Feb - 23 - 2017

En su breve existencia, la presidencia de Donald Trump ya ha sido el gestor (o, más bien, el “detonador”, varias veces en sentido literal) de tensiones y enfrentamientos políticos y geopolíticos de lo más diversos. Esto, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos.

Efectivamente, no hay mayores precedentes de las primeras semanas de un gobierno estadounidense que haya generado no sólo tanta tirantez y divisiones internas, sino que además el repudio se exprese en movilizaciones y protestas de magnitud notable. Y, menos aún, que simultáneamente, haya abierto varios frentes conflictivos en el exterior, que van desde la construcción del Muro en la frontera con México, hasta sus poses de matón de feria frente a Irán o China.

En este contexto, es importante (y muy lógica) la alineación prácticamente incondicional de Trump con Israel, especialmente con la extrema derecha de los colonizadores sionistas. Por su parte, el gobierno de Israel fue el único en el mundo que aplaudió abiertamente el infame proyecto discriminatorio y racista del Muro de México. Es que Israel es un adelantado en ese terreno. Ha fragmentado la región construyendo kilómetros y kilómetros de muros racistas, que rodean los guetos donde vive prisionera gran parte de la población palestina. Además, en Israel se vislumbra un gran negocio en lo del Muro de México. Varias empresas israelíes, expertas en la construcción de esas prisiones racistas, ya han ofrecido sus servicios a Trump.

Este idilio político dio un nuevo paso, días atrás, en la visita a Washington del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.

Ya en enero, Trump había avalado el salto brutal en la colonización y la “limpieza étnica” en Cisjordanía, dispuesta por el gobierno y ratificada por el parlamento de Israel. Se construirán enormes bloques de asentamientos para miles de colonos sionistas principalmente al norte, este y sur de Jerusalén. Esto implicará, una vez más, el desalojo por la fuerza de la población palestina que vive allí desde tiempos inmemoriales, que terminará encerrada en alguno de los guetos que entrecruzan Cisjordania.

También el parlamento israelí legalizó las llamadas “colonias salvajes”. Es decir, asentamientos de colonos establecidos “por cuenta propia”. O sea, por iniciativa de grupos armados sionistas que se apoderan de tierras y expulsan “manu militari” a sus habitantes palestinos.

Por supuesto, ni Obama, ni los presidentes anteriores, ni tampoco los gobiernos europeos, tomaron anteriormente medidas efectivas contra esa barbarie colonialista. Siempre se limitaron a derramar lágrimas de cocodrilo y hacer algunas “críticas” y “protestas” sin mayores consecuencias. Pero ahora Trump hizo un cambio cualitativo. En vez de criticar, Trump aplaude a rabiar la nueva ola genocida de “limpieza étnica” desatada desde el gobierno de Israel. Y, como premio a esa barbarie, dispuso trasladar a Jerusalén la embajada de Estados Unidos.

Esta medida tiene una gran importancia política y diplomática. Ningún país del mundo (ni tampoco la ONU y demás organismos internacionales) reconoce a Jerusalén como capital de Israel. Tampoco lo hacía EEUU, a pesar de sus estrechas relaciones y el apoyo incondicional que ha dado desde la década del ‘60 a los colonizadores. La razón del no reconocimiento es que Israel se apoderó de la mayor parte de esa ciudad por la fuerza, en la guerra de 1967, en la que también ocupó Cisjordania y la actual Franja de Gaza. Trump, al trasladar la embajada, está legitimando esa conquista colonialista.

Pero lo del traslado de la embajada a Jerusalén sería apenas el primer paso. Días después, Trump también sepultaba otra operación política de fundamental importancia, tanto del imperialismo yanqui como de las potencias europeas: las eternas (e interminables) negociaciones de los “Acuerdos de Oslo” para configurar dos Estados, uno israelí y otro palestino.

La gran estafa de los “dos Estados”

Recordemos que en 1993, con el auspicio de EEUU y Rusia, se firmaron en Oslo, capital de Noruega, una serie de acuerdos entre el gobierno de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Estos pactos fueron vendidos a la opinión pública mundial y al pueblo palestino en particular, como el primer paso hacia la “paz”, que se lograría con el reparto del territorio palestino histórico en dos Estados, el ya existente de Israel, y un Estado Palestino a crearse.

La “solución de dos Estados”  fue una farsa criminal… encubierta por la capitulación de la gran mayoría de los viejos dirigentes de la OLP. Como denunciaron en su momento Edward Said y otros intelectuales y luchadores palestinos, quedó así legitimada la ocupación sionista de toda Palestina. Y, lo peor, es que se desarmó la “Primera Intifada”, la heroica rebelión de las masas palestinas que había estallado en 1987 y que había puesto en crisis a Israel.

Desde hace 24 años, con sus intervalos, las “negociaciones por los Acuerdos de Oslo” se han prolongado, constituyendo la payasada diplomática quizás más larga de la historia.

