en los escritos de Trotsky”. Los textos simplemente señalan que esas contradicciones existen. Por poner un ejemplo, Trotsky (en “La revolución traicionada”) apoya su definición en los 30’ de “Estado obrero” degenerado en la URSS no tanto en quiénes gobiernan de forma efectiva allí sino en la propiedad nacionalizada. A su vez, hace una crítica mordaz a la ficción de la propiedad estatal como propiedad de todo el pueblo, sin sacar de ahí las conclusiones necesarias. No nos extenderemos en eso. Simplemente señalamos algunas de las “contradicciones de Trotsky”.

El texto citado hace una reseña general de las posiciones político-teóricas del trotskismo mundial y se detiene con bastante detalle en muchas de ellas. Partamos de algo básico: de las definiciones teóricas se desprenden las políticas. Veamos pues. El pablo-mandelismo, la corriente mayoritaria de la Cuarta Internacional durante una serie de años, sostenía la teoría de que el estalinismo era una “burocracia obrera” que vendría a cumplir un rol “empíricamente revolucionario” durante los próximos siglos. De ahí se desprendían las conclusiones políticas: el trotskismo debía disolverse en los PC y en la política del estalinismo. El morenismo, por su parte, criticaba abiertamente la teoría de la revolución permanente diciendo que estaba “cabeza abajo” por estar parada en “los sujetos” y que había que ponerla sobre sus pies, “sobre las tareas objetivas”. No importa si las transformaciones revolucionarias son llevadas a cabo por la clase obrera con sus métodos y organismos, sólo importa las tareas históricamente planteadas. Así, la pequeño burguesía puede reemplazar a la clase obrera en la tarea  histórica de la revolución socialista y crear “estados obreros degenerados”.

La capitulación llegó a extremos tales que se llegó a pensar como de “transición socialista” a gobiernos nacionalistas burgueses. Por ejemplo, el caso de Nasser en Egipto. Sus medidas de nacionalización hacen ver como simples amateurs a personajes como Perón o Chávez. Sin embargo, sostenemos que el contenido de medidas de ese tipo depende, en última instancia, de quién las lleva a cabo, con qué métodos y en función de qué intereses. Las nacionalizaciones hechas desde arriba por el estado burgués simplemente no pueden tener ningún contenido socialista. El devenir del régimen de Nasser debería despejar toda duda: más que transición al socialismo, lo que hubo en Egipto es transición… a brutales dictaduras capitalistas. En 2011 cayó el último resto de herencia de Nasser, la dictadura de Mubarak.

Estas posiciones, diferentes y con consecuencias políticas diferentes, tienen algo teórico común: el objetivismo. Si el estalinismo puede ser revolucionario ¿Para qué organizaciones obreras independientes de él? Si las tareas históricas de la revolución socialista pueden ser llevadas a cabo por otro sujeto que no sea el proletariado ¿Por qué no apoyar acríticamente a las corrientes burocráticas y pequeño burguesas que hicieron revoluciones en el siglo XX? ¿Para qué una política propia de los trabajadores? Como vemos, nuestro profesor se ha enredado solo. Confunde la crítica al objetivismo con una supuesta afirmación de que los errores del trotskismo vendrían de alguna contradicción en los escritos de Trotsky. Todo eso no es más que libre invención del profesor Gaido. Como vemos, la afirmación de que “La deriva política de las corrientes trotskistas después de Trotsky no es atribuida a su seguidismo a organizaciones burocráticas y a su abandono de la perspectiva de independencia política de los trabajadores y de gobierno obrero, sino a un ‘objetivismo’…” está mal de principio a fin. El seguidismo a organizaciones burocráticas y el abandono de la perspectiva de clase son posiciones políticas derivadas de posiciones teóricas objetivistas. La contraposición entre una cosa y otra es sólo confusión (deliberada o no) de nuestro profesor.

La supuesta contraposición entre los textos de Trotsky y Rakovsky es, nuevamente, libre (y deshonesta) invención de Gaido. Los textos citados son bastante explícitos en entender como complementarias ambas elaboraciones. Lo que sostenemos es que Rakovsky sacó conclusiones que Trotsky no hizo propias. Esto último es completamente innegable. Mientras el segundo sostuvo hasta el final de sus días la definición de “Estado obrero degenerado” para la URSS, el primero sostuvo que ésta se encaminaba a ser un “Estado burocrático con restos comunistas proletarios” producto de que la diferenciación funcional entre la burocracia y la clase obrera se iba desarrollando hasta convertirse en una diferenciación social. Hasta ahí llega la contraposición. Respecto al devenir social del rol de la novel burocracia de la URSS, Trotsky cita explícitamente a Rakovsky y se apoya en él para definirla. Pareciera una respuesta simbólica y anticipada a Gaido el hecho de que nuestro partido editó “La revolución traicionada” de Trotsky anexándole el texto “Los peligros profesionales del poder” de Rakovsky allá por el año 2007.

Resumiendo: Los errores políticos del trotskismo de posguerra son consecuencia de sus errores teóricos, que no ponen a la clase obrera con sus métodos como irremplazables en la revolución socialista. Sin embargo, sostener que esos problemas son sub producto sólo de abstractas discusiones teóricas, posición que parece atribuirnos Gaido, sería también equivocado. En el ya citado texto “Altamira y la revolución cubana”, Roberto Sáenz es muy claro al respecto: “Marx había estampado, cuando la formación de la Primera Internacional, que “la liberación de los trabajadores debía ser la obra de los trabajadores mismos”. Posteriormente a él, Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo orientaron por este camino lo esencial de su obra política. Pero ocurrió que, estalinismo mediante, el marxismo revolucionario, el trotskismo, quedó marginado, transformado en una secta. Con la burocratización de la ex URSS, luego de la Segunda Guerra Mundial, sufrió la presión tanto del imperialismo como del estalinismo, y de revoluciones anticapitalistas muy progresivas, pero que terminaron expropiando al capital sin la clase obrera en el poder.” Como buen militante del PO, nuestro profesor sólo puede debatir con las posiciones ajenas… inventándolas.

  1. La contraposición Trotsky-Naville y la subsistencia del imperio de la ley del valor.

Sigue Gaido: “En general, el documento está marcado por un fuerte eclecticismo, por ejemplo combinan los análisis de Trotsky en «La revolución traicionada» de Trotsky con los de Pierre Naville en «El nuevo Leviatán», que son incompatibles, ya que Naville habla de «un mercado de Estado», una categoría ajena al marxismo, y de una supuesta «explotación mutua, sucesora de la explotación capitalista». La teoría del Estado obrero degenerado de Trotsky es criticada, pero sólo para combinarla eclécticamente con una visión infinitamente menos seria, según la cual en la URSS imperaba un «socialismo de Estado» en el cual los trabajadores eran «de algún modo ‘sus propios capitalistas’ explotando ‘su propio trabajo’». Todo esto carece en absoluto de originalidad; se puede consultar un catálogo extenso de teorizaciones eclécticas similares en el libro de Marcel van der Linden «Western Marxism and the Soviet Union: A Survey of Critical Theories and Debates since 1917».”

Otra vez, no hay nada que esté bien aquí. Decir que los análisis de Trotsky en “La revolución traicionada” y los de Neville en “El nuevo Leviatán” son, tout court, incompatibles, es perder de vista la riqueza de ambos análisis, desalentar el estudio de Naville y simplemente abonar a la ignorancia de algunos de los mejores textos al respecto de las sociedades no capitalistas del siglo XX. Afortunadamente, nuestro profesor es explícito respecto a donde caería la supuesta incompatibilidad y nos ahorra tiempo.

Pero como no compartimos el método de Gaido, partiremos del presupuesto común de Trotsky y Naville no mencionado por él. Para ambos, tanto para las sociedades no capitalistas de la posguerra como para una auténtica sociedad de transición al socialismo, hay una realidad de la que no es posible escapar, cuyas determinaciones son ineludibles imposiciones: el mercado mundial. El mérito metodológico de Naville a este respecto es que lo sostiene en el marco en que el mandelismo, mayoría en la Cuarta Internacional en esos momentos, suscribía a la teoría de los “dos campos” (capitalismo-COMECON) con leyes propias independientes entre sí.