Por supuesto, la gran mayoría de los políticos sionistas jamás tuvo la intención de admitir la existencia de un “Estado palestino”, aunque se delinease como un engendro sin unidad territorial y, de hecho, una especie de bantustán sin poder alguno.

Pero aunque fuese como una farsa, la liquidación en los hechos de la alternativa de “dos Estados” se produce también porque la colonización sionista de Cisjordania la ha ido fragmentando en guetos sin continuidad territorial. Sobre ellos ya era imposible erigir un Estado palestino en serio. Y, ahora, este proceso de fragmentación da un nuevo salto… gracias al apoyo de Trump… y al silencio cómplice de la mayoría de los gobiernos regionales y europeos.

El Estado único sionista: ¿una bomba de tiempo?

Frente a Netanyahu en su visita a Washington, Trump liquidó abiertamente la política de dos Estados. Con la mayor hipocresía, se lavó las manos diciendo: “Un Estado o dos Estados. Aceptaré lo que acuerden.” ¡Cómo si las “negociaciones” y “acuerdos” entre un carcelero y un prisionero en su celda pudiesen tener alguna legitimidad!

Pero este “triunfo” de los colonizadores sionistas y en particular de su extrema derecha puede ser a mediano plazo una bomba de tiempo.

El Israel racista y sionista puede ser consagrado por Trump desde Washington como único Estado en todo el territorio palestino. Pero eso no responde a la cuestión explosiva de una creciente población palestina que en su gran mayoría carece de derechos políticos y civiles. La gran mayoría de los palestinos no son ciudadanos del Estado de Israel. Pero, mientras se les priva de todo derecho político y civil [1], se les cierra definitivamente hasta la ilusión de lograr un mini-Estado propio. Esto, tarde o temprano, puede ser explosivo. Además, actúa a mediano plazo la llamada “bomba demográfica”. La población palestina crece a un ritmo superior a la judía. ¿Hasta cuándo va a tolerar esa situación?

Este peligro comienza a ser comprendido, no por casualidad, en los medios militares y de seguridad israelíes… algo menos delirantes que la extrema derecha religioso-sionista.

Así, poco antes de la peregrinación de Netanyahu a Washington para consagrar el “estado único” de Israel, “250 ex miembros de los cuerpos de seguridad [de Israel] firmaron una petición pública en la que instaron al gobierno a que el país «se separe de los palestinos»… «Si no nos separamos de los palestinos –decía la declaración–, el Estado de Israel será menos judío y menos seguro. Tenemos que separarnos ahora.» Más de 200 mandos firmaron la petición, entre ellos dos antiguos directores de los servicios secretos Mossad y Shabak, un ex jefe del estado mayor del ejército y un ex comisario jefe de la policía.

“El grupo, autodenominado «Comandantes para la seguridad de Israel», destaca que en el territorio ocupado de Cisjordania viven unos dos millones y medio de palestinos, que «no desaparecerán» y que «pronto serán mayoría» si no se lleva a cabo un plan de separación.

“El grupo asume como única solución viable para resolver el conflicto palestino-israelí que existan «dos Estados para dos pueblos».” (Agencia EFE, 16/01/2017)

“Estado laico y democrático único, con derechos iguales para todos”

Pero el entierro de la “solución de los dos Estados”, anunciado por Trump y Netanyahu, puede tener otras derivaciones más inquietantes para los actuales amos colonialistas.

Según el diario israelí Haaretz (15/02/2017), el secretario general de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Saeb Erekat, proclamó que:

“Contrario al plan de Netanyahu de un Estado y dos sistemas, el apartheid, la única alternativa a dos Estados soberanos y democráticos en la frontera de 1967 es un Estado laico y democrático único con derechos iguales para todos, cristianos, musulmanes y judíos, sobre toda la Palestina histórica.”

La consigna democrática-revolucionaria de Estado laico y democrático único con derechos iguales para todos” había sido sepultada por la dirección de la OLP al meter al pueblo palestino en la trampa de Oslo.

Sin depositar ninguna confianza en el aparato y la dirigencia de la OLP, es lógico y a la vez significativo que esa consigna esencial vuelva a estar presente. A partir de ella, pueden abrirse muchas variantes tácticas [2]. Pero hoy, en medio del entierro de Oslo, volver a izar esa bandera programática es lo primordial.

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1.- La mayoría de los palestinos no sólo carecen de derechos políticos. Los colonizadores sionistas también pueden echarlos de sus tierras y viviendas para construir allí asentamientos. Pueden ser encarcelados sin juicio alguno y por tiempo indefinido. Y las tropas de ocupación pueden asesinarlos con total impunidad. Cuando el hecho trasciende internacionalmente y es demasiado escandaloso, el asesino sale libre luego de alguna farsa de juicio. Así acaba de suceder con el soldado Elor Azaria, que remató de un tiro en la nuca a un palestino herido.

2.- Una variante táctica que empezaría a tomar cuerpo, es reclamar que si queda definitivamente un solo Estado, se le dé la ciudadanía a todos sus habitantes, cualquiera sea su religión.

Por Elías Saadi, SoB 415, 23/2/17

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