Este es el punto de partida de los análisis de ambos y es clave para entenderlos. No mencionarlo es sólo falta de seriedad. De aquí se deriva la crítica de Trotsky a la pseudo teoría del “socialismo en un solo país”. Naville parte del mismo presupuesto metodológico.

El primer capítulo de “El nuevo Leviatán” sostiene: “El mercado mundial es la gran conquista de las monarquías europeas y de las burguesías capitalistas nacidas a su sombra. La revolución socialista no lo quebró, sino que le imprimió otras formas… Es precisa la ceguera de un déspota para concluir de un antagonismo la ruptura definitiva de una unidad que es la esencia misma de las relaciones económicas tejidas por el capital, del cual el socialismo no puede sino aceptar la herencia so pena de abortar.”

Veamos qué decía Trotsky al respecto: “Uniendo en un sistema de dependencias y de contradicciones países y continentes que han alcanzado grados diferentes de evolución, aproximando los diversos niveles de su desenvolvimiento y alejándolos inmediatamente después, oponiendo implacablemente todos los países entre sí, la economía mundial se ha convertido en una realidad poderosa que domina la de los diversos países y continentes.” (Crítica del Programa de la Internacional Comunista).

Veamos ahora la supuesta incompatibilidad entre el “mercado de Estado” y los análisis de Trotsky. Dice en “La revolución traicionada” en el capítulo “El plan y el dinero”:

“La nacionalización de los medios de producción, del crédito, la presión de las cooperativas y del Estado sobre el comercio interior, el monopolio del comercio exterior, la colectivización de la agricultura, la legislación sobre la herencia, imponen estrechos límites a la acumulación personal de dinero y dificultan la transformación del dinero en capital privado (usuario, comercial e industrial). Sin embargo, esta función del dinero, unida a la explotación no podrá ser liquidada al comienzo de la revolución proletaria, sino que será transferida, bajo un nuevo aspecto, al Estado comerciante, banquero e industrial universal. Por lo demás, las funciones más elementales del dinero, medida de valor, medio de circulación y de pago, se conservarán y adquirirán, al mismo tiempo, un campo de acción más amplio que el que tuvieron en el régimen capitalista…”

Entonces, para Trotsky, en una economía de transición, las leyes de la circulación mercantil y el mercado como tal, incluso en el contexto de la economía nacionalizada, no sólo subsisten sino que se extienden y profundizan. Como vemos, el análisis de Trotsky puede suscribir sin problemas la definición de “mercado de Estado”. Comentemos al pasar que el revolucionario ruso no está inventando nada nuevo, simplemente analiza con profundidad fenómenos ya señalados por Marx en su “Crítica del Programa de Gotha”. Hay tan sólo una definición de Naville que es, como mínimo, imprecisa: “socialismo de Estado”. Sin embargo, sus análisis no sostienen que las economías de los Estados del Este sean propiamente “socialistas”. Esta definición incorrecta es un problema de imprecisión de categorías y nada más.

De la subsistencia de las leyes de la circulación mercantil, de la ley del valor como tal, se desprende la subsistencia (tanto en las sociedades no capitalistas de la posguerra como en una auténtica sociedad de transición) de la relación social capitalista básica, de la relación de explotación propiamente capitalista: el salariado. Esto fue sostenido por Marx en la “Crítica del Programa de Gotha” cuando define que en la sociedad de transición no podrá regir el principio “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades” sino “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según su trabajo”. Según Trotsky, la explotación no será liquidada al comienzo de la revolución proletaria sino que será transferida… al Estado obrero.

Llamamos la atención al profesor Gaido al respecto. Altamira dice en sus nuevas elaboraciones que la emancipación de los trabajadores no depende sólo de la expropiación de la burguesía sino de la “abolición del trabajo asalariado” que no habría sido abolido, ni mucho menos, ni en Cuba ni en ninguno de los Estado burocráticos ¡Valiosa definición! Sería interesante que Gaido se ponga a estudiar y entender lo que dice Altamira (y lo que dijo antes que él nuestra corriente) antes de defenderlo con tanto entusiasmo. Como vemos, la definición de Naville (y del Nuevo MAS) de que en un estado transicional los trabajadores son “de algún modo ‘sus propios capitalistas’ explotando ‘su propio trabajo’” no sólo no es incompatible con Trotsky. Es compatible con Marx, Trotsky, el Nuevo MAS… y Altamira.

Expliquemos brevemente. El salariado implica que el valor de la fuerza de trabajo está sometido a las mismas leyes que cualquier otra mercancía, la “ley de leyes” de la sociedad capitalista: la ley del valor. El valor de la fuerza de trabajo está determinado por la cantidad de trabajo humano socialmente necesario para la producción y re producción del trabajador en tanto tal. Pero en una jornada de trabajo, el obrero individual puede producir, supongamos, en 3 horas el valor de su fuerza diaria de trabajo y crear plusvalor durante 5 (o 6 o 10) horas más. Y esta sigue siendo una relación social de explotación sea ésta administrada por un capitalista, por un estado obrero (que lo organiza en función da la acumulación socialista, de la abolición del trabajo asalariado y, por tanto, de la emancipación de los trabajadores) o de la burocracia castrista (que administra el excedente social en función de los intereses de la burocracia).

  1. Sobre las determinaciones contradictorias de la ley del valor en una sociedad de transición.

Finalmente, dice Gaido: “De allí también su planteo metafísico de ‘la continuidad del imperio de la ley del valor’, sin analizar las determinaciones contradictorias de este fenómeno ni periodizarlo. Dicho así, en forma absoluta, es una mistificación, porque no podría haber tenido lugar una restauración del capitalismo en la URSS si hubiera reinado siempre la ley del valor sin más. Esto está lejos de ser una cuestión académica, porque la lucha contra la restauración capitalista en Cuba, sobre la que el Nuevo MAS tiene una posición sectaria, pasa justamente por impedir el imperio de la ley del valor, que inevitablemente relegaría a Cuba a su vieja posición colonial, mediante el control obrero de la economía planificada.”

Respecto a la continuidad del imperio de la ley del valor ya hemos hablado. Pero como nuestro sabio profesor simplemente no puede desmentirlo, le suma una invención suya. Dice que no analizamos las “determinaciones contradictorias” y que para nosotros en la URSS simplemente reinó la ley del valor “sin más”. Señor profesor: si sostiene eso es por dos motivos posibles. El primero es que está mintiendo con descaro. El segundo es que simplemente no se paró a entender realmente nuestras posiciones. En tal caso ¡Póngase a estudiar antes de escribir semejantes dislates!

Nuestra corriente no sólo ha analizado las determinaciones contradictorias de la ley del valor en las sociedades de transición y en las sociedades no capitalistas del siglo pasado (y de Cuba), sino que ha hecho una elaboración propia en un texto específico de la Revista Socialismo o Barbarie n° 25: “La dialéctica de la transición socialista” también de Roberto Sáenz. Se trata, de hecho, del análisis más completo posible de encontrar sobre las determinaciones contradictorias de la ley del valor en una economía en donde los medios de producción están nacionalizados y hay planificación económica al interior, al menos, del trotskismo argentino.

Veamos: “La poderosa realidad del mercado mundial presionaba de múltiples modos sobre la economía nacional de la ex URSS (o del mercado común ‘socialista’ COMECON en la segunda posguerra), por cuanto la medida de la productividad mundial la da necesariamente la economía capitalista, cuyo desarrollo de las fuerzas productivas es mayor. Por esto mismo, la medida del valor, del trabajo socialmente necesario incorporado a los productos, en un momento dado y con un nivel determinado de desarrollo de la productividad del trabajo, es una media mundial marcada por las economías más desarrolladas.

Es precisamente esta presión de la economía mundial, y la unidad de sus leyes fundamentales, la que explica por qué la economía de transición se ve obligada a erigir mecanismos de proteccionismo socialista. Esto es, quebrar hasta cierto punto el imperio de la ley del valor en el mercado interior de la economía no capitalista de que se trate, so pena de ser barrida por la competencia internacional”. (“La dialéctica de la transición socialista”, Roberto Sáenz, revista Socialismo o Barbarie n° 25)

Continúa el análisis con una cita de Trotsky: “La economía planificada del período de transición, si bien se basa en la ley del valor, la viola a cada paso y fija relaciones de intercambio desigual entre las distintas ramas de la economía y, en primer término, entre la industria y la agricultura. La palanca decisiva de la acumulación forzosa y la distribución planificada es el presupuesto gubernamental. El papel de éste, con su desarrollo inevitable, se acrecentará. La financiación crediticia regula las relaciones entre la acumulación obligatoria del presupuesto y los procesos del mercado, en la medida en que éstos mantengan la primacía.” (Trotsky, “Stalin como teórico”, citado en “La dialéctica de la transición socialista”, cit.)

Es un texto de más de 110 páginas de extensión. No podemos detenernos en la totalidad del análisis. Simplemente volvemos a darle el mismo consejo al profesor Gaido ¡Póngase a leer!

  1. Sobre el carácter de las revoluciones de posguerra y los estados burocráticos.

Sigue nuestro sabio profesor: “Esta misma ausencia de dialéctica los lleva a adoptar posiciones sectarias cuando plantean que las revoluciones posteriores a la revolución rusa fueron «revoluciones sin socialismo». Como buenos metafísicos, sólo ven una antinomia: de un lado el capitalismo, del otro el socialismo y en el medio nada, porque «todo lo que se diga de más, viene del maligno» (Mateo 5:37). El aporte de Altamira consiste justamente en teorizar cómo medidas de socialización demandadas originalmente por el movimiento obrero fueron adoptadas en Cuba por una dirección pequeñoburguesa antiimperialista, en el marco de un proceso del liberación nacional y en el contexto de la destrucción del viejo aparato represivo estatal y de su reemplazo por un nuevo estado revolucionario. Todo esto dio lugar a una serie de procesos de transición contradictorios, cuyo análisis el autor del documento es incapaz de realizar.”

Leyendo estas líneas sólo podemos pensar que Gaido está tomando por idiota a alguien. A los militantes del Nuevo MAS tal vez, creyendo que no nos daríamos cuenta que está distorsionando groseramente nuestras posiciones. A los militantes del PO tal vez, creyendo que ninguno se pondrá a estudiar sobre el tema y simplemente le creerá lo que dice. A los estudiantes que lo respetan, por lo mismos motivos que a los militantes del PO.

La crítica a que en éste período histórico sólo puede haber capitalismo o socialismo, nada en “en el medio” ha sido por muchos años una de las críticas más importantes que el Nuevo MAS y nuestra corriente internacional le ha hecho al resto del trotskismo, en particular al PO.

“Se combinan, desde el punto de vista teórico, dos cuestiones: el análisis critico de las revoluciones de posguerra y su devenir, por un lado; por el otro, el análisis crítico de aquellas sociedades donde fue expropiado el capitalismo, única manera de poder hacer “sustancial la teoría de la revolución permanente de cara al siglo XXI. Por supuesto, contamos con la ventaja de la mirada retrospectiva para sacar de la experiencia viva de la lucha de clases lecciones estratégicas hacia el siglo XXI.

Estas lecciones estratégicas indican que las formaciones sociales inestables que surgieron como subproducto de las revoluciones democráticas, antiimperialistas y anticapitalistas de la posguerra sólo podían ser momentos transitorios, pasibles de ser reabsorbidos en última instancia por el capitalismo mundial, en la medida en que no dieron lugar a revoluciones verdaderamente obreras y socialistas. Mucho menos a Estados obreros o sociedades efectivamente en transición al socialismo en una perspectiva de revolución mundial, lo que explica su actual y completa desaparición.

Por el contrario, representaron revoluciones encabezadas por direcciones pequeño burguesas y/o burocráticas, necesaria e históricamente inestables y no asimilables –mediante el uso de esquemas mecánicos y/o sociológicos– a revoluciones que sólo podían ser ‘obreras o burguesas’…

Porque, en suma, se trató de procesos que fueron más allá (con direcciones burocráticas pequeño burguesas y de base campesina, o de las clases medias y la intelectualidad urbana) en un camino de ruptura con la burguesía en condiciones particulares, pero que no alcanzaron a constituirse en Estados obreros, configurando un modo de apropiación y unas formaciones sociales bastardas, que terminaron volviendo al capitalismo…

Desde el ángulo teórico, estos procesos mostraron un alcance histórico de estas clases y capas pequeño burguesas mayor a lo previsto por la hipótesis más probable de la teoría de la revolución permanente de Trotsky y por el curso histórico anterior. Esto es, mostraron un rol relativamente independiente más amplio al previsto por la teoría como síntesis de la experiencia anterior…

Porque las capas o clases pequeño burguesas a las que nos estamos refiriendo no alcanzaron a configurar un rol históricamente dirigente ni lograron establecer una sociedad “a su imagen y semejanza”, sino que las formaciones sociales a las que dieron origen fueron tributarias, en último análisis, del capitalismo mundial, y absorbidas por él en unas décadas. (Roberto Sáenz, “Crítica a la concepción de las revoluciones ‘socialistas objetivas’, Revista Socialismo o Barbarie n° 17/18, Noviembre 2004).

Nuestra definición (completa, no la recortada por nuestro sabio profesor Gaido) de las revoluciones de posguerra es que fueron “revoluciones anticapitalistas sin socialismo” que no constituyeron verdaderas sociedades de transición ni estados obreros. ¿En qué cabeza puede caber que una definición así ve “de un lado el capitalismo, del otro el socialismo, en el medio nada”? Sólo en la de un mentiroso deliberado o en la de alguien que no entiende lo que lee. Sus irónicas citas de la Biblia, pretendidamente fulminantes para nosotros, pueden en estas condiciones guardarse donde no da el sol.

Mencionemos, aparte, que califica de “socialización” las expropiaciones llevadas a cabo por las direcciones pequeño burguesas del M26 o del PC Chino. Con el sólo uso de esta palabra, nuestro profesor sólo demuestra no haber entendido nada. Precisamente, uno de los errores claves del trotskismo de posguerra es haber confundido “nacionalización” y “expropiación de la burguesía” con “socialización”. Entre uno y otro puede haber un abismo en el caso de un Estado obrero, pues de la nacionalización a la absorción de las funciones del Estado por la sociedad, a la administración efectiva del conjunto social de los medios de producción, hay toda una época de transición. En el caso del Estado cubano, esa transición ni siquiera comenzó, pues las empresas nacionalizadas están de forma efectiva en manos de una burocracia ajena a la clase trabajadora que las administra siguiendo sus propios intereses de casta. No nos extenderemos más sobre esto. Para un análisis de los Estados no capitalistas remitimos a los textos citados por Gaido (“citados” es una forma de decir, pues no ha citado nada), al artículo “Altamira y la revolución cubana” y a los propios textos recientes de Altamira.

  1. Sobre los “principios”.

El profesor Gaido dice que el nuevo Frente de izquierda consituido por el Nuevo MAS y el MST es un “frente sin principios”. La constitución de un frente que defiende la independencia de clase, sin figurones burgueses, claramente delimitado de todas las corrientes capitalistas, no tendría “principios”. Eso sí, la mentira deliberada, embarrar con insultos a otra organización, des educar a quienes lo toman en serio con una pila de mentiras e inexactitudes, sería al parecer muy principista. Lo dejamos a criterio de cada uno. En principio, volvemos a recomendar los textos antes nombrados para que cada uno pueda sacar sus propias conclusiones. Les dejamos un consejo: no le crean a Gaido.

Por Fernando Dantés, SoB 412, 26/1/17

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